Sir Richard Henn Collins, el juez en la demanda por calumnia, visto por John Page Mellor de Vanity Fair, 14 de enero de 1893.
Mañana del primer día
SIR EDWARD CLARKE[64] abre el caso en nombre de la acusación.
EDWARD CLARKE: Con la venia de su señoría,[65] señores del jurado, acaban de oír que la acusación contra el demandado es que publicó una malintencionada calumnia en relación con Oscar Wilde. Esta calumnia se publicó en forma de una tarjeta que lord Queensberry dejó en el club al que pertenece el señor Oscar Wilde. Era una tarjeta de visita de lord Queensberry con su nombre impreso, en la que había escrito las palabras: «Para Oscar Wilde, que alardea de sodomita»,[66] y a raíz de la calumnia expresada en esa tarjeta se han presentado cargos contra el demandado.
Ahora bien, caballeros, se trata sin duda de un asunto de grave trascendencia que la palabra que lord Queensberry había escrito en esa tarjeta estuviera relacionada con el nombre de un caballero que ha alcanzado una gran reputación en este país. No se trata de que le acuse de ello, el más grave de todos los delitos —de hecho, «alardea de sodomita» parece sugerir que no es culpable de tal delito—, sino que, de una u otra manera, la persona acerca de quien se han escrito esas palabras aparece… no, se desea que aparezca, como una persona culpable de o inclinada a cometer el más grave de todos los delitos; y la publicación de tal afirmación, el hecho de dejar esa tarjeta al portero de un club, es un acto muy serio, que probablemente afecte gravemente a la reputación y posición de la persona acerca de quien se hace tal injuriosa insinuación. Si sólo se tratara de esa publicación, tan sólo de la cuestión de si esa calumnia ha sido publicada y de la consiguiente cuestión —no para ustedes, sino para su señoría— de qué cantidad de culpa por una acción delictiva así debería adjudicarse al demandado en relación con este asunto, habría muchas consideraciones, algunas de las cuales —probablemente muchas— podrían serles presentadas a ustedes antes de que este caso concluya, las cuales no habrían justificado un acto así, pues dicho acto no se puede justificar a no ser que la afirmación sea cierta, pero en todo caso, en relación con una persona de la posición del demandado y con unas particularidades como las que se verán reflejadas en las pruebas, podrían hasta cierto punto atenuar la gravedad de la infracción. Pero el asunto que hoy consideramos aquí no se detiene en la cuestión de si la tarjeta fue entregada, ni en si el demandado podría ver excusado su comportamiento a causa de un poderoso sentimiento —un sentimiento erróneo, pero poderoso— a la hora de efectuar esa afirmación. El alegato que el demandado ha presentado hoy ante el Tribunal suscita una cuestión de mucha mayor gravedad. Dice que la afirmación es cierta, y que la hizo por el bien público. Dice que es verdadera, y en el alegato aporta detalles de cuestiones que, según sostiene, demuestran que la afirmación es cierta en relación con el señor Oscar Wilde. La alegación no les ha sido leída completa, pero les diré una cosa: en esa alegación no hay imputación alguna de que el señor Oscar Wilde sea culpable del delito del que he hablado, sino una serie de acusaciones, mencionando el nombre de ciertas personas —muchas personas— de las que se afirma que el señor Oscar Wilde ha solicitado sus servicios para cometer con ellas tan grave delito y que ha sido culpable con todos y cada uno de ellos de prácticas indecentes.[67] Creo que les parecerá algo extraño que, mientras que este alegato y las afirmaciones que contiene se refieren a un periodo de tiempo muy considerable, uno deduciría del alegato que durante todo ese tiempo el señor Oscar Wilde había estado solicitando a esas personas, sin éxito, que cometieran ese delito con él. Yo mismo puedo entender cómo es que la afirmación se expresa de esta forma, pues quienes en uno u otro momento de este caso podrían ser llamados a sustentar, si pueden, estas graves acusaciones, son personas que, aunque necesariamente tendrán que admitir muchas cosas en un interrogatorio si acuden a prestar declaración, imagino que no están dispuestas a admitir que ellas mismas han sido culpables del más grave de los delitos; pero es muy remarcable que en estas acusaciones se afirme que el señor Oscar Wilde solicitó la comisión del delito, y que, aunque no se afirme que el delito fue cometido, a él sí se le declara culpable de prácticas indecentes. Antes de terminar tendré que referirme a dos puntos del alegato que se han hecho públicos, pero en relación con los mencionados donde aparecen nombres, fechas y lugares, naturalmente no tengo intención de importunarles en estos momentos. Corresponde a aquellos que han asumido la gravísima responsabilidad de introducir en el alegato tales imputaciones convencerles si pueden, mediante testigos creíbles cuyos testimonios considerarán ustedes si son dignos de consideración, y con derecho a creer que los cargos son ciertos.
El señor Oscar Wilde es un caballero que en este momento tiene treinta y ocho años de edad. Es hijo de sir William Wilde, un irlandés muy distinguido, médico y oculista, y un caballero que llevó a cabo un gran servicio público como presidente de la Comisión del Censo en Irlanda.[68] Su padre murió hará unos años. La madre del señor Wilde, lady Wilde, vive todavía. El señor Oscar Wilde asistió al Trinity College de Dublín, y en el Trinity College de Dublín sobresalió enormemente —se distinguió sobremanera por su conocimiento del mundo clásico y obtuvo algunos destacados galardones que se conceden a los estudiantes de esa brillante universidad—, y sobresalió hasta tal punto que su padre deseó que fuera a Oxford, por lo que ingresó en el Magdalen College, Oxford.[69] Allí también destacó; obtuvo matrícula de honor en lenguas clásicas y en historia del mundo clásico; consiguió una beca para estudios clásicos y fue galardonado con lo que era indicativo de su rumbo futuro y su futura reputación, el Premio Newdigate de poesía inglesa.[70] Tras dejar la universidad después de una brillante carrera, se dedicó a la literatura, a la literatura en la vertiente artística. Ya en 1882 publicó un volumen de poemas.[71] Escribió ensayos sobre temas artísticos y estéticos,[72] y probablemente sepan que hace muchos años el señor Oscar Wilde se convirtió en una persona muy pública, objeto de burla por parte de algunos, apreciado por muchos, pero, en cualquier caso, representante de un aspecto especial y concreto de la literatura artística, ampliamente valorado por muchas de las principales inteligencias y personas más cultivadas de nuestro tiempo. En el año 1884 tuvo la feliz dicha de casarse con la hija del difunto Horace Lloyd, consejero de la Reina, y desde esa fecha de 1884 hasta ahora ha vivido con su esposa, y más recientemente con los dos hijos de los que es padre, en Tite Street, Chelsea, y desde la fecha de ese matrimonio hasta el momento presente ha tenido la costumbre de recibir, en su hogar de Tite Street y en compañía de su mujer, a los amigos que le visitaban. Su esposa es miembro del Club Albemarle, al que él también pertenece, y a cuyo portero fue entregada la ofensiva tarjeta. Entre los amigos con quienes se veía en Tite Street había un caballero cuyo nombre menciono… es necesario que mencione.[73] Se trata de lord Alfred Douglas, y en el año de 1891 lord Alfred Douglas acudió una tarde a Tite Street, fue presentado por un amigo del señor Oscar Wilde y un amigo de lord Alfred,[74] y desde entonces hasta ahora el señor Oscar Wilde ha sido amigo no sólo de lord Alfred Douglas, sino de los hermanos de lord Alfred Douglas y de la madre de lord Alfred Douglas, lady Queensberry, que era la esposa del demandado, pero que hace unos años consiguió la disolución del vínculo matrimonial a causa de la conducta del demandado.[75] Durante este tiempo, como digo, el señor Wilde ha sido amigo de los hijos de la familia y de la madre, y ha acudido repetidamente como huésped a las casas de ésta en Wokingham y en Salisbury,[76] siendo invitado en más de una ocasión cuando se ha celebrado alguna reunión familiar en la casa. Por otro lado, lord Alfred Douglas ha sido un amigo aceptado y bienvenido en el hogar del señor Oscar Wilde. Naturalmente, se han visto muy a menudo en Londres, en los teatros y demás, pero en más de una ocasión lord Alfred Douglas ha sido huésped de la casa en la que se encontraban el señor Oscar Wilde, su esposa y sus hijos, en Cromer en una ocasión, creo que en Goring en otra y en Worthing —donde se alojaban el señor y la señora Wilde y sus hijos—, y en todos esos lugares lord Alfred Douglas fue un invitado, y un invitado bien recibido.[77] Hasta comienzos del año de 1893 el señor Oscar Wilde no conocía al demandado, con la excepción del encuentro que al parecer tuvieron hace muchos años, allá por 1880 o 1881, un incidente que lord Queensberry le recordó al señor Wilde la vez que coincidieron en una comida en las circunstancias que ahora me dispongo a mencionar. En noviembre de 1892, el señor Wilde y lord Alfred Douglas almorzaban en el Café Royal de Regent Street cuando lord Queensberry entró en el local. El señor Wilde era consciente de que, debido a las circunstancias, con las que él no tenía nada que ver, debido a desdichados problemas familiares, que sólo menciono en una frase porque es absolutamente necesario, las relaciones entre lord Alfred Douglas y su padre habían sido tensas, y le sugirió a lord Alfred que era una buena oportunidad para hablar con su padre y mantener una entrevista amistosa. Lord Alfred aceptó la sugerencia y se acercó a lord Queensberry, le estrechó la mano, charló un rato con él y lo condujo hasta la mesa en la que almorzaba en compañía del señor Wilde. Lord Queensberry le fue presentado, estrechó la mano del señor Wilde y fue lord Queensberry quien le recordó al señor Wilde aquella vez, que se había borrado de la memoria del señor Wilde, en la que, once o doce años atrás, los dos coincidieron en otra casa de un amigo común. En esta ocasión, lord Queensberry se sentó a la mesa con su hijo y el señor Wilde, y almorzaron juntos. Lord Alfred tuvo que marcharse a eso de las dos y media, más o menos. Lord Queensberry se quedó charlando con el señor Wilde, quien le comentó que él y su familia se iban a Torquay a pasar una temporada.[78] La cosa ocurrió del siguiente modo. Por aquel entonces lord Queensberry iba a dar unas conferencias y le sugirió al señor Wilde que asistiera. El señor Wilde le explicó que se iba con su familia a Torquay Lord Queensberry le dijo que él también iba a Torquay, o que tenía pensado ir allí, y que esperaba que se vieran alguna vez en Torquay si coincidían durante su estancia. De hecho, aunque el señor Wilde y su familia fueron a Torquay, lord Queensberry no acudió allí en esa temporada, y en una nota le comentó el hecho al señor Wilde y le explicó por qué no había podido ir a verle en Torquay. Eso fue en el mes de noviembre de 1892, y el señor Wilde no volvió a saber nada de lord Queensberry hasta principios de 1894. Durante ese tiempo no volvió a verle en persona; pero llegó a su conocimiento —y en este momento me limito a la forma de una afirmación— que se habían hecho algunas afirmaciones que afectaban a su reputación… no digo que el autor fuera lord Queensberry, pero se enteró de la siguiente manera. Un hombre llamado Wood, al que había visto una o dos veces pero al que de hecho conocía muy poco, y a quien lord Alfred Douglas había regalado algunas ropas, dijo que había encontrado, en el bolsillo de una chaqueta que le habían regalado, cuatro cartas escritas por el señor Wilde a lord Alfred Douglas.