Capítulo 12

JUNIO llegó caliente y seco. Resultaba especialmente frustrante debido a que, casi todas las tardes, oían el eco de los truenos desde las montañas y las nubes negras los tentaban con la promesa de lluvia; pero las nubes se alejaban y, si alguna vez dejaban caer algo de lluvia, lo hacían al otro lado de las montañas, de modo que el agua no llegaba a Prosper.

Todos los días amanecían cálidos y claros, y Lucas empezó a preocuparse, aunque el Doble C todavía tenía bastante agua. Era imposible calcular lo que podría durar la sequía. Y los pozos no eran los únicos que se secaban: la hierba estaba seca y quebradiza, sin brotes nuevos que renovaran las zonas de pasto. El ganado tenía que alejarse cada vez más para alimentarse, y después volver a los riachuelos y pozos a beber agua, lo que conllevaba inevitablemente que las reses perdieran peso poco a poco. Al ranchero no le gustaba pero no podía hacer nada al respecto, y reconocerlo no ayudaba a ponerlo de mejor humor.

Tras pasar dos semanas sin Dee, volvió a Ángel Creek a pesar de las tareas pendientes, ya que pasar otro minuto más sin ella le resultaba insoportable. Estaba inquieto e irritable, no sólo por el ardiente deseo que la joven despertaba en su cuerpo, sino porque no podía quitársela de la cabeza.

Ninguna mujer se había adueñado así de sus pensamientos, entorpeciendo su trabajo, restándole horas de sueño. Su pasión no se había enfriado; la quería más que nunca, y su hambre era todavía más intensa debido a la necesidad de esconderla, incluso de sus propios hombres. Si se preguntaban adónde iba su jefe, nunca lo dijeron. Lucas sospechaba que todos suponían que estaba viendo a Olivia, y, por supuesto, no se les ocurriría hacer comentarios jocosos sobre una dama como lo habrían hecho de tratarse de una granjera. Le enfurecía que alguien pudiese considerar a Dee menos merecedora de respeto que Olivia, pero no podía decir nada sin ponerla en evidencia, así que tenía que mantener la boca cerrada.

Dee estaba sentada en el porche delantero meciéndose plácidamente cuando él llegó a la cabaña, y no hizo el esfuerzo de levantarse para recibirlo. El ranchero emitió un sonido de impaciencia pensando que estaba enfadada con él, aunque enseguida llegó a la conclusión de que lo más probable era que estuviese muy cómoda en la sombra.

Metió el caballo en el establo para protegerlo del implacable sol y caminó hasta la cabaña observando lo verde que estaba todo.

Comparado con su rancho, donde el terreno estaba adquiriendo diferentes matices de ocre y las hojas de los árboles se marchitaban sin remedio, Ángel Creek era un oasis: el huerto estaba espléndido, y la hierba del valle era verde y resistente. Podía oír el suave murmullo del riachuelo, del agua dulce, fresca y cristalina que alimentaba el pequeño valle y lo hacía prosperar.

Aquel lugar era demasiado pequeño para todo el ganado de Lucas, pero podría ser un seguro frente a la sequía. Conseguiría conservar las reses suficientes para no acabar arruinado, y, de hecho, dejar allí a parte del ganado ayudaría a los animales que permaneciesen en el Doble C, ya que tendrían para ellos toda la hierba y el agua que quedase.

Dee seguía meciéndose cuando el ranchero subió al porche y se sentó a su lado. La joven tenía los ojos cerrados, pero sus pies impulsaban el movimiento suave y regular de la mecedora.

—Te daré cinco mil dólares por Ángel Creek —soltó Lucas de pronto.

Aquellos inescrutables ojos verdes se abrieron y lo miraron por un instante antes de volver a cerrarse.

—No está en venta.

—Maldita sea —protestó él, irritado—. Es el doble de su valor.

—Si me has ofrecido cinco mil es que vale cinco mil —razonó ella.

—Siete mil.

—No está en venta.

—¿Por qué no eres razonable?

—Estoy siendo razonable —afirmó la joven—. Es mi casa y no quiero venderla.

—Diez mil.

—Basta.

—¿Qué vas a hacer cuando seas demasiado vieja para trabajar la tierra? Es duro, y no podrás seguir haciéndolo durante mucho tiempo. Ahora eres joven y fuerte, pero ¿qué pasará dentro de diez años?

—Te lo diré dentro de diez años —replicó ella.

—Dime qué tipo de negocio te gustaría tener, y yo te lo montaré. Nadie más te va a hacer una oferta tan buena.

Dee dejó de mecerse y abrió los ojos. Al darse cuenta de que por fin había logrado alterarla, Lucas la observó fijamente con el pulso acelerado. Era como provocar de forma deliberada a una tigresa para que lo atacase, pero estaba cansado de verla negarse en redondo cada vez que hablaban sobre la venta de Ángel Creek.

