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Sábado por la tarde, víspera del gran derbi Tiburones Azzules-Cebolletas.

Issa entra en la parroquia con su casco de minimotero bajo el brazo, acompañado por Fernando.

Los Cebolletas van rápidamente a su encuentro.

—¿Qué tal te han ido las pruebas, Jorge Lorenzo?

—¡Superbién! —exclama el hijo de Champignon, radiante.

—Superbién es poco —precisa Fernando—. Issa ha vuelto a mejorar su récord en el circuito del Jarama. ¡Es un auténtico fenómeno! Se entiende con la moto a las mil maravillas. Parece que lleve toda la vida montado en el sillín… ¡Juraría que la semana próxima, en Toledo, los dejará a todos tirados!

—¿Correrás el Gran Premio? —se asombra Fidu.

Issa extiende los brazos y encoge la cabeza entre los hombros.

—Quiero pero no sé si…

—Ya lo hemos inscrito para la carrera —explica el hermano de Pedro—, ahora solo nos queda convencer a sus padres.

—A la señora Sofía le costará aceptar que su hijo corra como una flecha por las pistas —comenta Lara.

—Estoy contigo —conviene Fernando con un suspiro.

—Eh, pero ¿qué está pasando? —pregunta Becan de improviso, al ver el gentío que se ha congregado delante del tablón de anuncios.

—Creo que ya sé de qué se trata —contesta Fidu—. Tino habrá colgado la edición especial de su diario. Os aconsejo que no os la perdáis…

Curiosos por las misteriosas palabras del portero, los Cebolletas se dirigen inmediatamente al tablón y se abren un hueco entre los chicos de la parroquia para leer un número del MatuTino titulado «El diabólico Ángel».

Recorren el artículo de un tirón y, cuando se enteran de la trampa que ha tendido el rubiales número 10 a Sara, se quedan con la boca abierta.

—¿Cómo se puede ser tan malvado? —se pregunta Tomi.

Lara, con la mirada de una leona herida, ve a Pedro por ahí cerca y le pregunta gritando:

—¡Dime dónde está Ángel! ¿Cómo se atreve a tratar así a mi hermana? ¿No le da vergüenza? ¡Dime enseguida dónde está, quiero mirarlo a los ojos!

El capitán de los Zetas, sorprendido por la reacción de Lara, balbucea:

—No lo sé… A lo mejor… No lo he visto… —Pero al final se recupera y pasa al contraataque—: ¿Y os parece bonito el comportamiento de Fidu? ¡Ha hecho de espía en el vestuario y se ha chivado! ¡Es él quien debería avergonzarse!

—Tienes razón, me avergüenzo —rebate el portero—. Me avergüenzo de estar en un equipo en el que un compañero puede gastar bromas tan pesadas y de mal gusto. Burlarse de los sentimientos de una chica es algo detestable… ¡Si Ángel no le pide perdón a Sara, yo no vuelvo a jugar con los Zetas!

—Tranquilo, que de todas formas no vas a jugar —le asegura Pedro—. En cuanto mi padre se entere de que has revelado los secretos de nuestro vestuario, ¡te echará!

El capitán de los Tiburones se aleja hacia el campo de baloncesto, donde Vlado y César están tirando a canasta.

—¡Maldita descalificación! —farfulla Lara, muy rabiosa—. ¡Daría lo que fuera por poder jugar mañana!

Fidu arranca del tablón el MatuTino, lo enrolla y se lo entrega a la gemela.

—Toma, anda, llévaselo a Sara —le aconseja—. Ya verás como mañana al menos una leona sí habrá en el campo…

Al llegar a casa, Lara se encuentra a su gemela con las zapatillas de ballet, danzando sobre las puntas de los pies delante de un espejo.

Se sienta en la cama, espera que la música acabe y tiende el MatuTino a Sara, que lo rechaza.

—Gracias, no me interesa…

—Léelo, habla de ti —insiste Lara.

Su hermana acepta a regañadientes, pero luego va leyendo el artículo cada vez con mayor atención. No logra dar crédito a lo que lee. Al final se deja caer sobre la cama. Siente una especie de agujero frío en el estómago y una tristeza infinita, que le sube de la garganta a los ojos, llenándolos de lágrimas.

—¿Por qué ha sido tan cruel conmigo? —pregunta con la voz ronca.

Lara abraza a su gemela y trata de consolarla.

—No sabes cuánto lo siento…

De repente la expresión de Sara cambia. Se queda mirando un punto fijo de la pared, como si se le acabara de ocurrir una idea. Luego se pasa una mano por los ojos, sus lágrimas desaparecen y su rostro se ilumina con su feroz mirada de antaño.

