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Elena, la guapa checa que administra el Paraíso de Gaston, acaba de preparar una bebida refrescante con semillas de anís a Daniela y a Lucía, que están leyendo el mismo mamotreto abierto sobre la mesa. Es un libro lleno de preguntas.

—Bueno… Atenta, Elena. Veamos —empieza la madre de las gemelas—, ¿qué tienes que hacer cuando te acercas a un cruce y el semáforo está en ámbar?

Elena, que está desmenuzando hojitas de menta en la barra de la tetería, piensa un poco y responde:

—¡Acelero y lo cruzo tocando el claxon!

—¡Por dios, así te van a detener! —Lucía suspira—. ¡Tienes que reducir la velocidad y pararte! ¡No se usa nunca el claxon dentro de una población!

—Pero si me paro en todos los ámbares, no llegaré nunca al trabajo —se justifica Elena—. ¡Y luego el señor Gaston me echará la bronca!

—Me parece que todavía tienes que repasar un poco antes de presentarte al examen… —comenta la madre de Tomi.

Elena menea la cabeza detrás de la barra.

—¡Nunca conseguiré sacarme el permiso!

—Tranquila —la anima Daniela—, ¡con dos ayudantes como nosotras, podrás sacarte un permiso incluso para conducir una nave espacial a Marte!

Ya estamos en la segunda jornada de la liga.

Hoy los Cebolletas debutan en casa contra los Velocirráptores.

Nico y Tomi llegan juntos a la parroquia de San Antonio de la Florida y se encuentran a las gemelas ya en el campo, con la ropa de fútbol.

—Tengo la impresión de que esta noche han dormido en el banquillo —se burla el número 10.

En cuanto Sara y Lara distinguen a sus compañeros en la puerta del vestuario, se ponen a agitar los brazos como locas.

—¡Deprisa! ¡Necesitamos ayuda!

En el centro del campo, Augusto desenrolla una enorme pancarta blanca.

—¿La habéis pintado vosotras? —les pregunta Elvira.

—Efectivamente —confirma Sara—. Ahora ya sabéis por qué teníamos las manos manchadas de pintura…

Los chicos extienden la pancarta sobre la hierba y leen la inscripción, escrita en letras de todos los colores: «Bienvenidos a casa de los Cebolletas: ¡divertíos!».

—Ahora la colgaremos sobre la valla de seguridad —explica Lara a sus compañeros— y taparemos la azul de los Tiburones.

—¡Magnífica idea! —aprueba Nico con entusiasmo—. Con esa asquerosa banda que recorre todo el campo parecía que no jugábamos en casa…

¿Te acuerdas de la banda que Charli, el padre de Pedro, colocó alrededor del campo antes de que comenzara la liga?

Dice lo siguiente: «¡Temblad, estáis en casa de los Tiburones Azzules!».

Para los Cebolletas los rivales no serán nunca enemigos a los que haya que atemorizar, sino compañeros de juego que hay que acoger amistosamente.

Armando, Carlos y Elvis ayudan a Augusto y a los chicos a acabar su trabajo.

Mientras atan el último extremo de la pancarta, Charli se abalanza al campo gritando:

—¿Qué narices estáis haciendo?

—Estamos encebollando el campo —contesta el padre de Tomi—. Es decir, que lo estamos haciendo más simpático y acogedor, como tiene que ser un campo donde se disputan partidos entre chicos.

—¿Quién os ha dado permiso? —pregunta el entrenador de los Tiburones, hecho una fiera.

—Don Calisto, naturalmente —responde Carlos.

—¡Pero si yo he pagado para colgar mis bandas! —exclama el padre de Pedro.

—Has pagado por los partidos de tu equipo —precisa Armando—. Cuando juguemos en casa, haremos con nuestro campo lo que queramos.

Charli mira a su alrededor incrédulo y luego comenta:

—Menos mal que no habéis tapado el anuncio de mi taller de carrocería, que va en los banquillos.

