El gol en contra ha sido como un puñetazo en el estómago para los Cebolletas, que parecen perdidos y siguen padeciendo los ataques de los Leones.
—¡Madre día, esos chavales corren como trenes! —comenta el padre de João en la grada.
—Como autobuses, diría yo —le corrige Armando—. De hecho, tienen los mismos números que las líneas urbanas: el 94, el 97…
Por fortuna, un espontáneo interrumpe el partido y permite recuperarse a los Cebolletas. Mechones se ha escapado y ha invadido el terreno de juego…
El público prorrumpe en una gran carcajada, mientras el poni trota hacia el banquillo de Jérôme.
—¿Adónde irá? —pregunta Lucía con una sonrisa.
—Mechones ha comprendido que a los Cebolletas les hace falta un buen entrenador y quiere hacer sus pinitos —contesta su marido.
Carlos, Elvis y el padre del número 10 de los Cebolletas se echan a reír.
Sara aprovecha la pausa para acercarse al banquillo y pedir a Augusto que le mire el tobillo.
—En la jugada del maldito gol he apoyado mal el pie y he sentido un dolor tremendo —explica.
El chófer del Cebojet quita la bota a la gemela, que reacciona con una mueca de dolor.
—Es un esguince —anuncia Augusto—. Tienes que abandonar el campo.
—A lo mejor puedo seguir si me vendas el pie —propone Sara.
—No, jugando lo único que harás es agravar la lesión —rebate categóricamente Augusto.
Jérôme se gira hacia Rafa y le ordena:
—¡Calienta un poco, tienes que entrar!
El Niño se pasa una mano por la barriga poniendo cara de sufrimiento y responde:
—No me siento en condiciones, míster. Debe de ser por este viento gélido, me ha entrado un dolor de estómago tremendo.
—¡Pero con diez no podremos remontar! —exclama Sara—. No tenemos más suplentes… ¡Aprieta los dientes, Rafa!
—Lo siento, me duele demasiado. Es más, me voy a cambiar enseguida —decide el Niño, que se pone en pie y se dirige lentamente hacia el vestuario.
Bruno devuelve el poni a Camilo y el encuentro se reanuda. Los Cebolletas intentan atacar con las pocas fuerzas que les quedan.
Nico está a punto de marcar a saque de falta, y Dani hace intervenir al portero con un cabezazo, pero, al haberse quedado reducidos a diez, los chicos de Jérôme se ven obligados a dejar espacios para los contraataques fulminantes de los tres delanteros africanos.
La jugada que precede al disparo del número 97 es una preciosidad: una serie de pases rapidísimos, todos de primeras, desde la zaga hasta el área rival.
Los gritos de alegría de los hinchas locales cubren los tres pitidos del colegiado. El partido ha acabado.
Leones de África 3 - Cebolletas 1.
El Gato, arrodillado dentro de su portería, recoge la gorra, los guantes y la botellita de agua. El disparo ha sido tan potente que ha abierto el estuche.
El guardameta coloca las cosas en su sitio, cierra el estuche, se lo echa al hombro y se dirige cabizbajo hacia el vestuario.
Durante el trayecto de regreso, no se oye volar una mosca en el Cebojet. Nadie tiene ganas de hablar ni de bromear.
Los delanteros se han vuelto a sentar al fondo del autocar y los defensas delante.
Poco antes de llegar al Paseo de la Florida, João atraviesa el Cebojet para cuchichear al oído de Lara:
—Mañana por la tarde, a las cuatro, reunión de urgencia en el Paraíso de Gaston.
El día siguiente, por la tarde, Tino cuelga del tablón de anuncios de la parroquia el nuevo número del MatuTino, que recoge los resultados de la tercera jornada de liga, la clasificación provisional y un artículo sobre el encuentro entre los Tiburones Azzules y el Club Huracán, que lleva por título «El huracán Pedro».
Gracias a los tres goles marcados por el capitán de la coleta, al que Tino ha premiado con un 8, el equipo de Charli ha derrotado a los campeones vigentes: 4-0.
—Mira lo bajo que han caído los Cebolletas… —comenta Pedro, admirando satisfecho la clasificación del MatuTino.
—Solo tienen tres equipos por detrás —observa Vlado—. Tengo la impresión de que este año se exponen a acabar los últimos.
—Dani y las gemeluchas estaban orgullosos de su defensa imbatida, pero ayer encajaron tres goles de una tacada —añade César—. Tres, los mismos que nos han metido a nosotros en tres partidos. Ni siquiera en ese aspecto nos ganan.
