5. A la tercera va la vencida
– Excelencia, alguien de Turín quiere veros -dijo uno de los guardias en el salón del trono debrano.
Gorza estaba ensimismado leyendo unos informes.
– Si es otro mensajero que escupa todo lo que tenga que decir y vuelva por donde llegó -respondió sin alzar la mirada.
– Dice que sólo hablará ante su excelencia. Y creo que os interesaría escucharle -dicho esto, Gorza se detuvo unos instantes, tiró los informes con gesto molesto encima de la mesa que tenía a su lado y alzó al fin la mirada.
– ¿Quién rábanos es?
– Olaf -dijo lentamente. Gorza ladeó la cabeza frunciendo el ceño.
– ¿Te refieres a ese Olaf?
– Sí señor.
El Rey se quedó pensando unos instantes.
– De acuerdo, desarmadle y traedle aquí.
Al rato, Olaf entró en la sala del trono de Gorza, Rey de Debrán, cojeando y visiblemente cansado. Lucía sucio y con una fea marca en el cuello, aunque hizo lo posible por mantener el porte. Le siguió Marla, que se quedó a unos dos metros tras el general, los brazos extendidos con una mano sobre otra, en actitud de espera.
Estaba impresionada con el panorama, todo era plateado, con multitud de formas y texturas. El Rey estaba sentado frente a un gran arco decorado con distintos motivos, destacando una gran mano abierta en el centro. Si tuviera que juzgar todo el palacio por el salón del trono, sin duda lo llamaría El Palacio Cromado. Se fijó entonces en que tanto Olaf como ella se reflejaban en la plateada mano del arco, como si así marcara la distancia correcta respecto al Rey.
El aspecto de Gorza, a quien Marla otorgaba a ojo unos cincuenta años era inquietante; tenía un largo cabello a medias entre el rubio y el cano, pero era escaso y le caían puntas hasta la nariz, lo que daba a su mirada un aire amenazador. A su lado sin embargo se erguía alguien aún más siniestro. Un hombre quizá algo más joven que él, vestido con una túnica oscura y totalmente calvo que miraba a Olaf con los ojos entrecerrados. Parecía turbado por su presencia.
Gorza se volvió hacia él.
– Delvin, ordena que traigan agua y comida para nuestros inesperados huéspedes. Preparadles un dormitorio, ah, y llama también al médico -se volvió hacia Olaf-, por favor siéntate -dijo indicándole un sillón que se encargaron de traer dos peones. El general se derrumbó en él.
– ¿Quién es ella? -inquirió Gorza mirándola.
– Marla Enea, mi concubina -respondió Olaf a duras penas.
Ella le miró de reojo alzando una ceja, pero no dijo nada.
– Ya veo… ¿qué te ha pasado?
Soltó unas palabras inteligibles en un suspiro, e hizo un gesto de beber. Cuando el agua llegó bebió como no lo hacía en mucho tiempo.
– No me andaré con rodeos -dijo al fin jadeando después de beber-… la situación es muy grave.
– Tiene que serla si has tenido hígados de presentarte aquí.
– Te pediré… os pediré un favor mientras tengamos esta conversación. Dejemos a un lado las frivolidades, rivalidades
y el protocolo. Acudo al buen entendimiento que siempre hemos tenido entre nosotros.
Gorza frunció el ceño. Eso era mucho pedir, incluso por la parte del propio Olaf. Debía ser en efecto, algo grave.
– Es justo.
– Bien, primero quiero que sepáis, que en lo que a mí respecta, vos no asesinasteis al rey Erik.
– Celebro saberlo, en verdad. Conservas tu buen juicio.
Aquí hay algo que se me escapa, pensó Marla. La relación entre Olaf y Gorza era más profunda de lo que parecía a simple vista. Daban la impresión de haberse encontrado antes en una situación de similar gravedad.
– Por desgracia, el joven Rey no piensa así, y dadas las circunstancias del ataque es difícil probar que estáis libre de culpa -siguió Olaf jadeando.
– Te agradecería que fueras al grano.
– Gardar va a empezar una guerra contra Debrán.
Gorza primero se sorprendió, luego apretó las mandíbulas y tardó unos instantes en terminar de reaccionar.
