Capítulo 1
ONCE DÍAS QUE DECIDIERON EL FUTURO DE ESPAÑA
Aun no ha transcurrido un mes desde el inicio del golpe de Estado que va a degenerar en una guerra civil. El teniente coronel Yagüe marcha por la Ruta de la Plata hacia Madrid al mando de una columna de soldados del Ejército de África con objetivo Madrid.
El 13 de agosto recorre como una exhalación los 60 km que separan Mérida de Badajoz. Ante él se yerguen las murallas, que rodean la ciudad por tres lados, reforzadas por un sólido sistema de fuertes exteriores, apuntalados por el cuartel de Menacho.
Con su columna reducida a 3000 hombres, pues ha visto menguados sus efectivos por haber tenido que dejar en Mérida a la Agrupación Tella para rechazar un fuerte contraataque rojo, Yagüe se lanza sobre Badajoz, defendida por cerca de 8000 hombres que mandaban el prorrepublicano coronel Puigdengolas y el coronel Cantero del Regimiento 16º de Infantería.
A las 5.35 de la madrugada del 14 de agosto Yagüe envía un telegrama a su jefe, Franco:
«En este momento empiezo combate sobre Badajoz. Ruégole cooperación aviación.» Una hora antes, las tropas de Asensio han ocupado el barrio extramuros de San Roque, y la Agrupación Castejón ha tomado varios fuertes, incluido el cuartel de Menacho, en el que sólo resiste el pabellón del coronel.
La escasa artillería nacional concentra su fuego sobre las puertas de Trinidad y Pilar, por ellas deben entrar respectivamente las fuerzas de Asensio y Castejón.
La 52 Bandera de la Legión fuerza al asalto la puerta del Pilar y entra en la ciudad. La resistencia de los defensores convierte el avance en un calvario. Se lucha casa por casa. A golpe de granada, a tiro de pistola. Las bajas son enormes. Son detenidos en su avance en los aledaños de Correos.
La Agrupación Asensio tropieza con fuerte resistencia desde el primer momento. Por «la brecha de la muerte» la 162 compañía de la 42 Bandera del Tercio de Extranjeros se lanza a la bayoneta calada para forzar la puerta de Trinidad. Los legionarios se abren paso con granadas y cargando a pecho descubierto. Avanzan cantando el himno de la Legión.
A la cuarta intentona, con la tierra de nadie cubierta de legionarios muertos y heridos, el capitán Pérez Caballero y quince legionarios, uno herido de muerte, logran entrar en Badajoz. La fuerza se lanza por la calles y logra tomar el ayuntamiento desde donde informan a Yagüe: «Atravesé la brecha. Tengo 14 hombres. No necesito refuerzos.»
A mediodía la 4ª Bandera tiene ya más de 100 bajas. La columna Madrid ha tenido 285. Los defensores más de 1000.
En esos mismos momentos el 2º tabor de Tetuán, que ha rodeado la ciudad, entra por la puerta de Carros al tiempo que la Agrupación Castejón ha vencido la resistencia e inicia la ocupación total de la población. Los defensores se han hecho fuertes en diversos puntos de la ciudad. En la catedral resistirán hasta bien entrada la noche.
Terminados los combates, tras la victoria, arengará Yagüe a lo que queda de su tropa: «Legionarios: Merecéis el triunfo: porque frente a los que sólo saben odiar, vosotros sabéis amar y cantar y reír. Allá lejos está Madrid, legionarios, y allí llegaremos todos; porque, para guiar nuestros pasos en la lucha, resucitarán los que aquí cayeron luchando por España. Legionarios de la 162 Compañía. ¡Qué pocos habéis quedado y qué orgulloso me siento de vosotros! Gritad conmigo: ¡Viva España! ¡Viva la República! ¡Viva el Ejército!»
La toma de Madrid es objetivo prioritario y urgente para Yagüe. Los combates han dado como fruto un número enorme de prisioneros que, dada su cantidad, hace imposible llevarlos en el avance. Las grandes bajas sufridas descartan la posibilidad de dejar parte de los efectivos para vigilar a unos prisioneros que son numéricamente superiores. Se inicia la leyenda negra de las matanzas de Badajoz. La guerra es así.
Aquí fragua definitivamente el mito de fieros y de valor sin límites del que disfrutan las fuerzas fundadas por el teniente coronel Millán Astray hacía dieciséis años.
Nada más estallar el Alzamiento los generales sublevados crean un embrión de dirección militar para la guerra que se inicia. Nace la Junta Suprema Militar, que desaparecerá en poco tiempo, sin dejar apenas más que algunos manifiestos y proclamas. Bandos concluidos con un ¡Viva la República!, firmados por los generales Cabanellas, Queipo, Mola, Franco, Saliquet, Fanjul, Goded, etc.
