El lunes a las nueve de la mañana me presenté en el despacho del jefe de base en BOZO, listo para el trabajo, pero ese día no anduve en su Cadillac negro. Nadie llamó. Permanecí sentado ante mi nuevo escritorio, tan libre de papeles como mi primer escritorio en el Departamento de Defensa. La siguiente vez que tuve un atisbo del señor Harvey fue el martes por la tarde, cuando pasó por el pasillo, me vio, gruñó en señal de desagrado como diciendo: «¿Qué diablos haremos contigo?», y prosiguió su camino. El miércoles no lo vi en absoluto. Me puse a hablar por teléfono con mi sustituto acerca de las redes en Berlín Este. Echaba de menos el Centro de la Ciudad.
El jueves por la tarde apareció el señor Harvey caminando rápidamente por el salón, me volvió a ver, me indicó con el pulgar que lo siguiera, y me senté a su lado en el asiento trasero del Cadillac.
No había tenido tiempo de recoger mi abrigo, y sentía el frío aire de febrero cada vez que descendía del coche para entrar con él en alguna otra oficina.
Estaba llevando a cabo una vendetta con el Departamento de Estado, razón por la cual no perdía oportunidad de extender las funciones de la base a más y más lugares de Berlín Oeste. Si bien aún teníamos un ala de cierta importancia en el consulado, donde se hacía la mayor parte de nuestro trabajo administrativo (lo que quería decir que todavía estaban allí la mayoría de nuestros empleados), Harvey demostraba su desprecio por el lugar mediante el nombre en código que le daba: Ucrania.
-Dile a ese empleado de mierda que está en adquisiciones, ¿cómo se llama?
-Ferguson -contestaba el asistente.
-Dile a Ferguson que procese el pedido de cintas.
Además de Ucrania, teníamos el Centro de la Ciudad, BOZO y GIBRAL, siete pisos francos, una oficina de traducción junto al Jardín Inglés llamada BOLLOS y otra en un depósito cerca delaeropuerto de Tempelholf, próxima al edificio de Aduanas apodado ARREBATO (en reconocimiento, supongo, de que en Aduanas siempre se equivocaban en algo). También teníamos más de doce subsidiarias que visitar, desde un Banco de importaciones y exportaciones hasta un exportador de salchichas. Siempre había algún lugar donde ir. Viajar con el jefe Harvey se aproximaba a la idea que yo tenía de cómo habría sido acompañar al general Patton. Quizá George Patton también rondaba la mente de Bill Harvey. Una vez, mi padre me dijo que Patton era capaz de medir la moral de combate de sus tropas conduciendo su jeep dentro del perímetro de aquéllas. En una ocasión en que visitaba un hospital de campaña, abofeteó a un soldado por creer que se fingíaenfermo. Algo en el quejido de la voz del soldado le sugirió al general que el hombre era portador de una enfermedad espiritual que podía socavar la moral del Tercer Ejército. «Patton tenía su instinto y actuaba de acuerdo a él», dijo mi padre.
Harvey siempre se daba cuenta si algo no iba bien en una oficina. Podía tratarse de una máquinade cablegrafiar descompuesta, de la centralita telefónica, de una secretaria indispuesta o de un jefe de sección que se aprestaba a renunciar, pero Harvey lo notaba. «Quiero que se quede dos años más en Berlín -le decía al jefe de sección-. Lo necesitamos.» Y cuando se iba le daba a la secretaria la tarde libre. Le daba una patada a la máquina de cablegrafiar, y a veces empezaba a funcionar. Pasaba junto a ocho oficiales jóvenes que trabajaban ante sendos escritorios, se detenía en uno, levantaba un cable que acababa de llegar, y asentía. «Esta operación se va a calentar en un par de días. Vigiladla», decía, y seguía su camino. Era Dios, si Dios no era demasiado alto, grueso decintura y con ojos saltones. Por otra parte, Dios bebía como un pez y casi no dormía.
Me llevó cierto tiempo advertir que en muchos casos su virtud era a menudo su vicio. No era eficiente. Si era incapaz de decidir una cuestión instintivamente, lo más probable es que no sedecidiera nunca. Pero, ¡qué instinto! Un día, en el Cadillac, me dijo:
-Tenía un trabajo para ti cuando te dije que subieras a bordo. Ahora me he olvidado. – Me miró fijamente y entornó cuidadosamente sus ojos inyectados en sangre-. Ah, sí, KU/GUARDARROPA -agregó.
-¿KU/GUARDARROPA, señor?
-Un cabo suelto. Me ha estado molestando muchísimo. Necesito un joven inteligente que le siga el rastro. – Levantó la mano ante la mirada de perplejidad que le ofrecí-. Permíteme que te délos detalles.
Como descubrí en mi primer viaje en el Cadillac, el señor Harvey dependía de algo más que mi pistola como defensa. El conductor tenía un fusil montado entre los dos asientos delanteros, y el hombre de seguridad a su lado portaba una metralleta Thompson. Más de una vez oí decir que unametralleta es lo mejor para blancos cercanos.
-Parte de mi herencia del FBI -me informó.
Entonces, como si ya hubiera dicho demasiado en presencia de los demás, el jefe Harvey apretóun botón que elevó el cristal divisorio entre el asiento trasero y el delantero.
-Tenemos algo que puede resultar un problema de seguridad -dijo en voz baja-. Te pondré a trabajar en los preliminares.
-Excelente -le dije.
-Sólo se trata de rastrear papeles -dijo él-. He aquí el resumen. Un berlinés llamado Wolfgang, estudiante de Bohemia, uno de nuestros peces pequeños, organizó una riña callejera hace un par de años para lanzar unas cuantas piedras contra la Embajada soviética en Bonn. Fue noticia en los diarios. Desde entonces, creemos que han colocado un doble de Wolfgang.
-¿Quiénes, los alemanes del Este, o el KGB?
-Probablemente los alemanes del Este. La mitad de los cabeza cuadrada a quienes pagamos también informan al SSD. Eso te lo garantizo. Está bien. La mitad de sus agentes trabajan paranosotros. No es nada importante. Mil peces pequeños cuestan más de lo que vale la información que proporcionan, si es que uno se pone a constatar su veracidad.
-Ya veo.
Yo estaba pensando en el trabajo realizado durante las últimas semanas.
-Son como insectos -dijo-. En épocas tranquilas se alimentan en todas las direcciones. No vale la pena observar. Pero si de repente un enjambre de insectos empieza a moverse al unísono, ¿qué deduces?
-¿Que se avecina una tormenta?
-Exactamente, muchacho. Algo grande y militar, está en camino. Si alguna vez los rusos deciden echarnos de Berlín Oeste, lo sabremos de antemano. Para eso están los peces pequeños.
Se inclinó hacia delante, sacó una coctelera de un cubo de hielo y se sirvió un martini.
Era difícil dejar de observar la manera en que sostenía la copa, pues su muñeca reaccionaba ante cada irregularidad del camino con mayor sutileza que la suspensión del coche. Jamás vertía una gota.
-Muy bien -continuó-. Nos mantenemos más o menos en contacto con Wolfgang, y él daseñales de vida periódicamente. Un pez pequeño, como digo. No me quita el sueño. Es decir, hasta que pasa algo. Como habrás observado, VQ/CATÉTER es nuestra área de seguridad más sensible. No permito a los hombres que trabajan allí ni comprar un pedazo extraño.
-¿Comprar un pedazo extraño?
-Liarse con prostitutas. Demasiado arriesgado para la seguridad. Si uno de ellos lo hace alguna noche, debe presentar un informe detallado a Seguridad a la mañana siguiente. Bien, hay una ley de la burocracia en la que se puede confiar: cuanto más se protege uno contra una eventualidad, másposibilidades hay de que la eventualidad suceda. Uno de nuestros chicos resulta ser un homosexual encubierto. Se presenta y confiesa que ha tenido un encuentro sexual con un alemán. Nombre del extraño: Franz. ¿Cómo es Franz? Joven, insignificante, delgado, moreno. Esa descripción se ajusta a unos cuatrocientos agentes de Berlín Este, agentes de Berlín Oeste y agentes dobles conocidos. Tenemos fotografías de la mayoría. Es un número considerable de fotos para que reconozca a nuestro marica. Lo necesitamos de vuelta en su puesto. Es un especialista y no podemos permitirnos el lujo de que pierda su tiempo. Sólo que ahora confiesa un poco más. «Sí -nos dice-. Franz me preguntó acerca del trabajo que hacía. Naturalmente, no le dije nada, pero Franz quería saber si mi trabajo tenía algo que ver con VQ/CATÉTER. En ese caso, me dijo, puedo hablar con él porquetiene la aprobación de los estadounidenses. Él también trabaja para ellos.»
Esto valía un buen trago de martini.
-Créeme si te digo -continuó Harvey- que hicimos sudar a nuestro especialista. Debe de haber mirado unas trescientas fotografías hasta que reconoció a Wolfgang. Wolfgang es Franz. De modo que examinamos nuestros registros del índice de los Últimos-Treinta-Días, luego el deTreinta-y-uno-a-Sesenta-Días y luego el de Sesenta-a-Ciento-Veinte-Días, y vemos que últimamente no nos ha llegado ningún informe de Wolfgang. Eso no puede ser posible. Wolfgang solía ser un chaval muy activo. Le gustaba recibir sus honorarios. Ahora, todo lo que tenemos sonalgunas cuentas sin pagar porque nos las ha enviado desde Hamburgo. No desde Berlín. Después de un riguroso examen se produce la siempre temida pesadilla administrativa. Nuestras fichas crecieron tan velozmente que hemos usado todo el espacio destinado a ellas. Entonces algún imbécil de mierda de Ucrania, un empleaducho de nivel intermedio decidió enviar el contenido delos registros de Treinta, Sesenta y Ciento Veinte Días a Washington. Todo lo que teníamos que hacer era alquilar otro edificio y podríamos haber tenido al alcance de la mano todos los papeles, pero los señoritos del presupuesto no lo permiten. Los alquileres son considerados gastos locales. Presupuestariamente hablando, no puedes gastar dos centavos en alquiler cuando sólo hay uno en lahucha. Los fletes aéreos son otra cosa. Los cargan al presupuesto de las Fuerzas Aéreas, no al nuestro. A las Fuerzas Aéreas les tiene sin cuidado cuánto gastemos. Tienen miles de millones. En consecuencia, ese incompetente de Ucrania envió un montón de archivos de un plumazo, sinconsultarme. Todo lo que le importaba era encontrar más espacio para los archivos en BOZO. Debe de haber pensado que me estaba haciendo un favor. ¿Puedes creerlo? Envían por flete aéreo sacos de material de vital importancia al Departamento de Documentos en la Avenida de las Cucarachas para hacer un poco de lugar aquí.
Otro sorbo de martini.
-De modo que debemos encontrar a Wolfgang. Ese maricón en CATÉTER puede haberle dado más información a Wolfgang de lo que quiere recordar. Sólo que es imposible dar con Wolfgang. ¿Está muerto, o ha pasado a la clandestinidad? No se pone en contacto con su oficial de situación. No responde a los mensajes. Quizá Wolfgang se ha pasado al Este con noticias acerca deCATÉTER. En un acto desesperado, envío un cable al Nido de Serpientes. Tal vez ellos puedan encontrar algo acerca de Wolfgang. Pero recibo una respuesta de mierda. Justo lo que necesitaba.«Debido a las condiciones en que se encuentra el Departamento de Documentos, etcétera…» Quienquiera que la haya enviado, obviamente no se daba cuenta de la importancia de un cable firmado por un jefe de estación. Podré ser jefe de base y no de estación, pero no hay estación en el mundo entero tan importante como la base de Berlín. Estamos en la primera línea de la Guerra Fría,sólo que allá en Foggy Bottom parecen no estar enterados. A los novatos no los alertan contra eso. Estoy obligado a tratar con imbecilidades burocráticas en la persona de algún cabrón llamado KU/GUARDARROPA. Ergo, me preparo para disparar unos cuantos cañones. Decido borrar a KU/GUARDARROPA del lugar donde está sentado.
-Caray -dije.
