Capítulo 4
UN SOLDADO COLONIAL
El alférez Millán Astray vuelve a casa, tras un corto viaje en tren. El 15 de julio de 1897 llega al puerto de Barcelona, para presentarse el 19 en el regimiento de infantería de la Lealtad nº 30 e ingresar en la Escuela Superior de Guerra y así continuar sus estudios. Hace diez días que ha cumplido 18 años.
Cuando Millán Astray llega a la Península, la guerra que sostiene España en sus territorios de ultramar parece que va a llegar a su fin. Vencida la revuelta de Filipinas por Fernando Primo de Rivera en Biac-na-bató, la derrota de los mambises en Cuba parece sólo cuestión de tiempo.
El joven oficial-alumno de la Escuela de Guerra ve cómo sus hechos de armas en Filipinas dan su fruto. Incluso en un ejército como el de la España de la Restauración, tan proclive a hacer reconocimientos y dar medallas, lo obtenido por Millán Astray, a su corta edad, resulta impresionante. Ya en España, le son concedidas dos nuevas condecoraciones por méritos de guerra[1] y es ascendido, con fecha 22 de marzo de 1898, a 1º teniente de Infantería. No tenía derecho a votar —desde 1890 el sufragio era universal masculino para los mayores de 25 años— y, sin embargo, en el pecho de su guerrera llevaba ya prendidas cuatro condecoraciones por méritos de guerra.
En estos meses en los que vuelve a los estudios, la guerra civil[2] que asola las Antillas españolas no sólo no termina, sino que va a tomar un giro inesperado. Weyler, por recomendación de Martínez Campos, ha sido nombrado capitán general de Cuba. Entre el 10 de febrero de 1896 y el 31 de octubre de 1897 estará al mando del Ejército español en la isla.
Su jefatura llevará a los insurrectos al borde de la derrota. La guerra se inclina progresivamente a favor de los españoles en Pinar del Río, La Habana, Matanzas y Las Villas. Lo primero que hará Weyler durante su mando en Cuba será reorganizar las fuerzas destinadas en la isla. El Ejército de Cuba tenía unos efectivos en torno a los 120 000 hombres; sus bajas, la mayoría por enfermedad son de un seis por ciento, es decir, unos 9000 soldados. Con Weyler las tropas verán notablemente mejorados sus medios para el combate. Estarán bien mandadas y serán reagrupadas, terminando así con la diseminación de las unidades por pueblos y haciendas, estrategia que convertía al Ejército en totalmente inoperativo. Las unidades de primera línea recibirán los nuevos fusiles máuser. La caballería se reorganizará en siete regimientos de cuatro escuadrones cada uno, armados con sables y tercerolas máuser, lo que permitió ganar la iniciativa a los mambises.
La construcción de las trochas[3] de Júcaro a Morón, y de Mariel a Majana, junto a otras más pequeñas como la de Jaimiquí, limitó la libertad de movimiento de los rebeldes impidiéndoles desplazarse libremente de un sitio a otro de la isla. La prohibición de vender tabaco en rama servirá para dar trabajo a los cubanos, al tiempo que supondrá un duro golpe para los recursos económicos de los rebeldes, ya que restaba ingresos a las empresas manufactureras de Tampa en Florida, cuyos obreros eran una de las principales fuentes de financiación de la rebelión. Weyler logró, incluso, restablecer con normalidad el tráfico ferroviario, reconstruyendo la vía férrea La Habana a Matanzas, a Batabanó, a Guanajay. Todo hacía presagiar la victoria.
El nuevo jefe español decidió que su primer objetivo era terminar con la insurrección en Pinar del Río dada su importante producción tabaquera; en La Habana, Matanzas y Las Villas por sus ingenios azucareros y su comercio. El primero de sus objetivos era eliminar la partida de Maceo.
Maceo, carente de suministros, es empujado por Weyler al que durante un tiempo sería su santuario, los montes del Rubí, en la sierra del Rosario, en plena provincia de Pinar del Río. El 10 de noviembre 1896, después de una larga y dura campaña, las tropas españolas asaltaban a la bayoneta el Rubí desalojando a los mambises y ocupando la sierra.
Maceo se ve obligado a huir perseguido de cerca por los soldados españoles. Logra cruzar en un bote la trocha por las proximidades de Mariel, para unirse a las guerrillas de Máximo Gómez. Sólo veinte hombres llegan con él. Su huida a zona de La Habana, donde le esperaba otra pequeña partida de unos cien insurrectos, es un fracaso. Las tropas españolas le siguen el rastro desde muy cerca.
