44
Sam y Wyatt galopaban hacia la casa de los Van Brock. El estampido de un disparo en la noche los frenó de repente. Los caballos clavaron los cascos en el suelo polvoriento.
—¿De dónde proviene el disparo? —preguntó Wyatt.
Sam señaló un punto no muy lejos de donde se encontraban ellos.
—De esa dirección, y la casa de Lorelei está por ahí.
Sin añadir palabra, azuzaron sus monturas. Sam apenas notaba los latidos de su corazón, iban tan acelerados que cada palpitación se fundía con la siguiente. Agitó las riendas y Rufián respondió galopando con más ahínco. Cada segundo que pasaba le erizaba la piel hasta sentirla en carne viva. Si algo le sucedía a Emily se volvería loco. No soportaría otra pérdida, otra muerte.
Entornó los ojos al distinguir el resplandor que salía de la casa. Un sudor frío le recorrió la espalda. Estaba tan concentrado en su meta, que perdió el control de Rufián cuando se oyó un nuevo disparo a pocos metros de la casa. Cayó al suelo y rodó hasta golpearse contra un tronco caído. Ahogó un jadeo de dolor al sentir un chasquido en las costillas que le cortó el aliento.
—¡Sam! —Wyatt ya estaba a su lado arrodillándose. Su caballo piafaba nervioso justo detrás—. ¿Estás bien?
—Mis costillas —logró decir—. No puedo…
Wyatt le ayudó a sentarse. Un nuevo jadeo de dolor escapó de sus labios al tiempo que se sujetaba los costados.
—¿Has visto algo? —preguntó cuando consiguió tomar aire.
—Hay dos hombres en el suelo y otro entre los matorrales con una mujer como escudo.
—¿Es Emily?
—No, es una joven muy rubia.
—Edna… ¿El tipo es Douglas?
El marshall se secó el sudor con la manga.
—No le veo bien la cara.
—Ayúdame…
Después de que Wyatt le ayudara a ponerse de rodillas, Sam se parapetó tras el tronco y echó un vistazo. Enseguida reconoció la silueta de Douglas, que usaba a Edna como escudo y apuntaba a la sien de la muchacha desvanecida con el revólver. Desvió la mirada hacia el suelo, a poca distancia de la pareja. Allí estaba Joshua, prácticamente tumbado encima de Nube Gris. Ninguno de los dos se movía. Se sintió invadido por una profunda angustia y un arrebato de furia le hizo olvidar el miedo que lo había atenazado. Dejó de pensar en nada que no fuera matar a Douglas.
—Puedo pegarle un tiro desde aquí —aseguró fríamente.
—Está oscuro, podrías dar a la chica.
—¡Venga, pistolero! —oyeron ambos—. ¿A qué esperas? A ver si al menos puedes salvar a esta zorra, porque te aviso de que llegas tarde para Emily.
Sam apretó los dientes, negándose a dejarse llevar por las provocaciones de Douglas.
—No puedes imaginarte lo bien que lo hemos pasado —prosiguió el vaquero entre los árboles del huerto de Lorelei—. Ha sido todo un placer, al menos para mí…
Sam desenfundó el revólver y apuntó.
—Sam, puedes dar a la chica —le advirtió el marshall.
—¿Acaso he fallado alguna vez? —inquirió Truman sin perder de vista a Douglas.
—Nunca, que yo sepa. Aun así, si tú fallas, yo lo remato —prometió Wyatt con el arma en mano.
Sam ya no le escuchaba. Afinó el tiro apuntando justo en la frente, muy por encima de la cabeza de Edna, que, al estar inconsciente, no suponía un obstáculo. Serenó su respiración, ignoró el dolor que notaba en las costillas y sostuvo con firmeza la culata. Ya no oía ni sentía nada más que la frialdad y la soledad que le habían acompañado cada vez que había matado a un hombre. Sin embargo, en esta ocasión deseaba esa muerte con todas sus fuerzas. Sutilmente apretó el gatillo y el estallido del disparo se propagó como un rugido. Douglas cayó hacia atrás como un tronco llevado por el impacto. Un disparo limpio.
Sam bajó el revólver y soltó el aire que había estado reteniendo.
—No sé por qué he dudado de ti —musitó Wyatt mirando hacia donde Douglas había estado en pie segundos antes—. Donde pones el ojo, pones la bala.
La satisfacción que podía haber sentido Sam por la muerte del vaquero quedó eclipsada por el recuerdo de sus últimas palabras: había llegado tarde, había llegado tarde para Emily. El rostro de Delilah inundó su cabeza e imaginó la cara de Emily golpeada e inerte. El dolor que le oprimió el pecho fue mil veces más fulminante que el que le azotaba las costillas. La había perdido y el sol no volvería a brillar para él.
—¡Ayuda!
—Sam, mira. Lorelei y las chicas están saliendo de la casa.