—Ahora dejarán de llamarnos los novatos de la liga en campo grande —prosigue Pedro—. Después de tres encuentros ya tenemos tres puntos más que ellos. A lo mejor por eso hoy no se ha dejado ver ningún Cebolleta…
—Me parece que, para salir de casa, esta semana Tomi y sus amigos tendrán que usar gafas de sol y ponerse bigotes falsos —bromea Vlado.
Los Tiburones se echan a reír con ganas. Todos excepto Fidu, que sufre al ver a sus amigos los Cebolletas pasando tantos apuros y al oír cómo se burlan de ellos sus nuevos compañeros.
Querría hacer algo para ayudar a sus amigos o, por lo menos, le gustaría saber dónde se han metido hoy…
Tú ya lo sabes: se han reunido con gran secreto en el Paraíso de Gaston.
Elena lleva en una bandeja una taza para cada uno de los Cebolletas.
Tomi olfatea la infusión con gran circunspección y pregunta:
—¿Qué es?
—Lo que os hace falta. Una tisana que ayuda a recuperar el buen humor: lavanda, melisa y romero —responde la checa—. Tu madre me ha dicho que el partido de ayer no fue demasiado bien…
—Pues sí —confirma Aquiles—. Encajar tres goles de golpe quiere decir que las cosas no van demasiado bien.
—Tampoco lo es meter solamente tres goles en tres partidos —añade Sara.
Cuando Elena se aleja de la mesa de los Cebolletas, Tomi levanta la mano.
—Chicos, no hemos venido aquí para echarnos la culpa unos a otros —dice el capitán—, sino para encontrar juntos una solución a nuestra crisis.
—Yo tengo una solución —dice João poniéndose en pie—. ¡Demos las gracias al Entrenador Tortura por sus servicios y pidamos a Augusto que se convierta en nuestro míster!
—¡Yo estoy de acuerdo! —exclama Rafa.
—¡Y yo! —concuerda Aquiles.
—¡Pues yo no! —replican a coro las gemelas.
—¡Ni yo! —se apunta Becan.
—Me lo imaginaba —contesta João, volviéndose hacia el antiguo extremo derecho—. A base de hacer de espía, te has acabado convirtiendo en el ojito derecho del míster…
—¡No hago de espía! —protesta Becan—. Me limito a dar información sobre nuestros adversarios para ayudarle a organizar los partidos.
—Pues vaya partido organizó ayer… —comenta Aquiles—. ¡Perdimos por culpa de Jérôme! Augusto comprendió enseguida, como nos dijo en el descanso, que necesitábamos a Rafa en el campo para poder detener al número 95 y superar su defensa. ¿Cómo puede ser capaz de mantener en el banquillo a alguien que ha jugado con el Roma?
—Si el señorito del Roma no hubiera fingido dolor de estómago y no nos hubiera dejado en diez, ¡a lo mejor habríamos ganado! —replica Sara.
—El dolor de estómago me entró cuando vi tu autogol —estalla el Niño—. ¡Fue el gol de la derrota!
El capitán tiene que intervenir otra vez:
—¡Basta, colegas! Si perdimos no fue por culpa de la defensa o la delantera. ¡Fue culpa de todos! ¿Somos una sola flor, sí o no? ¿Qué diría Gaston Champignon si nos oyera pelearnos así?
—Si Gaston hubiera visto los tres partidos, le habría quitado el equipo a su hermano —contesta João.
—Pues para mí Jérôme es un gran entrenador —insiste Sara.
—¿Solo porque piensa todo el tiempo en defender? —pregunta Rafa.
—Hace que nos sintamos importantes —contesta la gemela—. ¡No se gana solo gracias a los delanteros!
Lara le echa un cable a su hermana.
—Ya sé que a ti te gustaría jugar todos los domingos, Rafa. Divertirte con Tomi a ver quién mete más goles, hacer la pipa y que te hagan la ola, mientras nosotros nos dejamos la piel defendiendo. En cambio, Jérôme pretende que todo el mundo se deje la piel, como ha aprendido a hacer Becan, y siente un gran respeto por nuestra función. No como tú…
Tomi extiende los brazos, entristecido.
—No hay nada que hacer. Seguimos peleándonos y no resolvemos los problemas.
—Lo único que se puede hacer para resolver todos los problemas —anuncia João con decisión— es votar. Nuestros padres también están de acuerdo en que Jérôme no nos hace jugar como deberíamos. Propongo que le pidamos a Augusto que llame a Gaston y le convenza para que le confíe el equipo. ¡El que esté de acuerdo que levante la mano!
Rafa, Aquiles, Pavel e Ígor levantan la mano.
