Los Cebolletas y los Zetas se encuentran delante del tablón de anuncios de la parroquia de San Antonio de la Florida. Nadie está especialmente orgulloso de los resultados que ve. ¿Recuerdas la última vez que los equipos de Tomi y Pedro fueron derrotados el mismo domingo? Yo no…
Pero a Dani no se le han quitado las ganas de bromear. Se arrodilla en el suelo, como si estuviera buscando algo.
—¿Se puede saber qué buscas? —le pregunta muy intrigado Vlado.
—La cabeza de la clasificación —contesta Dani—. Veo que la habéis perdido…
Los Cebolletas sueltan una carcajada tremenda.
—Nos han superado los Leones en la clasificación —replica Pedro—, pero a vosotros os han ganado los Huracanes y ahora sois cuartos. Seguís saltando hacia abajo. No me parece que tengáis demasiados motivos para reír.
—A lo mejor los Cebolluchos ríen por no llorar —comenta César—. Tienen tantos equipos por delante como por detrás. Han caído a la mitad de la tabla. En cambio, nosotros no estamos más que a dos puntos de la cabeza.
A pesar de su antipatía, hay que reconocer que esta vez César tiene razón. Remontar en la clasificación será una empresa de lo más ardua. De hecho, ninguno de los Cebolletas se atreve a replicar a las palabras del defensa.
Tomi coge su bolsa y sus compañeros lo acompañan hacia los vestuarios.
—Tienes suerte de que hoy Sara no venga al entrenamiento. La tigresa te habría dado un zarpazo en el cuello… —dice Nico a Tino.
—¿Por qué? —se defiende el aprendiz de periodista—. No he escrito nada ofensivo.
—¿Cómo que no? —rebate el número 10—. Le has puesto un 3 y este comentario tan simpático: «Está obsesionada con dar taconazos, hacer rabonas y otras virguerías. Como si un pintor de brocha gorda quisiera pintar cuadros de museo de un día para otro». ¿Te parece que son cumplidos?
—No, pero tampoco son ofensas —contesta Tino—. Es una crítica justa. ¿Acaso no es verdad que Sara jugó fatal en ataque y que por culpa de una rabona suya os metieron un gol? Es una gran defensora y tiene que volver a marcar a los delanteros, ¡por el bien de los Cebolletas! ¿Crees que habríamos ganado el Mundial en 2010 si Albiol se hubiera empeñado en hacer de delantero centro?
Nico debe reconocer que Tino tiene toda la razón del mundo.
—Sí, yo también espero que Sara vuelva pronto a la defensa. Estoy convencido de que muchos jugadores pasan malas rachas. Pero confío que, cuando vea los problemas que tiene en ataque, Sara dé algunos pasos atrás, en dirección al Gato…
—¿Sabes por qué no ha venido hoy Sara a los entrenamientos? —inquiere el pequeño periodista.
—Solo sé que había quedado con Eva —interviene Lara—. Últimamente mi hermana se comporta de una manera muy extraña. Nos peleamos constantemente y hablamos poco.
En cuanto oye la palabra «Eva» a Tino se le enciende una lucecita en la cabeza.
Como recordarás, Sara ya había dicho una vez que iba a salir con Eva y en realidad se había ido a patinar con Ángel.
Tino olfatea otra primicia…
—Adiós, chicos, nos vemos más tarde —se despide el periodista de los Cebolletas, antes de lanzarse a la búsqueda de Sara.
El día siguiente por la tarde, Issa, acompañado por su padre Gaston, Tomi, Nico y João, va al taller de Charli. En cuanto el entrenador de los Zetas reconoce a su colega de los Cebolletas, deja el destornillador, se limpia las manos con un trapo y saluda a sus visitantes.
—Querido Gaston, ya sé que el motor de tu equipo se está llevando algunos golpes, ¡pero no puedo hacer nada por él!
Pedro, que está hinchando las ruedas de su bici, ríe con gusto.
—El motor de mis Cebolletas no está tan averiado —contesta Champignon—, como comprobarás durante el derbi. Pero no he venido para hablar de fútbol.
Issa reconoce la minimoto en una esquina del taller y se va a su lado corriendo, atraído por un detalle que el domingo no tenía. En la parte anterior y en los flancos brilla un gran 99 rojo, el número de Jorge Lorenzo.
Issa acaricia la minimoto como si fuera el gato Cazo mientras susurra con entusiasmo:
—Lorenzo…
—¿Contento? —le pregunta Charli—. Ya sabía que ibas a apreciar la sorpresa…
El pequeño africano sonríe y se sube a la minimoto.
Champignon se atusa el bigote por el lado izquierdo, una señal de que está inquieto.
—De eso es de lo que quería hablarte…
—No es necesario que me des las gracias —le interrumpe Charli—. Puedes tomarlo como un intercambio de favores entre amigos. Tú entrenaste durante un año a mi hijo con los Cebolletas, ahora seré yo quien entrene a tu hijo.
—Pero es que no he venido a darte las gracias —precisa el cocinero-entrenador—. He venido a preguntarte si no te parece un poco pronto para que Issa participe en carreras de motos.
