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Dani ha observado un detalle curioso.

—No sé si sabéis, gemelas, que las mujeres normalmente solo se pintan las uñas, no las manos enteras.

Los Cebolletas miran las manos de Sara y Lara, manchadas de colores de todo tipo, y se echan a reír.

Lara se esconde rápidamente las manos detrás de la espalda y trata de justificarse.

—Acabamos de pintar algo muy importante.

—¿Qué? —pregunta con curiosidad Nico.

—Es un secreto. El domingo ya lo averiguaréis —tercia Sara.

—¡Mirad! —exclama Julio de repente—. Tino está colgando en el tablón de anuncios el nuevo número del MatuTino. ¡Vamos a ver los resultados de la primera jornada!

El grupo se dirige apresuradamente al tablón de la parroquia de San Antonio de la Florida.

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Como ves, los Tiburones Azzules han ocupado el puesto del Súper Viola, que no se ha inscrito en la liga porque algunos jugadores se han ido del equipo.

—¡Somos los únicos que hemos ganado! —exclama Elvira.

—¡Estamos solos en cabeza! —grita Pavel.

—Qué lástima que sea la primera jornada de la liga y no la última… —comenta Nico, antes de ponerse a leer el artículo y protestar—: ¡Pero si no habla de nosotros!

—Claro —se justifica el periodista—, porque habéis jugado a domicilio.

—El año pasado también jugamos como visitantes, pero siempre viniste a vernos —replica João.

—Pero este año la parroquia tiene dos equipos y, para evitar favoritismos, he decidido seguir solo los partidos en casa —explica Tino—, de manera que una semana hablaré de vosotros y la siguiente de los Tiburones Azzules.

—¡El fenómeno de Pedro se ha llevado un 4,5! —salta Tomi, antes de leer con gran satisfacción el veredicto sobre el capitán de los Tiburones—. «El delantero centro tiene la lengua colgando al cabo de cinco minutos. Se ve que no está acostumbrado al campo grande. Si el entrenador no fuera su padre, probablemente lo habría sustituido mucho antes…».

—¡Bravo, Tino! ¡Esos comentarios sí que son «atinados»! —le felicita Aquiles dándole una enérgica palmada en el hombro.

—¡A ver si adivináis quién ha sido el mejor jugador! —les reta Fidu con una sonrisa de orgullo.

Sara observa las notas y luego lee en voz alta: «Fidu, un 9. Encaja dos goles imparables de los estupendos delanteros de los Leones de África, pero salva a los Tiburones de una merecida derrota con cinco paradas prodigiosas, por lo menos. Sin los milagros de san Fidu de Moncloa, el equipo de Charli seguiría sin puntos».

—¡Fabuloso! —le felicita Nico.

—Lo siento por ti, Fidu —añade Becan—, pero me alegra que los presuntuosos de tus compañeros no hayan ganado. Ya se sentían los campeones del mundo, pero después de un solo encuentro ya están con dos puntos menos que nosotros…

—Es verdad que nos hará falta un poco de tiempo para acostumbrarnos al fútbol entre equipos de once jugadores —admite Fidu—. Acordaos de que los Cebolletas también sufrieron mucho al principio de la temporada pasada.

Tomi, que se ha quedado leyendo todos los comentarios de Tino con mucha atención, responde:

—Es verdad, pero tengo la impresión de que aprenderéis muy deprisa.

Los Cebolletas miran sorprendidos a su capitán.

—¿Te damos miedo, Tomi? —le pregunta Fidu con una risita sardónica.

El capitán lee en voz alta el MatuTino:

—«Fidu, 9; David, 7; Ángel, 8; Diouff, que ha marcado los dos goles, 8,5…». Notables y sobresalientes para el portero, el defensa central, el director de juego y el delantero. ¿Sabéis lo que significa eso?

—Sí —contesta Nico, ligeramente inquieto—. Que los Tiburones Azzules ya tienen una espina dorsal muy sólida. Cuando el resto del equipo se acostumbre al campo grande, no será fácil derrotarlos.

Aquiles mira de arriba abajo a Tomi y Nico, con los brazos en jarras.

—¿No me estaréis diciendo que tengo que temer a esos patosos con una Z pintada en la barriga?

Los Cebolletas se carcajean, mientras Tino cuelga del tablón una segunda hoja.

—He escrito algo sobre vosotros, chicos —explica el pequeño periodista.

El artículo se llama «El nuevo Ángel de la Guarda».

Sara es la primera en acercarse y leer en voz alta los pasajes más interesantes.

