Gaston Champignon y Nico van en el cochecito decorado con flores del cocinero-entrenador. Se mueven muy despacio porque la plaza del Conde de Casal está llena de coches y de hinchas que se dirigen hacia el estadio del Bernabéu, con bufandas y banderas blancas. Es domingo por la tarde y falta menos de una hora para que salte al campo el Real Madrid.
En el cielo las golondrinas también parecen apresurarse para no perderse el espectáculo. ¿Sabes lo que dice el refrán? «Una golondrina no hace la primavera». Pero aquí hay más de una… Y, de hecho, la primavera ya ha llegado, trayendo consigo un hermoso sol tibio y unos días cada vez más largos.
Antes de entrar en el Bernabéu, monsieur Champignon compra una bocina de fútbol en un puesto.
—¿Tiene la intención de montar mucho jaleo? —le pregunta Nico, divertido.
—No, la utilizaré en nuestros entrenamientos —responde el cocinero.
El locutor anuncia las alineaciones, el árbitro pita y empieza el encuentro.
—Te aconsejo que prestes especial atención a los movimientos de Özil, el número 10 del Real Madrid —sugiere Gaston Champignon.
—De acuerdo —contesta Nico—, aunque mi favorito en realidad es Xabi Alonso, porque lo sabe hacer todo: ataca, defiende, tira los penaltis, marca goles…
—Sí, pero tendrías que tener sus piernas y sus pulmones para imitarlo en un campo grande —rebate Champignon—. Será mejor que te concentres en Özil, que no corre tanto. Cuando vuelvas a vestir tu gloriosa camiseta número 10, ¡nos serás muy útil ocupando su posición!
Nico sonríe y sigue el balón con la vista.
Como recordarás, el lumbrera de los Cebolletas abandonó el equipo a mitad de la fase de ida, desanimado por las dificultades que le planteaba la nueva liga. Jugar en un campo de once jugadores es un deporte muy diferente al fútbol entre siete. El pequeño director de juego de los Cebolletas, enfrentado a adversarios más fuertes y experimentados, flanqueado por mediocampistas poderosos como Bruno y Aquiles, se sintió falto de preparación y pensó que era perjudicial para su equipo, hasta el punto de que decidió irse de los Cebolletas y dedicarse al ajedrez.
Pero en China recuperó el entusiasmo y la fe en sí mismo, entre otras cosas gracias a los sabios consejos del abuelo de Chen. De modo que ha decidido volver a incorporarse a los Cebolletas y ahora su entrenador está tratando de enseñarle a desempeñar una nueva función. Con la ayuda de Özil…
—¡Míralo! —le advierte Champignon al cabo de un cuarto de hora.
El jugador del Real Madrid ha recibido un balón de Di María al borde del área. Se vuelve hacia la derecha, por donde llega Sergio Ramos a la carrera, y finge cederle la pelota. En lugar de eso, sin mirar hace un pase vertical a Cristiano Ronaldo, que ha echado a correr al límite del fuera de juego. El balón atraviesa un bosque de piernas y el delantero centro portugués se planta solo ante el guardameta, remata de primeras y marca.
El estadio prorrumpe en un estallido de alegría. También se pone en pie Nico que, por su gran admiración a Xabi Alonso, se ha convertido en un hincha del Real Madrid.
—¡Era la primera vez que Özil tocaba la pelota! —exclama el sabelotodo.
—Exacto —confirma Champignon—. Aunque no ha intervenido tanto en el juego como Sergio Ramos, que lleva recorridos veinte kilómetros, ni como Xabi Alonso, que ya ha dado al menos diez pases largos. Sin él, el Real Madrid seguiría empatado a cero, como nos pasó a nosotros contra los Balones de Oro; con su pausada visión y anticipación ha conseguido girar el partido en un momento. ¿Entiendes lo que te quiero decir?
Nico contesta con una sonrisa. Pues claro que lo entiende. Su entrenador le está proponiendo que se convierta en el Özil de los Cebolletas. Por eso le ha llevado a ver al Real Madrid en el Bernabéu.
¿Te acuerdas del partido contra los Balones de Oro? Nevaba. Los Cebolletas atacaron desde el silbido inicial, pero en todo el partido nadie logró dar un pase de la muerte a Tomi o Rafa. Así fue como los Balones de Oro, los penúltimos de la clasificación, lograron empatar a cero y llevarse un punto a casa.
Durante la fase de ida los Cebolletas han mejorado mucho, han hecho grandes progresos y se han familiarizado con el campo grande. Quizá al equipo solo le falta una cosa: un pequeño eslabón que conecte el centro del campo con el ataque, es decir, un jugador de gran clase que pueda dar buenos pases a los delanteros. Como ha hecho Özil con Cristiano Ronaldo.
Nico ya no tiene miedo de perjudicar a su equipo. Sigue atentamente al número 10 del Real Madrid, que corre pero sin cansarse demasiado. El chico se alegra como si ya se viera imitando a Özil en el campo. Sonríe y piensa: «¡En la fase de vuelta los Cebolletas tendrán a un gran Nicözil!».
Armando, el padre de Tomi, está conduciendo el autobús número 54. En una parada ve subir a una chica con dos largas trenzas rubias, un mapa de Madrid en la mano y los auriculares del iPod metidos en las orejas. Es una belleza. Lleva un vaporoso vestido de flores azules y botas vaqueras de piel.
Una señora bastante mayor, cargada con dos bolsas de plástico en una mano, se acerca al chófer con cara de enfado y le dice:
—¿Le molestaría cerrar la boca y las puertas y echar a andar de una vez? Me gustaría meter mis helados en la nevera.
Armando mete la primera, ligeramente turbado.