Puede que no se lo vendiese, pero, al menos, había logrado que lo escuchara.

—No es tan interesante como la oferta que me hizo Kyle Bellamy —replicó la joven en tono burlón.

El sintió una punzada de rabia, imaginándose lo que el ambicioso ranchero le habría ofrecido. Cuando conoció a Dee, no le había gustado saber que Bellamy también estaba interesado en comprar la tierra, pero le disgustaba todavía más el hecho de pensar que hubiese pretendido a la joven.

—Me la puedo imaginar —repuso con sarcasmo.

—Lo dudo. —Ella esbozó una sonrisa tan dulce que Lucas se temió lo peor—. Me pidió que me casara con él.

Aquella vez, el ranchero no sintió una punzada de rabia, sino un salvaje estallido de celos que hizo que su cuerpo se tensara brutalmente. Las pupilas se le contrajeron hasta convertirse en diminutos puntos negros.

—Jamás lo permitiré —afirmó, con una voz tan categórica y monótona que a Dee le costó oírlo.

—Es decisión mía, no tuya. Aunque para tu tranquilidad, te diré que lo rechacé.

—¿Cuándo estuvo aquí? —inquirió Lucas, con mirada asesina.

—Antes de que regresaras al pueblo —respondió ella, encogiéndose de hombros.

Parte de la rabia se desvaneció al darse cuenta de que no se trataba de algo reciente, pero, si Bellamy volvía a Ángel Creek, esperaba que fuese para despedirse.

—No quiero volver a verlo por aquí —le advirtió, en el caso de que a la joven le quedase alguna duda.

—Para empezar, yo no lo invité. Ni tampoco te invité a ti —añadió, pensativa—. ¿No es extraño? Los hombres pobres a quienes podría haberles hecho falta mi terreno sólo buscaban en mí satisfacer su lujuria; Bellamy y tú tenéis mucha tierra, pero queréis más. Aunque, al parecer, Bellamy la quiere más que tú, ya que me pidió en matrimonio.

Lucas se tensó, con todos los sentidos alerta.

—¿Eso es lo que haría falta? —Avanzó hacia ella con precaución al tiempo que contenía el aliento, esperando la respuesta. Era como atravesar arenas movedizas, donde un paso en falso podría resultar desastroso.

Dee no lo miró a él, sino a la pradera.

—Casarse sería aún peor que vender —afirmó, tragándose las ganas de aceptar—. Perdería tanto mi tierra como mi independencia. Aunque al menos vender me permitiría seguir siendo independiente.

El ranchero notó en el pecho el fuerte golpe de la decepción. Hasta no recibirlo, no se había dado cuenta de lo mucho que deseaba que la joven aceptase, que estuviese interesada en su propuesta de matrimonio. La conmoción lo dejó pegado a la silla.

Desde la primera vez que le había hecho el amor, había sido consciente de que la joven había arruinado sus planes de casarse con Olivia, de que no se podía casar con la otra joven deseando a Dee con tanta intensidad. No se imaginaba a Dee aceptando ser la amante de un hombre casado, y además, esa situación tampoco sería justa para Olivia. Hasta el momento no había pensado realmente en ello porque la joven no encajaba en sus planes; estaba preparado para casarse con ella si se quedase embarazada, pero el tema nunca había surgido en sus conversaciones, y él sólo había especulado que Dee aceptaría llegado el caso.

Ahora que la postura de la joven estaba más que clara, su negativa a casarse lo golpeaba como un mazo y lo hacía todo aún más difícil.

No renunciaría a la joven bajo ningún concepto. Era la mujer más apasionada y salvaje que había conocido en la cama, y siempre se entregaba a él por completo sin guardarse nada para sí. Pero su necesidad de tenerla iba mucho más allá de la mera satisfacción física. Con Dee podría reírse, discutir y hablar sin temor a herir falsas sensibilidades, porque ella se lo devolvería todo con creces. Encontraría la manera de hacerla encajar en el molde que necesitaba.

Le hubiese propuesto matrimonio de inmediato de creer que ella hubiese aceptado, pero sabía que Dee lo habría rechazado, al considerar que el hecho de estar casada la haría sentir enjaulada. Aquello era inaceptable. Sencillamente, tendría que hacerle cambiar de opinión, como fuera.

—Entonces acepta el dinero —la instó él sin mirarla, temiendo que ella leyese demasiado en sus ojos—. Puedes meterlo en el banco y vivir de lo que te rente. Así podrás seguir siendo independiente y no tendrás que matarte trabajando en la granja. Demonios, incluso podrías comprar más tierra, si eso es lo que quieres.

