Capítulo 8

DEE estaba arrastrando un cubo de agua cuando Lucas apareció aquella tarde. Sin poder evitarlo, su corazón empezó a latir a un ritmo frenético en cuanto lo vio; había pasado una semana desde su última visita y resultaba alarmante darse cuenta de lo mucho que echaba de menos su arrogancia. Enfrentarse al dueño del Doble C la había hecho sentirse más viva que nunca. Con él podía ser ella misma y decir lo que pensaba quizá por primera vez en su vida.

El ranchero bajó del caballo y ató las riendas en la barandilla.

—Te dije que vendría a por ti —rugió de mal humor, caminando hacia ella.

Dee levantó el cubo de agua en actitud amenazante con una clara advertencia en la mirada.

—Y yo te dije que no iría al picnic. Tengo mis razones y no voy a arruinarlo todo por uno de tus caprichos.

Un brillo peligroso asomó a los ojos de Lucas mientras seguía avanzando.

—¿Crees que ese cubo me detendrá? —se burló.

Quizá no era una amenaza muy lograda, pero el cubo era pesado. Dee intentó golpearlo, empapándolos a los dos al derramarse el agua. Él evitó el golpe con facilidad, y ella cambió rápidamente de posición para volver a intentarlo.

—Déjame en paz.

—Nunca —replicó, lanzándose sobre ella.

La joven lo esquivó, y el cubo de madera dio de lleno en el hombro de Lucas. El ranchero se detuvo entre maldiciones mientras se masajeaba el lugar del golpe.

Furioso, la miró con los ojos entrecerrados.

—Será mejor que esta vez me derribes —le advirtió, yendo hacia ella.

Dee le tomó la palabra e hizo todo lo posible por darle en la cabeza, pero él no dejó que el pesado cubo lo detuviese. Aunque la pesada madera se estrechó contra su espalda al agacharse, consiguió sujetarla por la cintura antes de que la joven pudiese alejarse. El ranchero se irguió, la levantó en sus brazos y se la echó al hombro, donde quedó colgando boca abajo como si fuera un saco de harina.

Cuando Lucas se dirigió a la casa, Dee descubrió que no podía hacer nada en aquella postura. El brazo izquierdo del ranchero le bloqueaba las piernas y el único objetivo que podía alcanzar con los puños eran los muslos y las nalgas de su oponente. Sujeta como estaba, hizo lo único que se le ocurrió: le mordió.

Él rugió de rabia y dolor, y le dio una fuerte palmada en el trasero. Dee gritó al notar el impacto, pero después intentó morderlo de nuevo. Con rapidez, Lucas la bajó del hombro para dejarla en el porche, la cogió por la parte de atrás del cuello de la camisa y la arrastró hasta el interior de la casa.

En cuanto la soltó, ella se irguió y lo atacó con todas sus fuerzas.

—Me gusta que luches conmigo —admitió él con tono de admiración. Sin parar de reír mientras esquivaba sus puñetazos, la agarró por los brazos y la obligó a retroceder hasta la pared.

Dee luchaba con la intención de ganar, y eso significaba utilizar todos los medios a su alcance. Tener los brazos sujetos era un obstáculo, así que recurrió a las patadas, intentando acertarle en la entrepierna. Él dejó de reírse de inmediato cuando una de las patadas le dio en el muslo, y decidió resolver el problema aplastándola con su cuerpo contra la pared.

—Intenta luchar ahora —susurró, jadeante.

Ella lo intentó, retorciéndose y empujando, pero, con la pared detrás y el pesado cuerpo de Lucas delante, no tenía espacio para maniobrar. Pataleó, y él usó su movimiento para meter las piernas entre las de Dee. Sin darle tiempo a reaccionar, la levantó del suelo y le mantuvo las piernas abiertas mientras apoyaba la pelvis en ella.

Dee dejó de luchar, sabiendo que no podía ganar y que sólo conseguiría aumentar la fuerte presión de aquel miembro erecto entre sus piernas. Vencida, apoyó la cabeza en la pared y dijo entre jadeos:

—Suéltame, maldito seas.

