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Lucía está preparando un té blanco detrás de la barra del Paraíso de Gaston. Hoy no ha ido Elena. Es el gran día del examen teórico del carnet de conducir.

—Estoy segura de que aprueba —dice Daniela, sentada a una mesita de la tetería.

—Eso espero… —murmura la madre de Tomi, menos convencida—. Ha estudiado mucho, pero los últimos tests que nos ha hecho podían haber estado mejor.

—¡Ahí viene! —exclama Daniela, poniéndose en pie.

La diosa rubia de las tisanas entra en el Paraíso de Gaston resoplando y deja su bolsa de tela sobre una mesa.

—¡Cuánta gente había en el metro! Estoy molida…

—¿Qué ha pasado? —pregunta la madre de las gemelas, impaciente.

Elena extiende los brazos y anuncia con una sonrisa preciosa:

—¡Aprobada!

—¡Enhorabuena! —exclaman Lucía y Daniela, que la abrazan y felicitan.

—¡Ahora tenemos que darle más clases prácticas! —decide al punto la madre de las gemelas.

—Sí, pero avisadme cuando salgáis a la calle —comenta Armando, que acaba de entrar en la tetería—, así procuraré no pasar por ahí con mi autobús.

—Qué gracioso… —apostilla su mujer.

Augusto está al volante del Cebojet, listo para arrancar. Se da la vuelta y pregunta a los Cebolletas:

—¿Queréis ir a la guarida de los Leones?

—¡Sí! —responde a coro el equipo.

El chófer ha intuido que algo no encaja a bordo y se toca el bigotillo por el lado izquierdo, como hace siempre su gran amigo Gaston Champignon cuando está preocupado.

Los defensas van sentados en los asientos delanteros, mientras los atacantes se han agrupado al fondo.

Si estuviera Fidu, seguro que se le habría ocurrido una de sus salidas para caldear el ambiente y habría convencido a sus amigos de que se pusieran todos juntos en el centro del autocar, transformando el desplazamiento en una fiesta.

El cocinero-entrenador aprovecha el silencio para anunciar la formación que se medirá con los duros Leones de África.

—Hoy le toca a Tomi salir de titular en la delantera —explica Jérôme—. Becan me ha contado que los Leones, aunque han perdido a su punta Diouff, tienen delanteros muy rápidos y juegan con una alineación muy ofensiva. Así que hoy tendremos que ser extraordinariamente prudentes.

—Pero si siempre somos muy prudentes… —observa João.

Aquiles se carcajea, mientras las gemelas lanzan una mirada torva al pequeño brasileño.

—Sí, pero hoy tenemos que ser más prudentes de lo habitual —insiste Jérôme—. Becan jugará en su nueva posición de centrocampista pegado a la defensa, porque contra los Velocirráptores estuvo muy bien. En el centro del campo vuelve a estar Julio, que cubrió divinamente su zona. A su lado estará Aquiles, mientras que por las bandas jugaremos con Pavel y João. Así que utilizaremos una nueva formación: 4-1-4-1. ¿Alguna duda? Y, por favor, João…

—Pocos regates, paso enseguida el balón y vuelvo a ayudar al centro del campo cuando ataquen los rivales —el extremo brasileño se adelanta a su entrenador.

—¡Exacto! —confirma Jérôme, mientras los Cebolletas sonríen.

Al salir del vestuario, Aquiles se pone al lado de Becan y Julio y les pincha:

—Si fuera tan rápido como vosotros, ¡no aceptaría hacer de gorila! ¡Es como si Violette se conformara con hacer de pintora de brocha gorda! ¡Vosotros tenéis que atacar por las bandas, y no defender por delante de la zaga!

Becan y Julio se miran algo cortados, y el albanés contesta:

—Es posible que en esta nueva posición me divierta menos, pero si puedo ser útil al equipo, como dice Jérôme, lo hago con mucho gusto.

Los Cebolletas se encuentran a un viejo amigo al borde del campo: Mechones, el poni que los gemelos compraron con el dinero que ganaron en la lotería.

—¿Cómo estás, querido Mechones? —le pregunta Bruno acariciándole la crin rubia.

El centrocampista, que sueña con ser veterinario y adora los animales, ha sido el primero en ir corriendo a saludar al caballito.

—Está perfectamente —contesta el campesino Camilo—. Ya tiene la pata curada y ahora salta las vallas como si fuera un grillo.

—¡Entonces a lo mejor podrá volver a concursar! —exclama Lara.

—Sí, creo que en primavera lo inscribiré en algún torneo de hípica —anuncia Camilo—. Preparaos, porque me hará falta un buen jinete…

—O una buena amazona —le corrige enseguida Sara.

El árbitro reúne a los dos equipos antes de que salten al campo.

Un viento gélido, que parece preludiar el invierno, dobla los árboles que hay por detrás de la tribuna y se lleva de paseo algunas hojas.

Con el número 99 de Diouff, que se ha pasado a los Tiburones Azzules, juega ahora un delantero centro más menudo, pero con un gran sprint y muy hábil técnicamente. No está en línea con los números 97 y 98, como hacía Diouff, pero baja a menudo al centro del campo y el hueco que deja en ataque lo llenan sus dos compañeros, uno desde la izquierda y el otro desde la derecha.

Es la nueva formación del equipo africano, que juega con camiseta verde.

La primera jugada pilla por sorpresa a los Cebolletas.

Dani sigue precisamente al número 99 hasta el centro del campo y deja un agujero en la defensa.

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Peligro evitado: ¡el estuche está sano y salvo al fondo de la red!

Jérôme trata inmediatamente de solucionar el problema.

—¡Dani, no vuelvas a salir de la defensa! ¡Becan, si el número 99 retrocede, lo marcas tú!

—¡Vale, míster! —contesta el extremo derecho, enseñándole el puño con el índice levantado.

Con esta treta, a los Leones les cuesta un montón atacar la muralla defensiva de los Cebolletas y abrir huecos por los que colarse a la carrera. Pero eso genera el problema clásico de la manta que se queda corta…

Me explico: con tantos jugadores dedicados a defender su portería, sobran pocos Cebolletas para atacar la puerta contraria.

Mira esta jugada.

El Gato ha hecho un saque larguísimo, que ha llegado hasta el campo rival. Tomi, marcado por dos Leones, ha conseguido detener el balón con el pecho y clavarlo en el suelo. Levanta la mirada, ve a João por la izquierda, a Aquiles unos metros por detrás y a los demás Cebolletas alejadísimos, todos en la zaga. No sabe a quién pasar, así que intenta avanzar solo, pero al tercer regate le roban la pelota.

Aquiles agita los brazos como un poseso y grita:

—¡Subamos un poco, chicos! ¡No podemos atacar solo con tres! ¡Avanza, Becan! ¡Sígueme, Julio! ¡Gemelas, una de vosotras tiene que lanzarse de vez en cuando por la banda y luego bombear balones al área!

Todo en vano…

Los Cebolletas, preocupados por obedecer las órdenes de su entrenador, no se atreven a dejar su posición para lanzarse al ataque.

Aprovechando un saque de falta, João se acerca al exmatón y le dice:

—Olvídalo, Aquiles, tendremos que hacerlo solos… Cuando veas que me acerco a ti, hazme un pase largo por mi banda.