Capítulo 10
¡MUERA LA INTELECTUALIDAD TRAIDORA!
Nada más llegar a Lisboa, a principios de agosto de 1936, Millán Astray entra en contacto con los representantes oficiosos de la que será la España Nacional[1] para inmediatamente dirigirse a la zona controlada por los sublevados.
Vegas Latapié sostiene que «cuando arribó a Lisboa, procedente de Hispanoamérica, donde había desempeñado cierta misión oficiosa oficial, fueron los hombres del Hotel Avis que integraban la representación del nuevo Estado español en Portugal, y muy concretamente Gil Robles, quienes le inclinaron a marchar a la zona nacional»[2]. Lo cierto es que esta versión resulta poco creíble, pues si toda la información que posee Vegas sobre este asunto es tan fiable como la que tiene sobre la misión «oficiosa oficial» de Millán Astray a América, debemos pensar que sus datos carecen absolutamente de fiabilidad[3].
Sobre las supuestas dudas del Fundador de la Legión, ni Gil Robles ni Nicolás Franco hacen mención alguna en sus memorias y recuerdos. Sólo el líder monárquico de Renovación Española, escasamente simpatizante de los militares, José I. Escobar, habla algo al respecto, al tiempo que alude a otras virtudes y defectos de Millán Astray:
[La guerra] le había sorprendido en América y a la cual tardó en incorporarse por no estar seguro de cuál era el lado «bueno». Su amor a la Patria era claro. Su ideario político no tanto, y su formación militar le había imbuido un sentido estricto de la disciplina. ¿Podía él colocarse automáticamente del lado de los rebeldes? Sólo el prestigio de Franco le arrastró[4].
Si Millán Astray dudaba sobre su incorporación a la guerra, ya que cuando embarca el 20 julio sabe del fracaso del golpe de Estado, ¿por qué no retrasó su salida de Argentina, esperando que se aclarase el horizonte? En cualquier caso, una vez en Lisboa, Millán Astray sólo podía hacer una cosa, unirse a Franco y al Ejército de África. Ocurriese lo que ocurriese, su fama y prestigio, su honor, lo único que realmente le importaba en el mundo, le obligaban a ello y eso fue lo que hizo sin ningún tipo de dudas.
La muerte de su íntimo y muy querido amigo Sanjurjo en accidente de aviación, que le fue anunciada por telegrama por el editor argentino Manuel Querol el mismo día 20, cuando partía para España, le debió suponer un golpe durísimo. Tras el largo viaje en barco, cuando llegó a Lisboa, Millán Astray sabía que su suerte estaba unida a la de los nacionales desde el mismo momento en que decidió abandonar América.
Desde Lisboa se traslada a Sevilla para unirse a las fuerzas de África, a sus legionarios. Lógicamente, entre las diversas fuerzas que componen el bando nacional al inicio de la guerra, Millán Astray encamina sus pasos para sumarse a las llegadas del Protectorado, la opción más lógica, sobre todo si consideramos los lazos de unión que seguía manteniendo con los mandos y oficialidad de la Legión y, sobre todo, estando ésta mandada por su íntimo amigo Franco.
Al poco de llegar, y dada la fama indiscutible que tenía entre la población civil, que le convertía —al menos al principio de la guerra— en el militar español más popular, en su calidad de icono vivo de la Legión, participa como uno de los actores principales en muchos de los actos públicos que se celebraban para apoyar y demostrar el vigor y la fuerza del bando nacional. No se puede olvidar que la Legión, los soldados que habían salvado Melilla, puesto fin a la sangría de Marruecos y vencido a comunistas, socialistas y anarquistas en Asturias, simbolizaban la esencia de ese ejército que los nacionales pensaban que estaba llamado a salvar a España. La fuerza del mito legionario era tan fuerte entre la población que el propio Franco, a lo largo de toda la guerra, no se separó ni un solo momento del gorrillo y el capote manta de legionario, y Millán Astray era la encarnación andante de ese mito. Como reconoce Vegas, era el espíritu del Tercio.
Así participa junto a Franco y Queipo de Llano en el acto cargado de simbolismo del restablecimiento de la bandera roja y gualda como bandera de la España nacionalista, celebrado en la Plaza de España de Sevilla, el 15 de agosto de 1936, en el que hicieron uso de la palabra, primero Queipo de Llano y luego Millán Astray, seguidos ambos de Pemán[5]:
Silencio, silencio, silencio, que voy a ser muy breve.
¡Sevillanos! ¡Legionarios sevillanos! Ya habéis escuchado del general Queipo de Llano los orígenes de esta enseña gloriosa.
Yo sólo voy a glosar el lema de la Legión, saludando, a mi vez, a las fuerzas que de Marruecos han venido a luchar en España para la salvación de la patria.
¡Sevillanos! Acudid todos juntos en los momentos en que os necesita la Patria, y gritad la divisa de la Legión: ¡Viva la muerte! ¡Viva la muerte! ¡Viva la muerte! ¡Viva España!
Muy pocos días después, el desarrollo de la guerra llevará a Franco, arropado por sus más fieles amigos y partidarios, a alcanzar la jefatura absoluta del bando nacional durante la contienda y obtener la jefatura del Estado. La necesidad de lograr la victoria había llevado a los generales y jefes militares sublevados a una situación irrevocable, la constitución del mando único. Todo quedaba subordinado a un objetivo, ganar la guerra. Para Serrano Súñer estaba claro que el mando único no se limitaría al Ejército, sino que englobaría el Estado en su integridad, cosa tanto más fácil y necesaria cuanto la relación Estado-Ejército se daba allí en términos inversos a los normales, ya que no se trataba de un Estado que hacía la guerra militarizándose sino de un Ejército que, rompiendo con el Estado preexistente, tenía que inventarse un Estado nuevo para sus propios fines[6].
Dentro de los valores que formaron el conglomerado ideológico del bando Nacional, existía un amplio y dispar abanico diferente que iba desde la pura y simple concepción de ley y orden que aportaba la burguesía conservadora y las viejas doctrinas políticas, como los monárquicos en sus versiones liberales o carlista, hasta los movimientos políticos, en aquel tiempo ultramodernos, como era el fascismo en su vertiente española, el falangismo. Entre todos ellos sólo existía una concepción del poder y del Estado que, por su simplicidad y empuje, por su utilidad en el momento en que se encontraban, les era común y que había de ser la que más fuerza tendría y acabaría imponiéndose, el caudillaje.
Recuerda García Venero el lema «Una Patria. Un Estado. Un Caudillo», obra según él de Pujol y que lanzó a los cuatro vientos Millán Astray y su equipo, para luego personificarlo en la figura de Franco:
Ya en el otoño de 1936 las oficinas de prensa y propaganda, que dependían del poder constituido, pusieron en circulación un trilema expresivo, en el que había notable intención política: «Una Patria. Un Estado. Un Caudillo.» Empezaba a difundirse la idea del caudillaje, sobrepuesta a la calificación formal del Jefe del Estado y Generalísimo. El desarrollo posterior de la tesis del caudillaje, en libros, artículos, discursos, parte de este trilema[7].
Al respecto recuerda Ridruejo:
La única doctrina política acuñada cuando yo aparecí en Salamanca era el caudillismo político, reflejada en el lema ideado por el general Millán Astray que entonces dirigía —en principio creo que sólo de hecho y sin formal nombramiento— el servicio de Prensa y Propaganda: «Una Patria: España, Un Caudillo: Franco», que era de inserción obligatoria en la cabecera de todos los periódicos[8].
Millán Astray, ya muy menguado por las numerosas heridas y sus secuelas, no recibió ningún mando directo de tropas en aquella nueva campaña militar, y al parecer tampoco lo pidió, aunque de forma casi inconsciente prestaría un nuevo e importantísimo servicio. Dejándose llevar por su instinto y por el desarrollo de los acontecimientos facilitó que uno de los suyos, un africanista, uno de sus más íntimos amigos, Franco, alcanzase la jefatura absoluta de las dos Españas.
En cierta forma, como si el grito de «¡A mí la Legión!» que él empleó para sus legionarios hubiese sido pronunciado por Franco, acudió en su ayuda, y con todas sus fuerzas colaboró para que alcanzase el puesto de Caudillo. ¡Quién mejor que Paco Franco podía salvar a España y construir la nueva nación según los valores y creencias que parecían justos y deseables a los soldados africanistas que combatían en primera línea para salvarla!
Al poco de instalar los nacionales su capital en Salamanca, Millán Astray se hace cargo, sustituyendo a Juan Pujol, del Departamento de Prensa y Propaganda, por expresa voluntad del recién nombrado Caudillo.
Franco le encarga vigilar la moral de las tropas: «Millán Astray vigilará el estado moral de la tropa y me informará de lo que él estime que haya de llegar a mi conocimiento», a lo que éste declara: «Esta misión me la ha encomendado Franco, más por darme ocasión de desarrollar mis entusiasmos y actividades, que por ser imprescindible en este servicio.»
Para uno de los actores secundarios y testigo privilegiado de aquellos primeros días, Eugenio Vegas Latapié, Pujol —periodista en ABC e Informaciones— tenía las ideas más claras, definidas y coherentes que Millán Astray, pues era un gran periodista. Pero, sin lugar a dudas, el hecho de contar con la total confianza de Franco, ser general de brigada y su demostrada capacidad para lograr captar exitosamente las voluntades de las masas, llegando a sus fibras sensibles en situaciones de guerra y de crisis —como había demostrado popularizando y creando el mito de la Legión y levantando la moral de los melillenses tras el Desastre—, sumado a su experiencia radiofónica en Hispanoamérica, hizo que fuese elegido el fundador del Tercio como responsable del Departamento de Prensa y Propaganda de los nacionales. A estas virtudes unía su indudable capacidad oratoria, hoy pasada de moda, pero que en aquellas fechas estaba en boga, con un estilo similar al de los grandes tribunos de la política de masas como Hitler, Mussolini, Lerroux, Goebbels… que despertaban el fervor en las masas.
Como prueba de su capacidad de orador, de encantador de serpientes, de esa serpiente enorme que es el pueblo, Giménez Caballero aporta el siguiente testimonio:
[…] asistimos a un acto prodigioso de Millán Astray, que había llegado para hablar en Ceuta. Al hacerlo por la noche, ante una muchedumbre enardecida, se quedó sin voz. Pero no se inmutó. Con su gesticulación asombrosa, logró ovaciones y vítores, demostrando que la voz es sólo un factor para ser entendido, pero no el único[9].
Inicialmente instaló sus oficinas de Prensa y Propaganda en el colegio de San Bartolomé o de Anaya. Pronto se rodeó Millán Astray, como siempre había hecho, de lo mejor que pudo encontrar en la Salamanca de 1936. Con él trabajaron Pablo Merry del Val, Francisco de Luis, Joaquín Arrarás, Lucas María de Oriol, Foxá, etc. A éstos pronto se sumarían Ernesto Giménez Caballero y muchos otros que lograrían renombre en el periodismo y la literatura de los años posteriores.
El siempre peculiar fabulador y tergiversador Giménez Caballero recuerda así su primera entrevista con Millán Astray[10]:
Cuando llegué a Salamanca el 4 de noviembre de 1936, encontré en seguida amigos que lograron para mí una cama en el hotel mejorcito que había y en cuyo hall estaba sentado el fundador de la Legión, General Millán Astray, a quien no había vuelto a ver de cerca desde que visitara en 1922 el barracón Docker de Tetuán, donde yo convalecía de tifus. Me acerqué a él y me cuadré.
—Soy fulano de tal.
Y le dije mi nombre. Esperando que le significara algo.
Pero no sé si porque le significaba nada o quizás demasiado en recuerdo de aquella acuarela mía de los chacales que tanto gustara a Unamuno, el caso que sólo me respondió seco:
—¿Y qué?