Sam las miró sin prestar mucha atención. Tenía la mente demasiado embotada por la confusión, la pena desgarradora y la desesperación.
—¡Ayuda! ¡Hay una mujer y su hijo dentro de la casa!
Sam se puso en pie lentamente.
En cuanto Lorelei lo vio, echó a correr hacia él a toda prisa, haciendo caso omiso del camisón, que se le enredaba en torno a las piernas.
—¡Sam! Emily está dentro. Ha subido para rescatar a Cody, pero el fuego le ha bloqueado la salida.
—Mierda —escupió Wyatt.
Sam salió disparado hacia la casa pese a las punzadas en las costillas. Pensaba sacar a Emily y a Cody de la casa aunque fuera lo último que hiciera en esta vida.
—¡Emily! —gritó, llevado por el pánico—. ¡Cody!
En el interior, las llamas ya lamían las escaleras y el humo se arremolinaba como una cortina en una tormenta. El fuego parecía una bestia rugiente que lanzaba dentelladas por donde pasaba. Truman se detuvo en seco en el vano de la puerta principal, sobrecogido por la oleada de calor que lo asaltó.
—No entres, no puedes subir —vociferó Wyatt, sujetándolo de un brazo.
—¡Tengo que sacarlos de ahí! ¡Suéltame! —replicó debatiéndose, para evitar que Wyatt lo arrastrara hacia atrás—. ¡Suéltame!
Se dio la vuelta y asestó un puñetazo a su amigo en la barbilla. Wyatt trastabilló y cayó al suelo. Sam volvió a encararse a la entrada, dispuesto a enfrentarse al mismísimo demonio si era necesario.
—Sam…
El fragor del fuego casi impedía que la voz se oyera.
—Sam…
Aturdido, Truman buscó entre las llamas. La voz de Emily se oía tan cerca que debería verla. Dio un paso adelante.
—Sam… Estamos aquí.
Una mano delicada le tocó el brazo. Miró por encima del hombro con el alma en vilo, sin dar crédito a lo que veían sus ojos. Ella estaba a su lado.
—Sam, estamos bien.
Emily le sonreía. Tenía los ojos irritados y el rostro manchado de hollín, pero estaba de una pieza y aparentemente ilesa. A Sam le flaquearon las rodillas y, por primera vez en su vida, se le escapó un sollozo.
—Emily —susurró con la voz ronca de emoción.
—Estoy aquí… —repitió ella, y le tendió una mano.
Sam dio un paso vacilante y la envolvió en sus brazos. Necesitaba cerciorarse de que estaba bien, de que no era un producto de su imaginación. Y estaba allí, pegada a su cuerpo, temblorosa, sacudida por los sollozos, pero viva.
—Creí que te había perdido —murmuró él contra su pelo—. Douglas ha dicho que había llegado tarde… —La voz se le rompió por las emociones que le vapuleaban—. Pero estás aquí… ¿Y Cody?
—Está con Lorelei, junto al huerto. —Emily hablaba contra el pecho de Sam, incapaz de alejarse ni unos pocos centímetros—. ¿Douglas sigue…? —preguntó con aprensión.
—Está muerto —replicó Sam sucintamente.
Ella no quiso saber más y, por más que se avergonzara de sus propios sentimientos, se alegraba de la muerte de Douglas. Ya no heriría a nadie.
—Cabrón de mierda —masculló Wyatt, de nuevo en pie—. Si me has roto la mandíbula, te meteré entre rejas hasta que se te pudran los dientes.
Sam se rio contra la coronilla de Emily, aliviado, asustado, aún agitado por el dolor de haber estado a punto de perderla, pero feliz.
—Marshall… —Lorelei irrumpió en el porche—. Hay un herido…
Emily se apartó de repente.
—¡Nube Gris! Douglas le ha disparado.
Se llevó las manos a la boca, reprimiendo un gemido.
—No, el que está herido y maldiciendo es Joshua. Ha recibido un disparo en el hombro. Nube Gris está inconsciente. Cuando vuelva en sí tendrá un tremendo dolor de cabeza por el golpe que se ha llevado al caer y necesitará unos cuantos puntos, pero respira. —Lorelei desvió la mirada hacia la casa, que ardía como una tea, y apretó los dientes.
—Lo siento —dijo Emily—. Al venir a tu casa te metimos en esta locura. Siento mucho tu pérdida.
La mujer echó una mirada a su alrededor.
—Para ser sincera, nunca me gustó esta casa, pero me da pena. Era un legado de mi difunto marido…, el único hogar que he tenido en mi vida. —Se sacudió como si un estremecimiento la recorriera—. Al menos estamos todos bien.
Fuera los vecinos se acercaban con cubos y palas, dispuestos a apagar el incendio. Pero ya era tarde.
