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Martes.

Acaba de empezar un nuevo y maravilloso día soleado de invierno.

Fidu duda entre probar la mermelada de frambuesa, la de arándanos, la de fresas o la de cerezas.

Lo piensa un poco y al final se pregunta: «¿Por qué escoger y ser injusto con las demás frutas?».

Toma cuatro tostadas y extiende por encima el contenido de los cuatro frasquitos, con una gran sonrisa de satisfacción.

Un chico con forro polar violeta, que estaba desayunando a su lado, comenta:

—Se te da mucho mejor la mesa que la tabla, Piru…

—Para tu información, me llamo Fidu, no Piru —precisa el portero.

—Ayer oímos a un amigo tuyo llamarte así —replica el del polar violeta.

—Aunque, a juzgar por tu manera de ir en snowboard, creo que tu amigo se equivocó, porque piruetas no hacías —añade otro de los del forro polar violeta, lo que provoca la sonrisa de sus compañeros.

—Porque vosotros sois unos auténticos fenómenos sobre la nieve, ¿no es así? —pregunta Fidu.

—Puedes decirlo más alto —responde uno de los chicos—. Nos estamos entrenando para participar en el campeonato nacional, dentro de dos semanas.

—¡Felicidades! —contesta el portero—. ¿Quién es el mejor de vosotros?

—Yo soy campeón regional de eslalon especial —replica uno de ellos, que saca de debajo de su camiseta una medalla de oro que lleva colgada al cuello.

—¡Qué pasada! ¡Bravo! —le felicita el portero—. ¿Cómo te llamas?

—Matías —responde el campeón.

—¿Te apetece salir un momento conmigo al jardín, Matías? —le pregunta Fidu, poniéndose en pie.

El esquiador y todos los chicos uniformados con los forros polares violeta salen del comedor intercambiando miradas interrogativas.

Fidu coge uno de los balones de los Cebolletas y se lo entrega a Matías, dándole una explicación:

—Ahora lánzalo contra mi cabeza con todas tus fuerzas. Verás cómo en dos segundos lo vuelves a tener entre las manos. ¿Apostamos algo?

Matías mira a sus compañeros, que le animan a aceptar el reto entre risas burlonas:

—¡Túmbalo como si fuera un bolo, Matías!

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—Yo soy el campeón regional de la parada del escorpión —aclara Fidu—. ¿Hay más aspirantes?

Nadie dice esta boca es mía.

El cancerbero se quita la nieve de encima y se despide:

—Me tenéis que perdonar, porque tengo que acabar de desayunar. Nos vemos en las pistas. Y que no se os olvide: me llamo Fidu, no Piru.

En la segunda clase de esquí, los alumnos de Peter ya realizan grandes progresos.

Todos menos Fernando, que cada dos curvas acaba cayéndose fuera de la pista con la cara hundida en la nieve en polvo.

—¡Te echas demasiado hacia atrás! —le repite sin cesar el maestro—. Cuando cojas velocidad no te asustes: quédate inclinado hacia delante, dibuja la curva y verás cómo ralentizas. Mira cómo lo hace Clementina, que es toda una crack.

—¿Lo dices en serio, Peter, o es solo por halagarme? —pregunta en son de broma la prima de Tomi.

—Los maestros no dicen nunca mentiras —contesta Peter con una gran sonrisa—. ¡Tengo la impresión de que te vas a convertir en mi alumna preferida!

Armando ayuda a Fernando a levantarse y le da un consejo:

—Te conviene aprender rápido o esos dos te dejarán atrás…

—Sí —comenta el hermano de Pedro mientras se limpia la nieve de la cabeza—. Ese Brad Pitt de las nieves es demasiado atento con sus alumnas para mi gusto.

—Pues a mí me parece que hace pocos cumplidos —objeta Lucía—. Todavía estoy esperando…

Tomi suelta una carcajada.

—Papá, me parece que tú también tendrías que aprender deprisa, porque si no Peter te dejará atrás junto a Fernando.

El maestro empuña sus bastones y da una orden:

—Ahora bajaremos todos a la vez, formando una bonita culebra. Poneos en fila india y seguidme. Si conseguimos llegar hasta el final sin caídas, ¡os invito a todos a chocolate! Clementina, ponte a mi lado. Luego vendrán Dani, Eva y los demás. Becan y João, ¡ojo con hacer carreras!

«Clementina, ponte a mi lado», repite entre dientes Fernando, imitando la voz de Peter con una mueca. Luego, tambaleándose sobre sus esquíes, desequilibrado hacia atrás como si estuviera sentado en una silla invisible, empieza a deslizarse al final del grupo.

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—Ahora que nos hemos calentado, ¡vamos a divertirnos al fin! —propone Rafa poniéndose el casco—. He visto desde el telesilla una pista llena de bañeras. ¡Debe de ser una pasada!

—Id con cuidado, chicos —les aconseja el padre de Elvira, que es profesor de gimnasia y guía al grupo—. Saltar sobre bañeras no es un juego. Seguidme.

Fidu se lanza pista abajo, sonriendo y disfrutando de la brisa que le acaricia el rostro.

—¡Adelante, escorpión! —grita un tipo con un forro polar violeta desde el telesilla.

El portero levanta un brazo para saludar a los miembros del equipo de esquí, que a partir de hoy no se volverán a burlar de él.

Durante la comida, mientras el grupo de vacaciones organizadas Cebolletas almuerza al sol en la terraza del restaurante, se produce una sorpresa…

—¡Mirad quién viene! —exclama Sara.

Augusto guía un enorme trineo de madera, arrastrado por un fabuloso caballo.

Sentada en el trineo, envuelta por una elegante bufanda blanca, va una mujer con un birrete en la cabeza y grandes gafas oscuras.