—Soy uno de los fundadores ideológicos del Falangismo.
Entonces llamó a uno de sus escoltas, un legionario de tremendas patillas y fusil ametrallador, ordenándole:
—Mira, éste dice que es no sé qué. Tómale el nombre, investiga y dame cuenta.
Di un taconazo militar y me retiré.
En su peculiar versión «personalizada» del pasado, Giménez Caballero evoca su supuesto encuentro con Franco, el cual tras recordarle su libro Genio de España y contarle su entrevista con Mussolini, «sin duda subyugado por su personalidad, y tras mirarle con sorpresa», dijo:
Quisiera que se ocupara de la Propaganda. Como todo está militarizado, hay que contar con algún General al frente. Vea a Millán Astray. —Ya le he visto. Pero sin gran éxito. —Yo le hablaré. En cuanto a medios no los hay por el momento. Habíamos, quizá, sellado el mismo pacto de Ockham con el Emperador bávaro en el siglo XIV: Tu me defendas gladio, te defendam calamo, te defenderé con la pluma para que me defiendas con la espada.
Giménez Caballero se atribuye la selección del primer personal de Millán Astray —Aparicio, director de la Gaceta Regional, Víctor de la Serna, amigo y paisano de Hedilla, Antonio de Obregón…—, así como de haber donado él y su hermano, cada uno, la nada despreciable cantidad de 500 pesetas para iniciar Prensa y Propaganda:
Y así empezó a funcionar ese Ministerio de Prensa y Propaganda (luego de Cultura) que, tremendo, se instalaría en la Avenida del Generalísimo en Madrid, con ostentosos retratos de sus titulares, pero ninguno de sus Fundadores, el general y yo. ¡Ah! ¡Ingratitud! ¡Ingratitud! Tienes nombre de burócrata[11].
Los juicios de Giménez Caballero sobre Millán Astray son, a pesar de todo, elogiosos: «Le fui tomando admiración como hombre espiritual, de pensamientos tajantes y limpios», recordando cómo el propio general, comparándose con Franco, decía con modestia y envidia al mismo tiempo: «Y sin embargo, en mi cuadrante falta algo que tiene Franco y no sé que es, pero si sé que es decisivo.[12]»
En el nuevo, dirigido por el fundador de la Legión tenía un papel destacado Luis Antonio Bolín, antiguo corresponsal de ABC en Londres, al que Millán Astray había nombrado capitán honorario de la Legión, que fue el encargado de contratar el avión Dragón Rapide que llevó a Franco de Canarias a Marruecos al inicio del alzamiento, pagado con los fondos aportados por Juan March. Era el responsable técnico, en buena medida, de la organización del departamento de Prensa y Propaganda de los nacionales primero en Tetuán, luego en Sevilla y finalmente en Salamanca. Entre sus actividades más destacadas estuvo la de acompañar a los corresponsales extranjeros en sus visitas al frente y crear el servicio o, como diríamos ahora, gabinete de prensa de Franco, de su Cuartel General. Su participación fue fundamental en la contratación de los primeros locutores y periodistas de la recién nacida, en Salamanca, Radio Nacional de España, figuras tan famosas en la historia de la radio como la del locutor Fernando Fernández de Córdoba.
Recordaba el General esta etapa de su vida en una entrevista realizada por ABC[13]:
G. Millán Astray —[…] fuiste redactor de la Prensa y Propaganda Nacional, en la que yo intervine, y de la que, buenos o malos, podemos considerarnos los fundadores.
Periodista —Muy bien, mi general.
G. —Con nosotros estaban Giménez Caballero, Rato, Víctor de la Serna, Obregón, Antonio Asenjo, ¡pobrecito!, Julio Romero —Julito como le llamábamos los amigos—, Fernández de Córdoba y el maestro Modesto Romero. Todos hablamos por Radio. Todos éramos locutores, también buenos o malos. Pero aquello fue rápido y fugaz y pronto lo dejé, pasando a otras manos.
Pemán, en su libro Mis almuerzos con gente importante, recuerda cómo, al poco de empezar la Guerra Civil, nada más llegar a Salamanca, donde se había instalado una cierta función de capitalidad, fue citado de forma inesperada para comer en la oficina de Millán Astray: «En el primer momento, yo no sabía qué oficina era ésa. Luego me explicaron que a Millán Astray le había dado Franco una especie de misión de propaganda, entregándole una radio, bastante elemental, que ya había servido en años anteriores como emisora local.[14]» En dicha cita se encontró a Millán Astray, junto a Agustín de Foxá, que estaba adscrito a los servicios de propaganda, y en la que pudo ser testigo del peculiar carácter del general y de su única esclavitud en la tierra, su obsesión por su imagen pública y su gloria personal[15]:
Mientras se sentaban a la mesa, Millán Astray y Foxá seguían, por inercia laboral, discutiendo sobre una proclama que Foxá acababa de redactar y entregar, en borrador, al general. Millán Astray la aprobaba con entusiasmo, al tiempo que le hacía una leve advertencia.
—Aquí habla usted del Ejército; me gustaría que pusiera usted, querido Foxá, un bonito adjetivo. Las palabras, sin adjetivos, me parecen viejas solteras.
—No hay ningún problema, mi general. Le añadiremos a la palabra Ejército, la palabra invicto. No es ningún exceso. Como se ha pasado la vida peleando medio ejército contra otro medio: nuestro ejército ha vencido siempre.
Millán Astray pasaba fácilmente del tono ordenancista a la risa franca y sonora. Admitió el invicto y cambió de conversación dirigiéndose a Pemán:
—Oye, Pemán, ¿qué pasa por Sevilla…? Por cierto, estaba deseando encontrarte para hacerte una pregunta. ¿Es cierto que el general Queipo de Llano me imita y sigue mi escuela en eso de besar a todas las mujeres? Preguntaba sin ser consciente que esa costumbre táctica política por él iniciada tendría tanto éxito en la campañas políticas de varias décadas después tanto en Europa como en los Estados Unidos.
—Algo de eso. Como Queipo va rescatando, al frente de sus tropas, muchos pueblos del Sur, las mujeres salen a su encuentro y él las besa.
—Poco importa, después de todo —respondió Millán Astray con soma—. Todavía anda lejos de mi hoja de servicios en esa materia, que yo tengo besadas doce monjas y tres de ellas abadesas claustradas.
La conversación inevitablemente tomó el camino de la guerra, estando todos de acuerdo en que la idea de golpe de Estado estaba superada, para convertirse desgraciadamente en una guerra civil. Tras unas reflexiones de Foxá sobre la naturaleza de las guerras civiles, preguntó Millán Astray a Pemán de forma inesperada[16]:
—Pemán, usted que lo conoce de cerca, ¿es verdad que me parezco a Gabriel D’Annunzio?
—No he visto nunca a D’Annunzio: pero no dudo que su calva de bóveda renacentista y su ojo tuerto, le aproxima bastante a usted, mi general, a la figura física del poeta.
Sostendrá Pemán, años después, que su afirmación no era un cumplido, era verdad. Llegando a escribir, pensando en otro soldado tuerto, Moshé Dayan, el héroe judío de la Guerra de Suez y de la Guerra de los Seis Días[17], que quizás sea posible que la guerra y la política exijan no ver más que la mitad de las cosas y de la vida[18].
En la actualidad existe una historiografía que ridiculiza y minusvalora el papel realizado en Prensa y Propaganda por aquel equipo en el breve plazo que Millán Astray estuvo a su cabeza. Así por ejemplo, Preston afirma[19]:
Pero el nombramiento más desastroso fue el de Millán Astray como jefe de Prensa y Propaganda. Es posible que a Franco le gustase la adulación de Astray, pero la mayoría de sus actividades eran contraproducentes. Al cabo de unos días del encumbramiento de Franco, Astray (todos decían Millán) proclamaba que «Franco es enviado de Dios como Conductor para liberación y engrandecimiento de España» […] dirigía la oficina de prensa del bando nacional como si fuese un cuartel.
En la misma línea se encuentra Vegas Latapié, el cual estaba resentido con Franco y Millán Astray, pues aspiraba a ocupar el puesto que le fue dado al fundador de la Legión y no el cargo honorífico, pero sin responsabilidad y mando alguno, de vocal de la Comisión de Cultura y Enseñanza que él detentaba:
Cuando actuaban a favor de alguna consigna oficial, los resultados no solían mover sino a la carcajada. Al general Millán Astray hubiera resultado difícil exigirle nada más.
Son curiosas las dudas de Vegas con respecto a la capacidad de trabajo y organización del fundador de la unidad de combate más eficiente de la historia reciente de España, siendo Vegas un personaje que sólo destaca por ser defensor de una causa perdida y que lo único que nos ha dejado son unas memorias cuyo título lo dice todo, Los caminos del desengaño.
Entre los trabajos realizados por el nuevo Departamento estaba el de realizar un boletín en el que se recogían, por medio de un servicio de escuchas, todas las noticias lanzadas por las radios republicanas, lo que servía de base para la contrapropaganda nacional. Entre los mensajes captados al enemigo, con gran dificultad pues apenas se podía coger la radio de Madrid, hubo uno en árabe en el que se incitaba a la guardia mora de Franco a asesinarlo.
En aquellos tiempos, salvo la prensa, censurada y controlada, la única manera de llegar al otro lado del frente, para elevar la moral y la confianza de los partidarios en zona enemiga y divulgar las noticias propias, era la radio. La guerra de las ondas ya se había manifestado como fundamental desde el mismo inicio del alzamiento. Franco, el 19 de julio, nada más hacer su entrada triunfal en Tetuán para tomar cargo del mando del Ejército de África, pronunciará su primer discurso por radio.
Así, desde el primer día de la guerra, las tropas sublevadas consideraron objetivos militares principales las estaciones radiofónicas. Radio Coruña fue ocupada por el teniente de la Guardia Civil José González con quince guardias después de un tiroteo: su locutor, Enrique Mariñas, leía por la mañana una proclamación de lealtad a la República y por la tarde el bando del coronel Cánovas declarando el estado de guerra. Radio Valladolid se convirtió desde el mismo día del alzamiento en una cadena falangista dando la proclama de Onésimo Redondo por la que FE de las JONS se sumaba, el 19 de julio, al bando sublevado. Radio Castilla de Burgos se sumaría también inmediatamente a los nacionales, donde Gonzalo Soto y Manuel Tena el mismo 18 de julio prepararon los boletines, abriéndose la programación de la emisora con el himno de la Legión y la marcha Los Voluntarios. Igual ocurriría con Radio Salamanca.
En la zona controlada por Mola, la radio también será un instrumento fundamental al servicio de la guerra. El 19 de julio, Mola, como jefe del Ejército del Norte, proclama el estado de guerra desde Radio Navarra, heredera de Radio Ibérica, con un discurso muy breve:
Españoles: el movimiento salvador iniciado por el Ejército está en marcha camino de la victoria definitiva. Pronto podré comunicaros noticias de su desarrollo. ¡Viva España! ¡Viva siempre España!
Igual ocurría en el sur con Radio Sevilla. Aquí el protagonismo absoluto lo tendrá el general Queipo de Llano, cuyas intervenciones radiofónicas serán fundamentales en el esfuerzo de guerra y en el sostenimiento de la moral del bando nacional[20].
Para Claude G. Bowers, autor de Misión en España, las casi seiscientas charlas radiofónicas de Queipo le convierten en el más grande de los combatientes de las ondas de todos los tiempos. Ian Gibson, enemigo declarado de Queipo, reconoce: «[…] no se le puede quitar a Queipo de Llano el mérito de haber sido el primer militar de la historia en haber utilizado la radio, brillantemente, como arma de propaganda en tiempos de guerra.[20b]»
El 19 de julio hará uso de los micrófonos la dirigente comunista vasca Dolores Ibarruri «Pasionaria». Dirá: «¡El fascismo no pasará!… ¡No pasarán los verdugos de octubre!», como respuesta del Frente Popular al mensaje emitido por Radio Sevilla de Queipo en el que informaba cómo Mola desde Navarra y Saliquet desde Castilla la Vieja estaban a punto de tomar Madrid entrando por Somosierra y el puerto de los Leones.