En vez de hacerlo, él la levantó más y, con ademán hambriento, le besó el pecho. El calor húmedo penetró las distintas capas de ropa y la joven sintió que el pezón se le endurecía ante el ardiente ataque de su boca. La rabia se mezcló con la pasión, hasta que se dio cuenta de que ambas emociones iban unidas en todo lo concerniente a Lucas.

El ranchero le soltó los brazos para poder abrirle la blusa y, sin aquel apoyo, ella cayó hacia delante, quedando aún más cerca de la rígida erección del ranchero. Una ola de puro deseo la recorrió, haciéndola jadear, y en vez de usar su recién adquirida libertad para luchar contra él, hundió los dedos en el pelo de su adversario. Lucas le desgarró la blusa con manos salvajes e hizo lo mismo con la combinación. Sostuvo los pechos desnudos en las manos, los apretó, y su barbilla sin afeitar arañó la suave piel de Dee al meterse primero un pezón en la boca y después el otro.

La joven se arqueó, entre jadeos y gemidos. Lucas disfrutó del sonido y la besó en la boca con rudeza, sin dejar de acariciarle los senos. Ya no podía parar; tenía que poseerla, tenía que satisfacer el hambre ardiente y salvaje que los quemaba a ambos. Metió la mano bajo la falda y le desató los lazos de la ropa interior, dejándola caer.

Al darse cuenta de lo que implicaba lo que estaba ocurriendo, Dee se quedó quieta durante un instante, apartó la cabeza y cerró los ojos. Ya había estado desnuda delante de él, pero no se había sentido tan expuesta y vulnerable como en aquel momento. El ranchero se retiró un poco y dejó que la joven cerrase las piernas, de modo que los pololos le cayesen hasta los tobillos.

—Quítatelos —le ordenó.

Ella obedeció sin pensar y Lucas volvió a sujetarla con el peso de su cuerpo, apretándola contra la pared para dejarla indefensa. Todavía tenía las manos dentro de la falda, sobre la piel desnuda, acariciándole las nalgas y los muslos hasta que, finalmente, llegó hasta su zona más íntima.

Dee contuvo el aliento, sin atreverse siquiera a respirar de lo mucho que esperaba y ansiaba aquel instante. Lucas movió la mano lentamente, acariciando con suavidad los húmedos pliegues que se abrían ante él y que no habían conocido el tacto de ningún otro hombre. El escalofrío de placer que atravesó a la joven resultó casi cruel, y tan fuerte, que Dee se estremeció salvajemente entre sus brazos. El ranchero la sostuvo, torturándola sin piedad mientras exploraba todos sus secretos. Un largo dedo invasor se introdujo un par de centímetros en su interior, y ella estuvo a punto de gritar de la impresión, pero abrió más las piernas y le dejó hacer sin protestar. Dee se retorcía y le clavaba las uñas en los hombros, mientras el largo dedo de Lucas, bañado en la humedad del deseo femenino, buscaba la pequeña protuberancia que conformaba el centro del placer de Dee, acariciándolo en círculos, moviéndose adelante y atrás, haciendo que ella perdiese el control y gritase entrecortadamente.

—Dios, qué hermosa eres —murmuró, observando cómo la piel de la joven se sonrojaba salvaje y gloriosamente a causa de la pasión. No había palabras para describir lo bella que aparecía ante sus ojos, con la cabeza echada hacia atrás y los pechos desnudos agitándose por la fuerza de su respiración. Se había encendido como un fuego descontrolado en el bosque, tal y como él imaginaba.

Dee era como seda húmeda entre las piernas, tan suave y caliente que Lucas creyó estallar sólo con tocarla. La sostuvo con fuerza e introdujo el dedo en su interior más profundamente, utilizando el pulgar para acariciarla y mantenerla excitada, de modo que no se resistiese a la penetración. Dee se agitaba, entre gemidos, y sus músculos internos se contraían en torno al dedo de Lucas, ajustándose a él tan perfectamente que estuvo a punto de gruñir, pensando en lo que sentiría al notar lo mismo en su excitado miembro. No tardó mucho en encontrarse con la resistencia sorprendentemente firme de su virginidad, y supo que aquel acto inicial no sería fácil para ninguno de los dos.

