Capítulo 34

El hombre moreno y alto

con voz de viento salino

le dice mientras su talle

aprieta como un jacinto:

—Llevo tu nombre en el brazo

tatuado desde niño

y en el corazón un ancla

de juramento perdido.

RAFAEL DE LEÓN

Sábado, en la cocina de casa de Silvia

—¿Qué día es hoy? —pregunta David a Silvia.

—Sábado —contesta su hermana, mientras toma tranquila su té con leche.

—¿Ya estamos a sábado? ¡Qué rápido pasa el tiempo! —El chico se pone la mano en la cabeza. Silvia lo observa desde su silla. David se acaba de levantar y lleva los pelos que parece un puercoespín. ¿Tan despistado anda su hermano?

—¿Qué día creías que era? —pregunta dando un sorbo de su taza.

—No lo sé… —responde éste a la vez que se prepara un vaso de leche con cacao—. Pero a veces tengo la sensación que el tiempo pasa superrápido. No me doy cuenta y ¡zasss!, lunes, y ¡zasss!, sábado.

Silvia piensa. Su hermano tiene toda la razón. Los horarios del instituto rigen su vida de tal forma que uno no se da cuenta de que el tiempo se pasa volando. El sábado y el domingo parecen eternos comparados con los días de diario.

—¿De qué están hechos los sábados? —Silvia sorprende a su hermano con una pregunta muy poco usual.

—No sé, de… ¿fiesta? —David sonríe. Cree que ha dado en el clavo.

—Puede ser… Yo diría que de libertad. —Silvia toma otro sorbo de té. Su hermano se queda callado y comparten unos minutos de silencio. De alguna manera ambos llevan razón pero lo que ha dicho Silvia ha calado hondo en ellos.

—Libertad… Libertad para hacer lo que quieras, como quieras y cuando quieras. Libertad para levantarte tarde, quedar con las amigas, poder estudiar en cualquier momento…, ¡no tener que ir al instituto!

—Silvia… ¿Estás bien? —pregunta David curioso.

—Sí, sí… Sólo pensaba en voz alta y me has hecho reflexionar… Nada más.

La chica se levanta de la mesa tranquila. Pasa junto a su hermano, que está sentado tomándose su leche con cacao, y le acaricia suavemente la espalda por detrás. Con paso lento pero constante se dirige a su habitación. Se siente en calma, y algo más pensativa de lo habitual.

Ya en su dormitorio, sentada en la silla del escritorio, abre el ordenador y se da cuenta de que esta semana apenas ha visto a las Princess. En el instituto sí, pero no han quedado para ir al parque, ni para pasear… sólo se han visto en clase. Eso le hace pensar en un pequeño detalle: siempre que han quedado de un tiempo a esta parte ha sido porque ha pasado algo. Algo negativo. El accidente de Sergio, lo suyo con lo de Nacho, la ansiedad de Estela, el bajón de Ana con David… y aunque después se haya arreglado todo, queda como un poso raro. Sabe que si hubiera pasado algo, las Princess se habrían llamado y habrían quedado, pero parece que si no hay temas que resolver, no se echan tanto en falta.

Antes las Princess quedaban, quizá no todos los días, pero sí con mucha frecuencia, y por el simple hecho de quedar, de estar juntas. Ir al cine, tomar algo, lo que fuera. Ahora Estela anda todo el día con Marcos, Ana con David, y Bea con Sergio… Los chicos de sus sueños. ¿Y ella? Ella se siente sola y echa mucho de menos a sus amigas.

Silvia abre el Messenger: ni rastro de las Princess. Es que ni siquiera hay mensajes de: Eh… ¿Cómo estás? ¿Hacemos algo este sábado? Apaga el ordenador y se tira en la cama. Abraza su cojín en forma de corazón de rojo terciopelo y mira el techo como si fuese el horizonte. La chica está mortalmente aburrida. «Libertad… Libertad para aburrirse», susurra.

De pronto vibra el móvil. Lo coge. ¿Sergio? ¿Qué querrá?

Hola! Cómo estás? Oye, lo de la fiesta de Bea sigue en pie? Es mañana!

Con tanto ajetreo, la chica ni se acordaba. ¡La fiesta de Bea es mañana! ¡AAAHHHH! Ninguna de las Princess ha dicho nada en toda la semana. Tampoco Bea, aunque es normal que ni siquiera mencione lo de su cumple, porque no le gusta cumplir años y tampoco le gusta organizar su propia fiesta; pero este año será distinto…

Silvia consulta la hora en el móvil y decide tomarse su tiempo para contestar. Veinte minutos le parecen bien. No quiere que Sergio piense que ella está a su servicio o, dicho de otra manera mucho más sincera, no quiere que Sergio piense…¡que anda pendiente de él!