[79] Si Wood las encontró en el bolsillo de la chaqueta o las robó es una cuestión sobre la que de momento sólo podemos especular. No sé si en el curso de este caso será necesario investigar la cuestión o no, pero en cualquier caso hubo unas cartas del señor Wilde dirigidas a lord Alfred Douglas que cambiaron de manos, y Wood acudió al señor Oscar Wilde a principios de 1893, llevando con él algunas cartas escritas por el señor Wilde a lord Alfred Douglas, y quería que el señor Wilde le diera algo a cambio de las cartas. Se presentó como alguien que pasaba por unos momentos difíciles y problemáticos y que quería marcharse a América, y el señor Wilde le dio quince o veinte libras a fin de que se pagara el pasaje a América y Wood le entregó tres cartas, sin nada de particular, que el señor Wilde le había escrito a lord Alfred Douglas. No creo que estas cartas tengan la menor importancia, pues verán que, como suele suceder en el caso de gente que cree poseer cartas que son de alguna importancia, las cartas que no son importantes suelen desecharse, mientras que las que se consideran importantes se conservan. Así fue en esta ocasión. Antes de que finalice este caso es posible que averigüemos algo acerca de las personas —Wood, un hombre llamado Allen y un hombre llamado Cliburn—[80] que participaron en esta transacción. Pero en aquel año de 1893, una obra teatral que el señor Oscar Wilde había escrito —y que algunos de ustedes recordarán que fue un gran éxito en el Teatro Haymarket, Una mujer sin importancia— estaba en plena preparación, y naturalmente el señor Wilde de vez en cuando, con bastante frecuencia, se veía con el señor Beerbohm Tree, el actor y gerente,[81] y fue a través del señor Beerbohm como llegó a las manos este papel, que pasa por ser y hasta cierto punto es una copia de una carta, que había sido conservado por estas personas o algunas de ellas cuando los otros papeles fueron entregados al señor Oscar Wilde. Se trata de un documento muy curioso. Lleva una nota: «Al señor Tree. Señor Tree tenga la amabilidad de entregar esto al señor Wilde, se lo agradece atentamente», y no puedo leer muy bien esto, una «E», supongo, o algo parecido. Se supone que esta carta es una copia de la que fue escrita por el señor Oscar Wilde, y tiene dos encabezamientos, uno Babbacombe Cliff Torquay y el otro 16 Tite Street Chelsea SW, y el señor Tree, naturalmente, le entregó ese documento al señor Wilde. Bueno, pretende ser una copia de una carta escrita por el señor Oscar Wilde. Poco después de esa fecha, un hombre llamado Allen visitó al señor Wilde y le dijo que tenía la carta de la cual ésa era una copia, y que quería que el señor Wilde le diera algo a cambio de ella. El señor Wilde se negó de manera rotunda y terminante, en unos términos que van a escuchar, se negó basándose en lo siguiente. Dijo: «Tengo una copia de esa carta; ahora el original no me sirve de nada. Considero esta carta una obra de arte. Me habría gustado tener una copia. Ahora que ha sido tan amable de enviarme una copia, no quiero el original» (risas), y echó a Allen con la carta, no se quedó con la carta, no se la compró a Allen, le dio un soberano, creo, o algo así para él y lo echó con la carta. Casi inmediatamente después apareció un hombre llamado Cliburn, y le dijo que Allen estaba tan agradecido con la amabilidad del señor Wilde hacia él que le enviaba la carta, y Cliburn fue y le entregó la carta al señor Wilde sin pedir dinero a cambio. El señor Wilde, creo, le dio un soberano por las molestias, pero ahí estaba la carta. Muy bien, caballeros, el señor Wilde se mostró un tanto susceptible acerca de dos cuestiones relacionadas con este asunto: una era que se había sugerido que esta carta era de naturaleza incriminatoria, y que alguien había considerado que valía la pena copiarla, no con esmero, sino con errores, y enviarla, por ejemplo, al señor Tree, que a su vez podría enviarla a otras personas con la intención de perjudicar al señor Wilde. Una vez que el señor Wilde tuvo la carta en su poder, la conservó. La carta original ahora está en mis manos. Había otra razón por la que al señor Wilde le interesaba esta carta. Le dijo a Allen, y dice ahora, que consideraba esta carta como una especie de soneto en prosa, y le dijo a Allen cuando éste fue a verle que en algún momento esta carta probablemente aparecería en forma de soneto. Y así fue. Tengo en mi mano un ejemplar de una publicación que apareció el 4 de mayo de 1893 llamada «The Spirit Lamp, revista de estética, crítica y literatura dirigida por lord Alfred Douglas»,[82] y en cuya primera página hay un poema en francés, un soneto, que lleva el siguiente encabezamiento: «Una carta escrita en prosa poética por el señor Oscar Wilde y traducida a poesía rimada por un poeta sin importancia». Está en francés.[83] Va firmado por Pierre Louÿs y no es exactamente una reproducción, sino una paráfrasis de la carta escrita por el señor Oscar Wilde, que tengo aquí. En la carta no dice nada, pero fue escrita a lord Alfred Douglas. «Mi querido muchacho: tu soneto[84] es delicioso, y es una maravilla que esos labios rojos de pétalo de rosa tuyos sirvan tanto para la música de una canción como para la locura del besar.[85] Tu alma esbelta y dorada se mueve entre la pasión y la poesía. Sé que Jacinto, a quien Apolo amó con tanta locura, fuiste tú en la época de los griegos. ¿Por qué estás solo en Londres y cuándo te vas a Salisbury?». Salisbury era donde vivía la madre de lord Alfred Douglas. «Ve allí y enfría tus manos en el crepúsculo gris de las cosas góticas, y ven aquí siempre que quieras. Es un lugar delicioso: sólo faltas tú; pero primero ve a Salisbury. Recibe mi inmarcesible amor, tuyo siempre, Oscar». Bien, caballeros, las palabras de esta carta pueden parecer extravagantes para los acostumbrados a escribir correspondencia comercial o las cartas habituales que las necesidades de la vida nos imponen cada día (risas a las que también se suma WILDE), pero eso, le dijo el señor Wilde a Allen y dice ahora, es una especie de soneto en prosa, una respuesta escrita a un poema escrito a lord Alfred Douglas, un poema transcrito y parafraseado en el poema impreso en este número de Spirit Lamp que ahora tengo en la mano. Conservó la carta y la ha conservado hasta el día de hoy, y ahora la presenta diciéndoles que es una carta de la que de ninguna manera está avergonzado; es una carta que estaba dispuesto a presentar en cualquier parte, una carta en relación con la cual no le preocupa en absoluto que se pueda hacer ninguna imputación, una carta de la que dice que como artista y como poeta es una expresión del sentimiento poético y nada tiene que ver con las repugnantes sugerencias —repugnantes tanto para él como para todos ustedes— que se han hecho en relación con él en el alegato de este caso.
MIEMBRO DEL JURADO: ¿Podríamos preguntarle la fecha de esa carta?
CLARKE: No tiene fecha. El soneto es del 4 de mayo de 1893.
MIEMBRO DEL JURADO: Sí, ésa es la fecha del soneto y he preguntado por la fecha de la carta.
CLARKE: La carta no lleva fecha.
CARSON: Debe de ser anterior al poema.
CLARKE: Naturalmente, fue anterior al poema, pero no fue escrita, creo, mucho antes de que la recuperara el señor Wilde, y fue inmediatamente vertida en forma de soneto y publicada y le entregaré a su señoría la revista. (Le entrega la revista al JUEZ). Tengo entendido que la carta fue escrita en diciembre de 1892. Y bien, lo que les he contado ocurrió a principios de 1893, hacia el mes de abril de 1893,y no necesito importunarles con nada más a lo largo de ese año, ni mencionar ningún incidente relevante hasta comienzos de 1894, cuando lord Alfred Douglas, que había estado en El Cairo y regresado a nuestro país, creo, en febrero de 1894, volvió a almorzar en el Café Royal, en la sala pública del café, y ambos se encontraron de nuevo con lord Queensberry.[86] En aquella ocasión lord Queensberry se les acercó, les estrechó la mano, se mostró muy amistoso y tuvo lugar una conversación de lo más cordial. Poco después de eso el señor Oscar Wilde se enteró de que lord Queensberry estaba escribiendo cartas que afectaban a su reputación y que contenían insinuaciones injuriosas sobre él. No digo en el mismo sentido, pero sí relacionadas con el mismo tipo de asunto que ahora se sugiere. Podrán comprender perfectamente la razón por la que el señor Wilde se mostraba en extremo renuente; no por él, pues no tenía sentido o razón alguna para vacilar en relación con ese asunto, sino por los demás: la natural vacilación que debió de sentir sobre si hacer públicas las repugnantes y horrendas insinuaciones que ahora nos vemos obligados a comentar en este tribunal, y aunque él, de manera razonable —y seguramente lo habría hecho si se hubieran visto afectados tan sólo sus intereses—, habría hecho públicas esas insinuaciones, se abstuvo de hacerlo por razones que no estoy autorizado a desvelar, que no desvelo, pero que, estoy seguro les resultaran obvias a todos ustedes antes de que hayamos avanzado mucho más en el curso de este caso; y así transcurrió la última parte de 1894. Debería decirles —no entraré en detalles— que se produjo una entrevista entre lord Queensberry y el señor Wilde a mediados de 1894. No necesito explicarles los detalles de esa entrevista, sólo decirles que el señor Oscar Wilde rechazó tajantemente las insinuaciones que entendió estaba haciendo lord Queensberry, e invitó a lord Queensberry a que saliera de su casa, e insistió en que lo hiciera, y delante de lord Queensberry, para que éste lo oyera, dio órdenes de que jamás se le volviera a dejar entrar en su casa. Así, pasó el año de 1894, y llegamos a la primera parte de 1895.
El señor Wilde, como saben, ha escrito muchas obras teatrales: El abanico de lady Windermere, Una mujer sin importancia, La importancia de llamarse Ernesto y Un marido ideal son las cuatro que se han estrenado en este país, y también ha escrito una obra en la que va a aparecer madame Sarah Bernhardt, una pieza en francés titulada Salomé, pero esas cuatro ya se han estrenado, y el 14 de febrero de 1895 la obra titulada La importancia de llamarse Ernesto estaba a punto de presentarse en el Teatro St. James. A lo largo de ese día, cierta información les llegó al gerente del teatro y a otras personas en relación con ciertas intenciones por parte de lord Queensberry. Es notorio dentro de la historia teatral pública que, cuando se puso en escena una obra del difunto Poeta Laureado, The Promise of May, lord Queensberry hizo varias observaciones en público en el teatro y causó un cierto alboroto al comentar…[87]
CARSON: Señoría, no veo que esto sea ninguna prueba contra un hombre al que se juzga por un delito penal, ni que se pueda entrar en cuestiones precedentes. No tiene nada que ver con este caso.
JUEZ: Puede que sea relevante para explicar la posterior acción del señor Oscar Wilde con respecto a lord Queensberry en esta ocasión concreta.