El 4 de diciembre de 1896 el batallón de San Quintín y la guerrilla Peral, mandada por el comandante Cirujeda, les sorprenden en su campamento. Se desbandan. Cirujeda y sus fuerzas se lanzan en persecución de los huidos, alcanzándoles el día 7, y caen muertos en el combate el propio Maceo y el hijo de Máximo Gómez, Panchito Gómez Toro.
La muerte de Maceo fue un golpe durísimo para la insurrección. «Maceo —dijo Weyler— era valiente y audaz, y por ser de color y tener el don de hacerse querer, arrastraba a la gente de su raza, la más importante en Cuba para sostener la guerra.» Weyler, como señala Luis Navarro, quedó convencido de que Pinar del Río estaba bajo control español, mientras que en La Habana y Matanzas los insurrectos no pasaban de doscientos. Las ricas provincias occidentales de Cuba habían sido pacificadas.
A mediados de 1896 Máximo Gómez hacía la guerrilla en torno a Camagüey, sin lograr refuerzos en la zona oriental y sin atreverse a regresar a la occidental. La llegada, el 24 de marzo, a Cuba de Calixto García con un cargamento de armas y dos cañones subió la moral de los insurrectos. Nada más llegar se hizo cargo del mando de las fuerzas mambises.
El nuevo caudillo mambí intentó recuperar la iniciativa tomando el pequeño fuerte de Loma de Hierro, asaltando sin éxito el pueblo fortificado de Cascorro[4]. En octubre logró durante un breve espacio de tiempo, ocupar Guáimaro, tras asaltarlo con dos mil hombres, siendo luego recuperado por la columna Jiménez Castellanos.
En enero de 1897 han sido ya destinados a Cuba, desde el comienzo de la insurrección, 220 000 hombres. Weyler tenía a sus órdenes unos 200 000 soldados. El ejército más importante que en toda la historia cualquier nación europea había llevado a América y el más numeroso en efectivos metropolitanos que potencia europea alguna había tenido nunca.
Las últimas victorias obtenidas hacían pensar a las autoridades madrileñas y de La Habana que con los importantes efectivos ya destinados en la isla sería suficiente para terminar con los mambises. Millán Astray, como muchos otros oficiales recién llegados de Filipinas, ve cómo la posibilidad de entrar en campaña en Cuba se les escapa de las manos, pues la insurrección está a punto de ser vencida por el capitán general Valeriano Weyler, fuertemente sostenido en todas sus actuaciones por el Gobierno de Cánovas.
El plan de Weyler consistía en desplazar sus efectivos de la zona occidental de la isla hacia el centro, barriendo los escasos focos de insurgencia existentes entre La Habana y la trocha de Júcaro a Morón, para luego lanzarse sobre las fuerzas de Calixto García y Máximo Gómez.
Gómez, con unos 300 hombres y escaso armamento, se había tenido que refugiar en Las Villas, una zona de unos 160 km2, desde donde hacía sobrevivir la insurrección a duras penas, viéndose obligado a retirarse hacia Oriente a finales de febrero del 1897, únicamente con 150 hombres y 50 caballos.
La campaña de «concentración de pacíficos» ordenada por Weyler estaba logrando que los insurrectos careciesen de alimentos y de apoyo entre la población campesina, medida que aceleraba cada día más el fin de la guerra. Paradójicamente Weyler ganaba la guerra al precio de desatar una fuerte campaña de prensa contra «su» guerra en los Estados Unidos, que favorecía la intervención norteamericana y que supondría la derrota de España.
El poder de Hearst y Pulitzer, los magnates de la prensa, era enorme. Entre los periodistas del Journal enviados a Cuba figuraba el famoso dibujante Remington. Tras varios días de estancia en La Habana telegrafió a su jefe: «Todo está en calma. No hay problemas. No habrá guerra. Quiero volver.» A lo que Hearst contestó: «Por favor, permanezca allí. Usted suministre los dibujos, yo pondré la guerra.»
En la estación de lluvias de 1897, Weyler, a instancias de Cánovas, al que la guerra se le hacía ya muy larga y temía la intervención de los estadounidenses, preparó un plan para terminar en la próxima estación seca con la revuelta mambí.