La inesperada muerte de Sanjurjo, jefe de los militares sublevados, en accidente de aviación, cuando regresaba de Portugal a España, provoca un inesperado vacío de liderazgo. El 21 de julio Mola y Cabanellas deciden constituir la Junta Nacional de Defensa. Tendrá sesenta y nueve días de vida[1]:
En la ciudad de Burgos, a 23 de julio de 1936. Reunidos a las 20 horas, bajo la presidencia del Excmo. Señor General de División don Miguel Cabanellas Ferrer, el Excmo. Señor General de División don Andrés Saliquet Zumeta, y los Excmos. Generales de Brigada don Emilio Mola Vidal y don Fidel Dávila Arrondo, encontrándose representado el Excmo. Señor General de Brigada don Miguel Ponte y Manso de Zúñiga, y con él los Coroneles del Cuerpo de Estado Mayor del Ejército don Federico Montaner Canet y don Fernando Moreno Calderón: Se examinó la situación creada ante el éxito del movimiento que, con tan altos fines patrióticos, realizan conjuntamente Ejército y pueblo.
Se acuerda asimismo, después de amplia deliberación, por unanimidad, dar por constituida con los reunidos y representados la referida Junta de Defensa Nacional, con residencia en Burgos, y que desde este momento asuma todos los poderes del Estado, gobierne el país y represente legítimamente sus intereses ante las naciones extranjeras. Se acuerda asimismo por unanimidad que los decretos emanados de esta Junta se promulguen previo acuerdo de la misma, autorizados por la firma del Presidente, el Excmo. Señor General don Miguel Cabanellas.
Uno de los primeros decretos del nuevo gobierno de la España Nacional es designar a Franco como general en jefe del Ejército de Marruecos y del Sur de España, y nombrar a Mola general en jefe del Ejército del Norte.
El alzamiento militar se va vislumbrando no como un rápido asalto al poder, sino como el inicio de una guerra civil sangrienta y de duración impredecible. España se encuentra dividida en dos zonas muy delimitadas, en las que ambos bandos encuentran partidarios y recursos. Resulta cada día más improbable la esperanza de que los nacionales tomen Madrid, y así se zanje el conflicto con una victoria rápida para su causa.
El predominio indiscutible de los militares en el bando nacional, su formación y tradición jerarquizada, les lleva a que, desde un principio, se suscite la necesidad de un mando único, de un jefe, que dirija las operaciones militares. La práctica totalidad de los jefes militares, con la casi única excepción de Cabanellas, son partidarios de esta solución. Queipo, Mola y Franco están a favor de la solución de un mando único militar. El problema es ¿quién debe ser el elegido en sustitución del fallecido Sanjurjo?
Los nombres que se barajan son Cabanellas, Queipo de Llano y Franco entre los generales de división, y Mola entre los de brigada.
Cabanellas, con 64 años, republicano convencido, resultaba inaceptable para los alfonsinos y doblemente para los carlistas, dada su condición de masón.
Queipo había ascendido desde corneta. A sus 61 años era cuestionable por su ideología y estaba muy desprestigiado entre sus propios compañeros para que éstos le encomendasen conducir la suerte de la España Nacional.
Mola, de 49 años, había organizado el alzamiento, pero dejó muchos cabos por atar; contaba con un excelente historial en el Ejército de África, mas, en este aspecto, Varela lo superaba abrumadoramente. Mala había mostrado cierta pericia en su trato con los falangistas, por un lado, y con los carlistas por otro, sin embargo continuaba siendo general de brigada y de menor antigüedad incluso que Orgaz.
Franco daba a los monárquicos la sensación de que era uno de ellos. Estaba respaldado por el Ejército de África, a cuyo mando lograba éxito tras éxito. A los 44 años seguía siendo el más joven de los generales y su nombre estaba en los labios de los moros y legionarios como ejemplo de valor, despertando entre ellos y entre sus mandos una fidelidad ciega.
En medio de este estado de cosas regresa Millán Astray a España. Ha cumplido ya 57 años. En aquellos días el fundador del Tercio de Extranjeros ha cambiado físicamente mucho —numerosas heridas y mutilaciones laceraban su cuerpo y su alma— en relación al hombre que unos años antes había fundado la Legión, no así en voluntad y forma de hacer las cosas, de ver la vida.
Serrano Súñer lo describe como «flaco, de buena estatura, de aspecto quijotesco, de nariz aguda y cráneo braquicéfalo adelantado, acometedor»[2]. Su cuerpo es muestra andante de una carrera militar sometida a la dureza y los peligros de la vida en campaña.
Uno de sus más acérrimos detractores, Guillermo Cabanellas, dice de él:
Era Millán Astray un personaje pintoresco. Llevaba el uniforme de la Legión y hacía alarde de sus cicatrices. La manga vacía del brazo perdido, un parche negro sobre un ojo y un costurón a lo largo de la mejilla eran como condecoraciones que gustaba lucir. Incansable en pronunciar discursos, tenía el arte de atraer a su alrededor grupos compactos que seguían sus alocuciones, con lenguaje en el que repite el nombre de España, que parece sonar en sus labios como si ésta fuera de su patrimonio exclusivo. Acababa de regresar de un viaje a Buenos Aires. Se convirtió enseguida en el vocero que, al cantar la gloría de Franco, parecía recoger para sí una pequeña parte. Desde entonces, insaciable por lograr algunas migajas, pone por los cielos a aquel que queda convertido en nuevo mesías[3].