—¡Pero si es Violette! —salta Daniela.

—Señoras y caballeros —anuncia Augusto, ayudando a su mujer a bajar del trineo—, ¡aquí tienen a mi reina!

—A ver si aprendes a ser un poco elegante —comenta Lucía, dando un codazo a Armando.

—¿Cómo estás, hermanita? —le pregunta Gaston Champignon.

—Un poco mejor después de haberme pasado dos días durmiendo —contesta la pintora—. Me hacía realmente falta descansar un poco.

—Y también te hace falta un poco de sol, querida —añade Sofía—. Estás pálida como la nieve. Verás que con el reposo, el sol y la buena cocina de este restaurante recuperarás una forma deslumbrante.

—Entre otras cosas, porque para una pintora sería el colmo no tener buen color —suelta Armando con una carcajada.

—Papá, esa salida te la podías haber ahorrado —comenta Tomi, mirando a su padre con cara de reprobación.

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Mientras el grupo de vacaciones organizadas Cebolletas come y charla, se acerca una pareja muy distinguida, de mediana edad. Él lleva un chaquetón de marca; ella, un vistoso plumífero de color plateado, resplandeciente de lentejuelas, y un caniche, vestido con un abriguito de lana, de una correa.

—No quisiéramos molestar, pero usted es la famosa Violette Champignon, ¿verdad? —pregunta el señor.

—Efectivamente —contesta la artista—. ¿Nos conocemos de algo?

—Usted no nos conoce, pero nosotros a usted sí, y mucho —replica la mujer—. En casa tenemos cuatro de sus obras de arte y nos encantaría tener una quinta, pero que fuera muy especial…

—Sí —continúa el hombre—. En otras circunstancias nos habría dado vergüenza pedírselo, pero la increíble coincidencia de este encuentro nos hace creer que a lo mejor estaría dispuesta a hacernos un retrato con la técnica de la «pintura a la verdura».

—De mi marido, de mí y de nuestro perrito Chepa —precisa la señora.

—No quisiera parecer vulgar, pero el precio no será un problema. Fije usted la cifra que quiera, señora Violette. Es el regalo que quiero hacerle a mi mujer por nuestro aniversario de bodas.

Augusto se siente obligado a intervenir:

—Les agradecemos mucho su consideración, pero estas vacaciones son el regalo que le he hecho a mi mujer, y me gustaría que estos días solo pensara en relajarse, no en trabajar. Otra vez, quién sabe…

Inesperadamente, Violette se levanta de un salto de su tumbona, presa de un ataque de nervios completamente genuino.

—Augusto, ¿cuántas veces te he dicho que no te entrometas en mi trabajo? ¡Soy yo quien decide qué quiero hacer y qué no! ¿Está claro?

—Sí, cariño, pero creía que… —trata de justificarse el chófer del Cebojet.

—¡Tú ocúpate de tus cosas, que ya me encargaré yo de solucionar las mías!

La escena es muy bochornosa, porque todos los esquiadores presentes en la terraza del restaurante están observando la reacción de Violette.

Augusto calla discretamente y nadie del grupo de los Cebolletas se atreve a intervenir.

Para aliviar la tensión, el señor del chaquetón de marca tiende una foto y una tarjeta de visita a la pintora.

—Lo siento en el alma, no habríamos debido molestarla —se disculpa—. De todas formas, aquí tiene una foto de nosotros tres, que podría inspirarle el cuadro, y nuestros datos. El lunes por la mañana la iremos a ver al hotel para que nos dé su respuesta. Aunque decida aceptar nuestra oferta de aquí a diez años, la esperaremos. Gracias y discúlpenos otra vez por las molestias.

Violette toma la foto y la tarjeta de visita y echa una mirada torva a Augusto, al tiempo que estalla:

—¡Que sea la última vez! ¿Está claro? ¡La última vez!

Y se marcha a paso decidido hacia el teleférico para volver sola al hotel.

Gaston Champignon consuela a Augusto, que se ha quedado anonadado por el rapapolvo:

—No te deprimas, amigo. Conozco bien a mi hermanita… Antes de descubrir la técnica de la «pintura a la verdura», en París, montaba numeritos parecidos todos los días. Además de estar un poco estresada, estoy convencido de que tiene algún problema con su trabajo. Pero ya verás cómo todo se arregla.

Exhaustos tras otra divertida jornada en la nieve, por la noche los Cebolletas caen dormidos como troncos. Nico y el Gato han empezado una partida de ajedrez, pero la han dejado a medias, porque a los dos les venían a la cabeza más bostezos que jugadas.

Ahora, a medianoche, duermen todos. ¿Todos? No exactamente. Issa no logra conciliar el sueño y se está masajeando la panza. A lo mejor ha cenado demasiados pastelitos de crema, como su amigo Fidu.

El pequeño africano trata de pedir ayuda a su amigo:

—Piru, Piru…

Pero el guardameta ronca como un oso. No lo despertaría ni siquiera un cañonazo. Así que Issa decide ir a la habitación de sus padres, en el piso superior. Seguro que su madre tiene una medicina para el dolor de estómago.

Recorre el pasillo a oscuras, sube las escaleras y se encuentra delante una luz mortecina que avanza lentamente a su encuentro e ilumina una especie de sábana blanca.

Issa se queda boquiabierto, siente un escalofrío gélido recorrerle la espalda y llegarle hasta la punta de los pelos. Se da la vuelta y echa a correr escaleras abajo.

Poco después entra en su dormitorio enloquecido y gritando:

—¡Fantasma, Piru! ¡Piru, fantasma! ¡Fantasma! ¡Piru, miedo!

Fidu y los demás Cebolletas de la habitación 103 se despiertan sobresaltados.