La repentina muerte de Cánovas, que caía asesinado el 8 de agosto de 1897 a manos del anarquista Angiolillo, cuya mano había sido financiada por dinero cubano, iba a cambiar la suerte de la guerra. Sagasta es llamado el 4 de octubre a formar Gobierno por la Reina Regente, siendo una de sus primeras medidas sustituir al general Azcárraga —continuador de la política militar de Cánovas en Cuba— por Correa al frente del Ministerio de la Guerra, al tiempo que comunica el día 9 a Weyler su cese en el mando del Ejército de Cuba para entregárselo al fracasado general Blanco. Estos cambios infundieron nuevos bríos a los insurrectos, favorecieron la intervención norteamericana y la pérdida de las colonias.
Sagasta concedió la autonomía a Cuba y a Puerto Rico, al tiempo que desautorizaba las reconcentraciones de población ordenadas por Weyler, con el objetivo de apaciguar a los norteamericanos. Pero la guerra continuaba. El 12 de enero de 1898 llegaron 6000 infantes, más un regimiento de caballería y otras fuerzas menores, y en febrero son enviados a la isla «todos los individuos del reemplazo de 1897 y cupo de Cuba que quedaban aún en la Península»[5]. En 1898 el Ejército recibió 17 000 hombres de refuerzo.
Las campañas, que se desarrollarían durante el mando de Blanco en Oriente y Camagüey, no pudieron poner fin a la guerra. La obtención de la paz mediante un acuerdo político resultaba imposible, ya que los líderes mambises no estaban dispuestos a renunciar a tres largos años de guerra a cambio de la autonomía. La única posibilidad real de preservar la españolidad de Cuba era lograr una victoria militar en toda regla, sólo posible con el plan Weyler, y el tiempo de lograrlo ya había pasado.
Las tensiones con Estados Unidos por causa de la guerra civil que se vive en Cuba, que enfrenta a españolistas con independentistas, crecen día a día. La propuesta del presidente McKinley a la reina María Cristina, que en febrero aparecía como noticia en la prensa norteamericana, de comprar la isla de Cuba por trescientos millones de dólares demuestra el interés del Gobierno de Washington de hacerse con la colonia española a cualquier precio.
El 15 de febrero de 1898, a las 21:40 horas, se oyeron una o dos fuertes explosiones en el puerto de La Habana. El acorazado norteamericano Maine, de 7000 toneladas y con 380 tripulantes, saltaba por los aires. Se produjeron 254 muertos y 59 heridos, 8 de los cuales fallecieron después[6].
El Maine había fondeado en La Habana el 25 de enero, dentro de la política de presión creciente que hacía Washington sobre las autoridades españolas. Su hundimiento provocó que los menos dispuestos del gobierno y de la sociedad estadounidense decidieran ira la guerra contra España. Los planes que desde hacía meses se estaban desarrollando por el Ejército y la Armada estadounidense se pusieron definitivamente en funcionamiento para quitar, de una vez por todas, a España sus últimas posesiones en América.
A los Estados Unidos verdaderamente no les importaba quién era el causante de la explosión. España era culpable y la tan deseada guerra podía comenzar con razones más que justificadas. Hoy sabemos, como ha demostrado el almirante norteamericano Rickover en 1975, que la explosión se debió a un accidente, fruto de la proximidad entre las calderas y el pañol de municiones, en el que el inestable explosivo algodón colodión estaba almacenado[7].
Las hostilidades entre Madrid y Washington dieron comienzo formalmente el 25 de abril, aunque ya el día 21 los buques norteamericanos bloqueaban la isla de Cuba y habían capturado varios mercantes españoles.
La guerra se dibujaba como un conflicto fundamentalmente naval. Las tropas españolas en Cuba, aunque muy numerosas y enormemente superiores al ejército de tierra de los Estados Unidos, eran incapaces de luchar y sobrevivir mucho tiempo con sus líneas de abastecimiento cortadas con su metrópoli, de la que recibían todos sus suministros. La suerte de Cuba se iba a decidir en el mar.
Para romper el bloqueo de Cuba el 29 de abril sale de España la escuadra del almirante Cervera con rumbo a Puerto Rico. La forman cuatro cruceros y tres destructores.
Cervera, desobedeciendo las órdenes recibidas, se dirigió a Santiago de Cuba, dejando así el fundamental suministro de carbón para las calderas de sus buques abandonado en San Juan de Puerto Rico donde se le esperaba. Llegó a Santiago el 19 de mayo, encontrándose que carecía de carbón para sus máquinas.