CLARKE: Lo es, señoría. Estaba diciendo que es un hecho conocido que en una ocasión anterior, durante la representación de una obra titulada The Promise of May, escrita por el difunto Poeta Laureado, lord Queensberry se puso en pie para protestar por la obra, y en su condición de agnóstico mostró su indignación por la representación que se escenificaba del agnosticismo en el personaje interpretado por el señor Hermann Vezin, y, naturalmente, un alboroto o un problema de ese tipo en el teatro la noche del estreno supondría a todas luces un gran perjuicio para la obra y la dirección del teatro, pero sería más grave si existiera la posibilidad de que lord Queensberry apareciera en el teatro e interrumpiera el curso de la representación con alguna observación. Sería aún mucho más grave si existiera la posibilidad de que dicha interrupción y posiblemente la naturaleza de las observaciones afectaran a la reputación del señor Oscar Wilde, y afectaran aún más seriamente a las perspectivas futuras del teatro y de la obra. Se tomaron precauciones. Lord Queensberry, creo, había pagado ya por su localidad en el teatro; se le devolvió el dinero; la policía estaba en alerta, y en el transcurso de la velada lord Queensberry se presentó en la taquilla del teatro, llevando consigo un gran ramo de verduras. (RISAS). Cuáles fueran las intenciones de lord Queensberry si se le hubiera dejado entrar en el teatro con aquello en la mano es algo que ignoro, pero le fue vetada la entrada; así que dejó el ramo en la taquilla con un mensaje para el señor Oscar Wilde.[88] Apenas puedo expresar con seriedad mi queja, a la luz de la importancia del asunto que tenemos ahora entre manos, sobre el hecho de que la mención de esta circunstancia pueda mover a alguien a risa, pero, caballeros, en modo alguno carecerá de relevancia cuando consideren en relación con este caso, pues tendrán que considerarla, la manera en que lord Queensberry, si tenía alguna razón para atacar a la reputación del señor Oscar Wilde, se apartara de la conducta que habría adoptado cualquier caballero en tales circunstancias, y se rebajara a la pantomima a la que acabo de referirme. Si lord Queensberry es en todo momento responsable de sus actos es algo sobre lo que ustedes, creo, pueden albergar algunas dudas en algún momento antes de que acabe el caso, y lo que es más, en lugar de hacer lo que creo que se le hubiera ocurrido a cualquier caballero, por ejemplo, escribir al comité de alguno de los clubes del señor Oscar Wilde afirmando que tenía algo que decir en contra de la reputación del miembro de ese club, pidiéndoles, como caballeros deseosos de mantener honorable y puro su club, que investigaran el asunto, en lugar de eso compra un manojo de verduras y se va al teatro la noche del estreno de la obra del señor Wilde. Bueno, no lo dejaron entrar; le devolvieron el dinero; nadie tuvo constancia de ese insulto, o pretendido insulto. Se dirigió hacia las escaleras del teatro e intentó entrar en la galería, pero allí estaba la policía, que había sido avisada, no pudo entrar en el teatro y se marchó. El señor Oscar Wilde no tuvo oportunidad de ir al Club Albemarle hasta cierto tiempo después. No fue hasta el 25 de febrero o el 28 de febrero, creo, cuando se presentó en el club, y al entrar el portero le entregó un sobre, en el que el portero, un hombre muy sensato, había metido la tarjeta que había recibido de lord Queensberry bastante antes, el 18 de febrero. La tarjeta llevaba diez días en el club, pero el señor Wilde no había aparecido. Entonces la tarjeta le fue entregada al señor Wilde, y éste se sintió obligado a tomar alguna medida sobre ese asunto, pues allí, por primera vez, lord Queensberry publicaba la acusación —algo que podía denominarse con total propiedad una publicación de la acusación por parte de lord Queensberry— que estaba haciendo contra el señor Wilde. Ya les he dicho que la acusación, aunque no hecha con todas las palabras, se había insinuado de todos modos en sus comunicaciones, cartas escritas anteriormente por lord Queensberry, pero esas cartas no fueron escritas al señor Wilde, fueron escritas a miembros de la familia de lord Queensberry, y aunque el señor Wilde supo de su existencia y pudo, de haberlo decidido, emprender alguna acción al respecto, esa acción tan sólo podía emprenderse sacando a la luz las relaciones entre lord Queensberry y los miembros de su familia. Eso fue algo que el señor Wilde no hizo y no hará si es capaz de evitarlo en el transcurso de este caso. El insulto que pretendía hacerse en el estreno de la obra el 14 de febrero podría haberse convertido —de hecho, creo que se consideró la cuestión— en el motivo de la reclamación contra lord Queensberry, pero era evidente que se trataba de un incidente demasiado trivial como para basar en él una acusación tan grave como ésta.[89] Era algo demasiado trivial para prestarle atención, pero cuando esa tarjeta fue entregada al portero del club, quedó publicada por vez primera la insinuación, y de una manera que permitió al señor Wilde tenerla en consideración sin sacar a la luz pública la relación entre los distintos miembros de la familia Queensberry, así que de inmediato abordó el asunto. Recibió la tarjeta el 28 de febrero. El 1 de marzo se presentó la petición de orden de arresto contra lord Queensberry Fue detenido la mañana del 2 de marzo, y a partir de ese día comenzó la investigación que ha conducido a este proceso. Caballeros, he concluido, por mi parte, todo lo que tenía que decirles de los hechos en relación con la historia personal del señor Wilde durante este periodo. Tengo un par más de cosas que decir referentes a los alegatos que se han presentado. Ya les dije que en este alegato se hacía mención a una serie de personas. No me referiré en detalle a las acusaciones que se realizan, ni tampoco diré los nombres de las personas que se mencionan. No puedo sino creer que esos nombres, en cualquier caso algunos de ellos, han sido incluidos en este proceso con intención hostil. No creo que, con respecto a todos los nombres que aquí se mencionan, haya ninguna insinuación adversa contra el señor Oscar Wilde, y nadie podrá decir que nada de lo que yo haga en el transcurso de este proceso vaya más allá del ámbito del caso que estamos juzgando. Pero al final de este alegato hay dos puntos —yo los llamaría alegaciones— que son en extremo curiosos, y sobre los que quiero llamar la atención. Se dice al final del alegato «que en el mes de julio de 1890, el señor Wilde escribió y publicó, e hizo y procuró que se imprimiera y publicara, con su nombre en la página del título, una cierta obra inmoral y obscena en forma de narración titulada El retrato de Dorian Gray, obra cuyo propósito e intención por parte del señor Wilde, y así lo comprendieron los lectores, era describir relaciones, intimidades y pasiones de ciertas personas de hábitos, gustos y prácticas sodomitas y antinaturales».
«Y que en el mes de diciembre del año 1894 se publicó otra obra obscena e inmoral, bajo la forma de una revista titulada The Chameleon, que contiene diversas cuestiones y materias obscenas relacionadas con las prácticas y pasiones de personas de gustos y costumbres sodomitas y antinaturales, y que el señor Wilde contribuyó a procurar la publicación de esta obra, y que su nombre apareció en el índice de la revista como su primer y principal colaborador, y publicó en él ciertas máximas inmorales como introducción a la misma bajo el título de “Frases y filosofías para uso de los jóvenes”». Así concluye el alegato en relación con este tipo de literatura. Caballeros, se trata de dos imputaciones muy curiosas. No puedo imaginar por qué se añaden a esta declaración, a no ser que mis doctos amigos sean tan conscientes de la reputación de las personas en cuyo testimonio se basan para sustentar las otras partes de su alegato, que deseen tener algo a lo que recurrir a fin de que no pueda existir controversia alguna respecto a su credibilidad, y pretendan sugerir que aun cuando todas las demás pruebas queden desestimadas, si es que tienen alguna, deberían ustedes tachar al señor Wilde de persona inclinada a las prácticas sodomitas porque participó en la publicación de The Chameleon y porque editó un libro titulado Dorian Gray. Tengo esas obras delante de mí. Ésta es The Chameleon, de la que se dice que el señor Oscar Wilde contribuyó a su publicación. Es calificado como «Un bazar de peligrosas» y, lo que parece, «halagüeñas oportunidades».[90] Es el volumen I, número I. Ese año se publicarían tres números, editados por Gay and Bird del 5 de Chandos Street, Strand, y sólo se imprimieron trescientos ejemplares, como ha pasado a ser moda con algunos libros, libros de gran formato y demás, o sea que sólo se imprimió un número limitado de ejemplares.[91] Se cree que, en estos casos, la gente estará deseosa de suscribirse, porque, naturalmente, el número de ejemplares es escaso. Se trata de una publicación, de una revista, en relación con la cual es cierto que el señor Oscar Wilde colaboró con «Frases y filosofías para uso de los jóvenes», y en las tres primeras páginas de la revista hay cierto número de afirmaciones epigramáticas, epigramas como los que tanto nos han hecho disfrutar cuando se intercambian en forma de diálogo en obras como Una mujer sin importancia. Confieren brillantez y eficacia al diálogo, y a menudo —si se pudiera decir «siempre» el señor Oscar Wilde sería el más feliz de los hombres— se trata de sabiduría en forma ingeniosa. No digo que siempre sea así en las obras teatrales ni en la revista, pero me asombraría que mi docto colega fuera capaz de entresacar de esas «Frases y filosofías» algo que, ni remotamente, resulte en lo más mínimo adverso al carácter moral del señor Wilde en referencia a las cuestiones que estamos aquí debatiendo. Del resto de la revista, el señor Oscar Wilde no es más responsable que cualquiera de los caballeros que están sentados en la tribuna del jurado. El director de la revista es un joven que estudió en Oxford.[92] Le pidió al señor Wilde, cuyo nombre era, por supuesto, bien conocido y cuyo nombre en la portada sin duda atraería compradores para la revista, que colaborara con algo, y el señor Wilde tuvo la amabilidad de entregarle una selección, imagino, de los epigramas que había ido haciendo y anotando, aunque el señor Wilde no sabía nada del contenido de la revista. El señor Wilde vio la revista ya publicada, y que en ella había un artículo o relato titulado «El sacerdote y el acólito», que es una vergüenza para la literatura, y que resulta asombroso que alguien lo escribiera, y aún más asombroso que ningún editor decente permitiera que se publicara bajo su nombre. El señor Wilde lo vio con sus propios ojos, y vio al director, o escribió al director de la revista, y gracias a la insistencia del señor Wilde el director retiró, en la medida en que estaba en su mano, la revista de la circulación. No tenía ni idea de que el artículo había sido escrito o de que fuera a aparecer; no supo nada de él hasta que lo vio impreso, y entonces expresó la opinión, creo, de que estaba pésimamente escrito, de que no merecía ser publicado, que no era digno de ser publicado e insistió en que fuera retirado. Ésa fue la única conexión existente en todo momento entre el señor Wilde y la publicación de The Chameleon. Se nos hace extraño, tanto a él como a quienes lo representamos, encontrar que esa publicación pueda relacionarse con los pormenores de este caso a fin de justificar la terrible imputación que se hace contra él. Ahora bien, caballeros, el otro libro es un volumen publicado por él y con su nombre en la portada, titulado «El retrato de Dorian Gray, por Oscar Wilde», un libro que, como bien dicen, publicó él. Me pregunto si, cuando dicen en el alegato «con su nombre en la portada», no se dan cuenta de que atacar a un hombre por ser culpable de describir y alentar prácticas sodomitas basándose en que escribió un libro que durante cinco años, «con su nombre en la portada», ha estado en los puestos de libros, en las librerías y en las bibliotecas, resulta un método de ataque de lo más singular.[93] Ahora bien, caballeros, siempre existe la dificultad, claro está, cuando un alegato contiene una afirmación de este tipo referida a un libro en concreto, siempre existe la dificultad de considerar qué es ese libro. Todo lo que necesito decir es lo siguiente: El retrato de Dorian Gray trata de un retrato, que es el tema de la historia. Es la historia de un joven de buena cuna, riqueza abundante y gran belleza. Su amigo, un pintor eminente, pinta un retrato de él, un retrato que le representa con toda la viveza y esplendor de su hermosa juventud. Dorian Gray desea poseer el retrato, que le es regalado, y Dorian Gray expresa el extraño deseo de que se le permita seguir poseyendo toda la belleza, sin merma alguna, de su juventud, mientras que sobre la figura pintada deberían recaer todas las cicatrices de la experiencia, de la tribulación, de la maldad, que los años puedan acarrear a raíz de su conducta, y ese extraño deseo le es concedido. Pronto se da cuenta de que es en el cuadro, y no en sus rasgos, donde su conducta en la vida va dejando sus huellas, y al principio del libro rechaza de manera dura y cruel a una chica de condición humilde con la que se ha prometido en matrimonio, y ella se suicida, y la siguiente vez que mira el cuadro se da cuenta de que en los labios de la figura del cuadro se ha producido un cambio, y que hay una línea cruel en la boca, y la historia prosigue en esta vena. Se entrega a la disipación, es culpable de asesinato, y, a medida que transcurre su vida, ese retrato, encerrado en una habitación sin utilizar y que a nadie más que a él le está permitido contemplar, va cambiando gradualmente, y todo el mal que hace en la vida, y que no deja señal alguna en la belleza de su rostro, va quedando marcado en el retrato. Al final ya no lo soporta más: coge un cuchillo y se lo clava repetidamente al retrato. Mientras lo acuchilla cae muerto, y los que entran en la habitación encuentran en la cara del retrato la belleza de la juventud, y en el suelo a un anciano repugnante y casi irreconocible. Ésta es la historia que relata el libro, y describe… no, no diré describe… insinúa y sugiere, pues no describe, vicios y flaquezas de los que Dorian Gray es culpable, pero atacar al señor Oscar Wilde como una persona propensa a esa serie de delitos, porque en el libro afirma que el personaje de su obra es una criatura depravada en todos los aspectos, me resulta una inferencia de lo más extraña. He leído el libro para preparar este caso, y con suma atención para ver en qué puede basarse mi docto amigo. Aquí tenemos este objeto con el nombre del señor Oscar Wilde en la portada, y me quedaré realmente sorprendido si mi docto colega puede señalarme algún pasaje en el interior de estas tapas que haga algo más que describir como un novelista o un dramaturgo haría… no, como debe describir, las pasiones y los vicios de la vida si desea producir una obra de arte que, al tiempo que idealiza la realidad, resulte artística en el sentido de la armonía, la belleza y la verdad.[94] Bien, caballeros, esto es todo lo que tengo que decir en relación con este asunto. Mi docto colega y yo haremos que comparezcan ante ustedes los testigos que demostrarán la publicación de la calumnia en cuestión. Mi docto colega tiene ante sí la tarea, si realmente se propone abordarla, de intentar convencerles mediante pruebas de que las acusaciones que han hecho son ciertas.
Se toma juramento a SIDNEY WRIGHT, que es interrogado por WILLIE MATHEWS.
MATHEWS: ¿Es usted el portero del Club Albemarle?
WRIGHT: Sí.
MATHEWS: ¿Que está situado en el número 13 de Albemarle Street?
WRIGHT: Sí.
MATHEWS: ¿Y del que son miembros el señor Oscar Wilde y su señora?
WRIGHT: Sí.
MATHEWS: ¿Se presentó en el club el demandado, el marqués de Queensberry, y habló con usted?
WRIGHT: Sí.
MATHEWS: ¿Y le dio en esa ocasión la tarjeta que ahora le entrego a usted? (Se la entrega al testigo).
WRIGHT: Sí.
MATHEWS: Yantes de entregarle la carta, ¿escribió lord Queensberry en su presencia algunas palabras en ella?
WRIGHT: Sí.
