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Estamos a principios de febrero y hace una tarde gélida. El sol brilla en el cielo sereno, pero calienta tanto como un granizado de limón.

En el patio del Pétalos a la Cazuela, Fidu y Nico dan lecciones de fútbol a Issa, el hijo adoptivo de Gaston Champignon, que ha llegado hace poco de África. Al ver jugar a los Cebolletas, el chico sintió inmediatamente pasión por el balón, pero, a juzgar por sus primeros chutes, no debe de haber jugado mucho…

Nico, arrodillado en el suelo, coloca la pelota y luego coge el pie de Issa para señalarle con qué parte tiene que golpearla.

—Ahora dispara con el interior del pie —explica el número 10 hablando con lentitud, porque Issa apenas sabe español—. Tienes que golpear el balón con esta parte, ¿entiendes? Se llama «interior». Con él se dan los pases más fáciles y precisos. ¿De acuerdo?

—Interior —repite Issa, embutido en su plumífero azul, con guantes y un gorro de lana.

—¡Bravo! —celebra Nico, poniéndose en pie de un salto—. Ahora dispara con el interior hacia Fidu, que detendrá tu tiro.

—¡Piru! —repite Issa, dirigiendo una hermosa sonrisa al portero.

—Fidu, no Piru —le corrige el número 1, mientras Nico ríe entre dientes—. Me llamo Fidu. Piru sería más bien «piruleta», y yo las piruletas me las como.

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Nico mira los cristales rotos de la ventana y se lleva las manos a la cabeza.

Tras unos segundos de profundo silencio, se asoma Gaston Champignon por la puerta que da al patio con el balón bajo el brazo y un montón de platos rotos en la mano.

—¡Interior! —exclama Issa en tono triunfal.

—Sí, pero yo te había dicho que le dieras con el interior, no que la enviaras al interior del restaurante… —precisa Nico, desanimado.

—Recuerda, lumbrera, que cuando empezaste a entrenar en este patio no le dabas mucho mejor que él —comenta Fidu.

Issa, que ha intuido que el guardameta ha dicho algo bueno en su defensa, exclama agradecido:

—¡Piru!

Como sabes, los Cebolletas han acabado la fase de ida de su segunda liga entre equipos de once jugadores. Después de un comienzo duro por unas difíciles relaciones con Jérôme, el nuevo entrenador, que sustituyó a su hermano Gaston mientras estaba en África, el equipo ha protagonizado una apasionante remontada y, gracias a su victoria en el derbi, ha finalizado la primera fase en tercer lugar, a tan solo dos puntos de los Tiburones Azzules, sus eternos rivales.

La liga no se reanudará hasta la primavera. Los chicos pueden descansar, pero sin dejar de entrenar para no perder la forma y mejorar sus sistemas de juego con miras a la segunda parte de la temporada.

El único que no sabe qué hacer es Tino… Sin partidos que narrar, sin malas notas que poner a los futbolistas y sin las habituales polémicas entre Cebolletas y Tiburones, el pequeño periodista no encuentra cómo rellenar su MatuTino.

Hoy, por ejemplo, está vagando por la parroquia de San Antonio de la Florida a la caza de noticias. Ve a Sara entrar por la verja con la bolsa de los entrenamientos y un par de patines de hielo colgados del cuello. Se le acerca para charlar, como le sugiere su olfato de periodista: podría obtener una noticia de primera plana…

—Hola, Sara —la saluda—. ¿Practicas para la semana blanca?

—¡Sí, me muero de ganas de ir! —contesta con entusiasmo la gemela.

—¡Pues anda que yo! —exclama el aprendiz de periodista—. Espero que al menos en la sierra ocurra algo interesante que publicar en el MatuTino. Estos días no sé sobre qué escribir…

—Cuenta con ello —le anima Sara—. Con Fidu subido a un snowboard, João y Becan desafiándose a ver quién se desliza más rápido por la nieve, y Tomi, que ya encontrará algún motivo para estar celoso de Eva, seguro que no te faltan temas…

Tino se echa a reír con ganas y luego pregunta:

—¿Con quién has ido a patinar?

—Con Eva —responde la gemela—, al Palacio de Hielo. Han puesto una música estupenda y hemos estado bailando juntas como en los viejos tiempos en la escuela de danza. ¡Nos lo hemos pasado bomba!

A la misma hora, en el Paraíso de Gaston, Lucía, Daniela y Sofía conversan delante del té blanco que les ha preparado con sumo cuidado Elena, la belleza que se encarga de la tetería.

—Estoy más blanca que este té —rezonga la madre de las gemelas, mirándose en su espejito de maquillar—. En la sierra quiero hacer una cura de bronceado.

—¡Una idea magnífica! —aprueba la mujer de Gaston Champignon—. Nos instalamos en las tumbonas del refugio, al sol, y puntuamos a los esquiadores que nos parezcan más guapos…

Las amigas se echan a reír, divertidas.

—¡O sea que en el mundo hay mujeres que sonríen! —exclama Augusto al entrar en el Paraíso.

—Pues claro que las hay —contesta la madre de las gemelas—. Es más, si no hubiera mujeres, ¡en este mundo nunca sonreiría nadie!

—¿Algún problema con Violette? —pregunta Lucía.

—Creo que sí —suspira el chófer del Cebojet mientras se quita la gorra y se sienta.

—¿Os habéis peleado? —inquiere Daniela.

—No, pero hace un tiempo que Violette está nerviosa, intratable y no come casi nada —explica Augusto.