—Pero no sería Ángel Creek —repuso ella con suavidad—. Amo este lugar, me enamoré de él en cuanto lo vi. —Y le había dado una razón para seguir adelante cuando sus padres murieron. A cambio de ello, la joven se había convertido en su cuidadora, en su guardiana. A veces sentía un miedo supersticioso a ser como una planta que moriría si la arrancaban de raíz del suelo de su pequeño valle.

Y nunca amará a ningún hombre tanto como ama este maldito lugar, pensó Lucas con desesperación. El ranchero prefería tener como rival a Kyle Bellamy antes que a Ángel Creek. Podía luchar contra un hombre, pero ¿cómo luchar contra la tierra? Recordaba la mañana que había ido a verla al alba, cuando la encontró en el prado con una expresión de éxtasis soñador, y sintió unos celos incontrolables al ser consciente de que se debía a la belleza que la rodeaba, no a él.

Lo peor era que el ranchero amaba el Doble C con la misma pasión. No podía condenarla por ello cuando los dos eran tan parecidos. Por eso se sentía tan a gusto con ella, porque interiormente era tan fuerte como él... Pero tampoco le estaba pidiendo que se mudase a otro país, maldita sea.

Sin querer dar más vueltas al asunto por el momento, se levantó y le ofreció una mano.

—Vamos dentro —le dijo bruscamente. La necesitaba, la necesitaba mucho.

La joven se limitó a quedarse sentada y a dirigirle una de sus miradas de gata.

—Si has cabalgado hasta aquí para eso, te vas a llevar una decepción: estoy con mis días del mes.

El se sentía decepcionado, pero no quería irse. Aunque no pudiese hacerle el amor, la necesitaba de otras formas. Mantuvo la mano extendida.

—Ven a sentarte en mi regazo y vuélveme loco —le pidió.

La cara de la joven se iluminó, y le dio la mano. Siempre estaba dispuesta a volverlo loco.

Pero, al final, se pasaron más tiempo hablando que acariciándose. El ranchero se sentó en el sillón junto a la chimenea, y ella se acomodó en su regazo. Lucas le contó a Dee los planes que tenía para su ganado, sus ideas de expansión, cómo pensaba usar a los políticos de Denver para satisfacer sus ambiciones. Los ciudadanos de Colorado tenían que votar para ratificar la Constitución el uno de julio, y posteriormente tratarían de que se aprobase su entrada en la Unión.

Cuando le explicó lo que conllevaría convertirse en un estado, ella frunció el ceño.

—No sé si quiero que vengan miles de personas a asentarse aquí. Me gusta todo tal y como está.

—Es el progreso, pequeña. El aumento de la población traerá a este territorio más negocio y más vías de tren. Las infraestructuras son la clave. Colorado no podrá civilizarse por completo sin ellas. Y con la civilización vendrá el dinero. No puedes hacer nada sin él —concluyó.

—Pero yo no quiero que cambie nada. —Apoyó la cabeza en el hombro de Lucas y siguió hablando en tono reflexivo—. No me gustan los cambios.

—Todo cambia. —Le acarició el largo cabello con una ternura conmovedora y la besó en la sien. Ella volvió el rostro hacia el cuello de Lucas, y él la abrazó con más fuerza, como si pudiese protegerla de unos cambios que eran inevitables para ambos.

Se había convertido en una costumbre para Olivia ir a cabalgar todos los domingos por la tarde. A veces regresaba sin ver a Luis y ocultaba con cuidado su decepción bajo sus modales tranquilos. Pero él casi siempre se unía a ella en algún momento. Nunca lo veía en otros lugares, debido a que las tareas del rancho lo mantenían ocupado.

Entre una de aquellas secretas tardes de domingo y la siguiente, los días transcurrían con una lentitud mortal, mientras que las horas que pasaba con él terminaban antes de que se diera cuenta.

Estaba tan obsesionada con verlo que incluso había abandonado sus visitas a Dee, cosa que lamentaba ya que tenía mucho que contarle.

No podía pensar más que en Luis. El corazón empezaba a latirle frenéticamente cada vez que lo veía, como si estuviese a punto de ahogarse de calor. Ya había dejado de llevar la chaqueta entallada de su traje de montar, pero las convenciones sociales exigían que se abotonase la blusa hasta el cuello y las mangas de la camisa a la altura de la muñeca. Aquel tiempo tan inusualmente cálido le resultaba incómodo, y su reacción física ante Luis empeoraba las cosas.

A menudo miraba el cuello abierto de la camisa de Luis y envidiaba la libertad de la ropa masculina, pero la suave piel tostada que dejaba ver la camisa abierta la distraía de los detalles de la ropa, y el calor que la invadía aumentaba.