Por su parte el Gobierno republicano también hizo uso de la radio. Unión Radio de Madrid informó del fracaso del golpe de Estado perpetrado por los militares:
Una parte del Ejército que representa a España en Marruecos se ha levantado en armas, sublevándose contra su propia patria, realizando actos vergonzosos contra el poder nacional… El Gobierno declara que el movimiento está circunscrito a determinadas ciudades de la zona de Protectorado y que nadie, absolutamente nadie, se ha sumado en la Península a tan absurdo intento[21].
Este comunicado, conscientemente, olvidaba las emisoras «sublevadas» de distintas partes de la España peninsular. Había empezado ya la guerra de la propaganda y de la contrainformación.
Una vez transcurridos los primeros días de la guerra, ambos bandos procederán a la incautación de las emisoras de sus respectivas zonas: los nacionales por una Orden de 28 de julio de 1936 de la Junta de Defensa Nacional, constituida tres días antes, procede a la incautación de todos los medios de comunicación de su zona. La Gaceta de la República de 3 de agosto publica el decreto de incautación ordenado por el Ministerio de Comunicación y Marina Mercante.
Muy pronto el nuevo gobierno de Salamanca planeará crear una radio oficial que sea la voz autorizada de la España de Franco. Antes de su inauguración oficial, Millán Astray será el encargado de echar a andar el proyecto. Con su equipo de colaboradores iniciará una serie de emisiones para las que la reciente experiencia del general en Argentina resulta fundamental. De este embrión de radio nacerá la radio oficial del franquismo. Una vez más Giménez Caballero es fuente de información de primera mano: «Llegaba el fin de año. Franco le urgía a mi General para que montáramos una emisora, pues quería dirigir un mensaje el 31 de diciembre de 1936.[22]» Es en estas fechas cuando se incorporan a Prensa y Propaganda Ramón Rato —luego dueño de la Cadena de Emisoras Rato y más tarde padre de Rodrigo Rato—, Sangróniz y Lucas Oriol, todos muy amigos de Millán Astray.
Rato fue el autor del montaje de la emisora. Los últimos días de 1936, Millán Astray estaba en la cama con gripe. El 31 de diciembre entraban Rato y Giménez Caballero, acompañados de unos ingenieros militares, en el despacho de Franco para instalar un micrófono, sin lograr que en los primeros momentos el equipo funcionase. Franco sacó unas copas de champán, calmando a ambos periodistas, que continuaron con su trabajo. Entraron doña Carmen y Carmencita Franco. Sobre las doce entró un ayudante que informó a Franco que Unamuno había muerto. A las doce en punto Franco tomó unos papeles con un discurso de su propio puño y letra preparado para salir en antena, pero no ocurrió nada[23]:
Mi General —se disculpó Giménez Caballero—. Yo no entiendo de mecánica. Nos aseguraron que esto funcionaría, a Millán Astray y a mí…
Franco depositó los papeles en su mesa, sonrió tranquilo. Nos estrechó las manos. Y nos dijo: «¡Hasta mañana! Que publiquen estas palabras en nuestra prensa.» Y tomando de nuevo sus folios me los entregó:
«¡Ah! Y que me informen sobre Unamuno…»
Desde aquella fecha Franco, primero en radio y luego en televisión, todos los 31 de diciembre habló a los españoles, costumbre que aún mantiene el actual Jefe del Estado español.
Tras este fracaso Millán Astray, nada más recuperarse de su gripe, se puso manos a la obra para crear un servicio de radiodifusión al servicio de los nacionales. En menos de veinticuatro horas instalaron los ingenieros —los mismos que habían fracasado en el propio despacho de Franco— un estudio de radio en el aula de Anaya. Al anochecer se presentó Millán Astray acompañado de su mujer, Elvirita. El micrófono no funcionaba y el general se impacientaba estando al cabo de un rato al borde de la apoplejía. La paciencia no era una de sus virtudes. Giménez Caballero, responsable del tinglado, tras el fracaso con Franco, no se atrevió a decirle que no funcionaban los equipos, y ante el miedo a la reacción de Millán Astray ante un nuevo fracaso dijo: «Adelante, mi General. ¡Yo le presentaré!», iniciando una presentación, que nadie habría de oír nunca. El general, recuerda Giménez Caballero, «pronunció una de sus más hermosas arengas y se me saltaban las lágrimas por haberle engañado, advirtiéndole sólo que había interferencias del enemigo para que tan maravillosa alocución no se escuchase bien».
Esa misma noche fue bombardeada Salamanca por la aviación republicana, que buscaba dañar el Cuartel General de Franco, cayendo varias bombas en el colegio Anaya. Nada más terminar el ataque, Millán Astray llamó a Giménez Caballero a su despacho, donde le esperaba acompañado de García Morato y, tras ordenar que se cuadrase, dijo[24]:
—¡Caballero! Te voy a fusilar. Prepárate. Ya sabes que yo no hablo en broma.
—Mi General, puedo saber mi delito…
—¿Y todavía me lo preguntas? ¡A quién sino a ti se le ocurre presentarme en la radio y hablar del Palacio de Anaya! El enemigo me ha ubicado y ha querido acabar conmigo. Un delito gravísimo de imprudencia.
Yo —recuerda Giménez Caballero— no sabía si echarme a llorar o echarme a reír. Elegí un término medio. La confesión desesperada.
—Mi General. Como siempre, tiene usted razón y es justo. Merezco un grave castigo.
Esto lo desarmó algo e hizo abrir más los ojos a García Morato, que no comprendía nada de lo que allí estaba pasando.
—Sí, mi General. Merezco un severo castigo, incluso la muerte. Pero no por el delito de que nos oyeran los rojos… sino por otra falta peor ¡la de que no le oyeran con lo maravillosamente que habló usted! La radio no funcionaba y yo no me atreví a perderme una arenga de Millán Astray para mí solo… ¡ah! Y también para Elvirita, que lloraba de gusto…
García Morato se echó a reír. Creo que de no haberse estrellado luego en Griñón aún estaría riendo. Y el General… También se sonrió, mientras exclamaba:
—¡Y ahora quítate de mi vista!
Millán Astray no guardó ningún rencor a su «coronel», como gustaba llamar al fundador de La Gaceta Literaria, como se demuestra cuando amenazó a Hedilla con enviar a sus legionarios para sacar a tiros de la cárcel a su colaborador, que había sido metido por indisciplina en una celda por el jefe de la Junta de Mandos de Falange.
El juicio de valor, del nada fácil de carácter y muy pagado de sí mismo Gece[25], sobre el Fundador de la Legión, era el siguiente:
[Le debía] gratitud por muchas cosas. Ante todo por su lección permanente de moral militar. Para él no existían problemas. Todo lo tenía resuelto. Desde no tolerar la caricatura o el chiste grosero hasta no intimar con los sastres porque al tomar medidas de los pantalones tocaban los genitales del cliente. Era lo contrario del intelectual, para quien todo es interrogante y duda. Millán era la decisión, el no vacilar, el saber que cada uno tenía un sitio en el mundo y el hombre, un honor. A veces me pasaba ratos enormes escuchándole a la luz de una bombilla en nuestro desmantelado cuartelón de Anaya; él, tras su mesa pobre y cojitranca; yo, en una silla frente a él. Soy entusiasta del militar español, superior a nuestro cura. Es tímido ante el hombre de letras y a veces le aventaja en lecturas y saber. Pero lo que sabe, lo sabe con vitalidad y certeza[26].
La Alemania nazi contribuyó notablemente a trazar, dentro de lo que suponía el esfuerzo propagandístico de los nacionales, las líneas directrices fundamentales de la España sublevada. Los nazis no estaban especialmente satisfechos del nombramiento de Millán Astray, un militar, al frente de Prensa y Propaganda, un departamento a su criterio sumamente importante, siendo Goebbels abiertamente partidario de que esta responsabilidad quedase en manos de miembros de Falange, como parecía lógico y necesario desde el punto de vista de Berlín. Probablemente por este motivo Franco entregó el puesto a su amigo y persona de total confianza. Con todo, la ayuda alemana permitió la fundación de Radio Nacional de España y que ésta se convirtiese verdaderamente en la cadena de radio más importante del Estado español, al entregar en diciembre de 1936 una potente emisora de onda media, una Telefunken de 20 kw de potencia de antena, que fue instalada por ingenieros alemanes.
Recuerda Fernández de Córdoba cómo llegó el equipo alemán a manos de los nacionales y los comentarios que despertó la llegada de tan sofisticado equipo[27]:
La emisora se hallaba todavía en período de pruebas y la constituían siete camiones, sobre los cuales venía montada, incluso la antena, y que fueron instalados en una explanada próxima al paseo de las Carmelitas, lindando con el frontón de San Bernardo, un viejo edificio, en el cual se construyeron los estudios. La estación era de procedencia alemana y había estado funcionando durante los Juegos Olímpicos celebrados en Berlín. Fue desembarcada en Vigo, y el paso de los camiones portadores por las carreteras gallegas, las cuales, en algunos puntos, hubo que ensanchar, atrajo sobre ella los más pintorescos y variados comentarios. Como se guardaba el más absoluto secreto sobre el material que transportaba e índole del mismo, la fantasía corrió libremente y las más absurdas suposiciones se forjaron. Había quien al ver las antenas, que se recogían por un procedimiento parecido al de los catalejos marinos, y que venía montada sobre un dispositivo especial, dijo que aquél era un aparato que lanzaba unos rayos que incendiaban en el aire a los aviones y que, por lo tanto, de aquel aparato saldría la destrucción de la aviación enemiga. Otros aseguraban que se trataba de unos cañones potentísimos, de unas propiedades extraordinarias.
Radio Nacional de España fue fundada oficialmente en Salamanca el 19 de enero de 1937. Es inaugurada con un discurso del propio Franco y con un chotis cantado por la argentina Celia Gámez. Este primer discurso lo hizo desde los estudios, por llamarle de alguna forma, de Radio Nacional de España. El resto los realizaría Franco desde su residencia, bien de Salamanca, bien de Burgos. El nombre de Radio Nacional viene, y sigue en la actualidad, no por ser la radio oficial del Estado español, sino por ser la radio de los nacionales. Tras Franco serán muchos los que estarán tras sus micrófonos; Serrano Súñer, Rodezno, Andrés Amado, Fernández Cuesta, Sainz Rodríguez, Suances, Mola, Moscardó, Tela, almirante Cervera, Sancho Dávila, Ridruejo, Sánchez Mazas, Montes, Pemartín, Pemán, Giménez Caballero, Pilar Primo de Rivera, Marquina, Alfaro, García Sanchiz, etc.
Respecto a las muy numerosas intervenciones de Millán Astray en la radio eran como siguen:
[…] sus palabras cálidas y vibrantes, llenaba con su impetuosidad de luz nuestros estudios. Acudía con su escolta de legionarios, rígidos y marciales, y comenzaba con su tono enérgico y autoritario a dar órdenes, que ejecutábamos con toda rapidez y no sin un cierto aturdimiento. Vigilaba los más mínimos detalles, y cuando comenzaba sus discursos teníamos que lanzarnos apresuradamente al control, porque su voz de trueno hacía que las agujas de potencia llegaran al máximo, del que no bajaban. Al marcharse siempre tenía para todos unas frases cariñosas, que dejaban tras de sí una estela de simpatía y de comentarios favorables y admirativos para su persona.