– ¿Y te ha enviado para decírmelo?
Olaf sacudió la cabeza.
– No me entendéis. Vengo así porque Gardar ha ordenado matarme, no vengo en su nombre.
– ¿Cómo? -exclamó Gorza con visible cara de asombro.
– Perdió la cordura como perdió a sus padres y se ha hecho con el poder simultáneamente. Quiere venganza a toda costa contra vos y vuestro país. Intenté retirarle del poder para detener la situación, pero lo descubrió e intentó matarme.
Hizo una pausa para tragar saliva y respirar hondo, mientras su interlocutor aguardaba con la boca abierta.
– Pero eso no es todo. Al que intentó matarme le pude sonsacar que Gardar planea ir más allá. Creo que aspira a conseguir toda Armantia, o a unirla bajo su mando.
«He llegado hasta aquí como buenamente he podido, así que lo primero que os pido es asilo aquí en Debrán, lo más lejos posible de Turín y de Los Feudos, donde ningún espía turinense pueda llegar. Me comprometo a estar donde me prefiráis sin intento de espionaje de ningún tipo.»
– Eso lo tienes, por descontado -dijo Gorza, visiblemente interesado-. Pero, ¿cómo es posible? Llevas décadas al servicio de Turín y de su antiguo Rey, tu fama como general, estratega y consejero te precede ¿cómo puede Gardar prescindir de El Gran General tan a la ligera? ¿Es eso legal en vuestra tierra?
– Lo es. Por ello, y sin querer abusar de vuestra hospitalidad, quisiera pediros otro favor.
Olaf hizo otra pausa para volver a aplacar su sed. Nuevamente abastecido, volvió su mirada a Gorza, quien tenía todos sus sentidos puestos en el general.
– Os ofrezco mis servicios para repeler el ataque turinense a cambio de que vos me ayudéis a derrocar a Gardar.
– Nada me complacería más -dijo Gorza con una sonrisa de oreja a oreja que cerraba el trato.
Delvin le susurró algo al oído al Rey, mirando de reojo a Olaf. Gorza le hizo gesto de retirarse con desinterés.
Más tarde, tras asearse por turnos en un gran cubo de agua, un peón les llevó a su habitación, un amplio dormitorio con cuatro camas.
– Me gusta -dijo Marla al ver la sala en la que dormiría temporalmente-. No deja de sorprenderme, nos damos un baño en un astillado cubo de madera y sin embargo aquí tenemos camas hechas y derechas. Curiosa época esta.
– ¿Época? -inquirió Olaf.
– Lo siento, se me olvida que este no es mi mundo. Todo esto me recuerda a distintas épocas del sitio del que vengo, que empezaban en el medievo. Castillos, caballeros, reyes y reinas y todo eso… aunque tampoco es igual, es una mezcla extraña… -le miró con cara burlona- a lo mejor aquí tenéis dragones, gigantes y magos.
– Los tenemos -dijo Olaf muy serio. Marla se quedó perpleja, conteniendo la respiración, y él se rió entre dientes-, en los libros.
– Idiota -dijo ella suspirando.
– ¿Y eso qué significa?
– Da lo mismo… en cualquier caso tengo curiosidad por saber más sobre vuestra historia. ¿Cogerás esa cama?
– Sí -Olaf fue colgando su armazón en la pared-. Pues escoges un momento de nuestra historia que es de libro.
Cincuenta años sin que pase nada, y ahora un adolescente quiere ser el amo de Armantia. ¿Recuerdas algo así en el sitio de donde vienes?
– Lo que no recuerdo son cincuenta años en los que no pasase nada.
– Lo digo en serio. Se avecina algo muy feo y quizá sepas cosas que nos sean de ayuda.
A Marla se le ensombreció la cara, y tras unos instantes de silencio se sentó en su cama. Empezaba a molestarla que le recordasen cómo y de dónde había venido.
– No es tan fácil… se supone que no debería estar aquí ¿Entiendes? Estoy alterando el curso natural de vuestra historia y no quiero cambiarlo más. Sólo de imaginar la cantidad de posibilidades, de cosas que podrían pasar y que no pasarán por el simple hecho de estar aquí… la cadena de acontecimientos… es demasiada responsabilidad.
