Mañana del tercer día

EDWARD CARSON reanuda el discurso de la defensa.

CARSON: Con la venia de su señoría, señores del jurado: ayer, cuando llegó la hora habitual de aplazar la sesión, había abordado con toda la extensión que pretendía la relación del señor Wilde con la literatura que se ha aportado a este proceso y con la existencia de esas cartas, una de las cuales la aportó él y una de las cuales la aportamos nosotros, y casi tenía la esperanza de haberles demostrado de forma suficiente —que no son en realidad las cuestiones que hay en disputa en este asunto— que, por lo que se refería a lord Queensberry, había estado totalmente justificado al forzar un desenlace de la manera que lo hizo para la relación entre el señor Oscar Wilde y su hijo.

Por desgracia, en este caso he de abordar ahora una parte más dolorosa. He de referirme a los demás testimonios que complementan lo que yo denominaría los hechos evidentes y admitidos. Tendré el doloroso deber de presentar ante ustedes a esos jóvenes uno tras otro para que les cuenten su historia. Naturalmente, incluso para un abogado, se trata de una tarea desagradable, pero, señores del jurado, que quienes se sientan inclinados a condenar a esos hombres por dejarse dominar, descarriar, corromper por el señor Oscar Wilde, recuerden la distinta situación de las dos partes, y recuerden que son hombres más instigados al pecado que instigadores. Caballeros, ahora no voy a proceder a comentar en detalle el testimonio del señor Oscar Wilde en relación con las diversas transacciones acerca de las que le he interrogado. Se trata de observaciones generales aplicables a todos los casos. Existe, de hecho, un sorprendente parecido entre todas ellas, según él mismo ha admitido, que debe llevarles a extraer una dolorosísima conclusión. Se da el hecho de que ninguna de esas personas estaba en absoluto en situación de igualdad con el señor Wilde; ninguna de esas personas con las que se relacionaba de manera natural poseía instrucción alguna; ninguno de ellos era de su misma edad; y habrán observado que existía un curioso parecido en la edad de todos y cada uno de ellos. Señores del jurado, el señor Wilde ha dicho que había algo hermoso en la juventud, algo encantador que le impulsó a llevar el tipo de vida que llevaba con esos jóvenes. ¿Acaso el señor Wilde ha sido incapaz de encontrar compañeros más idóneos con los que relacionarse, que fueran al mismo tiempo jóvenes y que al mismo tiempo poseyeran todo el encanto que él tanto desea, entre los jóvenes de su propia clase social? Es absurdo. La excusa que nos ha ofrecido en su testimonio no es más que una parodia de la realidad de los hechos. Veamos, ¿quiénes eran esos jóvenes? De Wood ya hemos hablado. Wood, de cuyo historial anterior Wilde finge que no sabía nada. Wood, que sepamos, era un oficinista sin empleo. ¿Quién era Parker? Profesa la misma ignorancia con respecto a Parker, de quien desconocía sus antecedentes. ¿Quién era Scarfe? Tampoco de éste sabe nada, aparte de que no tenía empleo; y en cuanto a Conway, lo conoció por casualidad en la playa de Worthing. Señores del jurado, existe un extraordinario parecido en la historia de todos estos casos. Todos estos jóvenes de dieciocho o veinte años, quizá alguno fuera un año o dos mayor, la manera en que Wilde los conoció, la manera en que Wilde los trató posteriormente, el hecho de que les diera dinero, que les diera regalos a todos, todos entran en la misma categoría, y todo lleva a la misma conclusión: había algo antinatural, algo inesperado… que no se esperaría en las relaciones entre Wilde y esos caballeros.