MATHEWS: Las palabras están ahí, deben leerse en algún momento, y es mejor que se lean ahora. ¿Dicen, no es así, «para Oscar Wilde, que alardea de sodomita», mientras que en el otro lado está impreso o litografiado el nombre y título del marqués de Queensberry?
WRIGHT: Sí.
ACTUARIO: ¿En el mismo lado?
MATHEWS: ¿Qué le dijo lord Queensberry cuando le dio la tarjeta?
WRIGHT: Que deseaba que se la entregara a Oscar Wilde.
MATHEWS: ¿La miró usted y vio lo que había escrito en ella?
WRIGHT: Miré la tarjeta, pero no entendí lo que había escrito.
MATHEWS: Y en ese momento, ¿anotó en ella la fecha en que le fue entregada la tarjeta?
WRIGHT: Sí.
MATHEWS: ¿Y la hora?
WRIGHT: Sí.
MATHEWS: ¿Están en el dorso de la tarjeta?
WRIGHT: Sí.
MATHEWS: ¿Su anotación corresponde al 18 del segundo mes de 1895, a las cuatro treinta de la tarde?
WRIGHT: Sí.
MATHEWS: Lord Queensberry, imagino, se marchó después de haberle entregado la tarjeta.
WRIGHT: Sí, se marchó del club enseguida.
MATHEWS: ¿Y la puso usted en un sobre?
WRIGHT: La metí en un sobre.
MATHEWS: ¿El sobre en el que está o estaba hace unos instantes?
WRIGHT: Sí.
MATHEWS: ¿Y escribió en el sobre el nombre de Oscar Wilde?
WRIGHT: Sí.
MATHEWS: ¿Y lo mantuvo bajo su custodia hasta el 28 de febrero, que fue la primera fecha posterior al 18 en la que el señor Wilde se presentó en el club?
WRIGHT: Sí.
MATHEWS: Y al ver al señor Wilde el día 28, ¿le entregó el sobre con la tarjeta en su interior?
WRIGHT: Sí.
MATHEWS: ¿Le dio el mensaje que lord Queensberry había dejado a tal efecto para él?
WRIGHT: Sí.
CARSON: Señoría, no tengo más preguntas para este testigo.
Se toma juramento a OSCAR FINGAL O’FFLAHERTIE WILLS WILDE, que es interrogado por SIR EDWARD CLARKE.
CLARKE: ¿Es usted el demandante en este caso?
WILDE: Sí.
CLARKE: Creo que tiene usted treinta y ocho años, ¿no es así?
WILDE: Tengo treinta y nueve años.
CLARKE: ¿Su padre es el difunto sir William Wilde, médico de Dublín?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Presidente de la Comisión del Censo?
WILDE: Sí.
CLARKE: Murió, creo, hace unos años, ¿no es así?
WILDE: Murió cuando yo estaba en Oxford.
CLARKE: ¿Estudió usted en el Trinity College de Dublín?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y en esa universidad obtuvo una beca para estudios de lenguas clásicas y la Medalla de Oro de griego?[95]
WILDE: Sí.
CLARKE: Después, tengo entendido, fue usted al Magdalen College de Oxford.
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Tenía allí una beca para estudios de lenguas clásicas?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Obtuvo usted matrícula de honor en lenguas clásicas e historia del mundo clásico?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y obtuvo el Premio Newdigate de verso inglés?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿En qué año dejó Oxford?
WILDE: Me gradué en 1878.
CLARKE: ¿Y vino usted a Londres después de licenciarse?
WILDE: Sí, enseguida.
CLARKE: ¿Y desde entonces se ha dedicado al arte y a la literatura?
WILDE: Sí.
CLARKE: Tengo entendido que ya en 1882 publicó un volumen de poemas.[96]
WILDE: Así fue.
CLARKE: Y posteriormente, ¿dio una gira de conferencias por Estados Unidos?[97]
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y tengo entendido que también ha dado conferencias en Londres?
WILDE: Sí.
CLARKE: Desde entonces, ¿ha escrito muchos ensayos sobre distintos temas?
WILDE: Así es.
CLARKE: Para su publicación. Y durante los últimos años, ¿se ha dedicado especialmente a la literatura dramática?
WILDE: Así es.
CLARKE: Creo que no me equivoco al decir que El abanico de lady Windermere, Una mujer sin importancia, La importancia de llamarse Ernesto y Un marido ideal son las cuatro obras suyas que se han llevado a escena en este país.
WILDE: Así es.
CLARKE: ¿Todas han tenido éxito?
WILDE: Me alegra poder decir que todas han tenido éxito.
CLARKE: Y estas cuatro obras, ¿se produjeron todas ellas entre febrero de 1892 y febrero de 1895?
WILDE: Sí.
CLARKE: Y durante el mismo periodo, ¿escribió la obra en francés Salomé?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Que ahora se está ensayando?[98]
WILDE: No sé si de hecho se está ensayando. Madame Sarah Bernhardt prometió estrenarla antes de mediados de mayo. Probablemente tardaría unos tres…
CLARKE: Pero ¿tuvo usted ocasión de ir a París en más de una ocasión en relación con la producción de esa pieza?
WILDE: En relación con la publicación de la obra, dos veces, y en relación con la producción, una.
CLARKE: Y durante estos tres años en que ha escrito literatura dramática, ¿también ha escrito artículos sobre distintos temas?
WILDE: Sí… veamos, tengo que pensarlo.
CLARKE: ¿Y ha escrito otras obras dramáticas, creo, que aún no se han representado?
WILDE: Sí, otras dos obras… sí, creo que he escrito algunos artículos. Se me olvida.[99]
CLARKE: ¿Se casó en el año 1884 con la señorita Lloyd?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y desde la fecha de su matrimonio ha residido con ella en Tite Street, Chelsea?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Tiene dos hijos?
WILDE: Tengo dos hijos.
CLARKE: ¿De qué edad?
WILDE: El mayor cumplirá diez años en junio, y el pequeño nueve en noviembre.[100]
CLARKE: ¿Y desde la fecha de su matrimonio hasta ahora ha residido con su esposa en Tite Street, Chelsea, y ha residido en otros lugares en Worthing, Cromer y Goring con ella?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y en Torquay?[101]
WILDE: Sí. En varias ocasiones.
CLARKE: ¿Conoció a lord Alfred Douglas en el año 1891?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Lo llevó a su casa de Tite Street un amigo común?
WILDE: Sí, un amigo de lady Queensberry y mío, y también amigo de lord Alfred.[102]
CLARKE: No sé si antes de 1891 había tenido usted relación con la propia lady Queensberry.
WILDE: No, no la conocía.
CLARKE: Pero desde el año 1891 conoce a lady Queensberry, ¿verdad?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Ha sido huésped en su casa en más de una ocasión?
WILDE: Sí, muchas veces.
CLARKE: ¿En «The Hut», en Wokingham?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y creo que también en la casa que tenía ella en Salisbury?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y se alojó en la casa en una ocasión en la que, a todos los efectos, se estaba celebrando una fiesta familiar?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Su amistad con lady Queensberry ha continuado hasta el día de hoy?
WILDE: Sí.
CLARKE: Además de su amistad con lord Alfred Douglas, ¿ha mantenido una relación amistosa con su hermano lord Douglas de Hawick?[103]
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y ha sido así hasta el día de hoy?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y también con el difunto lord Drumlanrig, que era el hijo mayor?[104]
WILDE: Sí.
CLARKE: Desde que le fue presentado en 1891, ¿ha cenado lord Alfred con usted de vez en cuando en Tite Street?
WILDE: Oh, sí, continuamente.
CLARKE: ¿Con su esposa?
WILDE: Oh, sí, desde luego.[105]
CLARKE: ¿También en el Club Albemarle?
WILDE: Sí.
CLARKE: Tengo entendido que la señora Wilde es miembro del club.
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y también lord Alfred Douglas se alojó con usted y su familia en Cromer?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y en Goring?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y en Worthing?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y en Torquay?[106]
WILDE: Sí.
CLARKE: Bien, no entraré en detalles, pero quiero pasar al final del año 1892. Antes de noviembre de 1892, ¿conocía usted, que recuerde, a lord Queensberry?
WILDE: No que yo recuerde.
CLARKE: En noviembre de 1892, ¿almorzaba usted con lord Alfred Douglas en el Café Royal de Regent Street?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿En la sala abierta al público?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Entró en la sala lord Queensberry?
WILDE: Sí.
CLARKE: Tan sólo respóndame «sí» o «no» a esta pregunta: ¿sabía usted que lord Queensberry y lord Alfred Douglas estaban un tanto distanciados?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y, a sugerencia de usted, lord Alfred se acercó a su padre, le estrechó la mano y habló con él?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y luego lord Queensberry se sentó a comer a su mesa?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Recuerda si lord Alfred tuvo que marcharse pronto?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y se quedó lord Queensberry charlando con usted después de que su hijo se fuera?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Creo que entonces se dijo algo —retomaré la cuestión en breve— acerca de que usted iba a ir a Torquay y de la posibilidad de que lord Queensberry lo visitara o se vieran allí?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y tengo entendido que usted fue a Torquay?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Lord Queensberry no fue?
WILDE: No.
CLARKE: Pero ¿recibió una nota de él comunicándoselo… diciéndole que no iba a ir?
WILDE: Sí.
CLARKE: En esa ocasión en el Café Royal, ¿le recordó lord Queensberry que ya se habían visto tiempo atrás en la casa de algún amigo?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Fue, creo, once años antes de entonces?
WILDE: Sí. Diez u once.
CLARKE: Ahora bien, desde noviembre de 1892 hasta marzo de 1894 no vio usted a lord Queensberry, ¿no es así?
WILDE: Sí, no vi a lord Queensberry.
CLARKE: Pero en el año de 1893, ¿se enteró de que algunas cartas que usted le había escrito a lord Alfred Douglas habían pasado a manos de cierta persona, sea cual sea su nombre?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y finalmente acudió a verle un hombre llamado Wood?
WILDE: No, no fue a verme, nos citamos.
CLARKE: ¿Dónde?
WILDE: En las habitaciones del señor Taylor.[107]
CLARKE: ¿Tenía en su poder algunas cartas escritas por usted?
WILDE: Sí.
CARSON: Señoría, me temo que mi docto colega no debería hacer preguntas en las que se insinúe la respuesta.[108]
CLARKE: Ciertamente. ¿Le explicó cómo habían llegado a su poder?
WILDE: Dijo que las había encontrado en unas ropas que lord Alfred Douglas había sido tan amable de regalarle.
CLARKE: ¿Le pidió algo… qué pasó… qué le dijo?
WILDE: ¿Podría repetir la pregunta?
CLARKE: Sí. ¿Le pidió algo… dinero?
WILDE: No creo que me pidiera nada directamente… se me hace un poco difícil contar lo ocurrido, contestar a su pregunta.
CLARKE: Dígame qué dijo… cuénteme qué ocurrió.
WILDE: Cuando entró en la habitación dijo: «Supongo que tiene usted muy mal concepto de mí».
CLARKE: ¿Y usted qué le dijo?
WILDE: Dije: «Tengo entendido que tiene unas cartas mías dirigidas a lord Alfred Douglas, y creo desde luego que debería devolvérselas».
CLARKE: Sí, ¿quiere proseguir y contarnos qué sucedió?
WILDE: Después de haber dicho yo eso, se sacó tres o cuatro cartas del bolsillo, me las entregó y dijo: «Aquí están las cartas», y yo leí las cartas y dije: «No me parece que estas cartas tengan la menor importancia». Él dijo: «Anteayer me las robó un hombre llamado Allen y tuve que emplear a un detective para recuperarlas, pues deseaban extorsionarle con ellas». Yo dije: «No me parece que tengan ningún valor». Él dijo: «Me da miedo quedarme en Londres, pues ese hombre y otros me están amenazando. Quiero marcharme a América». Yo dije: «¿Tendría en América mejores oportunidades como oficinista que en Londres?». Me contestó que estaba ansioso por marcharse de Londres y que tenía miedo de ese hombre que le había robado las cartas. Me rogó encarecidamente que le diera dinero para ir a Nueva York, pues no encontraba nada en Londres. Le di 15 libras. Desde entonces las cartas han estado siempre en mi poder.
CLARKE: ¿Y así se acabó la entrevista?
WILDE: Así se acabó la entrevista, sí.
CLARKE: ¿Fue antes o después de eso cuando obtuvo del señor Tree esta copia de la carta? Deje que se lo pregunte.
WILDE: Oh, mucho después.
CLARKE: ¿Mucho después de eso?
WILDE: Sí, fue la mañana del 23 de abril cuando el señor Tree me entregó…
CLARKE: ¿De 1893?
WILDE: 1893.
CLARKE: ¿Cuando el señor Tree le entregó la copia de la carta a la que me he referido?