Su mano había logrado llevarla casi hasta la cima del placer, y la joven se movía y arqueaba sin control ante aquella terrible y exquisita tensión.

—Tranquila, pequeña, tranquila —susurró Lucas mientras metía el muslo entre las piernas de Dee, acariciándola con él. El calor de la joven lo quemaba incluso a través de los pantalones—. Yo te enseñaré.

Le puso las manos en las caderas y empezó a mecerla contra su pierna. Ella se estremeció y gimió cada vez más fuerte al sentir que el fuego que consumía su interior se intensificaba. El fuerte muslo que la sostenía servía tanto para aliviarla como para aumentar su necesidad, logrando que se sintiera indefensa. Empezó a sollozar y a golpearlo con los puños cerrados, pero él se limitó a subirla más, de modo que los pies de la joven dejaron el suelo y tuvo que sentarse a horcajadas sobre la pierna de Lucas. Las duras manos del ranchero siguieron moviéndole las caderas a aquel ritmo enloquecedor hasta que ella no pudo aguantarlo ni un segundo más, y sintió que todos los músculos de la parte inferior de su cuerpo se estremecían, temblorosos, y que sus sentidos estallaban en una tormenta de sensaciones. Una poderosa oleada de éxtasis se apoderó de ella y, finalmente, la dejó tan débil como a un gatito, apenas coherente, inerme por completo en brazos de Lucas.

Sin darle tiempo a reaccionar, él la dejó en el suelo y la tumbó. La pasión que sentía era patente en la tirantez de su expresión mientras se desabrochaba los pantalones. Si se detenía para llevarla al dormitorio, era posible que Dee se recuperase lo suficiente para empezar a luchar de nuevo, y Lucas perdería por completo el control si no la poseía de inmediato. Nada era fácil con aquella mujer, y, sin duda, hacerle el amor tampoco lo sería; tras haber comprobado la resistencia de su virginidad, sabía que le dolería.

Le subió la falda hasta la cintura y le abrió las piernas, para después situarse entre ellas. Un sonido gutural surgió de la garganta de la joven, y sus esbeltas piernas rodearon las caderas del ranchero. Lucas la besó y respiró aliviado al sentir que ella abría los labios con languidez y le pasaba lentamente los brazos por detrás del cuello. El bebió de la dulzura de aquella respuesta mientras bajaba una mano para guiar su grueso miembro hacia la pequeña y suave abertura que lo esperaba. Entró en ella con un movimiento fuerte y decidido, sin detenerse ante la resistencia interna pero sin rudeza. Fue plenamente consciente de la conmoción que recorrió el cuerpo de Dee cuando la penetró y las paredes virginales se cerraron en torno a él como si pretendiesen evitar que siguiera adelante. La sensación superó con creces todo lo que había imaginado. Ella estaba caliente, húmeda, enloquecedoramente prieta, y la sentía a su alrededor como jamás había sentido a ninguna otra mujer.

Entonces, Dee gritó. Su protesta era una mezcla de dolor y furia, justo lo que él esperaba. Algunas mujeres yacían dóciles bajo un hombre dominante, pero ella lo empujaba con sus manos y su cuerpo se retorcía y arqueaba, intentando liberarse de él. Todo lo que ocurría aumentaba su ira: el dolor ardiente de la dura penetración, el peso del cuerpo que la sujetaba, verse completamente indefensa ante la intrusión masculina... No podía aceptarlo; luchaba contra la dominación, contra la conquista de su ser.

Lucas la mantuvo sujeta con todo su peso y la fuerza de hierro de sus manos y piernas, dejando que la joven se desahogara hasta acostumbrarse a la invasión de su cuerpo. Su feroz lucha hacía que se moviera como si él siguiese empujando, y el ranchero tuvo que apretar los dientes para quedarse lo más quieto posible. Esperó, con una paciencia que desconocía poseer, a que ella se cansase, a que el dolor disminuyese, a que la joven empezase a disfrutar del placer de sentir un hombre dentro de ella, explorando su interior. Dee era apasionada por naturaleza, y él ya le había enseñado la cima del placer físico, así que Lucas esperaba que la joven no pudiese contenerse durante mucho más tiempo.