Su valor como soldado es indudable. Su figura despierta admiración y respeto entre los españoles. En mitad del pecho, justo encima del corazón, sus numerosas condecoraciones ocultan la cicatriz de un disparo. Lo recibió el 17 de septiembre de 1921, en el ataque a Nador por el barranco de Amadi. Por el muslo derecho le asciende otro desgarrón, siendo nuevamente herido en Dra el Asef el 10 de enero de 1922, lo que no le impide continuar en combate, aunque siendo tan grave la herida que el 18 le dan la extremaunción y lo trasladan a Madrid. En un bosquecillo de Fondak le cruzó el codo el balazo de otro rifeño, la mañana del 26 de octubre de 1924, cuando arengaba a unos soldados del Batallón de Burgos. Pocos días después tuvieron que amputarle el brazo y el antebrazo izquierdo en el Hospital Militar de Tetuán porque empezaba a gangrenársele. El 4 de marzo de 1926, el tiro certero de un rifeño, en las operaciones de Loma Redonda, le produce la pérdida de un ojo, partiéndole la mejilla y astillándole la quijada. El impacto le arrancó casi todos los dientes. Unos puntiagudos colmillos y unos incisivos mellados y amarillentos, perdidos en la oscura sonrisa, entre dos grandes orejas de perdiguero, le dan aspecto entre goyesco y solanesco[4].
En el museo legionario de Dar-Riffien, entre Ceuta y Tetuán, se conservaba en un frasco de alcohol el ojo extraído. Sólo hace unos pocos años se procedió a su entierro por petición expresa de su única hija, Pala.
Su imagen produce admiración entre sus tropas y sus partidarios, despertando equiparable repulsa entre sus numerosos detractores. Millán Astray, ayer y hoy, a nadie deja indiferente.
Su fama como soldado y fundador de la Legión, fomentada desde un principio por el propio Millán Astray, perfecto conocedor de lo que los medios de comunicación pueden hacer y lo que el cultivo de la propia imagen puede dar de sí, hacen de él uno de los generales más populares y famosos de entre los sublevados. Fama que se extiende no sólo por España, sino que llega a Francia, Hispanoamérica e incluso a los Estados Unidos y Japón. Esta popularidad, durante los primeros y muy difíciles días del comienzo de la guerra, no resulta poco importante para los nacionales que necesitan urgentemente líderes y héroes para subir la moral de victoria y arrastrar al combate a aquellos sectores de la oblación que les son adictos pero que no olvidan que se enfrenta a los recursos de un Estado formalmente constituido.
Millán Astray vuelve a España después de una larga estancia en Hispanoamérica, provocada por su retiro voluntariamente forzado del Ejército como consecuencia de la política militar de la II República. Desembarca en Lisboa. Desde allí se dirige a unirse al Cuartel General de Franco, su viejo amigo de los tiempos de África.
Desde agosto de 1936 Millán Astray está plenamente integrado en el círculo de colaboradores más estrechos de Franco, junto con sus dos ayudantes, su primo Pacón y el comandante de artillería Carlos Díaz Vacién, el coronel Martín Moreno y Kindelán.
El 15 de agosto hace en Sevilla, junto a Franco y Queipo de Llano, su primera aparición en público, en un acto para proclamar la bandera roja y gualda como enseña de la España Nacional. Dos semanas después de este acto, Cabanellas, muy a su pesar, desde su cargo en la Junta Nacional de Defensa, refrenda y da legalidad institucional a la iniciativa de los tres generales.
El 26 de agosto traslada Franco su Cuartel General de Sevilla a Cáceres, al palacio de los Golfines de Arriba. Millán Astray va con él y se responsabiliza de todo lo relativo a Propaganda.
El 27 de septiembre es liberado el Alcázar de Toledo, tras un asedio de 72 días. La repercusión nacional e internacional de la liberación de los defensores del Alcázar es enorme. Puede que Franco haya perdido la oportunidad de tomar Madrid, pero la moral y el prestigio de la España Nacional, la palabra empeñada por Franco, exigía la liberación de Toledo, de los niños, mujeres y hombres sitiados en la Academia de Infantería. La salvación de la guarnición del Alcázar proyecta por el mundo entero la imagen heroica que acompañará a la España Nacional hasta el inicio de la II Guerra Mundial[5].
A finales de mes, la guerra, larga y sangrienta, es una realidad. El futuro, incierto. El bando nacional necesita un jefe único y esta necesidad resulta por días más y más evidente para los militares.
La trascendencia de la liberación de Toledo, la imagen de Moscardó dando su «sin novedad en el Alcázar, mi general», contribuyen de forma decisiva a potenciar la casi indiscutible candidatura de Franco a la jefatura de la España nacional.