Luis era consciente de que ella lo miraba y que observarlo le producía desasosiego. Aunque Olivia no se diese cuenta, la joven empezaba a acostumbrarse al deseo físico entre ellos, y cada domingo, su deseo por él aumentaba. Era inocente, pero también era una mujer, con necesidades de mujer. Pronto llegaría el momento en que la pasión y la curiosidad se hiciesen tan fuertes que cayese rendida entre los brazos del vaquero. Luis sólo esperaba que no tardase mucho, porque la frustración lo estaba matando. Nunca había esperado tanto por una mujer, pero lo cierto es que nunca había conocido a nadie como Olivia.

Conforme avanzaba junio, el calor se hacía más opresivo y cabalgar por la tarde resultaba casi insoportable tanto para jinetes como para animales. Una tarde de domingo cerca de finales de mes, Luis encontró un lugar con buena sombra bajo un grupo de grandes árboles, frenó el caballo y desmontó con un movimiento felino del que Olivia no perdió detalle.

—Dejemos que descansen los caballos —le dijo a la joven, ayudándola a bajar—. Volveremos cuando refresque un poco.

Olivia estaba más que dispuesta a descansar a la sombra, así que se secó el sudor del rostro con un pañuelo y se sentó bajo un árbol, mientras Luis le daba agua a los caballos y los ataba con cuerdas largas, para que pudiesen mordisquear la hierba. Cuando terminó, se sentó junto a ella dejando el sombrero en el suelo.

—¿Quieres agua? —le preguntó a la joven.

Olivia se rió, un tanto sorprendida de que se hubiese ocupado de los caballos antes que de ella.

—¿Queda?

—He traído una cantimplora llena. —Arrancó una brizna de hierba y le hizo cosquillas en la mejilla—. Siempre hay que atender primero a los animales, porque son los que te mantienen con vida.

—Como estamos a menos de una hora del pueblo, creo que lograremos sobrevivir antes de quedarnos sin agua —respondió ella en tono grave, para después echarse a reír otra vez.

Él miró el cielo azul que los cubría y el abrasador sol casi blanco.

—Si no llueve pronto, la situación podría ser desesperada. Los riachuelos del Bar B están casi secos, y supongo que los demás ranchos están en las mismas condiciones.

—No me había dado cuenta de que las cosas estuviesen tan mal —repuso ella, avergonzada de no haber caído en la cuenta—. ¿También están secándose los pozos?

—Por ahora, no, pero podría pasar.

Todos los rancheros, grandes y pequeños, guardaban el dinero en el banco de su padre. Si se arruinaban, sacarían el dinero y el banco quebraría. Siempre había pensado que el negocio de la banca era algo permanente, pero, de repente, vio que todo dependía de la solvencia de la gente que lo usaba, y eso no podía garantizarse. Prosper le había parecido inmune a los vaivenes que sufrían los pueblos mineros, con unas raíces tan firmes como las de las ciudades del Este, pero ¿sobreviviría si una sequía destruía los ranchos? La gente no podría quedarse si no había ninguna forma de ganarse la vida, las tiendas y los negocios cerrarían, los vecinos se mudarían, y Prosper moriría.

Todo lo que construían las personas era frágil, estaba a merced del tiempo, las enfermedades o la simple mala suerte, y la supervivencia quedaba en manos del azar.

Inquieta, la joven levantó la mirada al sol con miedo y preocupación. Luis sentía haber mencionado el problema del agua, ya que no se podía hacer nada al respecto. Al vaquero la vida le había enseñado a aceptar lo que no podía cambiarse, y había aprendido muy pronto que o sobrevivías, o no. Si una sequía destrozaba Prosper, enrollaría su saco de dormir, ensillaría el caballo y se iría llevándose a Olivia, porque la vida era demasiado corta para inquietarse por los cambios, y podía ser tan feliz con ella junto a un fuego de campaña como en una casa con tejado.

Pero ella empezaba a preocuparse por la gente que se vería afectada por la sequía, y Luis sólo quería que apoyase la cabeza en su hombro y protegerla de aquellos malos pensamientos. En vez de ello, se tumbó en el suelo y apoyó la cabeza en el regazo de la joven, disfrutando del contacto de sus muslos.

Sentir el peso de la cabeza del vaquero hizo que el vientre de Oliva se contrajera bruscamente y que sus pechos empezaran a tensarse. La joven contuvo el aliento, casi abrumada por la sensación que la inundaba. Pero, curiosamente, también la embargaba la necesidad de protegerlo. Le apartó un mechón de pelo negro del rostro con dedos vacilantes, y él dejó escapar un suspiro de alivio. Como ya lo había tocado, no había razón alguna para detenerse, así que empezó a trazar erráticos senderos en su rostro con las puntas de los dedos.