La rendición llegó poco a poco: ella ya estaba cansada tanto por su pelea previa como por su clímax. El ranchero sintió cómo Dee relajaba los músculos, al parecer contra su voluntad, ya que, casi de inmediato, los contraía de nuevo para expulsarlo; pero las pausas entre aquellos movimientos se hicieron más largas hasta que, por fin, cesaron. Se quedó quieta bajo el poderoso cuerpo masculino, con la respiración agitada y los ojos cerrados para no ver el evidente triunfo que podía leerse en la mirada de Lucas.

Él le besó la frente y le apartó con ternura los mechones de pelo negro de la cara.

—¿Todavía te duele? —murmuró junto a su sien.

Dee se movió, inquieta, y puso las manos en las caderas del ranchero, como si no supiese si abrazarlo o empujarlo.

—Sí, y no me gusta. —Pero la honestidad la impulsó a seguir hablando—. Aunque no me duele tanto como al principio.

—Quédate quieta un poco más, pequeña. Si te sigue doliendo entonces, pararé.

La joven se quedó en silencio y empezó a respirar con más tranquilidad. Lucas se movió sobre ella, disfrutando de ser acogido en su cálido y húmedo interior. El control que ejercitaba para no poseerla como un salvaje empezaba a pasarle factura, haciendo que una fina pátina de sudor cubriese su espalda.

—Maldito seas, sabías que sería así, ¿verdad? —La joven probó a contraer los músculos internos que rodeaban el duro miembro que la invadía, relajándose un poco al comprobar que no le dolía.

—Dios —exclamó Lucas, tensándose—. Pequeña, por favor, no te muevas.

—El suelo está muy duro —respondió ella en voz baja—. Al menos podías haberme puesto en la cama.

—Llegaremos a la cama —le prometió, rozándole los labios con los suyos. Por el momento, estamos bien, pensó.

Ella abrió los ojos, y le atravesó con una solemne e inquisitiva mirada.

—Lo que me has hecho sentir antes... ¿Esto va a ser igual?

—Sí, si consigo que me desees lo suficiente.

Ella rió en voz baja y levantó las rodillas para colocarlas a la altura de la cadera de Lucas.

—Sí, te deseo.

—¿Lo suficiente?

Dee sabía lo que le preguntaba, y sus sombríos ojos verdes se encontraron con los intensos ojos azules del ranchero.

—Sí, lo suficiente.

El se movió con cuidado hasta que todo su miembro quedó alojado en el interior de la joven. Dee ahogó un grito y arqueó el cuerpo contra él, mientras Lucas se retiraba con la misma lentitud que había entrado.

—¿Quieres que pare? —preguntó para asegurarse.

—No —admitió ella con voz estrangulada, aferrándose a él con desesperación—. Oh, no.

—No sé si podré aguantar lo suficiente para satisfacerte esta vez —confesó el ranchero con brusca honestidad, penetrándola de nuevo.

Dee le rodeó las caderas con más fuerza a modo de respuesta y se elevó hacia él ofreciéndole su cuerpo, igual de generosa que Lucas al darle placer. El ranchero no necesitó más: empezó a moverse dentro de ella, embistiéndola una y otra vez con un ritmo poderoso. Dee lo acogió en su interior, aceptando su derrota. Con un grito tenso, Lucas se quedó rígido y se estremeció con fuerza mientras eyaculaba ferozmente en el interior de la joven.

Una hora más tarde, se hallaban desnudos sobre la cama, exhaustos y casi dormidos. Apenas recuperados del primer encuentro, él se había excitado de nuevo, y, aquella segunda vez, la había llevado a la cama y habían terminado de quitarse la ropa. Dee descubrió que hacer el amor podía ser un cálido y lánguido enredo de cuerpos, y que el resultado era la misma intensa explosión de placer.

Lucas la había atormentado durante largos minutos, logrando enardecerla hasta tal punto que, cuando por fin llegó al momento culminante, lo había arrastrado con ella en su locura.