—No se preocupe, ahora verá que también se nos ha ocurrido algo —le asegura Sara.

Augusto se presenta con dos tableros de contrachapado y los coloca sobre el techo de los banquillos, cubriendo la publicidad del taller de Charli. Luego los fija con alambre.

También están decorados por las gemelas. En el primero hay un emoticono de una sonrisa, dentro de un círculo amarillo junto a un balón de fútbol, con la siguiente divisa: «¡Quien se divierte siempre gana!».

En el segundo, Sara y Lara han pintado una flor con pétalos multicolores, con la frase: «¡Somos una sola flor, no pétalos sueltos!».

El padre de Pedro se aleja a grandes pasos, farfullando algo entre dientes, furibundo.

—No puede decirse que Charli tuviera la misma expresión que el emoticono —comenta Armando.

Los Cebolletas sueltan una carcajada y luego entran en el vestuario a cambiarse.

Delante del espejo se encuentran con Fidu, que lleva el chándal de los Tiburones Azzules y una Z enorme en la barriga.

—¡Hola! ¡Qué pronto habéis vuelto! —le dice enseguida Nico.

—Ya sabes que cuando se juega en el campo de los Estrellas hay que despertarse al alba… —responde el portero—. Por algo me han metido un gol a los cinco minutos, mientras bostezaba apoyado en el poste.

—¿Habéis perdido? —preguntan a coro los Cebolletas, esperanzados.

Fidu ríe con sorna, coloca su cadena de lucha libre al cuello de su amigo Nico y replica:

—Ya os gustaría, ¿eh? Solo hemos ganado por 6-1. Si queréis seguir en cabeza, os conviene ganar a los Velocirráptores. Pedro y los demás Tiburones ya están sentados en las gradas. Y no creo que os animen a vosotros, ¡pero yo sí que lo haré! Hasta luego, Cebolletas.

En el vestuario, Jérôme anuncia la gran sorpresa: ¡Tomi empezará en el banquillo!

Era lo último que se hubiera esperado el capitán.

Para curarse la fractura del tobillo ha corrido por la arena más que un camello por el desierto. Se ha deslomado todo el verano para estar en forma y ahora, en el primer partido de la liga en casa y delante de su público, empieza como reserva… Y los simpáticos de los Tiburones seguro que lo aprovechan para burlarse de él.

—El domingo pasado Tomi jugó el primer tiempo y Rafa el segundo —explica Jérôme—. Esta vez haremos lo contrario.

—Pero ¿por qué no podemos jugar juntos? —pregunta el capitán—. Nos entendemos muy bien y entre los dos lograremos disparar más a puerta que la última vez.

—La última vez, gracias a una maravillosa defensa, nos bastó con dos tiros para ganar —rebate el hermano de Gaston—. Espero que hoy ocurra lo mismo. Además, Becan me ha informado de que los Velocirráptores juegan con una formación 4-5-1, es decir, que el centro del campo estará atiborrado de jugadores. Para luchar contra ellos tendremos que poner a muchos mediocampistas, así que no podemos permitirnos dos delanteros. Nico jugará por detrás de Rafa, pero, cuando perdamos el balón, tendrá que retrasarse para cubrir la banda izquierda. Así también formaremos un dique de cinco jugadores. ¿De acuerdo? ¡Buen partido, chicos! Pongamos toda la carne en el asador: ¡quien se duerme se queda sin puntos!

Mientras los titulares corren por el campo para calentarse, Tomi y João se dirigen hacia el banquillo tan cariacontecidos que se diría que van a la escuela…

—Becan se está convirtiendo en el ojito derecho del entrenador —comenta João—. Hasta le ha contado cómo juegan los Velocirráptores.

—Me recuerda a Nico con los profesores —contesta el número 9.

Como era de esperar, los Tiburones Azzules no desaprovechan la ocasión de tomarles el pelo.

