Domingo por la mañana.
—¿O sea que esta noche tú también has visto al fantasma del segundo piso? —pregunta Nico durante el desayuno.
—No sé si era un fantasma —contesta Fidu ligeramente turbado—, no me sentí con fuerzas para pedirle la documentación…
—¡Eres un miedoso! —comenta el número 10—. Eres tan grande y gordo como un oso, vas de héroe de la lucha libre y todavía crees en los fantasmas…
—¡Sí, fantasma verdadero! ¡Yo verlo! —exclama Issa en defensa de su amigote Fidu.
—¡Ya le has oído! —dice el guardameta—. Somos dos los que lo hemos visto. Pero, ya que no crees en los fantasmas y eres tan valiente, esta noche no tendrás ningún problema en darte una vuelta con nosotros por la segunda planta, ¿a que no?
—Ya puedes estar seguro —contesta con seguridad Nico—. Iré con vosotros y, si me topo con el fantasma, le retaré a una partida de ajedrez.
En otra mesa del comedor, Clementina unta con mermelada de frambuesa una tostada y se lamenta:
—Esta mañana Fernando se ha levantado con un humor de perros. Le ha costado saludarme. No sé qué mosca le ha picado…
—A lo mejor está nervioso por la carrera de fin de curso —contesta Dani, mientras João y Becan hacen grandes esfuerzos por contener la risa.
—Sí, yo también lo creo —concuerda la prima de Tomi—. Espero que no llegue el último, porque de lo contrario estará insoportable todo el día.
Todo el grupo de vacaciones organizadas Cebolletas, menos Violette, sube a la montaña con el teleférico y se reúne al final del recorrido del eslalon gigante que ha trazado Peter en la pista azul. Los chicos se han hecho con bocinas y con los clásicos cencerros que llevan las vacas colgados al cuello para animar a los suyos y a todos los participantes.
La salida, los altavoces, que anuncian los nombres de los esquiadores, los dorsales, las puertas coloridas del eslalon, la pancarta con la inscripción «Llegada», el tablero luminoso donde se indican los tiempos realizados, los hinchas ruidosos a la llegada: ¡parece una verdadera carrera del campeonato mundial!
Los alumnos del curso de Peter están muy nerviosos y hacen ejercicios de calentamiento junto a la salida.
Por los altavoces se anuncia el inminente comienzo del concurso:
—¡Que se prepare en la salida el concursante con el dorsal número 1!
—¡Soy yo! —exclama Clementina mirando el número que lleva estampado.
—¡Suerte! —la anima Lucía.
—¡Gracias! —contesta la prima de Tomi con una hermosa sonrisa.
Clementina sale y sortea con seguridad las primeras puertas. Baja veloz y decidida, como ha hecho toda la semana.
—La concursante número 1 ha hecho un tiempo intermedio de treinta y tres segundos —narra Peter por el altavoz—. Está realizando un descenso impecable. Pero… ¡qué lástima!
Clementina se ha caído.
En una curva el esquí ha perdido adherencia en un trozo de pista helado y la novia de Fernando ha acabado tumbada en la nieve, entre los murmullos de decepción de sus partidarios. Bajar el primero no siempre es una ventaja, porque la pista todavía no está marcada y en algunos puntos está lisa y dura como un espejo.
—La carrera empieza con una gran sorpresa —declara Peter al altavoz—. Sale de escena una de las concursantes favoritas, que además es muy guapa…
—¡Qué necesidad tenías de decirlo por los altavoces! —protesta Fernando, nada entusiasmado por el comentario.
João, Becan y Dani, que están calentando junto a la salida, ríen con ganas.
La segunda en bajar es Lucía, que no comete ningún error, aunque no va demasiado rápido.
—Es como cuando entrega el correo —comenta Armando, listo para salir—, buena pero lenta. ¡Ahora le enseñaré cómo se vuela sobre los esquíes!
El padre de Tomi, concentradísimo, se ajusta la cinta que le cubre las orejas y se lanza a la pista, pero en la primera puerta la cinta se desliza y le tapa los ojos…
—¡Socorro! ¿Quién ha apagado la luz? —aúlla.