La escuadra del almirante Sampson no descubrió que la flota de Cervera estaba en Santiago hasta el 29 de mayo. Todo este tiempo lo pasó Cervera en absoluta inmovilidad dando la oportunidad a la flota norteamericana de bloquear el puerto de Santiago con la flota de Cervera dentro.
El 7 de mayo desembarcaba en la bahía de Guantánamo, cerca de Santiago, un batallón de marines, llegando a las playas cubanas el día 14 el resto del ejército expedicionario norteamericano del obeso general Shafter, proveniente de Tampa, con la misión de tomar Santiago por tierra.
El 3 de julio, ante la inevitable caída de la ciudad, a pleno día, sale la escuadra de Cervera a dar su última batalla, y es destruida por completo y sin causar daños ni bajas importantes a sus enemigos. Santiago de Cuba capitulaba el día 16 de julio.
Cuba tenía un inmenso ejército, lo que motivó que no se enviasen más tropas de tierra. La guarnición de Cuba necesitaba suministros y municiones, no más soldados. La Armada era la responsable de romper el bloqueo al que sometió la Marina norteamericana a la isla. Si Cervera hubiese cumplido su misión la victoria terrestre estaba a los ojos de todos plenamente garantizada.
Mientras tanto, en Filipinas la suerte no era muy distinta para las fuerzas españolas. La flota española del Pacífico, pensada para luchar contra la piratería y facilitar y apoyar el movimiento de tropas terrestres por el archipiélago, fue destruida por los norteamericanos el 1 de mayo en Cavite. La flota del almirante Cámara, que, si hubiese podido llegar a Filipinas desde España, habría inclinado la suerte de la guerra a favor de los españoles, no pudo cruzar el canal de Suez por causa de la negativa del Gobierno británico, el cual adoptó una postura claramente pro-norteamericana a lo largo de todo el conflicto.
Manila, tras un asedio de 105 días, caía en manos de los soldados estadounidenses el 13 de agosto de 1898, un día después de que se hubiese firmado el armisticio en París que ponía fin a las hostilidades (12 de agosto de 1898). El general norteamericano Merritt no quiso informar a los defensores de Manila del fin de los combates, pues, si Manila no hubiese caído en manos de sus tropas, las posibilidades de apoderarse de todas las Filipinas y de que pasasen a manos de Washington hubiesen sido prácticamente nulas[8].
El cambio del escenario bélico y político fue tan rápido que el ejército de tierra metropolitano no pudo reaccionar. En sólo 110 días se había consumado la derrota. Millán Astray, impotente, como muchos de sus compañeros, vería la tragedia que sufrían las fuerzas armadas españolas en sus colonias.
La derrota supuso un trauma para toda la sociedad española y, muy especialmente, para sus fuerzas armadas, que pasaron de ser respetadas por sus conciudadanos a ser despreciadas e insultadas por las calles por aquellos que sólo hacia unos días las vitoreaban y aplaudían a los sones de la marcha Cádiz.
La pérdida de Cuba, Puerto Rico y Filipinas fue para Millán Astray, como lo fue para Franco, Silvestre y tantos otros militares coloniales, un estigma que iba a dejar profundas huellas en su espíritu. No olvidemos que, para los españoles, la derrota ante los Estados Unidos, ante los tocineros, fue una humillación impensable, incomprensible e inaceptable. Para los militares profesionales fue una tragedia que marcó su pensamiento y su futuro en las décadas venideras. España pasaba a ser una potencia de tercera.
Huellas que en el caso del joven teniente Millán Astray marcarían su carrera y su vida, como luego veremos. Él fue siempre un veterano de la guerra de Filipinas. Las experiencias y enseñanzas allí obtenidas y los sueños y aspiraciones, que con el Desastre se truncaron, supusieron para él y para varias generaciones de soldados profesionales españoles un punto de referencia permanente.
Franco, en su novela Raza, demuestra cómo el desastre del 98 fue para un buen número de jefes y oficiales una trauma difícil de superar, con consecuencias en parte similares a las sufridas por el ejército francés tras las derrotas de Indochina y Argelia, que sirvieron para marcar a su oficialidad e influir decisivamente en la historia de Francia, generando actuaciones que fueron más allá de los combates en los arrozales de Saigón o en la kasba de Argel, y dieron lugar a la OAS y provocando la llegada de la V República francesa. Algo muy semejante ocurrió con los Estados Unidos en la guerra del Vietnam, la cual estremeció a toda una generación de norteamericanos, cuyas secuelas siguen machaconamente brotando y siéndonos presentadas en las producciones cinematográficas de Hollywood como si fuese la única nación que ha sufrido y perdido una guerra.