WILDE: Sí, el día después del estreno de mi obra… por eso recuerdo la fecha.
CLARKE: No puedo preguntarle qué sucedió entre usted y otras personas, pero ¿apareció algún otro hombre con esta carta, otra carta de la que ésta era supuestamente una copia?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Quién era ese hombre?
WILDE: ¿Se refiere al hombre que me devolvió la carta?
CLARKE: El que acudió primero a usted y le trajo la carta.
WILDE: El hombre que se presentó primero en mi casa me dijo que la carta no estaba en su poder.
CLARKE: ¿Recuerda el nombre de la persona que vino a verle en primer lugar?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Cómo se llamaba?
WILDE: Allen.
CLARKE: ¿Le visitó, le habló de esta carta y le dijo que no estaba en su poder?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y qué dijo usted? Si es tan amable de relatarnos qué ocurrió entonces…
WILDE: Si pudiera relatarle lo que ocurrió…
CLARKE: Por favor… en la entrevista.
WILDE: Mi criado me dijo que un tal señor Allen deseaba verme, o que un hombre deseaba verme por un asunto particular, y bajé al vestíbulo. Vi allí a ese hombre, de pie en el vestíbulo. Enseguida presentí, pues ya me habían informado anteriormente, que ése era el hombre que deseaba extorsionarme y pedirme dinero a cambio de esa carta, al que conocía de…
CLARKE: ¿Lo había visto antes?
WILDE: Personalmente no le había visto antes… no. Le dije: «Supongo que ha venido por lo de mi hermosa carta a lord Alfred Douglas». (RISAS).
CLARKE: ¿Sería tan amable de seguir contándonos el relato de lo que sucedió?
WILDE: «De no haber sido tan necio como para enviar una copia al señor Beerbohm Tree, con gusto le habría pagado una enorme suma de dinero por la carta, pues la considero una obra de arte». Él dijo: «Podría hacerse una interpretación muy curiosa de esta carta, señor Wilde». Yo le repliqué: «El arte es raramente inteligible para las clases criminales». Él me dijo: «Un hombre me ha ofrecido 6o libras por ella». Le dije: «Si quiere mi consejo, busque a ese hombre y véndale la carta por 60 libras». (RISAS). Le dije: «Yo mismo jamás he recibido una suma tan grande por una obra en prosa de esa extensión, pero me alegra descubrir que hay alguien en Inglaterra que considera que una carta mía vale 6o libras». (RISAS). Es posible que se quedara un tanto desconcertado ante mi actitud. Dijo: «Ese hombre está fuera de la ciudad». Le dije: «Pero seguro que vuelve. ¿Por qué no esperar?».
CLARKE: ¿Se refiere al hombre que le había ofrecido 60 libras?
WILDE: Se trataba del hombre que había ofrecido 60 libras por mi carta, y le dije: «Seguro que vuelve». Y dije: «Por lo que a mí respecta, lo único que puedo asegurarle, y le doy mi palabra de honor, es que no pagaré un penique para que me devuelvan la carta por la que ese hombre le ha ofrecido 60 libras, de manera que si ese hombre le desagrada mucho debería venderle mi carta por 60 libras». A continuación le dije… serían entonces las ocho menos cuarto: «No puedo seguir discutiendo este asunto, lo lamento muchísimo. Tengo que entrar a cenar». Ese día cenaba en casa. Le dije: «Siga mi consejo; vaya a ver al hombre que le ofrece 60 libras. No me moleste más con esto». Entonces me dijo, cambiando un poco de actitud, que no tenía un penique, que era muy pobre, y que había intentado localizarme muchas veces para hablar de ese asunto. Le dije que no podía garantizarle que eso cubriera sus gastos en carruajes, pero que me alegraría darle medio soberano. Cogió el medio soberano y se marchó.
CLARKE: Déjeme hacerle una pregunta: en el curso de la entrevista, ¿dijo usted algo acerca de un soneto, que recuerde?
WILDE: Sí, le conté… Le dije: «Esta carta es un poema en prosa que dentro de poco se publicará en forma de soneto en una preciosa revista de la que le mandaré un ejemplar». (RISAS).
CLARKE: Antes de pasar a su siguiente entrevista, ¿fue de hecho esa carta la base del poema en francés publicado en The Spirit Lamp?
WILDE: Sí. En mayo de 1893.
CLARKE: ¿El que está firmado «Pierre Louÿs»?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Se trata de un amigo suyo o es un nom de plume?
WILDE: Oh, no, es un joven amigo mío, un joven poeta francés que estaba de visita en Inglaterra, un poeta muy distinguido.[109]
CLARKE: Ese hombre, Allen, se marchó, ¿verdad?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Cuánto tiempo pasó antes de que alguien más se presentara?
WILDE: Yo diría que unos seis minutos… cinco o seis minutos.
CLARKE: ¿Y quién fue la persona que entró?
WILDE: Cliburn.
JUEZ: ¿Cuánto tiempo dice que pasó desde que se fue la otra persona?
WILDE: Unos cinco o seis minutos, señoría.
CLARKE: Bien, ¿y qué ocurrió entonces?
WILDE: Mi criado me dijo, yo entonces estaba en la biblioteca, que está en la planta baja… mi criado se acercó y me dijo: «Hay un hombre que quiere verle».
CLARKE: Entonces, ¿usted lo vio?
WILDE: Instintivamente pensé que…
CLARKE: No importa.
WILDE: Salí, vi a Cliburn y le dije: «Dejen de darme ya la lata con esa carta. No pienso dar ni dos peniques por la carta». Cliburn se la sacó del bolsillo y dijo: «Allen me ha pedido que se la devuelva». No la cogí enseguida.
CLARKE: Bien, ¿qué pasó? ¿Qué se dijo y qué se hizo?
WILDE: ¿Podría recordarme qué es lo último que he dicho?
JUEZ: Ha dicho: «Allen me ha pedido que se la devuelva».
CLARKE: Cliburn le dijo que Allen le había entregado la carta para devolvérsela.
WILDE: Le dije: «¿Por qué me devuelve la carta?». Él me dijo: «Bueno, dice que ha sido usted amable con él y que no vale la pena intentar echarle un chafarrinón».
JUEZ: ¿Un chafarrinón?
WILDE: Es argot. Significa infamar. «No vale la pena intentar echarle un chafarrinón, ya que usted sólo se ríe de nosotros». Miré la carta y observé que estaba tremendamente sucia, y le dije: «Me parece del todo imperdonable que un manuscrito mío no se haya cuidado mejor». (RISAS). Dijo que lo sentía mucho, pero que había pasado por muchas manos. Cogí la carta y le dije: «Bueno, aceptaré que me devuelva la carta, y agradezca de mi parte al señor Allen la preocupación que ha mostrado por ella». Le di a Cliburn medio soberano por las molestias que se había tomado en devolverme la carta y le dije: «Me temo que lleva usted una vida maravillosamente perversa». (RISAS). Me dijo: «En todos nosotros hay algo bueno y algo malo, señor Wilde». Le dije que había nacido para filósofo (RISAS)… y luego se marchó.
CLARKE: Así pues, ¿la carta quedó en su poder, y así ha permanecido desde entonces?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y la ha presentado aquí, en el tribunal, hoy?
WILDE: Sí.
CLARKE: Ahora quiero pasar a finales del año 1893. Creo que lord Alfred Douglas se marchó a El Cairo a finales de ese año… o justo a comienzos de 1894.
WILDE: Lord Alfred Douglas se marchó a El Cairo a finales de 1893… diciembre de 1893.
CLARKE: Y después de su regreso de El Cairo, ¿estaba usted almorzando con él un día de nuevo en el Café Royal y apareció lord Queensberry?
WILDE: Estábamos almorzando juntos en el Café Royal y lord Queensberry apareció.
CLARKE: ¿Se sentó con ustedes?
WILDE: Sí.
CLARKE: Me refiero a si comió con ustedes.
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Les estrechó la mano a ambos?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿El trato entre ustedes fue cordial?
WILDE: Sí.
CLARKE: Y charlaron, supongo, del viaje a Egipto y otros temas diversos.
WILDE: Sí.
CLARKE: Poco después de ese encuentro en el Café Royal, y sea tan amable de responder «sí» o «no» a mis preguntas siempre que pueda, ¿se enteró de que lord Queensberry hacía insinuaciones en relación con su reputación y comportamiento?
WILDE (tras una pausa): Sí.
CLARKE: ¿Y se enteró de que esas insinuaciones se habían hecho a través de comunicaciones a su propia familia?
CARSON: Ésta no puede ser la manera de demostrarlo; está revelando el contenido de cartas privadas.
JUEZ: Creo que no puede.
CLARKE: Muy bien, seré totalmente justo al respecto. (A WILDE). Tenga la amabilidad de decirme una cosa: esas insinuaciones, ¿no estaban contenidas en las cartas que le envió a usted?
WILDE: Oh, no, desde luego que no.
CLARKE: Ahora bien, ese mismo año, creo que a finales de junio, se produjo una entrevista entre usted y lord Queensberry.
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Dónde tuvo lugar?
WILDE: En el 16 de Tite Street.
CLARKE: ¿Sobre qué hora del día fue?
WILDE: A eso de las cuatro.
CLARKE: ¿De la tarde?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Había anunciado su visita lord Queensberry?
WILDE: No, desde luego que no.
CLARKE: ¿Se enteró cuando lord Queensberry y un caballero se presentaron allí?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Sabe quién era ese caballero que le acompañaba?
WILDE: Lord Queensberry me lo presentó como un tal señor Pape; que yo recuerde, ése es el nombre.
JUEZ: ¿Fue con lord Queensberry?
WILDE: Sí.
CLARKE: El nombre no tiene importancia, señoría, como se me ha dicho… Creo que es un error pero, con todo, el nombre no tiene importancia.
CARSON: Por supuesto, no tengo ningún inconveniente en que se mencione el nombre si es de algún interés para el caso, pero sería conveniente, en la medida de lo posible, suprimir los nombres.
JUEZ: Desde luego.
CLARKE: Nada que objetar. (A WILDE). ¿Había un caballero con lord Queensberry, un caballero al que no conocía?
WILDE: Oh, no, claro que no lo conocía.
CLARKE: ¿En qué habitación tuvo lugar la entrevista?
WILDE: En mi biblioteca de la planta baja.
CLARKE: ¿Qué ocurrió?
WILDE: Me había vestido para ir al campo, y al llegar a casa mi criado me dijo…
CLARKE: No hace falta que se remonte a tan atrás… Si pudiera ir directamente a lo que pasó.
WILDE: Mi criado me dijo: «Lord Queensberry y otro caballero están en la biblioteca». Me dirigí enseguida a la biblioteca.
CLARKE: ¿Y qué ocurrió entonces?
WILDE: Lord Queensberry estaba de pie junto a la ventana; yo me acerqué a la chimenea. Lord Queensberry me dijo: «Siéntese». Yo le dije: «No le permito ni a usted ni a nadie que me hable así en mi casa ni en ninguna otra parte». Le dije: «Supongo que ha venido a disculparse por lo que dijo de mí y de mi mujer en la carta que le escribió a su hijo».[110] Le dije: «El día que se me antoje puedo demandarle por calumnia criminal por haber escrito esa carta». Me dijo: «Esa carta era confidencial, ya que se la escribí a mi hijo». Le dije: «¿Cómo se atreve a decir esas cosas de su hijo y de mí?».
JUEZ: «¿Cómo se atreve a decir esas cosas…?».
WILDE: «De su hijo y de mí», señoría. Él dijo: «Les echaron sin contemplaciones del Hotel Savoy en cuanto descubrieron su repugnante conducta». Le dije: «Eso es mentira». Él dijo: «Ha alquilado unas habitaciones amuebladas para él en Piccadilly». Le dije: «Alguien le ha estado contando una sarta de absurdas mentiras acerca de su hijo y de mí. No he hecho nada parecido». Él dijo: «Me he enterado de que el año pasado fue seriamente chantajeado por una asquerosa carta sodomita que le escribió a mi hijo». Le dije: «Ésa era una hermosa carta»… ¿Qué es lo último que he dicho?
CLARKE: «Dije: “Ésa era una hermosa carta”».
WILDE: Dije: «Ésa era una hermosa carta, y nunca escribo nada si no es para publicarlo».
CLARKE: «¿Y nunca escribo…?».
WILDE: Sí, «y nunca escribo nada si no es para publicarlo». A continuación le dije: «Lord Queensberry, ¿de verdad nos acusa a su hijo y a mí de sodomía?». Él dijo: «No digo que lo sea, sólo que lo parece (RISAS)…».
JUEZ: Haré despejar la sala si oigo la menor señal de alboroto.