La idea de proponer la candidatura del Jefe del Ejército de África, forzando la situación para que los generales alzados elijan un jefe único, en detrimento del mando colegiado que supone la Junta de Defensa, parte del general monárquico Alfredo Kindelán.
Él será el primero en plantear el problema de la naturaleza del futuro régimen que nacerá de la victoria. Piensa que Franco es el mejor camino para lograr la victoria y el regreso de los Borbones a España.
Nada más llegar Kindelán a Marruecos preguntó a Franco qué pensaba sobre la posibilidad de devolver el trono de España a su legítimo propietario. El futuro Caudillo contestó que el objetivo final del movimiento militar debía ser el regreso de la monarquía, pero nunca dijo cuándo.
Franco, desde un principio, parece tener claras las cosas, como se puede ver en su primera carta al destronado Alfonso XIII, al que se dirige como «su Alteza Real don Alfonso de Borbón», y no como «su Majestad Alfonso XIII».
Kindelán propuso a Franco la instauración de una regencia de claro corte alfonsino, a lo que Franco inmediatamente se opuso, argumentando que esto debilitaría la unidad del bando nacional, pues carlistas, falangistas y los militares alzados republicanos se opondrían, al tiempo que se mostraba poco convencido de su propia candidatura a la jefatura de los alzados.
Kindelán estaba convencido, con razón, de las ideas monárquicas de Franco, por lo que comenzó a suscitar la necesidad de la unidad de mando dentro del bando nacional, al tiempo que postulaba la candidatura de Franco. Para Ricardo de la Cierva:
Los dos generales —Kindelán y Orgaz—, convencidos monárquicos, actuaban en favor de Franco, gentilhombre de cámara, por expresas instrucciones del rey-Alfonso XIII desde Roma; pero querían el mando único para Franco sólo mientras durase la guerra civil, para proceder inmediatamente después a la restauración de la monarquía[6].
Para los observadores exteriores era Franco, sin duda, el que debía liderar a las fuerzas sublevadas contra el Gobierno de la República. Los informes alemanes eran muy claros. El 29 de julio el jefe del partido nazi en Tetuán, Langenheim envió un telegrama al mariscal y ministro nazi de Aviación, Hermann Goering, explicando que el mando de la zona rebelde era en la práctica un directorio encabezado por Mola, Queipo de Llano y Franco, siendo este último el más importante. El 16 de agosto el agente alemán Seydel informaba:
El general en jefe es sin ninguna duda Franco. Insisto en este punto porque numerosos rumores que corren sobre rivalidades entre generales son absurdos, especialmente porque cada uno de ellos, y todo el mundo, se da cuenta de que todo está en juego.
Franco tenía mayor rango que Mola, pero no que Cabanellas, y aventajaba en prestigio y jerarquía al resto de los generales del bando nacional. La posición de Franco como jefe del Ejército de África quedó consolidada por sus éxitos, así como por la constitución del gobierno de Burgos el 26 de agosto. Su avance por el valle del Tajo, la liberación del Alcázar, etc., contribuyeron decisivamente a afianzar su posición como el general de mayor prestigio, fama que ya venía desde los días de África y que había quedado totalmente consolidada con el paso del Convoy de la Victoria y el puente aéreo a Sevilla, junto con el apoyo de italianos y alemanes.
A juicio del general Kindelán, al finalizar el primer trimestre de guerra, en la zona roja reinaba el terror y la anarquía casi absoluta. En el aspecto internacional Francia, Inglaterra, Rusia, México y los Estados Unidos, no los católicos estadounidenses, apoyaban a la República; mientras que Alemania, Italia, Portugal e Irlanda apoyaban a los nacionalistas. Era el momento de tomar las medidas que debían llevar a ganar la guerra o rendirse y frenar así la tragedia en que estaba sumida la nación[7]:
Surgió entonces un problema delicado e importante, que no admitía demora en su planteamiento y resolución. Existían en realidad, desde el comienzo de las hostilidades, tres mandos bien caracterizados y en cierta forma autónomos: el del Ejército del Norte, que desempeñaba Mola, el del Sur, que gobernaba Queipo, y el expedicionario de África, cuyo mando ejercía Franco.
El mando debía ser único. Los embajadores de las naciones amigas, Portugal, Italia y Alemania insistían también en esta necesidad. Los militares africanistas eran abiertamente partidarios de Franco, y como señala Kindelán: «Otro de los partidarios apasionados de Franco era su primer jefe en el Tercio, Millán Astray, quien no desempeñaba mando activo en aquel entonces, pero desempeñaba un importante papel en la propaganda del Régimen.[8]»
Esta situación generaba también gran preocupación entre muchos de los mandos militares sublevados. Kindelán había cambiado impresiones muy especialmente con Yague. Había llegado el momento de que Franco diese un paso adelante. Franco estaba en Cáceres, donde Kindelán le había expuesto sus preocupaciones, sin que el futuro Caudillo se decidiese a postularse como candidato al mando que parecía corresponderle.