Él cerró los ojos.

—Mmm, hueles bien —murmuró, volviéndose hacia ella. Con la cabeza en su regazo, podía oler las cálidas y femeninas fragancias de su cuerpo, y empezaba a excitarse.

Olivia sonrió, pensando en el perfume que se había echado por la mañana, contenta de que le gustase. Había llegado a aplicarse unas gotitas entre los senos y se había sentido un tanto libertina al hacerlo. Se preguntó qué haría Luis si ella se inclinaba, acercándole los pechos al rostro. ¿Buscaría el origen del dulce y esquivo perfume?

Pero no se atrevió, y se lamentó de que las mujeres se vieran obligadas por la sociedad a ser siempre tímidas y elegantes, de que tuviesen que dejar a los hombres tomar la iniciativa. De hecho, le habían inculcado que las mujeres ni siquiera debían pensar esas cosas.

Bajó la mirada y vio que él la observaba, sonriente, dándose cuenta entonces de que había suspirado.

—Hace mucho calor —dijo rápidamente, a modo de explicación.

—Es verdad. ¿Por qué no te desabrochas el cuello y te remangas?

Si lo hacía, cuando llegase a casa tendría la inmaculada blusa almidonada llena de arrugas, pero estaba sofocada, y dejar los brazos al aire sería un pequeño alivio. Sin hacer caso de la primera parte de la sugerencia, se desabrochó rápidamente los puños y les dio varias vueltas hasta desnudar los antebrazos.

—Así estarás mucho más cómoda —comentó Luis, mientras acercaba la mano a los botones del cuello de la blusa de la joven.

Ella se quedó quieta, y los ojos azules se le oscurecieron cuando los fuertes y decididos dedos del vaquero empezaron a soltarle los diminutos botones, uno a uno. El cuello quedó al descubierto, y el aire fresco se deslizó dentro para refrescarle la piel ardiente, mientras la mano de Luis bajaba por la frágil clavícula en una caricia.

—No deberíamos seguir —protestó Olivia, intentando sonar despreocupada.

—¿No? —No sólo no paró, sino que abrió el siguiente botón y después el siguiente, y el siguiente. El peso de su mano estaba ya entre los pechos de la joven, rozándolos con cada movimiento. Sus ojos encerraban una sensualidad lánguida y soñolienta, y la miraban como si ella fuese la mujer más bella del mundo.

El inicio de la curva de los senos de Olivia quedó expuesto a sus ojos, junto con el encaje del borde de la combinación. Poco a poco, los dedos del vaquero bajaron hasta la cintura, dejando la blusa abierta tras ellos. La joven estaba inmóvil y apenas se atrevía a respirar.

El se colocó sobre el costado para mirarla de frente, le sacó la blusa lentamente de la falda y la abrió del todo. Los turgentes y tentadores senos de Olivia sólo estaban cubiertos por la transparente combinación de algodón, y los pezones resaltaban a través de la fina tela. Luis perfiló el contorno de las cimas de los pechos de la joven con la punta del dedo índice, disfrutando de su suavidad, y después inclinó la cabeza para saborearla.

Olivia se mordió el labio y cerró los ojos al notar aquel contacto en su pezón. La boca estaba caliente y húmeda, y la lengua rodeaba la punta, acariciándola a través del algodón mojado. Entonces Luis empezó a succionar, a provocarla con pequeños mordiscos, y el rítmico movimiento encendió un fuego en el vientre femenino que recorrió por completo su ser.

Estaban en silencio. La joven podía oír las pisadas de los caballos, el ruido que hacían al masticar la hierba con sus grandes dientes. Una suave brisa agitaba las hojas de los árboles y los insectos zumbaban perezosos al sol. El vaquero seguía torturando sus senos como si tuviese todo el tiempo del mundo, sin tocarla en ninguna otra parte.

Hasta conocer a Luis, Olivia ignoraba que a los hombres les gustaba llevarse los pechos de las mujeres a la boca. Nunca se había imaginado que algo así pudiera resultar tan erótico para un hombre... y también para una mujer. La fuerte boca que tomaba posesión de su pecho y el roce de la mejilla sin afeitar contra su suave piel conseguía que miles de terminaciones nerviosas cuya existencia desconocía la hiciesen temblar sin control. La zona secreta entre sus piernas latía al ritmo de la boca de Luis, y se inclinó hacia delante para proporcionarle un mejor acceso a su cuerpo.

El respondió abarcando más pecho con su boca.

La joven tenía la combinación tan mojada que parecía una segunda piel, pero, de pronto, tenerla puesta le resultaba insoportable, así que movió los hombros para dejar que los tirantes le resbalasen por los brazos.

