Tarde del segundo día

WILDE aparece cuando el tribunal lleva unos minutos reunido.

WILDE: Señoría, espero que me permita disculparme por llegar tarde. El reloj del hotel en el que almorzaba iba mal y lo lamento muchísimo.

EDWARD CLARKE sigue interrogando a WILDE.

CLARKE: ¿Sería usted tan amable de echar un vistazo a estas cartas y ver si están escritas con la letra de Edward Shelley? ¿Sería tan amable de devolvérmelas para que pueda formularle una pregunta?

WILDE: Sí, sir Edward, es la letra de Edward Shelley.

CLARKE: Al enterarse del contenido del alegato de este caso, ¿buscó usted las cartas que pudiera tener de Edward Shelley?

WILDE: Sí, busqué las cartas.

CLARKE: ¿Encontró estas cartas y las ha aportado al caso?

WILDE: Éstas son todas las que he encontrado. Muchas las rompí.

CLARKE: Quiero leer estas cartas. La primera es del «Domingo noche, 21 de febrero de 1892, Hildyard Road, 3, Earl’s Court, SW»:

Querido señor Oscar Wilde: De nuevo debo darle las gracias por La casa de los granados y por la entrada para el teatro. Ha sido usted muy bueno al enviarme ambas cosas y nunca olvidaré su amabilidad. ¡Qué éxito el suyo de ayer por la noche! La obra fue la mejor que he visto en escena, y era tal su belleza formal e ingenio que añade una nueva fase de placer a la existencia. De vivir ahora lady Blessington, las conversaciones la habrían puesto celosa.[227] La podría haber firmado George Meredith. Qué desdichadamente pobre parece todo comparado con esa obra, excepto, claro, sus libros: pero es que sus libros son parte de usted. El señor B. es un tipo encantador. Está totalmente de acuerdo con estas opiniones.

Señor Wilde, ¿conoce el nombre del que sólo se nos da la inicial?[228]

WILDE: Oh, sí, muy bien.

CLARKE: ¿Es un caballero de posición y reputación?

WILDE: De posición y reputación.

CLARKE: ¿Buena reputación?

WILDE: Muy buena reputación.

CLARKE: ¿Fue el caballero que, al menos en una ocasión, cenó con usted y el señor Shelley?

WILDE: Cenó conmigo y el señor Shelley.

CLARKE: El que no mencionemos su nombre en este caso obedece tan sólo a un deseo de evitar dolor.

WILDE: Es el deseo de evitarle dolor a su familia, con quien mantengo una amistad muy estrecha. Si me permite decirlo, sir Edward, le ofrecí una butaca al señor Edward Shelley en el primer piso junto a este otro amigo mío, al que escribí para decirle: «Encontrarás a un joven cultivado —se llama Edward Shelley— sentado a tu lado; te ruego que hables con él». Quería que tuviera a alguien con quien hablar.

CLARKE: ¿Y este caballero y el señor Edward Shelley cenaron después con usted?

WILDE: No esa noche, sir Edward, sino posteriormente.

CLARKE (prosigue leyendo):

El señor B. es un tipo encantador. Está totalmente de acuerdo con estas opiniones. Por favor, ¿podría darme su dirección? Me dio su tarjeta y quedamos en que le escribiría o le llamaría. Por desgracia, he perdido la tarjeta. Le pediré que cene conmigo en breve y que luego vayamos al teatro.

Edward Shelley

La siguiente es de «Vigo Street, 27 de octubre»:

Mi querido Oscar: ¿Estarás en casa el domingo que viene por la tarde? Tengo muchas ganas de verte. Habría pasado esta mañana, pero sufro de los nervios, a causa del insomnio, y me veo obligado a quedarme en casa. Llevo con ganas de verte toda la semana. Tengo mucho que contarte. No pienses que no he ido antes porque me he olvidado de ti, pues nunca olvidaré tu amabilidad, y soy consciente de que nunca podré expresarte lo suficiente mi gratitud. Por favor, mándame una nota para lo del domingo.

Créeme, siempre tuyo,

Edward Shelley

«Hildyard Road, 3, Earl’s Court, SW, domingo noche. Mi querido Oscar: He decidido rechazar la oferta de ayuda del señor Lane». Está fechada el «8 de enero de 1893»:

No puedo aceptar su dinero. Hice mal en vacilar y ahora deseo pedirte un favor. ¿Me cederías tu asiento en el Teatro Independent, si no vas a estar en la ciudad durante la representación, para poder ver la puesta en escena de Espectros de Ibsen? Tengo muchas ganas de ver la obra, y lo consideraría un gran favor. La gente comienza a reclamar La esfinge y Salomé, y sin duda debes publicar esta última antes de que me vaya de Vigo Street. Ricketts vino a verme y me pidió tu dirección, y estoy convencido, por su actitud, de que algo terrible podría suceder a no ser que reciba en breve el manuscrito de La esfinge.

Créeme, siempre tuyo,

Edward Shelley

¿Era La esfinge un poema suyo?

WILDE: Es un poema mío que publicaron los señores Mathews y Lane.

CLARKE: ¿Tengo entendido que se lo había leído al señor Edward Shelley?

WILDE: Le entregué primero el manuscrito a él el mes de enero, pues quería leerlo. Se lo enseñó al señor Lane y al señor Mathews, y luego éstos me ofrecieron publicarlo con unos dibujos y diseños del señor Ricketts —un joven artista muy distinguido, si no el más distinguido—, y que es el caballero que estaba ansioso por ver el manuscrito para preparar los bocetos.[229]

CLARKE: En cuanto a Salomé, que él menciona, fue la obra en francés que, según he oído, ha escrito usted. He olvidado quién publicó la obra.

WILDE: Fue editada en Francia, pero los señores Mathews y Lane estaban deseosos de que su nombre apareciera en la portada junto con el nombre de los editores franceses, y me comprometí a que ellos tuvieran el mismo número de ejemplares, quinientos, con su nombre en la portada acompañando al del editor francés.[230]

CLARKE: ¿En aquella época estaba pendiente de llegar a un acuerdo económico?

WILDE: Sí, se publicó, creo, dos meses después.

CLARKE: La siguiente es del «27 de marzo de 1893. Hildyard Road, SW»:

Mi querido Oscar: He tenido una horrible entrevista con mi padre y me ha dicho que me vaya de casa. Estoy al borde de la desesperación. Estoy enfermo y cansado, en cuerpo y alma, de mi dura existencia. Me muero de ganas de hacer algún trabajo. Mis esperanzas en una dirección se han esfumado y mis padres me acusan de holgazanería. Es injusto. Sólo tengo ganas de encontrar algún empleo, pero no lo consigo, con lo que me alimento del amargo pan de la caridad y el desprecio. Los estúpidos y brutales insultos de Vigo Street son preferibles a esto.[231] No creo —no puedo creer— que carezca por completo de las aptitudes normales. Aquí estoy, varado y sin esperanza. No pido más que lo suficiente para vivir, y viviendo con lo justo puedo pasar con 6 libras al mes, pero ni siquiera eso puedo conseguir. Perdona mi pobre y estúpido egoísmo, pero estoy pasando una tortura y no sé qué hacer.

Créeme, siempre tuyo,

Edward Shelley

Si esta nota te causa irritación, te lo suplico, no contestes.

Está fechada en marzo de 1893. ¿Recuerda si en aquella época abandonó su empleo en la empresa de los señores Mathews y Lane?

WILDE: Sí, creo que en esa época dejó el empleo.

CLARKE: ¿Y buscaba otro trabajo?

WILDE: Estaba impaciente por conseguir otro empleo, un empleo con un editor.

CLARKE: Veamos, la siguiente carta es de «Hildyard Road, 3, SW, miércoles, 25 de abril de 1894»:

Querido Oscar: Necesito que me ayudes si puedes. Vivo en la pobreza absoluta y he perdido la salud y las fuerzas intentando sobrevivir con 4 libras, 3 chelines y 4 peniques al mes.

Éste es un salario de 50 libras al año. ¿Sabe de dónde obtenía esa suma?

WILDE: En una empresa comercial de la City.[232]

CLARKE (sigue leyendo):

Oscar: Quiero marcharme y descansar en alguna parte. Estoy pensando en ir a Cornualles durante dos semanas. Estoy decidido a intentar llevar una vida cristiana y acepto la pobreza como parte de mi religión, pero debo tener salud. Tengo mucho que hacer, por mi madre y mis hermanos, y también por mí… me refiero a mi arte. Soy un artista: sé que lo soy ¿Podrías prestarme 10 libras hasta Navidad? Entonces podré devolvértelas. Debo descansar. Me siento débil, enfermo, la gente se ríe de mí. Estoy tan delgado que me ven raro. Perdóname por pedirte esto. Debo tener fuerza y salud. Espero tu respuesta.

Créeme, siempre tuyo, atentamente,

Edward Shelley

¿Le prestó usted las 10 libras o no?

WILDE: Mi impresión es que le vi después de esa carta. ¿Puede decirme la fecha?

CLARKE: El 25 de abril de 1894.

WILDE: Estoy sin duda seguro de que en esa época le presté 5 libras, o se las di, me parece. Yo no presto dinero. Lo doy.[233]

CLARKE: Cuando un hombre le pide que le preste dinero, ¿sabe lo que significa?

WILDE: Que le doy el dinero.

CLARKE: Esto es del 25 de abril. ¿Ha dicho que en esa época Shelley ganaba 50 libras en una empresa de la City?

WILDE: Sí, una oficina comercial, no una editorial.

CLARKE: La siguiente carta que tengo nos da el hombre de esa empresa; está en «Dunster Court, 1, Mincing Lane, Londres, 14 de junio de 1894»:

Mi querido Oscar: Te estaré muy agradecido si utilizas tu influencia e intentas conseguirme un empleo en una editorial o un periódico. No podré seguir viviendo mucho más tiempo como hasta ahora. No puedo vivir del dinero que recibo por mi trabajo y tengo que pedir prestado a mis padres, que no se pueden permitir prestarme dinero. Tú tienes una buena posición y poder en Londres. ¿Intentarás conseguirme algo? Creo que tengo talento para algún trabajo relacionado con los libros. Estaría encantado de trabajar por 75 libras al año si alguien me ofreciera un empleo con ese sueldo. No aceptaré nada de la víbora de…

Luego un nombre que no hace falta que lea.[234]

WILDE: Se queja del tratamiento que le dispensó un antiguo jefe suyo.

CLARKE: Menciona el nombre de un antiguo jefe suyo:

Me hizo demasiado daño. Le desprecio, pero no puedo olvidarle. Utiliza tu poder en mi nombre. Tengo otras personas que dependen de mí, y en este momento les estoy quitando la comida de la boca, lo que resulta odioso. Que Dios lo juzgue. Si utilizas tu poder para ayudarme, te estaré agradecido toda la vida. Ayúdame, por favor.