La verdad es que no estaría mal que se reuniera con Ana y Estela. Podrían preparar la fiesta entre todos, y así Silvia compartiría algo de responsabilidad. Puede que David quiera ayudar también, o algún otro amigo de Bea… ¡Falta tan poco!

A Silvia le cambia el ánimo. Preparar la fiesta la llena de buena energía y también es una buena excusa para quedar con las chicas, para pasarlo bien y cambiar la costumbre actual de quedar sólo para cortar fuegos. Sin pensarlo, llama a Sergio.

—¿Sí?

—Eh, Sergio. —Silvia está tumbada en la cama y pretende sonar de lo más casual. En realidad, se da cuenta de cuánto le apetecía oír la voz del chico.

—Hola, Silvia. ¿Has recibido mi mensaje?

—Sí. Oye, ¿cómo estás?

—Bien… Un poco pachuchillo. La pierna ya no me duele tanto y esta semana he salido a la calle. Me tendrías que ver. Parezco un viejo de ochenta años… En fin…

—Poco a poco.

—Sí, eso dice todo el mundo. Claro que, mientras pueda pintar, todo está bien.

—Pues te llamaba porque… —Silvia se queda en blanco. «Y yo ¿por qué lo habré llamado? Seré tonta…».

—¿Porque tenías ganas de hablar conmigo?

«¡Maldita sea!», piensa ella levantándose de la cama. ¡Sergio es más listo de lo que pensaba!

—Bueno… —Intenta ganar tiempo. ¿Qué pasaría si le confesara que sí?—. La verdad es que… ¡Sí, eso, tenemos que organizar la fiesta de Bea! He pensado que…, que… —«¡Venga, Silvia, piensa!»—… Si quieres, podríamos quedar para prepararla.

—Ya. Por eso te he enviado el mensaje —responde Sergio con una sonrisa burlona que Silvia no puede ver pero sí percibir por el tono de voz utilizado por el muchacho.

La chica no sabe qué responder y la línea queda en silencio durante unos segundos. De repente se le ocurre una propuesta muy buena que la salvará de meterse en la boca del lobo:

—Sí, lo sé, iba a proponerte que quedáramos esta misma tarde. Llamaré a las chicas y, a lo mejor, a algún otro amigo de Bea, y nos reuniremos en mi casa. Mis padres no están.

—Ah, bien… Me parece bien… ¡No pensaba que serías tan rápida!

Silvia se sonroja.

—¿Puedes?

—A ver, un momento que miro la agenda —bromea Sergio—. Hoy tengo que correr una maratón y creo que acabaré sobre las cinco. Me ducho y voy para allá.

A Silvia se le escapa una pequeña carcajada.

—Entonces ¿a las seis en mi casa?

—Perfecto.

Cuando Sergio se despide de ella, Silvia da un salto de alegría. «¡Manos a la fiesta!». En menos de cinco minutos llama a Estela y a Ana. ¡Ambas pueden! Además, les entusiasma la idea. Ana le ha dicho que llamará a Miguel, un amigo de Bea que, por lo visto, estará superdispuesto a participar. Silvia ha dado un aviso: LA FIESTA SE VA A CELEBRAR MAÑANA. LLAAAAAMAAAAAD A TOOOOODOOOO EL MUUUUUUNDOOOO!!!!!

Las 18.00 h en casa de Silvia

Llaman al timbre. Llegan Ana y Miguel. Aunque no sean amigos, Silvia lo conoce del insti. En clase parece un chico majo. No es muy guapo (por no decir que es feísimo, tiene la cara llena de acné). En clase, algunos idiotas lo llaman Ferrero Rocher, como los bombones, por los granos y porque es obeso.

No podemos decir que sea el marginado del curso, porque esos comentarios se la traen al pairo. Es un chico feliz, o por lo menos siempre sonríe y tiene un «buenos días» para todo el mundo. A Silvia le encanta que quiera participar.

Cinco minutos después llega Estela con Marcos. Silvia, que los nota algo diferentes, los hace pasar a la cocina. ¿Habrá pasado algo entre ellos? Marcos es su vecino y podría haber llegado solo cuando quisiera. En todo caso, se les nota contentos.