Cuando Millán Astray dejó Prensa y Propaganda para hacerse cargo, por orden expresa de Franco, de la organización de la dirección de Mutilados de Guerra, la recién nacida Radio Nacional de España dará la noticia. El 23 de enero de 1937 ha nacido la dirección de Mutilados de Guerra bajo la jefatura de Millán Astray.
Nicolás Franco reorganizó los servicios de Prensa y Propaganda mediante el decreto de 14 de enero de 1937. Surgía la delegación nacional de Prensa y Propaganda. Millán Astray fue sustituido al frente de estas obligaciones aquel mismo día por el profesor universitario vallisoletano Gay Forner, que ocupará el cargo de forma muy breve, pues el 19 de abril es sustituido, coincidiendo con el Decreto de Unificación, por el comandante de ingenieros Manuel Arias-Paz.
El nombramiento de Gay también le pareció desatinado a Vegas:
Más de una vez comentamos el desastre de los periódicos y de la radio, sin ningún principio ideológico rector. Cuando actuaban a favor de alguna consigna oficial, los resultados no solían mover sino a la carcajada. Al general Millán Astray hubiera resultado difícil exigirle nada más. Pero la disparatada ideología de Gay podía prestarse a desatinos incluso mayores[28].
Durante los primeros meses en los que Millán Astray es el responsable de la Oficina de Prensa y Propaganda, Luis Moure Mariño, uno de sus más estrechos colaboradores y que luego seguiría con Gay, recuerda la precariedad con que se realizaban los trabajos. Millán Astray pone los cimientos de Radio Nacional, pero con escaso éxito propagandístico, dados los rudimentarios equipos con que trabajaban, ya que todavía los equipos de la futura Radio Nacional no habían llegado aún de Alemania. El Departamento de Prensa y Propaganda carecía, en aquellos primeros días de la guerra, de recursos económicos y, como recuerda Moure Mariño, «no cobrábamos al principio sueldo alguno. Sólo muy tarde se nos asignaron pequeñas consignaciones que no alcanzaban para subsistir»[29]. Millán Astray fundó Prensa y Propaganda con un donativo de 75 pesetas que le hizo un amigo personal. Luego esto cambiaría especialmente en la etapa de Burgos, como señala Fernando Fernández de Córdoba en su libro Memorias de un soldado locutor.
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Desde su prehistoria, Radio Nacional de España nace como una radio con perfil principalmente periodístico, informativo, girando todo, por decisión de Millán Astray, en torno al parte de guerra de las 10 de la noche y su noticiario adjunto. El parte era leído por Fernández de Córdoba, que, como decía Millán Astray, más que leerlo lo declamaba, seguido de varias crónicas, entre las que destacaban la del médico y periodista africanista «El Tebib Arrumi», Víctor Ruiz Albéniz —abuelo de Alberto Ruiz Gallardón— y la de Manuel Aznar[30], a su vez abuelo de José María Aznar.
El equipo de radio, bajo las órdenes directas de Millán Astray, estaba compuesto por Emilio Díaz Ferrer como director; redactor jefe encargado de los noticiarios, Francisco Hernando Bocas; tres redactores, Antonio de Obregón, Juan Aparicio, Luis Moure Mariño —autor de los artículos que debían radiarse— y Joaquín Pérez Madrigal, encargado de las charlas políticas y cuya actuación posterior habría de ser tan eficaz y tan destacada al iniciarse los «Comentarios Burlescos». Otro redactor, Inestrillas, alférez de complemento, que al poco tiempo tuvo que marchar al frente, y dos mecanógrafas componían el cuadro fundador de Radio Nacional de España. Fernández de Córdoba era el único locutor. Ninguno de ellos, salvo los técnicos y Millán Astray, sabían nada de radio.
Aunque la labor de Millán Astray pueda parecer poco importante, los escasos tres meses en que dirige Prensa y Propaganda son unos momentos fundamentales, pues son los días en los que surgirá su decisión de convertirse en el principal constructor de la imagen pública de Franco, el mito del Caudillo. La radio y la prensa serán fundamentales en esta labor. Un aspecto crucial que mide la eficacia de Millán Astray junto a la radio en la construcción del mito de Franco es la peculiar dimensión espectacular que caracteriza las retransmisiones radiofónicas de sus discursos. La palabra inflamada del fundador de la Legión —según Balsebre, más dotado que Franco para el mitin— hace de telonera en los distintos mítines radiofónicos de Franco, difundiendo por las ondas lemas como «Franco en la batalla», «Franco ganará la guerra y la paz», «Franco conductor de España», coreados por los oyentes, contribuirán de forma decisiva a la mitificación de la figura del nuevo Caudillo.
Para Balsebre, los excelentes discursos radiofónicos de Franco, cuya autoría siempre le fue imputada a su pluma, nacían de Millán Astray, Víctor Ruiz Albéniz, Bolín y Pemán. En el archivo Millán Astray no existe ni una sola prueba que demuestre esto, aunque tampoco existe una alusión, por muy leve que sea, que diga lo contrario.
En el prólogo de Millán Astray a la obra de su colaborador Fernando Fernández de Córdoba escribía:
El Caudillo a las primeras horas de la noche recibía directamente por su teléfono los partes que le daban los generales de los Ejércitos; con la mano izquierda sostenía el auricular y con la derecha, con el lápiz, anotaba detalles y nombre de los lugares. Lo demás lo dejaba a su memoria prodigiosa. Después entraba el Jefe de Estado Mayor, general Francisco Martín Moreno, o el teniente coronel del Estado Mayor, Barroso, y Franco dictaba el «Parte de Guerra», que era inmediatamente transmitido por radio[31].
Es curioso que no se quieran atribuir ni siquiera los partes de guerra a la pluma de Franco, argumentando su carácter introvertido, o afirmando sobre la base de «algunos —supuestos— indicios que mantienen la convicción de que el general Franco tampoco estaba suficientemente dotado para la escritura», olvidando los que sostienen esta tesis que hacía ya años había escrito numerosos artículos en prensa, así como había publicado su Diario de una Bandera y otros trabajos sobre Marruecos de una cierta calidad contrastada por muchos analistas. El mito creado sobre la incapacidad intelectual de los africanistas, con la finalidad de convertirlos en meros animales humanos sólo capaces y cómodos en la guerra, resulta una falsedad. Sin ser intelectuales, pues eran soldados, entre ellos existían cabezas notablemente brillantes capaces de afrontar tareas con indudable éxito que iban desde la organización a la administración, la literatura y el periodismo escrito y radiofónico, etc. Como en cualquier colectivo humano, entre ellos había absolutamente un poco de todo, y sus miembros más brillantes tenían otras muchas capacidades, como suele ocurrir con las personas brillantes sea cual sea su profesión o sexo.
En aquellos días de otoño de 1936, Salamanca se había convertido en el corazón de la España nacional. El nombramiento de Franco como Generalísimo, investido de todos los poderes civiles y militares, convertía la ciudad, donde tenía fijada su residencia, en un inmenso cuartel general de campaña.
Salamanca, a pesar de la guerra, no había perdido su carácter universitario. Mezclándose en sus calles, como consecuencia de la guerra, una amalgama de personajes verdaderamente variopinta. Junto a los salmantinos y a los profesores y estudiantes de la universidad, se veían multitud de oficiales y soldados de todas las armas y cuerpos, miembros de las milicias de Falange, requetés, de Renovación Española, junto a diplomáticos y militares de Alemania, Italia y Portugal, así como un sinfín de personajes de todo pelaje, entre los que había desde destacados generales y políticos hasta un buen número de aventureros que esperaban encontrar su sitio en el nuevo estado de cosas surgido con la guerra.
La imperturbable clase universitaria de la ciudad, en cuyo claustro de profesores se encontraban algunos de los nombres más prestigiosos de la intelectualidad española, se veía en la obligación de tomar partido en la Guerra Civil que había comenzado. El Rector de la Universidad, Miguel de Unamuno, se inclinó desde un principio por el bando sublevado, y con él una gran parte de sus profesores, como quedó demostrado al ser la primera persona que salió de su casa, nada más declararse el estado de guerra, el 19 de julio, para ir a sentarse ostensiblemente en una mesa de la terraza del café Novelty y así proclamar la tranquilidad que le inspiraba el nuevo estado de cosas. El 26 se incorporaba al nuevo ayuntamiento salmantino del que era concejal. Pronunció varios discursos y declaraciones a la prensa nacional e internacional a favor de los alzados, en los que demandaba la necesidad de luchar contra lo que se había convertido la II República, pues «hay que salvar la civilización occidental, la civilización cristiana». Como señala Vegas, «no podía ser más explícita y firme la adhesión de Unamuno a la causa nacional».
En las visitas que los corresponsales extranjeros le hacían en Salamanca se manifestaba abiertamente en contra de la República: «Esta lucha no es una lucha contra una República liberal, es una lucha por la civilización.» Estas declaraciones y su toma de postura provocaron su destitución de todos los cargos, incluido el de rector perpetuo, por parte del gobierno Azaña, actuación administrativa carente de todo efecto al encontrarse Salamanca en manos de los nacionales.
El 20 de septiembre de 1936 se reúne bajo su dirección el claustro de la Universidad, que redacta un escrito en español y latín para todas la universidades del mundo bajo el título Mensaje de la Universidad de Salamanca a las Universidades y Academias del Mundo, acerca de la Guerra Civil Española, en el que se habla de cómo la civilización cristiana occidental, constructora de Europa, está en peligro de desaparecer a manos de un ideario oriental aniquilador. En esos mismos días, Unamuno preside una comisión depuradora del profesorado de la universidad por la que pasan docenas de expedientes que son solucionados, en algunos casos, de forma nada favorable al interesado[32].
Su actitud no dejaba de sorprender a muchos, y así declaró al corresponsal de Le Matin: «Yo mismo me admiro de estar de acuerdo con los militares. Antes yo decía: primero un canónigo que un teniente coronel. No lo repetiré. El Ejército es la única cosa fundamental con que puede contar España.[33]» En agosto de 1936 declaraba al International News: «Yo no estoy ni a la derecha ni a la izquierda. Yo no he cambiado. Es el régimen de Madrid el que ha cambiado. Cuando todo pase estoy seguro de que yo, como siempre, me enfrentaré a los vencedores.»
A pesar de verse admirado y cubierto de honores por la II República y ser un ferviente republicano, como muchos otros españoles, pronto vio que el advenimiento de la misma no era la solución a los males de España. O al menos no aquella República. Los reconocimientos y premios que se le otorgaron no cambiaron su independencia de criterio, siempre cargado de subjetivismo y dependiente de su complicado carácter: en 1934, cuando se cumplía la edad de jubilación de Unamuno, la II República le nombró rector perpetuo y se suprimieron las aperturas de curso en el resto de las universidades, celebrándose sólo en Salamanca, para que el acto tuviese carácter nacional. La ciudad le otorgaría el título de alcalde honorario.
Miguel de Unamuno siempre había sido, a lo largo de toda su vida, un hombre proclive a pasar de extremo a extremo. Su biografía está repleta de bandazos ideológicos que le convirtieron en una paradoja viviente. El rector perpetuo de Salamanca era un personaje sumamente complejo. En 1897 permitió que fuese encarcelado Valentín Hernández por un artículo suyo, cobardía que fue desapareciendo con los años, haciéndole cada vez más y más osado, lo que, sumado a su fuerte e impulsivo carácter, le llevó a estar en permanente pugna y disidencia con cualquier manifestación del poder. Era un inconformista y un romántico genético.
