La leyenda de La Flor Dorada
– ¡Ni hablar! -gritó el Rey- ¡No dejaré que unos cuentos de paletos hagan intransitables mis tierras!
– Pero señor…
– ¡Qué! -interrumpió casi escupiendo.
– Hemos visto a las víctimas con nuestros propios ojos, la bestia existe.
– ¡¿Y cómo no la ha matado nadie?! -miró al capitán y señaló a sus guardias con gesto despectivo- ¡Estoy rodeado de cobardes inútiles! Llama al consejero y dile que anuncie una recompensa de mil monedas a quien me traiga su pellejo. Hay que terminar con este ultraje.
– Sí, mi señor.
El capitán y sus guardias abandonaron la sala del trono rápidamente, tras lo que el rey Grim terminó su cena de mala gana y subió a sus aposentos. Durante un mes habían aparecido cadáveres de campesinos brutalmente desgarrados a lo largo de su reino y hasta los comerciantes empezaban a considerar sus tierras un lugar poco seguro. Se estaban aislando por algo que nadie -vivo al menos- había llegado a ver.
Él no se creía nada, pues era muy probable que detrás estuviera su peor enemigo, el rey Claude II, cuyo reino era adyacente al suyo. El tratado que los mantenía en paz era cada vez más frágil y los escarceos fronterizos cada vez más frecuentes. La guerra terminaría siendo inevitable… que se atreva, pensó, aunque no debía tentar a la suerte, pues sus ejércitos no estaban aún en condiciones óptimas para un enfrentamiento contra los de Claude.
Oyó a la puerta chirriar, y al volverse vio a uno de sus criados.
– Señor, el consejero me ha pedido que le recuerde el día de hoy.
– ¿Qué pasa hoy?
– Es el décimo aniversario de la muerte de su esposa, mi señor. No necesito recordarle el acto en su honor que prometió aquel lamentable día para cada década de su desgraciada muerte…
– …Y a pesar de que no lo necesitas -cortó Grim bruscamente-, estas recordándomelo. ¿Qué más quieres?
– El consejero sólo quería asegurarse de que recordarais todo el ceremonial, el banquete, el regalo…
– Lo sé, lo sé, ahora vete.
Grim casi había olvidado a su esposa Malena, que murió de forma natural según la versión oficial. Ah… Malena… si no se hubiera estado viendo con Claude a sus espaldas, él no tendría que haberla matado con sus propias manos, lastimosa pérdida por su parte. La muy tonta se había enamorado de su peor enemigo, probablemente Claude la estuviera usando como espía. ¡Nadie espía a Grim! Pero tenía que admitir su valor, al atreverse a decir que no tenía nada con Claude y que realmente le quería mientras él apretaba su delicado cuello. Sí, lástima de muerte. Una muchacha hermosa, sensible y culta. Una joya entre joyas. Aún estaba por encontrar a una sustituta entre la chusma que poblaba la realeza.
Su asesinato corrió como un rumor por todo el reino, pero nadie se atrevió a comentarlo ni a hacer preguntas. La versión oficial es la versión oficial. Oh, y ahora la ceremonia en su honor. Odiaba los banquetes llenos de sonrisas a filo de espada y sólo se sentía cómodo en ellos cuando tenía algo de lo que jactarse. Hacía ya meses que no tenía nada de lo que presumir en la mesa; a decir verdad el asunto de la bestia lo estaba incomodando en demasía.
El regalo… ¡Oh sí! Se trataba de mostrar un objeto que habría sido del gusto de la víctima, un regalo fingido, demostración de respeto póstumo. Imbecilidad que algún senil creó apropiado para la realeza, un detestable acto de etiqueta que se había puesto de moda. Dado que mandó a quemar todas las posesiones de Malena (excepto las que podían ampliar las arcas del reino), tendría que hacer algo él. Habría que verse como el Rey que era ante sus invitados.