—Quédate quieta —le susurró él junto al pezón.

—No... espera. Quiero sentirte aún más cerca... —respondió ella con otro susurro, dejando un seno al descubierto. Guió el pezón hasta la boca del vaquero y gimió suavemente al notar el exquisito placer de aquellos labios sobre su piel desnuda. Acunó la cabeza de Luis y lo sostuvo contra ella, ahogada de calor y deseo.

Su cuerpo disfrutaba intensamente de todas aquellas sensaciones, tan sutiles como intensas. Cuando él se apartó al fin, Olivia dejó escapar un gemido de protesta, pero Luis la silenció poniéndole un dedo en los labios.

—Esto también te va a gustar —afirmó, quitándose la camisa y dejando al descubierto un pecho ancho y musculoso cubierto en parte por un suave vello negro rizado.

Olivia rodeó los pequeños pezones masculinos con la punta de un dedo, maravillada de lo diferentes que eran de los suyos. Se endurecieron al instante, y ella levantó la mirada, sorprendida, descubriendo una indefinible expresión de placer en el rostro del vaquero.

—En realidad no son tan diferentes —murmuró ella, acariciándolos de nuevo.

Luis le cogió las manos y las puso sobre su torso desnudo.

—No, no lo son. Adoro que me toques. Quiero sentir tus manos sobre mi piel desnuda.

Él la soltó, pero Olivia no apartó las manos, porque le gustaba demasiado sentir las diferentes texturas de aquel cuerpo musculoso bajo sus dedos. Los deslizó por la caja torácica y los dejó allí un minuto, disfrutando de la forma en que el pecho de Luis se dilataba y contraía con cada aliento. Los músculos de su estómago eran duros y planos, pero la piel del vientre era suave como la seda. De nuevo en el pecho, notó el fuerte y constante latido de su corazón. Los hombros eran anchos, suaves y duros al mismo tiempo, y la piel bronceada brillaba como satén a la luz del sol: era perfecto. Sin pensar, Olivia llevó los labios hasta la curva que unía la sólida columna del cuello masculino con el hombro y probó con la lengua su sudor, ligeramente salado. Luis se estremeció, y cerró las manos con fuerza en torno a la cintura de la joven, atrayéndola hacia él.

Sorprendentemente, a ella se le había olvidado que tenía la blusa abierta y un seno desnudo. La cálida y dura presión del pecho del vaquero sobre el de Olivia la hizo gritar, y él empezó a moverla lentamente de un lado a otro, frotándole el seno contra su torso desnudo.

—Luis. ¡Luis!

—¿Qué ocurre, pequeña? —le preguntó en voz baja—. ¿Quieres más?

—Sí —respondió ella—. Por favor.

El vaquero se rió un poco: la joven tenía unos modales impecables, incluso cuando los dos estaban tan excitados que debía contenerse para no llegar hasta el final. Sólo su profundo conocimiento de la naturaleza femenina lo frenaba, porque, aunque pudiese seducirla fácilmente, ella todavía no se entregaría a él por amor. Y lo que Luis quería de ella era amor, no saber que era tan buen amante que podía hacer que el cuerpo de la joven estuviese dispuesto antes que su mente. Cuando de verdad estuviese lista, ella misma se lo haría saber, pero, hasta entonces, estaba preparado para sufrir un tormento atroz con tal de que Olivia descubriese lo mucho que podía disfrutar con él.

Sin poder resistirse a la tentación, le quitó la blusa y la dejó caer al suelo. Después, le bajó los tirantes de la combinación hasta la cintura y liberó sus brazos. El suave algodón se arremolinó en la cintura de la joven, dejando sus suaves pechos completamente expuestos a la mirada masculina. Estaba un poco ruborizada y la piel de porcelana parecía arder bajo su contacto. El vaquero se puso de rodillas y la colocó a ella en la misma postura, rodeándola con un brazo para que sus cuerpos estuviesen pegados de hombro a rodilla, y así poder besarla sin que nada se interpusiera en su camino. Al instante sintió cómo la joven se estremecía de placer al aplastarse sus senos contra la sólida superficie de su pecho, y fue consciente de cómo la sorpresa la hizo apartarse por instinto de las caderas del vaquero en cuanto percibió la dura evidencia de su excitación. Pero, después, volvió tímidamente. Las caderas de Olivia buscaron las suyas, oscilando suavemente en busca de una postura más íntima. Él dejó escapar un gruñido gutural cuando la joven se colocó por fin acunando su miembro erecto, con las piernas ligeramente abiertas para dejarle sitio. Por la cabeza de Luis pasó la idea de que la joven podía matarlo sin darse cuenta con su inocente seducción.