Tomemos primero el caso de Parker. ¿Cómo conoció Wilde a Parker? Parker era criado de un caballero. En este proceso no queremos dar nombres si podemos evitarlo, pero Parker había sido criado de un caballero —el nombre del cual puede ser escrito o dicho, no hace falta andarse con misterios— y estaba sin empleo. Una noche, en un restaurante de Piccadilly, él y su hermano conocieron a Taylor, y Taylor fue y se dirigió a ellos, y al cabo de un par de días Wilde le ofrece a Taylor una cena de cumpleaños y le dice a Taylor, que es uno de sus amigos del alma: «Trae a quien quieras». Menuda idea debía de tener Taylor de los gustos de Wilde, pues, al ser invitado a una cena de cumpleaños, y cuando le dicen que lleve a quien quiera, se presenta con un ayuda de cámara y un mozo de cuadras. ¿Por qué, caballeros, si ese hecho es cierto —y es cierto sin la menor duda, porque en lo fundamental ha sido admitido por el propio señor Wilde—, por qué, de entrada, habló el señor Taylor con esos jóvenes en un restaurante de Piccadilly, si Taylor era la clase de hombre que Wilde en su declaración ha querido hacernos ver que era? ¿Y qué pretendía Taylor sabiendo que Wilde era la persona moral y recta, y el hombre de artes y letras que sin duda era, qué pretendía llevando a cenar a esos dos hombres el día de su cumpleaños? Señores del jurado, no puede haber explicación a estas cuestiones, no puede haber otra explicación que el hecho de que Taylor, sin la menor duda, era el alcahuete de Wilde, y se lo oirán contar al joven Parker, que tendrá que relatar esta desdichada historia. Les dirá que era pobre, que no tenía dónde ir, que no tenía dinero, y que, por supuesto, también fue víctima de Wilde, y les contará que la primera noche que se conocieron —y de hecho el propio señor Wilde ya nos ha insinuado cuál fue el resultado—, pues él, imagínense, la noche que se conocen, Wilde se dirige al criado llamándole Charlie, y Parker se dirige a Wilde, el distinguido dramaturgo —cuyo nombre se mencionaba, imagino, en todos los círculos de Londres, por la fama que había obtenido con sus obras teatrales y literarias—, imagínense, llamándole «Oscar». No quiero referirme a las teorías del señor Wilde de poner fin a las distinciones sociales. Puede que algunas personas posean el muy noble y generoso instinto de querer derribar todas las barreras sociales. Yo no quiero saber nada de eso, pero sí sé una cosa, una cosa que en este proceso es evidente: que la conducta del señor Wilde no estuvo regida por ningún instinto demasiado generoso en su trato con esos jóvenes. Si el señor Wilde quería ayudar a Parker, si el señor Wilde tenía algún interés por él, si Taylor sentía algún interés por él, y si Taylor quería hacerle algún favor, ¿creen ustedes que para un hombre de la posición social y literaria del señor Wilde, incluso aunque fuera con vistas a ayudar a un joven de la clase social de Parker, creen que lo más provechoso es llevarlo a un restaurante y atiborrarlo del mejor champán y darle la cena más lujosa, es ésta la manera en que habría que llevar una generosa caridad o una generosa compasión a hombres de la posición de Parker, señores del jurado? Naturalmente, las ridículas excusas del señor Wilde no se sostienen ni por asomo. Sabía, naturalmente, que se conocería en todo detalle que había estado repetidas veces con Parker, que se seguiría la pista de Parker y se sabría que había comido y cenado en su compañía, que había estado en sus habitaciones, que había ido al Savoy. Sabía que eso lo demostrarían un testigo tras otro si se atrevía a negarlo, de manera que lo confiesa todo abiertamente y pide al jurado decir: «Sí, pero todo fue perfectamente inocente, y diré más, una acción generosa por mi parte». Señores del jurado, esa noche, la primera noche que se conocieron, Wilde, tras haberlos atiborrado de champán y haberlos agasajado, como dice que hace siempre un caballero con aquellos a los que invita a cenar, le sugiere a ese joven que vaya con él al Savoy, y, debo decir, creo que no hemos recibido ninguna explicación del señor Wilde acerca de lo que hacía en esas habitaciones del Savoy. Es un hotel muy grande, y probablemente es muy fácil moverse en él, y Wilde, por supuesto, no tuvo la menor dificultad, sin que la gente del hotel sospechara nada en ese momento, en subir a Parker a sus habitaciones, y Parker les contará cómo, cuando estuvo en sus habitaciones, fue atiborrado de whiskies con soda y champán helado, que el señor Wilde se permite, contraviniendo las órdenes de su médico; y tras ser atiborrado de eso, les dirá que el señor Wilde lo llevó a la cama, y les contará las espeluznantes inmoralidades que fue inducido a perpetrar en esa ocasión. ¿Había la más mínima verdad, le preguntó mi docto colega al señor Wilde, en la afirmación de la carta de lord Queensberry de que había habido una desagradable escena en el Hotel Savoy o un escándalo en relación con el Hotel Savoy? «En absoluto», responde el señor Wilde. Sí, pero, señores del jurado, ¿no resulta extraordinario que, en una carta escrita ya en el mes de junio o julio de 1894, lord Queensberry se refiera a este escándalo en el Hotel Savoy? Puede que no se produjera una escena a la vista de todos cuando echaron a Wilde, pero los hombres no pueden llevar este tipo de vida sin que haya chismorreos y sin que circulen rumores en los círculos en que se mueven. Cuando escuchen los testimonios procedentes ahora del Hotel Savoy, y que sin duda dieron pie a las habladurías que habían llegado a oídos de lord Queensberry, les llenará de asombro no que llegaran a oídos de lord Queensberry, sino que a este hombre se le tolerara en la buena sociedad londinense durante tanto tiempo, mientras llevaba jovencitos al Hotel Savoy Y comparecerá ante ustedes un hombre respetable que ha trabajado allí durante años, el masajista Migge, acerca del cual pregunté al señor Wilde, y que les dirá que se quedó estupefacto al entrar de improviso una mañana en la habitación del señor Wilde y encontrar a un muchacho acostado en su cama. Y comparecerán los criados, algunos de ellos del mismo hotel, quienes les contarán la repugnante porquería que encontraron en las sábanas en más de una ocasión. ¿Hay que extrañarse de que el escándalo llegara a oídos de lord Queensberry, cuyo hijo vivía una parte del tiempo en el Hotel Savoy? Bueno, ahí tenemos a Parker.