¿Qué le gustaba a ella? Recordó la ocasión en que echó de menos… su árbol genealógico, sí. Quería ver el árbol genealógico de Grim en el salón del trono, dado que a muchos Reyes les gustaba mostrar a sus ancestros y presumir de su sangre. Él rechazó la idea alzando la mano en gesto despectivo; no le importaba lo más mínimo su ascendencia. Pero tenía que admitir que Malena llevaba razón, era otro detalle de etiqueta de gran valor entre la realeza.
Si Claude hubiese tenido una ascendencia memorable tal vez lo habría considerado para evitar el agravio comparativo… pero por lo que sabía Claude era hijo de la relación entre su padre y una amante secreta, que al parecer había tenido otras aventuras entre la realeza. No, no creía que pusiera su árbol en su castillo.
¿Pero cual era la propia ascendencia de Grim? Su padre Orn… le contaron que murió defendiendo su castillo cuando él tenía cuatro años, y su madre Anaya, se había suicidado a la semana, tras haber sucumbido a la pena. Le crió el segundo de su padre, su capitán, su tutor, que fue el que le había contado la historia, pero había muerto ya de viejo. Oh, no tenía porqué estar lidiando con estas cosas. Tiró de la segunda cuerda del llamador, campanilla a cuyo sonido debería acudir su consejero, quien obedientemente entró en sus aposentos.
– Lo que mi señor diga.
– Ya que me has querido recordar la ceremonia de Malena… quiero que me ayudes con su regalo para el banquete. Necesito que investigues mi ascendencia para tener un árbol genealógico decente que mostrar sobre mí en el banquete; permitiré que lo adornes un poco. No debería ser muy difícil, pero por si acaso en la aldea tienes los escritos de mi viejo tutor en la casa de su viuda, que aún vive, seguramente te sean de mucha ayuda; lo quiero listo para mañana, el banquete será dentro de dos días. Envía también invitaciones a nuestros aliados de entre la realeza.
– Así lo haré, mi señor.
Claro que lo harás, pensó. El consejero sospechaba muy bien lo que le ocurrió a su predecesor cuando le desobedeció su primera vez. Grim gobernaba con el miedo, que ciertamente le resultaba muy cómodo y satisfactorio.
Tuvo pesadillas aquella noche. Soñó que le perseguía la bestia, de aspecto informe, creado por el puro espanto de su imaginación, la cual le acorraló y le clavó su mirada. Tenía los ojos de Malena. Se despertó jadeando cuando se abalanzó sobre él, y estuvo muy inquieto al día siguiente, maldiciendo a todos los que le recordaron su muerte. Finalmente recibió nuevas sobre ella.
– Hemos podido saber que la bestia fue adquirida por Claude II en uno de sus largos viajes al este, y ha sido entrenada para acabar con vuestra vida. Le recomendamos pues que no salga del castillo mientras siga viva.
– No sería necesario si la hubierais matado ya -dijo Grim secamente-; a propósito, ¿Tenéis noticias del consejero? Debería estar ya aquí para traerme unos escritos.
– No, mi señor, no le hemos visto.
Hizo un gesto con la mano para que se fueran. Pasó el día rumiando su propia pesadilla, agitando la cabeza para olvidar esa mirada. Ojos grandes, luminosos, inyectados en sangre… sintió un escalofrío al pensar que ella le pudiera estar mirando a través de ellos. Necesitaba tomar el aire, por lo que decidió más tarde pasear por los bajos del castillo, dado que dudosamente la bestia llegaría a penetrar ahí. Empezaba a anochecer y maldecía al consejero, los truenos avisaban de una tormenta y aún no tenía nada que mostrar para el banquete.