WILDE: «… pero lo parece y se comporta como tal, que es igual de malo». Dijo: «Si les vuelvo a pillar a usted y a mi hijo juntos en un restaurante público, le daré una paliza». Le dije: «No sé cuáles son las reglas de los Queensberry, pero la regla de Oscar Wilde es disparar sin preguntar». (RISAS). Y luego añadí: «Lord Queensberry, salga de mi casa». Dijo que no pensaba hacerlo. Le dije que llamaría a la policía para que lo echara. Me dijo: «Usted y mi hijo…». Repitió la frase referente a mí y a su hijo, añadiendo: «Es un repugnante escándalo que corre por todo Londres». Le dije: «Si fuera así… Si es así —supongo que dije—, si es así, usted es el autor del escándalo, y nadie más. Las cartas que ha escrito sobre mí son infames, y me doy cuenta de que tan sólo pretende utilizarme para destruir a su hijo».[111] A continuación le dije: «Ahora váyase. No consiento tener en mi casa a un bruto como usted». Salí al vestíbulo seguido de lord Queensberry y el caballero que le acompañaba. Le dije a mi criado, señalando a lord Queensberry mientras hablaba: «Éste es el marqués de Queensberry, el bruto más infame de Londres. Jamás le permitas volver a entrar en mi casa. Si lo intentara, avisa a la policía».
CLARKE: ¿Se fueron en ese momento lord Queensberry y su amigo?
WILDE: Sí, con palabras violentas por ambas partes.
CLARKE: ¿Era cierto que había alquilado unas habitaciones en Piccadilly para su hijo?
WILDE: No.
CLARKE: ¿Ni para ninguno de sus hijos?
WILDE: No, totalmente falso.
CLARKE: ¿Tenía el menor fundamento la afirmación de que usted, en alguna ocasión, con o sin alguno de sus hijos, fue expulsado del Hotel Savoy o le pidieron que se marchara?
WILDE: Absolutamente falso.
CLARKE: Bien, llegamos ahora a comienzos del año en curso, al 14 de febrero de este año, cuando se iba a estrenar su obra La importancia de llamarse Ernesto en el Teatro St. James… ¿es así?
WILDE: Así fue.
CLARKE: En esa fecha, ¿le llegaron ciertas informaciones procedentes del teatro y de otras personas?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Relacionadas con lord Queensberry?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Estaba al corriente de lo ocurrido unos años antes durante el estreno de The Promise of May?
WILDE: Sí.
CLARKE: La noche del estreno de La importancia de llamarse Ernesto, según tengo entendido, fue usted al teatro.
WILDE: SÍ.
CLARKE: ¿Tuvo éxito la obra?
WILDE: Me satisface poder decir que tuvo un gran éxito.
CLARKE: Y, según creo, ¿apareció usted tras la representación para saludar al público?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y tiene constancia de que la noche del estreno la policía se presentó en el teatro?
WILDE: Sí.
CLARKE: De hecho, a lord Queensberry no se le permitió entrar.
WILDE: No.
CLARKE: Intentó colarse por el gallinero, creo, y se le negó la entrada. (AL JUEZ). No es necesario, señoría, llamar a otros testigos para demostrarlo. (A WILDE). ¿Y está al corriente de que lord Queensberry había dejado un manojo de verduras?
WILDE: Sí.
CLARKE: En la taquilla, creo. A consecuencia de lo ocurrido el día 14, ¿consultó usted a un abogado y decidió no emprender ninguna acción legal?[112]
WILDE: Sí.
CLARKE: Ahora bien, según creo, usted había estado ausente de Inglaterra hasta unos días antes del estreno de la obra.
WILDE: Hasta unos diez días o dos semanas antes… Creo que fueron diez días.
CLARKE: Y después de su regreso a Inglaterra, ¿fue por primera vez al Club Albemarle el 28 de febrero?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y ese día recibió del portero del club, que ha sido llamado como testigo, la tarjeta que se ha enseñado aquí?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Era la primera vez, a excepción de las cartas ya mencionadas —las cartas que lord Queensberry ha dicho que eran confidenciales—, que se hacía alguna afirmación por escrito referente a su reputación?
WILDE (dubitativo): No.
CLARKE: ¿Cuándo?
WILDE: Me habían enseñado diversas comunicaciones de lord Queensberry, no dirigidas a su hijo, sino a una tercera persona.
CLARKE: Sí, pero si se fija en la pregunta, he dicho a miembros de su familia… a miembros de la familia de su esposa.
WILDE: Sí, desde luego.
CLARKE: Muy bien, ésta es la pregunta.
WILDE: Sí, ésa fue la primera vez.
CLARKE: Al recibir la tarjeta, el 28 de febrero, ¿informó enseguida a su abogado?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Se emitió una orden de arresto al día siguiente?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y se ejecutó el 2 de marzo?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Y luego usted prestó declaración?
WILDE: Sí.
CLARKE: Bien, hay otros dos asuntos que debo mencionar. Se ha insinuado aquí que usted es el responsable de la publicación de una revista llamada The Chameleon, en la que ciertas «Frases y filosofías para uso de los jóvenes» y ciertos aforismos suyos aparecen en las tres primeras páginas.
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Tuvo usted algo que ver con la propiedad, la preparación o la publicación de ese número de The Chameleon, aparte de enviar su colaboración?
WILDE: En absoluto, no tuve nada que ver con ello… nada.
CLARKE: Hasta que no vio impreso ese número de The Chameleon, ¿había visto alguna vez o conocía la existencia del relato titulado «El sacerdote y el acólito» que en él se contiene?
WILDE: En absoluto.
CLARKE: Al verlo impreso, ¿se puso en comunicación con el editor?
WILDE: No me puse en comunicación directa con el editor, si se refiere a por escrito, pero vino a verme al Café Royal para hablar conmigo de ello.
CLARKE: No le voy a preguntar por la conversación, pero ¿expresó o no expresó usted su desaprobación ante ese texto?
CARSON: No veo la diferencia.
CLARKE: Le preguntaré por la conversación si mi docto colega así lo desea.
CARSON: No, creo que eso forma parte de la conversación, y debe usted saber que eso no constituye una prueba.
CLARKE: Si mi docto colega pone objeciones respecto a la conversación, que desde luego no me parece necesaria para mi propósito, seguramente se me permitirá preguntarle al testigo si aprueba o desaprueba el texto.
JUEZ: Eso es otra cosa.
CLARKE: ¿Aprueba o desaprueba usted «El sacerdote y el acólito»?
WILDE: Lo desapruebo enormemente. Creo que es literatura mala, indecente.[113]
CLARKE (AL JUEZ): Entonces, creo que se me permitirá preguntar si transmitió esa desaprobación —(A WILDE) no responda a la pregunta— (AL JUEZ) al editor. Tengo derecho a preguntar si esa desaprobación se la expresó al editor.
JUEZ: Sí, creo que lo tiene.
CLARKE (A WILDE): Tan sólo responda «sí» o «no»: ¿expresó esa desaprobación al editor?
WILDE: Sí.
CLARKE: La otra cuestión que se ha mencionado se refiere a este libro titulado El retrato de Dorian Gray, con su nombre en la portada.
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Fue Dorian Gray publicado originalmente como serial, en forma de serial?
WILDE: Se publicó en la Lippincott’s Magazine del año anterior.
CLARKE: Entonces, cuando se publicó en este país, ¿se le hicieron alteraciones, añadidos? ¿Hubo algún cambio?
WILDE: Cuando se publicó en libro se hicieron varios cambios; se añadieron dos nuevos capítulos, no, de hecho se añadieron tres capítulos.[114]
CLARKE: ¿Se añadieron tres capítulos?
WILDE: Sí.
CLARKE: Creo que éste es el único volumen que ha sido publicado con su nombre en la portada.[115]
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿De Dorian Gray?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿En qué año se publicó el volumen?
WILDE: En 1891, creo. Me parece que el relato original se publicó en 1890.
CLARKE: Por favor, respóndame de nuevo «sí» o «no»; ¿fue ampliamente comentado y reseñado?[116]
WILDE: Sí, mucho… muchísimo, de hecho.
CLARKE: ¿Y ha estado en circulación y a la venta todo este tiempo?
WILDE: Desde entonces hasta ahora.[117]
CLARKE: Bien, creo que no hace falta que le importune con más preguntas, aunque sí podría hacerle ésta: no quiero que comparta y apruebe el lenguaje que yo pueda haber utilizado, pero, en el esbozo que he intentado hacer de la novela de Dorian Gray, ¿he presentado de manera sustancial los hechos principales que ocurren en el libro?
WILDE: ¿Debo contestar «sí» o «no», sir Edward?
CLARKE: Me hubiera gustado que pudiera decir «sí».
WILDE: Diré que, con una leve adición, me ha parecido una perfecta descripción de lo que pretendía decir con el libro. Sólo hay una omisión.
CLARKE: Entonces debo pedirle que la remedie, si le parece importante para el caso.
WILDE: Que el retrato, tal como se afirma en el último capítulo, y a menudo a lo largo del libro, se había convertido… —el cambio pretendía simbolizar, por supuesto, la ruina que había llevado a su propia alma—, que el retrato se había convertido para él en su conciencia; y en el último capítulo enuncia la razón por la que lo destruye al decir: «Este retrato malogra todo mi placer en la vida. Para mí es la conciencia; lo aniquilaré; me libraré de este emblema visible de mi conciencia», y al intentar aniquilar su propia alma, el hombre muere inmediatamente. Ése es el pequeño añadido que quería hacer.
CLARKE: Si me permite, creo que se refiere a lo siguiente: «¿Por qué lo había guardado tanto tiempo? Antaño le había complacido ver cómo cambiaba, envejecía. Pero últimamente eso ya no le complacía. Le tenía despierto por las noches. Cuando no estaba en casa, le llenaba de terror que otros ojos lo contemplaran. Había veteado sus pasiones de melancolía. Su mero recuerdo había estropeado sus muchos momentos de dicha. Para él había sido como una conciencia. Sí, había sido su conciencia. Lo destruiría».
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Se le ha informado, creo, de las declaraciones que se hacen en el alegato de la defensa?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Referentes a distintas personas y poniendo en entredicho su conducta con ellas?
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿Hay algo de verdad en cualquiera de estas acusaciones?
WILDE: No hay la menor verdad en ninguna de ellas.
EDWARD CARSON interroga a WILDE.
CARSON: Al principio de su interrogatorio ha afirmado que tenía treinta y nueve años. Creo que tiene más de cuarenta, ¿no es así?
WILDE: No lo creo. Creo que tengo treinta y nueve o cuarenta… en mi próximo aniversario cumpliré cuarenta. Si tiene aquí mi certificado de nacimiento, eso zanja el asunto.
CARSON: Usted nació, creo, el 16 de octubre de 1854.
WILDE: Sí, no tengo intención de hacerme pasar por más joven de lo que soy. Procuro ser exacto en la fecha.
CARSON: Entonces tiene usted algo más de cuarenta.
WILDE: Muy bien.
CARSON: ¿Puedo preguntarle si sabe qué edad tenía o tiene lord Alfred Douglas?
WILDE: Lord Alfred Douglas cumplió, creo, veinticuatro años en su último aniversario. Creo que en el siguiente cumplirá veinticinco.
CARSON: ¿Puedo deducir de ello que, cuando le conoció, él tendría veinte o veintiún años?
WILDE: Sí.
CARSON: En referencia a su entrevista con lord Queensberry, tal como he entendido por su declaración, ¿se había mostrado cordial con usted cada vez que habían coincidido y hablado hasta la entrevista en Tite Street?
WILDE: Sí, desde luego.
CARSON: ¿Y, por lo que entiendo, no mostró ningún tipo de inclinación hostil hacia usted?
WILDE: No.
CARSON: Antes de la entrevista en Tite Street, ¿recibió usted una carta de él, fechada el 3 de abril, diciéndole que deseaba que no siguiera viéndose con su hijo?
WILDE: No, no recibí esa carta.[118]
CARSON: ¿Está seguro?
WILDE: Muy seguro.
CARSON: Pero, después de la entrevista en Tite Street, no le quedó ninguna duda de que lord Queensberry, con razón o sin ella, deseaba que esa relación no prosiguiera, ¿verdad?
WILDE: Sí.
CARSON: ¿Y por las razones que le dio?
WILDE: Sí.
CARSON: Creo que puedo afirmar, señor Wilde, que, pese a las protestas de lord Queensberry al respecto, usted ha seguido manteniendo una relación muy estrecha con lord Alfred Douglas hasta el momento presente.
WILDE: Hasta el momento presente, desde luego.
CARSON: ¿Se ha alojado con él en muchos lugares?
WILDE: Sí.
CARSON: ¿Oxford?
WILDE: Oxford.