Créeme, tuyo siempre,

Edward Shelley

Por favor, escríbeme a Hildyard Road, 3, si intentas ayudarme. Debo saber si lo intentarás.

La siguiente es del «15 de junio de 1894, Hildyard Road, 3. Querido Oscar, deseo darte las gracias por tu carta». ¿Usted le había contestado?

WILDE: Contesté a su carta enseguida.

CLARKE (prosigue):

Te estaré muy agradecido si utilizas tu influencia en mi nombre. De nuevo me disculpo por haberte impuesto mis preocupaciones, pero me siento enfermo y débil y apenas sé lo que hago. Espero dejar Mincing Lane a final de julio. Durante más de diez meses he pasado con 4 libras, 3 chelines y 4 peniques al mes. No me atrevo a seguir así. Ya casi no me quedan fuerzas. Debo dejar esta vida antes de que sea demasiado tarde. Si mis medios me lo permiten, alquilaré dos habitaciones en Chelsea y estudiaré por la noche con un profesor particular. Yo también lo sabré todo. En Londres tienes enemigos mortales. De ahí el artículo del Daily News.

¿Es el mismo artículo que habla de la obra de teatro?

WILDE: Era un artículo no muy elogioso acerca del poema titulado La esfinge.[235]

CLARKE (prosigue):

Permíteme darte las gracias de nuevo por tu cortesía y amabilidad conmigo. También he de darte las gracias en nombre de mi madre. Créeme, sinceramente tuyo,

Edward Shelley

La otra es del 28 de agosto de 1894, «Hildyard Road, 3, SW, 28 de agosto de 1894»:

Querido Oscar: No hagas caso de mi telegrama, pues un encuentro sólo causaría dolor. Intento vivir según mi fe, pero la vida a veces es demasiado dura de soportar. Sólo aquellos que han renunciado a todo lo que era agradable en el mundo y han suprimido su voluntad pueden comprender qué es realmente el cristianismo. Para ellos el mundo se convierte en un vacío, en una prisión desierta. Lo comprendiste al escribir «The Star Child».

¿Era ése un poema suyo?

WILDE: Era un poema en prosa publicado en La casa de los granados.

CLARKE (prosigue):

El pobre Charley Hinxman murió en Bournemouth tras dos semanas de delirio, precedidas por un año de enfermedad.[236] Su muerte ha dejado un vacío en mi vida. No puedo asimilar que se haya ido. Hace unos días escribí a Lane pidiéndole que me diera trabajo, pero la verdad es que no puedo volver con él y esta noche le escribiré para decírselo. Aun cuando me ofreciera trabajo, me parece que no puedo volver. No está en su poder reparar la ruina a la que me ha llevado. A menudo me encuentro en el East End y he de atravesar la región conocida como Leman Street, Whitechapel. La visión de esas pobres almas hambrientas es algo que nunca se olvida. A veces me temo no estar muy cuerdo. Me siento tan nervioso y enfermo. Adiós.

Siempre tuyo,

Edward Shelley

Por favor, ¿me enviarás tu Esfinge? «Y qué dulce oír al cuco imitar la primavera mientras la última violeta se demora junto al pozo.»[237] Estoy de acuerdo con el crítico del Athenaeum.[238]

¿Son éstas las cartas que ha encontrado?

WILDE: Éstas son las cartas que he podido encontrar.

CLARKE: ¿Existió alguna relación entre usted y Edward Shelley, aparte de la que ha descrito como la relación entre un hombre de letras y una persona que admira su poesía y su obra, y ha estado en contacto con él por algún asunto de negocios?

WILDE: En ninguna ocasión, nunca.

CLARKE: En relación con Alfonso Conway, de Worthing, ¿cuándo estuvo usted en Worthing?

WILDE: Creo que fui allí el 1 de agosto.

CLARKE: ¿Y cuánto tiempo se quedó?

WILDE: Creo que me quedé dos meses.

CLARKE: ¿Estuvo allí de manera ininterrumpida, o a veces se iba de Worthing para estar unos días en Londres y luego volvía?

WILDE: No, una vez fui a Dieppe; estuve fuera cuatro días. Fui a Londres una vez para ver al director de un teatro.[239] Pero me quedé allí ininterrumpidamente a excepción de cuatro o cinco días.

CLARKE: Cuando estaba en Worthing, ¿vivía en una casa o en una pensión? ¿Tenía una casa?

WILDE: Sí, era una casa; mi esposa, mis hijos y yo vivíamos en una casa amueblada que le alquilamos a una amiga de mi esposa.[240]

CLARKE: ¿Era una casa amueblada alquilada para un periodo concreto?

WILDE: Sí.

CLARKE: ¿Estuvieron su mujer y sus hijos en Worthing en la misma época que usted?

WILDE: Sí.

CLARKE: ¿Y permanecieron allí durante toda su estancia?

WILDE: Al principio. En algún momento de septiembre —no sabría decir exactamente cuándo—, mis hijos volvieron al colegio; mi esposa regresó con ellos a la ciudad para prepararlos para la vuelta al colegio, y yo me quedé, me parece, dos semanas más.

CLARKE: ¿Y la señora Wilde volvió a reunirse con usted?

WILDE: No, se fue de visita al campo.

CLARKE: Nos ha contado, en relación con este muchacho, las circunstancias en las que le conoció. En aquella época, que usted supiera, ¿no tenía empleo?

WILDE: Ninguno.

CLARKE: ¿Alguna vez oyó decir que hubiera vendido periódicos?

WILDE: No, no tenía ni idea; no, desde luego que no. Nunca oí decir, ni tenía idea de que tuviera la menor relación con la literatura en ninguna de sus formas. (RISAS).

CLARKE: Por lo que usted sabía de sus intereses laborales, ¿qué empleo diría que deseaba?

WILDE: Oh, sentía un intenso deseo de embarcarse en la marina mercante como aprendiz.

CLARKE: ¿Salía de vez en cuando a navegar con usted?

WILDE: Después de que yo lo conociera, salía cada día conmigo, con mi hijo, con el amigo de mi hijo y otros amigos que había allí.

Salíamos cada mañana y nos bañábamos tirándonos del bote, y por la tarde pescábamos.

CLARKE: ¿La señora Wilde conocía a Conway?

WILDE: Oh, sí.

CLARKE: ¿Veía a Conway?

WILDE: Oh, sí, constantemente.

CLARKE: ¿Dónde?

WILDE: Después de bañarnos, regresábamos a la playa. Mi esposa venía a encontrarse con nosotros, es decir, conmigo, mi hijo y los amigos de mi hijo, y naturalmente le presenté a Conway… ella le conocía muy bien. También había asistido a un té infantil en nuestra casa estando presente mi esposa. Además de ser un gran amigo de mi hijo, también lo era mío.

CLARKE: ¿Cuándo se fue de Worthing?

WILDE: Creo que el 2 o 3 de octubre fui a Brighton.

CLARKE: ¿Ha vuelto a ver a Conway desde entonces?

WILDE: No, no le he visto desde entonces, no. Le he escrito una carta.

CLARKE: ¿Recuerda cuándo fue eso?

WILDE: ¿Cuándo escribí la carta?

CLARKE: Sí.

WILDE: Creo que fue el pasado noviembre. Fue en referencia a su entrada como aprendiz en la marina mercante. Consulté con un caballero, que era un gran amigo propietario de muchos barcos y demás, y le pregunté por las circunstancias en que eso podía hacerse, y le escribí a Conway para comunicarle las circunstancias del caso.

CLARKE: Ahora quiero hacerle un par de preguntas en relación con Wood. ¿Cuándo vio por primera vez a Wood?

WILDE: Fue en el mes de enero, a finales del mes de enero de 1893.

CLARKE: ¿Fue en las habitaciones de Taylor?

WILDE: No, en el Café Royal.

CLARKE: ¿Tengo entendido que lo ha visto en las habitaciones de Taylor?

WILDE: Sólo en una ocasión.

CLARKE: ¿En una ocasión?

WILDE: Con ocasión de las cartas.

CLARKE: ¿Sólo con ocasión de las cartas?

WILDE: Ésa fue la única vez.

CLARKE: Entonces, ¿quién le presentó a Wood?

WILDE: Si se me permite extenderme en la respuesta, nadie me lo presentó. Me alojaba en Salisbury, en casa de lady Queensberry. Mientras me encontraba allí, lord Alfred Douglas me enseñó una carta de Wood en la que le pedía que lo ayudara a obtener un empleo, afirmando que estaba sin trabajo y pidiéndole que lo ayudara de alguna forma.

CARSON: Esto ya nos lo ha contado. Creo que todo esto ya se ha dicho.

CLARKE: No le pediré que se extienda porque ya ha tenido la amabilidad de contarnos todo esto, pero ¿fue así como se lo presentaron?

WILDE: Lord Alfred me preguntó si querría ir a verle, y le mandé un telegrama a Wood diciéndole que estaría en el Café Royal entre las nueve y las diez, y que le daría algo de parte de lord Alfred.

CLARKE: En aquel momento, ¿eso era todo lo que sabía de Wood?

WILDE: Sólo eso… nada más.

CLARKE: ¿Cuál era entonces la ocupación de Wood, o de qué había trabajado o a qué se había dedicado?

WILDE: Entendí que había sido oficinista, sí, oficinista. Estaba sin empleo. Quería encontrar otro empleo de oficinista.

CLARKE: Creo que tengo poco más que preguntarle. En relación con esos jóvenes cuyo nombre se ha mencionado, que le fueron presentados por Alfred Taylor o a través de Alfred Taylor, ¿acudían de vez en cuando a tés o cenas o almuerzos en los que usted estaba presente?

WILDE: Oh, siempre han sido mis invitados, a excepción, creo, de una o dos veces.

CLARKE: ¿Tiene alguna idea de cuál era la ocupación de Charles Parker o de su hermano?

WILDE: No, ninguna. Me dijeron que estaban en Londres buscando empleo. Charles Parker estaba deseoso de entrar en el mundo del teatro.

CLARKE: ¿Creo que ha mencionado que, por lo que se refería a su posición social, tenía entendido que el padre había vivido en Datchet un tiempo y que era un hombre de fortuna que mandaba una asignación a los hijos?

WILDE: Sí, me lo describieron como un hombre de cierta fortuna.

CLARKE: Hay otra persona cuyo nombre se ha mencionado: Atkins…

WILDE: Sí.

CLARKE: ¿Tengo entendido que le fue presentado por un caballero cuyo nombre se ha escrito en un papel pero no se ha mencionado?

WILDE: Sí.

CLARKE: ¿Fue la primera vez que oyó hablar de Atkins?

WILDE: La primera vez, sí.

CLARKE: Y en relación con esas personas, ¿tuvo usted, cuando le fueron presentadas, alguna razón para sospechar que se trataba de individuos inmorales o de mala reputación?