—De ninguna manera —responde tajante el técnico de los Zetas—. En las primeras carreras de minimotos ya se puede participar a los ocho años. Como he dicho a tus pupilos, estas pequeñas motos van muy despacio, los pilotos van protegidos por un casco y un mono. Si se caen no se hacen daño. Créeme, Gaston, Issa no correrá el más mínimo riesgo. Las madres asisten con toda tranquilidad a las carreras de sus hijos y se lo pasan bomba.
—Pues la verdad es que mi mujer no está nada tranquila —objeta Champignon—. No creo que le dé nunca su permiso a Issa.
—Pero ¿por qué? —insiste Charli—. ¡Dile que venga a una carrera y verás como cambia de opinión! El ambiente de las minimotos es ideal para los chavales. Se conocen todos, después de las carreras se quedan a jugar juntos a la pelota y a merendar. ¡Issa se divertirá de lo lindo y hará muchos amigos!
—¿No hace falta un permiso o una licencia para concursar? —pregunta el cocinero-entrenador.
—No —contesta el padre de Pedro—. Solo hace falta practicar lo suficiente y coger confianza con la moto. Pero estoy convencido de que tu hijo aprenderá muy deprisa. Fernando es un maestro excelente. Cuidará de él como si fuera su propio hijo. Créeme, Gaston, tu hijo tiene mucho talento. Tienes que darle la ocasión de demostrarlo.
Champignon mira de lejos a Issa, feliz sobre su minimoto, y no sabe por qué lado acariciarse el bigote.
João intuye las dudas de su entrenador y trata de convencerle.
—Míster, yo le he visto correr. ¡Es un verdadero fenómeno!
—Además, se nota que sobre la moto se divierte un montón, mucho más que con el balón —añade Nico.
Pedro comprende inmediatamente la estrategia de los Cebolletas: convencer a Issa de que cambie de deporte para que deje de molestarles en el campo. Por eso suelta la bomba de su bici y trata de desbaratar el plan de sus adversarios. Al delantero centro de los Zetas le encantaría tener enfrente al número 0 en el derbi de vuelta…
—Es posible que Issa se divierta más con la moto —señala—, pero no hay duda de que con el balón corre menos riesgos. Un amigo mío se rompió un pie tras caerse de la moto.
—¡Eso es imposible! —rebate enseguida Charli—. Habré visto mil carreras de minimoto y nunca nadie se ha hecho daño.
—Además, yo sí que me rompí el pie jugando a balón —recuerda Tomi.
—Pero la moto es un deporte individual —contraataca Pedro—. A Issa, que viene de muy lejos, le vendría mucho mejor un deporte de equipo, para acostumbrarse a hablar nuestra lengua y hacer nuevos amigos.
João y Nico lanzan al capitán de los Zetas una mirada torva. Saben perfectamente que no habla por el bien de Issa, sino para perjudicar a los Cebolletas. Pedro espera que el pequeño africano se quede en el equipo y entorpezca los esfuerzos de sus compañeros con sus errores de principiante.
Gaston Champignon escucha los consejos de todos, pero lo que le decide a adoptar su decisión final es la alegría de Issa, que inclina la minimoto hacia el suelo como si estuviera trazando una curva, la levanta de nuevo e imita el ruido del motor con la boca. No lo había visto tan feliz desde que llegó a Madrid.
—De acuerdo, te confío a mi hijo durante unas semanas —anuncia el cocinero-entrenador—, pero todavía tengo que pensar si le dejaré disputar el Gran Premio de Toledo.
—¿O sea que Fernando puede empezar con las clases de conducción? —pregunta Charli en busca de una confirmación—. ¿Incluido el domingo en el circuito del Jarama?
—Si Issa está de acuerdo y quiere renunciar a los partidos de la liga, respetaré su decisión —contesta Champignon.
Pedro vuelve a hinchar su bici, mohíno.
Nico y João intercambian miradas de satisfacción porque sin los errores de Issa les costará menos remontar en la clasificación.
Domingo por la mañana.
Los Cebolletas colocan sus bolsas en el maletero del Cebojet y suben a bordo. La única que no lleva chándal es Sara. Viste una camisa blanca, vaqueros rojos y unas enormes gafas negras de sol. Al cuello lleva un collar de pequeñas bolas de colores, que tintinean sin parar, plumas, discos de metal y conchas.
—Estoy de acuerdo en que los delanteros somos las estrellas del equipo —bromea Rafa—, pero creo que hoy te has pasado… ¡Pareces una diva del cine!
—Soy una estrella del gol —precisa la gemela, sentándose en el autobús.
—¿No será que te has puesto tan guapa porque jugamos en el campo del Huracán, el antiguo equipo de Ángel, y puede que él asista al partido para animar a sus amigos? —le pregunta Lara, sentada a su lado. Sara se levanta, se quita las gafas de sol, escruta a su hermana con aire de superioridad y replica:
—Hay que ver qué tonterías decís a veces los defensores…
Los Cebolletas sueltan una risotada, mientras Sara cambia de asiento y se va al fondo del Cebojet, junto a Tomi, todo un delantero centro.