No voy a entrar en todos los variados pormenores de la relación de Parker con Wilde. ¿Qué quería Wilde de Parker? Sólo le quiso para sus propósitos indecentes, y luego lo dejó tirado, y desde entonces Parker se ha alistado en el ejército de su país, y estoy seguro, y espero y confío en que ahora que ha entrado al servicio de su país, donde llevará una vida de disciplina, sus experiencias del pasado —y su última experiencia al ser arrestado con Taylor en la redada de Fitzroy Square—, la experiencia del pasado sea, como creo que ha sido, una lección para él en el futuro, pues me han contado que, al menos desde que ha ingresado en el ejército, no hay una sola mancha negra en su nombre, y ahora posee una excelente reputación. Pero no me corresponde a mí elogiar a Parker, ni me corresponde a mí afirmar si Parker es un testigo respetable y fiable. Wilde les dice que Parker era un hombre enormemente respetable y en boca de Wilde no hemos oído una palabra en contra de Parker como testigo en este caso. Parker comparece aquí y comparecerá muy a regañadientes. Localizado su paradero e interrogado para que dijera la verdad, dejándole bien claro todo lo que ya sabíamos, tuvo que contar la verdad, y lamento que tenga que comparecer aquí, y lamento tener que interrogarle junto con mis doctos colegas para demostrar todo esto delante de un público presa de la curiosidad morbosa, que ningún provecho sacará de oír los detalles de su testimonio. Caballeros, hasta aquí Parker.

