Además, el balonazo ha hecho caer la nieve acumulada sobre el larguero, y el Gato acaba cubierto de nieve como un muñeco.

—¿Has visto lo poco que cuesta marcar? —dice Matías sonriendo, mientras los suyos lo felicitan.

—¡Pero esto no es fútbol! —protesta Sara, que tiene la sensación de que le están tomando el pelo.

—No, fútbol no es —concuerda Tomi—, pero con la técnica del fútbol podremos ganar incluso aquí…

Nico hunde su bota en la nieve para pasarla por debajo del balón, que levanta con un toque suave. Tomi, que está a su lado, no deja caer el esférico, sino que pelotea con el muslo y las rodillas levantadas, avanzando como un soldado que desfilara.

En cuanto se le encara un forro polar violeta, el capitán lo envía al Niño, que, tras una chilena espectacular, lanza la bola al fondo de la red: ¡1-1!

El italiano sale completamente blanco del agujero que ha creado y celebra su gol llevándose a la boca el pulgar de su guante derecho de esquí.

—¡Estupendo, Rafa! —lo anima Fidu, que los mira con la pierna extendida sobre el banquillo.

Matías, sorprendido por el rápido empate, devuelve la pelota al centro del campo y regaña a sus compañeros.

Los polares violeta se lanzan nuevamente al ataque, explotando su fuerza física.

Simón, el especialista en descenso, parece un armario rubio. Aunque Nico trata de frenarlo, el polar violeta lo tumba con un golpe de hombro como si fuera un palo. Llega a la zona de tiro, pero, antes de que se eche de lado para disparar de semivolea, Sara salta con los dos pies hacia arriba, aterriza con las posaderas sobre la pelota y la hunde en la nieve.

—Se puede, ¿verdad? —pregunta la gemela.

—Claro, ¡aquí todo está permitido! —exclama Tomi.

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—Tenías razón, Matías. No es difícil meter goles en la nieve… —comenta Tomi.

El forro polar violeta devuelve la pelota al centro del campo sin contestar, furioso.

El tercer gol lo marca en la segunda parte João. Aquiles avanza imparable, creando un surco en la nieve, mientras el meninho brasileño, montado sobre sus hombros, pelotea con la frente. En cuanto el ex matón se detiene delante del portero, João empuja de un cabezazo la pelota al fondo de la red: ¡1-3!

En el segundo tiempo ha entrado también Issa, que se divierte como un loco persiguiendo la bola hundido en la nieve y, cuando al fin la atrapa, no duda en cogerla con la mano. El problema es que estaba en su área grande y con ello ha provocado un penalti…

Fidu sonríe divertido en el banquillo.

—¡Issa sabe encender fuego como los dioses, pero con el balón es un auténtico desastre!

El Gato, que se encuentra entre los palos, tiene los pies aprisionados por la nieve y comprende que no podrá echarse de lado para parar. Pero se le ocurre una idea. Se agarra con las manos al travesaño, se eleva, hace una cabriola y acaba sentado sobre el larguero con las piernas colgando.

Matías, que se disponía a disparar, lo observa perplejo al ver la portería totalmente descubierta.

—¡Tira cuando quieras! —le invita el violinista.

El forro polar violeta se tumba de lado para disparar de media volea, como de costumbre.

El Gato se deja caer desde el larguero, ágil como un leopardo que saltara sobre su presa, bloca el balón y aterriza sobre la blanda nieve.

—¡Eres un fenómeno, Micifú! —lo vuelve a celebrar Fidu en el banquillo.

Al final del partido, los polares violeta no tienen más remedio que felicitar a los Cebolletas.

—Me has vuelto a derrotar… —admite Matías mientras estrecha la mano de Lara.

—Cuando se juega al fútbol —precisa João—, da igual que sea sobre la arena o la nieve, ¡gana siempre el que más técnica tiene!

Durante la cena se pone en práctica el «plan celos».

João, Dani y Becan hacen un aparte con Fernando antes de que entre en el comedor del restaurante.

—Hemos cumplido la misión que nos encomendaste —susurra Dani, con la reserva propia de un espía.

—¿Qué es lo que me quieres decir? —pregunta el hermano de Pedro con curiosidad.

—Peter nos ha dado un sobre para Clementina —explica João—, pero te lo vamos a dar a ti, porque eres de los nuestros, ¡aquí tienes!

—Gracias, chicos… —balbucea Fernando, sorprendido y turbado por la carta que el profesor de esquí ha escrito a Clementina.

Los tres Cebolletas se alejan sonriendo a hurtadillas.

Fernando entra en una de las cabinas telefónicas del hotel y lee con mucho disimulo la carta, que empieza así: «Querida Clementina, en cuanto te vi sentí que una avalancha se abatía sobre mi corazón…».

El hermano de Pedro sale de la cabina mordido por el virus de los celos, enfebrecido. Se le ha cortado de golpe el apetito.

En ningún momento se le pasa por la cabeza que a lo mejor la carta no es de Peter.

Fidu no logra conciliar el sueño. Al menor movimiento siente un gran dolor en la rodilla. Le haría falta alguna medicina y piensa que Gaston Champignon seguramente podría ayudarle.

—¿Estás despierto, Issa? —susurra en la oscuridad el portero.

—Sí, despierto —responde el pequeño africano.

—¿Me haces un favor? —pregunta Fidu—. ¿Puedes ir a ver a tus padres y preguntarles si tienen alguna pastilla contra el dolor? Me duele la pierna y no consigo dormirme…

—No… no… no… ¡fantasma! —exclama enseguida Issa, aterrado.

—¡Qué fantasma ni qué ocho cuartos! ¡Los fantasmas no existen! —objeta Fidu.

—¡Yo verlo! ¡Segundo piso! —insiste el hijo de Champignon.

—Bueno, vayamos juntos —propone Fidu—. Y luego entras tú a pedir la pastilla, ¿vale?

En cuanto han subido la escalera y se asoman al segundo piso, Fidu e Issa ven una silueta blanca al fondo del pasillo, iluminada por la luz mortecina de una lámpara.

Issa se lanza como un poseso escaleras abajo. Fidu lo sigue cojeando lo más rápido que puede.

Ya no está tan convencido de que los fantasmas no existan…