-Pues eso no es nada, chico. Le pido a la sección de Alemania Occidental en Washington que me revele la identidad de ese tal KU/GUARDARROPA, y me vienen con la noticia de que elArchivo-Puente no estará disponible durante setenta y dos horas. ¿Puedes creerlo? ¡Setenta y dos horas! Se debe a un cambio de criptónimo. Ese hijo de puta de GUARDARROPA sabe que se ha metido en un jodido problema. Le digo a la sección de Alemania Oeste que consiga que el Archivo-Puente salte las setenta y dos horas y proporcione una Traducción Inmediata. La sección debe de saber que estoy enfadado. Me envían un cable: LO COMPLACEREMOS. Sólo que no pueden. No pueden complacerme. Por procedimiento, tienen que acudir más arriba, al Control del Archivo-Puente, y allí alguien ha colocado un DETÉNGASE. No lo puedo creer. Me estoy enfrentando ainfluencias. Wolfgang está oculto y sus archivos están sepultados en el Departamento deDocumentos. CATÉTER está en peligro, pero alguien que bien podría ser un topo ha puesto unaorden de DETÉNGASE en mi camino. No creo que haya veinte hombres en toda la Compañía confuerza suficiente para ponerme un DETÉNGASE. Pero uno lo ha hecho. Dieciocho de esos veinte, como mínimo, deben de tener una excelente razón para odiarme. Mi familia puede no tener la alcurnia de la de ellos (aunque sí muy buena cepa, gracias)… Chico, mi cerebro trabaja más rápido. – Aquí vació la copa de martini y la puso en su lugar dada vuelta-. Sí, DETÉNGASE significaDETÉNGASE, HARVEY.
Respiró pesadamente. Me clavó la mirada.
-Bien -dijo-, debes reconocer cuándo el bando opuesto ha ganado el primer asalto. Ya seapara frustrarme, para proteger a Wolfgang, que es la posibilidad extrema y más preocupante, o para salvaguardar a GUARDARROPA, que puede ser un intermediario, el caso es que ahora mi blanco es GUARDARROPA. Una vez que le ponga las manos encima, obtendré las otras respuestas. – Suspiró-. El problema, cuando uno es jefe de base, es que cada semana hay una nueva crisis. Aparecen otros asuntos… Además, sé que no conviene ir contra Control Superior de Archivo-Puente si no tienes buenas cartas. Hay que conseguir las más altas. Si hay influencias protegiendo a GUARDARROPA, le darán dos o tres criptónimos. En esta clase de juego has de ser capaz de concentrarte en tu objetivo. No tengo tiempo para eso. Tú sí. Desde ahora, te promuevo abuscapleitos primero.
Vacilé en hablar. Mi voz podía traicionarme. Asentí.
-Atacaremos por ambos flancos -dijo -. Primero, lo intentas con la sección de Alemania Occidental en el I-J-K-L. Todavía están amamantándose. Burócratas totales. No pueden esperar a que llegue la primavera para almorzar junto al Estanque de los Reflejos. Son flojos. Reaccionan ante una presión constante. Haz que rastreen los cambios de alforjas de GUARDARROPA. Llevará tiempo. Querrán arrastrar los pies. De modo que debes pincharles el culo todo el tiempo. Un pinchazo cada dos días. Yo te reforzaré de tanto en tanto. El Control del Archivo-Puente podrá demorar setenta y dos horas para cada criptónimo. Tarde o temprano se les terminarán los obstáculos.
-Pero, como usted dijo, ¿no lo pasarán al Control Superior de Archivo-Puente?
Tuve un momento de pánico, preguntándome si no le extrañaría que hubiese comprendido todo eso en tan poco tiempo, pero él siguió hablando.
-Lo harán. El Control Superior de Archivo-Puente es inevitable. Pero para entonces yadebemos tener algunos hechos. Podemos perder en Control Superior (es una comisión en la que no cuento con influencias), pero aun así habremos dejado mal olor en esos salones de mármol. Estará flotando en la perfumería un olor a pedo como huevo podrido. Eso les enseñará a no meterse conmigo.
-Señor, ¿puedo hablar francamente?
-Ahórrate tiempo. Habla.
-Si he comprendido bien, está usted diciendo que nunca obtendrá el nombre deGUARDARROPA. Quien apañó los cambios es, según usted, un miembro de Control Superior. En ese caso, él también estará en pie de guerra. ¿Es conveniente tener un enemigo tan decidido si ni siquiera se puede averiguar quién es?
-Hubbard, te equivocas. El Control Superior no está formado por cretinos. Ellos tambiéntendrán idea de quién puede estar jugando su juego. Y quienquiera que sea, perderá unoscentímetros de altura ante sus pares. Ésa es mi venganza.
-¿No perderá usted también?
-Muchacho, invito a cualquiera a intercambiar puñetazos conmigo. Veremos quién queda de pie al final.
-Debo reconocer, señor Harvey, que no es usted nada tímido.
-Cuando trabajas para Hoover, almacenas un poco de miedo en el corazón cada mañana camino del trabajo. Me cansé de eso.
-¿Qué clase de hombre es J. Edgar Hoover?
-Un despreciable, cobarde, desagradecido hijo de puta. Perdóname. Estoy hablando de un granpatriota. – Eructó y volvió a llenar su copa de martini-. Muy bien -prosiguió-. He dicho que atacaríamos por ambos flancos. Por un lado, presión hasta llegar al Control Superior; por el otro, veamos cuan buena es tu propia red.
-¿Señor?
-Tengo la corazonada de que KU/GUARDARROPA es un oficial novato. Tiene que serlo. El cable que mandó era estúpido. Incluso es posible que lo conozcas. Quiero que te pongas en contacto con unos cuantos miembros de tu grupo en la Granja. Antes de que pase mucho tiempo estarás encondiciones de saber quiénes fueron destinados al Nido de Serpientes.
Sentía el sudor corriendo por mi nuca.
-Puedo obtener un par de nombres -dije-, pero ¿podré conseguir sus criptónimos del Archivo-Puente? Es una petición extraña para un oficial nuevo.
-Debo confesarte que no me resulta cómodo requerir demasiados criptónimos del Archivo-Puente. A menos que triunfemos. Y eso, desde luego, es algo que no puedo saber de antemano. Por supuesto, no quiero llamar demasiado la atención en este caso. Pero, chico, no recurriremos al Archivo-Puente. Usaremos la Desviación.
-No estoy familiarizado con la Desviación -dije.
-No estás familiarizado con el nombre -replicó él-, pero probablemente seas parte del proceso. Vosotros los novatos nunca estáis dispuestos a admitir que soléis revelaros el uno al otrovuestro nombre clave, pero lo cierto es que los coleccionáis como si fuesen autógrafos. Los estudios lo demuestran: la mitad de los estadounidenses que pelearon en la Segunda Guerra Mundial no dispararon una sola vez sobre un soldado enemigo. Había demasiado de los Diez Mandamientos en su sistema nervioso. Y la mitad de los nuevos en la Compañía no saben guardar un secreto. La traición nos llega con la leche materna. – Reflexionó unos segundos-. Y el estiércol paterno. – Eso merecía un trago. La copa de martini logró mantenerse en equilibrio a pesar de los socavones del camino-. Ocúpate de recibir favores -dijo-. Consigue las alforjas de tus amigos. – Asintió-. Por cierto, ¿cuál era la tuya?
-Usted lo sabe, jefe. VQ/INICIADOR.
-Quiero decir, en Washington. No insistas en decirme que no tenías criptónimo.
-Lo siento, señor. No puedo revelarlo.
Asintió.
-Espera a que te torturemos -dijo.
Mientras el señor Harvey terminaba de establecer los procedimientos que yo debía utilizar para una empresa que sólo podía tener éxito con mi fracaso final y definitivo, la voz que emergió de mi garganta, ronca como era, no me traicionó. Me sentía como me volvería a sentir pronto al llevarme por primera vez una mujer a la cama. Podrá parecer extraño, pero el sexo era una actividad que yo estaba contemplando desde hacía mucho. Una parte de mí me decía: «Nací para hacer esto. Ser un agente doble es natural para mí».
No me hacía demasiadas ilusiones de ser nada mejor que eso. Hugh Tremont Montague y el William el Rey Harvey podían servir a la misma bandera, pero yo ya era una persona diferente para cada uno de ellos; tal era la esencia de mi condición. Ser un agente doble trabajando para los alemanes del Oeste y del Este podría ser más peligroso, pero se tratara de BND contra SSD, o Montague versus Harvey, el equilibrio personal siempre dependía del ingenio personal. Un estímulo muy poco santo, en efecto.
Por supuesto, mi vida interior tenía sus subidas y bajadas. Otra vez ante mi escritorio, una furiadeclarada por la injusticia de todo me atravesó de manera tan intensa que tuve que ir al lavabo y mojarme la cara con agua fría. Sin embargo, la cara reflejada en el espejo no mostraba señales de tensión. Desde que podía recordar, tenía la mirada inexpresiva de los Hubbard. Colton Shaler Hubbard, mi primo mayor, custodio de las leyendas familiares, me dijo en una oportunidad: «Con la excepción de Kimble Smallidge Hubbard, y posiblemente tu padre, el resto de nosotros no tiene nada de especial. Somos el característico homme moyen sensuel. Excepto por una facultad, Herrick. La expresión de los Hubbard nunca revela nada. Y te aseguro que es una gran ventaja».
A los efectos prácticos, estaba en lo cierto. En medio de mi perturbación, un joven siempre alerta me devolvía la mirada desde el espejo, con vida en los ojos y optimismo en la boca. Recordé otras ocasiones en que interiormente me había sentido tranquilo, descansado y lleno de vida, pero mi reflejo aparecía hosco, como si la fatiga del día anterior aún siguiera adherida a la piel. ¿Podía suponer que el agradable rostro que presentaba ahora en el espejo era una coloración protectora? Uno hace bien en mostrarse animado cuando en realidad está exhausto.
Esa noche, listo para olvidarme de estas preocupaciones, salí con Dix Butler. Me llevó de recorrido por sus clubes nocturnos. Durante las últimas dos semanas había salido de noche con él bastante a menudo para hacerme una idea de cómo trabajaba. Tenía un contacto en cada club que visitábamos. Por supuesto, no los había reclutado él, pues no hacía tanto que estaba en Berlín y su alemán resultaba inadecuado para tal propósito, pero su trabajo le hizo conocer el ambiente. Servía de puente entre dos de nuestros oficiales de situación en BOZO y aquellos de nuestros agentes alemanes de poca monta que hablaban inglés. Con la ayuda de nuestros subsidiarios comerciales, Dix se presentaba ante los nativos como un ejecutivo estadounidense de una importadora de cerveza («Puedes decir que soy un vendedor de cerveza, Putzi»), pero la penetrantemente berlinesa de los empleados de los clubes que visitamos no tenía ninguna duda de que Dix Butler, nombre de tapadera Randy Huff (en honor de Sam Huff, el jugador de los Nueva York Giants) fuera otra cosa que un agente de la CIA.
El axioma de que los oficiales de Inteligencia y los agentes deben mantenerse separados, inculcado durante el período de instrucción, no parecía aplicarse en este medio, según me advirtióDix. Él no sólo era visible en grado superlativo, sino que cualquiera que le dirigiese la palabra sería inmediatamente tachado de antiamericano por los demás alemanes. Como a sus agentes no parecíaimportarles, yo estaba seguro de que la mayoría eran agentes dobles al servicio del SSD.
Eso a Dix no le preocupaba.
-No debería funcionar, pero funciona -me dijo -. Obtengo más información de mismuchachos que cualquier otro oficial de la CIA O el BND que trabaje en la calle.
-Información contaminada.
-Te sorprenderías. Muchos agentes son demasiado perezosos como para mentir. Terminan diciendo más de lo que pensaban decir. Saben que, de ser necesario, puedo sacarles la informaciónpor la fuerza.
-Dix…
-Me llamo Huff -dijo-. Randy Huff.
-Todo lo que les sacas es dirigido por el BND.
