—¡Mechones! —exclaman a coro los gemelos.

El poni se acerca lentamente a la valla, donde se han agrupado los chicos, y se deja acariciar.

—Pero ¿no lo habían llevado al matadero? —pregunta Lara, con los ojos como platos por la sorpresa.

—Lo conseguimos evitar —responde Pavel.

—¡Es una preciosidad! —dice João, acariciándolo.

—Pero ¿no lo habíais comprado? —pregunta Becan.

—Como sabes, fue una idea de nuestro padre —contesta Ígor—. Un colega periodista que se ocupa de hípica se había enterado de que querían sacrificar a un caballo. Mechones hacía concursos de salto y era bueno, pero un día se rompió una pata.

—¿Y no podían curarlo? —se interesa Tomi.

—Para un caballo es difícil recuperarse de una fractura —explica Camilo—. Es casi imposible que vuelva a competir y por eso se convierte en una carga para un centro hípico. Tienen que gastar dinero para mantenerlo, aunque él ya no podrá ganar ningún premio.

—No me parece una razón suficiente para deshacerse de él —comenta Dani.

—No —prosigue Pavel—. Pero la hípica quería recuperar un poco de dinero y se lo compramos, como ya sabéis. Pero unos ladrones se lo robaron a Camilo y, cuando se cansaron de él, decidieron enviarlo al matadero, para ganar algo de dinero. Menos mal que el amigo de mi padre lo vio cuando estaba a punto de entrar en la sala de los sacrificios y lo salvó.

—Pues yo he comido filetes de caballo —tercia Fidu—. Y están buenísimos.

Se vuelven todos indignados a mirar al portero.

—¿Serías capaz de comerte a Mechones? —pregunta Sara, espantada.

—¡No, qué va! —se corrige enseguida Fidu, levantando los hombros en señal de rendición—. ¡No he dicho que quisiera comerme a Mechones! Lo único que he dicho es que una vez probé un filete de caballo…

Mechones relincha como si hubiera comprendido las palabras del guardameta y estuviera preocupado.

—Si hemos hecho todo lo que hemos hecho —insiste Ígor— es precisamente para que no acabara convertido en filetes. Aquí está estupendamente: Camilo lo cuida y no le falta de nada.

—¡Fantástico! —exclama Lara—. Sara y yo hemos dado algunas clases de equitación. ¿Nos dejaréis un día dar un paseo a lomos de Mechones?

—Todavía es pronto —replica el campesino—. Tiene que curarse del todo la pata. Hace poco que dejó de cojear. Y en un mes estará encantado de llevar de paseo a dos señoritas tan guapas…

Hoy es tarde de entrenamiento.

Tomi y Nico, que han llegado antes de tiempo a la parroquia, estudian los resultados de la primera jornada, colgados en el tablón de anuncios junto a la crónica del partido contra el Club Huracán y los comentarios.

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—Los Leones de África han ganado y comparten el primer puesto con los Huracanes —observa Nico.

—Pero estamos a un solo punto —comenta Tomi—. Y dentro de dos semanas nos enfrentaremos con los Leones. ¡Si les ganamos nos pondremos por delante!

—Para eso primero tendremos que derrotar el próximo domingo a los Capitostes, que van por detrás de nosotros pero que en la ida nos ganaron —advierte el número 10—. No lo olvidemos.

—¡Sí, pero ahora somos un equipo distinto! —rebate el capitán—. Entonces era el segundo partido que disputábamos entre equipos de once jugadores, pero ya nos hemos acostumbrado. Mira lo que ha escrito Tino: «De China ha regresado un número 10 totalmente cambiado. En lugar del pececito que boqueaba en medio del campo ahora es un faro que ilumina a su equipo. El ajedrez ha perdido a un gran jugador, pero los Cebolletas se han encontrado con todo un Özil. Nota: 8.».

Nico sonríe incómodo y se vuelve hacia el capitán.