WILDE: Ninguna.

CLARKE: Y en relación con alguno de ellos, ¿alguna vez llegó a su conocimiento algo que diera a entender que se trataba de gente de mala reputación, y usted, a pesar de ello, siguió manteniendo su amistad con ellos, íntima o no?

WILDE: Nada supe de ellos que me llevara a pensar mal de su reputación, a menos que se esgrima en contra de la reputación de Charles Parker haber sido arrestado por unos cargos que el juez desestimó y haber visto su nombre en el periódico; pero tras leer el caso no me pareció que hubiera nada en contra de él. No le he visto desde entonces.

CLARKE: Y aparte del hecho de que esas dos personas fueran arrestadas…

WILDE: No las dos… sino Charles Parker.

CLARKE: Dejaré a Alfred Taylor al margen. Tiene toda la razón, porque ya hemos abordado eso. Pero aparte del hecho de que Charles Parker hubiera sido arrestado y los cargos contra él desestimados, ¿ha habido algo que le hiciera pensar que esas personas llevaban una vida deshonrosa?

WILDE: Nada en absoluto.

CLARKE: En cuanto a Charles Parker, sólo le preguntaré esto: hace especial referencia a algo. ¿Alguna vez en su vida vio a Charles Parker en el Hotel Savoy?

WILDE: Jamás en la vida.

CLARKE: ¿Ha estado alguna vez en su vida en el número 7 de Camera Square?

WILDE: Jamás en la vida.

CLARKE: ¿Ha estado alguna vez en su vida en el 50 de Park Walk?

WILDE: Jamás en la vida.

CLARKE: En relación con Walter Grainger, cuyo nombre se ha mencionado por haber estado en Goring, ¿cuánto tiempo estuvo con usted?

WILDE: Diría que dos meses; creo que una parte del tiempo, mientras era mi criado, estuvo en casa de sus padres debido a ciertas circunstancias. Creo que estuvo dos meses a mi servicio. Parte del tiempo yo estuve fuera, diría que unas tres semanas… estuve fuera unas tres semanas o un mes.

CLARKE: Él estuvo fuera un tiempo, ¿verdad?

WILDE: Sí.

CLARKE: Ahora contésteme «sí» o «no»; que usted sepa, ¿estuvo él enfermo parte de ese tiempo?

WILDE: Sí.

CLARKE: Creo que sólo me queda una pregunta que formularle en relación con otro asunto. ¿Cómo es que, después de la entrevista con lord Queensberry del 30 de junio y de que llegara a su conocimiento el contenido de esas cartas, no tomó ninguna medida en contra de lord Queensberry?

WILDE: A causa de las fuertes presiones que ejercía sobre mí la familia Queensberry… unas presiones muy fuertes que fui incapaz de resistir.

CLARKE: A primeros de julio, ¿mantuvo usted una entrevista con un diputado del Parlamento que representaba a la familia Queensberry?[241]

WILDE: El miércoles posterior al sábado en que lord Queensberry vino a verme a mi casa, mantuve una entrevista con un miembro de la familia de lady Queensberry que también es diputado en el Parlamento.

CLARKE: ¿En qué momento expresó usted cuáles eran sus intenciones?

CARSON: No creo, señoría, que eso pueda ser una prueba en modo alguno.

JUEZ: No.

CLARKE: No insistiré. En cualquier caso, ya nos ha dicho que había muchas presiones por parte de la familia Queensberry.

WILDE: Grandes presiones por parte de lady Queensberry que en ese momento no fui capaz de resistir.

CARSON: Hay una carta que ha sido leída por mi docto colega que hace referencia a una postal enviada por lord Alfred Douglas. Es una carta que responde a una postal, y deseo que se aporte dicha postal.

CLARKE: Protesto, por razones que serán evidentes para su señoría en un momento. Señoría, la carta de lord Queensberry que he presentado es ésta:

He recibido tu postal, pues imagino que es tuya, aunque como la letra es totalmente ilegible he sido incapaz de descifrar una sola línea. Por tanto, mi objetivo de no recibir ninguna comunicación escrita tuya se mantiene intacto. Todas las postales futuras se irán al fuego sin ser leídas. El amigo con el que me alojo ha descifrado parte de tu carta, pero me negué a oír una palabra.

Señoría, si esto fuera una respuesta a esa postal, enseguida lo aportaría como prueba, y me parecería pertinente; pero en la medida en que no es una respuesta a esa postal —le entregaré la carta a su señoría—, sostengo que la postal no puede aportarse como prueba.

CARSON: Sostengo, con el mayor respeto, que para explicar la conducta de lord Queensberry en referencia a la carta —aunque sólo fuera para corroborar lo que afirma sobre la legibilidad—, tengo derecho, señoría, a que se aporte esa postal. Si no, quedará como si esta carta hubiera sido escrita sin motivo alguno.

JUEZ: La cuestión es si esa postal fue vista por lord Queensberry.

CARSON: Él dijo haber recibido la postal.

CLARKE: Pero que era ilegible.

JUEZ: Leeré la carta.

CARSON: Creo que dice que se leyó una parte.

CLARKE: Dice: «Me negué a oír una palabra».

JUEZ: Creo que hay pruebas de que vio lo suficiente del contenido de la postal como para que quede justificado que fue leída.

La «ilegible» postal en la que lord Alfred Douglas amenazaba a su padre con disparar contra él si éste lo agredía. Está escrita primero horizontalmente y luego de abajo arriba.

CARSON: Reza así: «Como devuelves mis cartas sin abrir…».

CLARKE: Pero dice que la postal es ilegible.

CARSON: El juez ya ha dictaminado sobre este punto.

JUEZ: Creo que vio lo suficiente de la misma.

CARSON (prosigue):

Como devuelves mis cartas sin abrir, me veo obligado a escribirte en una postal. Te escribo para informarte de que tus absurdas amenazas me son por completo indiferentes. Desde el espectáculo que diste en casa de OW, procuro aparecer con él en muchos restaurantes públicos, como el Berkeley, Willi’s Rooms, el Café Royal, etc., y seguiré yendo a cualquiera de estos locales cuando lo decida y con quien decida. Soy mayor de edad y dueño de mis actos. Me has repudiado al menos una docena de veces, y muy mezquinamente me has privado de dinero. No tienes, por tanto, ningún derecho sobre mí, ni moral ni legal. Si OW te demandara por calumnia ante un tribunal te caerían varios años de trabajos forzados por tus infames difamaciones. Por mucho que te deteste, me desvivo por evitarlo por el bien de la familia, pero si me atacas me defenderé con un revólver cargado que siempre llevo encima, y si te disparo o él te dispara, estaremos totalmente justificados, pues habremos actuado en defensa propia contra un violento y peligroso matasiete, y creo que si estuvieras muerto poca gente te echaría de menos. A. D.[242]

Señoría, hay dos cartas pertenecientes a esta correspondencia que me gustaría leer. Una es del señor Humphreys, abogado del señor Wilde, y la respuesta que le mandó lord Queensberry.

CLARKE: No pondré ningún obstáculo. Si aún no ha llegado el turno de mi docto colega para presentar pruebas, yo mismo aportaré como prueba cualquier cosa que mi docto colega crea conveniente.

CARSON: Muy bien.

CLARKE: Y si hubiera sabido que esa postal era tan legible y hubiera conocido su contenido, no habría habido discusión alguna acerca de si había que aportarla. Si me deja ver estas cartas, yo mismo las presentaré. La del n de julio es una carta de los «Señores Humphreys, hijo y Kershaw, Giltspur Chambers, Holborn Viaduct, EC, al marqués de Queensberry»:

Mi querido marqués: El señor Oscar Wilde nos ha consultado en referencia a ciertas cartas escritas por su señoría, en las que usted le difama de la manera más vil e infame, y también a su propio hijo. En estas cartas su señoría ha mencionado a personajes eminentes, y el señor Oscar Wilde, que no desea herir los sentimientos de estas personas publicando sus cartas, nos ha dado instrucciones para que le concedamos la oportunidad de retractarse de sus afirmaciones e insinuaciones por escrito, junto con una disculpa por haberlas hecho. Si esto se hace enseguida, puede impedir la vía del litigio, pero a no ser que se haga de manera inmediata, no nos quedará otro remedio que aconsejar a nuestro cliente que adopte el cauce indicado para reivindicar su reputación.

Esperando su respuesta a vuelta de correo, tenemos el honor de saludarle atentamente, sus humildes servidores,

C. O. Humphreys, hijo y Kershaw

A continuación: «Skindles, Maidenhead, 13 de julio. Señor: He recibido su carta…». Lo aporto como prueba y leo una copia:

… con considerable asombro. Desde luego no pienso presentarle al señor Wilde ninguna disculpa por las cartas que le he escrito a mi hijo. En esas cartas no hago ninguna acusación directa, sino implícita, como le hice a la cara al señor Oscar Wilde el otro día, en el sentido de que comportarse como cierta cosa y dar pie al escándalo más repugnante que es la comidilla de la ciudad, es tan malo como serlo, y que estaba decidido a ponerle fin por lo que se refería a mi hijo. En cuanto a su alusión a que en las cartas privadas a mi hijo he mencionado a personajes eminentes, no entiendo a qué se refiere, y no recuerdo haberlo hecho.

Lord Queensberry tenía toda la razón en este punto, pues en ninguna de las cartas relacionadas con este caso, o cuya existencia yo conozca, hay la menor referencia a ningún personaje eminente que tenga que ver con los asuntos que están siendo investigados aquí.[243]

JUEZ: En las cartas se mencionan nombres.

CLARKE: Se mencionan nombres, pero no tienen absolutamente nada que ver con la cuestión que estamos tratando. (Clarke sigue leyendo la carta):

No obstante, teniendo en cuenta la horrorosa reputación del señor Wilde, puedo permitirme desafiarle a que publique cualquier carta privada que yo le haya escrito a mi hijo. Son ustedes libres de tomar las medidas que les plazcan.

Esto me obliga a aportar otra carta. (A WILDE). ¿Supongo que tiene usted conocimiento de que, después de eso, lord Queensberry mantuvo una entrevista con el señor Humphreys?

WILDE: Sí.

CLARKE: Ésta es una carta del 18 de julio dirigida por lord Queensberry a los señores Humphreys, fechada en «Skindles, Maidenhead Bridge, Berkshire»:

Señor: Desde que nos vimos esta mañana he oído decir que se ha renunciado al revólver. Por tanto no insistiré en llevar a cabo mi amenaza de informar a las autoridades policiales mañana por la mañana.

Es posible que esto quede explicado, señoría, por la postal que se ha leído.

JUEZ: Sí.