Para Kindelán, el futuro Caudillo no se atrevía a tomar la decisión pues:
[…] varias causas determinaban, a mi juicio, esta actitud de Franco. Ante todo, la modestia ingénita que regula sus actos y después, el temor de que la cosa no estuviese aún madura, y un apresuramiento imprudente hiciese fracasar el propósito y provocase incluso suspicacias agriando las cordiales relaciones que existían entre los mandos de los Ejércitos[9].
Franco estaba conforme con la idea de concentrar todo el poder en unas solas manos, pero no quería tomar la iniciativa para no herir susceptibilidades y, sobre todo, para no perder el mando directo del Ejército de África.
Kindelán, confinado años después en Santa Cruz de Tenerife por Franco, por causa de sus conspiraciones monárquicas contra el Régimen, se lamentaba de haber sido el detonante del proceso que terminó por colocar a Franco al frente de la Jefatura del Estado. Kindelán, convencido de la necesidad de forzar al futuro Caudillo a tomar una decisión, explica que «como buen español, busco una recomendación». En Cáceres estaban algunos de los jefes militares y amigos más próximos a Franco. Estaban su hermano Nicolás, Orgaz, Millán Astray y Yagüe, todos dispuestos a presionar a Franco, que se constituyen en una especie de equipo de campaña política dedicado a asegurar que el propio Franco acepte el puesto y que se convierta, primero en comandante en jefe, y luego en jefe del Estado. Aunque para otros autores:
La conspiración para el «caudillaje» se emprende por los generales Orgaz, Kindelán y Millán Astray, el teniente coronel Yagüe y Nicolás Franco Bahamonde. Son éstos los hombres a los que mueve Francisco Franco; aun cuando aparentan ser ellos los que lo manejan[10].
Kindelán, ayudado por Yagüe y Millán Astray, presionó a Franco para que convocase una reunión en Salamanca, en el aeropuerto de San Fernando, con lista nominal de a quién convocar y con fecha 21 de septiembre: «[…] en un pequeño barracón de madera de 4 por 8 m, que servía de oficina de información en el aeródromo de San Fernando, amueblado con una gran mesa central.[11]» Los convocados por Franco y Kindelán eran los generales Cabanellas, Queipo de Llano, Orgaz, Gil Yuste, Mola, Saliquet, Dávila, Kindelán y el propio Franco, junto a los coroneles Montaner y Moreno Calderón.
Se citaron los asistentes a la reunión, según cuenta El Adelanto de Salamanca, en el café Novelty sito en la Plaza Mayor salmantina: «Los ilustres caudillos de movimiento pasan al cuartel de Calatrava y desde allí van al aeródromo.»
La reunión matinal se inicia a las 11 de la mañana. Duró tres horas y media sin que se hablase en ningún momento del mando único, aunque Kindelán, con apoyo de Orgaz, pidió hablar tres veces de la cuestión sin éxito. Comieron en una finca próxima, en casa de Pérez Tabernero, cuyas hijas sirvieron la mesa para evitar indiscreciones:
Mientras tomábamos el aperitivo en una finca próxima al aeródromo, perteneciente a don Antonio Pérez Tabernero, en la que comimos invitados por éste, Orgaz y yo convinimos en que era imprescindible plantear y discutir en la sesión de la tarde el tema del mando único[12].
Se reanuda la sesión a las 4 la tarde y, nada más empezar, planteó Kindelán la cuestión sin que parezca que los asistentes tengan mucho interés en el tema:
[…] pero teniendo la satisfacción —recuerda Kindelán— de oír de labios de Mola, con su hablar de ruda franqueza castrense, la siguiente frase: «Pues yo creo tan interesante el mando único que si antes de ocho días no se ha nombrado Generalísimo, yo no sigo. Yo digo: ahí queda eso, y me voy.[13]»
Se habla de un Generalísimo o de un Directorio. Todos, menos Cabanellas, están de acuerdo que con el primero se gana; con el segundo, se pierde. Cabanellas, según Payne, mantuvo el silencio más absoluto durante buena parte de la reunión, ante la preocupación de los partidarios de Franco.
Una vez decidida la opción de nombrar un general en jefe, la candidatura de Franco era la única posible. Entre los asistentes sólo eran más antiguos, de entre los generales de división, Cabanellas, Queipo y Saliquet, pero ninguno tenía tanta experiencia en combate, ni tanto prestigio e influencias en el exterior como Franco. Sus ventajas y cualidades eran evidentes. Había llegado a un compromiso con las autoridades nativas marroquíes que garantizaba la retaguardia y miles de reclutas para la causa nacionalista, carecía de pasado político y era bien visto por los alemanes e italianos que le apoyaban, al tiempo que contaba con la obediencia incondicional de legionarios y regulares.
La otra opción era Mola. Había organizado el golpe, pero era general de brigada y tenía en su contra que había colaborado con el gobierno de Berenguer y que sus lazos con los carlistas eran demasiado estrechos.
Mola estaba dispuesto a votar a Franco, pues pensaba que allí sólo se dilucidaba la dirección militar de la guerra. La reunión terminó con la decisión de nombrar a Franco general en jefe, decisión que se mantendría secreta hasta que fuese oficialmente anunciada por la Junta de Defensa.