A principios de siglo es un socialista convencido, admitiendo, en 1918, haber roto con el materialismo marxista, aunque cuando se proclama la República admite, sin ser marxista, ciertas afinidades con el socialismo. En 1923 fue recluido en Fuerteventura por llamar a Primo de Rivera «fantoche real y peliculero tragicómico». Perseguido por la Dictadura, no tendrá reparos en asistir, el 10 de febrero de 1935, a un mitin falangista y luego comer con los organizadores y entrevistarse en su propia casa con el hijo del Dictador, José Antonio Primo de Rivera, mostrando su simpatía por el joven y recién nacido fascismo español, lo que, según algunos, le costó el premio Nobel de literatura, que quedó desierto en 1936. La caída de la monarquía de Alfonso XIII le convierte en un abierto partidario del nuevo régimen, del que será diputado republicano-socialista para convertirse en abierto enemigo de la República excluyente que Azaña y sus amigos querían poseer en exclusiva. En el parlamento republicano se opuso a la disolución de la Compañía de Jesús y al estatuto de Cataluña, aunque vota en su favor, al tiempo que se enfrentaba a Azaña, como antes lo había hecho a Martínez Anido. El triunfo del Frente Popular terminó por enfrentarle directamente no con las ideas republicanas, sino con los sectores republicanos que entendían ésta como patrimonio de unos pocos y que permitían que fuese arrastrada hacia la revolución que socialistas, comunistas y anarquistas postulaban. Desde su cátedra salmantina gritará a los cuatro vientos en contra de la tormenta que se avecinaba. Unamuno había incitado al alzamiento en su última lección, profusamente difundida por sus enemigos en el gobierno de la República y que hoy es escasamente citada:
Salvadnos, jóvenes, verdaderos jóvenes, los que no mancháis las páginas de vuestros libros de estudios no con sangre ni con bilis. Salvadnos por España, por la España de Dios, por Dios, por el Dios de España, por la suprema palabra creadora y conservadora. Y en esa palabra, que es la Historia, quedaremos en paz y en uno y en nuestra España universal y eterna[34].
El 18 de julio se sumó sin ningún tipo de matices al alzamiento como rector de la Universidad de Salamanca, mediante un texto redactado por Ramos Loscertales y corregido por él. Nada más llegar Franco a Salamanca, una de sus primeras audiencias fue recibir con todo afecto a Unamuno en su cuartel general, dada su calidad de máximo representante del mundo cultural salmantino y español.
La toma de partido de Unamuno provocó que Azaña, el 22 de agosto de 1936, derogase de inmediato su nombramiento de rector perpetuo, para posteriormente ser confirmado en el cargo el 1 de septiembre por Cabanellas, entonces presidente de la Junta de Defensa, «con cuantas prerrogativas se le confirieron».
Los primeros meses de la guerra son muy duros, las represalias en ambos bandos contra los enemigos políticos que han caído en zona equivocada son fulminantes. El rencor y odio de años de enfrentamientos en la Cámara de Diputados y en las calles de toda España queda liberado, justificándose toda actuación que tenga como fin eliminar al enemigo. Salamanca, a pesar de ser la sede del gobierno de los nacionalistas no se ve libre de este odio. Las represalias incontroladas en su propio bando desatan la tragedia interior de Miguel de Unamuno, que ve cómo amigos íntimos caen a uno y otro lado del frente, como el catedrático y alcalde de Salamanca con el Frente Popular, Prieto Carrasco, o los asesinados en zona republicana Román Biaza, Ureña… Recuerda Salcedo el dolor que despiertan en Unamuno[35] las represalias y detenciones que se producen en la ciudad y en la que se ven implicados amigos y conocidos, y con las que, por mucho que le pese, ha tenido que colaborar activamente como consecuencia de su cargo de rector[36]:
En torno a la fecha de su cumpleaños [29 de septiembre] Unamuno está enfermo. Le visitan pocos amigos[37], ya que no ocultan su disgusto y decepción ante el colaboracionismo (mejor apoyo) de don Miguel con el nuevo régimen, quienes van mermando su grupo con detenciones, destituciones y algunos fusilamientos, dolorosa lista abierta con el nombre del catedrático Prieto Carrasco[38]. Las visitas de ahora más frecuentes son gente joven llegada a Salamanca con el aluvión de la guerra y el sistema administrativo en formación.
A veces hay quien al saber que está enfermo le deja una breve nota. Son siempre peticiones para que él interceda en favor de alguien. Una de estas visitas, la mujer de un amigo, le deja una nota sin fecha ni firma, que va a tener singular importancia en los últimos días de Unamuno: «Don Miguel: Soy la esposa del pastor evangélico y le voy a molestar una vez más. Se acusa a mi esposo de masón[39] y en realidad lo es, lo hicieron en Inglaterra el año 20 o 21; me dice que consulte con usted qué es lo que tiene que hacer; mi esposo, desde luego no ha hecho política de ninguna clase; le hicieron eso porque usted sabe que en Inglaterra casi todos los pastores lo son, y muchos también en España; en Inglaterra lo es el rey, y también el jefe de la iglesia anglicana. En España he oído que lo son algunos generales; no sé lo que habrá de verdad en esto. Perdone que le moleste hasta en la cama; que mejore usted y Dios le premie todo lo que por nosotros está haciendo.»
La carta da ya noticias de que Unamuno está ayudando a la familia de Atilano Coco[40], así se llama el pastor protestante, único que había en Salamanca. Y el día 12 de octubre, cuando está en el Paraninfo, lleva esta carta en su bolsillo. […] Sea como fuere, aquel día Unamuno sabe que no puede abrigar ninguna esperanza sobre su amigo masón o que ya es absurdo esperar, porque todo se ha consumado.
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La carta se muestra moderada en su petición de ayuda; probablemente la mujer de Coco no quiso excederse por temor a frenar a Unamuno, que al fin y al cabo era abiertamente partidario de los alzados. El contacto entre Unamuno y Coco no era mucho, como se ve en las explicaciones que da la esposa de Atilano Coco al rector sobre su vinculación con la masonería —que si fuesen amigos estarían de sobra—, intencionadamente imprecisas, siendo como era presidente de la logia de Salamanca. La esposa solicita su ayuda ya que es conocido el afán de justicia y buen corazón de Unamuno. La carta, repleta de verdades a medias, perfectamente comprensibles, pide la intervención del rector, pues es sabido que es persona de causas perdidas, siempre dispuesto, si las apadrina, a llegar hasta las últimas consecuencias. Además Unamuno tiene la ventaja, conocida en toda la ciudad, de ser recibido por Franco siempre que le pide cita.
En este ambiente, en el que la represión se mezcla con la posibilidad de victoria por parte de los alzados, que ven como, poco a poco, su fracasado golpe de Estado se consolida en una exitosa guerra por la toma del poder, llega la fecha 12 de octubre, Día de la Raza. Fiesta que en el bando nacionalista entienden como propia pues se ven herederos de la grandeza pasada de España frente al internacionalismo antiespañol de socialistas y comunistas demostrado por gritos y eslóganes como «¡Muera España! ¡Viva Rusia!».
La fiesta de la Raza conmemora el descubrimiento de América, acto convertido en patriótico y organizado por la comisión de Cultura y Enseñanza del nuevo gobierno nacionalista. En la celebración estaba previsto que hablasen varios catedráticos. Unamuno, no era uno de ellos ni estaba previsto que lo presidiese como rector, pues era un acto esencialmente político y no académico.
No podemos olvidar que, tras el fracaso inicial, las armas nacionalistas iban, lentamente, de triunfo en triunfo. Alemanes e italianos les apoyaban decididamente desde el 20 de julio, lo que hacía que el avance de las tropas de África, que habían cruzado el Estrecho gracias a un puente aéreo, se aproximasen inexorablemente a Madrid: habían tomado Badajoz el 14 de agosto y Talavera el 3 de septiembre. El 5 de septiembre las tropas de Mola, en el Frente Norte, habían tomado Irún, y el 12, San Sebastián, aislando de Francia a los frentepopulistas. El 28 de septiembre es liberado el Alcázar de Toledo, hecho que tiene una inmensa repercusión propagandística dentro y fuera de España. El 1 de octubre Franco es nombrado Generalísimo. Mientras, en la zona republicana se aprueba el Estatuto Vasco. El 17 de octubre las fuerzas del Ejército de África toman Illescas y se preparan para asaltar Madrid. Todo hacía presagiar que la guerra terminaría muy pronto, en cuanto legionarios y regulares, por la Ciudad Universitaria, y falangistas y requetés, junto a fuerzas del Ejército, por Somosierra y el Alto de los Leones, entrasen en Madrid.
La conmemoración del 12 de octubre se presentaba como una celebración anticipada de la victoria inminente. Las autoridades y figuras más representativas del bando nacional presentes en Salamanca fueron convocadas al acto político, patriótico, que se iba a celebrar en el paraninfo de la universidad.
La presidencia finalmente la ostentaría Miguel de Unamuno en representación del Generalísimo. La presidencia le habría correspondido a Pemán, que desempeñaba el puesto equivalente a ministro de Instrucción Pública, de no haber delegado el Generalísimo su representación en Unamuno. Franco y Unamuno se habían entrevistado ya varias veces en el Palacio Episcopal que ocupaba el Jefe del Estado. La delegación fue verbal.
Unamuno no tenía intención de hablar en este acto, pues como dijo al vicerrector Esteban Madruga, que le preguntó al respecto: «No, no quiero hablar, pues me conozco cuando se me desata la lengua.» Seguramente en este momento ya tenía noticia del fusilamiento de Atilano Coco. En su bolsillo llevaba la nota de su mujer pidiendo ayuda[41].
Las versiones que se encuentran en los múltiples libros que reconstruyen el incidente son aparentemente coincidentes y, sin embargo, analizadas con detalle, muy distintas entre sí. Lo primero que llama la atención sobre las diversas versiones existentes dadas por historiadores radica en que prácticamente en ninguna se especifica su fuente de procedencia, el testimonio comprobado de un testigo presencial sobre la que se sustenta la misma. Así, nos encontramos que sobre algo tan aparentemente sencillo como la colocación de la mesa presidencial, existe abundante disparidad de versiones, alguna tan imaginativa como la de Paul Preston que, en su libro plagado de errores Franco, Caudillo de España, sostiene en solitario que «Franco no estaba presente, pero lo representaban el general Varela y doña Carmen»[42]. Está claro que la mesa estaba ocupada por Carmen Polo, Unamuno, Millán Astray, el obispo Pla y Deniel y Pemán[43]: Carmen Polo de Franco llegó tarde al acto y, al parecer, Pemán le cedió su sitio en la presidencia, y se sentó en un banco de la primera fila.
Van a intervenir en el acto Pemán, José María Ramos Loscertales, Francisco Maldonado de Guevara y el dominico y catedrático Vicente Beltrán de Heredia.
El primero que habló fue el catedrático de Historia José María Ramos Loscertales, citando El Criticón de Gracián y afirmando que los vascos eran «corpulentos sin sustancia» y los catalanes «bárbaros» por su habla. En estos momentos parece que Unamuno comienza a escribir a lápiz notas sobre esta intervención. Lo hace en el reverso de la carta sin firmar que le había enviado la mujer de Coco que llevaba desde hacía unos días en el bolsillo de su chaqueta. Mientras Pemán hablaba, siguió tomando notas, por lo que no le prestó la menor atención, como indica Vegas Latapié, gran admirador de Pemán. Las palabras que, al parecer, hicieron saltar y llevaron a Unamuno a hacer uso de la palabra fueron las del catedrático de literatura Francisco Maldonado. Así recuerda el incidente un testigo presencial[44]:
Sentado en la presidencia —a su derecha se hallaba doña Carmen Polo—, no estaba previsto que pronunciase ningún discurso. Hablaron, por este orden, el catedrático de Historia de España, José María Ramos Loscertales, el dominico P. Vicente Beltrán de Heredia, el catedrático de Literatura Francisco Maldonado, y José María Pemán. Parece que en algunos de estos discursos se vertieron frases alusivas a la anti-España de los separatismos. Entonces Unamuno se levantó y empezó a hablar. Sus palabras, a lo que sabemos, no tenían nada de injuriosas aunque fuesen vehementes, como todo lo suyo: pero en el ambiente cargado de Salamanca de octubre de 1936, en que nadie sabía hacia qué lado habría de inclinarse la victoria y la vida, sonaban como reproches a quienes estaban librando la más desesperada de todas las batallas.