Se quita las zapatillas de baile y las lanza dentro del armario. Se pone en pie sobre la cama y saca las botas de fútbol, que había guardado dentro de una caja en el estante más alto. Busca en un cajón el tubo de grasa de foca y se pone a untar la piel con sumo cuidado.

—¿Qué estás haciendo? —le pregunta al fin Lara.

—Preparándome para el derbi de mañana —contesta su hermana.

—¡Bienvenida de nuevo, hermanita! —salta Lara con una sonrisa de oreja a oreja.

Las gemelas se «chocan la cebolla» con alegría.

La mañana siguiente, cuando Sara entra en el vestuario de los Cebolletas con su bolsa al hombro y el chándal es recibida con un caluroso aplauso. La flor acaba de recuperar el pétalo que le faltaba.

Gaston Champignon se atusa el bigote por la punta derecha y exclama:

—¡Qué maravillosa sorpresa!

—Míster, tengo una idea, a ver qué le parece —propone la gemela—. Ya sé que esta semana han ensayado la alineación de hoy, pero creo que podría ayudarles. Como recordará, en la ida Ángel nos creó muchos problemas. Si quiere me encargo yo de él. Si cortamos los pases de Ángel a Diouff y Pedro, los Tiburones serán mucho menos peligrosos.

Los Cebolletas se miran y sonríen.

—Me parece buena idea —aprueba Gaston Champignon—, pero no podemos jugar los doce…

—¡No se preocupe, yo me quedo fuera, míster! —se ofrece Nico—. Quiero disfrutar del espectáculo desde el banquillo.

—¡A lo mejor también le convendría a Ángel quedarse en el banquillo! —salta Aquiles.

Los Cebolletas sueltan una sonora carcajada y luego salen a calentar.

Ángel se acerca a Sara, que está haciendo unos estiramientos.

—Hola, Sara, verás… quería explicarte… —empieza a hablar.

La gemela lo fulmina con la mirada y se limita a decirle una palabra:

—¡Desaparece!

La tribuna de la parroquia de San Antonio de la Florida no ha estado nunca tan llena. Para la ocasión, Charli ha repartido entre los hinchas de los Zetas nuevas banderas negras con una Z blanca en el centro. Las pancartas blancas con el lema «¡Bienvenidos a casa de los Cebolletas!, ¡que os divirtáis!», colgadas en la valla de seguridad, han sido sustituidas por otras negras, en las que se anuncia: «¡Temblad, estáis en el infierno de los Zetas!», o bien: «¡No tenéis ninguna esperanza, Cebolluchos!».

—Qué simpáticos… —comenta Rafa, mirando a su alrededor.

—Sí, nuestros amigos de los Tiburones son de lo más hospitalarios —coincide Tomi.

—No os preocupéis, en cuanto empiece el partido, ¡ya me encargaré yo de convertir el campo en un infierno! —promete Sara.

El saque inicial corresponde a los Tiburones Azzules.

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El árbitro pita falta e interviene inmediatamente:

—Señorita, si esa es tu primera entrada, no quiero ni imaginar cómo serán las próximas…

—Pero le he dado al balón, señor árbitro —se justifica la gemela—. No era falta.

—Sí, pero después del balón has tirado al rival —explica el colegiado—. Te aconsejo un poco más de serenidad.

Tamara, la centrocampista de los Zetas, saca la falta hacia la banda izquierda, para que corra tras ella Diouff. El antiguo León ve que el paso está cerrado por Becan y devuelve el balón hacia el centro, donde Ángel lo detiene. Pero a los pocos segundos el rubiales está tumbado otra vez boca arriba. Sara se le ha vuelto a echar encima en plancha.

El árbitro vuelve a pitar.

—Señorita, ¡si vuelves a hacer otra entrada igual, te amonesto! —le advierte.

—¡Pero mire dónde ha acabado la pelota, señor árbitro! —protesta la gemela—. ¡Le he dado de lleno!

—¡Pero también le has dado de lleno a mi tobillo! —se lamenta Ángel, masajeándose el pie con una mueca de dolor.

—Si no quieres recibir patadas, aprende a bailar —rebate la Cebolleta—. ¡En el armario tengo un par de zapatillas que ya no me sirven para nada, si quieres te las presto!

A Nico, Dani y Elvira, sentados en el banquillo, les duele el estómago de tanto reírse.

Lara, que está sentada al lado de Fidu, comenta con satisfacción:

—Si fuera Ángel, pediría el cambio…

—Se merecía una lección después de lo que ha hecho —dice el portero, que se ha negado a jugar hasta que Ángel pida perdón.

El primer tiempo se convierte en una auténtica pesadilla para el Zeta número 10, que seguramente recordará mucho tiempo. Cada vez que le llega el balón se lo arrebata Sara, por las buenas o por las malas.