CLARKE (prosigue):

No obstante, si esto continuara, y el señor Wilde y mi hijo me desafían abiertamente mediante más escándalos en lugares públicos, no tendré otro remedio que cumplir mi amenaza e informar a Scotland Yard de lo sucedido.

Atentamente,

Queensberry

CLARKE: ¿Supongo que se le informó del contenido de esta carta, de dar parte a Scotland Yard, etcétera?

WILDE: Sí.

CLARKE: ¿Y no le prestó usted la menor atención?

WILDE: Ninguna atención, ninguna.

MIEMBRO DEL JURADO: ¿Podemos hacer algunas preguntas, señoría?

JUEZ: Es mejor que me diga cuáles son las preguntas. (El MIEMBRO DEL JURADO escribe en un trozo de papel, que se entrega a su señoría).

JUEZ: Pueden preguntar, por supuesto.

MIEMBRO DEL JURADO: ¿Puede decirnos si el director de The Chameleon era amigo suyo?

WILDE: Cuando me escribió desde Oxford para pedirme que colaborara en su revista no lo había visto nunca. No lo había visto hasta entonces. Lo vi posteriormente, creo, en noviembre, en Londres, en las habitaciones de un amigo en el Albany.[244] Le había escrito para decirle que no tenía nada que ofrecerle. Estaba trabajando en una obra de carácter más serio. Al ser invitado a conocerle en una comida, acudí. Entonces me suplicó que le diera cualquier cosa que tuviera, y le dije que sólo podía ofrecerle, si le gustaban, unos aforismos de mis obras y otros inéditos. Permítame decir que algunos de los aforismos citados ayer por el señor Carson estaban extraídos de la obra que se representa en la actualidad en el Teatro Haymarket… como el que habla del placer por el placer, y en la taquilla no ha habido quejas por inmoralidad acerca de la obra representada ante el público.[245] (RISAS).

CLARKE: ¿Hemos de entender que este Chameleon estaba destinado a una distribución privada?

WILDE: No, no a una distribución privada. Al menos, no lo creo así.

CLARKE: Entregaremos un ejemplar. Verán que sólo se imprimieron cien ejemplares, aunque estos cien ejemplares estaban destinados a una distribución pública.

MIEMBRO DEL JURADO: ¿Conocía usted la naturaleza del artículo «El sacerdote y el acólito» antes de su publicación? ¿Lo había visto o lo había oído mencionar?

WILDE: Ninguna de las dos cosas. Me produjo una impresión horrorosa. No conocía su existencia.

CLARKE: En esta fase del proceso, éstas son las pruebas de la acusación.

CARSON: Considerando lo que Edward Clarke ha dicho respecto a que éstas son todas las pruebas «en esta fase», ¿debo entender que el caso está cerrado y que ya ha expuesto sus argumentos?

JUEZ: Sí.

CLARKE: Dependiendo, como es natural, de lo siguiente: que se presenten pruebas en relación con las cuales yo solicite, quizá, llamar a otros testigos para refutarlas.

JUEZ: Es posible que surjan nuevas pruebas.

CLARKE: No creo que haya ninguna dificultad al respecto, pues estoy completamente seguro de que, aunque en sentido estricto no tengo derecho a solicitarlo, no desearía llamar a otros testigos, a no ser que las circunstancias fueran tales que indujeran a su señoría a permitirlo.

JUEZ: En términos generales, creo que debería usted cerrar su caso ahora, pero me reservaré, si surgiera la emergencia, la discreción de permitirle presentar más pruebas o llamar a más testigos.[246]

EDWARD CARSON inicia, la exposición de la defensa.

CARSON: Con la venia, señoría, señores del jurado, al comparecer en este proceso en representación de lord Queensberry no puedo sino sentir que una gravísima responsabilidad descansa sobre mis hombros a la hora de exponer este caso lo mejor que pueda. Por lo que se refiere a lord Queensberry, a cualquier acto que haya cometido, a cualquier carta que haya escrito, o a cualquier tarjeta que haya entregado en su situación actual, no se retracta de nada. Lo que hizo lo hizo de manera premeditada, y estaba decidido, fueran cuales fuesen los riesgos y los peligros, a intentar salvar a su hijo. Señores del jurado, en este momento probablemente ya disponen de información suficiente sobre la que basar su veredicto en relación con si hizo bien o hizo mal. Pero debo afirmar en nombre de lord Queensberry que, pese a los muchos elementos de prejuicio que mi docto colega Edward Clarke creyó conveniente introducir en su discurso inicial, la conducta de lord Queensberry a este respecto ha sido absolutamente coherente de principio a fin, y si los hechos que él afirmaba en sus cartas en relación con la reputación y los actos del señor Wilde fueran ciertos, entonces digo que no sólo estaba justificado que hiciera todo lo que estaba en su mano para poner fin a lo que sin duda acabaría siendo, o con toda probabilidad sería, una amistad desastrosa, sino que era su deber tomar todas las medidas que se le ocurrieran para llevar a cabo de inmediato una investigación que condujera, en cualquier caso, a que los actos y hechos del señor Wilde se hicieran públicos. Señores del jurado, se ha dicho que personas eminentes y distinguidas aparecían en las cartas de lord Queensberry Por mi parte, he de decir con absoluta sinceridad que me alegra que esas cartas se hayan leído en este proceso, y, si puedo expresarlo así, creo que Edward Clarke ha adoptado una actitud de lo más acertada al hacer leer estas cartas, porque la impresión que al parecer se había dado era que, en algún momento, los nombres de esas personas distinguidas, en las cartas de lord Queensberry, tenían algo que ver, de una manera u otra, con las acusaciones presentadas contra el señor Oscar Wilde. Pero ahora que las cartas se hallan ante el tribunal y el jurado, si alguna vez fue ésa la impresión que se extrajo, o si en alguna ocasión anterior se había sugerido algo a tal efecto, las cartas dejan perfectamente claro que las cuestiones relacionadas con estas distinguidas personas eran muy distintas de las alegaciones que se refieren al señor Oscar Wilde. No presentan la menor relación con esas alegaciones. Se trata de asuntos puramente políticos que surgen a raíz de que, como las propias cartas dejan claro, uno de los hijos de lord Queensberry, el difunto lord Drumlanrig, fuera miembro de la Cámara de los Lores, de la que lord Queensberry no es miembro, y de que lord Queensberry, de manera justa o injusta, se sintiera ofendido por el hecho de que ese honor se hubiera conferido a su hijo mayor y no a él; y, por tanto, ése era el motivo de que aparecieran políticos y estadistas eminentes. Pero, señores del jurado, como ya he dicho antes, desde el principio hasta el final, lord Queensberry sólo ha tenido en mente, en relación con el señor Oscar Wilde, una sola esperanza y nada más: a saber, salvar a su propio hijo.

Ahora bien, ¿cuáles son los argumentos del señor Oscar Wilde? En cualquier caso sus argumentos son que, hasta cierta fecha, siempre que se encontraba con lord Queensberry, éste se portaba con él de manera amistosa. Como él les ha dicho, la última vez que le vio antes de la entrevista en Tite Street y antes de esas cartas, que se han aportado aquí como pruebas, cuando se encontró con él en el Café Royal, parecía existir una relación amistosa entre las partes, y no parece que surgiera ninguna disputa o discusión de índole personal entre lord Queensberry y el señor Wilde, lo cual quizá nos permitiría acusar a lord Queensberry de que al actuar así, al objetar ante la íntima amistad que mantenían su hijo y el señor Wilde, lo hacía movido por la malicia o el rencor en virtud de cualquier desavenencia que hubiera surgido entre él y el señor Wilde.

Señores del jurado, la reputación del señor Wilde llegó a conocimiento de lord Queensberry: la reputación que se había ganado a partir de sus escritos, a los que me referiré dentro de un momento; escándalos en relación con el Hotel Savoy, que les serán probados antes de que concluya el proceso; su reputación en general, que un hombre de la posición del señor Wilde debe haberse ganado, sin duda, llevando el tipo de vida que ha reconocido que llevaba, y de la que sólo aparece una pequeña porción en las pruebas presentadas. Había estado alternando con hombres… jóvenes que no eran de su misma posición social ni de su misma edad. Se había relacionado con hombres que, creo que quedará demostrado sin la menor duda antes de que acabe este proceso, eran conocidos como algunos de los personajes más inmorales de Londres. Me refiero sobre todo a Taylor: un sujeto de mala nota, como les dirá la policía; y debo recordarles el hecho de que a primera hora de esta misma mañana le formulé al señor Wilde la pregunta directa de si la casa de Taylor era algo más que una mera guarida para facilitar el encuentro de esos jovencitos con hombres maduros, y de si Taylor era algo más que un alcahuete de jovenzuelos para propósitos sodomitas. Y Taylor, el pasado martes, es encontrado en compañía de Wilde en la casa de éste de Tite Street, y mi docto colega Edward Clarke no se atreve a llevarlo al estrado para que nos explique cómo acabó presentando a esos jovencitos, y para tener la oportunidad de preguntarle por la vida que llevaba. Posteriormente, Taylor es encontrado en Fitzroy Square en compañía de Parker, y arrestado con unos cuantos personajes de mala nota porque la policía sospechaba de ellos. Mi docto colega dice que en esa ocasión fueron absueltos. Sí, pero la policía no actúa de ese modo sin una razón muy sólida y una sospecha muy grave. Es posible que la policía no consiguiera obtener las pruebas conducentes a una condena por los cargos más graves presentados contra esos hombres. Pero, sin duda, después de que Taylor fuera encontrado en compañía de esas personas, y de que la policía encontrara conveniente intervenir de ese modo, después de los testimonios presentados, según los cuales ese hombre era prácticamente la mano derecha de Wilde en todas esas orgías con artistas y camareros, yo habría pensado que al menos tendríamos la oportunidad de interrogar al señor Taylor y oírle pronunciar alguna explicación de lo que ocurría realmente en Fitzroy Square en el momento en que fue arrestado. Señores del jurado, Taylor es el eje del caso. Lo digo por la sencilla razón de que cuando oigan el interrogatorio de esos diversos testigos, y cuando, uno tras otro, se vean por desgracia impelidos a relatarles las prácticas inmundas e inmorales del señor Oscar Wilde, seguramente el hombre que les presentó a Oscar Wilde sea, más que los otros, quien pueda arrojar algo de luz sobre sus antecedentes y algo de luz sobre su intención al presentarle a esos hombres al señor Oscar Wilde. El señor Oscar Wilde pretende aportar aquí pruebas suficientes para mandar al marqués de Queensberry a la cárcel y para que quede marcado como un delincuente; y yo afirmo que corresponde al señor Oscar Wilde, cuando tantas cosas se han probado según lo que él mismo ha admitido en relación con este tal Taylor —y desde luego no nos hemos andado con rodeos al hablar de su relación con Taylor—, corresponde al señor Wilde, si es que tiene algún testigo en este proceso que podría confirmar su inocencia respecto a las acusaciones presentadas en el alegato de justificación, llamar a declarar a ese testigo, y ese hombre es Taylor, un hombre al que mi docto colega ni ha llamado ni llamará a declarar.