CARSON: ¿Brighton?
WILDE: Sí.
CARSON: ¿En varias ocasiones?
WILDE: Sí, en varias ocasiones.
CARSON: ¿Worthing?
WILDE: Sí.
CARSON: ¿Nunca alquiló habitaciones para él?
WILDE: Nunca, nunca.
CARSON: ¿Estuvo con él en otros lugares?
WILDE: ¿Se refiere a otras ciudades?
CARSON: No, a otros lugares de Inglaterra.
WILDE: Cromen.
CARSON: ¿Tulbeck Farm?[119]
WILDE: Sí… Torquay.
CARSON: ¿Y, creo, en varios hoteles de Londres?
WILDE: Sí.
CARSON: ¿Dos hoteles de Albemarle Street?
WILDE: Uno en Albemarle Street y otro en Dover Street.[120]
CARSON: ¿El Savoy?
WILDE: Sí.
CARSON: ¿Alguna vez alquiló usted alguna habitación, señor Wilde, además de tener su casa en Tite Street?
WILDE: Sí.
CARSON: ¿Dónde?
WILDE: En St. James’s Place, 10 y 11.
CARSON: ¿Cuánto tiempo tuvo esas habitaciones?
WILDE: Desde octubre hasta principios de abril, me parece.
CARSON: ¿Octubre de qué año?
WILDE: Desde octubre de 1893 hasta, creo, finales de marzo o principios de abril de 1894.
CARSON: ¿Se alojó lord Alfred Douglas en esos aposentos?
WILDE: Se quedó alguna vez.
CARSON: ¿No quedan muy lejos de Piccadilly?
WILDE: No.
CARSON: Tengo entendido que también estuvo con él en el extranjero.
WILDE: Hemos estado varias veces en el extranjero.
CARSON: ¿Y también últimamente, creo?
WILDE: Sí.
CARSON: ¿En Montecarlo?
WILDE: En Montecarlo, sí.[121]
CARSON: En referencia a esos libros, el último punto acerca del que le interrogó mi docto colega… ¿estaban ustedes alojados en Brighton, creo que en el 26 de Kings Road?[122]
WILDE: Sí.
CARSON: ¿Fue en el 26 de Kings Road donde escribió el artículo para The Chameleon?
WILDE: No. Oh, no.
CARSON: ¿Cómo?
WILDE: ¿Que lo escribí?
CARSON: Sí.
WILDE: No. Oh, no, desde luego que no.
CARSON: Mi amigo se opone a que lo llame artículo.
WILDE: No… Me refiero a mi colaboración.
CARSON: ¿Sus «frases»?
WILDE: No, no las escribí allí.
CARSON: Ya ha entendido a qué me refería. Ha observado, supongo, que en The Chameleon también hay colaboraciones de lord Alfred Douglas.
WILDE: Sí.
CARSON: ¿Las escribió mientras estaban en Brighton? WILDE: No.
CARSON: ¿Qué?
WILDE: No.
CARSON: ¿Está completamente seguro de eso?
WILDE: Sí, totalmente seguro.
CARSON: ¿Sabe cuándo las escribió?
WILDE: Las escribió mientras estaba en Oxford, cuando aún era estudiante en Oxford.
CARSON: ¿Se las enseñó antes de enviarlas a The Chameleon?
WILDE: No.
CARSON: ¿No se las enseñó?
WILDE: No.
CARSON: ¿Está totalmente seguro de eso?
WILDE: Sí. Oh, sí, muy seguro… sí, no me las enseñó.
CARSON: ¿Nunca las había visto?
WILDE: Las había visto… sí.
CARSON: ¿Las aprobaba?
WILDE: Creo que son unos poemas extraordinariamente hermosos, los dos.
CARSON: ¿Poemas extraordinariamente hermosos?
WILDE: Sí.
CARSON: ¿Uno es «Elogio de la vergüenza»?
WILDE: Uno es «Elogio de la vergüenza».
CARSON: ¿Y el otro «Dos amores»?
WILDE: Sí.
CARSON: ¿Los dos amores son dos muchachos?
WILDE: Sí.
CARSON: ¿Uno llama a su amor «el verdadero amor»?
WILDE: Sí.
CARSON: ¿El amor del otro muchacho es «la vergüenza»?
WILDE: Sí.
CARSON: ¿Eso le sugiere…?
WILDE: ¿Está citando los poemas?
CARSON: Sí, los tengo aquí.
Yo soy el verdadero Amor, lleno
los corazones de mozo y moza con mutua llama.
Y en un suspiro dijo el otro: Hágase tu voluntad,
soy el Amor que no osa pronunciar su nombre.
WILDE: Sí, ése era el último verso.
CARSON: ¿Cree que sugería algo indecoroso?
WILDE: No.
CARSON: ¿Nada en absoluto?
WILDE: Desde luego que no.
CARSON: ¿Ha leído «El sacerdote y el acólito»?
WILDE: Sí.
CARSON: ¿No le cabe duda alguna de que no se trataba de una colaboración indecorosa?
WILDE: Desde el punto de vista literario, la considero enormemente indecorosa.
CARSON: ¿Sólo la desaprueba desde un punto de vista literario?
WILDE: A un hombre de letras le resulta imposible juzgar un texto como no sea a partir de sus defectos literarios. Al hablar de literatura, por supuesto, me refiero al tratamiento del tema, la elección del tema, todo. Me refiero a que no se puede criticar un libro como si fuera un fragmento de la vida real. Creo que la elección fue errónea, el tema erróneo, la escritura totalmente errónea, y todo el tratamiento erróneo… ¡erróneo!
CARSON: ¿Todo el tratamiento fue erróneo?
WILDE: Y el tema fue erróneo. Se podría haber hecho hermoso.
CARSON: Creo que es usted de la opinión, señor Wilde, de que no hay libros inmorales.
WILDE: Sí.
CARSON: ¿Sostiene usted esa opinión?
WILDE: Sí.
CARSON: Supongo, entonces, que en su opinión el relato no era inmoral.
WILDE: Peor que eso, estaba mal escrito. (RISAS).
CARSON: El relato trata de un sacerdote que se enamora del acólito, el muchacho que le asiste en la misa, ¿verdad?
WILDE: Sí.
CARSON: ¿Después de desearlo apasionadamente?
WILDE: Entiendo que, según el relato, la pasión no es física… sin embargo, usted dice: «después de desearlo apasionadamente»… un mero detalle, sí.
CARSON: Después de desearlo apasionadamente, ¿el rector encuentra al acólito en la habitación del sacerdote?
WILDE: Yo no soy el responsable de eso.
CLARKE: Señoría, no quiero interferir, pero desde luego, después de que el testigo haya expresado su desaprobación y diga que enseguida expresó su desaprobación, resulta muy extraño que se le siga interrogando acerca del contenido de un libro que desaprobaba.
JUEZ: No, no acerca de su contenido, sino acerca de su punto de vista acerca del contenido, con vistas a comprender a qué se refería al decir que lo desaprobaba.
CARSON: Sí.
JUEZ: Lo encuentro bastante relevante.
CLARKE: No estamos discutiendo aquí cuestiones de crítica literaria ni de gusto literario.
CARSON: No, no lo estamos. (A WILDE). ¿Y entonces el rector encuentra al muchacho en el dormitorio y se forma un escándalo?
WILDE: Mi impresión es que el rector llega con el escándalo ya preparado. Estoy dispuesto a aceptar su afirmación.
CARSON: ¿Llega a esa conclusión al encontrar al muchacho en el dormitorio?
WILDE: Sólo lo he leído una vez. Nada me hará volver a leerlo. No puede interrogarme respecto de los detalles de la historia. No me interesa ese relato.
CARSON: ¿Considera el relato blasfemo?
WILDE: Me pareció que el final, la narración de la muerte, violaba todos los cánones artísticos de belleza.
CARSON: Eso no es lo que le he preguntado.
WILDE: Es la única respuesta que puedo darle.
CARSON: ¿Le pareció blasfemo?
WILDE: ¿A qué se refiere? Me pareció malo, del todo. Déjeme expresarlo así.
CARSON: ¿Le pareció blasfemo, señor?
WILDE: Sí.
CARSON: Quiero saber cuál es su postura, su comportamiento al respecto.
WILDE: Perdone, pero ésa no es manera de hablarme… «se comporta como…». Yo no pretendo adoptar ninguna postura.
CARSON: Sí; le ruego me perdone. Quiero saber qué postura adopta en referencia a ese tipo de publicación, y quiero saber, señor, si considera blasfema la historia.
WILDE: El sentimiento que se despertó en mi mente al leer el relato…
CARSON: ¿Quiere responder «sí» o «no»?
WILDE: Le responderé a la pregunta: el sentimiento fue de desagrado y repugnancia.
CARSON: Tengo muchas cosas que preguntarle. Responda «sí» o «no». Es usted un caballero que entiende las preguntas perfectamente. ¿Consideró o no el relato de «El sacerdote y el acólito» una creación blasfema?
WILDE: No consideré el relato una creación blasfema.
CARSON: Muy bien; me basta con eso.
WILDE: Lo encontré repugnante.
CARSON: Cuando el sacerdote del relato le administra veneno al muchacho, ¿utiliza las palabras de los sacramentos de la Iglesia de Inglaterra?
WILDE: Es algo que he olvidado por completo. No puede interrogarme sobre ello. Diría que sí. Creo que es horrible. Blasfemo no es una palabra que yo utilice. Creo que es horrible y repugnante.
CARSON: ¿Y no es blasfemo?
WILDE: Ésa no es una palabra que yo utilice, es de su cosecha.
CARSON: Deje que le lea un momento las palabras tal como aparecen publicadas: «Le administró la sagrada hostia al muchacho, y a continuación tomó el hermoso cáliz de oro, incrustado de piedras preciosas, en su mano; se volvió hacia él; pero cuando vio la luz del hermoso rostro se volvió de nuevo hacia el crucifijo con un leve gemido. Por un instante le falló el valor; a continuación se volvió de nuevo hacia el joven, y le llevó el cáliz a los labios: “La sangre de Nuestro Señor Jesucristo, que fue derramada por nosotros, conserve tu cuerpo y tu alma para la vida eterna”». ¿Fue eso blasfemo?
WILDE: No consideré que ésa fuera la intención del autor.
CARSON: Eso no es lo que le he preguntado.
WILDE: No entiendo por qué quiere que me limite precisamente a esa palabra. Esas palabras no son mías.
CARSON: Eso ha quedado perfectamente claro, señor Wilde, y de ninguna manera le estoy acusando de haberlo publicado, y entiendo que ha expresado su desaprobación, pero a lo que quiero llegar es a qué fue lo que desaprobaba.
WILDE: Lo que desaprobaba era el tono, el tratamiento, el tema, todo; todo, de principio a fin.
CARSON: Escuche esto: «El sacerdote nunca había contemplado en aquellos amados ojos un amor tan perfecto, una confianza tan absoluta como los que manaban ahora de ellos; ahora, con la cara vuelta hacia arriba…».
CLARKE: Creo que me veo obligado a interrumpir de nuevo. No veo que tenga objeto alguno leerle estos extractos al señor Wilde, cuando ya ha dicho que esta creación es horrible y repugnante, como no sea para, de una u otra manera, intentar identificarle con ella o para influir en el caso mediante su lectura, y la lectura de una creación horrible y repugnante escrita por otra persona no puede ser relevante en ningún tipo de contrainterrogatorio.
JUEZ: Creo que el señor Carson está legitimado para poner a prueba la opinión del testigo acerca de una creación de este tipo. Creo que guarda relación con los temas que el jurado tiene que considerar, y no creo, por tanto, que yo pueda interferir en esta fase.
CARSON: Escuche esto, señor. ¿Fue sólo desde un punto de vista literario por lo que desaprobó esto?: «En el instante en que hubo recibido el sacramento, Ronald cayó de rodillas junto a él y apuró el cáliz hasta la última gota. Lo dejó en el suelo y rodeó con los brazos la hermosa figura de su amadísimo acólito. Sus labios se encontraron en un último beso de perfecto amor, y todo acabó».
WILDE: Me parece una bobada repugnante.
CARSON: ¿Una repugnante qué?
WILDE: Bobada.
CARSON: ¿Y eso es todo?
WILDE: Me parece suficiente.
CARSON: ¿Admitiría, señor Wilde, que cualquiera que tuviera relación con ese relato o se permitiera públicamente aprobarlo, estaría actuando como un sodomita?
WILDE: No, ¿podría repetir la pregunta?
CARSON: ¿Cualquiera que tuviera relación con ese relato o se permitiera públicamente aprobarlo, estaría, cuando menos, actuando como un sodomita?
WILDE: No.
CARSON: ¿No está de acuerdo?