-Guarda la Biblia. Mi gente se gana la vida. Son de la calle. Por supuesto que el BND los administra. No creerás que la Inteligencia de Alemania Occidental nos alentaría a trabajar con cualquier alemán que no les perteneciese a ellos primero. Es una comedia. Todos pagan paraobtener información, los británicos, los franceses, los alemanes occidentales, los soviéticos. Sucede que nosotros pagamos mejor que nadie, de modo que nuestro trabajo es más fácil. Coge el Metro y ve a Berlín Este, al café Varsovia. Allí se reúnen todos: agentes, informadores, hombres decontacto, intermediarios, correos, jefes, incluso oficiales de situación rusos y estadounidenses. Los roedores se arrastran de mesa en mesa buscando el mejor precio. Berlín Oeste podrá ser un mercado de espías, pero Berlín Este es una broma. Todos son agentes dobles y triples. Ni siquiera puedes recordar si son supuestamente nuestros o de ellos, y sabes, compañero, no importa. Si no tieneninformación, la inventan.
-¿No te preocupa que el SSD pueda estar contaminando el material que recoges?
-El SSD no tiene ni para empezar con el precio que pagamos nosotros. Además, yo sé quién trabaja para ellos, y sé con qué alimentarlos. – Estaba aburrido de todo aquello, igual que unabogado que debe aconsejar legalmente a sus amigos los domingos-. Olvídalo, Charley Sloate (mi nombre de tapadera en el Departamento de Defensa). ¡Mira esa pelirroja!
Estábamos en el Balhaus Resi, en la esquina de Grafenstrasse, un lugar legendario con teléfonosen todas las mesas. Se puede llamar a una mujer en el extremo opuesto del salón marcando el número de su mesa. El proceso funcionaba igualmente bien a la inversa, y nuestro teléfono nodejaba de sonar. Había mujeres que querían hablar con Dix. Él hacía de ejecutivo, y cortaba cuando la mujer no hablaba inglés. Pero a aquellas que sí lo hablaban, les aguardaba el curso avanzado.
-Ángel -decía él-, levanta la mano para saber con quién estoy hablando.
Una rubia al otro lado del salón agitaba los dedos entre el humo.
-Eres fabulosa -decía él -. No me lo agradezcas. Es la verdad. – Mientras tanto, él no dejaba de tamborilear sobre la mesa-. Helga. Bonito nombre. Y dices que eres divorciada. Muy bien. ¿Podrías responderme a una pregunta, Helga?
-¿Sí?
-¿Te gustaría follar conmigo?
-¿No recibes muchas bofetadas? – le pregunté una vez.
-Sí -respondió-, pero también follo muchas veces.
Si Helga colgaba, él se encogía de hombros.
-Una gata reseca -decía.
-¿Y si hubiera dicho que sí?
-Le habría lubricado el conducto.
Las mujeres no siempre decían que no. Fijaba citas para más adelante. Algunas veces cumplíacon sus compromisos. Otras, su ánimo se tornaba amargo ante la sola idea de una mujer. Se ponía de pie y nos íbamos a otro club. En el Remdi's, en Kantstrasse, el imperativo categórico era conseguir una mesa junto a la pista y usar las cañas de pescar provistas por los camareros para levantar las prendas arrojadas por las chicas que hacían strip tease. ¡Un homenaje a ImmanuelKant! íbamos al Bathtub, en Nürnberger Strasse, un sótano donde tocaban jazz, luego al Kelch, en Prager Strasse. Allí había muchos hombres disfrazados de mujer. Eso no me gustaba, era algo que odiaba con todo el puritanismo que acechaba en mi sangre, pero Butler disfrutaba. Luego seguíamosla ronda. Él no dejaba de conversar con todo el mundo, le ponía la mano sobre la cadera a alguna muchacha, sacaba un pedazo de papel del bolsillo y se lo entregaba a un camarero, prestaba atención a lo que la encargada del guardarropa le susurraba al oído, anotaba rápidamente algo en la libreta y ostentosamente arrancaba la página para enviársela al barman. Al advertir cuan disgustadome sentía por su técnica, se echó a reír.
-Vuelve a leer en el manual sobre la propaganda negra -me dijo-. Ese barman trabaja para los alemanes del Este. Puro SSD. Quiero avergonzarlos.
Así eran las cosas. Una sola de esas noches me excitaba lo bastante como para enardecer mis fantasías durante un mes. Sin embargo, lo acompañaba en sus rondas varias veces por semana. Nunca antes me había sentido tan interiormente conmocionado. No sabía si estábamos en un sótano
o en un zoológico. La vida prometía precisamente porque se había tornado oscura e impregnada porel mal. Estábamos en Berlín Oeste, rodeados por ejércitos comunistas; podíamos vivir un día más, o un siglo, pero el vicio titilaba como las luces de un parque de atracciones. Una noche, un camarero de mediana edad me dijo:
-¿Usted cree que esto es algo, ahora?
Asentí.
-Pues le aseguro que no es nada -dijo.
-¿Había más actividad cuando estaban los nazis? – le pregunté impulsivamente.
El camarero me miró un largo rato.
-Sí -dijo -. Era mejor entonces.
Me quedé pensando en qué sentido sería mejor. En las mesas apartadas, la gente podría parecer deprimida, pero a nuestro alrededor todo era febril. La presencia física de Dix nunca era másirresistible que a la una de la madrugada en un club de Berlín. Sus rasgos, alegres y crueles, su pelo rubio, su estatura, su fuerza física, sus evidentes ansias lujuriosas de expoliación, debían de enviar su mensaje a esa otra época victoriosa cuando el sueño de un poder propio de los dioses,impregnado de magia pagana, vivía en la mente de muchos berlineses. Dix siempre tenía el aspecto de quien nunca ha estado en un lugar mejor en el momento apropiado.
Podría suponerse que con la cantidad de mujeres que se cruzaban por su camino yo habría cogido algo de las sobras, pero, como pronto descubrí, no estaba preparado para ello. Nunca había estado en tantas situaciones que revelaban el terror que sentía por las mujeres. Siempre había creído que era el secreto mejor guardado de mi vida. Hasta me las había ingeniado para ocultármelo a mí mismo. Ahora me veía obligado a reconocer que temía tanto a mujeres jóvenes que no parecían tener más de catorce años, como a mujeres de setenta notablemente bien conservadas, para no hablar del espectro intermedio. Saber que algunas de estas mujeres trabajadoras, divorciadas, solteras o casadas me deseaban, producía en mí el mismo pánico de mis primeros años en el colegio Buckley cuando no sabía pelear y pensaba que me harían daño. Ahora me parecía que el sexo era latransacción humana más cruel de todas: uno entregaba una gran parte de sí para recibir no se sabía qué. La mujer podía irse con las alhajas de uno. Las alhajas espirituales. Exagero mi temor en mi afán por explicarlo. Cuando una mujer se sentaba a mi lado durante una de esas noches, sentía el temor más abominable, aunque oculto. Era como si estuviese a punto de robarme parte del alma.Podía revelar secretos que me había confiado Dios. Era un sentimiento más devoto que el episcopalismo que me habían inculcado en St. Matthew's, referido a la verdadera fuerza de Cristo, el valor y la responsabilidad.
Por otra parte, aún me sentía competitivo con Dix Butler. No sé si era por las duchas frías de la escuela primaria, o por los tendones de las sinapsis familiares, lo cierto es que me enfurecía no poder competir con él en el campo de la conquista femenina. Deseaba ser capaz de jactarme de que podía ser un artista mejor que el señor Randy Huff en eso de hacer el amor, pero el sentido comúnde los Hubbard se interponía en mi camino. Una razón por la cual hasta ese entonces había conseguido evadirme de esos temores era que en mis años escolares siempre me había pasado el tiempo prestando atención a muchachas que por un motivo u otro no estaban disponibles. Esta luzirónica obligadamente se proyectaba sobre mi amor por Kittredge. Se había abierto una puerta trampa en mi calabozo.
No quería enfrentarme a la profundidad de ese problema; estropeaba la imagen que quería forjarme de mí mismo como un joven y equilibrado oficial de la CIA.
Sin embargo, debía adoptar una posición ante ese evidente rechazo hacia todas las mujeres que aparecían en mi camino. Podía contar el cuento de que quería mantenerme fiel a una chica que me esperaba en mi país, pero eso me expondría a las bromas de Dix Butler, de modo que le dije quetenía una enfermedad venérea.
-Gonorrea -murmuré.
-Estarás bien en una semana.
-Es algo resistente a la penicilina.
Se encogió de hombros.
-Cada vez que me pillaba una venérea, me ponía maligno -me dijo-. Me encantaba metérsela a las mujeres, con enfermedad y todo. – Me clavó con la mirada. Siempre que hablaba delo perverso que podía llegar a ser aparecía una luz extraordinaria en sus ojos. Nunca se veía más espléndido que entonces-. ¿Sabes? Esos eran los momentos en que buscaba bajarles las bragas a mujeres respetables. Me encantaba la idea de contagiarles mi infección. ¿Crees que estoy loco?
Era mi turno para encogerme de hombros.
-Lo atribuyo -dijo- al hecho de que mi madre nos abandonó, a mi padre, a mi hermano y a mí cuando yo tenía diez años. Mi padre era un borracho perdido. Solía darnos unas palizas terribles. Pero cuando nos hicimos mayores, nos gustaba contar con cuántas de sus putas nos acostábamos a sus espaldas. Yo aborrecía a esas putas porque nunca llegaron a ser, a pesar de todas las que conocí,una buena madre para mí. Quien más se ha aproximado a tomar el lugar de una madre para mí es el viejo rey Bill, allá en su pequeña colina en GIBRAL. Pero no le digas que te lo he dicho. Empezará a revisar mis viáticos, cosa que no quiero.
Dix mezclaba el placer con sus rondas oficiales y pasaba a la cuenta de la Compañía los gastos en los bares. Cuando se ofreció a incluir mis gastos también, me negué. Las reglas que él quebrantaba, yo no estaba preparado siquiera para torcerlas. Según la actitud de los oficiales más sobrios con quienes yo había trabajado en el Centro de la Ciudad, cualquier hombre sensato se daba cuenta de que cargar sin autorización gastos personales era un punto negativo si se incluía en el 201 de uno. Nuestra tarea era engañar al enemigo, no a nuestra propia gente.
Dix se comportaba, sin embargo, como si su posición fuese privilegiada. Demostraba mayor desprecio por la reglamentación que cualquier otro que yo hubiera conocido hasta ese momento. La noche que pasé en Washington con mi padre, le hablé de Dix, pero Cal no se mostró impresionado.
-Todos los meses sale de la Granja uno como él -acotó-. Unos pocos continúan. La mayoría termina quemándose.
-Es excepcional -le dije a mi padre.
-En ese caso, terminará dirigiendo alguna pequeña guerra en algún lugar -respondió Cal.
Dix interrumpió el recuerdo de esta conversación preguntándome:
-¿En qué piensas?
Yo no estaba preparado para confesar que mi mente estaba ocupada por el encargo de desenmascarar a KU/GUARDARROPA. Me limité a sonreír y a observar el Balhaus Resi. ¡Qué variedad de recursos humanos! Nunca había visto tanta gente con rostros tan raros. Por supuesto,ser berlinés no impedía que se tuviesen rastros oblicuos: la fisionomía colectiva tenía reminiscencias de los bordes afilados de las herramientas de un ebanista (para no hablar del brillo emprendedor que se asomaba en la mirada más opaca). Los miembros de la orquesta ubicada en un extremo del salón de baile bien podían haber sido los mismos que tocaron durante el incendio delReichstag, la muerte de Von Hindenburg, el ascenso y la caída de Adolf Hitler, los bombardeos aliados, la Ocupación, o el puente aéreo de Berlín, y todo ello sin haber cambiado nunca de expresión. Eran músicos. En diez minutos habría terminado su número y podrían fumar o ir allavabo. Eso era más significativo que la historia. Ahora terminaron con las canciones estadounidenses de éxito, como Doggie in the window, Mister Sandman y Rock around the dock, que finalmente logró espantar de la pista hasta a los burgueses más libidinosos (yo creía que sólo los alemanes prósperos, de cuello duro, podían entregarse al vicio con la dignidad reservada parauna actividad seria), y atacaron un enérgico vals en el que prevalecía la tuba. Esto barrió con el joven elemento criminal extravagantemente vestido, que regresó a sus mesas, e igualmente con las mujeres más jóvenes con sus pelucas rosadas y púrpuras.