Sam se apoyó en Emily, incapaz de sostenerse en pie por más tiempo.
—¿Qué te pasa? —quiso saber ella.
—Me duelen un poco las costillas —explicó él al tiempo que intentaba sonreír, aunque solo le salió una mueca de dolor.
Wyatt entrecerró los ojos.
—Me alegro de que te duela, por el puñetazo que me has propinado cuando intentaba salvarte la vida.
Echaron a andar hacia Nube Gris, que empezaba a recobrar la conciencia. A su lado Joshua despotricaba acerca de lo inútil que era el indio, mientras una mancha oscura se le extendía lentamente por el hombro. Edna se encontraba arrodillada entre los dos, sostenida por Daphne. Un poco más atrás Mickaela abrazaba a Cody y Jessy contemplaba la casa con el rostro bañado en lágrimas.
—Deja de gritar como una niña —masculló el indio, llevándose una mano a la cabeza. Se palpó con cuidado y encontró una buena brecha que necesitaría puntos. Esbozó una mueca de disgusto—. ¿Se puede saber por qué te has tirado encima de mí de repente?
—¿Qué? —aulló Joshua, lleno de indignación. Gruñó cuando quiso cambiar de postura, pero se dejó caer en el suelo, exhausto—. Te he salvado la vida. En cuanto he visto a Douglas apuntándote, me he echado encima de ti para que no te diera y YO ME HE LLEVADO EL BALAZO.
—Yo no te he pedido nada —farfulló el indio. Se incorporó y buscó la mano de Edna—. ¿Cómo te encuentras?
—Bien —contestó Daphne por la joven, que todavía estaba muy aturdida—. Dale unos minutos, ha pasado mucho miedo.
—Pues claro que ha pasado miedo —despotricó Joshua desde el suelo, fulminando con la mirada a Nube Gris—. ¿Acaso el golpe te ha dejado idiota?
—¿Por qué no te metes el puño en la boca y te lo tragas? —replicó el indio.
—Porque, en ese caso, no podría incordiarte, al menos hasta que mi hermana abra los ojos y entienda que eres un desastre de hombre.
—Pues entonces será mi puño el que te tragarás…
—Callaros de una vez —exigió Edna, poniendo fin a la discusión—. Por favor. No soporto ver a los dos hombres que más quiero portarse como dos borrachos que no saben más que decir estupideces.
Joshua entornó los ojos sin apartar la mirada del indio.
—No te pego un tiro ahora mismo porque mi hermana no me lo perdonaría.
—Entonces, ¿por qué no dejaste que la bala de Douglas siguiera su curso? —quiso saber Nube Gris.
—Pues porque no soportaría ver a mi hermana tan triste, imbécil.
—¡Silencio! —ordenó Edna, cada vez más recuperada—. Me estáis avergonzando.
Sam, que había estado escuchando en silencio, rompió a reír y enseguida soltó un gemido de dolor. Pero no fue nada comparado con lo que sintió cuando Cody se le echó encima, abrazándolo con fuerza.
—Sam, he tenido mucho miedo, pero mamá ha venido a por mí. Yo no podía salir de la habitación porque el fuego me lo impedía. Pero entonces ha entrado mamá y hemos salido por la ventana. Se me ha chamuscado un poco el pelo y a mamá también. Pero he sido valiente, ¿verdad, mamá? Hacía mucho calor en la habitación, me escocían los ojos y la garganta, y tosía mucho…
Las palabras salían de la boca del niño a borbotones, como si necesitara ahuyentar todo el miedo que lo había paralizado en el dormitorio de Edna. Sam le acarició el pelo con una infinita ternura.
—Lo sé, sé que eres un chico valiente. Y estoy seguro de que has ayudado mucho a tu madre.
Repentinamente agotada, Emily apoyó la cabeza contra el hombro de Sam y echó una ojeada a su alrededor. Todos presentaban un aspecto lamentable, pero estaban a salvo. Cuando sus ojos se toparon con el cuerpo de Douglas, desvió la mirada. No sabía quién había acabado con él, pero en ese instante no quería averiguarlo. Lo único que importaba era que todos sus seres queridos estaban cerca y vivos.
Wyatt se quitó el sombrero y se peinó.
—Voy a por el médico, me temo que esta noche no dormirá mucho.
—¿Qué demonios ha pasado aquí?
La voz de Kirk impuso un súbito silencio. El anciano andaba con su paso irregular hacia ellos con los perros a la zaga, apretando tanto la mandíbula que la barbilla casi le tocaba la punta de la nariz. Antes de pararse echó un vistazo a la casa en llamas.
—¿Alguien puede contarme qué narices ha sucedido?
Nube Gris soltó una risita que Edna intentó silenciar vanamente de un manotazo.
—Viejo, como de costumbre llegas tarde a la fiesta. Por eso siempre te toca bailar con la más fea.