—¿Cómo es posible que el gran campeón que jugó con el Real Madrid chupe banquillo? —pregunta Pedro.

—A lo mejor lo ha pedido él —añade Vlado—, por miedo a que mis antiguos colegas Velocirráptores le rompan otra vez el pie… ¡Me han prometido que lo intentarán para hacerme un favor!

Los Tiburones sentados en la gradería se echan a reír.

Tomi no se digna siquiera mirarlos. Ha visto a Eva sentada, con Bulldog en los brazos, junto a Ángel, y eso le ha molestado mucho más que las pullas de Vlado.

Los Cebolletas se alinean con su defensa habitual: el Gato en la portería, Sara y Lara de laterales, Elvira y Dani de centrales. En cambio, el centro del campo presenta algunas novedades: Aquiles también calienta banquillo, mientras Julio está junto a Bruno y por las bandas se ubican Becan e Ígor. Nico, con el brazalete de capitán, ocupa su lugar de siempre, emulando a Ronaldinho: tendrá que intentar conectar el centro con la delantera y dar al Niño todas las asistencias que pueda.

Mientras espera el pitido inicial, Dani estudia con atención al Gato, que apoya contra la parte interior de la red el estuche de su violín.

—¿Vas a tocar durante el partido? —le pregunta el defensor.

—No —contesta el portero, que lleva en el pelo su característica diadema roja—. Está vacío. En lugar del violín he metido un par de guantes de recambio, una botellita de agua y una gorra para el sol.

—¿No habría sido mejor meterlos en una bolsita? —pregunta Sara, perpleja.

—No —aclara el Gato—, así me obligaré a concentrarme todavía más. Haré todo lo que pueda para evitar que le aticen un balonazo.

Como era de prever, el encuentro se desarrolla sobre todo en el centro del campo. La muralla erigida por los Velocirráptores delante de su defensa es de lo más sólida y a los Cebolletas les cuesta un mundo acercarse a la portería contraria por dos motivos tácticos.

Primero: Becan está demasiado atrasado, más preocupado por cubrir la defensa que por avanzar y tratar de alcanzar a Rafa con sus pases medidos.

Segundo: Nico procura respetar las órdenes de Jérôme y, en cuanto los Velocirráptores atacan, baja corriendo por la banda izquierda a defender. Pero así se cansa demasiado y, cuando atacan los Cebolletas, está agotado y tiene la cabeza espesa.

¿Te acuerdas de la posición que había decidido dar Gaston Champignon al número 10, que no tiene indudablemente físico de atleta? Fijo detrás de los puntas, como Ronaldinho, para no desperdiciar energías y alegrar el ataque con sus asistencias geniales.

En cambio, mírale ahora…

El lumbrera recibe una pelota después de haber recorrido dos veces el campo entero: la primera para perseguir al número 2, la segunda para subir al ataque. Se detiene para recuperar aliento y le birlan el balón…

Sin los pases de Nico y Becan, y sin Tomi y João, sentados en el banquillo, el Niño se queda aislado en la delantera y espera en vano un pase de la muerte.

De hecho, mediado el primer tiempo el italiano se pone a agitar los brazos y lamentarse:

—¡Subid un poco, chicos! ¿Cómo vamos a marcar, si estamos todos defendiendo? Becan, ¿me puedes dar algún pase o te tengo que enviar primero una instancia por escrito? ¡No sirve de nada que hagas la finta «stop and go» si luego bajas a defender la banda!

Jérôme se levanta del banquillo y aúlla:

—¡No le hagas caso, Becan! ¡Lo estáis haciendo muy bien, chicos! ¡Prudencia! ¡El que deja huecos se queda sin puntos!

—Sí, pero si solo nos llevamos un punto por partido, seguro que no ganamos el torneo —comenta João a Tomi.

A cinco minutos del descanso Rafa pierde la paciencia.