El teléfono de nuestra mesa empezó a sonar. Una muchacha estadounidense en el extremo opuesto del salón quería hablar con Dix. Había marcado su número creyendo que era alemán.
-Hola, tesoro -dijo él-. Te has equivocado. Soy americano, pero está bien. Aun así podemos acostarnos.
-Voy para allá. Quiero comprobar qué clase de imbécil habla de esa manera.
Era alta y rubia, de rasgos también grandes y cuerpo largo y esbelto. No había ningún patrón, por grosero que fuera, según el cual ella podría haberse apareado con él en un plano de igualdad(¿estarían dictando mis pensamientos las sombras de la vida nocturna nazi?). Se llamaba Susan, Susan Blaylock Pierce, se había educado en Wellesley y trabajaba en el consulado estadounidense. Además de la empresa importadora de cerveza, Dix también podía aducir que trabajaba para el Departamento de Estado, pero cuando escogió hablar de su trabajo en este último, bastaron cinco minutos para que Susan Pierce se percatase de la mentira.
-Bien, Randy Huff, o como te llames, te diré que la gente del Consulado debe de estar harta de ver tu escritorio vacío.
-No soy más que un pobre empleado, ama -dijo él.
Me di cuenta de que la había escogido para esa noche. Ella tenía una risa de caballo. Se puso a defender tozudamente las ventajas de la montura inglesa respecto de la de los vaqueros estadounidenses.
-¿Quién quiere ver a un palurdo desplomado sobre un caballo?
-Algunos necesitan un animal para trabajar y no para exhibir el culo, señora.
-Tú deberías haber sido un pequeño ogro lleno de verrugas -dijo ella.
A él le encantó eso. Los indicios de posición y rango social sonaban en su mente como una caja registradora. Oí el sonido de la campanilla por Wellesley y por Susan Blaylock Pierce.
El siguiente gambito de Dix me sorprendió.
-¿Te gustaría oír una larga historia acerca de mí? – preguntó.
-No.
-Señora, afloje un poco las riendas. Es un historia especial.
-De acuerdo, pero que no sea demasiado larga.
-Cuando yo tenía quince años -comenzó Dix-, estaba en excelente estado físico. Mentí acerca de mi edad para participar en un torneo de boxeo en Houston, y fui el vencedor de mi categoría. Casi no bebía. Corría diez kilómetros por día. Hacía flexiones con un solo brazo, con ambos brazos, de piernas. Cualquier proeza que quieras nombrarme, Susan, yo la hacía. Durante elsegundo año de instituto podría haber sido presidente de mi curso, si hubiese pertenecido a la extracción social adecuada. Pero era feliz. Salía con una rubia de quince años, de ojos azules y tetas incipientes. – Susan Pierce manifestó su desagrado al oír esto-. No te ofendas -dijo él-. Eran unas tetas inocentes. Ni siquiera sabían para qué estaban. Yo amaba a esa muchacha, Cora Lee, y ella me amaba a mí. Era hermoso.
Bebió un sorbo de su copa.
-Una noche interrumpí mi sesión de entrenamiento para llevar a Cora Lee a nuestro gran salónde baile, Laney's, y exhibirla allí. Era la más bonita de todas. Laney's siempre estaba lleno de gentuza. Un lugar inmundo. Dejar sola a tu chica era como poner un pedazo de carne en un plato y pedirle a un perro que no lo mirara. Pero a mí no me importaba tener una pelea, y quería bebercerveza. Hacía un mes que no lo hacía. Por el entrenamiento. De modo que tenía sed. Dejé a Cora Lee en un banco y le dije: «Querida, no dejes que ningún hombre se siente a tu lado. Si se ponen pesados, diles que se cuiden de Randy Huff». La dejé y fui al bar a comprar dos latas de cerveza. Estaban heladas. Duras como rocas. Las llevé de vuelta, deseoso de sentarme al lado de ella y sentirsu dulce muslo acariciando el mío mientras sorbía el primer trago de cerveza. ¿Qué vi entonces? Un tío la estaba abrazando. Cora Lee me miraba, aterrorizada.
»Era enorme. Yo era grande, pero ese chaval era enorme. No me sentí desmoralizado,entendedme. Estaba seguro de mí mismo. De modo que dije: "Amigo, no sé si te habrás dado cuenta, pero tienes el brazo alrededor de mi chica." "Bien -dijo él-, ¿qué piensas hacer al respecto?" Sonreí. Con una sonrisa de campesino, como si lo único que me quedara por hacer fuese largarme de allí. Entonces, le pegué en la cara con la lata de cerveza. Yo de pie, él sentado. Lepegué con el brazo derecho con que practicaba mis flexiones. La base de la lata de cerveza formó un círculo que iba desde la base de las ventanas de la nariz hasta la mitad de la frente. Le rompí la nariz y le corté las dos cejas. Parecía un cruce entre murciélago y cerdo.
Nos quedamos en silencio ante este recuerdo rememorado con tranquilidad.
-¿Cómo creen que reaccionó el tío? – preguntó Butler.
-¿Cómo? – preguntó Susan.
-Se quedó sentado. No parpadeó ni se movió. Sonreía. Luego dijo: «¿Quieres jugar?Juguemos». ¿Qué creen que dije yo?
-No lo sé -respondió ella-. Dónelo.
-Le dije: «Amigo, ya puedes quedarte con ella. Te la regalo».
Y eché a correr. – Una larga pausa-. Eché a correr, y desde entonces, no paro.
Susan Pierce se echó a reír.
-Dios mío -dijo. Luego le dio un beso en la mejilla-. Eres un encanto. Eres tonto, pero me gustas.
En el rostro de Susan apareció la lujuria de quien se siente propietario.
Después de algunos minutos se hizo obvio que todo cuanto podía hacer yo era decir buenas noches. Mientras me encaminaba hacia mi lecho no logré encontrar explicación de por qué a Susan le había gustado tanto la historia. Sin embargo, a mí me impresionó el que él hubiera contado la misma historia a un grupo de compañeros en la Granja, aunque con un final totalmente diferente. Entonces no había huido. Se había quedado para recibir la paliza más grande de su vida de parte de aquel enorme chaval. Después le había hecho el amor a Cora Lee todo el verano.
Me sentía deprimido. Durante mis años en la universidad había salido con chicas como Susan Pierce a beber cerveza. Nada más. Ahora él iba a seducirla la primera noche. ¿Era porque estábamos en Berlín? Yo no creía que en Estados Unidos las muchachas como Susan Pierce se acostaran la primera noche. Con este pensamiento, me quedé dormido.
Hice lo posible por aplacar mi pánico. Antes de que yo saliese para Berlín, Hugh Montague había conseguido pasar mi criptónimo por las tres transformaciones mágicas. Mientras yo eratrasladado al curso intensivo de alemán, él lograba hacer desaparecer del Nido de Serpientes todos los papeles que revelaban la presencia de Herrick Hubbard en él. Mi 201 me ubicaba ahora en Servicios Técnicos durante ese período, y Servicios Técnicos estaba impregnado de seguridad. Mi pasado inmediato había sido eficazmente lavado.
Harlot me entregó todo esto como regalo de despedida. Ahora nada me parecía sólido. Padecía de la peor forma de paranoia para un hombre de mi profesión: sospechaba de mi protector. ¿Por qué había elegido Montague un sendero con tantas circunvoluciones? ¿De qué demonios estabahuyendo yo? El hecho de no haber proporcionado una solución para un caso imposible en el Departamento de Documentos podría haber causado la inclusión de una carta desagradable del jefe de base de Berlín en mi 201, lo que no habría beneficiado mi carrera. ¿Podía compararse eso al daño que produciría ahora el descubrimiento de la verdad? Harlot estaba en situación de aguantar un temporal (había mucho lugar en la carpeta de sus logros) pero yo viviría dentro de una mortaja profesional, si es que no se me obligaba a renunciar. Me vestí y tomé el U-Bahn hasta el Departamento de Defensa. Allí tenía acceso a un teléfono seguro. A esa hora el Departamento deDefensa estaba desierto a mi alrededor. Hice una llamada al teléfono que Harlot estaba autorizado a tener en su casa de Georgetown. Era medianoche en Washington. En medio de ese despacho vacío, oí el sonido de su voz, transmitida electrónicamente y reconstituida, lo que proporcionaba a sus palabras un timbre hueco, como si fuesen pronunciadas a través de un tubo. Rápidamente le expliqué mi nueva posición. La tranquilidad que me transmitió fue inmediata.
-Eres tú, querido muchacho, quien sostiene las riendas, no el rey William. Resulta divertido que te pongan a seguir tu propio rastro. Ojalá me hubiera pasado eso cuando tenía tu edad. Es algoque utilizarás en tus memorias, suponiendo que alguna vez se nos permita escribirlas.
-Hugh, no quiero estar en desacuerdo, pero Harvey ha empezado a preguntarme qué hice durante esas cuatro semanas en los Servicios Técnicos.
-La respuesta es que no hiciste nada. Es una historia muy triste. No te apartes de ella. Nunca tedieron un destino. Nunca conociste a nadie, excepto la secretaria que custodia la primera sala de espera. Pobre muchacho, sentado en el borde de la silla, aguardando que le asignen un destino. Muchos de nuestros mejores candidatos mueren de esa manera en Servicios Especiales. Di… – Hizo una pausa-. Di que pasabas el tiempo en la sala de lectura de la Biblioteca del Congreso.
-¿Qué hacía allí?
-Cualquier cosa. Especifica algo. Di que leías a Lautréamont, preparándote para acceder a Joyce. Harvey no irá más allá de eso. No le interesa recordar cuan desprovisto de cultura está. Podrá abusar de ti un poco, pero en su corazón sabe que personas como Harry Hubbard hacen cosasdesacostumbradas, como leer a Lautréamont mientras esperan un destino en Servicios Especiales.
-Sucede que Dix Butler sabe que yo estuve en el Nido de Serpientes.
-Quienquiera sea el tal Dix Butler, dale la impresión de que el Nido de Serpientes era tu tapadera. No se lo digas. Haz que él mismo llegue a esa conclusión. Pero te aseguro que te estáspreocupando innecesariamente. Harvey está demasiado ocupado como para rastrear tus actividades hasta el fondo. Simplemente, dale una nueva información cada semana apara indicarle que progresas en la búsqueda de GUARDARROPA.
Tosió. Fue como un ladrido en el centro del teléfono.
-Harry -dijo-. Hay dos elecciones en la Compañía. Te afliges hasta morir, o prefieres disfrutar de un poco de incertidumbre.
Parecía a punto de colgar.
Debo de haber inscrito una nota áspera en el empíreo de su tranquilidad, pues a continuación dijo:
-¿Recuerdas nuestra conversación sobre VQ/CATÉTER?
-Sí, señor.
-Ese proyecto es lo más importante del mundo para Harvey. Si empieza a presionarte conGUARDARROPA, oblígalo a ocuparse de CATÉTER.
-Se supone que yo no sé nada sobre CATÉTER, excepto que es un criptónimo.
-Bill Harvey es un paranoico de grueso calibre. Este tipo de personas piensan por asociación. Habíale del túnel Holland, o del doctor William Harvey. Bill debe de saber que su noble tocayo descubrió la circulación de la sangre en 1620, pero si por casualidad nuestro jefe de base no conoceal gran Harvey (nunca esperes demasiado de un hombre del FBI y nunca te decepcionarás), haz que piense en los canales circulatorios. En las arterias. Al poco tiempo su pensamiento volverá a centrarse en el túnel. Te aseguro, Harry, que Bill Harvey está convencido de que un día dirigirá laCompañía, y VQ/CATÉTER es su billete de ida a la Dirección. No llegará, por supuesto. Seautodestruirá antes. Su paranoia es demasiado rica en octanos. De modo que limítate a desviar su atención.
-Bien, gracias, Hugh.
-No tengas lástima de ti mismo. Si te ves obligado a correr ciertos riesgos antes de estar preparado, mucho mejor. Serás el doble de bueno en tu próximo trabajo.