Olaf sacudió la cabeza y se sentó a su lado.
– Nuestra historia acaba de cambiar y tú no has tenido nada que ver. Te recuerdo que este no es tu mundo. No vienes de nuestro futuro. No conoces a nadie de nuestro futuro. No hay compromiso, Marla. El futuro lo decidimos ahora. Y ahora nos eres de mucha ayuda.
Ella asintió lentamente.
– Tienes razón. Lo pensaré.
¡Sabes algo maldita sea!, gritó ella para sus adentros.
Dos golpes secos en la puerta terminaron de cortar la conversación. Esta se abrió en un largo chirriar.
Delvin.
– Su excelencia me envía para comunicaros que mañana partiremos para Hervine. Va a producirse una reunión urgente con el resto de gobernantes de Armantia. Vos representaréis a Turín -dijo mirando a Olaf -, buenas noches.
Cerró de nuevo escandalosamente.
– Ese hombre me da escalofríos -dijo Marla aún mirando a la puerta.
– Si le conocieras tendrías algo más que escalofríos. Es como un subgobernador de Debrán. Ayuda a Gorza a mantener su soberanía en el país a través de un férreo control religioso. He oído cuentos para no dormir sobre lo que hace para mantener ese control. No sé cómo Gorza ha dejado que dependa de él, un día le va a dar un disgusto, o algo peor. En fin, es asunto suyo.
– Eso sí que me recuerda al medievo. ¿Podré ir yo a esa reunión?
– Bueno, no soy el gobernante de Turín, pero debería poder ir acompañado por mi… -rió- concubina.
– ¿Concubina eh?
– Es la posición que más libertad y seguridad te otorga.
Un pensamiento fugaz fue creciendo en la mente de Marla.
– ¿Cuánto tardaremos en llegar a Herva… Her… ?
– Hervine. Pues a lo sumo unos cuatro días, ¿por qué?
– Porque desde que salimos de Turín hasta que lleguemos a Hervine a caballo, habremos recorrido Armantia de punta a punta en prácticamente una semana, lo que significaría que esto apenas es una isla grande y que no puede ser la única porción de tierra que asome sobre el agua en este mundo.
– Bueno, ciertamente es el único que conocemos.
– ¿No habéis fletado barcos?
– ¿Barcos? Supongo que quieres decir barcas. Sí claro, pescamos gracias a ellas.
– ¿Sólo pescáis, no habéis salido a explorar?
– Explorar… hubieron dos expediciones creo… no volvió ninguna… por otro lado, las barcas que se han visto alejadas por temporales y que han podido volver no han encontrado más que peñascos. Así que a nadie le importa.
– No me extraña que sólo conozcáis Armantia.
Así que estamos aislados… ¿Qué habrá más allá? O mejor dicho, ¿Quienes?
Olaf se fue cansado a su cama, y tras sentarse se quedó mirándola, cayendo en la cuenta de algo.
– ¿Has leído ya el pergamino?
– Vaya, entre tanto jaleo lo había olvidado.
Tras desenrollarlo, Marla sonrió al comprender por qué nadie pudo descifrarlo. Estaba encriptado de acuerdo con las normas sobre documentación de Alix B.
Empezó a leer para sí.
«No tengo el espacio y tiempo que me gustaría (cruel ironía), pero creo que debería empezar dando unas cuantas explicaciones. Primero, te estarás preguntando por qué “traicioné” al proyecto. En realidad te lo habrán dicho ya, quería cambiar la historia. Lo que no te dijeron es cual, ni por qué. Te lo diré yo: Alix B estaba totalmente corrompida y prostituida, Marla. Alix Corp, la compañía matriz, no creó nuestras instalaciones ni pagó nuestro proyecto para nada. Nuestro futuro (el de nuestro mundo) estaba en venta. Cuando la compañía pasaba por un mal momento, Ricardo Garriot pagó una importantísima suma a Alix para ganar las elecciones. Se permitió el lujo de detallar cómo quería ganar, y cómo quería que quedara Egidio Roberts. Y así fue. La tecnología dimensional puede ser peligrosísima a efectos históricos, y se estaba yendo de nuestras manos.