Tras la Paz de París, España vive los inicios del siglo XX en aparente sosiego, con la terrible salvedad de los conflictos políticos y los atentados revolucionarios que crispan la vida nacional; mientras tanto, otras potencias europeas afrontan la conclusión de la construcción de grandes imperios coloniales, en los cuales sus soldados ven sobradamente satisfechas sus aspiraciones de gloria y honores entre el regocijo y el apoyo de toda su nación. Son los tiempos de la campaña de Kitchener en el Sudán, de la guerra de los bóers, de la intervención de fuerzas europeas y del Japón en Pekín durante la revuelta de los bóxers, etc. El ejército español se lame sus heridas, se consume en acciones policiales y prestas servicios de guarnición. Las posesiones coloniales en el Golfo de Guinea y en Río de Oro son unas migajas que sólo sirven para recordar lo que se tuvo y que tan trágicamente se perdió.
A finales de febrero de 1899, Millán Astray causa una vez más baja en la Escuela Superior de Guerra. Su hoja de servicios no indica los motivos, pero él explica las causas en sus memorias inéditas en los siguientes términos:
Nuevamente en la Escuela de Guerra a continuar mis interrumpidos estudios, los cuales tuve que dejar otra vez por orden del mando, a causa del enojoso disgusto de los alumnos con un profesor, y por resolverse los asuntos de la milicia, para bien de la disciplina, dando siempre la razón al que manda por poca que tenga, y como dicen los portugueses, «aunque no tenga ninguna»[9].
Su abrupto fin de estudios, y con la guerra finalizada por el Tratado de París firmado el 10 de diciembre de 1898, le lleva, como a muchos oficiales y jefes, a un continuo cambio de destino. La inflación de mandos, tras una guerra que se había prologando casi cuatro años, coincidente con la desaparición de unas extensas posesiones coloniales, convierte al ejército español en un hervidero de hombres de uniforme con poco quehacer. La paz y las guarniciones en la España metropolitana no dan para tantos galones, especialmente en unos momentos en los que el presupuesto del Ministerio de la Guerra está bajo mínimos.
Entre 1898 y 1906 el Arma de Infantería amortizó 1678 plazas de jefes y oficiales:
Empleo | 1898 | 1906 | ||
Coronel | 321 | 228 | ||
Teniente coronel | 590 | 452 | ||
Comandante | 1479 | 1063 | ||
Capitán | 2799 | 2230 | ||
1º teniente | 1058 | 1739 | ||
2º teniente | 1266 | 123 | ||
TOTAL | 7513 | 5835 |
Como señalaba en 1907 Federico Madariaga en un artículo publicado en la Revista Técnica de Infantería y Caballería del 1 de abril:
Significa esta cifra una serie de esperanzas frustradas, de desengaños crueles, de carreras interrumpidas, de horizontes tristes. Y si a esto se añaden los quebrantos originados por medidas —acertadas todo lo que se quiera— que han obligado a la oficialidad a frecuentes mudanzas y a vivir en constante zozobra, con un mañana inseguro, entre esas angustias y privaciones que reconocen por origen el corto sueldo y la carestía de la vida, el desequilibrio entre el estado social y los recursos, se comprenderá fácilmente…
Al joven y recién ascendido teniente no parece presentársele una carrera militar prometedora. Durante el mes de febrero de 1898 es destinado al regimiento de Infantería Lealtad nº 30 de guarnición en Burgos. Ese mismo mes sufre un nuevo cambio de destino que le lleva al regimiento de Infantería Vizcaya nº 51 acantonado en Valencia. En él permanecerá todo el año 1898, el año 1900 y nueve meses de 1901. La única actuación que destaca su hoja de servicio es el viaje que realizaría a León conduciendo un convoy de soldados repatriados de Filipinas tras la derrota; misión amarga para alguien que sirvió en el archipiélago durante la revuelta tagala entre 1896 y 1897.
Por R.O. del 20 de agosto es destinado al regimiento de Infantería del Rey nº 1, el actual Inmemorial, entonces de guarnición en el cantón de Leganés, al que se incorpora el 1 de septiembre. En noviembre su unidad pasa de guarnición a Carabanchel para regresar a Leganés el 10 de diciembre de aquel mismo año, donde permanecerá hasta el 13 de septiembre de 1902, fecha en que el regimiento al completo se traslada a Madrid.