Logré pasar ese día. Envié un cable a la sección de Berlín Oeste en Washington, notificándoles que el jefe de base quería rastrear el criptónimo de KU/GUARDARROPA hasta el Control deArchivo-Puente. Por primera vez me pregunté si Control era una persona, una oficina o una máquina. Luego llamé a Dix Butler y arreglé para salir con él esa noche. Tan pronto como nos encontramos, me contó acerca de Susan Pierce.
-Era un caso seguro -me dijo -. Me imaginé que le gustaría mi pequeña historia.
-¿Por eso se la contaste?
-Por supuesto.
-¿En realidad fue así? En la Granja nos contaste otra versión.
-No trates de comprenderlo. Yo varío la anécdota de acuerdo con la ocasión.
-¿Por qué? ¿Se trata de la psicología femenina?
-Tu polla tiene dieciséis años. – Me apretó el antebrazo con dos dedos-. Hubbard, admítelo. No tienes gonorrea.
-Podría tenerla.
-¿Y si te llevo al lavabo para un examen?
-No iría.
Se echó a reír.
-Quería acostarme con Susan Pierce. Pero tuve que reconocer que mi aproximación inicial era equivocada. Me estaba presentando como demasiado seguro de mí mismo. Con muchachas como ella es imposible conseguir nada a menos que puedan sentirse superiores. De modo que hice quesintiese lástima por mí.
-¿Cómo sabías que no se disgustaría?
-Porque es arrogante. La vergüenza es una emoción que no quiere experimentar jamás. Prefiere la compasión. Del mismo modo que si le temes a la ceguera, desarrollarás algúnsentimiento hacia los ciegos.
Yo tenía una pregunta más íntima que hacer. «¿Qué tal era en la cama?» Pero la mano inhibitoria de St. Matthew's me oprimió la garganta. El costo de verse a uno mismo comoadecuadamente decente es que esas preguntas no están permitidas. Aun así, esperaba su relato. Algunas noches, después de oír algunos detalles sexuales que él me proporcionaba, regresaba a mi apartamento mientras él se dirigía a otra cita. Entonces yo no podía dormir. Sentía mis ijadas colmadas por sus relatos.
Esa noche Dix no dijo nada más sobre Susan. ¿Era porque se sentía más cerca de ella o porque la experiencia había sido insatisfactoria? Yo estaba descubriendo en qué buen agente de Inteligencia me estaba convirtiendo: la curiosidad pesaba en mis intestinos como comida indigesta.
Aun así, Dix omitió cualquier revelación. Esa noche estaba en un estado excepcional de tensión. Más de una vez repitió:
-Necesito acción, Herrick.
Raras veces me llamaba por mi primer nombre, pero cuando lo hacía, las ironías no carecían deatracción. Yo no sabía explicarle que un antiguo apellido adquiría nuevo vigor cuando uno lo recibía como primer nombre, y podía resultar hasta fortalecedor cuando se firmaba con él. De modo que no dije nada. Si bien jamás habría soportado que me apretase los labios como a Rosen, podríahaber algún otro precio que pagar. Esa noche no bebía cerveza, sino bourbon.
-Te voy a poner al corriente sobre mí, Hubbard -me dijo -, pero no te chives o te arrepentirás. Y mucho.
-Si no confías en mí -le dije- no me cuentes nada.
Se mostró dócil.
-Tienes razón. – Extendió la mano para apretar la mía. Una vez más me sentía como si estuviese sentado junto a un animal cuyo código de comportamiento no se basara, de maneraequilibrada, en sus instintos-. Sí -dijo-, pagué un precio por huir de ese tipo al que golpeé con la lata de cerveza. Pagué, y volví a pagar. Me despertaba de noche, sudando. Avergonzado. No hay paliza tan mala como las profundidades en que uno se hunde en el nadir de la vergüenza.
Usó la palabra como si se tratase de una adquisición reciente. Yo casi esperaba que agregara:«He aprendido la resonancia de la sorpresa verbal».
-Me sentía tan mal por dentro -dijo, en cambio-, que empecé a enfrentarme a mi padre, el hombre a quien siempre había temido.
Asentí.
-No era un hombre grande -continuó-. Era ciego de un ojo debido a una antigua riña, y tenía una pierna mala. Pero nadie podía vencerlo. No lo permitía. Era un viejo perro malo. Usaba un bate de béisbol o una pala. Cualquier cosa. Una noche empezó a insultarme, y lo derribé de ungolpe. Luego lo até a una silla, le robé la escopeta y una caja de municiones, metí todas mis pertenencias en una maleta de cartón, y me fui. Sabía que apenas se soltase, me buscaría con la escopeta. Le robé el coche. Sabía que no me delataría a la Policía. Sólo esperaría a que regresase.
«Bien, Herrick, inicié una vida de delincuencia. Con quince años y medio de edad, aprendí más en un año que la mayoría de la gente en toda la vida. Estábamos en guerra. Los soldados, lejos de casa. De modo que me convertí en lo que las mujeres deseaban. Aparentaba diecinueve años, y eso me ayudaba. Iba a una ciudad por la mañana, y la recorría en el coche hasta que escogía la tienda para robar. Luego elegía el bar adecuado. Me quedaba bebiendo con los borrachos hasta que encontraba a la muchacha o mujer conveniente, según mi estado de ánimo. ¿Quería aprender de alguna persona experimentada y hambrienta, o buscaba enseñarle a alguna más joven el arte de lalujuria? Dependía del día. Algunas veces se cogía lo que había, pero puedo decir que dejé un buen número de mujeres satisfechas en Arkansas, Illinois y Missouri. Era malvado y dulce, una combinación imposible de superar.
»No podía disfrutar más de la vida. Elegía a la mujer, o a la muchacha, aparcaba el coche en unacalle lateral, le pedía a la dama que me esperase mientras visitaba a un amigo para pedirle un poco de dinero, daba vuelta la esquina, me metía en el primer coche descapotable que encontraba, lo hacía arrancar puenteando los cables, me dirigía a la tienda seleccionada con una mediacubriéndome la cara, y a punta de pistola obligaba al propietario a vaciar la caja registradora. La mejor hora eran las dos de la tarde. Entonces no había clientes y la caja registradora estaba llena con las ventas del mediodía. En un minuto volvía al coche robado, me quitaba la máscara, y dos minutos después depositaba el coche a una manzana del mío. En este punto regresaba al coche de mi padre,me subía a él y le decía a mi nueva amiguita: "Ya tenemos dinero, tesoro". En ocasiones, cuando abandonábamos la ciudad, oíamos las sirenas que sonaban por el distrito comercial. "¿Qué es eso?", preguntaba ella. "No tengo idea", respondía yo. Antes de alejarme unos quince kilómetros elegía unmotel y allí me quedaba con la hembra durante veinticuatro horas o el tiempo que ella tuviera disponible. Seis horas, o cuarenta y ocho. Comíamos, bebíamos y fornicábamos. Esos robos eran como inyecciones de semen. Uno arrebata lo positivo de la gente cuando la atraca.
«Nunca intenté ahorrar nada de ese dinero. Una vez tuve tanta suerte que robé ochocientosdólares de una sola caja registradora. Como no había manera de gastar tanto dinero en bebida y una muchacha, me compré un Chevy usado y le envié un telegrama a mi padre: "Tu coche está aparcado frente al 280 de la calle Treinta Norte de Russelville, Arkansas. Llaves debajo del asiento. No me busques. Me voy a México". Me reí como un pájaro bobo mientras escribía ese telegrama. Podía ver a mi viejo buscándome con su pierna coja por Matamoros y Veracruz, en los peores bares. Tenía un diente como un colmillo roto.
Continuó con las historias. Un robo tras otro, una muchacha tras otra, descrita para mí.
-No quiero que empeore tu gonorrea, Hubbard, en tus pobres y detumescentes huevos jóvenes, pero la jaulita de esta dama…
Y seguía. Yo sabía todo acerca de la anatomía femenina, excepto cómo imaginármela tal cualera en realidad. Una gruta de espirales y meandros brillaba oscuramente en mi imaginación.
Luego su vida cambió. Se quedó en St. Louis durante unos meses, viviendo con un par de muchachos que acababa de conocer. Montaban juergas, y se intercambiaban las novias. Yo no podía creer su indiferencia hacia cuestiones de posesión.
-Solíamos turnarnos, metiéndoles la polla a través de un agujero abierto en las sábanas. Luego las muchachas exhibían una muestra de técnica oral. Había que adivinar cuál de ellas era la que chupaba. No resultaba nada fácil. Las chavalas eran increíbles para cambiar de estilo. Y lo hacían sólo para confundirnos.
-¿Y no te importaba que tu chica le hiciera esas cosas a otro tío? – le pregunté.
-¿Esas chavalas? Material incidental. Yo y mis compañeros hacíamos trabajos juntos. Robamos en una media docena de casas entre los tres. Te diré que no hay nada como robar en unacasa. Es mejor que robar una tienda. Produce sensaciones muy extrañas. Barre con cualquier hábito sedentario que uno pueda tener. Por ejemplo, a uno de aquellos tíos le gustaba dejar una buena cagada en el centro de la alfombra del dormitorio principal. Y yo entendía por qué, Herrick. Si alguna vez entraras en una casa en mitad de la noche también lo sabrías. Te da una impresión de inmensidad. Tomas conciencia de todos los pensamientos que han pasado por esas paredes.
Bien podrías ser un miembro de la familia. Yo y mis compañeros teníamos un lazo que era más fuerte que el que pudiéramos tener con cualquier novia. – Me miró fijamente a los ojos, y me vi obligado a asentir-. No debes decir nada de esto, ¿me has oído?
Volví a asentir.
-Si la gente te pregunta acerca de mí, les dices que estuve tres años en los Marines. Es verdad.En cierto sentido.
-¿Por qué?
-¿Por qué? – Me miró como si yo hubiese dicho una impertinencia-. Porque debes saber cuándo cambiar de rumbo. Hubbard, en el futuro no dejes de mirar por dónde voy. Puede que hablemucho, pero también hago mucho. A veces los que se jactan más son los que hacen más. Están obligados a ello, de lo contrario parecerían tontos. Sé que en la Compañía tendré enemigos hasta aquí -dijo, llevando la mano a la altura de la frente-, pero yo prevaleceré. ¿Entiendes por qué?Porque me entrego por entero a una empresa. Pero también porque sé cómo cambiar de rumbo.Éstas son cualidades contradictorias pero esenciales. El Señor las concede sólo a unos pocos.
»Todas las semanas -prosiguió, sin transición- nos detenía la Policía. No tenían nada contra nosotros, pero no hacían más que ponernos en la fila de sospechosos como carne de cañón. Estar enla fila de sospechosos no es un picnic. La gente que trata de recordar quién los atracó en la esquinade su propia casa a menudo está histérica. Puede señalarte por error. Ése era un factor. El otro era mi sexto sentido. Acababa de terminar la guerra. Momento de cambiar de rumbo. De modo que unanoche me emborraché y a la mañana siguiente me alisté en los Marines. Estuve allí tres años. Te contaré eso algún día. El resto es historia. Salí, fui a la universidad de Texas con una Beca al Soldado Americano, jugué como linebaker entre 1949 y 1952, gracias a lo cual pude evitar que me enviaran como reservista a Corea, de donde podría haber regresado como héroe dentro de un ataúd(así son las cosas). Tenía la mirada puesta en el fútbol profesional. Terminé la universidad y empecé a jugar en los Washington Redskins, pero me rompí la rodilla. Entonces seguí el consejo de Bill Harvey e ingresé en la CIA con mis pares: tú y el resto de la élite intelectual.
-¿Fue entonces cuando conociste a Bill Harvey?
-Más o menos. A él le gustaba mi estilo de juego en los equipos especiales. Recibí una carta suya cuando todavía estaba con los Redskins. Almorzamos juntos. Podríamos decir que él me reclutó. – De repente, Butler me bostezó en la cara-. Hubbard, estoy hablando demasiado. Tengoseca la lengua.