Trata de colocársela sin dejar de bajar, pero no ve una bañera, echa a volar y acaba tumbado sobre la nieve fresca al borde de la pista.
Todos sueltan una carcajada, empezando por Tomi, que comenta:
—Mi padre ha cumplido su palabra. Nos ha enseñado cómo se vuela sobre los esquíes.
Dani se deja una puerta a mitad del recorrido, así que tiene que recular para pasarla. El error le impide mejorar el tiempo de Lucía, que encabeza la clasificación por el momento.
Por el altavoz se pide a Tomi que acuda a la puerta de salida. Un estruendo ensordecedor estalla en la zona de la llegada.
—¡Vamos, capitán, regatéalos a todos! —vociferan las gemelas.
Y eso es justamente lo que hace el capitán.
Observa con gran concentración las puertas, que son de color azul, como las camisetas de los Tiburones Azzules. Se convence de que la primera es César, la segunda Pedro, la tercera Ángel, etc.
Se lanza a la pista imaginando que lo que va a hacer es driblar uno a uno a sus rivales, como si llevara el balón a los pies y no esas dos tablas que le han torturado durante toda la semana.
Consigue convencerse tan bien que, cuando atraviesa la línea de meta, Peter exclama por el altavoz:
—¡El mejor tiempo! ¡Tomi ha mejorado por dos segundos el récord de Lucía y se ha puesto en cabeza! ¡Quién lo hubiera dicho!
El capitán levanta los bastones y sonríe a sus amigos, que lo celebran con abrazos, bocinazos y cencerrazos.
Eva baja con mucha mayor elegancia que Tomi, pero para dibujar curvas perfectas se aleja demasiado de las puertas y pierde así un tiempo precioso.
Cuando cruza la meta, Peter anuncia:
—Eva supera a Lucía, pero Tomi sigue por delante de ella por solo diez centésimas de segundo.
La bailarina observa los tiempos marcados en el tablero luminoso y no logra reprimir una mueca de decepción.
—¡Qué mala suerte! Por solo diez centésimas…
Tomi se acerca a Eva con los esquíes puestos y una sonrisa de revancha en los labios.
—¡Vaya!, estás a diez centésimas del que iba a llegar el último… ¡Qué mala pata!
La chica se aleja sin dignarse responder.
—Y ahora, señoras y caballeros, uno de los platos fuertes del día —anuncia Peter por el altavoz—. Baja João y luego saldrá Becan, ¡los dos grandes duelistas! Disfrutemos de su concurso particular.
El brasileño se encoge como un huevo, acurrucado, con los bastones bajo los brazos, para tratar de coger la mayor velocidad posible. Pasa con gran agilidad entre las puertas, como si fueran defensas enormes, pero uno de ellos le pone una zancadilla y acaba tumbado panza arriba, sin poder reclamar penalti.
—¡Atención! —informa Peter—. João se ha enganchado en una puerta, pero no se rinde. Se pone en pie y vuelve a la carrera. ¡Ánimo, João!
De hecho, al brasileño no le interesa ganar la carrera, sino acabar antes que Becan, por lo que se esfuerza por llegar a la meta en el menor tiempo posible. Pero el ansia por recuperar segundos le juega una mala pasada, porque se cae dos veces más.
En la puerta de salida, Becan sonríe satisfecho.
—Puedo bajar con el freno de mano puesto y silbando… Con no cometer ningún error grave haré mejor tiempo que él sin problemas.
Por desgracia para él, comete el primer error grave en la misma puerta de salida, porque cruza la punta de los esquíes y, en lugar de comenzar el descenso, cae rodando como una pelota.
—¡Golpe de efecto! —exclama Peter.
El extremo derecho se pone en pie con mucho esfuerzo. También él comete graves errores al tratar de ganar algunos segundos.
En cuanto atraviesa la línea de meta se da la vuelta para ver su tiempo en el tablero luminoso.