—Y mira lo que ha escrito Tino sobre ti: «Con el doblete contra los Huracanes, Tomi ha superado a Rafa: ya lleva siete goles en el campeonato contra cinco del italiano. En la ida, la estrella de los Cebolletas fue el Niño. ¡El capitán se ha vuelto a hacer con el control del equipo! Nota: 9.». No está mal, ¿verdad?

Ahora el que está ruborizado es Tomi:

—Bueno… —murmura—. Procuremos entrenarnos con empeño si queremos más elogios de Tino.

Recogen sus bolsas y se dirigen hacia el vestuario.

Gaston Champignon organiza una divertida fiesta «de carretillas».

Divide a los Cebolletas por parejas. Uno agarra de los tobillos a su compañero, que avanza con las manos sobre el suelo. Al llegar al centro del campo se cambia: el que estaba de pie hace de carretilla durante el recorrido de vuelta hasta la línea de meta.

La carrera termina con un sprint entre el Niño, que lleva a Fidu por los pies, y Julio, emparejado con Sara.

El italiano y el portero parecen ganar terreno.

—¡Vamos, más rápido! —le azuza Rafa.

Fidu, resoplando, intenta acelerar, pero se excede, pierde el equilibrio hacia delante y cae despatarrado, con la barriga por tierra, como la piel de un oso delante de una chimenea… El Niño se tropieza y le cae rodando encima.

Los Cebolletas echan a reír, mientras Sara, que avanza con gran agilidad, como un saltamontes en un prado, supera la línea de meta y lo celebra con Julio.

También es divertido el ejercicio técnico que el cocinero-entrenador organiza en la segunda parte del entrenamiento…

Monsieur Champignon dibuja en el suelo un campito de cinco metros por tres y coloca dos pequeñas porterías en el centro de cada lado corto del rectángulo. Luego explica en qué consiste el juego.

—Será un dos contra dos. Cada jugador saldrá de una esquina del campo con dos balones al pie, así que cada equipo dispondrá de cuatro balones y se podrá marcar un máximo de ocho goles. Ganará el equipo que meta más pelotas en la portería del rival. Si la pelota sale del rectángulo no se puede seguir jugando con ella. ¿Alguna pregunta?

Gaston distribuye los chalecos de colores para formar los equipos y pita el comienzo del curioso torneo.

Cada pareja estudia una estrategia. La que idean Nico y Pavel es muy especial: en cuanto pita Champignon, el número 10, muy preciso en sus disparos, lanza sus dos balones directamente desde la esquina. Uno acaba en la portería de Bruno y Elvira, pero el otro sale por muy poco. Nico va luego corriendo a defender su puerta, con los dos balones que le ha dejado Pavel al lado, antes de subir al ataque.

Bruno y Elvira avanzan empujando cada uno sus dos pelotas y disparan a meta. Nico rechaza tres chutes y encaja un gol, así que de momento el resultado es de 1-1.

Pero en ese momento, el número 10 pasa a toda velocidad a Pavel los dos balones que le había dejado, y su compañero, libre de marcaje, los empuja al fondo de la red: ¡3-1!

Superbe! —aplaude el cocinero-entrenador—. ¡Una táctica fantástica!

Este ejercicio festivo es sumamente útil porque, además de la táctica, entrena el control del balón y los reflejos. En efecto, cada Cebolleta debe tener bajo control al mismo tiempo sus dos balones y los otros seis que están en juego.

La estrategia escogida por Dani y Fidu es un fracaso estrepitoso.

El portero propone:

—Dejemos tres pelotas delante de nuestra portería y vayamos a meter gol con la cuarta. Luego volveremos a por las demás.

En cuanto ven avanzar a sus adversarios, Julio y Becan lanzan fuera del campo sus balones y, en lugar de defender su puerta, echan a correr como alma que lleva el diablo a la espalda de Dani y Fidu y meten en la red los tres balones que se habían quedado ahí: ¡3-1 para ellos!

Fidu se rasca la cabezota, comentando:

—Tengo la impresión de que hemos fallado en los cálculos, Dani…

Los Cebolletas se mueren de la risa.

Nico y Pavel juegan en la final contra Lara y João. Parecen los favoritos, pero la gemela tiene una idea genial…