Pero hemos oído hablar mucho de un caballero cuyo nombre aparecía anotado acerca de cada ocasión. Cuando era conveniente presentar a alguien, ése era el nombre que daba el señor Oscar Wilde, porque ese hombre se halla fuera del país; pero Taylor está en el país, y Taylor sigue siendo amigo de Wilde. No ha ocurrido nada, nos dice, que interrumpa esa amistad. ¿Dónde está Taylor? No lo han traído como testigo, y de hecho, señores del jurado, no me sorprende. Oirán a estos testigos, y déjenme decirles que nada puede resultar más doloroso que tener que preguntar a los testigos, algunos de ellos alcahueteados por Taylor, otros alcahueteados por Wilde con intenciones aviesas, nada puede ser más doloroso que pedirles que describan la manera en que Wilde se comportó con ellos. Pero a medida que el proceso avance, oirán cómo estos testigos nos cuentan muchas más cosas de Taylor. Escucharán el relato de la clase de vida que llevaba ese Taylor, la insólita guarida que tenía en Little College Street, con las cortinas siempre corridas, las lujosas colgaduras de las ventanas, las habitaciones espléndida y lujosamente amuebladas, con el perpetuo cambio de perfumes variados y la vida totalmente insólita que llevaba allí; nunca entraba la luz del sol; siempre la luz atenuada de las velas o de las lámparas o de gas. Y cuando oigan describir la insólita apariencia de esas habitaciones, y la insólita compañía que asistía a esos «inocentes tés vespertinos», creo que llegarán a la conclusión de que tengo razón al afirmar que Taylor es el eje alrededor del cual gira la verdadera relación del señor Wilde con estas diversas prácticas.

Pero antes de llegar al interrogatorio de los testigos del caso, me refiero a los testigos en relación con estos varios jóvenes, permítanme que les comente la actitud que asume el señor Wilde en referencia a las publicaciones acerca de las cuales ha sido interrogado por mí y por mi docto colega, y permítanme que la compare con la actitud que asume en referencia a esos hombres que de vez en cuando le eran presentados o él mismo conocía. En relación con la literatura, su listón era muy alto. Sus obras no estaban escritas para los filisteos ni para los iletrados. Sus obras sólo podía comprenderlas un artista, y le era totalmente indiferente lo que el individuo normal pensara de ellas ni cómo influyeran en un individuo normal. Ayer asumió esa elevada altura artística cuando declaró en el estrado, y cada vez que en sus libros se le señalaba algo corrupto decía: «Oh, usted puede atribuirle ese significado, pero un artista lo entendería de manera totalmente distinta». En relación con sus libros era un completo artista. En relación con sus libros escribía sólo en el lenguaje del artista para los artistas. Señores del jurado, comparen esa actitud con la que mantiene en relación con esos jovenzuelos. Alterna con Charlie Parker, que era criado de un caballero y cuyo hermano era criado de un caballero. Alterna con el joven Conway, que vendía periódicos en el muelle de Worthing, y luego con Scarfe, que, creo, también era criado de un caballero; y cuando se le pregunta por tan curiosa compañía para un hombre de tan elevado gusto artístico, ya no habita las regiones del arte, que no puede comprender nadie más que él y la gente de temperamento artístico, sino que afirma tener un alma tan magnánima, tan noble, tan democrática (RISAS), que no hace distinciones sociales, y le proporciona el mismo placer almorzar o cenar con un barrendero de la calle —sólo con que sea interesante— que hacerlo con el artista más instruido o el más grande littérateur del reino.

Caballeros, yo afirmo que su posición al respecto es absolutamente incompatible. Fíjense en la razón que le influyó al intentar eliminar esos pasajes de sus obras —que alcanzan a justificar todo cuanto lord Queensberry escribió acerca de él—, que cuando intenta suprimirlos se ve obligado a afirmar: «No es un lenguaje que entre nosotros los artistas se entendería como lo harían ustedes», pero cuando se le pregunta por sus acompañantes, responde: «Bueno, tengo derecho a relacionarme con estas personas, y lo hago con una intención inocente, porque en su caso ya no sueño en el peculiar lenguaje de los artistas, sino que me adapto a las ideas, gustos y deseos de incluso los ayudas de cámara y los vendedores de periódicos que conozco en Worthing». Señores del jurado, creo que si hubiésemos basado este caso exclusivamente en la literatura del señor Wilde, habría quedado totalmente justificada la acción que nosotros hemos emprendido. Cuando digo «nosotros», me refiero a lord Queensberry. ¿Y cuál era esta literatura?

Primero, déjenme considerar lo que lord Queensberry se propone demostrar. Se propone demostrar que el señor Wilde se comportaba como un sodomita. No creo tener nada que objetar a la definición que mi docto colega Edward Clarke le dio al término. Lord Queensberry tuvo buen cuidado en utilizar exactamente la misma expresión en todas sus cartas, y afirma una y otra vez que no acusaba al señor Wilde de haber cometido ese delito —eso le acarrearía al señor Wilde muy graves consecuencias si fuera cierto—, sino «de comportarse como un sodomita», y creo que ustedes coincidirán en que eso realmente significaba que el señor Wilde, con sus actos y sus escritos, se ponía en una situación tal que la gente, de manera natural y razonable, podía inferir de sus escritos y de la vida que llevaba que él, el señor Wilde, o simpatizaba con o era proclive a las costumbres sodomíticas e inmorales. Ahora, señores del jurado, permítanme que me refiera brevemente a su obra literaria. Empezaré por The Chameleon. Ni por un momento quiero insinuar que el señor Wilde sea responsable de todo lo que aparece en The Chameleon; ésa sería una afirmación absurda y estrafalaria. Pero quiero poner el mayor énfasis al afirmar lo siguiente, y que someto a su entendimiento: que si un caballero está dispuesto a colaborar en una publicación que es, en su esencia —no tan sólo en ese artículo, como demostraré, sino en otros—, una enseñanza de prácticas sodomíticas y presenta como colaboración aforismos o «Frases y filosofías para uso de los jóvenes», como las que he destacado durante mi interrogatorio; y que si ustedes encuentran que esos asuntos se publiquen sin ninguna objeción pública por parte de un hombre como el señor Oscar Wilde, yo afirmo que él, al menos hasta ese punto, accede a que su nombre y su colaboración acompañe a las otras colaboraciones de esa publicación. Me parece muy bien que me digan que fue al director y se quejó ante él de ese artículo. ¿Por qué no hizo pública su condena? ¿Por qué no dijo públicamente: «Yo, Oscar Wilde, desapruebo los demás artículos de esta publicación y no sabía nada de ellos en el momento en que entregué mi colaboración de “Frases y filosofías para uso de los jóvenes”»? Les diré por qué no lo hizo. Sólo se quejó de que «El sacerdote y el acólito» le parecía poco artístico. Jamás se quejó de la inmoralidad de «El sacerdote y el acólito». No hace ninguna distinción —lo ha dicho una y otra vez y lo ha publicado con su nombre— entre un libro moral y uno inmoral, y no le interesa hacerla. También le da igual que un artículo sea blasfemo en sí mismo y en su esencia. Todo lo que dice es que no lo aprueba desde el punto de vista artístico y literario. Así pues, la desaprobación, la que expresó al director de tan extravagante revista, no fue una desaprobación de ninguna parte del contenido del artículo; fue una desaprobación desde el punto de vista literario, y una queja porque no alcanzaba el nivel artístico que él pretendía alcanzar. Y ahora veamos, señores del jurado, ¿qué es ese artículo? ¿Qué es ese artículo titulado «El sacerdote y el acólito»? Es el relato, como se les explicó ayer, de un sacerdote que se enamora, y utilizo el término intencionadamente, de su acólito, el muchacho que le asiste en la misa. No voy a leerles ningún fragmento del relato, pero todo lo que puedo decir es que la descripción que aparece en él de la admiración que el sacerdote profesa por el muchacho y la descripción de su belleza, de la intensidad del sentimiento que experimenta hacia él, si tuviera que recordarnos a algo, sería a esas dos cartas que por desgracia el señor Oscar Wilde le ha escrito, entre otras, a lord Alfred Douglas. Se trata exactamente de la misma idea, de la misma noción, que recorre el relato de «El sacerdote y el acólito», la de un hombre que se refiere a otro hombre con el lenguaje con que los hombres se refieren a veces, y quizá de manera legítima, a las mujeres. Ésta es la idea, la idea esencial, de las descripciones del relato. Y, señores del jurado, cuando el sacerdote describe la belleza del joven, cuando le habla de su amor y le demuestra su pasión, el desdichado muchacho, dominado por el sacerdote —y les demostraré que ésta es exactamente la misma idea que recorre Dorian Gray—, el desdichado muchacho, dominado por el sacerdote, es encontrado posteriormente por el rector en el dormitorio de aquél, y el sacerdote lleva a cabo la misma defensa que hizo el señor Wilde ayer en el estrado. Dice: «Oh, el mundo no comprende la belleza de este amor». Pero al ser incapaz de convencer al rector ni al público de la belleza de ese amor, resuelven morir juntos sobre el altar. El sacerdote le administra veneno al acólito, y él mismo lo ingiere, utilizando para ello las palabras sagradas del sacramento que pertenecen a la Iglesia de Inglaterra, y allí, como se dice, «en un largo y apasionado abrazo», el sacerdote y el acólito mueren juntos. Señores del jurado, le he preguntado al señor Wilde si lo consideraba blasfemo y el señor Wilde ha dicho que no. Bueno, me remito a ello por esta razón: que si encuentran posteriormente la misma idea en la obra del propio señor Wilde, si ven que la actitud del señor Wilde para con lord Alfred Douglas, en las comunicaciones que hemos aportado aquí como prueba, adoptan el mismo lenguaje y la misma idea —y enseguida tendré algo que decir acerca de lo que el señor Wilde denomina hermosas cartas y que yo llamo cartas repugnantes—, digo que cuando encuentren la misma idea en todo lo antedicho, ¿tendrán la menor duda de que el mismo tipo de mentalidad que escribió este Chameleon escribió estas cartas a lord Alfred Douglas? Pero, señores del jurado, por desgracia esta cuestión referente a The Chameleon no se basa sólo en el relato «El sacerdote y el acólito» y en esas «Frases para los jóvenes» a que el señor Wilde se ha referido. Por desgracia hay en esa publicación —y me temo que demuestra que estaba justificada la terrible intuición que lord Queensberry tenía acerca de su hijo— un poema titulado «Dos amores» que aparece en este mismo volumen junto con las «Frases para los jóvenes» de Oscar Wilde: se trata de un poema de lord Alfred Douglas que el señor Oscar Wilde admite que le mostró en algún momento, antes de ser publicado en la revista, y un poema, me recuerda mi docto colega, que el señor Wilde describe como hermoso. Lo he leído. Cualquier persona que lo lea no tendrá la menor dificultad en darse cuenta de que el objetivo y la idea que hay detrás es trazar una distinción entre lo que el mundo llama «amor» y lo que el mundo llama «vergüenza», siendo lo primero el amor de un hombre hacia una mujer, y lo segundo la pecaminosa vergüenza que un hombre debe soportar si se atreve a trasladar esa clase de amor y esa clase de pasión a un hombre. Ésta es la idea que recorre el poema de lord Alfred Douglas, ¿y no es terrible pensar que ese joven, en el umbral de la vida, tras haber estado varios años en compañía, sí, y bajo el dominio de Oscar Wilde, amado y adorado por éste, tal como se ve por las cartas que se han aportado, no es horrible pensar que dé a conocer en público los resultados de su educación y las inclinaciones de su mente acerca de esa cuestión, la espantosa cuestión de la pasión de un hombre hacia otro hombre? Señores del jurado, no basta con decir que el señor Wilde desaprobaba «El sacerdote y el acólito» para que, al menos por lo que se refiere a este caso, y no digo más, la publicación titulada The Chameleon no tenga consecuencias sobre el asunto que tenemos entre manos, pues el señor Wilde, en ella, sin el menor reparo por lo que se refiere al público, permitió que esas frases inmorales suyas, pues no eran otra cosa, fueran publicadas para el público en conjunción con el poema de lord Alfred Douglas y en conjunción con «El sacerdote y el acólito». Les pregunto, señores del jurado, si el caso se basara sólo en eso, ¿estaba el señor Oscar Wilde comportándose como un sodomita en el sentido que he mencionado antes? Se lo expongo para que cada uno se responda personalmente a esta pregunta: si alguno de ustedes tuviera un hijo y supiera que éste, bajo la dominación y fruto de su amistad con el señor Wilde, había escrito una colaboración en este Chameleon con el señor Wilde, ¿cuáles serían sus sentimientos, dadas las circunstancias? ¿Qué pensarían? ¿Qué clase de horror experimentarían respecto a cuál podía ser el resultado de que su propio hijo se relacionara de ese modo con personas que hacen tales aportaciones a la literatura pública?[247]