La chica rubia estudia con atención el mapa y de vez en cuando mira por la ventana, tratando de orientarse.
El padre de Tomi se apresura a darle una explicación.
—En ese cartel está escrito «Prohibido hablar con el conductor», pero no le haga caso. Si necesita información no dude en pedirla, señorita.
La chica de las trenzas sonríe.
—Muy amable. En efecto, creo que me he perdido… Voy al paseo de la Florida. ¿Sabe usted dónde tengo que bajar?
—¡Pues claro, yo vivo en esa calle! —dice Armando—. La avisaré cuando lleguemos a la parada.
La chica, que habla correctamente el español pero con un poco de acento, le da las gracias con una hermosa sonrisa y se pone de nuevo los auriculares de su iPod. Baja justo enfrente de la parroquia de San Antonio de la Florida, donde está el campo de los Cebolletas.
En el autobús, un chico se acerca a Armando y le amonesta con tono de decepción.
—¿Por qué ha dejado que se bajara? No había visto nunca una chica tan guapa…
—Ni yo… —suspira el padre de Tomi, pero arranca de inmediato, en cuanto se da cuenta de que la señora de los helados lo está mirando con severidad.
En el vestuario, los miembros de los Cebolletas que han ido a China cuentan a sus compañeros sus maravillosas vacaciones.
Fidu tiene curiosidad.
—Y vosotros, ¿en qué os habéis gastado el dinero que ganamos a la lotería? —pregunta a los gemelos.
—Pronto lo veréis —contestan Pavel e Ígor poniendo cara de misterio.
—¿Cuándo? —replica João.
—Lo siento —responde Ígor—. Tendréis que esperar, así la sorpresa será mayor.
Como recordarás, diez Cebolletas ganaron diez mil euros a la lotería y ocho los emplearon para pagarse el viaje a China. Pero los gemelos no se apuntaron a esas vacaciones. ¿En qué habrán invertido los dos mil euros que les correspondían?
—A mí me parece que si los torturamos haciéndoles unas cuantas cosquillas los gemelos nos revelarían su gran secreto, y enseguida además… —propone Fidu, guiñándole el ojo a Tomi.
En un abrir y cerrar de ojos los Cebolletas inmovilizan a Pavel e Ígor y los acribillan a cosquillas, pero antes de que confiesen Aquiles interrumpe el juego con un grito que hace temblar a todos.
—¡¿Vais a dejar de hacer el tonto?! Os recuerdo que el domingo se reanuda el campeonato y que el primer encuentro será contra el Club Huracán, el primer clasificado. ¡Salgamos a entrenar! El míster ya está en el campo.
Nadie se atreve a objetarle nada al antiguo matón.
Los gemelos, sanos y salvos, ríen burlones y se dirigen hacia el campo.
—¿No te parece que Aquiles está un poco nervioso estos días? —pregunta Becan al capitán.
—Yo también lo había notado —conviene Tomi.
Después de los ejercicios de gimnasia, Gaston Champignon organiza un juego para probar la nueva alineación, en la que Nico jugará «a la manera de Özil». Naturalmente, es un ejercicio extraño y divertido porque, como bien sabes, el primer ingrediente del cocinero-entrenador siempre es la diversión.
Champignon se saca del bolsillo la bocina que compró en el Bernabéu y comprueba si funciona.
¡Funciona… incluso demasiado bien!
Sara, que estaba a su lado, se tapa las orejas con las manos y exclama:
—¡Me ha destrozado un tímpano, míster!
Los Cebolletas sueltan una carcajada.
—Perdona, Sara, no me imaginaba que sonara tan fuerte —se excusa el cocinero-entrenador, antes de explicar el ejercicio—: Tomi y Rafa se desplazarán por el área grande, tratando de desmarcarse de las gemelas, de Elvira y de Dani. Cada vez que suene la bocina, Nico tendrá que hacer un pase a uno de los dos delanteros. ¿Alguna pregunta?
En cuanto sale del área, el número 10 echa a correr en todas direcciones, con el balón entre los pies. Tomi y Rafa se cruzan delante de la portería protegida por Fidu. Los cuatro defensas los tienen bajo control, listos para intervenir.
Champignon toca la bocina.
Nico ve libre al Niño y trata de pasarle el balón con una parábola lenta, pero Dani echa a correr y se adelanta al italiano con la cabeza.
—¡Estupendo, Dani! —le felicita Fidu.
La pelota vuelve a Nico.
—Cuando el área está llena de gente, lo mejor es hacer pases rasos y potentes —le aconseja Champignon—. A los defensas les cuesta más interceptarlos.
El número 10 vuelve a su sitio, listo para una nueva asistencia.
El cocinero-entrenador toca otra vez la bocina.
Nico ve que Rafa le pide el balón. Finge disponerse a pasárselo pero, sin mirarlo siquiera, como había hecho Özil en el Bernabéu, lo lanza raso hacia Tomi, que lo golpea de primeras y bate a Fidu.
—Superbe! —exclama míster Champignon, atusándose el bigote por el lado derecho.
¡Nicözil está casi preparado para jugar la liga!
Faltan treinta segundos para las nueve de la noche.
Tomi abre la ventana de su cuarto y mira el cielo.
Luego observa las manecillas del reloj y las acompaña: diez, nueve, ocho, siete, seis, cinco, cuatro, tres, dos, uno…
Mira de nuevo por la ventana y sonríe: «Justo ahora, en este preciso instante, en China, del otro lado del planeta, Eva está pensando en mí. Nuestros pensamientos han subido al firmamento como cometas y se han fundido, convirtiéndose en una sola cometa».
Tomi vuelve a cerrar la ventana y acaricia con el dedo la jaulita de su grillo Eva.