—Pues yo digo que Jérôme es un buen entrenador y debe seguir dirigiéndonos —replica Sara—. ¡El que esté de acuerdo conmigo, que levante la mano!
Lara, Dani, Elvira, Becan y Bruno levantan la mano.
—¡Hemos ganado por 6 a 5! —proclama Lara.
—No —puntualiza Aquiles—. Faltan cuatro votos, que pueden dar la vuelta al resultado.
—Yo acabo de entrar en el equipo y no creo que deba votar —explica el Gato.
—Yo también me abstengo —dice Julio.
—Yo soy el capitán y represento a todo el equipo —se justifica Tomi—. No puedo ponerme con ningún bando, así que no voto.
Todos se quedan mirando a Nico. Su voto puede hacer empatar a los delanteros con los defensas.
El número 10 se pone en pie y declara:
—Creo que no nos toca decidir quién nos tiene que entrenar. Cuando entramos en los Cebolletas, aceptamos obedecer siempre a nuestro entrenador, Gaston Champignon. Monsieur Gaston ha escogido a su hermano como sustituto: nos guste o no, tenemos que acatar su decisión y obedecer a Jérôme como si fuera Gaston. Cuando entramos en los Cebolletas, prometimos que seríamos una sola flor. ¿Lo fuimos ayer en el campo? ¿Y hoy en esta mesa? Yo veo una flor partida en dos. Y no me gusta.
Nadie responde. Todos están meditando las palabras del número 10 y se sienten un poco culpables.
El silencio lo rompe el vozarrón de Fidu:
—¡Aquí es donde se escondían mis Cebolluchos!
El porterón se acerca a la mesa, toma la taza de Nico, bebe un trago y pone una mueca de asco.
—Tisanas en vez de merengues —dice—. ¡Apuesto a que así no volvéis a ganar un solo partido!
Los Cebolletas sueltan por fin una carcajada.
Fidu es único, irreemplazable.
El miércoles por la tarde, Tomi se encuentra con Adriana delante de la parroquia de San Antonio de la Florida y luego los dos amigos van juntos a casa de Eva.
El capitán no está demasiado convencido de la eficacia del plan de la hermana de Rafa.
—¿Estás segura de que funcionará?
—¡Archisegura! —exclama Adriana, que lleva su arco al hombro—. Las sorpresas agradables siempre funcionan. Además, me siento culpable: os habéis peleado por mi culpa, así que os tengo que ayudar a hacer las paces.
—Ya hemos llegado. Eva vive en ese edif… —anuncia Tomi, pero la frase se le queda atascada en la garganta, porque reconoce a Ángel delante del portal de la bailarina.
—¿Pasa algo? —pregunta la italiana.
—Más que algo… —contesta el capitán—. Ese tipo de los dientes blancos como la nieve se llama Ángel, y tengo la impresión de que quiere acompañar a Eva a su clase de baile, como pretendía hacer yo.
—Pues la vas a acompañar tú —le asegura Adriana—. Sígueme, que no nos vea el tal Ángel…
Tomi y la hermana del Niño caminan agachados por la acera de enfrente, tapados por los coches aparcados.
Luego Adriana ata una nota a una flecha, que llevaba una ventosa en la punta, tiende la flecha sobre el arco y pregunta al capitán:
—¿Cuál es la ventana de la habitación de Eva?
—La primera por la derecha del tercer piso —contesta Tomi.
La italiana apunta y suelta la flecha, que sube hacia el edificio y se pega en el cristal de la ventana.
—¡Diana! —celebra el capitán.
—¡Ahora ve corriendo al portal y quédate esperando ahí! —le ordena Adriana, pasándole el arco—. ¡Corre! Y suerte…
Tomi atraviesa la calle como un rayo.
Eva, que estaba saliendo de su habitación con su bolsa al hombro, se da la vuelta, atraída por el ruido seco que ha sonado a sus espaldas. Despega la ventosa del cristal y lee la nota atada a la cola de la flecha:
¡Sal de tu estancia,
que te acompaño a danza!
¡Saldrás volando al ras,
porque abajo te espera Tomás!
La bailarina sonríe. Por fin se le ha ocurrido a Tomi una treta para que le perdone.
No espera al ascensor, sino que baja a pie, saltando los escalones de dos en dos.
Al asomar la cabeza por el portal ve a Ángel, que le enseña sus dientes inmaculados y le explica:
—Quería acompañarte a clase…
—Gracias, eres muy amable —contesta Eva—, ¡pero ya había quedado con Tomi!
El capitán sonríe a su rival y exclama:
—¡Cebolletas 1 – Tiburones 0!
Y luego, con el arco al hombro, se pone al lado de su bailarina favorita.
Han hecho las paces.