—No se preocupe, señora —la tranquiliza el cocinero—. Su casa nunca llegará a estar tan desordenada como mi cocina…

Champignon y la madre de Aquiles, que trabaja de costurera, se sientan a una mesa cubierta de camisetas y camisas que esperan un remiendo o un golpe de plancha.

—Ya sé lo que hizo mi hijo el domingo pasado —dice enseguida la madre de Aquiles—. Créame que le repito todos los días que se porte bien, pero ese chico…

El cocinero la interrumpe.

—Su hijo es muy simpático y con nosotros siempre se ha portado bien. No he venido aquí por lo que sucedió el domingo, sino solamente para preguntarle si últimamente Aquiles ha tenido algún problema personal. Habla poco, parece nervioso…

—Es verdad —confirma la madre—. Le ha sentado mal lo de su hermano…

—¿No iba a volver a casa a pasar unos días? —pregunta Champignon.

—Iba —aclara la señora—. Pero Héctor se peleó con un compañero de la cárcel y le suspendieron la licencia. Aquiles ya le había comprado un regalo con sus ahorros. Están muy unidos.

—¿Héctor es ese? —pregunta el cocinero, señalando una foto.

—Sí —responde la mujer con una sonrisa maternal.

En la foto que cuelga de la pared, Aquiles tiene dos años y sonríe sobre los hombros de un chico idéntico al actual Aquiles. Al fondo se ve el mar.

—¡Mirad, ahí viene el capitán! —anuncia Sara.

Tomi entra por la verja de la parroquia apoyando un solo pie, con la ayuda de un par de muletas y manteniendo levantado el tobillo enyesado.

—¿Ya te has puesto en pie, capitán? —le pregunta Becan.

—Sí —responde el delantero—. Estoy haciendo una prueba, a lo mejor me recupero para el domingo…

Los Cebolletas sonríen.

—¿Así que tenemos buenas noticias? —inquiere Tomi, indicando el tablón de anuncios con una señal de la barbilla.