Capítulo 15

¡Cómo sabría amarte, mujer, cómo sabría

amarte, amarte como nadie supo jamás!

Morir y todavía

amarte más.

Y todavía

amarte más

y más.

GARCILASO DE LA VEGA

En la puerta del cine, cerca del centro

El cine Texas es uno de los más antiguos de la ciudad. Acostumbran a dar reposiciones, y te venden las palomitas en conos de papel de periódico a dos euros. Es auténtico. Como a Estela le gusta sorprender, confía en que llevar a Marcos a ver una película de estreno a ese cine será una buena jugada. Llega con veinte minutos de adelanto, compra las entradas y se sienta en el suelo. Desde lejos podría parecer una indigente que pide dinero. Ella es así; le gusta llamar la atención. El chico llega mucho más tarde. Ha salido de casa cinco minutos antes. Está muy nervioso y no acaba de entender por qué ha quedado con esa chica tan extraña. «Cuanto más tarde llegue, menos tendremos que hablar», piensa. Pero no sabe que, tratándose de Estela, el silencio es prácticamente imposible.

Marcos llega al cine y, antes de que pueda decir «Hola», Estela ya se ha levantado del suelo, le ha dado dos besos y, mientras lo arrastra del brazo al interior del cine, le dice:

—Venga, príncipe, ¡que llegamos tarde!

—Pero… ¿Y las entradas? —Marcos se siente algo agobiado.

—Ya las he comprado. La próxima vez invitas tú —apunta Estela, y le guiña el ojo.

El chico está un poco fuera de juego. Le gusta sentirse útil. Necesita hacer las cosas para sentirse bien, pero parece que, con Estela, ¡uno no pueda hacer nada! Una chica tan decidida, que no le da ni siquiera la oportunidad de comprar las entradas, y que se muestra tan segura de sí misma… «No sé si me encanta o lo detesto», piensa él.

—A ver dónde nos sentamos… En el pasillo y cerca de la salida de emergencia —decide Estela con autoridad—. Así, si pasa algo, tendremos tiempo de salir corriendo.

Sin rechistar, Marcos se sienta donde ha escogido su acompañante, mientras ésta sigue con su monólogo.

—En las catástrofes se salvan los que están delante. Mira los aviones. Los de la cola del avión mueren siempre. ¿Te gusta ir en avión, príncipe? A mí me da un miedo que me muero. Bueno, a ver qué tal la peli. ¿Quieres palomitas?

—No, gracias. No me gusta comer mientras veo la película —responde Marcos, con educación. En realidad, odia a la gente que come palomitas, y odia a la gente que hace comentarios en voz alta en el cine. Y algo le dice que Estela no se va a callar en toda la película.

La peli transcurre entre comentarios de Estela y los «chist» que vienen de detrás. Marcos se muere de vergüenza. A Estela le da igual que se queje la gente de las filas posteriores, sigue comentando las escenas y pone los pies encima de la butaca de delante y se relaja. «La verdad es que esta película no vale nada», piensa Marcos. Y, aunque detesta los comentarios en voz alta de la chica, reconoce que Estela es bastante graciosa.

«Este tío es un poco empanado —piensa ella a su vez—. Ni siquiera me ha tocado». Estela no puede evitar fantasear. Imaginarse como la mano de Marcos se acerca a la suya, y se rozan un poco, luego un poco más, y entrelazan los dedos para acabar cogidos de la mano mientras siguen mirando la pantalla y se comentan la película al oído tan cerca que incluso podrían sentir uno el aliento del otro… pero no. Marcos no es de ésos. Ya está bastante incómodo como para pensar en meterle mano a Estela.

La película se acaba. El chico permanece sentado en la butaca. Sigue tenso tras haber estado, en la oscuridad, tan cerca de la chica, durante hora y media. Incluso le sudan las manos.

—Ya te vale, bonita, nos has dado la película. —Una mujer que está sentada detrás de Estela le da un toque de atención.

—¿Cómo? —contesta ésta.

—Pues eso, que no has parado de hablar —le aclara la señora.