El mal multiversal es un cuento chino. Por supuesto que existen riesgos psicológicos en los viajes, pero nada tan grave y menos para gente preparada como vosotros. Lo que ocurría es que estaban haciendo limpieza entre los veteranos que aún tenían contacto con el mundo exterior. Temían que les vierais el plumero y difundierais la noticia por ahí, estropeando el negocio. Eso fue lo que le ocurrió a Marco Shuttleworth. No es más que una droga que te fríe el cerebro y que incluyen en el compuesto vitamínico que dan cuando vuelves de un viaje. Nadie se alarmaría ni os echaría en falta, porque vivís apartados de la sociedad y vuestro propio contacto es reducido.
Como comprenderás no me encontraba a gusto trabajando en esas circunstancias. Había creado un monstruo. Así que, en cuanto terminé de desarrollar la unidad (el dispositivo de viaje portable que convenientemente no documenté), huí con varias de nuestras pequeñas sondas exploradoras, a varios universos de la red. En todos ellos, avisé a mis otros yo de lo ocurrido y se ofrecieron a ayudarme. Así que volvimos a nuestro universo y destruimos todo el proyecto. Siento las maneras por cierto, los disparos que viste en la sala de tránsito sólo eran dardos neuroparalizantes. El que accionó la palanca fui yo, naturalmente.
En cualquier caso, hubo algunas cosas que no supe prever a tiempo. Los otros Boris supieron de golpe lo de los viajes, sin adquirir la disciplina correspondiente a mis años desarrollando la tecnología, y tras dejarles en sus universos correspondientes (usando la unidad), algunos cayeron en la ambición de creer que podrían repetir el proyecto con éxito ahora que habían visto los errores. Tras emprender las investigaciones de nuevo, intenté disuadirles en vano, uno incluso intentó matarme para arrebatarme la unidad (que destruí también posteriormente).
Estábamos condenados a nuestra autodestrucción, Marla. Lo estuvimos desde que se creó Alix B. La situación escapó por completo de mi control, y lamentablemente ya no podía influir en ella. Allí donde aparecía un Boris el destino era el mismo, la autodestrucción vía multiverso y lo que es peor, donde no existía también aparecía una de mis versiones. Este es un lugar lo suficientemente alejado en el caos, y lo suficientemente similar a su vez, para intentarlo de nuevo.
Al contrario que nuestra compleja maquinaria de la sala de tránsito, la unidad permite el viaje multiversal en una sola dirección temporal. Esa es la razón por la que no te estoy contando esto en persona. Fui con prisa a la interfaz multiversal y te envié desde la sala de tránsito más allá en el tiempo de lo que debía. Yo, por el contrario, sólo tenía acceso a este universo mucho antes en el tiempo a través de la unidad. Y ya ves, aquí estoy, consumiéndome y escribiendo algo no muy distinto a un testamento que leerás (espero, a la tercera va la vencida) cuando llegues a este mundo dentro de cuarenta años.
Y las dos preguntas que te estarás formulando. Por qué Armantia y por qué tú.
Intentando arreglar (o por lo menos compensar) el mal que hice (la extinción de nuestra especie en la cadena de universos paralelos al nuestro), acudí a este mundo. Es muy enigmático, un pseudomedievo concentrado y empezando a descubrir el paradigma científico. Mezcla elementos de distintas épocas de nuestro mundo con otras nuevas, la lengua, partes de la cultura, ideas… Pero más importante: es el caldo de cultivo ideal para volver a intentarlo. Sobre su origen he hecho algunas averiguaciones, pero eres lista, lo descubrirás tú misma. Lo cierto es que tuve que huir aquí con la unidad para intervenir personalmente, y asegurar el lugar. He detenido guerras, reunido pueblos enfrentados (así nació Turín) y llegado a alcanzar una paz permanente que ya lleva diez años y que debería durar aún cuando llegues. Otra particularidad de este mundo es que muchas de las enfermedades y agentes patógenos (que haya visto) del nuestro no existen. Tu historial médico y los controles de los viajes propiciaron que no te los trajeras.
