Capítulo 12

¡Ojos tuyos! Ojos negros, que el amor los enfurece.

Pupilas que se dilatan ante la azul inmensidad.

Astros donde la luz se ennegrece

para que haya estrellas en la claridad.

LUIS LLORENS TORRES

En casa de Silvia

Sus padres aún no han llegado a casa. Son casi las doce de la noche y no hay por qué sufrir. Empiezan a confiar en Silvia y su hermano, porque ya son mayores y responsables.

Ella y Ana están en el lavabo. En silencio, mientras Silvia coge el secador, Ana se quita la ropa mojada y se sienta en un taburete frente al espejo. Su amiga se sitúa detrás, y empieza a secarle el pelo como si fuese su peluquera.

—Bueno, veo que no tienes uno de tus mejores días. ¿Vas a contarme qué te pasa?

Silvia está dispuesta a cuidar de su amiga. Ana es algo reservada, y por eso Silvia se da cuenta de que el hecho de ir allí a hablar con David, y tal vez a sincerarse con él y mostrarle lo que siente, ha sido un acto de valentía por parte de ella.

—Me he escapado de casa —responde Ana, seria.

Silvia apaga el secador.

—¿Qué?

—Se creen que estoy en el baño. Me han castigado por lo del iPad… Yo… no podía más y…

—¿Y? —pregunta la otra con insistencia, mirándola a través del espejo.

—Y he pensado en zanjar lo de David. Sé que le pasa algo conmigo. ¡Me mandó un mensaje horrible! Y prefiero que me lo diga a la cara a que pase directamente de mí. ¡Estoy cansada de todo esto! —Ana estalla en llantos y hunde el rostro entre las manos.

Silvia suspira buscando una solución; su amiga está pasando un mal momento y… ¡su hermano está con otra en la habitación!

«Lo primero —piensa— es mantener la calma».

Abraza fuerte a su amiga, y le ofrece una toalla para que se seque las lágrimas.

—Debo de estar fatal si necesito toda una toalla para secarme las lágrimas —dice Ana, medio riendo y medio llorando.

—Tú sécate, que yo vuelvo ahora.

Silvia se levanta y sale del lavabo. Ha decidido agarrar el toro por los cuernos, o mejor dicho, a su hermano por los cuernos.

Cuando se acerca al cuarto del muchacho, oye música y voces. Silvia llama a la puerta.

—David, ¿puedes salir un momento?

—¡Voy! —contesta éste.

Silvia espera.

—Quiero hablar contigo —dice cuando su hermano abre la puerta con mirada interrogante.

—Ahora no puedo —responde él, dispuesto a cerrar la puerta de nuevo.

—Ahora sí que puedes. Es urgente —afirma Silvia, bloqueando la puerta con el pie.

David accede extrañado; su hermana lo conduce al comedor. Para guardar el secreto, Silvia no enciende la luz y le habla bajito.

—Oye… ¿Se puede saber qué rollo te llevas con los SMS y Ana?

David se queda mudo. No se esperaba esa pregunta.

—¿Qué?

—Lo que oyes. Yo no sé qué rollo te llevas con Ana y con Nerea, pero no puedes irte liando por ahí, y después, pasar de sus SMS. Ana es mi amiga, ¿entiendes? Si le haces daño a ella, me lo estás haciendo a mí. —Silvia refuerza su discurso con un fuerte agarrón al brazo de David.

—Pero ¿que estás diciendo? —pregunta su hermano, en voz baja.

—¿Que… qué estoy diciendo? —Silvia no sabe si su hermano se está haciendo el tonto, o si realmente es tonto—. Mira… Tengo a Ana en el lavabo. Por primera vez, no ha venido a verme a mí, sino a ti, donjuán, y quiere hablar contigo. Pero claro, tú andas demasiado ocupado en tu habitación con otra chica, que por lo visto está estudiando para ser doctora en striptease, y yo, la «niñata», tu «hermanita», resulta que soy la que te estoy salvando el pellejo… ¿Me sigues?

David no dice nada.

«¡Vamos, reacciona!», piensa Silvia.

Si la tarde de David ya estaba suficientemente difícil, ahora se le complica aún más. ¡Ana está en casa y quiere hablar con él! Pero ¡también está Nerea! David no está acostumbrado a emociones tan fuertes; a decir verdad, las evita a toda costa. Odia tener que afrontar situaciones comprometidas, y ahora está obligado a hacerlo… ¡y en su propia casa!

—¿Y qué quieres que haga? —pregunta por fin.

—No sé, eres tú quien debería tenerlo claro…

Los dos hermanos se quedan pensativos. David está nervioso y anda algunos pasos, a oscuras. Silvia lo observa. También ella se siente atada de pies y manos.

Mientras, en el baño

Ana se acaba de secar el pelo y, aunque aún tiene la ropa algo húmeda, se vuelve a poner el suéter. Intuye que Silvia ha ido a hablar con su hermano, pero ella no puede esperar mucho tiempo. ¡Seguro que sus padres ya se han dado cuenta de que se ha escapado!

Se mira al espejo, se peina y respira hondo. «Lo que pase, pasará. Me lanzo a lo leones…». Sale del baño y se dirige a la habitación de Silvia. No hay nadie. Cruza el pasillo y, al ver entreabierta la puerta de la habitación de David, duda. «¿Entro o no entro?». Tiene un nudo en el estómago.

La habitación huele a incienso, y la música le parece la más sensual del mundo.

Muy poco a poco, como si un hilo le saliese del pecho y la lanzara hacia la luz que se cuela por la rendija, camina hacia ella y empuja suavemente con la mano la puerta de la habitación del chico.