Recorrió el salón con la mirada. Su desasosiego contrastaba con mi tranquilidad. Hizo una seña al camarero, y fuimos a otro bar. Las noches siempre terminaban sin incidentes, hecho que atribuyoa la prudente sabiduría de los alemanes. Sabían cuándo dejarlo solo. Para mí, la noche se hacía interminable. No podía sustraerme a la idea de que la búsqueda de KU/GUARDARROPA iba a estar conmigo en cada borrachera y resaca durante algún tiempo.
acceder al siguiente cambio de criptónimo, o ejercer presión sobre el Control de Archivo-Puente. Harvey me dijo que esperase. Tres días después pude informarle que estábamos en Corea del Sur, gracias a la atención de DN/FRAGMENTO.
-Eso nos demorará un par de semanas -dijo él.
-Puedo pegarle duro al Archivo-Puente -sugerí.
Yo ya empezaba a esperar una reacción contraria a cada movimiento que le proponía.
-No -replicó él -. Quiero meditar acerca de esto por un tiempo. Inicia una petición deinvestigación acerca de DN/FRAGMENTO. Con todo lo que tenemos que hacer, las dos semanas transcurrirán sin que nos demos cuenta.
Era verdad. Había mucho que hacer. Si durante las dos primeras semanas mi papel de edecán de William el Rey Harvey se había limitado a esperarlo hasta que subiera a NEGRITO-I (nuestroCadillac blindado), el trabajo pronto se expandió. Debía estar listo para tomar notas, ser portador de desafortunadas órdenes del jefe de oficina en oficina y monitor del producto de las papeleras de significativos cuartos de hotel de ambos Berlinés, entregado por camareras o dependientes.También actuaba como contable secreto de nuestros desembolsos para gastos de operaciones especiales y de otras facturas que me pasaban los oficiales de situación bajo sus nombres en código. No es mi deseo sugerir que no me enteraba de nada. Tenía poco que hacer con una gran cantidad de cosas, pero por lo general no podía dar un informe completo de lo que hacía. Había que reconocerque teníamos en funcionamiento una fábrica de gran tamaño repartida en cuatrocientos treinta y cinco kilómetros cuadrados de Berlín Oeste y Este; cualquier información que nos llegase lo hacía como materia prima, nuestras tiendas de Inteligencia la procesaban, y el producto final era enviadomediante cables y correo diplomático al cuartel general junto al Estanque de los Reflejos y otras dependencias pertinentes en Washington. Igual que el secretario del superintendente, yo podía jactarme de tener un escritorio cerca del jefe. Pero estaba muy lejos de ser una bendición. Harvey trabajaba más que nadie que yo hubiera conocido. Como Harlot, consideraba el sueño una interrupción de la actividad seria. A diario revisaba los cientos de manifiestos de carga ingresados el día anterior en el aeropuerto de Schönefeld, y como casi no leía alemán, se necesitaban los servicios de dos traductores que trabajaban la noche entera en BOLLOS enumerando manzanas y fusiles.Harvey entendía los vuelos, la hora y el lugar de salida y llegada, y la cantidad del producto; sabía cómo se decía en alemán cajones y cajas, recipientes y cargamentos fuera de categoría; conocía el vocabulario de kilogramos y metros cúbicos. Hasta allí llegaban sus conocimientos lingüísticos. Como no estaba en condiciones de reconocer los nombres de la variedad de armas y productosdiferentes que entraban en Berlín Este desde Moscú, Leningrado, Ucrania, Checoslovaquia, Rumanía, Hungría, etcétera, había ordenado a sus traductores que asignaran un número a cada clase de artículo. Como había de todo, desde manzanas a fusiles, y existían diez variedades de manzanasy varios cientos de clases de armas pequeñas, Harvey había compilado un código de bolsillo de varios miles de números. En lugar de un diccionario, tenía un libro negro privado que contenía todos los números, pero no lo consultaba demasiado a menudo. Se sabía los números de memoria. Mientras viajábamos en el NEGRITO, él sostenía la copa de martini con una mano mientras con laotra seguía, con la ayuda de uno de sus dedos cortos y regordetes, un manifiesto de carga en el cual el traductor había puesto los números requeridos. Algunas veces, cuando quería tomar notas, dejaba la copa de martini en su soporte o, lo que era peor, me la pasaba a mí, y con su bolígrafo con colores codificados subrayaba los artículos en rojo, azul, amarillo o verde, de manera que en lasegunda lectura de las páginas las relaciones entre las distintas fuerzas soviéticas estacionadas en Berlín empezaban a hablarle. Por lo menos, eso es lo que yo supongo. Nunca me explicó nada, pero canturreaba del modo en que lo hace un aficionado a las carreras de caballos mientras lee las páginas de las carreras. Su canturreo sonaba a mis oídos como el chisporroteo de una sartén.
-Veintiséis ochenta y uno, eso debe de ser alguna clase de Kalashnikov, pero me cercioraré. – Me ponía el martini en la mano, sacaba el librito negro-. Maldición, es un Skoda, no un Kally. Debería saber que 2681 corresponde a la ametralladora Skoda serie C, modelo IV. ¿No la habían dejado de fabricar? – Alzaba la vista-. Hubbard, anota esto. – Mientras yo buscaba mi libreta y mi estilográfica con la mano libre, él volvía a coger la copa, la vaciaba, la ponía en el soporte, y comenzaba a dictar-. Los soviéticos han archivado la anticuada Skoda serie C, modelo IV, o han vuelto a usar el modelo IV. Opción tres, están preparando una travesura. Lo último es lo más probable. Sólo noventa y seis Skodas en el embarque. – Se servía otro martini-. Ponerlo en el Cuarto del Útero -decía.
Se trataba de un enorme armario del tamaño de una celda junto a su despacho en GIBRAL, conlos costados cubiertos de corcho, de manera que hacía las veces de una pizarra con cuatro costados. Allí sujetaba con una chincheta todas sus preguntas sin respuesta. Algunas veces concluía una jornada de dieciséis horas de trabajo mirando esa caverna de corcho y meditando acerca de sus enigmas.
Mi día, entonces, transcurría según ciertos parámetros. Tenía un escritorio junto al despacho del señor Harvey en GIBRAL, BOZO y el Centro de la Ciudad, y viajaba con él. Cuando lograba intuir que estaba a punto de partir, juntaba todos los papeles en los que estaba trabajando, los metía en mi«lacayo» (así es como le gustaba llamar a mi maletín) y corría por el pasillo detrás de él. Nos subíamos al NEGRITO, un verdadero arsenal en el que viajaban el conductor, el guardaespaldas con su metralleta, yo con la mía, y el jefe. Cuando no estaba hablando por el radio-teléfono o extrayendo la esencia de una pila de papeles, contaba historias.
Una vez me atreví a comentar que todos los jefes que había conocido en la Compañía contaban historias. Mi vasta experiencia se limitaba al señor Dulles, mi padre, Harlot y Dix, pero el señor Harvey no exigió que justificara mi afirmación. Se contentó con responder:
-Es algo biológicamente adaptable.
-¿Me lo puede explicar, jefe?
Ya no usaba el «señor».
-Bien, el trabajo asignado a los muchachos en este Ejército es antinatural. A un joven potrillole gusta saber lo que está pasando. Pero no es posible informarlo de todo. Se necesitan veinte años para formar a un operario de Inteligencia confiable. Veinte años en los Estados Unidos, donde creemos que todo el mundo, desde Cristo (el primer estadounidense) hasta el repartidor de diarios,es confiable. En Rusia o Alemania bastan veinte minutos para enseñarle a un nuevo operario que no debe confiar en nada. Por eso estamos en desventaja con respecto al KGB. Por eso debemos dar un código al papel higiénico. Debemos recordar todo el tiempo que hay que mantener la mierda bajo control. Pero no es posible poner demasiados límites a la mente inquisitiva. Por eso contamoshistorias. Es la manera de transmitir algo importante en una forma aceptable.
-¿Aunque las historias sean indiscretas?
-Has puesto el dedo en la llaga. Todos tenemos la tendencia a hablar demasiado. Yo tenía unpariente que era alcohólico. Dejó la bebida. No volvió a tocarla. Excepto una o dos veces al año, cuando se emborrachaba como una cuba. Era biológicamente adaptable. Probablemente le habría pasado algo peor de no quebrar así la sobriedad. Quiero creer que en la Compañía es bueno que de tanto en tanto se filtre un secreto cuando se bebe entre amigos.
-¿Lo dice en serio?
-¡Ahora que lo pienso, no! Pero vivimos en dos sistemas. Inteligencia y biología. La inteligencia no nos permitiría decir nada sin autorización. La biología soporta la presión. – Asintió, confirmando sus propias palabras -. Desde luego, hay variaciones discernibles en nuestra planamayor. Angleton es un superostra. Lo mismo que Helms. El director Dulles habla un poquito de más. Hugh Montague, demasiado.
-¿Cómo se clasificaría a usted mismo, señor?
-Como ostra. Trescientos cincuenta días al año. Canario durante dos semanas, en el verano.
Me guiñó un ojo.
Me pregunté si no sería un preludio para informarme acerca de VQ/CATÉTER. Ahora creo que le costaba vivir junto a mí el día entero sin poder jactarse de su gran logro. Además, yo necesitaba saber. Mi presencia dificultaba las conversaciones referidas a CATÉTER que se mantenían por el radio-teléfono del coche. De modo que llegó el día en que se me dio una acreditación y un nuevo criptónimo, VQ/BOZO Ill-a, el cual me clasificaba como asistente del mismísimo BOZO.
Se necesitó una semana más para llegar al túnel. Como yo imaginaba, Harvey hacía sus visitas de noche, muchas veces con celebridades militares que nos visitaban, como generales de cuatro estrellas, almirantes, miembros de la Jefatura Conjunta. Harvey no se molestaba en reprimir su orgullo. No veía tanto placer en un logro desde que en 1939, cuando tenía yo seis años, mi padre mepresentó a William Woodward, padre, cuya cuadra había ganado el derby de Kentucky con Omaha en 1935. Cuatro años después, el señor Woodward seguía resplandeciendo cada vez que se mencionaba el nombre de Omaha.
A su vez, Harvey no iba a rebajar la hermosura de su operación. Una noche en que yo viajabacon mi metralleta en el asiento delantero del NEGRITO, le oí describirla por primera vez. En el asiento trasero llevábamos a un general de tres estrellas (quien, según entendí, estaba haciendo una gira de inspección de las instalaciones de la OTAN para la Jefatura Conjunta) y el señor Harveyinterrumpió el viaje en una calle lateral de Steglitz. Entramos en un parking, cambiamos el Cadillac por un Mercedes también blindado y reanudamos el viaje, esta vez con Harvey al volante. El conductor con su fusil, yo y el general nos ubicamos atrás. «Indícame las vueltas», ordenó Harvey al conductor, que empezó a dar direcciones. Avanzamos rápidamente por las afueras de Berlín,desviándonos de tanto en tanto por calles laterales para asegurarnos de que nadie nos siguiera. Recorrimos veinte kilómetros, pasando dos veces por Britz y Johannisthal antes de llegar a Rudow y el campo abierto.
Entretanto, Bill Harvey le contaba al general los problemas a los que tuvo que enfrentarse durante la construcción del túnel. Transmitía su monólogo por encima del hombro. Yo tenía la esperanza de que el general tuviera buen oído, ya que, por muy familiarizado que estuviese con la voz de Harvey, apenas si podía entender sus palabras. El general se las arreglaba para compartirconmigo el asiento sin dar ninguna muestra de que advertía mi presencia, de modo que pronto empecé a disfrutar con sus dificultades de audición. Reaccionó apoderándose de la coctelera llena de martini.
-Se trata, que yo sepa, de un túnel único, aunque tiene un hermano construido en el campo de pruebas de misiles de White Sands, en Nuevo México, cuya extensión es de ciento treinta y cinco metros, mientras que la del nuestro es de cuatrocientos cincuenta. También se parecen en el hecho de que el suelo es arenoso en ambos casos, el de allá y el que debimos enfrentarnos aquí, enAltglienicke. Como dijeron nuestros ingenieros de suelo, el verdadero problema era el terreno blando. Cavábamos el túnel, poniendo un aro de acero tras otro para sostenerlo en todo el trayecto, pero ¿qué pasaba si las perturbaciones del terreno producían una pequeña depresión en lasuperficie? En una fotografía podría aparecer como una arruga. No es posible tener un fenómeno no explicado ante los reconocimientos aéreos soviéticos. No cuando estamos construyendo un túnel hacia Berlín Este.