—¡Pero si la peli no valía nada! ¿Qué más le da? —contesta Estela de malas maneras; no quiere amilanarse delante de Marcos.

—Discúlpela, señora, lo ha hecho sin querer —intercede el chico, avergonzado—. No era nuestra intención molestarla.

—No te metas, ya soy mayorcita para defenderme sola —le increpa Estela, algo borde.

—Oye, yo no…

—Déjalo, príncipe, da igual.

Marcos se siente extraño. Esta chica es demasiado. No sabe por dónde cogerla y Estela, por su parte, no entiende que él ni siquiera haya intentado el roce mientras veían la peli. Ni un simple susurro al oído. Ni una mirada de complicidad. ¡Nada! La cita más aburrida de la historia. Pero incluso así, Marcos le sigue gustando. «Así somos la chicas —se dice—: siempre queremos repetir, aunque el chico sea una auténtica seta».

Mientras, en el parque

Las chicas han montado una RPU improvisada para hablar de Ana y David. A ella le resultó muy duro ver al chico a quien ama besando a otra. Fue la prueba definitiva de que pasa absolutamente de ella.

—Venga, chicas, dejémoslo ya. ¡No es para tanto! —Bea intenta quitar algo de hierro al asunto.

—Muy bonito. Me gustaría ver a tu querido Sergio besando a otra, a ver cómo te sentaría —se ofende Ana.

—Perdona, pero no se puede comparar a Sergio con David.

—¡Oye, no te pases, que estás hablando de mi hermano! —Aunque ella también piensa que David no se ha portado demasiado bien, no deja de ser su hermano, y no puede evitar defenderlo.

—¿Ah, no? ¿Y por qué no, si se puede saber? —salta Ana al mismo tiempo, rabiosa.

—David no es tu novio —contesta Bea, con rotundidad.

El comentario le sienta a Ana como una patada en el estómago. Es verdad, pero ahora no está como para escuchar verdades. Está para que la apoyen, y desde que tiene novio, Bea, no empatiza con nada, se comporta como si nunca hubiera sufrido ningún desengaño. Como si nunca hubiera estado soltera. Eso pone de los nervios a Ana. Es demasiado sensible como para que alguien no se tome en serio sus sentimientos, o los frivolice. Es verdad, David no es su novio, pero eso no implica que no le duela verlo besándose con otra. Si fuera su novio, cortaría con él. Pero no puede hacer nada. Y, según Bea, parece que ni siquiera tiene derecho a enfadarse.

—A quien no se puede comparar con nadie es a mi vecino Marcos —intenta calmar los ánimos Silvia, que cambia de tercio cuando lo ve acercarse a ellas, acompañado de Estela—. Es más raro que un perro verde. Ahí viene con Estela.

La verdad es que verlos es un poema. Estela, que se acerca a paso rápido, llega con una sonrisa enorme. Marcos, con cara cansada, anda detrás de ella con la mirada fija en el suelo. Parece un perro apaleado.

—¿Qué tal, chicos? ¿Cómo ha ido el cine? —pregunta Silvia, con amabilidad.

—Muy bien; la película era buenísima. Me ha encantado —responde Estela.

—Pero ¿qué dices? ¡Si te has pasado toda la peli hablando! —la corrige Marcos. Luego, dirigiéndose a su vecina, le cuenta—: Nada, era una copia barata de Los Goonies.

—Es que Los Goonies es una obra maestra. Insuperable —apunta Silvia, con amabilidad.

—¡Ya estamos! —dice Bea—. Otro al que le van las pelis frikis de los años ochenta.

—Pues sí. Y, viendo cómo está el mundo, no me importaría pillarme la máquina del tiempo e irme a vivir al siglo XX —responde Marcos, muy en serio.

—Te entiendo. Muchas veces tengo esa sensación. De pertenecer a otro tiempo —le confiesa su vecina.

Estela está un poco desconcertada. No sabe ni qué es Los Goonies ni de qué narices están hablando. Sólo entiende que Marcos trata a Silvia mucho mejor que a ella. Lo que no sabe es por qué.