WILDE: No; si me lo pregunta, como otro colaborador de la revista, está mal y pienso que debería haberse retirado.
CARSON: Lo que le pregunto es si, suponiendo que una persona hubiera estado relacionada con esa creación o la hubiera aprobado en público, ¿diría que estaba actuando como un sodomita?
WILDE: Diría que tenía un gusto literario muy malo.
CARSON: ¿Eso es todo lo que diría, que tenía un gusto literario muy malo?
WILDE: Me parece algo horrendo. No veo por qué ha de interrogarme acerca de algo que detesto. Protesto.
CARSON: No le corresponde a usted protestar.
WILDE: Me refiero al relato. Protesto ante su existencia.
CLARKE: Protesta por el relato.
CARSON: ¿Lo desaprueba desde un punto de vista literario?
WILDE: Sí.
CARSON: ¿Alguna vez realizó algún acto para informar al público de que desaprobaba The Chameleon?
WILDE: No, nunca.
CARSON: Y a pesar del artículo, del que acabo de leer una parte, y que apareció en una publicación en la que usted colaboraba, ¿no le pareció necesario, cuando menos, desvincularse de ella?
WILDE: ¿Se refiere mediante una carta abierta?
CARSON: De algún modo público.
WILDE: Como hombre de letras, sería degradante escribir para desvincularme de la obra de un estudiante de Oxford.
CARSON: ¿De la obra de quién?
WILDE: De un estudiante de Oxford.
CARSON: ¿Estaba destinada esa obra a ser distribuida entre los estudiantes de Oxford?
WILDE: No tengo la menor idea. No lo sé.
CARSON: ¿Cómo?
WILDE: No tengo ni idea.
CARSON: ¿Sabe que estuvo en circulación?
WILDE: No me cabe duda.
CARSON: ¿Entre estudiantes de Oxford?
WILDE: No me cabe duda. Pero no sé nada de ello.
CARSON: ¿Está de acuerdo con esas «Frases y filosofías» suyas que aparecen en el primer artículo de The Chameleon… su contribución?
WILDE: Sí.
CARSON: ¿Cree que eran artículos tendentes a promover… máximas tendentes a promover… la inmoralidad entre los jóvenes?
WILDE: Mi obra nunca pretende producir ningún efecto que no sea el de la literatura.
CARSON: ¿La literatura?
WILDE: Sí, la literatura.
CARSON: ¿Puedo asumir que no le preocupa que ejerza una influencia moral o inmoral?
WILDE: No creo que ningún libro u obra de arte ejerza la menor influencia sobre la conducta. No lo creo.
CARSON: ¿Pero no me equivoco al afirmar que, cuando escribe esas cosas, no considera si su efecto contribuye a la moralidad o la inmoralidad?
WILDE: Desde luego que no.
CARSON: ¿Creo que puedo suponer que, por lo que se refiere a sus obras, se comporta usted como si no le preocuparan la moralidad o la inmoralidad?
WILDE: No sé si utiliza la expresión «se comporta como» en un sentido concreto.
CARSON: «Comportarse como» es una de sus expresiones favoritas, ¿no?
WILDE: ¿Ah, sí? No tengo ninguna «postura» cuando «me comporto» al respecto. Mi trabajo es escribir un argumento, libro, lo que sea. Lo que me preocupa de manera absoluta es la literatura, es decir, el Arte. El objetivo no es hacer el bien ni hacer el mal, sino intentar hacer algo que posea cierta belleza, ya sea por la belleza en sí, por la inteligencia o la emoción.
CARSON: Escuche, señor. He aquí una de sus «Frases y filosofías para uso de los jóvenes»: «La maldad es un mito inventado por las buenas personas para poder explicarse el curioso atractivo de los demás». (RISAS).
WILDE: Sí.
CARSON: ¿Cree que es verdad?
WILDE: Rara vez pienso si algo de lo que escribo es verdad. (RISAS).
CARSON: ¿Ha dicho «rara vez»?
WILDE: He dicho «rara vez». Podría haber dicho nunca.
CARSON: ¿Nada de lo que escribe es verdad?
WILDE: No es verdad en el sentido de que no se corresponde a un hecho; es una manera deliberada de representar paradojas, bromas, absurdidades, cualquier cosa; pero no es verdad en el sentido de corresponderse con hechos reales de la vida, desde luego que no; lamentaría mucho pensarlo así.
CARSON: «Las religiones mueren cuando se demuestra que son verdad».[123]
WILDE: Sí, lo sostengo.
CARSON: ¿Es eso cierto?
WILDE: Sí… bueno, es una teoría para la filosofía de la asimilación de la religión a la ciencia. Es una cuestión demasiado complicada para entrar en ella ahora.[124]
CARSON: Me gustaría tan sólo conocer su opinión sobre este punto: ¿cree que fue atinado proponer ese axioma como una «Frase y filosofía para uso de los jóvenes»?
WILDE: Yo diría que para el pensamiento es de lo más estimulante. (RISAS).
CARSON: «Quien dice la verdad tarde o temprano será descubierto».[125]
WILDE. Sí, creo que es una paradoja muy agradable, pero no le doy mucho valor como axioma. (RISAS).
CARSON: ¿Cree que es un buen axioma educativo para los jóvenes?
WILDE: Cualquier cosa que induzca a pensar a cualquier persona de cualquier edad es buena para ella. (RISAS).
CARSON: ¿Cualquier cosa que induzca a pensar?
WILDE: Sí, cualquier cosa.
CARSON: ¿Sea moral o inmoral?
WILDE: El pensamiento no es nunca ni una cosa ni otra.
CARSON: ¿Así que no existe el pensamiento inmoral?
WILDE: No, hay emociones inmorales, pero el pensamiento es algo intelectual, al menos tal como yo uso la palabra.
CARSON: Escuche esto: «El placer es la única cosa por la que se debe vivir, nada envejece como la felicidad».[126] ¿Cree que el placer es la única cosa por la que se debe vivir?
WILDE: Creo que la autorrealización, realizarse uno mismo, es el objetivo primordial en la vida. Creo que realizarse a través del placer es mejor que realizarse a través del dolor. Es decir, el ideal pagano del hombre que se realiza mediante la felicidad en oposición a la idea posterior y quizá más elevada del hombre que se realiza a través del sufrimiento.[127] En ese tema quizá estaba totalmente de parte de los antiguos… los griegos, es decir, los filósofos. (RISAS).
CARSON: ¿«Cualquier preocupación sobre las ideas de lo que es correcto o incorrecto en la conducta demuestra un desarrollo intelectual atrofiado»?
WILDE: ¿Me ha hecho una pregunta?
CARSON: Le he preguntado si ésa es su opinión.
WILDE: Oh, no, desde luego que no.
CARSON: Entonces, ¿por qué lo incluyó como «Frase y filosofía para uso de los jóvenes»?
WILDE: Porque, si me permite que le conteste, contiene una media verdad, sólo una media verdad expresada deliberadamente de una forma muy perversa y paradójica; contiene una media verdad.
CARSON: ¿«Una verdad deja de ser verdad cuando más de una persona cree en ella»?
WILDE: Sí.
CARSON: ¿Cree que eso es cierto?
WILDE: En última instancia, creo que sí, que ésa sería mi definición filosófica de la verdad: algo tan personal que, cuando otra persona sostiene lo mismo… que, de hecho, la misma verdad nunca puede ser aprehendida por dos mentes distintas, eso es lo que significa; que cada mente tiene su propia verdad; es, por completo, una importante condición física.
CARSON: ¿«El estado de perfección es el ocio»?[128]
WILDE: Oh, sí, eso creo, la mitad de eso es cierto.
CARSON: ¿Qué es cierto?
WILDE: La mitad es cierto. Creo que la vida de contemplación es la más elevada, y creo que así ha sido reconocido por los filósofos, los santos… la vida de contemplación…[129]
CARSON: Escuche esto: «Hay algo trágico en la enorme cantidad de jóvenes que en Inglaterra, en el momento presente, comienzan su vida con un perfil perfecto y acaban adoptando alguna profesión útil».[130] ¿Es ésta una «Frase y filosofía para uso de los jóvenes»?
WILDE: Pensaba que los jóvenes tendrían el suficiente sentido del humor para apreciar este hermoso absurdo.
CARSON: ¿Esto le parece humorístico?
WILDE: Creo que se trata de una paradoja divertida, un divertido juego de palabras.
CARSON: Que cuando la gente tiene un perfil perfecto… es decir, supongo que habla de jóvenes con un bello rostro…
WILDE: Deben tener un perfil perfecto.
CARSON: ¿Que pueden adoptar una profesión útil?
WILDE: ¿Cómo dice?
CARSON: Y ahora, señor, le pregunto esto: en opinión de cualquiera, ¿cuál sería el efecto de «Frases y filosofías» como éstas si aparecieran en conjunción con un artículo como «El sacerdote y el acólito»?
WILDE: Era indudable que… la idea de que alguien se las pudiera tomar así fue lo que me hizo oponerme con tanta contundencia a «El sacerdote y el acólito»… pues enseguida comprendí que unas máximas que pretendían ser totalmente absurdas, paradójicas, como se quiera —varias de ellas aparecen en mis obras teatrales—, podrían tomarse en serio. Eso fue lo que me indignó.
CARSON: En referencia a Dorian Gray, su otra obra a la que se ha hecho mención, ¿nos ha dicho, creo, que se publicó por primera vez en la Lippincott’s Magazine?
WILDE: Sí.
CARSON: ¿Recibió un buen número de críticas?[131]
WILDE: Sí.
CARSON: ¿Y creo que prestó especial atención a una de ellas?
WILDE: A varias.
CARSON: Sólo sé de una. Hubo una en el Scots Observer.
WILDE: A ésa es a la que presté atención.
CARSON: ¿A ésa es a la que prestó atención?
WILDE: A ésa es a la que presté atención. El crítico dijo…
CARSON: El crítico dice: «El relato, que trata de asuntos sólo adecuados para el Departamento de Investigación Criminal o para una vista a puerta cerrada, es deshonroso tanto para el autor como para el editor».
WILDE: Sí.
CARSON: «El señor Wilde posee inteligencia, oficio y estilo; pero si sólo es capaz de escribir para nobles fuera de la ley y para recaderos de telégrafos,[132] cuanto antes se dedique a la sastrería (o a cualquier otra profesión decente), mejor será para su reputación y la moral pública».
WILDE: Sí.
CLARKE: ¿De quién es esta opinión?
CARSON: Es del Scots Observer del 5 de julio de 1890.[133] (A WILDE). Usted escribió una réplica a esa reseña el 19 de julio de 1890, y al final de ella dice lo siguiente: «Fue necesario, señor, para el desarrollo dramático de esta historia, rodear a Dorian Gray de una atmósfera de corrupción moral».
WILDE: Sí.
CARSON: «De lo contrario, la historia no tendría sentido ni la trama sustancia. Mantener esa atmósfera vaga, indeterminada y maravillosa era el objetivo del artista que escribió la historia».
WILDE: Sí.
CARSON: «Afirmo, señor, que lo ha conseguido. Todo hombre ve su propio pecado en Dorian Gray. Cuáles sean los pecados de Dorian Gray, nadie lo sabe. Quien los encuentra es porque los lleva consigo».
WILDE: Sí.
CARSON: ¿Deduzco, entonces, que deja que se infiera que alguno de los pecados de Dorian Gray podría haber sido la sodomía?
WILDE: Eso depende del carácter de quien lea el libro; el que ha encontrado el pecado es porque lo lleva consigo.
CARSON: ¿Infiero entonces que al leer el libro algunas personas podrían en cualquier caso pensar, con razón, que trataba de la sodomía?
WILDE: Algunos podrían pensarlo. Con razón o sin ella…
CARSON: El volumen al que se ha referido mi docto colega, Edward Clarke, ¿fue el volumen publicado tras esas críticas?
WILDE: Sí.
CARSON: ¿Y, según creo, fue muy modificado y expurgado?[134]
WILDE: No.
CARSON: ¿En comparación con el libro original?
WILDE: No.
CARSON: ¿Quiere decir «no, en absoluto»?
WILDE: No, digo que en uno o dos casos se hizo algún añadido… en un caso, seguro. Alguien me señaló, no un crítico de periódico ni nada parecido, sino el único crítico de este siglo al que tengo en alta consideración, el señor Walter Pater, que cierto pasaje podía ser malinterpretado.[135]
CARSON: ¿En qué sentido?
WILDE: En todos los sentidos.
CARSON: ¿En qué sentido?
WILDE: En el sentido de que podía transmitir la impresión de que el pecado de Dorian Gray era la sodomía.
CARSON: ¿Usted lo alteró?
WILDE: Añadí algo más.
En este punto se interrumpe la vista para ir a comer.