La propuesta de mando único fue aprobada con el solo voto en contra de Cabanellas[14]:
Pasóse —continúa Kindelán en su relato— a votarse enseguida el nombre de la persona que había de ser nombrado Generalísimo y como, al comenzar de moderno a antiguo, los dos coroneles se recusaron como votantes por su grado, yo, para evitar situaciones violentas y romper el hielo, pedí votar el primero, y lo hice a favor de Franco, adhiriéndose inmediatamente a mi voto Mola, Orgaz y, sucesivamente, los demás asistentes, salvo Cabanellas, quien dijo que, adversario del sistema, no le correspondía votar persona para cargo que reputaba innecesario.
Queipo dijo años más tarde que a quién si no iban a nombrar: «A Cabanellas, era republicano y masón. Con Mola habríamos perdido la guerra, y yo estaba muy desprestigiado.»
Se decidió mantener en secreto el nombramiento de Franco hasta que la Junta de Burgos le diera vigencia y publicidad oficial, pero pasaba el tiempo sin que la Junta y el propio Franco tomasen decisión alguna. Kindelán manifestó su impaciencia a Nicolás Franco, Millán Astray y Yagüe y «juntos los cuatro dimos una nueva y fuerte carga a Franco, proponiéndole una nueva reunión en la que se precisasen las atribuciones del Generalísimo y se propusiera que este cargo llevara anexo la Jefatura del Estado, con objeto de reunir en una mano todas las riendas del gobierno de la Entidad Nacional». Había que decidir las atribuciones del cargo. Aprobar la propuesta complementaria que postulaban los seguidores de Franco de que su nombramiento llevase unido la jefatura del Estado.
El domingo 27 de septiembre Nicolás Franco cruzó la frontera desde Lisboa para hablar con su hermano en Cáceres, donde también estaba Yagüe, de baja por enfermedad[15]. Kindelán pide a Nicolás Franco que intervenga para que Franco tome la iniciativa. Nicolás decide hablar con Yagüe para que sea éste el que fuerce la situación[16].
El propio Yagüe relató la entrevista a Vegas Latapié cuando éste estaba alistado en el Tercio bajo el nombre de José López Vega[17]:
Según me dijo, muy malhumorado, Nicolás fue a verle a su cuarto, donde reposaba, y comenzó a tutearle de buenas a primeras, empleando el mismo diminutivo amistoso que el general:
—Oye, Juanito, tú tienes gran influencia con mi hermano. Acabo de llegar de Lisboa, donde he hablado con los embajadores de Italia y Alemania y con el Gobierno portugués. Todos opinan que no puede continuar lo de un Ejército del Norte al mando de Mola y otro al Sur al de mi hermano. Es absolutamente necesario un mando único, y cree que es Paco el que debe ejercerlo. Pero él no quiere… Convéncele tú…
Así requerido, el teniente coronel Yagüe, muy amigo y entusiasta entonces de Franco, se levantó de la cama para hablar inmediatamente con él. Irrumpió en su despacho y le soltó de pe a pa —fueron sus palabras— cuanto le había dicho Nicolás, pero agregó un argumento que resultaría decisivo:
—Fíjate bien, mi general, es necesario que haya un mando único. En eso parece estar todo el mundo de acuerdo… Si tú te empeñas en no querer aceptarlo, entonces… no tendremos más remedio que nombrar a otro. Sin darle tiempo a que respondiera, volvió a su cuarto y se metió en la cama. A los pocos minutos Nicolás le abrazaba con lágrimas en los ojos:
—¿Qué es lo que le has dicho?
—Pues le he dicho, sencillamente, que todos pensamos en él, pero que si no quiere… tendremos que nombrar a otro.
Ese mismo día, el 27 de septiembre de 1936, se libera el Alcázar de Toledo. Millán Astray organiza, a la caída de la noche, junto con el jefe provincial de Falange, José Luna Meléndez, una manifestación por Cáceres. Franco sale al balcón del palacio de los Golfines de Arriba y pronuncia una arenga. Le acompañan Kindelán, Millán Astray y Juan Yaga. Los manifestantes, tras hablar Franco, piden que hable Yagüe. Franco se une a la petición: «¡Españoles!… La noticia de hoy es grande. La de mañana será mayor. Mañana tendremos en el general Franco a nuestro Generalísimo, al jefe del nuevo Estado, que era ya tiempo que España tuviese un Jefe de Estado con talento…»; y Millán Astray apostilla, «nuestro pueblo, nuestro ejército, guiado por Franco, está en el camino de la victoria»[18].
Cuenta Kindelán que, al tiempo que se dedicaba con Nicolás Franco a redactar un proyecto de decreto para someterlo a la Junta en su segunda reunión, «mientras dictaba, veníame a la memoria la escena histórica de la víspera del 18 de Brumario. Nicolás representaba el papel de Luciano»[19].