Pensando en otros presentes se topó con un brote de flores en un pequeño montón de tierra pegado a una pared. A Malena le encantaban las flores, fue por eso que las mandó a cortar todas alrededor del castillo aduciendo los tristes recuerdos que le evocaban. Estuvo a punto de hacer lo mismo, cuando vio una que relucía sobre las demás… una flor dorada. Aquello era de una rareza inaudita, parecía de oro. Había oído hablar de varias cuando era joven; flores y tréboles dorados que concedían deseos.
Pisando despreocupadamente algunas, arrancó de un tirón la flor dorada. Pensó que sería inútil pero maliciosamente divertido pedir un deseo en aquellas circunstancias. Cerró los ojos.
Que mataran a la maldita bestia sería sin duda una gran alegría… pero puestos a pedir, que le cortasen la cabeza a Claude II y a todos los de su sangre… oh sí… sería un acto de genialidad por su parte mostrar la cabeza de su eterno enemigo en el banquete. Casi se imaginaba las caras impresionadas de los presentes. Y como obsequio póstumo para su esposa tendría un valor simbólico a la altura de su grandeza, aunque sólo él pudiera interpretarlo. A veces se sorprendía de la maldad de su propia genialidad. Grim el sabio. Grim el listo. Grim el genio. Deberían cantarlo por las calles.
Cuando abrió los ojos se sorprendió al ver que sólo estaba agarrando aire, no tenía nada entre sus dedos. Volvió a mirar a las flores, pero no vio ninguna dorada. Sus nervios le habían jugado una mala pasada. El maldito consejero seguía sin aparecer y empezaba a llover.
Preparándose para volver oyó un grito desgarrador en dirección a la puerta que daba a las afueras y vio un guardia que fue proyectado hacia el interior, estrellándose como una frágil piedra contra la pared y saltando por los aires parte de su armazón. Entonces oyó el aullido más penetrante que había oído en su vida, helándole el corazón y poniéndole de punta hasta el último pelo de su cuerpo. No había sonido ambiente capaz de hacerle sombra. El eco rebotó por todas las esquinas del castillo, nadie osó alzar el más mínimo alarido de terror, pese a que sería sin duda el sentimiento dominante. Era un aullido hostil y visceral, lleno de rabia.
La bestia atravesó la gran entrada.
– Dios mío… es… es…
Enorme, eso es lo que era. La silueta era apenas discernible, pero enorme y alta como un hombre, sus ojos refulgían en la oscuridad y notaba cómo olfateaba buscando algo, virando su cabeza…
Y le clavó la mirada.
Sintió ganas de evacuar. Era la mirada de su pesadilla, los ojos desprendían un odio tan evidente… y, en su estado de pánico, le llegó a pasar por la cabeza que pudiera ser ella.
– Yo… tuve que hacerlo… yo…
No podía articular más palabras; retrocedía lentamente, pero la bestia le alcanzaría. Estaba muerto. El monstruo flexionó sus patas traseras para saltar, y un relámpago le mostró a la bestia entera, que estaba enseñando sus dientes, haciendo vibrar sus colmillos y encías ensangrentados en un gruñido gutural, escalofriante y antinatural. Era la visión de un lobo enorme cuyas malformaciones escapaban al uso de la razón. El corazón se le agitó cuando la bestia se abalanzó sobre él y se cubrió inútilmente con los brazos esperando el fin.
Oyó un gran aullido de dolor y se sorprendió al ver que la bestia había sido empalada en el aire por la gran espada de un desconocido. Ignoraba de dónde había salido, era un figura alta, envuelta en una gruesa armadura y con un yelmo que no le dejaba ver la cara… dejó caer a la bestia y sacó su espada de ella. No era sin embargo de la corte de Grim pues usaba un tipo de armazón que se había desechado hacía ya bastantes años…
– Debo expresarle mi gratitud, vos… vos…
Sin embargo el desconocido salió sin decir una sola palabra por el gran arco central, con un andar extraño.
Tras conseguir mandar de vuelta a las multitudes que se formaron a su alrededor para saber si estaba bien, se topó con…
– ¡Las flores! -gritó – ¡Claro, la flor dorada, era de verdad!