No se puede creer lo que ve. ¡Hay una chica tirada en la cama! Abre los ojos, que se le llenan de lágrimas. Cuando Nerea la mira se le hace un nudo en la garganta.

—Perdón —se disculpa. Cierra la puerta en seguida y corre de vuelta al baño sin poder reprimir ya las lágrimas que caen por sus mejillas. Recoge sus cosas y se pone la chaqueta mojada. Ahora sí que le da igual todo. Sólo quiere salir de esa casa.

Nerea también se ha sorprendido. Sabía que Ana era amiga de la hermana de David, pero no que tuviese tanta confianza como para entrar libremente en la habitación del chico.

«¿Será por eso que David no se ha liado conmigo?», piensa mientras se levanta para investigar.

En el comedor, Silvia siente movimiento en la casa. Su hermano sigue bloqueado. En ese instante, alguien abre la luz del recibidor: Ana se dispone a irse sin decir nada.

—Ana, ¿qué haces? —le pregunta Silvia, que ha salido del comedor.

—Me voy. Llego tarde a casa. —Ana no puede dejar de llorar.

David aparece en el recibidor. No sabe muy bien lo que está pasando, y la voz de Ana lo asusta un poco.

—Hola, Ana… Silvia me ha contado lo que ha pasado, y yo… —David intenta expresarse aunque no sabe muy bien qué decir. No sabe qué escribió Ana en el SMS que se borró y, por tanto, no sabe qué actitud adoptar, aunque se siente culpable por no haberle dicho nada a la chica.

Antes de que el muchacho pueda proseguir, se oye una puerta abrirse en el pasillo. Los tres se quedan en silencio. Nerea aparece descalza en el recibidor con una sonrisa de ganadora.

—Hola, niñas… —saluda yendo directamente hacia su amigo y cogiéndolo del brazo—. ¿Va todo bien?

Silvia calla. David también. Ana siente la rabia en el vientre.

—No podría ir mejor —responde irónicamente.

Nerea le sonríe.

—Me alegro —contesta, y le da un sonoro beso en la mejilla a David, que lo recibe como una estatua de piedra.

Ana no aguanta más y, sin decir una palabra, abre la puerta y se marcha. Su llanto es ya incontenible. Los tres, que siguen en el piso, oyen cómo baja la escalera, y los sollozos de la chica, que resuenan por el eco de las paredes frías de la finca.

Silvia tarda algo en reaccionar, pero cuando mira a Nerea sabe lo que hay que hacer: aunque lleve el pijama puesto, corre en busca de su amiga. ¿Qué más le da lo que piensen los vecinos?

—¿Seguimos estudiando? —le dice Nerea a David cuando se quedan solos. Él no responde—. No te preocupes: son niñatas; ya se les pasará…

Una vez dicho esto, y sin esperar a que el chico la siga, Nerea vuelve al cuarto, orgullosa de haberle dado su merecido a esa chiquilla estúpida.

David permanece inmóvil, callado y extrañado. Ana parecía muy dolida. ¡Había ido a verlo a él!

David, que se quiere dar algo de tiempo y asimilar lo que ha pasado, se dirige a la cocina a prepararse un café.

Se lo toma con calma. Da sorbos cortos, más lentos que de costumbre. Piensa en lo que le ha dicho Silvia sobre los SMS. Pero él sólo recibió uno. Si Ana le hubiese enviado otro, habría respondido; siempre lo hace. No es ningún maleducado. Y menos, con Ana.

Para salir de dudas, entra en la habitación y revisa el móvil. ¿Quizá los ha mandado esta misma noche, mientras estudiaba con Nerea? La chica, que ha vuelto a echarse en la cama, lo mira.

—¿Hay más café? —le pregunta despreocupada. Tiene miedo, quiere que el chico deje de manosear el teléfono.

—¿Cómo?

—¿Hay más café?

—En la cocina. Tú misma. —David anda con la mosca detrás de la oreja.

«Todo esto me huele fatal».

Mientras, Silvia ha bajado hasta el portal de su casa; no hay ni rastro de Ana. Llueve mucho, y su amiga ha sido más rápida. Ahora corre hacia casa llorando, con el corazón roto; sus lágrimas se confunden con la lluvia. El amor es algo muy sencillo y muy complicado a la vez.

Silvia arrastra las zapatillas; vuelve al ascensor y piensa en su hermano: «Él es bueno. Todo esto es muy raro».

—¡Eh, tú! —le grita una voz masculina que proviene de la escalera—. ¡La del pijama de rayas!

Silvia se vuelve. Sólo le faltaba eso… El portero…

—Es un muy buen día para ir en pijama por la calle —comenta la voz, estallando en carcajadas. «¡Marcos, qué vergüenza!»—. A mí me encanta ir en pijama, así que… ¡secundo tu moción! Aunque creo que te falta un paraguas a juego. —A su lado, atado a una correa, Atreyu ladra a la chica—. ¿Lo ves? Hasta mi querido perro piensa lo mismo.

—No… Es que yo… —Silvia no tiene ninguna excusa para salvarse del ridículo.

—¿Quieres sacar a pasear a Atreyu? —pregunta Marcos, siguiendo con la burla.

—Va a ser que no. No estoy para cachondeos…

Llega el ascensor y Silvia se sube, sin ganas de conversar. Marcos le sonríe, pero la chica le da la espalda. Está muerta de vergüenza.

Mientras el ascensor sube lentamente, piso a piso, la chica se mira al espejo y piensa: «Qué día llevamos. Y sólo es viernes. Presiento que este finde será movidito».