Epílogo
En el año 971, Arnulfo, abad de Santa María de Ripoll y obispo de Girona; Ató, obispo de Vic; Gerbert d’Aurillac y el conde Borrell viajaron a Roma para solicitar del Papa la reposición en Vic del antiguo arzobispado de Tarragona. Gerbert no regresó; se quedó en Roma como secretario del Papa. Más tarde fue abad del monasterio de Bobbio, arzobispo de Reims, arzobispo de Rávena y Papa con el nombre de Silvestre II. Modificó el ábaco latino, sustituyendo las piedrecillas por fichas de hueso con el número árabe que correspondía e intentó inútilmente introducir el cálculo con los números árabes; siempre se mantuvo en contacto con sus antiguos amigos catalanes, a los que pedía copias de libros, sobre todo de aritmética. Siendo Papa proclamó una bula declarando la conveniencia del uso de los números arábigos, los que usamos ahora.
Pero hasta 1202 en que Fibonacci —un matemático italiano que había vivido en el África musulmana— publicó un tratado sobre las reglas del cálculo con cifras árabes, al que dio el nombre de Tratado del Ábaco, sin duda para evitar las iras de los partidarios de los números romanos, no se logró dar a conocer de una forma general los números árabes.
El Papa Juan XIII accedió a la petición de los obispos y el conde y concedió la autonomía del arzobispado de Vic, pero cuando regresaban a Cataluña, Ató y Arnulfo murieron en extrañas circunstancias y la autonomía de los monasterios catalanes tuvo que esperar.
Pero ésas son otras historias.