Unamuno toma la palabra. En las notas que ha ido tomando se puede leer:
GUERRA INTERNACIONAL
OCCIDENTAL CRISTIANA; INDEPENDENCIA
VENCER Y CONVENCER
ODIO Y COMPASIÓN. Odio inteligencia que es crítica, y diferenciadora. Inquisitiva no inquisidora, que es ex…
LUCHA, UNIDAD, CATALANES Y VASCOS CÓNCAVO Y CONVEXO
IMPERIALISMO DE LA LENGUA
La voz de Unamuno, de la que dijo Maeztu: «encalmada y grave…, sin énfasis ni fuegos de artificio, sobria y precisa, matemática», transmitía tensión.
Llega el momento de intentar saber qué es lo que verdaderamente dijeron cada uno de los protagonistas y valorar el ambiente en que se produjeron las palabras allí pronunciadas. De todos los testimonios existentes dejados por testigos presenciales comprobados, Carmen Polo, Unamuno, Millán Astray, Pemán, etc., el que resulta más fiable a nuestro criterio es el aportado por Eugenio Vegas.
Éste había llegado a Salamanca en septiembre y permaneció en la ciudad mucho tiempo, ya que ocupaba un puesto de cierta relevancia política en su calidad de inspirador de Acción Española. La guerra aún no había discriminado y hecho desaparecer del escenario político de la España nacional a los monárquicos, fruto del insignificante peso de sus milicias tocadas de boina verde.
El testimonio de Vegas resulta doblemente fiable: en primer lugar porque está probada su asistencia al acto en un lugar destacado, y, por tanto, próximo a la tribuna en la que ocurrió todo; en segundo, por ser abiertamente contrario a la figura de Millán Astray como encarnación del militarismo autoritario que impediría el regreso de la monarquía a España, encarnada en la figura de Juan de Borbón. En sus memorias Eugenio Vegas hace abundantes manifestaciones de desprecio y antipatía respecto a las figuras de Franco y de Millán Astray, a diferencia de su clara simpatía hacia Mola. Sobre el fundador de la Legión escribe[45]:
Quien lanzaba entre nosotros tales gritos, de la manera más teatral, era Millán Astray, que en sí mismo parecía un dramático espectáculo: «ojo tuerto; cara de momia, los dientes esmochados y la manga vacía» […] El desenfoque doctrinal sería mayor al ser sustituido Pujol por Millán Astray. Era hombre sin ninguna ideología. Monárquico de Alfonso XIII, no escatimó gesto de adulación y servilismo hacia el monarca. Como gentilhombre de cámara, fue invitado a alguna fiesta en el palacio de Miramar para la que se requería smoking. Hizo saber al rey que no disponía de tal prenda, y éste se apresuro a enviarle un smoking suyo. Cuando Milán se lo devolvió, le pidió permiso para conservar la camisa. La usaba siempre que entraba en acción, lo que le permitía telegrafiar a palacio después de la batalla, precisando que llevaba puesta la camisa del rey. No le impediría ello mostrarse partidario de la República, tras la derrota electoral del 12 de abril de 1931. Una vez producido el alzamiento, estuvo a punto de incorporarse a la zona republicana.
Vegas, el 12 de octubre, se encontraba sentado en uno de los bancos de la izquierda, es decir, en la pared derecha del paraninfo, muy cerca del estrado y de la silla en la que estaba sentado Millán Astray.
Para Vegas la descripción más fiable de las palabras que pronunció aquel día Unamuno son las citadas por Emilio Salcedo en su libro Vida de don Miguel, al igual que ocurre con Joaquín Entrambasaguas. Salcedo, con reservas, sostiene que el discurso de Unamuno fue más o menos el siguiente[46]:
Dije que no quería, porque me conozco; pero se me ha tirado de la lengua y debo hacerlo. Se ha hablado aquí de guerra internacional en defensa de la civilización cristiana; yo mismo lo he hecho otras veces. Pero no, la nuestra es sólo una guerra incivil. Nací arrullado por una guerra civil y sé lo que digo. Vencer no es convencer y hay que convencer, sobre todo, y no puede convencer el odio que no deja lugar para la compasión; el odio a la inteligencia que es crítica y diferenciadora, inquisitiva, mas no de inquisición. Se ha hablado también de los catalanes y los vascos, llamándoles la anti-España; pues bien, con la misma razón pueden ellos decir otro tanto. Y aquí está el señor obispo, catalán, para enseñaras la doctrina cristiana que no queréis conocer, y yo, que soy vasco, llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis. Ese sí es Imperio el de la lengua española.
Vegas señala cómo en su interior estaba en casi todo de acuerdo con Unamuno, pero en aquel ambiente sus palabras eran explosivas. Asegura, sin la menor duda, Vegas que en la reconstrucción de Salcedo faltan dos partes de la intervención de Unamuno fundamentales. La primera referida a la fiereza y brutalidad de las masas populares en las dos zonas, con la única diferencia de que, en una de ellas, «las mujeres se ensañaban matando, mientras que en la otra acudían sólo a ver matar». La segunda, la cita al poeta y nacionalista filipino Rizal, hablando de su brutal e incivil fusilamiento por los militares en 1896. Sobre lo que aconteció, seguidamente recuerda una vez más Vegas[47]:
Sobre todo, cuando de manera inesperada, en su característico juego de ideas y de palabras, sacó a colación el fusilamiento de Rizal, héroe de la independencia de Filipinas, como ejemplo de la brutalidad agresiva e incivil de los militares. Yo mismo sentí un cierto desasosiego al oír pronunciar con elogio el nombre de quien había luchado ferozmente contra España. Y fue exactamente en ese momento cuando Millán Astray se puso en pie y lanzó un grito, ahogado en parte por la gran ovación con que fue acogido. Pero yo le oí perfectamente decir:
—¡MUERA LA INTELECTUALIDAD TRAIDORA!
Admito que muchos no pudieran oír la última palabra de la frase por el tumulto que se desencadenó.
Entre las imprecaciones, las amenazas y los insultos, llegó a percibirse el ruido característico de algún arma que se montaba. Insisto en que me encontraba muy cerca de Millán Astray; puedo por ello negar, rotundamente, que lanzase después ningún otro grito similar, ni mucho menos el famoso ¡Viva la muerte!, que es el grito de la Legión. ¿Lo lanzó, en medio del alboroto, dirigiéndose a los legionarios de los que siempre se hacía acompañar y que se hallaban también en el paraninfo? No tengo razones para ponerlo en duda. Lo que afirmo es que, después de que lanzó aquel primer grito suyo, como réplica a ciertas palabras de Unamuno, tras unos instantes de angustiosa indecisión, él mismo, en voz muy alta y con tono imperativo, se dirigió al rector, que se mantenía erguido en pie detrás de la mesa, para ordenarle:
—Unamuno, ¡dé el brazo a la señora del jefe del Estado!
Es muy posible que esto salvara la vida del rector. Del brazo de doña Carmen salió del paraninfo, entre insultos y amenazas de muchos de los allí presentes.
Sostiene Entrambasaguas, con cierta razón, dado el ambiente y situación en que se producía el incidente, «hasta aquí, por lo indicado, Millán Astray estuvo discreto y aún prudentísimo, después de lo dicho por Unamuno, teniendo en cuenta su carácter —el de Millán Astray— y el momento en que hablaba»[48].
El incidente es recordado por el propio Millán Astray en un texto inédito y creo que absolutamente desconocido para los historiadores, depositado en su archivo en los siguientes términos[49]:
Conducta observada por D. Miguel de Unamuno, en su calidad de Rector Honorario de la Universidad de Salamanca, con motivo de la fiesta del día de la Raza de 12 de octubre de 1936.
Presenciaron el acto muchas personas que podrán corroborar lo que en este escrito se dice; entre ellas, que yo recuerde, el poeta señor Pemán. Los otros oradores figurarán en los periódicos de Salamanca de aquellos días.
Las manifestaciones que hago de Don Víctor Ruiz Albéniz, que usa para escribir el pseudónimo de El Tebib Arrumi, están corroboradas por él ciertamente y me manifestó que estaba dispuesto, en cualquier momento y ocasión, a manifestarlo así ante quien hubiera que hacerlo. El relato es el siguiente:
Al acto asistió la Exma. Señora esposa del Jefe del Estado. Al entrar en el Paraninfo, el señor Unamuno, que presidía, no salió a recibirla y ella hubo de ir a ocupar un sillón en la Presidencia sin ser el señor Unamuno el que la condujese a su puesto.
El señor Unamuno, al proceder a la apertura de la sesión, dijo literalmente: «Vengo en representación del Jefe del Gobierno del Estado.» Esto era la negación de que el Generalísimo Franco había sido nombrado Jefe del Estado, ya que le llamaba «Jefe del Gobierno del Estado».
Después de hablar los oradores, tomó él la palabra y entre otras cosas dijo las siguientes (sin que yo pueda precisar el orden en que fueron dichas, pero sí afirmarme rotundamente en las que dijo). Y dijo:
«Que no había antipatria» lo que quería decir que los rojos no eran antipatriotas.
Entonó un canto a «Vasconia y a Cataluña», regiones separatistas en aquellos momentos en poder de los rojos.
También dijo «que una cosa era vencer y otra convencer». Y yo estimo que con esta insidia quería seguramente decir: que venciendo con las armas no se gana la razón.
Después nombró con elogio al cabecilla filipino «RIZAL», fusilado en Filipinas en 1896, de lo que se sacó en aquel tiempo gran partido en las campañas de la masonería en contra de España y del Ejército, tomando como víctima al general Polavieja. Esto, creo yo que muy pocos alcanzarían la perversa intención del señor Unamuno al nombrar al cabecilla Rizal en el momento en el que la guerra contra España estaba dirigida por los comunistas ruso-soviéticos-judío-masónicos.
Y terminó diciendo: «que tenía que protestar porque las mujeres españolas que estaban en nuestra zona, se recreaban asistiendo a los fusilamientos de los rojos, a pesar de llevar sobre su pecho emblemas religiosos que demostraban sentimientos bien contrarios a aquel recreo.»
Cuando yo quise hacer uso de la palabra no me lo concedió. Entonces, me dirigí al público diciendo que quería hablar y, naturalmente, por un consentimiento natural, hablé. Pero en atención a las circunstancias, a la presencia de la alta Dama y a otros muchos razonamientos que no son del caso, me limité —a pesar de mi indignación— a decir, simplemente, a los estudiantes:
«Estudiantes: Cuando volváis purificados de la guerra y entréis a estudiar en las aulas, tened mucho cuidado con los hombres sutiles y engañosos que con palabras rebuscadas y falsas llevarán el veneno a vuestras almas.»
No recuerdo exactamente mis palabras, pero el concepto fue éste[50].
Al terminar, la Señora del Jefe del Estado, salía sola y entonces me dirigí al señor Unamuno y le dije:
«Señor Rector: dé Vd. el brazo a la Señora del Jefe del Estado y acompáñela hasta la puerta a despedirla.» Él así lo hizo. Yo fui detrás. Luego supe que los estudiantes jóvenes y principalmente los falangistas, si no hubiese sido por haber ido dando el brazo a la Señora del Caudillo e ir yo detrás de ellos, quizás hubiesen tomado alguna medida violenta contra el señor Unamuno.