Él había deseado que la bestia fuera muerta, y ese enigmático caballero debía ser sin duda la respuesta a sus plegarias… claro que entonces… Malena tendrá el regalo que se merece, pensó. Claude II y todos los de su sangre serían degollados y exterminados y lo mejor… tendría la cabeza de Claude en el banquete. A pesar de que su encogido y agitado corazón sufría aún el encuentro con la bestia, sintió un enorme alivio de pensarlo, así como la confirmación de que proyectar a Malena en la bestia fue sólo un artificio de sus más oscuros sueños, que se estaban apoderando de él. Temía estar dejando la cordura donde no podría recuperarla.
Pero durmió como un bebé esa noche. Al día siguiente era todo sonrisas -algo muy raro en él-, se mostró en extremo benevolente, y la gente se mostraba disimuladamente extrañada, cosa que no le importaba. Había sobrevivido… pero algo seguía sin ir bien. ¿Era ella? ¡No!, gritó para sus adentros apretando la mandíbula. Pero de todas maneras se abría paso en su mente. Resopló ante la idea que surgió en alguna parte de su ser de que pudiera estar cobrando conciencia de lo que le hizo.
En cualquier caso la bestia estaba muerta, la había devuelto al lugar que le correspondía, como debía ser. Grim el sabio. Grim el listo. Grim el genio.
Tenía una sonrisa de oreja a oreja cuando presidía el banquete. Ah… si no fuera porque la cabeza de Claude debía estar en camino, habría usado el cuerpo de la bestia como trofeo y obsequio para Malena. Naturalmente no reprimió sus ganas de mostrarla, por lo que la había mandado a disecar. Quedaría bien en la entrada a palacio. Así es como terminan los que se me oponen. Sí, eso transmitiría.
Asistió al banquete buena parte de la realeza que le era afín. Fue muy prudente al no invitar a ningún Claude al banquete, no quería ninguna carnicería en el salón. Además, el toque visceral sería más sutil… Había ordenado a los guardias que no detuvieran al caballero cuando este llegara con su regalo. Una vez el banquete se dio por concluido, Grim alzó la voz.
– Damas y caballeros, nobles, príncipes y princesas, Reyes y Reinas, les dije que no quedarían decepcionados con este banquete, y el plato fuerte es aún mayor que el de la muerte de la bestia que ha devuelto la tranquilidad a mis tierras. El conflicto entre el gran Grim y Claude II ha concluido sin batalla. Cualquier amenaza que Claude pudiera representar para mi reino ha sido aplastada, y cualquier posibilidad de continuar reinando en sus tierras él o su linaje, ha concluido.
Se alzaron rumores a lo largo de la interminable mesa. Grim tenía una vista privilegiada, su trono estaba en uno de los extremos de la mesa, y veía a todos los presentes a lo largo de ella hasta su final. Iba a seguir con su preparado discurso cuando un golpe sobresaltó a todos… las grandes puertas que guardaban el salón se habían abierto con brusquedad. Era él. El caballero armado que había matado a la bestia. Se rió por dentro, qué oportuno.
La figura avanzó muy lentamente con su extraño andar a lo largo de la mesa ante la mirada horrorizada de los presentes. El chirriante sonido de su pesada armadura y las pisadas metálicas inundaban la sala. Efectivamente llevaba la cabeza de Claude II agarrada de su sucia cabellera, aún goteando sangre. Una imperceptible sonrisa modificó levemente las facciones de Grim mientras veía las caras de los invitados, que miraban aterrorizados -aunque había algunos que se alegrarían incluso más que él de verlo así- el rostro de sorpresa de Claude II, con los ojos desorbitados y la boca abierta. En otras circunstancias le resultaría aterrador a él también, pero en ese momento no cabía en sí del regocijo.
Alzó su copa dorada.