David se apunta también a la reunión. Se sienta al lado de Ana y le da la mano por debajo de la mesa. Todos esperan a Sergio. Sin él no tendría mucho sentido que empezaran a organizarlo todo, así que aprovechan ese tiempo muerto para hablar y ponerse al día. Silvia sirve unos refrescos y patatas fritas para picar. Miguel no se corta y empieza a comer. Silvia lo mira y piensa que realmente parece un chico particular. ¿Por qué será tan amigo de Bea?

Por fin suena el timbre. Es Sergio. Aunque fuera el más interesado en la reunión, ha llegado el último, pero es más que comprensible: va muy lento con las muletas. Silvia sale a esperarlo en el rellano. Mira la puerta del ascensor impaciente y nerviosa. Ve el botón de encendido. A la chica le late fuerte el corazón. Lleva días sin ver a Sergio, desde que fue a visitarlo al hospital. Sigue las pesadas cuerdas del ascensor subir hasta que, al fin, aparece la cabina y el aparato se detiene. Silvia abre la puerta para ayudar a salir a un torpe Sergio con muletas.

Ambos se miran. El chico sonríe, y a ella le brillan los ojos.

Se saludan con un fuerte abrazo. A Silvia le encanta que haya venido. Él se comporta como si hubiera entrado en esa casa un millón de veces. Carga con una mochila que Silvia le coge en seguida. Al hacerlo, roza la mano del muchacho. Se miran, y sus ojos centellean. Puede parecer una tontería, pero esos pequeños detalles hacen que la vida sea mágica.

Todos reciben a Sergio con alegría y abrazos. Hace algún tiempo que no lo ven, y el chico se ve obligado a hacer un pequeño monólogo para contarles cómo se encuentra, cómo tiene la pierna, la vuelta a casa de su madre, el hospital, el trabajo, el estado de la moto… Por un momento parece un presentador de las noticias. Pero lo más importante es que está contento y tiene muchas ideas para la fiesta de mañana. Le despierta su parte más creativa y original. Los colores vivos de los globos y las serpentinas, la gente, las sorpresas, el pastel, los regalos y la celebración de un cumpleaños son una combinación excelente para que el chico active su gran imaginación.

Minutos después

Las chicas se organizan rápido. Los chicos deciden, a modo de lluvia de ideas, qué pica-pica y bebidas necesitan. Ana llama al Piccolino, con cuyo dueño Sergio ya había hablado, para confirmar que a la tarde siguiente pueden celebrar la fiesta allí y, sobre todo, para conseguir que la comida puedan llevarla ellos para que les resulte más barato que encargar el catering en el bar. Y es que Ana tiene la habilidad de conseguir cosas increíbles. Esta vez, también se ha salido con la suya: los chicos llevarán el pica-pica y el Piccolino pone las bebidas, que cada uno pagará según consuma. Es un buen trueque. Ellos llenarán el bar y seguro que el Piccolino hace más caja que un domingo normal.

—¡Chócala, Ana! —exclama Silvia con la mano en alto, para que su amiga choque los cinco.

—¡A las seis de la tarde en el Piccolino! Me han dicho que podremos apagar las luces para darle una buena sorpresa a Bea y que nos reservan la sala del fondo. ¡Bea alucinará! —comenta Ana, emocionada.

—Chicas, ¡tengo una idea! —Sergio salta emocionado y, a la pata coja, se acerca a su mochila que está en el suelo, la recoge y la pone encima de la mesa. Todos lo observan expectantes. Abre la mochila al tiempo que dice—: He pensado que estaría bien… ¡que nos pusiéramos máscaras! He hecho unas plantillas de cartón. He traído tijeras y papel reciclado de colores. Hay tres tipos de plantillas. —El chico se dispone a presentarlas una por una—. La primera es un sol, la segunda, una luna, y la tercera, una estrella. ¿Qué os parece?

—¡Me encaaaaantaaaa! —grita Silvia abrazándolo y deshaciendo el abrazo a toda prisa, sonrojada.

Sergio le aprieta la mano y le sonríe, mirándola a los ojos. Es sólo un segundo pero Silvia siente que significa algo.

—¡Pues todos a trabajar! —dice Estela.

Se organizan en apenas unos minutos: mientras Marcos sale a comprar serpentinas y globos, los demás se dividen las tareas. Entre Miguel y David recortan las máscaras y les colocan las gomas. Las chicas preparan un gran pastel de galletas y chocolate. La idea es hacerlo en forma de corazón. Y Sergio ayuda aquí y allá. Está supercontento y excitado. Hacía mucho tiempo que no estaba con tanta gente a la vez y pasándolo tan bien. Ha pagado un precio muy caro por su convalecencia: la soledad. Aunque Bea lo haya visitado, la mayoría de las veces han acabado discutiendo por cualquier tontería; así que se ha sentido muy alienado la mayor parte del tiempo. Por eso ahora se siente realmente bien, y piensa que la fiesta es la mejor (y quizá la última) oportunidad para intentar que, por fin, su relación con Bea despegue o… haga que él se dé cuenta de que, en realidad, deberían dejarlo.