Mi amigo el médico y periodista D. Víctor Ruiz Albéniz me manifestó hace tiempo y recientemente me volvió a repetir: Que al terminar el acto que he relatado, salía Unamuno solo por la calle inmediata a la Universidad; que se encontró con Ruiz Albéniz y le dijo: «Acompáñeme Vd., Ruiz Albéniz. —¿Qué le pasa a Vd. Don Miguel?— Qué va a pasar: que llevaba dos bombas guardadas, las he tirado y han estallado.»
Y lo dicho es la verdad.
Madrid, doce de enero de mil novecientos cuarenta y dos.
Sustancialmente el desarrollo de los acontecimientos arriba transcritos coinciden con la versión de Vegas. Se puede observar cómo Millán Astray reescribe en parte sus propias palabras, aunque manteniendo los motivos de las mismas y el desarrollo de los acontecimientos.
No podemos olvidar que Millán Astray era un antiguo oficial que había luchado en Filipinas durante la sublevación tagala de 1896-1897 por lo que las alusiones al independentista Rizal, que hoy nos pueden parecer carentes de importancia, se clavaron como un hierro al rojo en su corazón, lo que terminó por hacerle estallar[51]. Recordemos que el barco que le llevó a Filipinas era el mismo en que iba preso Rizal camino de Manila para ser sometido a un consejo de guerra, por lo que el tema le resultaba especialmente próximo.
A este hecho se tiene que unir el choque que habían tenido años antes con el rector en el Ateneo de Madrid como consecuencia de llamar Unamuno a los legionarios «cortacabezas y hampones». El incidente había pasado pero no estaba olvidado por el general, pues tiempo después le recordaba a Gómez Mesías: «dijo de mí que yo era un ladrón; que me había hecho rico con los sacrificios y la sangre de los soldados que peleaban en África. Eso no se perdona.»
Para Entrambasaguas el enfrentamiento con Millán Astray sirvió para impedir una agresión a Unamuno de peores consecuencias. El incidente careció de verdadera importancia dentro del remolino que eran aquellos días de guerra. La rapidez de reflejos de Millán Astray y la obediencia de Unamuno y Carmen Polo a sus órdenes salvaron la situación. Sobre ello dice Salcedo:
La serenidad de la esposa del Jefe del Estado salvó la situación, cogió a Unamuno del codo mientras que su escolta les acompañaba a la salida, hizo que su coche llevase a Unamuno a su casa. Doña Carmen era hija de un catedrático y fue educada en el respeto y cariño a la toga, lo que le permitía comprender, o perdonar, las palabras de aquel anciano iracundo y vehemente que era don Miguel de Unamuno.
Este testimonio coincide con la narración de esta parte del incidente que hizo Carmen Polo a su amigo y biógrafo de su marido, el académico de la Historia, Luis Suárez.
Es cierto que ya con anterioridad al incidente Millán Astray había arremetido contra los malos intelectuales. Así el 12 de septiembre, un mes justo antes del incidente del Día de la Raza, había escrito en La Gaceta Regional:
¡Salamanca! ¡Salamanca!, la ciudad de la inteligencia secular de España, la de los estudios de Humanidades, eternos como el alma humana. Vuelves a ser Salamanca… Por aquí no pasó la furia asesina del rojo, de los que envenenaron los extranjeros, los malditos y mil veces malditos intelectuales, que teniendo cultura, medios bastantes, envenenaron a nuestras masas y las hicieron creer que la felicidad estaba en el crimen.
Escrito que no supone una repulsa a los intelectuales, sino a la inteligencia bastarda y antipatriota, desde la óptica de Millán Astray. A lo largo de toda su vida Millán Astray estuvo rodeado de intelectuales y artistas, muchos de ellos íntimos amigos suyos, al igual que siempre que había podido se había rodeado de hombres inteligentes y bien preparados, lo que demuestra su admiración y simpatía por la cultura, el arte y la intelectualidad.
Sobre la salida de Unamuno del Paraninfo afirma Carlos Rojas en su libro Momentos estelares de la Guerra Civil:
Entre un caos de gritos, la multitud se arremolina sobre Unamuno. Acaso Esteban Madruga le salve la vida aquella mañana. Lo coge de un brazo y le indica a la esposa de Franco que lo tome del otro. Pálida como una aparecida obedece ella. Mientras, Juan Crespo se sitúa detrás del Rector para protegerlo. Después, con Esteban Madruga, lo acompañará a su casa[52].
Versión de Rojas en la que en ningún momento el autor señala de dónde procede. Estilo historiográfico éste que triunfa en los últimos tiempos frente al rigor y la verdad sea cual sea ésta.
Otro de los escritores y supuestos testigos que incluso se atribuye ser el autor de la salida de Unamuno del paraninfo es Hipólito Román, que sostiene además que luego fue agredido por unos legionarios que le rompieron un brazo acusándole de republicano, y más tarde detenido por la policía. Suceso en el que, dice el propio Román, perdió un brazo al ser torturado por un monárquico juanista[53].
Sabemos por Martínez Fuset, miembro del Cuartel General en Salamanca, que oficialmente se le restó importancia y ni siquiera se volvió a mencionar el incidente en los círculos políticos y militares próximos a Franco. En la prensa nacional el incidente quedó reflejado en un par de líneas, siendo quizás la noticia del ABC de Sevilla la más significativa:
Después de breves palabras del señor de Unamuno, el general Millán Astray pidió autorización para hablar, y el ilustre militar, en unas palabras de exaltado patriotismo, interesa del señor Pemán que continué haciendo patria en los frentes de batalla[54].
Al salir del acto, en la puerta Millán Astray y Unamuno, dos hombres que se parecían en muchas cosas y que formaban parte de un mundo que con ellos había de desaparecer, se despidieron dándose la mano y deseándose buenas noches.
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Para el rector y el general el incidente terminó en las puertas de la Universidad pues ambos compartían el mismo sentimiento trágico de la vida. Se ha querido representar en las palabras que ambos pronunciaron aquel 12 de octubre la lucha de la barbarie —el soldado— contra la inteligencia —el profesor universitario—, siendo así Millán Astray representación viva de la imagen tópica del militar bárbaro e inculto, como paradigma de la violencia y la incultura, por lo que muchos autores han sacralizado y siguen sacralizando el incidente. La disputa cobró interés e importancia años después al encarnarse curiosamente en Unamuno a los intelectuales contrarios al Régimen de Franco, atribuyéndole un supuesto antifranquismo cronológicamente imposible y falso, frente a un Millán Astray representante de la triunfante y longeva dictadura franquista. Se le atribuía al fundador de la Legión el papel de ser la encarnación del antihéroe, de la brutalidad, la incultura y el militarismo en sus peores afecciones y, en cierta forma, del fascismo, una ideología con la que compartía muchas cosas pero que indudablemente no seguía, lo que convertía a su figura en blanco perfecto de todo tipo de insultos, denostaciones y falsificaciones por la pseudointelectualidad de izquierdas de los años setenta y ochenta. Imagen conscientemente manipulada que en ciertos ambientes perdura en la actualidad.
No olvidemos que, frente a esta tesis fundamentalmente política, existen autores como José María Gárate que sostienen que Millán Astray era uno de los tratadistas y escritores militares más prestigiosos de su tiempo, junto a Ibáñez Marín, Burguete, Berenguer, Fanjul y Primo de Rivera, formando este sexteto el corazón de la intelectualidad militar de la generación del 98[55].
La represalia contra Unamuno no vino de la mano de Franco, ni de los militares, ni de los partidos políticos que tenían milicias en el frente; vino de la mano de aquellos que creían que cebándose en el anciano rector cumplían con su cuota de represión y de horror. Como siempre ocurre, aquellos que no mueren en el frente y que sólo sufren la guerra del racionamiento, de la muerte de amigos y seres queridos, atemorizados por la posibilidad de la derrota y la represalia, se mostraron mucho más duros que los que cargaban sobre sus hombros la suerte de los combates que habían de decidir la guerra.
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En el casino salmantino, del que era asiduo, se le hizo el vacío e incluso fue amenazado por aquellos que unos días antes presumían de su amistad, llegándose a quitarle el título de presidente honorario que detentaba[56]. Le fue arrancado el título de alcalde perpetuo por el Ayuntamiento. En la universidad, donde las traiciones y venganzas alcanzan cotas de vileza y cobardía difíciles de lograr en otras partes de la sociedad, no en vano todos sus miembros incluidos los malos y los tontos son doctores y expertos en alguna materia, se apresuraron a congraciarse con el poder, un poder que no demandaba nada, apartando a Unamuno de su cargo. A petición de Ramos Loscertales fue desposeído de su cargo de rector y sustituido por Madruga, porque existía el rumor —de origen desconocido— de que eso gustaría a los militares. No fue una acción política sino universitaria la que desposeyó a Unamuno de su rectorado. La propuesta de la universidad llegó por la vía reglamentaria de la Comisión de Cultura y Enseñanza al Jefe del Estado que la aprobó con su firma el 22 de octubre como, por otra parte, era de esperar.
Unamuno, viejo, cansado, enfermo y vencido se encierra en su casa de la calle Bordadores, donde no estaba bajo ningún concepto detenido. Escribe en su Cancionero:
Horas de espera, vacías:
se van pasando los días
sin valor, y va cuajando en mi pecho,
frío, cerrado y deshecho, el terror.
Millán Astray sigue con su vida normal. El día que muere Unamuno va de visita a la cárcel provincial. Es una fría amanecida del año nuevo de 1937. Ante los presos empeñará su palabra de que terminarán las represalias y los paseos, como atestigua a Carlos Rojas un médico frentepopulista allí detenido: «Asombrosa y paradójicamente, será el mismísimo general Millán Astray, pese a su habitual apoteosis de la muerte, quien les ponga término.[57]»
A partir de finales de los años sesenta del siglo pasado es cuando se comienza a dar importancia al enfrentamiento de Unamuno con Millán Astray sometiéndole a una lectura e interpretación muy distinta a la realidad de lo acontecido. El incidente carece de verdadera importancia en el remolino de la Guerra Civil, salvo por su simbolismo a posteriori. No podemos olvidar que estamos en las primeras semanas de una guerra que había de durar tres años. Los ánimos estaban exaltados y resulta incluso sorprendente la escasa represalia que recayó sobre Unamuno pues en aquellos tiempos, en los que ambos bandos hacían una represión política muy dura, sin que de la misma se librasen los intelectuales de uno u otro bando, ya que era una guerra civil intrínsecamente ideológica, nadie quedaba excluido.
El intento de muchos historiadores de rehacer la Historia resulta evidente en este caso, ya que se ha querido utilizar la pluma como arma de combate ideológico de una guerra ya terminada. Las versiones «libres» han sido muchas, en algunos casos bien intencionadas y otras conscientemente manipuladas, dándose en ocasiones como buenas las versiones de personajes que ni siquiera estaban en Salamanca cuando ocurrió todo. Por ejemplo, la versión de Serrano Súñer es una de las más citadas por los historiadores, cuando él mismo reconoce que no llegó a Salamanca hasta mucho tiempo después del incidente, lo que agrava el hecho de que cite literalmente las palabras de Unamuno cuando ni siquiera estaba presente. Recuerda Serrano Súñer[58]:
Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien, y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir. Porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia.
Quiero hacer algunos comentarios al discurso del general Millán Astray que se encuentra entre nosotros.
Dejaré de lado la ofensa personal que supone su repetida explosión contra vascos y catalanes. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao. El Obispo, lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona.
Pero ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito ¡Viva la Muerte! Y yo que, he pasado mi vida componiendo paradojas que excitan la ira de algunos que ni las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto en un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero desgraciadamente en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más.
Me atormenta que el general Millán Astray pudiera dictar las normas de la sicología de la masa. Un mutilado, que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor.