– Este es el regalo que le ofrezco a mi difunta esposa. Sé que le habría gustado… mi mayor enemigo, al fin muerto, junto a todos los de su sangre, interrumpiendo así su linaje. Las tierras de Claude II pasarán ahora a formar parte del reino de Grim el grande… -porqué no… sería la guinda, pensó antes de añadir- Grim el Sabio. Grim el Listo. Grim el Genio.
Consiguió arrancar aplausos de los presentes, algunos forzados y otros que al contrario, no tenían razón para seguir fingiendo horror. Levantaron todos sus vasos y gritaron al unísono ¡Grim el Sabio, Grim el Listo, Grim el Genio!
Pensó que ese sería sin duda el mejor momento de su vida. Anexionaría el reino de Claude al suyo y tendría el mayor reino del oeste. Lo menos que podían hacer los presentes era aplaudirle, y mostrarle desde ahora que estaban de su lado, porque ninguno podía hacerle sombra. Se removió en su trono, complacido.
El caballero aún no había recorrido toda la mesa, cuando uno de sus capitanes se acercó y le dijo:
– Mi señor, hemos encontrado al consejero. Al parecer fue alcanzado por la bestia cuando regresaba al castillo, antes del ataque de ayer…
Así que por eso no apareció. Una lástima. No apreciaba mucho las compañías, pero un consejero siempre era muy útil. Murió en vano de todas formas, ya tenía regalo de banquete.
– … llevaba algo consigo…
– Sí, le insté a traerme unos documentos. Una pérdida para todos sin duda. Murió sirviendo a su Rey. Enterradle con honores. Puedes marcharte.
– Sí mi señor, aunque no llevaba documentos consigo, sino una pequeña nota doblada. Pensamos que siendo él sería confidencial, así que se la hemos traído con la mayor de las reservas, aquí la tiene…
– Y has hecho bien. Buen trabajo. Ahora vete.
A Grim no le hubiera gustado que los demás husmearan en los resultados de la investigación de su consejero acerca de su ascendencia. Tomó la nota doblada entre sus manos mientras el capitán dejaba el salón. El caballero terminó su largo y sonoro andar justo delante de Grim. Este alzó su mirada y el anónimo invitado arrojó bruscamente en medio de ambos la cabeza de Claude II. Tras esto se quedó erguido e inmóvil. Grim se removió inquieto en el trono y volvió la mirada a la nota. Un poco corto para crear un árbol genealógico, aún siendo el mío, pensó. La abrió y empezó a leer…
“Lástima de consejero, sé que no puedes pensar bien sin uno. Traía unos interminables documentos, basura burocrática que sin duda querrías tener en tu festín para alardear a los presentes de una gran ascendencia. Pero permíteme que te la resuma, eres una persona muy atareada para estas cosas… antiguamente te leía tu tutor… o tu consejero… o tu amada esposa. ¿No lo recuerdas? Ah… debes haber reconocido ya mi letra…
Tú, Grim, eres hijo del rey Orn, pero no de Anaya, la Reina, su esposa. Orn tuvo una amante muy conocida en la realeza, que fue la que mató a la que creías tu madre, hecho que te ocultó tu tutor. Tú y Claude venís de la misma madre, hermanos pese a todo: sois de la misma sangre. “
No pudo seguir leyendo. Un escalofrío le subió por la espalda, las sienes le latían con fuerza, la respiración se le entrecortaba… Dejando caer la nota de entre sus temblorosos dedos, alzó lentamente su aterrada mirada al caballero. Éste se quitó el yelmo de la cabeza, dejando caer, para su sorpresa, una ristra de rizos rojizos. Un bello y familiar rostro surcado de lágrimas le miró directamente a los ojos, para decir…
– Y ahora, esposo, permíteme que termine de cumplir tus deseos. Grim el desleal. Grim el traidor. Grim el asesino.
Grim no pudo más que mantener una inmóvil y grotesca mueca de horror mientras Malena alzaba la espada.