Y tú, Marla Enea… ibas a ser la próxima en “padecer” el mal multiversal. Si no estuvieras leyendo estas líneas, estarías loca o hecha un vegetal. Tú verás qué quieres hacer con tu vida, mi idea era que me sucedieras. Esto es importante. Hice de mi figura una leyenda, convirtiéndome en alguien a quien todo el mundo escucha. He introducido el mito de otro volvería como lo hice yo y gracias a eso contigo harán lo mismo, no dudes en aprovecharlo.
Si aceptas la idea, intenta influir en la prolongación de la paz como hice yo y evitar el improbabilísimo caso de que alguien de Alix se cuele, pues tú le reconocerías.
Supongo que es tarde, pero siento no haberte dado a elegir. Comprende que yo tampoco pude.
Adiós y suerte.
Boris Ourumov
PD: Que no se te pase por la cabeza perdonarme.»
Aguantando las lágrimas, dejó caer el pergamino. Le ardió el estómago, todo daba vueltas y estuvo a punto de vomitar. Oyendo las arcadas, Olaf se incorporó de un salto.
– ¿Estás bien?
– Sí… sólo ha sido un mareo… sólo…
– Espera, ven…
Olaf la llevó del brazo hacia la ventana, para que le diera el aire.
– Respira hondo…
– Sé cuidarme -respondió Marla algo irritada, intentando desasirse de su brazo. Por un momento deseó no tener nada que ver con aquel lugar.
– De acuerdo, de acuerdo -respondió soltándola y alzando las manos.
El general volvió a su cama, sin quitarle ojo. Dejó que transcurriera un largo silencio para que se calmara, y así volver a preguntarle.
– Hablas mucho del pasado de tu mundo, y poco de tu presente. Tu depresión parece esfumarse a ratos. ¿Tan poco dejaste atrás? ¿Qué hacías aparte de esos viajes tan singulares?
– Bueno… no me quedan, o quedaban… grandes vínculos familiares. A decir verdad era uno de los requisitos de mi profesión. El trabajo me ocupaba casi todo el tiempo, así que no hay mucho que contar, aunque… -frunció el ceño- dime, ahora que creo que somos amigos… Me tratas con un respeto que agradezco profundamente, pero que me sorprende… ¿Por qué? ¿Cómo es que me diste cobijo tan rápido? ¿Qué esperas de mí?
Olaf, que ya estaba acostado y mirando al techo, agitó la mano quitándole importancia.
– A lo mejor esperabas que saliera corriendo, o que te llamara bruja y te pegara fuego, o algo así. Tal vez en Debrán… -volvió a reír entre dientes-. Hasta que leí lo de Boris admito que sólo fue curiosidad, y después, hasta ahora… en fin… no sé si seguirías haciendo lo que hizo Boris por nosotros… -la miró- en realidad eso deberías decírmelo tú.
A Marla se le ensombreció la cara.
Justo en la diana.
– Eso es precisamente lo que Boris quería de mí, lo que me dijo en el pergamino, pero Olaf… esa es una responsabilidad que no puedo cargar. No soy ninguna salvadora o guía, ni gran diplomática… yo no elegí estar aquí. Y me duele ver que estés esperando algo de mí mientras suceden cosas terribles, como si yo pudiera hacer algo. Eso ya empeora el hecho de tener que vivir aquí para siempre.
Se le aceleró el corazón, pues no pensaba decirlo. Le salió del alma. Por un momento llegó a temer que Olaf se viera desengañado y se deshiciera de ella, pero ese era un miedo antiguo que ahora desechaba. Había llegado a la conclusión de que él no era así.
De hecho sonreía, con pesar.
– Entonces no estas ni mejor ni peor que ninguno de los que vivimos aquí.
Quedó en silencio, pensativo.
Ya está todo dicho, pero le es indiferente ¿Y cual es mi posición ahora?… ¿Acompañante? No, no se lo puedo preguntar. Le seguiré la corriente.
– Por cierto -añadió Olaf-, ya que pareces saber de Boris más que yo y conociendo las maldiciones que echabas de él cuando llegaste aprovecho para preguntarte… ¿Cómo era él? ¿Bueno, malvado? La historia le recoge como un ser místico…
Marla estaba con una mano en la cornisa de la ventana, mirando hacia el cielo, su rostro iluminado por el gran astro nocturno de aquel mundo.