—Estará cansada —aventura la madre de Tomi—. Las últimas semanas ha viajado mucho para organizar exposiciones. Lo único que le hace falta es un poco de descanso.

—Además, los artistas son muy sensibles —añade Sofía, que en sus tiempos de bailarina fue famosa—. El más mínimo contratiempo se convierte para nosotros en una montaña. La semana blanca os vendrá de perlas. Ya verás cómo el aire fresco y las buenas siestas devolverán a Violette la alegría y el apetito.

—Eso espero —suspira nuevamente Augusto.

—Mientras tanto, anímese con esta tisana regeneradora a las ortigas, pensada justo para maridos deprimidos —propone Elena colocando sobre la mesa una taza humeante.

Volvamos a la parroquia.

Los Cebolletas están casi al completo para el entrenamiento de la tarde. Solo falta Tomi.

—Qué raro —comenta Elvira—. Normalmente el capitán siempre es el primero en llegar.

—Me dijo que tenía que ir al centro a comprar algo para la sierra —explica Nico—. Se habrá liado, así que mejor que vayamos a cambiarnos.

Como el pasatiempo favorito de la banda de Pedro es burlarse de los Cebolletas, los Tiburones ya están sentados en los bancos y se disponen a observar el entrenamiento de sus mayores rivales.

—He oído que os vais una semana a la sierra —dice Pedro en cuanto los Cebolletas salen del vestuario y se ponen a pelotear, desperdigados por el campo.

—Exacto —contesta Becan—. Vamos a respirar aire puro a la montaña, como hacen los equipos de primera división. Así en la fase de vuelta tendremos los pulmones en forma y ganaros será todavía más fácil.

—Pues yo creía que habíais decidido cambiar de deporte y dedicaros al esquí, dado que no estáis hechos para el fútbol —rebate César.

Los Tiburones se carcajean.

—A lo mejor durante el derbi estuviste demasiado despistado metiéndote el dedo en la nariz —replica Lara con una mirada furiosa—, ¡porque ese partido lo ganamos nosotros! Así que más bien deberías ser tú el que se pasara a la equitación, por ejemplo.

—Si quieres te prestamos a nuestro poni, Mechones —añade Sara.

Esta vez el único de los Tiburones que ríe es Fidu, sentado con sus nuevos compañeros.

—César, las gemelas ya te han «montado» la semana de vacaciones… —bromea.

El enorme defensa de los Zetas replica con una especie de gruñido y luego, con un movimiento nervioso, se lleva el índice de la mano derecha a explorar las profundidades de su fosa nasal izquierda.

A la vista del frío que hace esta tarde, Champignon decide organizar una carrera de relevos. No hay nada mejor que una carrera apasionante para entrar en calor.

Con unas botellitas llenas de agua, colocadas a un metro de distancia, traza dos diagonales que se cruzan en medio del campo. Luego los divide en dos equipos y explica en qué consiste el juego.

—Una mitad del equipo se colocará al principio de la primera diagonal, y la otra mitad, al final de la segunda. El primer jugador debe ir haciendo un eslalon entre las botellas y entregar el balón a un compañero, que saldrá volviendo a hacer el mismo recorrido. El que tire una botella tendrá que volver atrás, ponerla de pie y echar a correr de nuevo. ¿De acuerdo?

Los Cebolletas se sitúan. El cocinero-entrenador levanta su cucharón de madera, lo baja de repente y pita para indicar el comienzo de la carrera.

Rafa es el primero en salir y, gracias a su técnica depurada, llega hasta el extremo opuesto sin haber tirado una sola botella. Cede el balón a Bruno, quien sale zigzagueando inmediatamente.

En cambio, en el equipo contrario Julio ha tenido que pararse dos veces, porque ha tirado dos botellas.

João, que espera su llegada, le azuza:

—¡Vamos, Julio, más rápido! ¡Rafa ya ha llegado!

El brasileño se hace con el balón, lo levanta de un taconazo, se lo coloca sobre la frente y echa a zigzaguear entre las botellas tratando de recuperar los metros de ventaja que le lleva Bruno.

—¡Magnífico, João! —aúllan los compañeros de equipo del brasileño.

Champignon ríe divertido, atusándose el bigote por el lado derecho.

Becan, rival de João, comenta a sus compañeros:

—Si no va de fenómeno, no está contento. Pero la partida la vamos a ganar nosotros. Ahora salgo yo…

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Los Zetas se tronchan en el banquillo.

—Ojalá juegue en la vuelta… —suelta Pedro.

En ese momento entra en la parroquia Tomi, con la bolsa en la mano, y corre a cambiarse en el vestuario. Va acompañado por Eva, que lleva una bolsita.

Tino presiente que ahí hay una primicia…

—¿Habéis ido de compras? —pregunta el periodista.

—Sí, es culpa mía si Tomi ha llegado tarde —responde la bailarina—. Me ha costado toda la tarde escoger un par de guantes de esquí.

—Ah, creía que te habías ido a patinar con Sara —comenta Tino.

—Tenía que haber ido con ella —explica Eva—, pero he preferido quitarme de la cabeza el problema de los guantes. Dentro de poco nos vamos a la sierra.

El pequeño periodista vuelve a sentarse pensativo en un banco y medita sobre cómo debería tirar de la lengua a quien se imagina para poder publicar una edición extraordinaria del MatuTino.

—Hola, Ángel —le saluda poco después Tino—. Sara dice que os habéis divertido mucho patinando.

—Sí —confirma el volante—. Patina muy bien, se nota que era una gran bailarina.

¡Bingo!