—¡Increíble! —anuncia el altavoz—. Un minuto, veintitrés segundos y quince centésimas. ¡Exactamente el mismo tiempo que João!
Los dos extremos se miran y se abrazan riendo.
—No hay nada que hacer —comenta Becan—. ¡No conseguimos superarnos!
—Sí, pero la próxima carrera la ganaré yo —promete João.
Peter pide que se presente en la puerta de salida el último concursante: Fernando. Si no mejora el tiempo de Tomi, el capitán habrá ganado la carrera. ¿Quién lo hubiera dicho?
Los Cebolletas empiezan a felicitar a su número 9.
—Tranquilo, capitán, es imposible que el inútil de Fernando te gane —se carcajea João—. ¿Has visto cómo esquía, verdad?
Pero el brasileño no ha dado la debida importancia a un dato: la carta que ha escrito y que Fernando lleva en el bolsillo durante el descenso.
Cuanto más lo piensa, más ganas le entran de llegar al final para soltarle un par de frescas al Brad Pitt de las nieves, que se dedica a engatusar a las novias ajenas… Así que, aun arriesgándose a caerse ya en la primera puerta, aprieta los dientes y echa toda la carne en el asador para seguir en pie.
Esquía con un estilo pésimo, como siempre, echado hacia atrás y con los bastones apuntando al cielo como las antenas de televisión sobre los tejados.
«Ahora se cae… Ahora se cae…», piensan todos los que esperan junto a la meta.
Pero finalmente, ante el estupor general, logra permanecer en pie hasta la meta.
Al capitán le ha sentado mal en un primer momento, pero luego se une al grupo de los Cebolletas que felicita al campeón inesperado.
—¡Fabuloso, Fer! —exclama Fidu—. ¡Es como si yo hubiera sacado un sobresaliente en matemáticas!
Peter también le estrecha la mano sonriendo.
—¡No sé cómo te las has apañado para ganar, pero como profesor estoy orgulloso de tus progresos!
—¿Sabes cómo me las he apañado? —contesta Fernando—. ¡Sentía que una avalancha se abatía sobre mi corazón!
El profesor de esquí no comprende qué ha querido decir con esa frase tan extraña, pero finge que no ha pasado nada y se aleja con los esquíes puestos para recoger las puertas.
Por la noche, en la discoteca del hotel se celebra la gran fiesta de clausura de las clases de esquí. Todos los instructores premian a sus alumnos, y entre una ceremonia y la siguiente se baila. La sala está llena de chicos. Han acudido también Matías y los amigos del Club de Esquí.
Es una velada muy divertida, la mejor manera de cerrar una semana que, aparte del percance de los tres extraviados, los Cebolletas recordarán con placer.
La música se interrumpe y Peter sube al palco.
—¡Es nuestro momento! —anuncia Clementina.
El maestro va llamando uno por uno a sus alumnos y, entre los aplausos de la sala, les entrega el diploma que acredita su participación.
En cuanto Peter invita a subir a Armando, Tomi le da un consejo:
—Papá, sujétate bien la cinta, que se te podría caer sobre los ojos…
—¡Eres más ocurrente que tu padre! —contesta Armando, mientras Lucía ríe divertida.
Tras la entrega de los diplomas, Peter reparte las medallas a los tres primeros clasificados en el eslalon gigante: la de bronce a Eva, la de plata a Tomi y la de oro a Fernando, que se lleva también un hermoso trofeo en forma de talla de madera.
El hermano de Pedro recibe además aplausos y felicitaciones, pero todavía no ha recogido el verdadero «premio», el que más satisfacción le va a procurar.
Baja del palco y sigue a Peter, que va junto a una hermosa chica rubia vestida con una elegante camisa negra y le da un beso.
En cuanto el profesor se aleja, Fernando se acerca a ella y le cuenta lo siguiente:
—Hola, soy un alumno de Peter, que supongo que es tu novio.
La chica asiente con una sonrisa.