Al enésimo revolcón del rubiales, Charli pierde la paciencia.

—¡A ver si consigues quedarte de pie, Ángel! Eres grande y fuerte, ¡pero la chica pareces tú y no Sara!

Sin los certeros pases de su número 10, a los Tiburones les cuesta elaborar jugadas de peligro, entre otras cosas porque Becan, aunque no es un verdadero defensa como sabes, es rapidísimo y responde a todos los sprints de Diouff marcándolo a la perfección.

Becan se convierte en el arma más letal de los Cebolletas. Además de detener a Diouff, en cuanto sus compañeros recuperan el balón se lanza al ataque, de modo que el lateral izquierdo de los Zetas se ve obligado a enfrentarse a dos adversarios a la vez: Julio y Becan.

Como en este caso…

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¡Los Cebolletas se colocan por delante tras un gol fabuloso!

Rafa se lanza sobre su compañero, que todavía está en el suelo, y enseguida se forma una montaña de Cebolletas eufóricos.

—¡Genial, capitán! —exclama Sara—. Ya estabas gritando «¡goool!» antes de darle con la cabeza: estabas seguro de que entraba, ¿verdad?

—En realidad lo que gritaba era «¡nooo!» —explica Tomi—. Ese oso de Vlado me ha dado un buen pisotón.

El resultado del primer tiempo no cambia.

Los Cebolletas entran en el vestuario entre aplausos y vítores.

Nico informa inmediatamente a sus compañeros de que Tino, que está siguiendo el partido entre Huracanes y Leones, le ha comunicado que todavía están empatados a cero.

—¡Así que de momento hemos alcanzado a los Leones en cabeza de la tabla! —exclama Pavel, antes de «chocarle la cebolla» a Bruno.

A Tomi no le gustan las fiestas por adelantado, así que reprende a sus compañeros.

—¡Es demasiado pronto para pensar en los resultados ajenos, concentrémonos en llevarnos los tres puntos! Todavía falta un tiempo entero y los Zetas nos van a atacar con suplentes más frescos. En cambio, nosotros solo podremos hacer un cambio y estamos prácticamente sin defensa. ¡Preparaos a sufrir!

—Es verdad —confirma el Gato, que normalmente no se pronuncia nunca—. Pero si Sara sigue jugando así, ¡me siento más protegido que Casillas con la defensa del equipo nacional delante!

La gemela sonríe con orgullo.

—El capitán tiene razón —comenta Champignon—. La reanudación será dura. Un cambio podría ayudarnos. Entrará Nico por Pavel. Los Tiburones se lanzarán a nuestro asalto, así que tendremos que preparar bien los contraataques. Por eso Nico jugará más atrasado de lo normal, por delante de la defensa. Desde ahí hará pases largos a sus compañeros, que echarán a correr hacia la puerta. ¿De acuerdo? Y no lo olvidéis, ¡divertíos!

Mientras tanto, en el vestuario rival de los Tiburones Azzules se respira una atmósfera que es totalmente distinta…

Las paredes tiemblan por los gritos de Charli.

—¡Qué vergüenza, habéis hecho el ridículo! ¡Ni un solo disparo a puerta! ¡Y ellos sin defensa! Esta semana no habéis querido entrenaros, porque estabais seguros de que ganaríais. ¡Felicidades! Si no le dais la vuelta al resultado, mejor que el martes no os vea el pelo… Ángel, con lo grande y fuerte que eres, esa chiquilla no te ha dejado tocar un balón. Te voy a cambiar para que puedas meditar sobre el papelón que has hecho.

Aquiles es el primero en darse cuenta de la ausencia del rubiales número 10 de los Zetas. Se lo dice enseguida a Sara:

—Felicidades, leona, has acabado con él…

—¡Misión cumplida! —exclama la gemela mientras le «choca la cebolla» al exmatón.

Al no tener que marcar a Ángel, Sara baja a defender al lado de Bruno, mientras Nico ocupa su puesto habitual de centrocampista. En definitiva, los Cebolletas adoptan la formación 4-4-2.

Los Zetas salen como locos al campo: un cabezazo de David, el alto número 5, pasa rozando el larguero, y el Gato bloca al vuelo entre aplausos un cañonazo de Tamara.

Los tambores de Carlos resuenan sin cesar para apoyar a los Cebolletas, que están pasándolo mal, pero el ataque desencadenado de los Zetas dura poco, porque Pedro y compañía, con las piernas poco entrenadas, se cansan enseguida. Suben a asediar a sus rivales, pero cada vez les cuesta más bajar a defender.

Nico aprovecha una ocasión…

—¡Pasa! —aúlla Becan, que se ha desmarcado una vez más por la banda derecha.