– Ya no lo sé.
Esa noche tardó en dormirse por culpa de una frase enigmática del pergamino de Boris a la que daba vueltas constantemente. “A la tercera va la vencida”.
Al día siguiente, antes de partir, Olaf tuvo un encuentro inesperado. Girome, el hijo de Gorza, le hizo una visita. Tenía unos veinticinco años, y un aspecto mucho menos inquietante que el de su padre. A Olaf se le veía realmente feliz de verle. Tras las presentaciones con Marla, ambos se contemplaron.
– ¡Todavía creces! -le dijo Olaf sonriendo- Ya eres más alto que tu padre.
– Quien por cierto no sabe que estoy aquí.
– Te puedes meter en problemas entonces. Estoy alojado en tu castillo en circunstancias un tanto especiales.
– Sí, ya me he enterado de los detalles. Siento lo de Erik, pero siento aun más el modo en el que has tenido que abandonar tu tierra. ¿Por qué Olaf? ¿Por qué alguien como tú es tratado de esa forma? ¿Dónde quedó lo de El Gran General? No me refiero sólo a esto, cuando estuve en Turín te miraban mal por estar conmigo…
– Ya, ya… te entiendo -titubeó incómodo, tal vez buscando evitar ese hilo de conversación en presencia de Marla-. Nunca esperé mucho apoyo, así que no me quejo. En Turín piensan que ¿para qué tal ejército y un general con buen mote si no hacen nada? Pero si hiciera las cosas sólo en función de los aplausos, ahora no estaríamos hablando, sino luchando a muerte.
– Y yo ganaría, para tu desgracia.
Olaf rió de buena gana.
– Desde luego. Podrías decirle a Delvin ¿Para qué te necesito si yo mismo he vencido a El Gran General?
Ambos rieron. Girome hizo entonces gesto de acordarse de algo.
– Aquí en Debrán… está creciendo un miedo supersticioso a cuenta de todo esto.
– ¿Y qué es lo que temen?
– Bueno, ya conoces aquella leyenda. No negarás que las circunstancias son muy parecidas… el Rey que muere defendiendo su castillo… la Reina que se tira desde una torre… el heredero que pierde la cordura… temen que vuelva la bestia.
Olaf soltó una carcajada.
– Ahh, Girome… La Flor Dorada es un mito. No me digas que lo crees tú también, a tus años.
– Sólo digo que las coincidencias…
– No va a venir ninguna bestia -cortó Olaf-, ni ningún caballero misterioso va a decapitar a tu estirpe para llevarle la cabeza de tu padre a Gardar. Pero, ¿sabes qué?, si ese es el temor que tiene tu gente, se me antoja escaso. Lo que va a venir aquí, Girome, es el ejército más numeroso y mejor entrenado de Armantia, con mucha diferencia.
El heredero quedó en silencio.
– Cambiando de tercio… ¿Cómo sigue tu relación con Delvin, igual? -le preguntó Olaf.
– No me lo recuerdes. Lo primero que haré cuando me coronen será echarle de una patada. A lo mejor lo ves, si miras el cielo ese día.
Pero Olaf ya no sonreía.
– Ten mucho cuidado con él. No te ofendas, pero creo que tu padre ha sido muy insensato dejándole llegar hasta donde está. Tiene poder para rebelarse y no ha llegado a su posición con honores, precisamente.
– Lo sé… lo sé muy bien. En el fondo creo que mi padre está arrepentido, aunque ya le debe parecer tarde para un cambio brusco de gobierno. Pero has dado con uno de mis temores, Olaf. Delvin sabe que le echaré en cuanto llegue al poder, y… no creo que dejar el poder esté entre sus planes. Temo tener un accidente.
– ¿Lo has hablado con tu padre?
– No. Ya tiene bastantes problemas y al fin y al cabo no puede hacer nada.
Alguien gritó abajo ¡Es hora de partir!
– ¡Ya bajo! -gritó Olaf en respuesta- Debo irme. Pero escucha, si vieras tu vida amenazada…
Le puso una mano en el hombro y le susurró algo al oído.
– Sabrás dónde encontrarme -concluyó-, ¿lo recordarás?
– Como el respirar. Adiós, Gran General.