Cuando el pastel está en el horno, Ana y Silvia aprovechan para hacer algunas llamadas a compañeros de clase para que hagan cadena y corran la voz. También escriben un correo invitando a todos a la fiesta.

Asunto: Fiesta cumpleaños de Bea… ¡Mañana!

Hola a tod@s!

Mañana celebramos el cumple de BEAAAAAAAA!!!!!!!

Lugar: Bar Piccolino

¡ES UNA FIESTA SORPRESA!

Hora: sobre las cinco y media allí. Bea vendrá sobre las seis.

Traed algo para picar. Nosotras nos encargamos del pastel.

Reenviad este email a todo el mundo que creáis necesario. La vamos a liar! Y ni una palabra a Bea!!

Hasta mañana!

Ana, Silvia y Estela.

P. D.: no hace falta traer regalo. Vamos a hacer un bote común de 5 euros por persona. Nosotras ya hemos pensado en uno y se lo regalamos entre tod@s!

IMPORTANTE: NO COLGUÉIS EL EVENTO EN FACEBOOK, QUE SE VA A ENTERAR!!!!

En unos segundos empiezan a llegar las primeras confirmaciones de asistencia, que muestran los ánimos y las ganas de fiesta que tienen todos.

Al rato vuelve Marcos de hacer la compra. Llega algo tenso y un poco serio. Deja las bolsas en el suelo.

—Son nueve con sesenta y cinco. Hay globos, serpentinas y confeti para una fiesta mayor…

—Hora de la recolecta —dice Ana para todo el mundo.

Todos hurgan en sus bolsillos para dar su parte a Marcos. Estela no lleva dinero encima y se acerca al chico para disculparse. Es entonces cuando nota que a éste le pasa algo. Él la mira inquieto y, antes de que ella hable, dice:

—Estela, ¿puedes venir conmigo un momento? —La chica accede. Marcos sale al pasillo. Se pone enfrente de ella y la coge de las manos—. Tengo que decirte algo importante… —dice mirándola fijamente. La chica se sonroja. «¿Va a declarárseme ahora?»—. Cuando estaba comprando los globos y todo eso he recibido una llamada… ¡Y si te digo de quién, te vas a morir!

—¡Cuenta! —exclama Estela, nerviosísima.

—¡Nos han seleccionado para participar en el concurso! —Estela pone los ojos como platos, boquiabierta. Está tan emocionada que es incapaz incluso de chillar. En vez de eso, empieza a saltar como una loca. Marcos la sujeta con fuerza para que le siga prestando atención—. ¡Escucha! ¡Escucha!, que aún no he terminado. La mujer me ha dicho que en principio no nos habían seleccionado pero que un cantante se ha dado de baja y nosotros éramos los primeros suplentes.

—Ah… —Esa información no ha sentado muy bien a la chica.

—Parece que el chico al que habían elegido no puede concursar por no sé qué de derechos de autor y entonces vamos a tocar nosotros.

—Y… ¿Cuál es el problema?

—Pues que tocamos mañana… y no podremos ir a la fiesta de Bea. Si te soy sincero, este concurso me importa muy poco. Creo que prefiero tocar en la fiesta.

Marcos se pone serio de verdad.

—Pero ¡qué dices! ¡Ésta es nuestra oportunidad! ¿A qué hora tenemos que estar ahí?

—Sobre las cuatro para prepararnos. La señora me ha dicho que nos enviarán un taxi.

—Pues no se hable más… Mañana por la mañana ensayamos y ya está.

—¿Y la fiesta? —pregunta el chico no muy convencido.

—¿La fiesta? Para mí cada día es una fiesta, Marcos. Pero no todos los días se tiene una oportunidad así. ¡Es la tele! ¿Entiendes?

Marcos sonríe: Estela lo ha convencido. Ambos vuelven a la cocina. Todos están haciendo sus labores mientras escuchan con una sonrisa en los labios a Miguel, que está acabando de contar un chiste:

—… y entonces el caracol le dijo a la pelota de baloncesto: «Tú sí que estás bien protegida pero ¿no te duele cuando botas?».

David se parte de risa.

—¡Eh, eh! Un momento de atención, por favor… Marcos y yo tenemos una noticia que daros.