El ranchero había hecho el amor con muchas mujeres, pero ninguna le había hecho sentir como Dee. Poseerla era como alcanzar una ardiente cima a la que nunca antes había llegado. Estaba fascinado por los cambios que la pasión provocaba en el cuerpo femenino, desde la firmeza de los pezones a la humedad que surgía de su interior cuando se excitaba. Era una luchadora, tanto en la cama como fuera de ella, y daba tanto como tomaba. Lucas había imaginado que hacerle el amor sería placentero, pero no que se convertiría en un acto tan agotador como estimulante, parecido a montar y conquistar una ola hasta que rompía en la playa.

Por un momento sintió una punzada de pánico: hacer el amor con otra mujer después de haber estado con Dee sería como cambiar la fuerza del whisky por los efectos sedantes de la leche caliente. Intentó apartar la idea y el pánico..., pero seguían volviendo.

Ya no podría sentirse satisfecho con Olivia. Antes de conocer a Dee, estaba seguro de que la hija del banquero era la esposa que quería: una mujer bien educada que supiese ser una gran anfitriona y se sintiese cómoda entre políticos y millonarios. Pensaba en ella como una buena inversión, al igual que pensaba adquirir más tierras, pero, en una sola tarde, aquellos planes habían quedado reducidos a cenizas. Era una suerte que se hubiera contenido y no le hubiera pedido a Olivia que se casase con él; la joven se merecía mucho más que un marido que no pudiese quitarse a otra mujer de la cabeza.

Pensó en Denver y en el laberinto político que debería sortear para construir la base de poder necesaria con la que poder influir en las decisiones que cambiarían el destino de Colorado. Habría recepciones y cenas, maniobras sin fin que tendrían lugar en acontecimientos sociales. Estaba dispuesto a hacerlo con tal de convertir el Doble C en un imperio, incluso quizá para facilitarle a uno de sus hijos el puesto de gobernador, pero se había imaginado a Olivia a su lado durante aquellos interminables actos de sociedad, intuyendo que sus modales sosegados y refinados serían perfectos para la situación.

Por mucho que lo intentara, no podía imaginarse a Dee allí. No podía verla atendiendo a los caprichos de un político vanidoso sino atravesándolo con su afilada lengua. No, la joven no encajaba en absoluto en la vida que había planeado, aun suponiendo que estuviese dispuesta a intentarlo, cosa que dudaba. Le había dejado muy claro que le gustaba su vida y no tener a nadie que le dijese lo que debía hacer. A veces..., bueno, la mayor parte del tiempo, le daban ganas de cogerla por los hombros y sacudirla para que entrase en razón, pero, por otro lado, aquella bella mujer se merecía todo su respeto: hacía falta tener mucha voluntad para hacer lo que había hecho ella, y era poco probable que estuviese dispuesta a someter esa férrea voluntad a la de un hombre.

¿Dónde le dejaba eso? Justo donde estaba, y no le gustaba la idea. Había aprendido a no hacer suposiciones con respecto a Dee, y que le hubiera hecho el amor dos veces no quería decir que ella lo considerase su amante, ni que se entregase sin luchar la siguiente vez. Y, aunque no luchase, se resistiría con todas sus fuerzas a permitir que el ranchero formase parte del resto de su vida.

Decidió dejar los perturbadores pensamientos para otro momento. Ahora la joven dormía entre sus brazos y él estaba exhausto, con una satisfacción física que le calaba hasta los huesos. La abrazó estrechamente, disfrutó de la sensación de aquel suave y cálido cuerpo que yacía desnudo junto a él, y se quedó dormido.

El sol se estaba poniendo cuando Dee se despertó. Durante un instante se sintió completamente desorientada, sin saber qué hora era ni en qué día estaba. Nunca se había quedado dormida antes de que cayese la noche, pero, por el ángulo del sol, comprobó que la tarde llegaba a su fin. Estaba demasiado aturdida para entenderlo hasta que se despertó lo suficiente para darse cuenta de que no estaba sola en la cama. Aquello en sí resultaba sorprendente, pues nunca antes había compartido la cama con nadie. Pero entonces, la cruda realidad la golpeó con una fuerza aplastante: estaba en la cama con Lucas, y los dos estaban desnudos porque él le había hecho el amor.

No se avergonzaba en absoluto de lo ocurrido; sin llegar a entenderlo, algo en su interior le decía que aquello estaba bien. Pero sí sentía la necesidad de reforzarse, de volver a establecerse como individuo después de ofrecer su cuerpo sin reservas. Había luchado contra aquella dominación natural hasta que su cuerpo traidor había empezado a temblar de placer.