—Tengo que ir a casa a sacar a Atreyu. ¿Te vienes? —pregunta Marcos.

En un primer momento, Estela cree que se lo ha dicho a ella. Pero el chico está mirando a su amiga, que responde:

—Sí, claro, vamos. Ya tendría que estar en casa —dice ella, y coge la mochila.

Y sin que Estela se dé casi ni cuenta, Marcos ya se ha despedido de ella y se va tan feliz con Silvia, hablando de todas las películas que tienen en común.

Algo celosa, Estela decide marcharse también. Se ha puesto de mal humor. Bea, que no quiere quedarse a solas con Ana después de la discusión que han tenido, también se despide.

Ana se queda sola, sentada en su banco favorito del parque; saca su libreta y, aunque sabe que le costará mucho, decide escribir sobre lo que pasó el otro día en el Club.

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Lágrima

Lágrima: llegas sin avisar. Soy feliz, estoy bailando y he bebido más de la cuenta. No importa, ha pasado el tiempo suficiente para que me relaje y deje de pensar en ello. Gran error. Si algo te angustia, si temes encontrarte con algo o alguien, si algo te da miedo, no dejes de pensar en ello, porque entonces aparecerá. Allí estaba, de golpe y sin avisar. Ni siquiera me miró. La besaba con dulzura. Entonces surgieron unas lágrimas que desembocaron en un gran llanto. Llanto al encontrarme cara a cara con mi presente más triste. No sé ni cómo llegué a casa. Expulsé todo el alcohol que había ingerido, y triste, muy triste, me fui a dormir. Me levanté más triste todavía. ¡Llorar, reír, beber, y luego… vomitarlo todo…! ¡Eso es Vivir! Que no me avergüence nunca nada, y menos mis lágrimas. Son lo más sincero que tengo, aunque a veces las odie porque aparecen sin avisar y me hacen sentir vulnerable.

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Blancanieves

Más tarde, en casa de Silvia

Silvia está en su cuarto y se dispone a jugar un rato con el ordenador. Se conecta a Facebook, y allí está. La solicitud de amistad de Sergio. Hace días que la tiene pendiente. Un cosquilleo le recorre todo el cuerpo. «¿Qué hago?, ¿lo agrego o no?». Sin pensarlo demasiado, le da al botón de «aceptar». En menos de un minuto, Sergio ya le ha escrito por el chat:

Sergio dice: Hola! Qué alegría encontrarte. No estaba seguro de que me agregaras.

Silvia dice: Y por qué no?

Sergio dice: No sé.

Sergio dice: Cómo estás?

Silvia dice: bien, y tú? Bea me contó que la cita muy bien no?

Sergio dice: Sí. Todo según lo previsto.

Sergio dice: Y tú? Me gustó encontrarte en el bar. Fue gracioso.

«“Gracioso”. Vaya palabra más cutre para definir nuestro encuentro…», piensa Silvia.

Silvia dice: Te parezco graciosa?

Sergio dice: Nooooo, me refiero a que nuestros encuentros son divertidos. Inesperados. Me gustan las cosas inesperadas.

«Pues lo llevo claro. Yo que siempre hago lo que se espera de mí…», piensa la chica.

Y sin saber cómo, se cuentan sus vidas. Comienzan preguntando por la familia y acaban hablando de cine, arte, comida japonesa e incluso se revelan el signo del horóscopo. Los dos son tauro. Tonterías, pensarán algunos. Pero Silvia es de las que piensan que no hay nada mejor que dos signos iguales como pareja. «Bea es escorpio. No pega ni de coña con tauro. Demasiado controladora».

En ese mismo momento, en un piso inferior

Marcos está en su cuarto tocando la guitarra cuando su madre le interrumpe entrando en la habitación sin avisar ni llamar a la puerta. Como de costumbre.

—Ya paro, mamá —suspira Marcos dejando la guitarra encima de la cama.

—No, hijo, no es eso —responde ella.

—¿Ah, no?… ¿Qué ocurre?

—Nada, sólo quería charlar un rato contigo. ¿De dónde vienes?