La vida de guarnición sigue careciendo de emociones y alicientes para Millán Astray, pero al menos en Madrid la vida de la ciudad ayuda a pasar el tiempo, y además su familia está por aquellas fechas en la capital.
En aquellos años conoce Millán Astray a Alfonso XIII. Nos deja el siguiente testimonio de aquel momento y de sus consecuencias[10]:
El rey Alfonso XIII era entonces un muchacho. Mi batallón tiraba al blanco en el Campamento de Carabanchel. Yo estaba tan embebido, dirigiendo a mis soldados, que no me di cuenta de la llegada de Su Majestad, que venía sin ninguna escolta, estaba detrás de mí observándome. Y como siempre he tenido muy buen humor, mientras corregía a los soldados hacía chistes y contaba cuentos de circunstancia. En esto vuelvo la cabeza y me encuentro cara a cara con el Rey, el cual cierra la distancia y me estrecha contra su pecho abrazándome. Jamás he olvidado esto, como tampoco he olvidado otros hechos bondadosos de mi querido Rey. Desde entonces Don Alfonso me colmó de atenciones. Yo entraba libremente en Palacio cuando fui gentilhombre. El Monarca me convidaba con mucha frecuencia. Llegó, en su augusta bondad, a invitarme un día a almorzar en la intimidad: sólo nos sentamos a la mesa, él, su augusta esposa, la Reina María Victoria —que Dios guarde y conserve— y yo. Después hizo que bajasen los Infantes y las Infantas, y todos formaron una banda, dirigida por su egregio maestro y augusto padre. Y para la Reina —y me dieron la ilusión que también para mí— tocó aquel día la banda de la Real Familia. En los toros, en los teatros, en las carreras, en cualquier espectáculo en que me viera, me mandaba llamar enseguida por su ayudante, para tenerme a su lado en el palco real. Yo entraba en la cámara de los Infantes sin protocolo, y, como eran muy niños, me abrazaban y yo les besaba en la frente.
En 1903, por R.O. de 26 de enero de 1898, se le concede la medalla de Filipinas, con pasador de Luzón, y el 20 de marzo se le concede la medalla de Alfonso XIII. A principios de febrero de 1904, el día 1, se incorpora al batallón de Cazadores de Madrid nº 2, siendo el día 20 toda la unidad destinada a las Baleares. Por tren y luego en el vapor Menorca llegan a las islas con la misión de realizar reconocimientos, guarnecer la fortaleza de Isabel II, para ser destinada luego su compañía a Ciudadela desde donde realiza reconocimientos de calas y costas. El 21 de agosto, el batallón embarca nuevamente para Barcelona, llegando el 24 a Carabanchel por tren.
En enero de 1905, a los 26 años, asciende a capitán por antigüedad. Es destinado, para mandar su propia compañía, al regimiento Asturias nº 31 de guarnición en Madrid.
Millán Astray conoce a su futura esposa, Elvirita, ese año durante el Carnaval. Recién ascendido a capitán se había disfrazado de ángel, con un traje de raso azul, saliendo de paseo con unos compañeros. Despertó su atención un coche de caballos, un landó, ocupado por una señora y sus tres hijas. Era la familia del general Gutiérrez Cámara. Sin conocerlas de nada se acercó al coche, pidió permiso para subir a la par que se interesaba por la salud del general, preguntando si no las acompañaba por estar enfermo. Le preguntaron quién era y él dijo que no le conocían, protegido por el antifaz. Les dio escolta hasta su casa. Así se conocieron Millán Astray y la que sería su futura esposa.
Un año después pide licencia —autorización preceptiva por parte del mando— para contraer matrimonio con la hija de un general, con Elvira Gutiérrez de la Torre. Se casa en 1906, Y cuando regresa del viaje de novios, lo hace para ingresar nuevamente en la Escuela Superior de Guerra y ser destinado al regimiento Cuenca nº 27 y, más tarde, quedar como excedente en la Región Militar.
Durante su estancia en la Escuela Superior de Guerra estará formalmente adscrito a la Reserva de Zamora nº 96, a la Reserva de Tafalla nº 10, a la Reserva de Linares nº 82 y a la Reserva de Astorga nº 93.
Por R.O. de 20 de julio de 1909 termina sus estudios con aprovechamiento en la Escuela Superior de Guerra, y pasa a realizar sus prácticas reglamentarias de estado mayor en la Capitanía General de la 1ª y de la 2ª Región Militar. Mientras realiza las prácticas queda adscrito a la Reserva de Medina del Campo nº 95 y de Miranda de Ebro nº 93.