«¿Por qué Eva, que normalmente sigue a Tomi y a los Cebolletas, se ha quedado en la parroquia para asistir al debut de los Tiburones Azzules? A lo mejor tenía que volver pronto a casa, porque tenía un ensayo de baile por la tarde, o quizá la respuesta llegó al final del encuentro, cuando Ángel, el nuevo y eficaz director del juego de los Tiburones, que tiene una sonrisa de anuncio de dentífrico, se detuvo a charlar un buen rato con ella antes de acompañarla a casa. Tomi tiene dos puntos más en la clasificación, pero corre el peligro de quedarse con una Eva menos…»

Los Cebolletas intercambian miradas divertidas y se ríen entre dientes, lo que saca de quicio al capitán.

—¡Pues a mí no me hace ninguna gracia! —estalla Tomi—. ¡Esta hoja solo sirve de papel de váter!

—¡Pero si me acabáis de decir que soy un gran periodista! —se defiende Tino, extendiendo los brazos.

Tomi se aleja a grandes pasos sin añadir nada más, furioso.

En la foto que aparece en el MatuTino, Ángel, arrodillado, acaricia a Bulldog ante la sonrisa de Eva.

Es día de entrenamiento para los Cebolletas, que se están preparando para el segundo partido de la liga, contra los Velocirráptores.

A diferencia de las sesiones agotadoras del precampeonato, Jérôme ha aligerado los ejercicios. Ya no es el temible Entrenador Tortura, como lo habían apodado sus pupilos.

—Hicimos bien en llamar por teléfono a Gaston a África —comenta Sara, que está con Nico peloteando en el centro del campo.

Sí —concuerda Nico—. No ha servido para retener a Fidu, pero al menos creo que nuestro entrenador ha convencido a su hermano de que nos torture un poco menos… Mira, nos está preparando un juego.

—¡Mi entrenamiento favorito! —comenta Tomi—. No veo la hora de llenar la portería con todos esos balones…

—¿Apuestas algo a que los meto en la red antes que tú? —tercia Rafa con una sonrisa desafiante.

Mientras los Cebolletas pelotean, repartidos por el campo, Jérôme llena de balones un área de penalti.

Como recordarás, Gaston y su mujer, Sofía, están en Namibia, un país africano, para conocer al niño que podría convertirse en su hijo adoptivo. En la última llamada telefónica han confesado que están viviendo una experiencia muy emotiva y que esperan estar de regreso en España para las próximas Navidades.

Jérôme silba y reúne a todos los Cebolletas al borde del área.

—¿Alguno de vosotros se imagina en qué consiste el juego? —pregunta el cocinero-entrenador.

—¡Yo! —salta Tomi levantando el brazo—. Hay que meter en la red todos los balones que hay en el área en el menor tiempo posible.

—Te equivocas —rebate Jérôme—. Hay que echarlas fuera del campo. Si uno entra en la puerta es un autogol, porque este ejercicio sirve para entrenar a la defensa. Lo he llamado «barrer el área».

Los Cebolletas se miran perplejos.

—Juraría que no está en el cuaderno con los juegos de entrenamiento que le ha dejado su hermano Gaston —aventura Tomi.

—Exacto —confirma Jérôme—. ¿Cómo lo has adivinado?

—Porque para Gaston el fútbol consiste ante todo en intentar marcar goles, es decir, divertirse, y luego en tratar de no encajarlos —responde el capitán.

—Perdona, Tomi, pero no estoy de acuerdo —interviene inesperadamente Lara—. Yo me divierto también evitando que nos metan gol. El equipo no está hecho solo de delanteros. Los defensas también servimos para algo…

—¡Claro que servís, para que los delanteros os regateemos! —exclama João—. Los esquiadores también necesitan palos cuando hacen eslalon…

—Qué gracioso… —le contesta la gemela—. Sin palos como nosotros, ¡ya te puedes olvidar de ganar!

—¡Eso, Lara! —aprueba Jérôme—. Si no me equivoco, en 2006 Italia ganó el Mundial gracias a su defensa. En la final, contra mi Francia, marcó Materazzi, un defensa central; el penalti decisivo lo lanzó Grosso, un lateral, y el mejor de todos fue Cannavaro, otro defensa, que incluso ganó el Balón de Oro.

—¡Bien dicho! —convienen las gemelas, Elvira y Dani.

—Empieza tú, Sara —decide Jérôme, antes de pitar y poner en marcha el cronómetro.

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—¡Bravo! —celebra Jérôme—. ¡Un crono espectacular! ¡Con esta garra es con la que se ganan partidos! Adelante, João, veamos qué tal se te da a ti.