Ahora, en contraste con el caso de Parker, fijémonos en el caso de Conway: Alfonso Conway. La razón por la que tomo el caso de Conway en contraste con el otro es la siguiente: Conway no conoció a Wilde por mediación de Taylor, sino que lo conoció por sí mismo. En aquella época Wilde vivía en Worthing, y como no tenía a Taylor a mano para que le procurara muchachos cuando le acometían esos horribles ataques de lascivia, veamos cómo se hace con el pobre Conway. Pues bien, ¿alguna vez se ha confesado, en un tribunal de justicia, una historia más osada que la que Wilde ha confesado en relación con Conway? ¿Y en qué consiste? Ve a un muchacho en la playa de Worthing; no sabe nada de él, excepto que ayuda a los distintos barqueros. La verdadera historia, tal como Wilde les ha relatado, es ésta: anteriormente vendía periódicos en Worthing, en uno de los quioscos del muelle, y debo decir que no se me ocurre una respuesta más frívola jamás dada por un testigo como la que nos dio el señor Wilde ayer. Cuando le preguntamos si sabía que anteriormente Conway vendía periódicos, nos dijo que no sabía que tuviera nada que ver con la literatura. Sin duda pensaba que muchas de sus réplicas eran ingeniosas y que estaba derrotando al abogado que lo interrogaba, o algo parecido, pero el caso es que Conway se halla en la playa, ayuda al señor Wilde a sacar su bote y a través de eso se hacen íntimos. Ahora bien, de no haberlo oído en boca del propio señor Wilde, ¿podrían creer que al cabo de un día o dos ese muchacho estaba comiendo con Wilde, quien lo había llevado a su casa, y si lo que ha contado Wilde es cierto, que espero sinceramente que no, lo había presentado a sus hijos y a su familia? En la época en que conoció a Conway, su mujer no estaba en Worthing, pero me ha parecido que ha dicho que sus hijos sí estaban. En cualquier caso, ha declarado que en algún momento Conway se había relacionado con sus hijos. Un hecho extraordinario, que se les diga que este joven, Conway, de veinte años, se relacionaba con dos niños de ocho y nueve años… ¡bueno, pues ahí tenemos a Conway, comiendo con ellos! ¿Y qué ocurre? Naturalmente, Wilde no podía llevar a ese muchacho a ninguna parte con la insólita pinta que tenía, ¿y qué hace? Bueno, aquí es donde interviene la bochornosa osadía de este hombre: le compra ropa y lo viste como un caballero y le pone esos colores de escuela privada, algo así, en el sombrero, y lo hace parecer una persona con la que le resulta decoroso relacionarse. De verdad, de verdad, señores del jurado, la cosa es increíble. Es tan increíble que si nosotros hubiéramos probado esto en contra del señor Wilde, ustedes probablemente no lo habrían creído. Pero el señor Wilde sabía que teníamos testigos para probarlo, teníamos todo tipo de pruebas, y Wilde no se atreve a negarlo. ¿Para qué vistió a Conway de manera elegante? Me atrevo a decir que si realmente estaba deseoso de ayudar a Conway, lo peor que podía hacer era sacarlo de su esfera social y comenzar, como hizo con Parker, a invitarlo a cenas con champán, llevarlo a un hotel, acostumbrarlo a una vida que, naturalmente, en el futuro quedaría fuera del alcance de Conway. Podría entender los generosos instintos de un hombre que dijera: «He aquí a un chico inteligente de Worthing al que he conocido en el muelle. Intentaré conseguirle un empleo; lo cultivaré; le daré algo de dinero; intentaré ayudarlo en todo lo que pueda»; pero ¿le es de alguna ayuda a un muchacho como Conway hacer lo que hizo Wilde, tomarlo bajo su protección y vestirlo e invitarlo a cenas con champán y todo lo demás?[255] (En ese momento CARSON se interrumpe). ¿Me excusa su señoría un momento?

CLARKE y CARSON deliberan de manera inaudible.

CLARKE: ¿Me permitiría su señoría interrumpir en este momento y hacer una declaración que, naturalmente, se hace bajo un sentimiento de enorme responsabilidad? Mi docto colega, el señor Carson, se refirió ayer ante el jurado a la cuestión de la literatura implicada en este caso y a algunas conclusiones que podían extraerse de las cartas del señor Oscar Wilde, y mi docto colega esta mañana ha comenzado su discurso manifestando que esperaba haber dicho ayer lo suficiente acerca de esos temas como para inducir al jurado a liberarlo de la necesidad de abordar en detalle otros asuntos del caso. Señoría, creo que debe de haberse apercibido de que quienes representamos al señor Oscar Wilde en este caso éramos presa de una terrible preocupación. No podíamos ocultarnos que la opinión que podía formarse de esa literatura y de la conducta que se ha admitido induciría de manera plausible al jurado a afirmar que, cuando lord Queensberry utilizó las palabras «se comporta como un sodomita», empleaba unas palabras que estaban lo suficientemente justificadas para un padre, que utilizó esas palabras bajo esas circunstancias, de una manera muy meditada, y que debía verse libre de cualquier acusación criminal respecto a esa afirmación. Y en vista de ello, señoría, es nuestro parecer, un parecer que apenas admite dudas, que ése sería probablemente el resultado —no es improbable que ése sea el resultado de esa parte del proceso—, por lo que mis doctos asociados en este proceso y yo proponemos lo siguiente: que se pronuncie un veredicto a favor del demandado en esa parte del caso que pudiera interpretarse desde fuera como un fallo definitivo en relación con todas las partes del caso, ya que la posición en que nos hallábamos era ésta: que sin esperar obtener un veredicto en este caso, nos pasaríamos un día tras otro, seguramente, escuchando prolongados testimonios, una investigación de asuntos de una naturaleza espantosa. Dadas las circunstancias, espero que su señoría considere que obro correctamente al afirmar que, después de haberlo consultado con el señor Oscar Wilde, y en consideración a los hechos referidos por mi docto colega en relación con la literatura y las cartas, creo que mi defendido no rechazaría un veredicto de «no culpable» en este caso: «no culpable» en referencia a las palabras «se comporta como». En estas circunstancias, espero que su señoría no considere que voy más allá de los límites de mi deber, y comprenda que lo hago para ahorrarnos, para evitarnos lo que sería una tarea terrible, fuera cual fuese el desenlace, si ahora interrumpo y, en nombre del señor Oscar Wilde, le pido que retire la acusación, y si su señoría no considera que en este momento del proceso y después de lo que ha ocurrido se me debería permitir hacerlo en su nombre, señoría, estoy dispuesto a aceptar un veredicto de «no culpable» en referencia, si he de remitirme a algún detalle en concreto, a los pormenores relacionados con la publicación de Dorian Gray y la publicación de The Chameleon. Confío, señoría, en que esto ponga punto final al proceso.