Al no contar con Issa y solamente con una de las gemelas en la defensa, míster Champignon cambia de formación y adopta un 3-4-1-2. Tres marcadores por delante del Gato: Elvira, Dani y Lara; Becan, Aquiles, Bruno y João en el centro del campo; Nico en su posición favorita de número 10; Rafa y Tomi en la delantera.
El Club Huracán, el campeón vigente, juega con el emblema del título cosido en la camiseta. Este año, a pesar de haber perdido a Ángel, siguen siendo muy fuertes. Lo demostraron en la fase de ida, empatando a uno en el campo de los Cebolletas y superándoles en la clasificación el domingo pasado. Pero hoy no tienen opciones contra el equipo de Tomi…
Todo funciona a pedir de boca, no hay un solo punto débil. Becan y João presionan por las bandas y cuando es necesario ayudan a la defensa. Aquiles y Bruno no paran de recuperar balones. Nico sirve a Tomi y a Rafa pases tan dulces como chocolatinas. Como siga así, Champignon acabará destrozándose el bigote por el lado derecho a fuerza de atusárselo, y los hinchas las manos a base de aplaudir las jugadas devastadoras de los Cebolletas.
El primer gol empieza por la derecha, tras una finta «stop and go» del albanés, que le permite hacer un pase con toda la tranquilidad del mundo. Rafa cabecea, la pelota rebota contra el larguero y cae al borde del área, donde Bruno llega corriendo y dispara a meta: ¡0-1!
El segundo debería pasar a la historia del fútbol…
Todo al vuelo, sin el menor error, ¡vaya golazo!
El capitán le devuelve el favor poco antes del descanso. Echa a correr zigzagueando y deshaciéndose de cuatro adversarios y, cuando se ve ante el portero, en lugar de regatearle, aparta el balón con el exterior para Rafa, que está solo en el centro del área y puede marcar sin problemas: ¡0-3!
Los chicos de Champignon entran al vestuario bajo una lluvia de aplausos merecidísimos.
Durante el intermedio, Julio, Pavel e Ígor calientan para preparar su entrada. En cambio, Sara se queda charlando al borde del campo con Ángel que, como había predicho Lara, ha acudido a apoyar a sus excompañeros de equipo.
Tino, sentado en la grada, anota en su bloc: «Los dos tortolitos otra vez juntos».
En el segundo tiempo, Sara falla dos goles cantados que le arruinan el partido. Para corregir sus errores e impresionar a Ángel, la gemela trata de realizar jugadas cada vez más difíciles, que no le salen nunca.
Gaston Champignon lo repite a menudo: «Si hay que escoger entre dos soluciones en el campo, elige la más sencilla, que siempre será la mejor».
En lugar de eso, hoy Sara ha decidido asombrar con sus taconazos. Falla uno, dos… y, al tercero, el Club Huracán salta al contraataque y marca el gol del 1-3 por mediación de su número 14.
Lara sube como una flecha a la delantera para regañar a su gemela.
—Cariño, ¿te molestaría utilizar el resto de la bota, y no solo la parte posterior? ¡Gracias!
Sara levanta la barbilla y no responde.
El gol estimula a los fans de casa y a los Huracanes, que ven a los Cebolletas en aprietos. En efecto, mediada la segunda parte Dani despeja con la cabeza delante de la portería del Gato, pero al caer al suelo apoya mal el pie y cae gritando de dolor.
Augusto acude enseguida con su maletín de primeros auxilios y comprende en cuanto lo ve que es un esguince grave del tobillo. El defensor andaluz no puede seguir jugando. Champignon, que ya ha agotado los cambios, pide a Rafa, que es alto y juega bien de cabeza, que baje a defender para ocupar el puesto de Dani.
Los Cebolletas se defienden con diez y, a cinco minutos del final, ven reducirse su ventaja tras un disparo del número 8, que choca contra la pierna de Elvira y despista al Gato…
—¡No aflojéis, Cebolletas! —aúlla Armando en las gradas.
Carlos intenta reanimar con su tambor a un equipo que parece a punto de ser alcanzado. Ganar un solo punto hoy y seguir con tres equipos por delante en la clasificación equivaldría a renunciar al sueño de la liga.
Espero que no ocurra en la siguiente jugada…
Unos reflejos prodigiosos. Gracias a la parada milagrosa del Gato, el resultado no cambia. El árbitro pita el final: ¡Club Huracán 2 – Cebolletas 3!
El viaje de regreso en el Cebojet es alegre y festivo como en los viejos tiempos. Hasta Dani, a pesar de que tiene el tobillo hinchado como un melón, tiene ganas de bromear.
Delante de la parroquia de San Antonio de la Florida, esperando al equipo, está Issa con el casco de piloto bajo el brazo.
—¿Ganado, papá? —pregunta ansioso el pequeño africano.
—Sí —contesta Gaston—. ¿Y a ti qué tal te ha ido?
—¡Como el viento! —responde Issa, sonriendo feliz.
Al padre Champignon esa sonrisa le parece el gol más hermoso de la jornada.