Señores del jurado, ahora dejo The Chameleon para pasar al libro titulado Dorian Gray. No me cabe duda de que todos los que están en la sala y escucharon ayer la descripción que Edward Clarke hizo de El retrato de Dorian Gray debieron de quedar cautivados por el elocuente retrato que, en un tiempo tan breve, nos hizo de la novela. Pero ese retrato era un esbozo, y omitía todos los detalles sórdidos. Pero, señores del jurado, Dorian Gray, y ahora no voy a referirme a esos pasajes que ayer le señalé al señor Wilde, Dorian Gray es importante en este caso de dos maneras distintas. Dorian Gray es el relato de un joven —un hermoso joven, pues se nos ofrece su descripción—, el cual, por medio de la conversación con alguien que poseía una gran capacidad literaria y una gran capacidad para hablar en epigramas, como las que tiene el señor Wilde, por medio de exactamente las mismas enseñanzas que se encuentran en las «Frases y filosofías para uso de los jóvenes», había abierto los ojos de Dorian Gray a lo que le agradaba llamar «los placeres del mundo», y me gustaría dirigir su atención a un solo pasaje, para mostrarles la manera como los ojos de este joven inocente se supone que se abren gracias a su conversación con lord Henry Wotton, que era el individuo al que me he referido. Está en la página 20.[248]

—Y sin embargo —añadió lord Henry con su voz suave y musical, y con ese elegante gesto de la mano que era tan característico de él, ya en sus días de Eton—, creo que si un hombre hubiera de vivir su vida de una manera plena y completa, hubiera de dar forma a todo sentimiento, expresión a todo pensamiento, realidad a todo sueño, creo que el mundo obtendría un nuevo impulso de dicha tal que nos olvidaríamos de todas las enfermedades del medievalismo y regresaríamos al ideal helénico… quizá a algo más exquisito, más intenso que el ideal helénico. Pero el hombre más valiente entre nosotros tiene miedo de sí mismo. La mutilación del salvaje sobrevive trágicamente en la autorrenuncia que mutila nuestras vidas. Somos castigados por nuestros rechazos. Todo impulso que nos esforzamos en ahogar se enquista en nuestras mentes y nos envenena. El cuerpo peca una vez, y se libra de su pecado, pues la acción es una manera de purificación. No queda nada más que el recuerdo del placer, o el lujo del arrepentimiento. La única manera de librarse de la tentación es ceder a ella. Resístete y tu alma enfermará de anhelo por las cosas que se ha prohibido, deseando lo que sus leyes monstruosas han convertido en monstruoso e ilícito. Se ha dicho que los grandes acontecimientos del mundo tienen lugar en el cerebro. Es también en el cerebro, y sólo en el cerebro, donde tienen lugar los grandes pecados del mundo. Usted, señor Gray, usted mismo, todavía con las rosas rojas de la juventud y las blancas de la infancia, ha tenido pasiones que le han dado miedo, pensamientos que lo han llenado de terror, sueños y ensueños cuyo mero recuerdo mancharía sus mejillas de vergüenza…

—¡Basta! —balbució Dorian Gray—. ¡Basta! Me desconcierta. No sé qué decir. Hay alguna réplica a lo que usted dice, pero no la encuentro. No hable. Déjeme pensar. O, mejor dicho, déjeme intentar no pensar.

Durante cerca de diez minutos se quedó allí de pie, inmóvil, los labios entreabiertos, la mirada extrañamente luminosa. Apenas era consciente de que influencias totalmente nuevas actuaban en su interior, aunque, le parecía a él, procedían en realidad de sí mismo. Las pocas palabras que el amigo de Basil le había dicho —palabras pronunciadas al azar, sin duda, y con una deliberada paradoja en ellas— le habían tocado alguna cuerda secreta hasta ahora nunca pulsada, y sintió que ahora vibraba y palpitaba con singulares cadencias.

La música le había afectado del mismo modo. La música le había desasosegado muchas veces. Pero la música no articulaba palabras. Ése no era un mundo nuevo, sino más bien otro caos, que se creaba dentro de nosotros. ¡Palabras! ¡Simples palabras! ¡Qué terribles eran! ¡Qué claras, vividas y crueles! No se podía escapar de ellas. Y, sin embargo, ¡qué magia tan sutil encerraban! Parecían capaces de dar una forma plástica a cosas informes, y poseer una música propia tan dulce como la de una viola o un laúd. ¡Simples palabras! ¿Había algo tan real como las palabras?

Sí; en su infancia había habido cosas que no había entendido. Ahora las comprendía. La vida adquiría ahora un color violento. Le parecía que había caminado sobre el fuego. ¿Por qué no lo había sabido?

Lord Henry lo observó con su sutil sonrisa. Conocía el momento psicológico exacto en el que no había que decir nada. Se sentía profundamente interesado. Se quedó asombrado ante la repentina impresión que habían causado sus palabras, y, recordando un libro que había leído a los dieciséis años, un libro que le había revelado muchas cosas que antes no sabía, se preguntó si Dorian Gray estaba pasando por una experiencia similar. No había hecho más que arrojar una flecha al vacío. ¿Había dado en el blanco? ¡Qué muchacho tan fascinante!

Señores, en la historia que va desde ese día hasta la última escena, a la que se refirió Edward Clarke, la vida de ese muchacho comienza a estar marcada por la corrupción sembrada en su mente a partir de esa conversación con lord Henry Wotton, y se va volviendo más y más corrupto hasta entregarse a todos los vicios imaginables. Señores, el señor Oscar Wilde me dijo ayer que había pasajes de ese libro que quizá se refirieran al vicio de la sodomía, o que al menos así podrían creerlo aquellos que no comprenden el aspecto artístico del lenguaje. Podría haberlo tomado como una defensa o una justificación del hecho de que el señor Wilde publicara el libro, siempre que hubiera procurado que el libro no cayera en manos de aquellos que sólo le dan al lenguaje su sentido ordinario, si hubiera procurado que sólo cayera en manos de aquellos que sólo le dan al lenguaje ese sentido artístico que, según dice el señor Wilde, hay que darle. Pero el señor Wilde admitió delante de mí, en referencia a la publicación de ese libro, y de hecho fue también el argumento de Edward Clarke, que se había vendido en todos los puestos de libros —publicado sin duda en su forma expurgada—, y que también se había publicado y vendido originariamente por 1 chelín en la edición original, de la que ayer cité diversos pasajes, publicada en la Lippincott’s Magazine de Estados Unidos, dice mi colega, aunque yo creo que la revista se vende también, y en abundancia, en este país.[249] Por tanto, señores del jurado, no voy a detenerme más en este libro titulado Dorian Gray, sino que voy a decir, y creo que todo el que lo lea afirmará que hablo de manera justificada, que se trata de la historia de un hombre corrompido por otro hombre y que, mediante esa corrupción acaba cometiendo, o el libro insinúa que ha cometido, ese vicio sodomítico del que oiremos hablar mucho más, probablemente, antes de que acabe el proceso, y si llegan a la conclusión de que Dorian Gray es la clase de libro que he mencionado —y recordarán los pasajes que les leí ayer—, si llegan a la conclusión de que se trata de un libro de esa clase, entonces les pregunto, ¿cuál es la respuesta a nuestro alegato de justificación? ¿Cuál es la respuesta a nuestro alegato de que el señor Wilde, ya incluso mediante la publicación de ese libro —y a fortiori mediante la publicación de ese libro—, y en relación con el hecho de haber colaborado en The Chameleon, bajo las circunstancias que he descrito, qué respuesta, pregunto, hay a nuestro alegato de justificación de que realmente se comportaba como un sodomita, en el sentido que ya les he explicado? Y cuando me dicen aquí que lord Queensberry, que intentaba librar a su hijo de la influencia de este hombre, va a ser enviado a prisión por haber escrito esta tarjeta, yo digo que lord Queensberry no sólo estaba justificado sino obligado a escribirla, de haber conocido tan sólo el contenido de los dos documentos que tengo en mis manos, justificado en cualquier medida que considerara necesaria para poner fin a la amistad entre su hijo y el señor Wilde, y que estaba mucho más justificado cuando, habiendo informado lord Queensberry en todo detalle al señor Wilde de las razones que manifestaba entonces, que son las mismas razones que manifiesta ahora, las de que ya no deseaba que prosiguiera esa íntima relación, su hijo, por desgracia bajo la influencia del señor Wilde, hizo caso omiso de la autoridad de su padre y decidió seguir adelante, a pesar de sus reconvenciones, con la misma intimidad que existía antes, una intimidad que sólo puede describirse como el dominio del señor Wilde sobre el desdichado lord Alfred Douglas.[250]