—Quiero tumbarme desnudo contigo —murmuró con voz ronca—. Todas las noches, amor mío. Cuando te cases conmigo, te enseñaré lo que un hombre y una mujer pueden hacer juntos, y disfrutarás cada segundo.

La joven enterró la cara en el amplio pecho masculino. No había sido una pregunta, por lo que no tenía que responder, pero Luis había hablado con tanta seguridad que parecía no tener dudas de que ella se casaría con él. ¿Las tenía Olivia? No lo sabía. Le asustaba el tipo de vida que podría tener con el vaquero, vagando por el país, aunque la idea también la emocionaba. Todavía desconocía el alcance de sus sentimientos por Luis, pero sabía que le costaba sobrevivir una semana entera sin él, que sólo se sentía viva las tardes que pasaba a su lado y que estaba deseando que le enseñara lo que significaba ser suya.

Desde que había conocido a Luis no le quedaban dudas sobre el vínculo que unía a Beatrice y Ezequiel Padgett: era el dulce y cálido vínculo de la carne, de los placeres compartidos en la cama. ¿Se conformaría Olivia con menos, después de atisbar lo que le esperaba?

—Me siento muy confusa —reconoció, mirándolo a los ojos—. Nunca había sentido por nadie lo que siento por ti, pero la idea de casarme contigo me asusta tanto como la de no hacerlo. —Hizo una pausa—. ¿Nos iríamos de aquí? ¿Tendría que dejar a mi familia?

—Casi seguro —contestó él, queriendo ser lo más sincero posible. Empezó a latirle el corazón con fuerza al darse cuenta de lo cerca que estaba de conseguir lo que quería. El encantador rostro de la joven parecía preocupado ante la idea de abandonar el seguro hogar que había conocido toda la vida—. Viajaremos, haremos el amor bajo las estrellas, o en un tren de camino a donde queramos ir. Y tendremos bebés, cariño, y un hogar donde puedan crecer a salvo y seguros. ¿Crees que tus padres estarán dispuestos a cuidar de vez en cuando de sus nietos para que podamos viajar?

Ella se rió, temblorosa, con la cabeza llena de las imágenes que el vaquero describía, pero no podía responder a la pregunta sobre sus padres. Se sentirían horrorizados ante la idea de que su única hija se casara con un trotamundos. Los dos querían lo mejor para ella, y se sentirían terriblemente dolidos y decepcionados. La amaban, y Olivia no creía que la rechazaran, independientemente de con quién se casase, pero las lágrimas le asomaron a los ojos al pensar en hacerles daño.

Aún así, tenía que tomar una decisión. Aquella situación no era justa ni para Luis ni para ella.

Lo miró con ojos húmedos, llenos de dolor y promesas.

—Pronto sabremos la respuesta —susurró.

Dee salió al porche y le ofreció un vaso de limonada fría a Olivia, que estaba sentada al borde de la mecedora, manteniéndola inclinada hacia delante. Examinó la cara de su amiga y pensó que nunca la había visto tan nerviosa.

—¿Ocurre algo? —se interesó Dee, preocupada.

Olivia bebió un sorbo y observó el vaso de limonada como si estuviese fascinada.

—Creo que estoy enamorada de Luis Fronteras —soltó, antes de respirar hondo con el aliento entrecortado—. Nunca había sentido tanto miedo.

—¿Luis Fronteras? —preguntó Dee, inexpresiva—. ¿Quién es?

—Trabaja para Kyle Bellamy. Es un trotamundos.

Dee silbó, sorprendida, y se sentó lentamente: aquello le resultaba tan sorprendente como si una reina se relacionase con un plebeyo.

—Quiere que me case con él —siguió diciendo Olivia.

—¿Lo vas a hacer?

Olivia la miró con expresión angustiada.

—No puedo soportar la idea de no volverlo a ver, pero le haría mucho daño a mis padres y tampoco quiero eso. No sé qué hacer.

Dee no sabía muy bien qué consejo darle. Era consciente de lo importante que era la familia para su amiga, y también sabía que era imposible apartarse del hombre que amas, aunque el sentido común te lo pidiese a gritos.

—¿Cómo es?

—Amable —respondió Olivia; después frunció el ceño—. Pero creo que también puede ser peligroso. Aunque siempre es amable conmigo, incluso cuando está... —Dejó la frase a medias y se ruborizó.

—¿Excitado? —sugirió Dee amablemente, sonriendo al ver que el color rojo que habían adquirido las mejillas de su amiga se intensificaba.

—¿Es Lucas amable cuando está excitado? —contraatacó Olivia con humor—. Y no me digas que no lo sabes porque no te creeré. En el picnic no dejaba de buscarte; se fue justo después de la comida y no volvió. Desde el principio pensé que era perfecto para ti —concluyó, muy satisfecha de sí misma.