Se movió con cuidado, sintiendo un dolor desconocido en los muslos y la parte más íntima de su cuerpo, y el movimiento hizo que notara algo pegajoso. Otra dosis de realidad la golpeó de forma brutal: Lucas había derramado su semilla dos veces dentro de ella y podía haberla dejado embarazada.

Como habían hecho las mujeres durante miles de años contó los días hasta su siguiente flujo mensual. Tendrían que pasar dos semanas para saber si se había quedado en estado, dos semanas de miedo y preocupación, porque su vida resultaría imposible si tuviese un bebé.

Lucas se acercó a ella y le acarició con delicadeza el pecho en un gesto posesivo. La joven no se había dado cuenta de que estaba despierto hasta aquel instante y levantó la mirada rápidamente, pero la bajó al comprobar la victoria que brillaba en los ojos del ranchero.

—¿En qué estás pensando? —le preguntó Lucas en un tono de voz profundo y perezoso, con la labios sobre su pelo.

—En que no podemos volver a hacerlo. —Lo miró de nuevo, con una expresión algo angustiada.

Aquella mirada calmó la furia que las palabras habían provocado en Lucas.

—¿Por qué no, pequeña? Te ha gustado, ¿no? —Le apartó con ternura el pelo de la cara.

—Ya sabes que sí —admitió ella con voz firme—. Pero ahora podría estar embarazada.

El guardó silencio, frunciendo ligeramente el ceño. Un bebé. En el salvaje placer de la posesión, no había pensado en las posibles consecuencias.

—¿Cuándo lo sabrás?

—En unas dos semanas. Un poco más.

Lucas le acarició de nuevo el pecho, cautivado por su textura de satén. Dee era suya, maldita sea, y no pensaba renunciar a ella.

—Hay formas de evitar un embarazo.

—Lo sé —repuso ella en tono agrio—. Sólo tengo que mantenerme lejos de ti.

El sonrió y la besó con rudeza.

—Aparte de ésa. Te conseguiré una esponja.

—¿Qué quieres decir? —inquirió, curiosa—. ¿Cómo voy evitar el embarazo con una esponja?

—No sé cómo funciona, pero las mujeres las llevan usando cientos de años. Es una esponjita que tienes que empapar en vinagre y meterte dentro.

Dee se ruborizó y se puso de pie de un salto, lejos de las manos exploradoras del ranchero. Él se rió y la atrapó, devolviéndola a la cama. Ella no opuso excesiva resistencia, sólo se sentía molesta y avergonzada por la idea, así que Lucas sonrió mientras la sometía.

—¿Cómo has aprendido algo así? —explotó, mirándolo con furia—. Es un truco que utilizan las prostitutas, ¿verdad?

—Supongo que las prostitutas lo conocerán, pero también lo utilizan otras mujeres. —No respondió a su pregunta. Había llevado una vida salvaje en Nueva Orleáns y en otros lugares, pero ella no tenía por qué saberlo.

Dee giró la cabeza para no verlo porque intuía que había aprendido el truco de otras mujeres. Parte de ella se sentía aliviada de que existiese una solución, pero otra parte quería, como una niña, que las cosas volviesen a ser como antes de aquella tarde, cuando desconocía la forma en que su cuerpo podía reaccionar al de él, antes de sentir su miembro endurecido dentro de ella, poseyéndola en cuerpo y alma.

Todo había cambiado, y no podía deshacerlo.

Claro que, la pregunta era si realmente quería deshacerlo. Se sentía como si hubiese saltado de cabeza a un negro abismo. Estaba aterrada, y la pasión recién descubierta la obligaba a explorar lugares donde nunca había estado. Si de verdad deseaba que todo volviese a ser como antes, tendría que desear que Lucas no estuviese en su vida, que nunca hubiese aparecido en su puerta..., y eso no podía hacerlo. Aunque la pusiera furiosa, aunque estuviese decidido a salirse con la suya, la hacía sentir cosas que nunca hubiera imaginado posibles, la hacía sentir viva.

Por desgracia, se había enamorado de él.