Silvia y Sergio, que estaban poniendo las últimas gomas a las máscaras mientras hablaban de pintura y grafitis, se vuelven hacia ellos.

—Bueno…, ejem…, por dónde empezar…

—¿Estás embarazada? —suelta Miguel a lo bruto y con intención de bromear, sin saber por el calvario que ha pasado Estela durante esa última semana.

—Noooo, Miguel. Creo que el que está embarazado eres tú… —contraataca Estela, y consigue silenciar al chico. Todos se ríen—. A ver… Marcos y yo enviamos una canción para un programa de la tele, ¿vale? Aquél de «¡Tu Sintonía!». Buscan una sintonía para una nueva serie de adolescentes. Quien gane el concurso tocará la canción en directo. Y… ¡nos han seleccionado!

Todos gritan y saltan alborozados. Presa de la emocion, Estela también salta con ellos. Sergio choca los cinco con Marcos. Todos se abrazan como si estuvieran viendo un partido de fútbol y su equipo hubiese marcado en el último minuto.

—Un momento, ¡UN MOMENTOOOO! PARAD —ordena Estela. Todos callan de nuevo—. Hay un problema… —sus amigos le miran. La tensión aumenta—, y es que… bueno…, por cuestiones que ahora no vienen al caso, tenemos que tocar mañana si queremos participar, y eso significa que no podremos ir a la fiesta…

Silvia deja de prestar atención a su amiga y continúa con su trabajo. Lo que ha dicho Estela le ha dolido. Pero no porque no quiera que concursen sino porque se había hecho a la idea de que todas las Princess estarían en la fiesta. Sería una bonita manera de reunirse todas de nuevo y sólo… ¡para celebrar algo!, en vez de hacerlo porque hayan pasado cosas malas, como venía ocurriendo de un tiempo a esta parte.

—Vosotros id y ganad, y después lo celebraremos todos juntos. ¡El cumple de Bea y vuestro éxito! —los anima David.

Pero Estela ya han percibido la reacción de Silvia, a la que no deja de mirar.

—Sí, eso, Estela —intenta animarla Ana—. Id y hacedlo lo mejor que podáis… Vais a estar geniales. —Sin embargo, ella está algo decepcionada: sabe que ese concurso es muy importante para su amiga, y la apoyaría al cien por cien si no fuera porque… no es la primera vez que Estela las deja plantadas cuando sucede algo importante.

Entretanto, Marcos mira a Estela con cara de: «¿Y qué esperabas?». Aunque todos entiendan que es per una causa de fuerza mayor, la noticia ha hecho que se resientan los ánimos. Poco a poco, todos vuelven a sus tareas. Estela aprovecha para acercarse a Silvia.

—Oye, Silvia, yo… —La chica no sabe cómo empezar, ni si debe disculparse.

—No digas nada, Estela. Todo está bien. Tú eres la artista, y debes aprovechar la ocasión. —Silvia no puede evitar que le caiga una lágrima. Sergio, que se encuentra a su lado, le pone la mano en la espalda y se la acaricia lentamente mientras le susurra de manera cariñosa:

—Eh, eh… No pongas esa cara… Todo va a salir bien… y será una gran fiesta, ya verás.

—No es eso, Sergio. Es que tenía ganas que estuviéramos todas juntas. Sólo eso. —Silvia se seca las lágrimas con la mano—. Pero lo entiendo. Claro que lo entiendo —afirma, dirigiéndose a su amiga—. No te preocupes, Estela. Estoy muy orgullosa de ti. —Silvia se acerca a ella y le da un abrazo. Su amiga se emociona.

Sergio, que ha presenciado toda la escena, afirma con la cabeza. «Silvia no sólo es sensible sino que también es muy inteligente y comprensiva», piensa, sin darse cuenta de que, por mucho que se empeñe, siempre que está con ella admira alguna faceta de su carácter y que eso sólo puede significar una cosa: que la chica le gusta mucho.

—¡Eh, chicos, mirad! ¡Dos tías que se están enrollando! —exclama Miguel, chistoso.

Silvia y Estela se vuelven hacia él sin deshacer el abrazo.

—¿Quieres pasar un buen rato con nosotras, cariño? —dice Estela, poniendo una voz supersensual.

—Atrévete… Mmm… Mmm… Mmmiguelito… —murmura Silvia, siguiendo la broma de su amiga. Al ver la cara de pasmarote que se le ha quedado al chico, no puede aguantar la risa. Al final, Miguel se ríe también.

Si lo suyo era una broma para apaciguar los ánimos, lo ha conseguido con creces.