-En Jefatura Conjunta estábamos muy preocupados -dijo el general.
-Lo imagino -replicó Harvey-, pero ¡qué diablos! nos arriesgamos, ¿verdad, general Parker?
-Técnicamente hablando, es una acción de guerra -dijo el general- penetrar en el territorio de otra nación ya sea por aire, mar o tierra. En este caso, bajo tierra.
-¿No es un hecho? – dijo Harvey-. Vaya si tuve trabajo esa Navidad. El señor Dulles me dijo que en lo posible no nos refiriéramos en forma escrita al monstruo. – Harvey seguía hablando y conduciendo, haciendo rechinar los neumáticos en cada curva con tanto aplomo como el músico deuna orquesta sinfónica entrechoca los címbalos en el momento preciso.
-Sí, señor -continuó Harvey-, este túnel exigió soluciones especiales. Los problemas de seguridad eran prácticamente insuperables. Uno puede construir el Taj Mahal, pero ¿cómo hacerlo sin que los vecinos lo noten? Este sector de la frontera está fuertemente patrullado por los comunistas.
-¿Qué fue lo que alguien hizo con el Taj Mahal? – preguntó el general en voz baja, como si no estuviera seguro de cuán embarazoso sería que lo oyeran.
Dejó la copa y volvió a cogerla.
-Nuestro problema -dijo Harvey- era librarnos del producto inmediato de la construcción: toneladas de tierra. Para cavar el túnel tuvimos que excavar aproximadamente quince mil metroscúbicos de tierra. Eso es más de tres mil toneladas, equivalente a varios cientos de cargas de camión. Pero ¿dónde arrojar tanta tierra? Todos en Berlín tienen una visión de trescientos sesenta grados. Hans sabe contar. Fritz busca incrementar sus ingresos mediante su poder de observación. Muy bien, digamos que descargamos la tierra por todo Berlín Oeste para reducir la cantidad visibleen un solo lugar; aun así tenemos el problema del conductor del camión. Diez camioneros son diez paquetes de seguridad altamente vulnerables. Se nos ocurrió una solución única: no sacaríamos la tierra del lugar. En lugar de eso, construiríamos un gran depósito cerca de la frontera deAltglienicke en Berlín Este, y pondríamos una antena parabólica. «Ja, ja -dice el SSD-, mirad a esos americanos que fingen construir un depósito y tienen una AN/APR9 en el techo del supuesto depósito. Y fíjate, Hans, el depósito está fuertemente protegido por alambre de espino. Los americanos están haciendo una estación de intercepción de radar. Ja, ja, otra más en la Guerra Fría.»Bien, general, lo que los alemanes del Este y el KGB no sabían es que este depósito tenía un sótano de más de treinta metros de profundidad. Nadie se preocupa por la tierra que podemos transportar mientras estamos construyendo el sótano para el depósito. Ni siquiera los camioneros. Todos sabenque es una estación de radar que simula ser un depósito. Sólo cuando terminamos con los camiones empezamos a excavar el túnel. El espacio del sótano es adecuado para recibir los quince mil metros cúbicos de tierra que sacamos. Como verá, general Parker, fue una solución elegante.
Se adelantó a un coche con tiempo suficiente para no chocar de frente con un camión queavanzaba por el carril opuesto.
-¿De modo que toda esa tierra ha estado en el sótano todo el tiempo? – preguntó el general.
-Pues no es peor que sepultar el oro en el fuerte Knox -dijo Harvey.
-Ya entiendo -dijo el general -. Por eso la llamaron Operación Oro.
-Nuestra política -dijo Harvey con tono escrupuloso- es no discutir la nomenclatura de los criptónimos.
-Muy bien. Me parece una postura razonable.
-Ya hemos llegado -dijo el jefe.
Al final de una larga calle vacía que corría entre terrenos baldíos se veía la silueta de un depósito cuya parte posterior era iluminada por los faros de los automóviles que pasaban por lacarretera de circunvalación del lado de Alemania Oriental. El depósito tenía sus propios reflectores pequeños que iluminaban un perímetro rodeado por alambre de espino, así como focos en unas cuantas puertas y ventanas; por lo demás, parecía bien custodiado y bastante inactivo. Me intrigaban más los sonidos de los coches y camiones que pasaban más allá, en el Schönefelder Chaussee. Elruido parecía el rumor del mar al romper contra la costa. Eran vehículos que no sospechaban nada. Nuestro depósito no llamaba más la atención que cualquier edificio en la noche junto a una carretera desolada.
El centinela abrió la verja y aparcamos a menos de un metro de la puertita del depósito. Harveysaltó del coche para entrar en el edificio.
-Le ruego que me perdone por ir delante de usted -le dijo al general cuando nos unimos a él-, pero nuestra gente de E y A en el cuartel general dicen que soy el operario de la CIA más reconocible del mundo. Excepto Allen Dulles, claro está. De modo que no queremos que los comunistas se pregunten por qué vengo aquí. Eso podría poner en funcionamiento su motor mental.
-¿E y A? ¿Estimaciones y Asesoramientos?
-En realidad, la A corresponde a Análisis.
-Ustedes son iguales a nosotros, una sopa de letras.
-Para que pueda llegar el correo -dijo Harvey.
Caminamos por un pasillo con unos pocos despachos, la mayor parte vacíos, a ambos lados. Luego el jefe abrió otra puerta que daba a una habitación grande y sin ventanas, con luces fluorescentes en el techo. Por un instante pensé que estaba de vuelta en el Nido de Serpientes. Sobre hileras interminables de mesas había magnetófonos que arrancaban y paraban. Sobre una plataforma, una consola del tamaño de un órgano, con luces oscilantes. Sentados ante ella, seistécnicos estudiaban las configuraciones locales de señales, mientras que otros técnicos empujaban mesas rodantes cubiertas de cintas y cartuchos. El sonido electrónico de ciento cincuenta magnetófonos Ampex (el señor Harvey nos proporcionó el número) cuyas cintas avanzaban o retrocedían indicando la conclusión o el comienzo de una conversación telefónica producían unconjunto sonoro que me hizo recordar la música electrónica de vanguardia que había escuchado en Yale.
¿Habría un diálogo telefónico entre la Policía de Alemania Oriental y/o el KGB y/o el Ejércitosoviético que no estuviera siendo captado en ese momento por uno u otro de los Ampex? Sus zumbidos y canturreos, su aceleración y desaceleración, eran un compendio de la mente grupal del enemigo. Pensé que el espíritu comunista debía de parecerse y sonar como esa horrible sala, ese portento sin ventanas de la historia de la Guerra Fría.
-Todo lo que ve aquí es sólo una pequeña parte de la operación -dijo suavemente Harvey-. Ahora está tranquilo.
Nos condujo a una enorme puerta corredera, la abrió y accedimos por una rampa a un espacioaún menos ventilado, iluminado apenas por una solitaria bombilla que colgaba del techo. Podía percibir un ligero aroma a tierra contaminada. Debido a la rampa, a la mínima iluminación y a las paredes de tierra a ambos lados, me sentí como si estuviéramos descendiendo por la galería interior de una tumba antigua.
-Es condenadamente curioso -dijo el general- cómo uno nota los sacos de arena después de que se refuerza un refugio subterráneo. Algunos huelen bien; con otros hay que taparse la nariz.
-Tuvimos problemas -dijo Harvey-. A quince metros de profundidad, la tierra queencontramos era realmente hedionda. Al sur del lugar proyectado para el túnel existía un cementerio que tuvimos que evitar porque, de descubrirse, los soviéticos habrían difundido la noticia de que los americanos estaban profanando tumbas alemanas, lo cual habría sido una excelente propaganda para ellos. De modo que intentamos más al norte, a pesar de que el cementerio ofrecía un suelo másadecuado.
-Aun así había un hedor del que tenían que librarse -dijo el general.
-No -dijo Harvey.
Ignoro si se debía a mi presencia, pero Harvey, aunque técnicamente inferior en rango al general, no parecía dispuesto a decir «señor».
-¿De qué tuvieron que librarse, entonces? – insistió el general.
-Podíamos soportar el hedor, pero teníamos que localizar su origen.
-Claro. Ustedes los de Inteligencia deben de saber muy bien cómo vérselas con algo hediondo.
-Seguro, general. Lo localizamos. Una típica pesadilla de ingeniería. Descubrimos que habíamos invadido el campo de drenaje del sistema séptico construido para el personal de nuestro propio depósito.
-C'est la vie -dijo el general.
Estábamos al borde de un agujero cilíndrico de unos siete metros de diámetro y curiosamente profundo. No pude calcular la profundidad. Al mirar hacia abajo, uno parecía asomarse a untrampolín ubicado a tres metros de altura a fin de calcular el salto, pero luego parecía una zambullida más larga hacia la oscuridad. Sentí un vértigo hipnótico, menos desagradable que magnético. Tenía que bajar por la escalera que conducía a la base.
Descendía unos seis metros. Al llegar al suelo nos cambiamos los zapatos por botas de suela acolchada que encontramos en un armario. Allí dejamos las monedas que teníamos en los bolsillos. Llevándose un dedo a los labios, como si atrajera todos los ecos errantes, Harvey nos condujo por un sendero estrecho. Yo seguía sintiendo ese vértigo hipnótico, magnético, que de pronto se me antojó honorable. Iluminado desde arriba por bombillas separadas entre sí por una distancia de tres metros, el túnel se extendía ante nosotros hasta desaparecer. Me sentía como en un cuarto de espejos cuya vista repetida nos conducía al infinito. De dos metros de altura, dos metros de ancho,un cilindro perfecto de casi cuatrocientos cincuenta metros, el túnel nos conducía por un pasillo estrecho entre bajas paredes cubiertas de sacos de arena. A intervalos, sobre los sacos, había amplificadores conectados a cables recubiertos de plomo que se extendían a lo largo del túnel.
-Transportan la savia del grifo al cubo -susurró Harvey.
-¿Dónde está el grifo? – preguntó el general en voz baja.
-Es una de las atracciones que nos esperan -respondió Harvey.
Seguimos caminando con pasos cuidadosos. Se nos había advertido que no debíamos tropezar.A lo largo de la ruta pasamos junto a tres hombres de mantenimiento, cada uno aislado en su puestode observación. Habíamos entrado en el dominio de CATÉTER. Era un templo, me dije, einmediatamente sentí un escalofrío en la nuca. CATÉTER estaba habitado por su propio silencio; era como avanzar por el interior del largo acceso hasta el oído de un dios. Una iglesia paraserpientes, me dije.
Habíamos recorrido unos cuatrocientos metros, aunque a mí me parecía que hacía más de media hora que caminábamos por el túnel, cuando llegamos a una puerta de acero con marco de cemento.Un hombre de mantenimiento que nos acompañaba sacó una llave, la insertó en la cerradura, la hizo girar y luego marcó cuatro números en otra cerradura. La puerta se abrió sobre goznes silenciosos. Nos encontrábamos en el final del túnel. Sobre nuestras cabezas se elevaba un pozo vertical que desaparecía en la oscuridad a unos cuatro metros de altura.
-¿Ven esa plancha de arriba? – susurró Harvey-. Justo encima es donde hicimos la conexión a los cables mismos. Era la parte más delicada. Nuestras fuentes nos informaban que los ingenieros de sonido del KGB precintaban los cables con nitrógeno para protegerlos contra la humedad;además, les adosaban instrumentos para detectar cualquier posible caída en la presión del nitrógeno. Por eso, un año atrás, justo encima de nosotros, ustedes habrían sido testigos de un procedimiento comparable, en precisión y tensión, a una operación nunca antes practicada llevada a cabo por un eminente cirujano. – De pie junto a Harvey traté de imaginar la terrible ansiedad de los técnicoscuando conectaron la derivación-. En ese instante -dijo Harvey-, si algún alemán hubiera estado inspeccionando la línea, sus medidores habrían registrado nuestra conexión. Como un nervio que salta. De modo que, en definitiva, fue una carambola. Pero lo logramos. En este momento, general, estamos conectados a ciento setenta y dos circuitos. Cada circuito transporta dieciocho canales, lo cual significa que estamos en condiciones de grabar a la vez más de dos mil quinientas llamadas telefónicas y mensajes telegráficos del Ejército y la Policía. Eso sí puede llamarse cobertura.