La segunda reunión se produce el 28 de septiembre, víspera de la onomástica de Cabanellas. Ese mismo día llegan en avión al aeropuerto de San Fernando, Franco, Orgaz, Yagüe y Kindelán, ya que las zonas nacionales aún no están unidas.
En esa reunión se encontraban, además de los ayudantes, jefes y oficiales adeptos a Franco, y al frente de todos ellos, el teniente coronel Yagüe y el general Millán Astray, dispuestos, en cualquier caso, a obtener el nombramiento de Franco[20].
Al parecer, recuerda Kindelán, Millán Astray no fue a San Fernando, aunque su apoyo a Franco resultaba una pieza muy importante como símbolo del apoyo de la Legión al nuevo Jefe del Estado.
Kindelán, como jefe de la aviación, ordenó que una centuria de Falange y unos requetés, junto con una unidad de aviación que hizo formar Lecea, fuesen las primeras tropas que rindieran honores al Generalísimo[21].
Se inicia la reunión, en el mismo sitio y la misma hora que la vez anterior, y hasta las 12:45 no entran en el tema, proponiendo algunos de los asistentes que la cuestión se aplazase para unas semanas más tarde. Los partidarios de Franco insisten y la discusión sigue adelante. Kindelán lee la siguiente propuesta de decreto que llevaba preparada[22]:
Preámbulo: Constituye precepto indiscutible del Arte de la Guerra la necesidad del Mando Único de los Ejércitos en campaña. En la nuestra hasta ahora la falta de tal requisito, impuesto por la incomunicación inicial entre los teatros de operaciones, ha sido suplida por el entusiasmo y buena voluntad de todos y por la unidad espiritual que es característica destacada del Movimiento.
Realizada la conjunción táctica e incrementadas considerablemente las fuerzas del Ejército, se hace inaplazable dar realidad al Mando Único, postulado indispensable de la Victoria. Razones de todo linaje señalan además la conveniencia de concentrar en un solo poder todos aquellos que contribuyan a la consolidación de un nuevo Estado con asistencia fervorosa de la Nación.
En su virtud y en la seguridad de interpretar el sentir nacional auténtico, se decreta:
Artículo 1°. Todas las fuerzas de Tierra, Mar y Aire que colaboran o colaboren en el porvenir a favor del Movimiento, estarán subordinadas a un Mando Único, que desempeñará un General de División o Vicealmirante.
Artículo 2°. El nombrado se llamará Generalísimo y tendrá la máxima jerarquía militar, estándole subordinados los militares y marinos de mayor categoría.
Artículo 3°. La jerarquía de Generalísimo llevará anexa la función de jefe del Estado, mientras que dure la guerra, dependiendo del mismo, como tal, todas las actividades nacionales: políticas, económicas, sociales, culturales, etc.
Artículo 4°. Quedan derogadas cuantas disposiciones se opongan a ésta.
Queipo, al que se une Mola, se pronunció en contra del nombramiento de Franco como jefe de Estado, recogido en el artículo 3º. A todos les sorprendió mucho la actitud de Mola, ya que le había sido mostrado con anterioridad el texto del decreto y había dado su aprobación. Kindelán, airado, se puso en pie —según B. Crozier— para defender la integridad del decreto. Cabanellas, en silencio, hundido, ya había aceptado su derrota, los hechos consumados, pues sabe que el poder se le ha ido de una manera o de otra de las manos. Finalmente todos, aunque con cierta mala gana, incluido Orgaz, abiertamente partidario de la candidatura de Franco, apoyaron el texto con el que se entrega todo el poder a Franco[23].
Durante la comida Yagüe se unió al grupo y defendió la candidatura de Franco, insinuando —según el hijo de Cabanellas— incluso la insubordinación de sus legionarios si no se aceptaba lo propuesto por Kindelán. Algunos autores apuntan que Yagüe estaba dispuesto a proclamar a Franco jefe del Estado con sus legionarios a cualquier precio.
Esta posibilidad es poco menos que imposible, tanto en lo político como en lo militar. Políticamente, un nombramiento manu militari habría supuesto el rechazo de las fuerzas civiles que apoyaban el alzamiento, habría dividido la zona nacional, ya geográficamente separada, y condenado a la derrota a los sublevados —en muy difícil situación—. Militarmente hablando; las tropas de Yagüe, escasas en número para los frentes que tenía que cubrir, resultaban insuficientes no para un golpe de mano sino para la explotación y consolidación de la ventaja obtenida. No se puede olvidar que Mola mandaba con plenos poderes en la práctica totalidad del Ejército del Norte y que Queipo era el virrey efectivo de Andalucía[24].
El papel de Yagüe, entonces sólo un teniente coronel al mando de una selecta fuerza de operaciones, probablemente la más efectiva de la España Nacional, era demostrar la obediencia ciega y absoluta que tenía «todo» el Ejército de África en su jefe, Franco. Este apoyo se veía reforzado por la absoluta fidelidad demostrada por Millán Astray a su antiguo subordinado, en su calidad de fundador de la Legión y el más popular de los militares africanistas.