Caballeros, ahora pasaré de la literatura a otra vertiente del caso sobre la que, en muchos aspectos, no cabe la menor disputa. Debo decir que ayer, cuando mi docto colega abría la parte del caso que se refiere a la carta que se ha denominado soneto, me dije que en un tribunal de justicia jamás se había intentado encubrir de manera tan poco velada la verdadera naturaleza de una carta y su historia. Me cuesta comprender que Edward Clarke llegara incluso a referirse a la cuestión. Me inclino a pensar que creía que nosotros sabíamos más de esa carta, y creyó oportuno darle una explicación. Desde luego, yo no sabía nada de la carta, pero si ésa era su idea, su explicación fue fútil, porque no tenía ninguna explicación para la carta que poseíamos. Pero ¿qué resulta ridículo de esa explicación de la carta escrita a lord Alfred Douglas? Un hombre llamado Wood, dijo mi docto colega, le insinuó de una u otra manera a Oscar Wilde que había sacado de un abrigo que le había regalado el joven Douglas cierta correspondencia mantenida entre Oscar Wilde y lord Alfred Douglas. «¿Un hombre llamado Wood? Anda, si era “Alfred”». Era uno de los amigos del alma de Wilde; era uno de los amigos de Taylor; era uno de la panda, era de la panda de Little College Street, «un hombre llamado Wood», dijo mi docto colega Edward Clarke. Bueno, eso sería una manera muy conveniente, sin duda, de presentar el caso si nada más hubiera que decir de Wood. Pero ¿quién era Wood? Wood era el «Alfred» al que el señor Wilde, el mismo día que lo conoció, sin saber nada de él y viendo tan sólo que se trataba de un hombre pobre y que se hallaba en circunstancias de penuria, de inmediato invita a los mejores platos de Kettner’s esa misma noche, y al cabo de un rato, tras haberlo agasajado una y otra vez, se hace tan íntimo de él —de hecho, no estoy seguro de que la intimidad no surgiera de esa primera ocasión— que se llaman entre sí por sus nombre de pila. Son «Alfred», «Oscar». Y éste es el hombre que de una u otra manera le insinúa al señor Wilde que tiene las cartas de Douglas. Bueno, lo primero que uno esperaría sería lo siguiente: si se trataba de un caballero realmente respetable, tal como nos dice ahora el señor Wilde, de un caballero absolutamente respetable, no habría resultado nada difícil entender que se hubiera presentado y entregado las cartas a Wilde o a Douglas. En aquella época las cartas no estaban en posesión de Wilde; estaban en posesión de Douglas. Pero cuando «Alfred», el amigo de Wilde, se apodera de las cartas, lo primero que dice no es: «Toma, Oscar, aquí tienes unas cartas que han llegado a mi poder», ni Wilde dice: «Mira, Alfred, ¿tienes alguna carta mía? Si es así, por favor, devuélvemela». Lo primero que sabemos es que Wilde va a ver a sir George Lewis, un eminente abogado de Londres, y le pide a sir George Lewis que mande una nota amistosa a su amigo Alfred. Este amigo Alfred recibe la nota amistosa y, para corresponder al sentimiento amistoso que el señor Oscar Wilde había manifestado al acudir a Lewis, se niega a responder a la nota y a ver a sir George Lewis. ¿Cuál fue la causa de que se tensaran las relaciones entre Wilde y ese tal Wood? ¿Cómo es posible que el mero hecho de que uno de los amigos del alma de Wilde poseyera una o dos cartas suyas condujera a tan rebuscado método de intentar recuperarlas? ¿Cuál fue la razón? No podía ser que existiera alguna relación anterior entre Wood y Wilde que pusiera a éste en alguna dificultad. Podría inferirse, pero el señor Wilde dice que nada de eso ocurrió jamás. Pero sólo lo menciono en este contexto porque, cuando afirmo que antes de la posesión de esas cartas Wilde había estado llevando a cabo prácticas inmundas y abominables con este tal Wood, entonces descubrimos la clave de la situación. No era el inocente amigo ayudado por Wilde fruto de la generosidad del gran corazón que ha afirmado poseer mientras nos hablaba en el estrado. (RISAS). Era uno de los hombres presentados por Taylor con los que Wilde llevó a cabo prácticas inmorales. Cuando Wilde se enteró de que el hombre con quien había llevado a cabo prácticas inmorales estaba en posesión de las cartas… Ya ven, si Wood hubiera deseado volverse contra Wilde, la carta habría sido una extraña corroboración del hecho de que Wilde era propenso a esas prácticas inmorales. Ésa fue la causa de la ansiedad de Wilde por recuperar esas cartas a toda costa. Ésa fue la razón por la que Wilde fue a ver a sir George Lewis. ¿Qué otra razón puede sugerirse? Wood no fue a ver a sir George Lewis. Quizá pensó que sir George Lewis sería demasiado inteligente para él, y luego Wilde telegrafía a Taylor o hace que vaya a verlo a College Street. Taylor podría haber arrojado algo de luz sobre este asunto. Taylor podría habernos dado alguna idea de lo que ocurría entre él y Wood. De hecho, creo que Taylor nos lo podría haber contado todo. Pero, en cualquier caso, Word se vio en Little College Street Wood con Wilde, y creo que Taylor estuvo presente. Ahora bien, puede que de nuevo existan pequeñas discrepancias entre los testimonios del señor Wood y del señor Wilde. Taylor nos habría sido muy útil para aclararnos quién contaba la verdad. El martes pasado mantuvo una conversación a solas con Wilde en Tite Street. En este momento es su amigo del alma. Pero no le interrogan. Bueno, acuden a Little College Street y ciertamente tiene lugar una entrevista insólita. El señor Wilde nos dijo ayer que creía que su amigo Alfred había ido a chantajearle. Debo decir que, para tener esa impresión, Wood lo trató de manera muy considerada. Va y le cuenta la historia de esas cartas. Le habían sido robadas, y resulta que en realidad Wood no tenía las cartas, al menos, se nos dice, ninguna carta de importancia, pero las que tenía se las devuelve a Wilde. Le dice a Wilde que un conocido chantajista llamado Allen poseía, por desgracia, una de las cartas.

CLARKE: Eso no es así.

CARSON: En aquel momento el señor Wilde creía que aquéllas eran todas las cartas. Pero ¿cuál es el argumento de Wilde? El argumento de Wilde es que esas cartas, las que había recuperado de ese hombre, no tenían el más mínimo valor, no tenían el menor carácter incriminatorio, y teniendo la impresión de que el hombre había ido a chantajearlo, y como las cartas que le había entregado no tenían el menor valor, va y le da 16 libras. Ahora bien, ¿por qué le dio 16 libras? Se lo diré. ¿Por qué creen, caballeros que se hallan en la tribuna del jurado, que Wilde le dio 16 libras a Wood en esa ocasión? Se lo diré. Lo que más deseaba Wilde era que Wood abandonara el país y se marchara a América, y por eso le da 16 libras. Al día siguiente, creo, se ven para comer en el Florence… Wilde lo invita a comer al Florence. Celebran una comida de despedida en un comedor privado y Wilde le entrega otras 5 libras, fruto de su profunda gratitud por la compañía que Wood le ha dispensado en algún periodo anterior, y a continuación, tras el almuerzo de despedida en el Florence, Wood parte para América, e imagino que Wilde pensó que nunca volvería a verlo. Pero está aquí, y será interrogado ante ustedes.

Señores del jurado, saben que esta explicación es una burla al sentido común, una burla a la razón, pero ésa no es toda la historia de esa «hermosa carta», y tras haber recuperado la carta de Wood, poco después se presenta Allen. «Allen —dice Wilde— al que no había visto nunca, pero de una cosa estaba seguro…».

JUEZ: Mientras tanto, había recibido una copia del señor Beerbohm Tree.

CARSON: Gracias, su señoría, por recordármelo. Mientras tanto, alguien había enviado una copia, o lo que pretendía ser una copia, al señor Beerbohm Tree, que enseguida mandó buscar al señor Wilde y le entregó la copia. Ahora, señores del jurado, me permitirán que les diga, con respecto al señor Beerbohm Tree, ya que su nombre se ha visto implicado en este asunto, que en mi opinión el señor Beerbohm Tree actuó de una manera absolutamente correcta tras recibir esa comunicación.

CLARKE: De eso no hay la menor duda.

CARSON: Les pido su licencia para hacer esta afirmación porque esta mañana he recibido un telegrama del señor Beerbohm Tree diciendo que, incluso estando en América, ha visto su nombre involucrado en este asunto, y afirma, de manera sustancial, que toda su relación con el señor Wilde es la que manifesté ayer.[251]

JUEZ: No existe el menor fundamento para insinuar nada en contra del señor Beerbohm Tree.

CARSON: Me parece justo que en este proceso no haya malentendidos respecto a este punto. He hablado de ello con mi colega Edward Clarke, y enseguida ha coincidido conmigo, y su señoría coincide conmigo, en que el señor Beerbohm Tree se comportó en todo momento como era su deber hacerlo.

JUEZ: Actuó de una manera totalmente correcta.

CARSON: El señor Beerbohm Tree mandó llamar al señor Wilde. Le entregó la copia de la carta y el señor Wilde, al estar en posesión de la copia de la carta, dio en pensar: «Ahora que la carta se ha descubierto, ¿cómo podré salir de ésta?». Al cabo de poco tiempo Allen, el chantajista, aparece, y Wilde tiene una conversación de lo más insólita con Allen, el chantajista. Le habló acerca de la carta. Le dijo que ya le daba igual porque ahora tenía una copia, que en realidad se trataba de un hermoso soneto, y que pretendía publicarlo en una revista que iba a aparecer en breve en Oxford.

JUEZ: The Spirit Lamp.