—Bueno —continúa Fernando—. Se ha producido un desagradable malentendido y me han entregado esta carta de Peter, que creo que iba dirigida a ti…
La chica lee la carta y exclama:
—¡Pero si no me llamo Clementina!
—No, Clementina es mi novia —confirma el mecánico—. Por eso el malentendido es desagradable…
La chica comprende al vuelo la situación y, con la carta en la mano, va a buscar a su novio a paso de carga. Fernando observa de lejos con gran satisfacción a Peter, que estudia la carta, extiende los brazos y trata de dar explicaciones, con muchos apuros, mientras su novia sigue gritando y la gente los mira con sorpresa.
«Esto sí que es una revancha…», piensa Fernando con una sonrisa de felicidad y la medalla de oro al cuello.
Pero de repente Peter se da la vuelta y se le acerca con paso decidido y blandiendo la carta.
—¿De qué va esta historia? —pregunta enojado al hermano de Pedro.
—Tendrías que ser tú quien me diera las explicaciones, ya que sientes una avalancha en el corazón… —replica Fernando.
—¡Yo no he escrito esta estúpida carta! ¡No es mi letra! —exclama el profesor de esquí—. ¡Si es una broma, la verdad es que es de muy mal gusto!
Sorprendido por la reacción de Peter, Fernando repasa toda la historia y empieza a atar cabos. Se da la vuelta y sorprende a João, Becan y Dani espiándolo. En cuanto su mirada se cruza con la del mecánico, se alejan inmediatamente hacia la pista de baile.
—¿Me esperas un momentito? —pregunta a Peter el hermano de Pedro, que alcanza a los tres Cebolletas antes de que logren salir de la discoteca.
—Así que ¿me habéis gastado una broma? —les suelta a los chicos.
—Bueno, pues sí… —admite Dani—. Cebolletas 1- Tiburones Azzules 0.
—¿No te habrás enfadado? —inquiere Becan.
—Yo no —contesta Fernando—, pero habéis ido demasiado lejos y habéis ofendido a personas a las que no conocéis. Ahora id a explicárselo todo a Peter y luego a pedirle disculpas a su novia, ¿vale?
—De acuerdo —asienten los chicos, cabizbajos.
—Cebolletas 1 - Tiburones Azzules 1 —concluye el mecánico antes de ir a buscar a su Clementina y arrastrarla a la pista de baile.
Junto a ellos danzan Tomi y Eva, que lleva al cuello la medalla de plata que le acaba de regalar el capitán de los Cebolletas.
El número 9 también siente una pequeña avalancha en el corazón…
Al terminar la maravillosa velada, los Cebolletas regresan a sus habitaciones. Mañana tienen que hacer las maletas y volver a Madrid en el Cebojet. La semana blanca ha terminado.
Nico, agotado, se saca del bolsillo la llave de la habitación y la mete en la cerradura. No ve la hora de acostarse, pero un vozarrón a sus espaldas le obliga a cambiar de programa:
—No habrás olvidado tu cita con el fantasma del segundo piso, ¿eh, empollón?
A regañadientes, el número 10 sigue a Fidu e Issa por la escalera que conduce a la planta superior. Es más de medianoche. El pasillo está a oscuras y en silencio.
—¿Veis cómo no hay nadie? ¡Vámonos a la cama! —suplica Nico, con los ojos entrecerrados.
—Esperemos un poco —propone Fidu.
Al final se oye un chirrido y al fondo del pasillo aparece la silueta blanca iluminada por una luz mortecina.
—¡Fantasma! —exclama Issa con los ojos como platos.
Fidu le hace callar poniéndole la mano en la boca y lo arrastra escaleras abajo.
Nico se queda observando la figura mientras avanza. Luego baja lentamente las escaleras, sin hacer ruido, se oculta detrás de un enorme jarrón del primer piso y mira a la silueta continuar su paseo en dirección a la planta baja.
Al final va corriendo hasta la habitación de Fidu, que le pregunta triunfalmente:
—¿Estás contento? ¿Lo has visto?
—¡No es un fantasma, es Violette! —responde Nico.