Franco fue nombrado generalísimo y jefe del Estado, pues no existía otra posibilidad real. Los generales reunidos en el aeropuerto salmantino de San Fernando aceptaron finalmente la propuesta que entregaba a Franco todo el poder, fundamentalmente por dos razones: en primer lugar porque la guerra exigía la necesidad del mando único, matices aparte, para alcanzar la victoria, decisión que también demandaban alemanes e italianos, cuya ayuda resultaba fundamental; en segundo lugar, al carecer de una alternativa mejor, de una opción realista y cohesionada por parte de aquellos que eran contrarios a la candidatura de Franco a la jefatura del Estado. Una vez más la audacia y la toma de la iniciativa habían dado la victoria a los más decididos. Como dijo Kindelán, triunfó el desinterés personal y el puro patriotismo.
Pasada la media noche, Cabanellas, como presidente de la Junta, firma el decreto preparado por los partidarios de Franco. Con fecha 29 de septiembre, el Boletín Oficial de la Junta de Defensa Nacional, decreto nº 32, nombraba a Franco jefe del Gobierno del Estado Español[25]:
Esa misma noche fue impreso el decreto. Varios cientos de copias se habían distribuido ya cuando llegó una orden de suspender su circulación porque el texto había sido revisado. El coronel jurídico militar, Martínez Fuset, había preparado una nueva versión a instancias de los partidarios de Franco. Tal como fue publicado oficialmente bajo la firma de Cabanellas el 29 de septiembre, el decreto señalaba: «En cumplimiento del acuerdo adoptado por la Junta de Defensa Nacional, se nombra jefe del gobierno del Estado español al Excelentísimo Señor General Don Francisco Franco Bahamonde, quien asumirá todos los poderes del nuevo Estado.»
Ese mismo día 29 de septiembre, Franco, con Varela y Millán Astray, visita las ruinas del recién liberado Alcázar.
El día 30 se producen algunas críticas de los generales sobre la cláusula «asumirá todos los poderes del nuevo Estado», pero la suerte está ya echada.
Nace el nuevo gobierno, la Junta Técnica de Franco, que sustituye a la Junta de Defensa Nacional, bajo la presidencia de Dávila. Todos, salvo Cabanellas, estaban más o menos contentos, tanto militares como civiles. Nada más ser nombrado, Franco se mostró más prudente y calculador que nunca.
El 1 de octubre Franco toma posesión de su cargo en la escalinata de la Capitanía General de Burgos. Pronunciará Cabanellas las siguientes palabras: «Señor jefe del Gobierno del Estado Español, en nombre de la Junta de Defensa Nacional, os entrego los poderes absolutos del Estado. Estos Poderes van a V. E., soldado de corazón españolísimo, con la seguridad de cumplir al trasmitirlos un deseo fervoroso del auténtico pueblo español», aunque parece que la intención de Cabanellas era leer[26]:
En nombre de la España que lucha por su redención y por su merecida y tradicional grandeza, como Presidente de la Junta de Defensa Nacional, representante del patriótico Alzamiento del 17 de julio de 1936, hago entrega en este (acto) y en este día, ante el pueblo de Burgos y representantes de la España Liberada, de los Poderes y de la suprema autoridad del país al ilustre General de División Francisco Franco Bahamonde, quien queda nombrado jefe del Estado y Generalísimo de los Ejércitos Nacionales.
Franco respondió:
Mi general, señores generales, podéis estar orgullosos. Habéis recibido una España rota y me entregáis una España unida en un ideal unánime y grandioso. La victoria está a nuestro lado. Me entregáis España, y yo os aseguro que mi puño no temblará, que mi mano será siempre firme. Llevaré a la patria a su punto más alto o moriré en el empeño. Quiero vuestra colaboración. La Junta de Defensa Nacional seguirá a mi lado. ¡Viva España! ¡Viva España! ¡Viva España!
Se inician así cuatro décadas de la historia de España marcadas por la figura de Franco. Un protagonista de la historia de España que tiene en su inicio tres pilares incuestionables: el apoyo de los militares monárquicos alfonsinos, encarnado en las figuras fundamentales de Kindelán y Orgaz; el apoyo de dos miembros de la familia Franco, Nicolás y Pacón, más ambiciosos o quizá con más visión política de futuro que el propio Franco; y el incondicional apoyo del Ejército de África, encarnado en los míticos Yagüe y Millán Astray y cimentado en su fama como soldados y en su popularidad entre la población civil.
Si el hecho más destacable de la vida de Millán Astray para unos es la fundación de la Legión y para otros su enfrentamiento con Unamuno, es, sin lugar a dudas, el de mayor trascendencia para la historia de España su activa participación en el nombramiento y consolidación en el poder de Franco.
Millán Astray es una de las personalidades que más contribuyó durante los años de la Guerra Civil a facilitar la llegada de Franco al poder y a construir el mito, la imagen, que muchos españoles tendrán durante los cuarenta años de gobierno del Jefe del Estado español.