Los Leones se lanzan al ataque, en busca del empate. Al ver los problemas de sus puntas, el entrenador, que lleva una túnica larga y colorida y gafas de espejo, ordena a los laterales que presionen por la banda.

Destaca el número 92, que tiene las piernas largas y la zancada elegante de las jirafas.

Jérôme intuye el peligro y grita sin parar:

—¡João, sigue al 92! ¡Márcalo! ¡Páralo! ¡Defiende!

El brasileño lo intenta, pero tras dos subidas al ataque y dos bajadas a la zaga, se ha quedado sin resuello.

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—¡Bravo! —Jérôme lo celebra en el banquillo.

Becan le «choca la cebolla» al Gato y le dice a João:

—¿Has visto para qué valen los extremos que ayudan a la defensa? Para evitar los goles de los adversarios que han conseguido zafarse de los extremos que suben a marcar…

Las gemelas ríen con sorna.

En la jugada siguiente, el número 92 se vuelve a quedar solo por la banda derecha y hace un pase al centro. El pequeño 99 se lanza al vuelo y cabecea perfectamente, pero la bola roza el travesaño y sale fuera.

Los tambores africanos de los hinchas de los Leones cubren ahora los de Carlos. Los ataques de los jugadores de casa cada vez son más peligrosos.

Jérôme decide intervenir antes del descanso. Pide permiso al árbitro y sustituye a João por Ígor, tras darle un consejo:

—¡Pégate al número 92 y no le dejes que vuelva a pasar!

El pequeño brasileño sale meneando la cabeza.

—Pero, míster, si ni siquiera he jugado medio tiempo… —protesta.

—Estábamos sufriendo demasiado por tu zona. Has dado una asistencia magnífica —responde el cocinero-entrenador sin apartar los ojos del campo, concentradísimo.

João le «choca la cebolla» a Nico, se pone el chándal y se sienta abatido en el banquillo, con los codos en las rodillas y la capucha del chándal sobre el pelo sudado, porque el viento helado le molesta.

Durante el descanso, los Cebolletas se calientan con el té que Augusto les sirve en unos vasitos de plástico, mientras Jérôme expone la táctica para el segundo tiempo.

—Muy bien, chicos —les felicita el entrenador—, hemos defendido bien nuestra ventaja. En la reanudación tendremos que tener todavía más cuidado, porque nos atacarán con más energía. Bruno sustituye a Aquiles, Tomi sale y entra Nico en su lugar.

—¿Y yo? —pregunta inmediatamente el Niño.

—Tú entrarás más tarde —explica Jérôme—. Me hace falta un volante más. Ya hemos marcado el gol, ahora hay que protegerlo. Nico, jugarás como un falso delantero. Cuando recibas el balón, consérvalo todo lo que puedas, así la defensa respirará un poco y el tiempo irá pasando… Tienes buenos pies y eres el más preparado para esconder la pelota a los rivales. Y cuando sean ellos los que la tengan, baja y ayuda a Ígor a frenar las cabalgadas del número 92, que nos ha creado muchos problemas. Con dos Cebolletas encima no podrá dar tantos pases. ¿Alguna duda?

—¡Pero así tendremos una formación 4-6-0! —protesta Rafa—. ¡Es la primera vez que jugamos sin un solo delantero!

Augusto interviene inesperadamente:

—Jérôme, me permito señalarte que, sin delanteros, sus defensores centrales tendrán más posibilidades de subir al ataque y, como son más altos, podrían crearnos problemas. El 95, a quien llaman Sully, me parece un fenómeno con la cabeza. Rafa, que es alto, podría ocuparse de él y seguirlo cuando se una al ataque.

—Me parece una sugerencia perfecta —concuerda Nico—, posiblemente sea mejor que me quede fuera y entre el Niño.

Pero el hermano de Gaston es un testarudo.

—No, hagamos lo que he dicho yo. Cuando entrenaba a los chicos del Paris Saint-Germain gané la liga gracias a una sólida defensa. Cada equipo es como una casa: los defensores son los cimientos, los delanteros el tejado. Si el tejado está agujereado, lo peor que puede pasar es que se cuele la lluvia, pero si los cimientos no son sólidos, ¡se derrumba toda la casa! Por suerte, tenemos unos cimientos de lo más sólidos: ¡no hemos encajado un solo gol en dos partidos y medio! ¡Ánimo, chicos, quien se duerme se queda sin puntos!

Las gemelas, Elvira y Dani intercambian sonrisas de orgullo y vuelven al campo dispuestos a luchar con toda la garra del primer tiempo.

Rafa, que ya se había quitado el chándal porque estaba seguro de que entraría, está mucho menos satisfecho.

—No dispondré de un tiempo entero para responder a tu gol… —dice a Tomi.

—Habría preferido verte en el campo enseguida —contesta el capitán—. Puede que los cimientos sean importantes, pero yo en una casa sin tejado no viviría nunca…

—Ni yo —coincide el Niño, que vuelve al banquillo.

Como diría Adriana con uno de sus famosos ripios: Augusto estaba en lo justo.

En efecto, en cuanto el pintoresco entrenador de los Leones se da cuenta de que los Cebolletas solo tienen en la delantera a Nico, pequeño y hábil, renuncia a uno de sus cuatro defensas y ordena al número 95 que suba al ataque.

Los tambores africanos suenan sin tregua, los verdes atacan con saña.

Ígor y Nico logran controlar al número 92, pero los Leones tratan de penetrar por la banda opuesta.

El 93 sube y pasa con la zurda, el alto 95 entra en el área a la carrera, salta altísimo y cuela la pelota de un cabezazo por debajo del larguero: 1-1.

Un gol imparable, que desata la alegría del público de casa.

—¿Quién se ocupaba de marcarlo? —pregunta el Gato.

—No sé —contesta Dani—. Ha llegado desde la zaga, nosotros nos estábamos ocupando de los delanteros…

Tomi, que ya se ha duchado y sigue el partido en el banquillo, intenta dar un consejo a su entrenador:

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—Míster, tenemos que jugar más adelantados. Si los esperamos en la defensa, ¡nos meterán diez goles de cabeza! ¡Son demasiado altos para nosotros, necesitamos a Rafa!

Pero Jérôme insiste:

—Todo va bien. Un empate en casa es un buen resultado. Ahora pongo a Dani a cubrir al número 95 y ya no tendremos problemas. ¡Tranquilos, chicos, tenemos unos cimientos sólidos!

El Niño, con los brazos cruzados, está más furioso que Eva…

El problema es que Nico no está acostumbrado a jugar de delantero centro, dando la espalda a la portería adversaria. Cada vez que le llega un despeje, uno de los tres zagueros se le adelanta y devuelve el balón al centro. Es como si los Cebolletas jugaran cuesta arriba: la pelota siempre vuelve para atrás, hacia la puerta del Gato, que se está desgañitando:

—¡No nos dejemos aplastar! ¡Subamos!

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