-Le aseguro que allá en casa son muy valorados por esto -dijo el general Parker.
-Bien, me alegra oír que el nivel de apreciación está en ascenso.
-Sólo llevaré informes óptimos a la Jefatura Conjunta.
-Recuerdo -dijo Harvey- cuando el Pentágono solía decir: «La CIA paga a espías para queles digan mentiras».
-Eso ya no es así -dijo el general Parker.
En el viaje de vuelta, Harvey se sentó a su lado en el asiento trasero, y ambos compartieron lacoctelera con los martinis. Después de un rato el general preguntó:
-¿Cómo manejan la recepción?
-La mayor parte de las transmisiones son enviadas a Washington.
-Eso lo sé. Me llevaron a visitar la Mercería.
-¿Lo llevaron allí?
-Al cuarto T-32.
-No tenían derecho a abrirlo para usted -dijo Harvey.
-Pues lo hicieron. Con una autorización.
-General Parker, no es mi intención ofenderle, pero recuerdo que en una oportunidad se otorgó una autorización especial a Donald Maclean, del Ministerio de Asuntos Exteriores británico. En 1947 le extendieron un pase sin escolta para que tuviese acceso a la Comisión de Energía Atómica.Ni siquiera J. Edgar Hoover tenía derecho a ello en 1947. ¿Necesito recordarle que Maclean formaba parte de la pandilla de Philby y que, como se ha informado, ahora vive en Moscú? Le repito que no es mi intención ofenderle.
-Lamento que no le guste, pero no puedo hacer nada por evitarlo. La Jefatura Conjunta queríasaber unas cuantas cosas.
-¿Como qué?
-Como cuánta información grabada es retenida aquí para ser procesada y cuánta es enviada aWashington. ¿Está usted en posición de avisarnos con veinticuatro horas de anticipación si el Ejército soviético está listo para iniciar un ataque por sorpresa sobre Berlín?
Oí que el cristal divisorio a prueba de sonidos subía detrás de mí en el Mercedes. Ahora no podía oír ni una palabra. Me incliné hacia el conductor para encender un cigarrillo y logré echar unvistazo al asiento trasero. Los dos parecían considerablemente más coléricos.
Cuando nos detuvimos en el parking para volver a cambiar de coche, oí que Bill Harvey decía:
-Eso es algo que no le diré. Los jefes pueden besar cada centímetro cuadrado de mi culo.
Después, instalado nuevamente en NEGRITO-I, con dos nuevas copas de martini servidas de la coctelera del Cadillac, Harvey mantuvo levantado el cristal divisorio. No pude oír más hasta que dejamos al general en su hotel, el Savoy. Inmediatamente, Harvey bajó el cristal para hablar conmigo.
-He ahí un general típico. Un maldito general. Para en el Savoy. Una vez me enseñaron que los generales debían permanecer con su tropa. – Eructó-. Muchacho, según parece tú eres la tropa.¿Qué piensas del viejo CATÉTER?
-Ahora sé cómo debió de sentirse Marco Polo al descubrir Catay.
-He de reconocer que en esas universidades de Nueva Inglaterra os enseñan a decir siempre lo correcto.
-Sí, señor.
-¿Sí, señor? Supongo que crees que digo tonterías. – Volvió a eructar-. Mira, muchacho, no sé qué pensarás tú, pero yo estoy hasta las narices de estos generales burócratas. Durante la Segunda Guerra Mundial no vestí uniforme. Estaba demasiado ocupado persiguiendo nazis y comunistaspara el FBI. De modo que los perros militares me irritan. ¿Por qué no pillamos una buena borrachera y nos recuperamos?
-Nunca rehúso un trago, jefe.
instalado en la sala, la fatiga del
señor Harvey se puso demanifiesto. Se
quedaba dormido mientras conversábamos,
con la copa ondulando en su mano igual
-Siento que mi mujer no se quedara levantada esta noche -me dijo al emerger de una siestecita de diez segundos.
Ella nos había saludado en la puerta, nos había servido las bebidas y se había marchado de puntillas, pero la oía caminar en el piso superior, como si esperara mi partida para regresar y conducir a su marido a la cama.
-C. G. es una mujer maravillosa. La mejor en su clase -dijo él.
La prohibición de decir «sí, señor» impedía una fácil respuesta a muchos de sus comentarios.
-Estoy seguro -dije por fin.
-Está doblemente seguro. ¿Quieres saber la clase de persona que es C. G.? Te daré una idea.Una mujer que vive en el sector soviético dejó un bebé en el umbral de la casa de un oficial de la Compañía, calle abajo. ¡Precisamente en la puerta de su casa! No te diré el nombre del sujeto porque tuvo que hacer frente a toda clase de comentarios. ¿Por qué eligió esta mujer de AlemaniaOriental a un hombre de la CIA? ¿Cómo lo sabía? Bien, es imposible probar la inocencia en un caso así, de modo que olvidemos la parte del hombre. Lo que es esencial es que la mujer dejó una nota. «Quiero que mi bebé crezca libre.» Suficiente para tocar la fibra sensible de cualquiera, ¿verdad?
-Verdad.
-Equivocado. Nunca hay que dar nada por sentado. No en nuestro trabajo. Pero mi mujer dice: «Esta criatura podría habernos caído del Cielo. No permitiré que vaya a un orfanato. Bill, debemos adoptarla». – Meneó la cabeza -. Anteanoche estaba sentado con C. G. mirando el noticiario de la televisión de Alemania Oriental para ver si podía sacar un par de pistas acerca del orden de batalla por los pertrechos que llevaban en el desfile militar (nunca hay que sentirse superior a la fuente de la que te vales, por mundana que ésta sea), cuando vi pasar una de las bandas. Todo un pelotón de órganos de campana. Miré las cintas que ponen en los órganos de campana (verdadero frufrúalemán) y le dije a C. G.: «¿Por qué no cuelgan esqueletos de los campos de concentración en esos instrumentos? Ja, ja». Al día siguiente vuelve a la carga. Si yo odio tanto a los soviéticos es mi deber adoptar a la niña. – Eructó suave, triste, cariñosamente-. Para resumirte una historia larga -dijo-, tengo una hijita adoptiva. Fenomenal, ¿no?
-Sí -dije. No quería repetir sus palabras para que no volviera a contradecirme, pero sonrió.
-Sí -dijo-. Una hija encantadora. Eso es, cuando puedo verla. – Se detuvo. Miró su copa-. La fatiga es terrible en esta clase de trabajo. Pensarás que lo del general fue una pérdida de tiempo,pero te equivocas. ¿Sabes por qué quería demostrarle la importancia de CATÉTER?
-No, señor Harvey.
-El director me lo pidió. Esta misma tarde recibí una llamada de Allen Dulles. «Bill, amigo,obsequia con un buen paseo al general de tres estrellas Parker. Necesitamos encrespar unas cuantasplumas», me dijo. De modo que me dediqué esta noche a venderle CATÉTER al maldito general. ¿Sabes por qué?
-No exactamente.
-Porque muchos lameculos de la Jefatura Conjunta viven a costa de los cerdos militares. Visitan barcos de guerra y sistemas de alarma nuclear. Es difícil impresionarlos. Están acostumbrados a hacer giras por instalaciones subterráneas tan enormes como una estación naval. Mientras que nosotros sólo tenemos un sucio y pequeño túnel. Sin embargo, recogemos másinformación secreta que cualquier otra operación en toda la historia. De cualquier nación, de cualquier guerra, de cualquier otra agencia de espionaje. Hay que recordárselo. Hay que mantenerlos en su lugar.
-Oí algo de lo que usted dijo en el coche. En efecto, lo mantuvo a raya.
-No era difícil. La verdad es que realmente no quería saber qué es lo que recogemos. Aquí en Berlín no revisamos ni la décima parte del uno por ciento del total de datos que recibimos, pero eso basta. Es posible reconstituir un dinosaurio a partir de unos pocos huesos de la tibia. Lo que nosotros sabemos, y el Pentágono nos odia por eso, es que el estado de las vías férreas de la línea que atraviesa Alemania Oriental, Checoslovaquia y Polonia es execrable. Esa es la única palabra para describirla. Y el material rodante está en peores condiciones aún. Los rusos no tienen los trenecitos necesarios para invadir Alemania Occidental. Un ataque por sorpresa es absolutamente imposible. Bien, pues esa noticia no es del agrado del Pentágono. Si el Congreso se enterase, le quitaría al Ejército miles de millones de dólares para contratos, todavía por asignar, destinados a la compra de tanques. Y ocurre que el general Parker está en Caballería. Lo que ha visto en su gira porla OTAN le asusta. Por supuesto que el Congreso no sabrá nada a menos que nosotros vayamos con el soplo, y no lo haremos a menos que el Pentágono nos insulte. Porque en el fondo, Hubbard, sería sumamente impropio que se sugiriera nada de esto al Congreso. Son demasiado maleables ante la reacción pública. Y es un error revelar una debilidad rusa al público de los Estados Unidos. Carecende la información necesaria acerca del comunismo como para poder apreciar el problema. ¿Percibes, entonces, los parámetros de mi doble juego? Tengo que asustar al Pentágono para que piensen que podemos arruinar su presupuesto futuro cuando en realidad quiero que continúe comohasta ahora. Pero no les puedo hacer saber que pertenezco a su mismo equipo, porque en ese caso no nos valorarían. De todos modos, puede tratarse de algo académico, muchacho. La Mercería de la que hablaba el «maldito general» lleva cerca de dos años de retraso en la traducción del productobruto que le enviamos desde CATÉTER, y ello teniendo en cuenta que hace sólo un año queexistimos.
Se quedó dormido. La vida de su cuerpo pareció trasladarse a su copa, que empezó a moverse hacia un costado hasta que el peso de su brazo extendido lo despertó.
-Eso me recuerda… -dijo-. ¿Cómo nos va con GUARDARROPA? ¿Dónde está ahora?
-En Inglaterra.
-¿De Corea a Inglaterra?
-Sí, señor.
-¿Cuál es el nuevo cripto?
-SM/CEBOLLA.
Harvey se incorporó por un momento, dejó su bebida, gruñó, estiró un brazo por encima delestómago hasta tocarse el tobillo. Levantó la pernera de sus pantalones. Vi un cuchillo enfundado atado al tobillo. Abrió la funda, sacó el arma y empezó a limpiarse las uñas sin dejar de mirarme con sus ojos inyectados en sangre. Habían transcurrido dos semanas desde que intentara intimidarme con su presencia, pero de pronto no pude decir si se trataba de un amigo o de unenemigo. Gruñó.
-Supongo -dijo- que SM/CEBOLLA debe de ser una manera de decirnos que sigamos pelando las capas.
Dejó el cuchillo para zamparse la mitad de un nuevo martini.
-No tengo la intención de esperar otras dos semanas para descubrir que este hijo de puta tiene otro criptónimo. O es un peso pesado, o alguien me tiene pánico. Huelo a VQ/JABALISALVAJE en la leñera.
-¿Wolfgang?
-Puedes apostarlo. ¿Crees posible que Wolfgang esté con CEBOLLA en Londres? – Meditó unos segundos acerca de ello y finalmente dejó escapar un bufido-. Muy bien. Te pondremos en contacto con un par de nuestros efectivos en Londres. Mañana por la mañana empezarás allamarlos. KU/GUARDARROPA está bueno si supone que puede esconderse en Londres.
-Sí, señor.
-No te pongas tan triste, Hubbard. Ningún honesto operario de Inteligencia ha muerto jamáspor trabajar mucho.
-Vale.
-Te espero a las siete a tomar el desayuno.
Con eso volvió a poner el cuchillo en su funda, cogió su copa y se quedó dormido. Profundamente dormido. Me di cuenta porque la mano que sostenía el martini se le dio vuelta y la bebida se derramó en la alfombra. Empezó a roncar.