CARSON: Señoría, no sé si tengo derecho a interrumpir la solicitud que mi docto colega ha hecho a su señoría. Lo único que puedo decir en relación con lord Queensberry es que, si se da un veredicto de «no culpable», un veredicto que implique que su alegato de justificación ha prosperado, me quedaré totalmente satisfecho. Claro está, señoría, mi docto colega deberá admitir que nuestro alegato ha prosperado de la manera que él ha expuesto, y, de este modo, quedará totalmente al arbitrio de su señoría decidir si se obra de acuerdo al deseo de mi docto colega.

JUEZ: En la medida en que la acusación de este caso está dispuesta a aceptar un veredicto de «no culpable» contra el acusado, no creo que sea función del juez ni del jurado insistir en que se nos relaten detalles morbosos que puedan no tener que ver con la cuestión que ya da como concluida la acusación al aceptar un veredicto adverso. Pero, en cuanto a que el jurado ponga alguna limitación al veredicto, la justificación es una justificación de una acusación, que es «se comporta como un sodomita». Si eso está justificado, está justificado; si no, no lo está; y el veredicto del jurado debe ser «culpable» o «no culpable», y entiendo que la acusación acepta un veredicto de «no culpable». No puede haber condiciones; no puede haber limitaciones; el veredicto debe ser «culpable» o «no culpable». Entiendo que acepta un veredicto de «no culpable» y, naturalmente, el jurado emitirá ese veredicto.

CARSON: Naturalmente, señoría, el veredicto será que el alegato de justificación queda probado y es por el bien público.

JUEZ: Por supuesto, eso queda implícito.

CLARKE: El veredicto es «no culpable».

JUEZ: El veredicto, entiendo, es «no culpable», pero se ha llegado a él mediante ese procedimiento. Naturalmente, tengo que decirle al jurado que hay que decidir dos cosas: si la justificación presentada era cierta, es decir, que el demandante se ha comportado como un sodomita; y también debería decirles que deben dictaminar si esa afirmación se hizo por el bien público. Si fallan ambas cosas a favor del demandado, entonces sería no culpable. El veredicto será «no culpable», y, si lo he entendido bien, será un veredicto aceptado por la acusación, y es el que se invita a emitir el jurado.

El JURADO delibera unos momentos.

JUEZ: Señores del jurado, su veredicto definitivo será «no culpable», pero hay otras cosas que deben determinarse en referencia a conclusiones concretas que aparecen en la alegación, y, como les he dicho, esa alegación implica dos cosas: que la afirmación queda demostrada y que se hizo por el bien público. Son dos hechos que tendrán que dictaminar, y si lo hacen a favor del demandado, su veredicto será «no culpable»; pero tendrán que decir si encuentran la alegación demostrada o no.

El JURADO delibera unos minutos sin abandonarla tribuna.

ACTUARIO DEL TRIBUNAL: Caballeros, ¿encuentran la alegación de este caso demostrada o no?

PORTAVOZ DEL JURADO: Sí.

ACTUARIO DEL TRIBUNAL: ¿Afirman que el demandado es «no culpable» y ése es el veredicto de todos ustedes?

PORTAVOZ DEL JURADO: Sí; y también que se publicó por el bien público.

CARSON: Señoría, ¿las costas de la defensa recaerán sobre el señor Wilde?

ACTUARIO DEL TRIBUNAL: Ésa es la norma.

JUEZ: Que así sea.

CARSON: ¿Lord Queensberry queda libre de los cargos?

JUEZ: Oh, desde luego.

Se levanta la sesión a las 11.15.