Según Serrano Súñer, Millán Astray gritó que allí estaba «la serpiente de la inteligencia que había que matar. ¡Muera, abajo la inteligencia!», a lo que respondió Unamuno[59]:
Éste es el templo de la inteligencia. Y yo soy su sumo sacerdote. Estáis profanando su sagrado recinto. Venceréis porque tenéis sobrada fuerza bruta. Pero no convenceréis. Para convencer hay que persuadir. Y para persuadir necesitaríais algo que os falta: razón y derecho en la lucha. Me parece inútil el pediros que penséis en España. He dicho.
Fundamentalmente igual, aunque con algunos cambios importantísimos, es la versión que da el supuesto testigo Hipólito Román[60]:
Estáis esperando mis palabras. Me conocéis bien y sabéis que soy incapaz de permanecer en silencio. A veces, quedarse callado equivale a mentir, porque el silencio puede ser interpretado como aquiescencia.
Quiero hacer algunos comentarios al discurso, por llamarlo de algún modo, del profesor Maldonado. Dejaré de lado la ofensa personal que supone una repentina explosión contra vascos y catalanes. Yo mismo, como sabéis, nací en Bilbao, y el obispo, lo quiera o no lo quiera, es catalán, nacido en Barcelona.
Pero ahora acabo de oír el necrófilo e insensato grito de ¡Viva la muerte! Y yo, que he pasado mi vida componiendo paradojas que excitaban la ira de algunos que no las comprendían, he de deciros, como experto en la materia, que esta ridícula paradoja me parece repelente. El general Millán Astray es un inválido. No es preciso que digamos esto en un tono más bajo. Es un inválido de guerra. También lo fue Cervantes. Pero, desgraciadamente, en España hay actualmente demasiados mutilados. Y, si Dios no nos ayuda, pronto habrá muchísimos más. Me atormenta pensar que el general Millán Astray pudiera dictar las normas de la sicología de la masa. Un mutilado, que carezca de la grandeza espiritual de Cervantes, es de esperar que encuentre un terrible alivio viendo cómo se multiplican los mutilados a su alrededor. Millán Astray da un puñetazo en la mesa. —¡Basta ya de intelectuales bastardos, intelectuales que están envenenando las mentes de nuestra juventud! ¡Viva la muerte, y viva mil veces la muerte!
Entre las más chocantes destacan la de Carlos Rojas y la de Paul Preston. Dice Rojas[61]:
Toma la palabra Unamuno. Se pone en pie Millán Astray golpeando la mesa con la mano enguantada. «¿Puedo hablar? ¿Puedo hablar?», desgañitándose rojo como el cinabrio. Una pareja de legionarios, la escolta armada del general, aperciben las metralletas ante la sonrisa desdeñosa de Unamuno. Alguien profiere el grito del Tercio «¡Viva la Muerte!», y el silencio desciende sobre la sala amedrentada. En aquella pausa rompe a gritar Millán Astray: «¡Cataluña y el País Vasco, el País Vasco y Cataluña son dos cánceres en el cuerpo de la nación! El fascismo, remedio de España, viene a exterminarlos, cortando la carne viva y sana como un frío bisturí» […] calla sorprendentemente el auditorio, como hechizado, en cuanto Unamuno vuelve a tomar la palabra. Promete ser breve, porque la verdad crece al podarla. Aparta y orilla el insulto contra catalanes y vascos aunque repite haber nacido en Bilbao, en la segunda guerra carlista; como catalán sigue siendo el obispo Pla y Deniel. El aullido necrófilo de «¡Viva la Muerte!» lo reduce como «¡Muera la Vida!». Tan repelente paradoja —de las paradojas, su emblema de escritor, es el que más entiende— fue proferida en homenaje a Millán Astray. De hecho, el general es un inválido de guerra y quiere mutilar a España a su semejanza, como inadvertidamente lo dejó entender. En aquel punto, un exasperado Millán Astray profiere su rugido de «¡Muera la inteligencia!». De forma servil y parcial osa corregirlo José María Pemán: «¡No, no! ¡Viva la inteligencia! ¡Mueran los malos intelectuales!»
Rojas, por su parte, logra dar un color al incidente muy superior al que tuvo, aunque lamentablemente no se ajusta a la verdad. La versión de Preston no resulta menos imaginativa e inexacta[62]:
Parece ser que una serie de discursos recalcaron la importancia del pasado y futuro imperial de España. En particular uno de Francisco Maldonado de Guevara, que describió la Guerra Civil en términos de una lucha de los valores tradicionales y eternos de España contra la Antiespaña de los rojos, los vascos y los catalanes, exasperó a Unamuno, que ya estaba desolado ante la «lógica del terror», el arresto y el asesinato de amigos y conocidos. (Una semana antes, Unamuno había visitado a Franco en el palacio del obispado para suplicarle inútilmente a favor de varios amigos encarcelados.) La vehemencia del discurso de Maldonado incitó a un legionario a gritar: «¡Viva la muerte!», el grito de guerra de la Legión. Entonces intervino Millán Astray para lanzar el triple grito de «¡España!» y se oyeron las tres réplicas tradicionales de «¡Una! ¡Grande! ¡Libre!». Cuando Unamuno habló, fue para oponerse a la frenética glorificación de la guerra y la represión. Dijo que la guerra civil era una guerra incivil, que «vencer no es convencer» y que los catalanes y los vascos no eran más antiespañoles que los presentes. «Y yo, como sabéis, nací en Bilbao, soy vasco y llevo toda mi vida enseñándoos la lengua española, que no sabéis». En ese momento le interrumpió un Millán Astray al borde de la apoplejía, que se puso en pie para justificar el alzamiento militar. Mientras, Millán Astray exclamó «Mueran los intelectuales», a lo que Unamuno respondió que se encontraba en el templo de la inteligencia y que semejantes palabras eran una profanación.
Ante el aumento del griterío y los abucheos, y cuando los guardaespaldas de Millán Astray amenazaron a Unamuno, intervino doña Carmen. Con gran entereza de ánimo y no menos coraje, cogió al venerable filósofo del brazo, le sacó afuera y le acompañó a casa en su propio coche oficial. Dos testigos presenciales han insinuado que el propio Millán Astray le ordenó a Unamuno que se cogiera del brazo de la esposa del jefe del Estado y se marchase.
Otros historiadores, de mucho mayor prestigio que los anteriores, también se han visto arrastrados por la corriente de desinformación predominante, aunque dando versiones más ajustadas a la realidad. Así Suárez nos dice[63]:
Y entonces Millán Astray —de cuya vehemencia tenemos constancia—, estalló. Sus gritos, coreados por los legionarios presentes, incluyeron una frase «si esto es inteligencia, muera la inteligencia» de la que apenas se recordó la segunda parte. Cuando algunos de los presentes, entre ellos Pemán y Sainz Rodríguez, hicieron gestos de desaprobación Millán Astray intentó rectificar, embarullándose al hablar de los «falsos intelectuales traidores». Demasiado tarde: en el aula había estallado un gran tumulto que se dirigía, sobre todo, hacia el rector. Fue entonces cuando la primera dama, Carmen Polo, esposa de Franco, hizo una seña a su escolta, tomó del brazo a don Miguel y le acompañó hasta la salida en donde estaba un coche oficial esperando. Ya en la puerta, Unamuno se despidió cordialmente de Pemán y también de Milán.
Existen versiones aún más libres como la aportada por el hijo del general Cabanellas en 1973[64]:
Millán Astray se muestra consumado actor; su grito es: ¡Viva la muerte! ¡Muera la inteligencia! Pronunciaba palabras ininteligibles con las que, al parecer, trataba de justificar el Alzamiento. Su guardia de legionarios, con pistolas y ametralladoras, le rodean. El estribillo, al final de sus palabras, consistió en repetir: ¡Muera la inteligencia! ¡Viva la muerte!
Su escolta de legionarios, que no está peleando en el frente, sino instalada cómodamente en la retaguardia protegiendo a su general, prepara las armas. Carmen Polo de Franco, que revela gran serenidad en ese momento, indica a los guardias de su escolta que avancen. Toma del brazo a Unamuno y, arrastras, por así decirlo, lo conduce fuera del salón. La escolta de Renovación Española ha tenido que formar un cerco en torno al todavía Rector de la Universidad de Salamanca.
Por su parte, Gabriel Jackson afirma que Millán Astray fue uno de los oradores y, mientras daba su discurso, Unamuno no pudo contenerse de interrumpir el mismo, ya que los seguidores del fundador de la Legión coreaban sus gritos de ¡Viva la muerte!: «Se volvió hacia el general y le dijo con sus mejores modos que el movimiento militar necesitaba no sólo vencer, sino también convencer. Y no creía que estuviera capacitado para esta última tarea. Sólo la intervención de la señora Franco impidió que el enfurecido Millán Astray, que gritó ¡muera la inteligencia!, pegara a Unamuno.[65]» Afirmando Jackson que esto se lo contó un amigo del propio Unamuno, lo que nos debe llevar a sospechar sobre algunas de sus afirmaciones relativas a la Guerra Civil española, que han sido dadas durante años por la historiografía española como verdades casi absolutas e incuestionables.
Como escribe Entrambasaguas, el abuso de los testimonios orales es un grave peligro, ya que son siempre maleables, subjetivos e inexactos, con los que se puede atribuir a Unamuno lo que nunca dijo, lo que permite reescribir los acontecimientos sobre bases escasamente históricas[66]. Estos peligros se acentúan si, como vemos, se toma por buena, y no se comprueba, la afirmación del primero que dice haber estado presente, cuando es sabido el poco aforo del citado paraninfo y la escasa afición que tiene la gente a este tipo de actos.
Pemán afirmó en ABC el 26 noviembre de 1964 que el barullo y el dramatismo fue menos de lo que luego se ha querido contar. Como respuesta a un artículo en un periódico yanki, Prensa Libre, sostiene Pemán que Millán Astray, «movido por un resorte, se levantó e inesperada e innecesariamente gritó: “Mueran los intelectuales”. Hizo una pausa; y como vio que varios profesores hacían gestos de protesta, añadió con ademán tranquilizador: “Falsos intelectuales traidores… traidores”.[67]» Franco dijo a su primo Francisco Franco-Salgado en Mis conversaciones privadas con Franco con motivo de la aparición del citado artículo de Pemán:
Se ajusta a la realidad de los hechos. Todo fue una réplica del general a la actitud, bastante molesta, del señor Unamuno, que no se justificaba en un acto patriótico, en un día señalado y en la España nacionalista que luchaba en el campo de batalla con un feroz enemigo y con grandes dificultades para vencerlo. Millán se creyó obligado a reaccionar en la forma que lo hizo a lo que consideró una provocación del ilustre catedrático[68].
El incidente no cambió la opinión de Unamuno sobre el alzamiento militar, aunque diría, «estoy deseando que entren en Madrid para ir por la calle gritando mi verdad. ¡Mi verdad!», según dijo a su amigo el catedrático Francisco Ynduráin. Fallecía Unamuno el 31 de diciembre tras ser dejado en su casa por Esteban Madruga. Murió mientras charlaba con el profesor auxiliar Bartolomé Aragón recién llegado del frente. Su féretro fue llevado a hombros de falangistas salmantinos, para honrarle, considerándole uno de los suyos, cosa que nunca fue. Víctor de la Serna y Maximino García Venero convirtieron equivocadamente su muerte en un acto falangista. Fue enterrado con muceta azul y birrete negro propio de los rectores españoles.
Para Entrambasaguas «Miguel de Unamuno, rector de la Universidad de Salamanca, y José Millán Astray, general del Ejército español, uno y otro fueron maltratados en el alma o en el cuerpo, si no en ambos —es lo mismo— por defender a España y su historia»[69]. El general y el catedrático se parecían demasiado. Eran hombres vitales y de fuerte carácter, acostumbrados a hablar y a ser escuchados sin ser contradichos[d]. Eran hijos de un tiempo que ya había pasado. Pertenecían al mundo romántico del siglo anterior a su muerte.