El 18 de febrero de 1910 se incorpora a la Comisión de Mapas de Valladolid, y el 1 de marzo forma parte de la Comisión de Planos de la Frontera Hispano-Francesa, desde donde se incorpora el 1 de mayo al Estado Mayor Central, realizando prácticas en el regimiento de caballería Húsares de la Princesa, con guarnición en Madrid, a donde llega el 1 de septiembre. De ahí pasa, con la finalidad de conocer todas las armas de que se compone el ejército, a prestar servicio en el 2º regimiento montado de Artillería, entre marzo y junio de 1911.
Su carrera transcurre sin sobresaltos, en destinos de guarnición, y, aunque tiene conseguida la aptitud para pertenecer a la elite del ejército, el Estado Mayor, su vida militar no cubre las expectativas y sueños del capitán Millán Astray.
En junio de 1911 es nombrado profesor, en comisión, de la Academia de Infantería de Toledo. Se incorpora en septiembre, para ocupar muy pronto plaza de plantilla. En la Academia explicará ocho asignaturas: geografía militar de España y Portugal, geografía de Marruecos, geografía de Europa, historia militar, logística, tácticas de las tres armas, reglamento de campaña, repaso de ordenanzas y reglamento táctico. Cuenta el general Silva sobre sus clases[11]1:
Empezaba pausado, tranquilo, exponiendo con modulada voz los motivos teóricos. Luego iba alzando el tono de sus explicaciones, argumentándolas con personal influjo, con vibrantes tonos; los alumnos cadetes, que le escuchaban, recibían no sólo la lección del programa correspondiente, sino también dos enseñanzas más: un método de exposición preciso y discreto, y la conciencia del valor de la palabra antes de entrar en el combate, valor que más adelante, en la historia militar de Millán Astray, quedaría probado y comprobado más de una vez.
El tiempo que pasa en la Academia es una época feliz y fructífera. Allí pule su capacidad para mandar y para impregnar en los futuros soldados las esencias de la vida militar. El espíritu docente que aprendió de su padre en relación a los presos le convierte en uno de los profesores más populares entre los cadetes. En ellos siembra las semillas del ideario y estilo que luego implantará en la Legión.
Durante esta estancia en Toledo el capitán general de la 1ª Región Militar, como consecuencia de haber sido declarado con aptitud acreditada para ingresar en el Cuerpo de Estado Mayor, le pregunta si desea ingresar en el mismo. Millán Astray declina, por el momento, el ofrecimiento sin renunciar al derecho que en su día pudiera corresponderle. En África están ocurriendo muchas cosas y quiere volver a ultramar.
España se ha embarcado en una nueva aventura colonial, en la que, sin lugar a dudas, se van a ofrecer muchas y buenas oportunidades de combatir, de ascender, de hacer carrera en el oficio de las armas. Una carrera militar tal y como siempre había soñado Millán Astray.
Las campañas coloniales eran noticia normal en todos los periódicos europeos en los años previos a la Gran Guerra. Las fuerzas coloniales británicas, francesas, alemanas e, incluso, italianas lograban vencer cada vez con menos esfuerzo la resistencia nativa que se oponía a la consolidación de su presencia colonial. Derrotas como la británica ante los zulúes en Isandhlwana en 1879[12] o la de los italianos en Adua en 1896[13] formaban parte del pasado, borradas de la memoria por victorias como la de Kitchener en Ondurman, donde un ejército anglo-egipcio derrotó a un gigantesco ejército de derviches, causándoles 11 000 muertos e incontables heridos a cambio de 500 bajas.
La tecnología militar de los europeos, unida a su superior capacidad táctica y estratégica y al empleo de tropas nativas hacían que las guerras coloniales fuesen siempre saldadas con rotundos éxitos. Los beneficios que emanaban de las mismas eran evidentes: algodón indio, tabaco egipcio, petróleo indonesio, té chino… El imperio era una fuente interminable de poder y riqueza para franceses y británicos, así como para alemanes, italianos, japoneses y norteamericanos.
La creación de un imperio español en Marruecos resultaba, para ciertos sectores de la sociedad española y del ejército, no sólo un deseo sino una necesidad. Para algunos sectores de la sociedad, España tenía que olvidar sus recientes derrotas en Cuba y Filipinas y restablecer su perdido prestigio internacional creando un nuevo imperio colonial en el norte de África y en el golfo de Guinea.