—¿Perfecto? —exclamó Dee, atónita—. Es dominante y prepotente, y... —Dejó la frase a medias porque no podía mentirle a Olivia ni mentirse a sí misma—. Lo quiero —dijo, sin más—. Maldita sea.

Olivia se balanceó en la mecedora con un ataque de risa, derramando parte de la limonada.

—¡Lo sabía, lo sabía! ¿Y bien? ¿Te ha pedido que te cases con él?

—Me preguntó si el matrimonio sería el precio de Ángel Creek. —Dee consiguió esbozar una sonrisa torcida—. El hecho de que yo lo ame no quiere decir que él me ame a mí.

—Estoy segura de que sí te ama. ¡Si lo hubieras visto en el picnic! Intentaba ocultar que estaba preocupado por tu caída y por el hecho de que no te estuvieras divirtiendo, pero no podía hablar de otra cosa.

Dee se quedó inmóvil de repente.

—¿Le contó lo mío a alguien más?

—No, sólo habló conmigo —la tranquilizó su amiga—. Vino aquí después del picnic, ¿verdad?

—Sí.

Olivia se aclaró la garganta, mientras sus buenos modales luchaban contra la curiosidad.

Ganó la curiosidad.

—¿Ha... quiero decir..., ha intentado... ya sabes?

—¿Hacerme el amor? —terminó Dee la frase por ella, con su franqueza habitual.

Olivia se ruborizó de nuevo, pero asintió.

—Es un hombre. —Estaba claro que Dee pensaba que aquella respuesta bastaba, y Olivia tuvo que estar de acuerdo.

—¿Te gusta que te toque? —preguntó a toda prisa—. Quiero decir, que te toque en... —Se detuvo, horrorizada por lo que había estado a punto de decir. ¿Y si Dee no le había permitido a Lucas tales intimidades? Con aquella pregunta prácticamente reconocía que Luis y ella...

—Deja de ruborizarte —la interrumpió su amiga, aunque también sus mejillas empezaban a arder.

—Entonces, lo ha hecho. ¿Te gustó?

Confundida, Dee se preguntó qué era en realidad lo que Olivia quería saber y a qué parte del cuerpo se refería. ¿Caricias o quizás mucho más? Se encogió de hombros, porque la respuesta era la misma para cualquiera de las preguntas.

—Sí.

Olivia cerró los ojos con un suspiro de alivio.

—Cuánto me alegro. Creía que lo que estaba haciendo estaba mal, aunque Luis decía que todos... —Se calló de nuevo y abrió los ojos. Nunca antes había tenido la oportunidad de expresarse así, y la libertad la mareaba—. ¿Te quita la blusa cuando te toca ahí?

—Sí —reconoció Dee, empezando a sentirse un tanto incómoda.

—¿Alguna vez te ha bajado la parte de arriba de la combinación para poder verte los... pechos?

—Sí.

Aunque tenía la cara de color rojo brillante, Olivia no podía parar.

—¿Te ha besado ahí? ¿Te ha... mordido?

Dee se levantó de golpe de la silla.

—¡Por amor de Dios! —exclamó, sin poder aguantarlo más—. ¡Si tanto quieres saberlo, me ha desnudado por completo y me ha hecho todo lo que se puede hacer! ¡Y disfruté cada segundo! —Luchó por recuperar el control y respiró hondo. Después siguió hablando con voz más moderada—. Quizá no cada segundo. La primera vez duele, pero mereció la pena. Aunque me gusta más cuando me pongo arriba.

Olivia abrió la boca sin decir nada, sin embargo, sus ojos, enormes, reflejaban el asombro que sentía.

Se miraron en silencio, y fueron los labios de Dee los primeros en moverse. Tragó saliva y se inclinó hacia delante entre accesos de risa, mientras que Olivia se llevaba la mano a la boca para ahogar las carcajadas que pugnaban por salir de su garganta, hasta que finalmente, la limonada acabó derramada por el regazo.

Cuando el ataque de risa histérica de ambas se fue desvaneciendo en pequeña risas esporádicas, se secaron los ojos e intentaron recuperar la compostura.

—Entra y límpiate la falda —sugirió Dee, con la voz todavía temblorosa.

Olivia se levantó y la acompañó a la cabaña.

—No intentes cambiar de tema —le advirtió a su amiga, mientras volvía a notar que se le movían los hombros—. Quiero saberlo todo. ¡Si crees que voy a dejar pasar una oportunidad así, estás loca!

—Pregúntale a Luis —fue la exasperante respuesta de Dee, antes de que las dos rompieron a reír de nuevo.