—Del cine. —El chico no tiene muchas ganas de contarle a su madre su cita con Estela.

—¿Has ido solo? —insiste ella.

—Con una amiga del instituto.

—¿Sólo una amiga…? —deja caer su madre. Le gustaría someter a su hijo a un interrogatorio de primer grado para sonsacarle todo y confirmar lo que sospecha: tiene a una chica en la cabeza. No se lo dirá nunca, pero la verdad es que, cuando el chico está enamorado, toca mucho mejor la guitarra. Parece que el amor saca lo mejor de él. Y aunque parece que a la señora Soler le moleste la guitarra, en realidad le encanta, sólo que le recuerda a su marido, y eso, a veces, hace que se ponga triste—. ¿Has ido con Silvia, la vecina? —insiste.

—No. —Marcos calla; su madre sigue esperando. El chico suspira y, aunque no soporta a su madre cuando se pone cotilla, añade—: Con una amiga suya. Se llama Estela. ¿Quieres saber algo más?

—¿Y cuál de las dos te hace tilín? —sigue chinchando la señora Soler.

—Mamá, por favor…

—Bueno, no es normal que siempre vayas con chicas. Alguna te gustará, ¿no?

—Pues no, mamá —aclara Marcos—. Es sólo que me llevo mejor con las chicas. No es nada malo, ¿no?

—Claro que no, hijo.

Su madre llega a la conclusión de que ya ha insistido lo suficiente y se dispone a dejar al chico solo cuando éste, en un pronto, le cuenta, emocionado:

—¿Sabías que Silvia tiene una colección de películas de los años ochenta como las que tenía papá? Incluso sabe por qué Atreyu se llama así.

La madre de Marcos mira a su hijo pensativa. Al final, sonríe.

—Te gusta esta chica, ¿verdad?

Marcos se ha preguntado muchas veces lo mismo: ¿le gusta Silvia? Ha fantaseado con ella, y le ha escrito una canción, pero al responder aparece la verdad:

—Me gusta estar con ella pero… no sé si me «gusta».

La señora Soler, consciente de que le ha sacado mucha información a su hijo, agradece cuánto se ha esforzado éste, y decide marcharse y dejarlo solo. Marcos valora el gesto con una sonrisa. Parece que su madre está recuperando la alegría poco a poco y empieza a comunicarse con su hijo como lo hacían antes. El chico cierra los ojos un instante, coge la guitarra y vuelve a su mundo musical.

Mientras, en la calle

Bea lleva más de diez minutos esperando a Sergio. Le da apuro llamarlo al móvil porque no quiere quedar como una novia controladora, pero le da rabia que llegue tarde. Se supone que tenían que ir a dar una vuelta con la moto. Se ha puesto muy guapa. A lo mejor pasa un poco de frío, pero valdrá la pena. Se muere de ganas de abrazar a su chico. De hecho, se muere de ganas de besarlo. Cuando lleva veinte minutos esperando, decide llamarlo.

Sergio aún está en casa, abducido por una maravillosa conversación que lo tiene encandilado. Habla con una chica muy lista e inteligente. Lleva tanto rato chateando con Silvia que se le ha olvidado que había quedado con Bea. Cuando suena el móvil y aparece en la pantalla el nombre de su novia, exclama: «¡Mierda, Bea! Se me ha ido. Y ahora ¿qué le digo?». Piensa rápido, agarra la chaqueta de cuero y, mientras se la pone, atiende el teléfono:

—Bea, perdona, me han liado en la escuela de dibujo. Lo siento, ¡voy volando!

—Valeeee… Nos vemos ahora. Te espero —contesta su chica.

Entonces, Sergio entra en el chat y escribe:

Sergio dice: Me acaban de llamar. Tengo que acudir a una reunión urgente, lo siento. Te tengo que dejar

Silvia dice: Tranqui, hasta luego

Sergio dice: Nos vemos otro día por aquí

Sergio ha mentido. No sabe por qué, pero lo ha hecho. Parece que no le gusta ser el novio de Bea cuando está con Silvia.