Los Cebolletas ayudan a Jérôme a devolver las pelotas al área de penalti y luego este acciona el cronómetro.

Con toda la tranquilidad del mundo, João levanta un balón con la finta del pingüino, apretándolo con los pies, pelotea con el muslo y luego con la cabeza. Así, con la pelota pegada a la frente, empieza a pasear por el área de penalti, alejando de tacón todos los balones que encuentra…

—¡Ve más rápido, João! —le vocifera el cocinero-entrenador—. ¡Así no! Pero ¿qué haces? ¡No se barre el área con el talón!

Los Cebolletas sueltan el trapo y no paran de reír hasta que Jérôme detiene el cronómetro.

—¡Un desastre, João, has sido un desastre! —grita de nuevo el hermano de Gaston—. ¡Has empleado cinco minutos más que Sara!

—Lo siento, míster, pero los brasileños solo barremos el área de tacón —se justifica el extremo izquierdo, que luego «choca la cebolla» a los demás atacantes.

Mientras tanto, Rafa propone en voz baja un reto a Tomi:

—Barramos el área como quiere Jérôme, pero a ver quién de los dos le pega más veces a un palo sin que entre el balón, ¿de acuerdo?

El capitán aprueba la idea «chocándole la cebolla».

—¡Una idea genial! Así ejercitamos también la puntería, que es lo que nos hace falta a los delanteros.

Empieza el Niño que, en cuanto silba Jérôme, entra en el área y suelta un cañonazo que rebota contra el travesaño y llega hasta la mitad del campo…

—Pero ¿qué narices estás haciendo? —aúlla el cocinero del Poco pero Bueno.

—Estoy barriendo el área, ¿no lo ve? El balón ha acabado lejísimos —responde el italiano, antes de disparar otro trallazo, que roza un poste y sale del campo.

—¡Pero así te expones a marcar un autogol detrás de otro! —protesta Jérôme.

—Tranquilo, míster, tengo una puntería infalible —replica el delantero, antes de chutar de nuevo.

Pero esta vez la pelota golpea por el lado interior del poste y acaba al fondo de la red.

—¡Lo sabía! —estalla el hermano de Gaston llevándose las manos a la cabeza—. Tienes que despejar hacia el centro del campo, ¡no hacia tu portero!

Rafa golpea ocho veces la madera de la portería; Tomi, que sale después, solo lo hace siete veces…

Los Cebolletas se divierten de lo lindo viendo las muecas y oyendo los gritos de Jérôme, que ha tratado en vano de convencer a los dos delanteros de que barrieran el área como ha hecho Sara, en lugar de disparar hacia la meta.

Al final de la intervención del capitán, el cocinero-entrenador estalla de rabia.

—¡Ojo con vosotros dos si el próximo domingo os acercáis a nuestra área grande! Os quedaréis todo el rato en ataque. Es decir, si os dejo jugar…

Rafa y Tomi se «chocan la cebolla».

—Lo siento, capitán. —El italiano sonríe—. He ganado la apuesta: ocho palos contra siete.

—Bravo, pero el torneo pichichi lo ganaré yo —rebate Tomi.

Jérôme comprueba los nombres anotados en el cuaderno y anuncia:

—Le toca a Becan y luego habremos acabado. El mejor tiempo sigue siendo el de Sara. Y no creo que lo supere; me temo que tendremos el placer de admirar a otro especialista en regates circenses como João…

En cambio, el extremo derecho se lanza inesperadamente al área con la saña de un defensa y despeja un balón tras otro.

Jérôme se entusiasma.

—¡Bravo, Becan! ¡Lo puedes conseguir! ¡Ánimo!

Todavía quedan cuatro pelotas en el área.

El chico albanés suelta un durísimo trallazo raso con el que golpea los otros tres balones y los aleja como si de bolos se tratara.

El hermano de Gaston detiene el cronómetro.

—¡Récord! ¡Becan ha superado el tiempo de Sara y ha ganado el juego! ¡Ha barrido el área mejor que los defensas! ¡Bravo, chico, estás haciendo grandes progresos! Creo que te vas a convertir en mi alumno preferido…

Becan sonríe, orgulloso de los cumplidos de Jérôme, y es felicitado también por las dos gemelas.

En cambio, João se limita a decirle:

—Recuerda que un extremo no está hecho para patalear en la defensa, sino para divertir al público y crear peligro en ataque con su técnica y su fantasía.

Becan responde con cara de pocos amigos:

—Tú haz lo que quieras, yo estoy acostumbrado a obedecer a mi entrenador.

Entre los Cebolletas se hace un silencio incómodo. Luego entran todos juntos en el vestuario.