CARSON: Señores del jurado, me gustaría saber cuándo decidió el señor Wilde publicar esta carta a lord Alfred Douglas como soneto, porque se lo he preguntado expresamente, si cuando se la envió a lord Alfred Douglas llegó a pedirle a lord Alfred Douglas que la conservara, y él ha dicho que no, y que, por lo que él sabía, podía acabar en la papelera o rota. Pero ya ven, en el momento en que se descubrió, se hizo necesario inventar algo acerca de la carta, ahora que la tenía el chantajista, y enseguida se le ocurre que sería una espléndida manera de salir del embrollo diciendo: «Oh, no, en realidad no es una carta; es un soneto, un poema en prosa». Se trataba de un «valioso manuscrito» que nunca le había pedido a lord Alfred Douglas que guardara, y que nunca, por lo que a él respectaba, podría haber publicado a no ser que lord Alfred Douglas se la hubiera devuelto de uno u otro modo. Pero toma la decisión cuando es descubierta: «Bueno, diré lo siguiente: “Ésta no es una carta corriente”, y lo que haré será esto», y no hay duda que así es como decidió actuar: «Lo confesaré todo y la publicaré como poema en esa revista, The Spirit Lamp», que publica en Oxford, creo, lord Alfred Douglas. Es lo que le cuenta a Allen, el chantajista. Ahora, señores del jurado, veamos por un momento qué es este «valioso soneto», este «manuscrito». Está fechado en Tite Street, 16, Chelsea SW. «Mi querido muchacho: Tu poema es delicioso. Es una maravilla que esos labios rojos de pétalo de rosa —esa idea de las “rosas rojas” es una expresión que lord Henry Wotton utiliza para el joven Dorian Gray en la ocasión que ya les he mencionado—, que esos labios rojos de pétalo de rosa tuyos sirvan tanto para la música de una canción como para la locura del besar». Ahora, permítanme que les diga que, por lo que a mí respecta, no hay nada hermoso en esa idea. En mi opinión es completamente repugnante. Suponiendo que sea un poema, que sea un soneto dirigido por un hombre de cuarenta años de edad —aunque diría que en ese momento aún no tenía cuarenta años— a un chico de veinte, mi opinión es que el solo hecho de dirigirle un soneto, y decirle que tiene unos «labios rojos de pétalo de rosa [que] sirvan tanto para la música de una canción como para la locura del besar», es repugnante. Pero aunque ustedes lleguen a la conclusión de que es hermoso, como dice el señor Wilde, de que es poético, no creo que los recursos del intelecto del señor Wilde le fallaran si intentara repetir algo de semejante belleza. «Tal alma esbelta y dorada se mueve entre la pasión y la poesía. Sé que Jacinto, a quien Apolo amó con tanta locura, fuiste tú en la época de los griegos»… se trata de una alusión a la relación clásica entre Jacinto y Apolo, que no es necesario repetir, «¿Por qué estás solo en Londres y cuándo te vas a Salisbury?». Esto último me parece de un lenguaje bastante vulgar, y no he visto la versión francesa a la que se ha traducido.[252] No sé cómo lo han traducido. «¿Por qué estás solo en Londres y cuándo te vas a Salisbury? Ve allí y enfría tus manos en el crepúsculo gris de las cosas góticas y ven aquí siempre que quieras. Es un lugar delicioso». No sé si eso significa Tite Street.

CLARKE: No, es un error de la copia.

CARSON: Se ha dicho que fue escrita en Torquay, pero la copia que me dieron tenía como remitente Tite Street. «Ven aquí siempre que quieras. Es un lugar delicioso: sólo faltas tú; pero primero ve a Salisbury. Recibe mi inmarcesible amor, tuyo siempre, Oscar». Señores del jurado, ahora les pido que se pongan en la posición de un padre que se entera de que un hombre domina a su hijo, que es veinte años más joven que aquél, hasta tal punto que se atreve a escribirle esta abominable y desagradable inmoralidad. Pueden creer, si quieren, que esto fue escrito para ser publicado como soneto; si lo hicieran, no les quepa duda de que envidiaría su credulidad. Pero es lo que se ha alegado, y sin duda la elocuencia de mi colega podría inducirles a creer muchas cosas, y podría llevarles a creer que se trata de un soneto. Si es así, él y yo, cada uno sin duda como abogado, tenemos una idea totalmente distinta del documento. Pero el hermoso soneto, por desgracia para su argumentación, da la casualidad de que es la carta que fue revelada al público. Las otras tres, según ha contado el señor Wilde, las destruyó. Ésa se había hecho pública al ser enviada al señor Beerbohm Tree, aunque resulta extraordinario que la única carta a la que el señor Wilde es capaz de remitirnos, la que fue publicada como soneto, sea la que se hizo pública. Ahora bien, señores del jurado, no veo que exista una gran diferencia entre esa «hermosa carta» y la otra que el señor Wilde escribió desde el Hotel Savoy cuando llevaba a cabo otras inmoralidades —que les serán probadas en todo detalle en el curso de este proceso—, mientras su esposa estaba en Italia, cuando cerró su casa de Tite Street y se alojó en el Hotel Savoy, donde tomó unas habitaciones; aunque, debo decir, a partir de un hecho que se afirma al respecto y aparece en la propia carta, que me parece que más le habría valido al señor Wilde quedarse en Tite Street, y este hecho es que dice que la factura es de 49 libras a la semana, y teme tener que dejar el hotel, y no tiene dinero ni crédito. Bueno, es mi opinión que a un hombre que posee una casa en Tite Street y carece de dinero ni crédito más le habría valido arreglárselas en su casa con discreción, sin tener que tomar una serie de habitaciones en el Hotel Savoy. Pero aquí está la carta: «Hotel Savoy, Victoria Embankment, Londres, WC. Mi más querido muchacho, tu carta fue deliciosa, vino blanco y tinto para mí —había una carta que le había escrito Douglas, que fue vino blanco y tinto para él y que nunca se publicó como soneto—: pero estoy un poco triste. Bosie: no debes hacerme escenas: me matan. Destruyen lo más precioso de la vida. No soporto verte, tan griego y encantador, deformado por la pasión»… lo de «griego» es la misma idea de la otra carta. «No soporto escuchar tus labios curvos diciéndome cosas horribles. No lo hagas. Me rompes el corazón. Preferiría… —aquí hay algo que no entiendo—[253]… todo el día que verte amargado, injusto y horrible. Debo verte pronto. Tú eres esa cosa divina que quiero… esa cosa de gracia y genio, pero no sé cómo hacerlo. ¿Debo ir a Salisbury? Hay muchas dificultades. ¡Mi factura en este hotel son 49 libras semanales! También tengo una nueva habitación cerca que da al Támesis. Pero tú, ¿por qué no estás aquí, mi querido, mi maravilloso muchacho? Me temo que he de dejarte. No hay dinero, no hay crédito, y sí un corazón de plomo. Siempre tuyo, tu Oscar». ¿Qué pretende un hombre que le escribe una carta así a un joven veinte años más joven que él? Por desgracia, sólo puede significar una cosa. No estoy aquí para afirmar que haya ocurrido nada entre el señor Oscar Wilde y este joven. Dios no lo quiera. Pero digo que permite concluir que Wilde ha concebido esa vil y abominable pasión hacia este joven, algo que casa perfectamente con el tono y el carácter de las personas que aparecen en su libro Dorian Gray. Y digo, además, que demuestra lo siguiente: que este joven se hallaba en una situación desdichadamente peligrosa que le hizo consentir en la dominación de Wilde —un hombre de gran talento y grandes logros—, una situación peligrosa para un joven que con el tiempo escribiría «Dos amores», el poema sobre el que he llamado su atención, y lo publicó en The Chameleon. Lo que quiero saber es: si Wilde le escribe esa carta al hijo de lord Queensberry y éste protesta, ¿van a enviar por ello a lord Queensberry a la cárcel? Pueden decir, si gustan, que sus cartas eran vehementes; pueden decir, si gustan, que sus cartas estaban escritas en un tono que un hombre sereno no utilizaría, y podrían decir, si gustaran, que su manera de hacer pública esa cuestión, dejando una tarjeta en el Club Albemarle, es algo que no aprueban. Antes de condenarle, lean la carta y díganme si un padre no debería enfurecerse si cree, como se demuestra ahora, que su hijo estaba tan dominado por el señor Oscar Wilde que le permitía declararle su amor, un amor inmundo, abominable, ese amor contenido en la correspondencia. Siempre nos dicen, cuando entramos en los tribunales de justicia, que el hombre que aparece como acusado —acusado a menudo bajo circunstancias difíciles— debería haber hecho esto, debería haber hecho lo otro y lo de más allá. ¿Qué habrían hecho ustedes? ¿Qué debería haber hecho él? Dice que le escribió a su hijo y le escribió a Wilde, y que les dijo que si se los encontraba montaría un escándalo; y su propio hijo, bajo la influencia de Wilde, le responde a su carta y le dice: «Recuerda. Yo, tu hijo —porque me pides que renuncie a Wilde—, yo, tu hijo, si te acercas a nosotros, tan dominado estoy por Wilde que dispararé contra ti». Bueno, lord Queensberry estaba decidido a poner fin al asunto. ¿De qué otra manera podría lord Queensberry haber puesto fin a este asunto? Podría haber escrito una carta, como creo que ha sugerido Edward Clarke, al comité del club; podría haberlo hecho de muchas otras maneras. Pero decidió hacerlo de la manera que están ustedes considerando, y lo hizo de manera totalmente deliberada, y no teme afrontar las consecuencias que le imponga el tribunal.

Caballeros, Allen no entregó la carta en esa ocasión. Allen era un famoso chantajista y a Allen le dieron 10 chelines. Ha dicho el señor Wilde: «Se los di para expresarle mi desprecio». Bueno, no desentona con el resto de la paradójica conducta del señor Wilde, como supongo que él la llamaría, que le diese medio soberano a un hombre al que conoce como famoso chantajista y que además no le lleva nada. ¿Creen ustedes que se lo dio para expresarle su desprecio? Caballeros, saben que se lo dio para estar a buenas con Allen. Allen sale y al parecer se encuentra con Cliburn, que tiene la carta, y Cliburn entra casi inmediatamente después con la carta y se la entrega al señor Wilde, con lo que recibe, creo, medio soberano por la carta. Ésta es la historia de esa carta.[254] Dieciséis libras pagadas a Wood… 5 libras al día siguiente. Wood embarca hacia América. Allen y Cliburn se presentan y cada uno recibe una suma de 10 chelines. Sin duda fueron fácilmente engatusados porque, utilizando una expresión corriente, el señor Wilde «se lanzó un farol» con lo de la copia que iba a publicarse; y, por supuesto, como todo el mundo, como el señor Tree y otros habían visto la carta, poseerla ya no tenía ningún valor… no tenía ningún valor añadido. Bueno, tal como he dicho antes, señores del jurado, toda la historia referente a la carta sólo podrá explicarse cuando oigan la declaración de Wood. Wood les relatará —ahora no quiero adelantarme— cómo el señor Oscar Wilde, una y otra vez, casi desde el comienzo de su amistad, llevó a cabo prácticas inmundas e inmorales con él. Cuando lo oigan, creo que tendrán la clave de todo el misterio en relación con la carta, y verán que la proposición con la que mi docto colega Edward Clarke consideró necesario iniciar la exposición de los hechos, que se trataba simplemente de que el señor Wilde deseaba publicar un manuscrito valioso al que otorgaba mucho valor, no es más que una proposición desesperada que se hace porque, naturalmente, la carta habría sido presentada en cualquier caso ante ustedes, por ser de dominio público.

A las 4.20 de la tarde se suspende la sesión hasta las 10.30 del día siguiente.