La clase política, económica y militar madrileña pensaba que el ejército napoleónico de reclutas europeos daría buen resultado en la conquista de Marruecos, unos territorios que, al fin y al cabo, estaban más cerca de Madrid que muchas capitales europeas. Marruecos era una colonia que, dada su proximidad, parecía no un territorio ultramarino sino el patio trasero de la propia casa. La realidad había de ser muy distinta.
Los acuerdos de Algeciras de 1906 y el tratado entre el sultán de Marruecos y las autoridades de Madrid, de 27 de noviembre de 1912, habían puesto en manos de la monarquía de Alfonso XIII el futuro de toda la zona noroccidental de Marruecos: Tánger, Yebala, Región Occidental, Gomara, Rif y Región Oriental.
El conflicto en Marruecos provoca el siguiente juicio del africanista García Figueras:
Íbamos al ejercicio de esa acción protectora con un desconocimiento casi total de Marruecos, con un desconocimiento no menos grande de lo que queríamos en Marruecos y de lo que era nuestra obra de protectorado; con diferencias gravísimas respecto al problema, y no precisamente derivadas de un estudio a fondo de la cuestión, de su planteamiento y de su solución, sino porque a los intereses bastardos de la política convenía así. Además, se había estimulado el odio de los civiles hacia el Ejército, haciendo creer al pueblo que éste, por pura ambición, quería la persistencia de la guerra marroquí. Tal vez en ese odio haya que ver una intuición clara de lo que más tarde había de suceder…
El tratado de 1906 preveía la formación de una fuerza de policía indígena en las mayores ciudades de la costa marroquí bajo la autoridad formal del Sultán, pero supervisada por oficiales españoles y franceses. España debía administrar Tetuán y Larache, compartir la vigilancia de Tánger y Casablanca, mientras que Francia se hacía cargo de la zona central del país.
En 1907 tropas francesas y españolas ocuparon Casablanca para terminar con los desórdenes, siendo entregado el mando de las fuerzas responsables de mantener el orden a un experto teniente coronel de caballería, Manuel Fernández Silvestre.
La muerte del Roghi, a manos del Sultán —se dice que cuando fue capturado sirvió para alimentar a los leones del Palacio Real—, sumió al noreste de Marruecos en la anarquía, por lo que en junio 1909 el jefe de Gobierno, Maura, ordenó al general Marina que tomase las medidas necesarias para proteger los intereses mineros de los españoles en las cercanías de Melilla. Para fortificar y proteger la zona bastante extensa en que se encontraban las minas, en pleno corazón de Marruecos, Marina sólo contaba con 6000 oficiales y soldados en Melilla. España no estaba preparada, ni se había querido preparar, para un conflicto colonial en el cercano Marruecos. Pocos de los 80 000 hombres con que contaba el ejército español de entonces podían ser enviados al otro lado del Estrecho.
Se decidió el envío del 3º regimiento de Cazadores, que tuvo que ser completado con reservistas de zonas urbanas. La primera reserva, cuyos miembros no podían imaginar que iban a volver a ser llamados a filas, sólo aportó 330 de los 850 efectivos que necesitaba la unidad, lo que motivó que fueran llamados hombres de la segunda reserva, que databa de 1903. Muchos eran casados y carecían de todo entrenamiento, al menos en los últimos cuatro años.
Como señala Payne[14], los reservistas podían haber aceptado su suerte con el estoicismo apático de la década anterior, si no hubiese sido porque el ambiente urbano había cambiado radicalmente en los últimos años, especialmente en Barcelona, y que el motivo de la movilización no era una causa tan popular como la defensa de la españolidad de Cuba.
La prensa desencadenó una campaña contraria a la intervención militar, sosteniendo que en Marruecos no se defendían los intereses de España sino los intereses económicos de algunos ritos industriales e inversores franceses y españoles. Incluso periódicos abiertamente monárquicos, como La Correspondencia de España, se unieron a la campaña.
Los primeros reservistas fueron alistados en Barcelona el 11 de julio, y empezaron a llegar a Melilla cinco días más tarde. Era el inicio de un proceso encaminado a llamar a filas a miles de hombres, fundamentalmente de las grandes ciudades, dado que era más rápida su movilización. Al grito de «¡Abajo el Gobierno!» y de «¡Viva el Ejército!» un tren repleto de reservistas madrileños vio paralizada su salida al estar las vías llenas de mujeres y niños sentados en ellas.
Las reacciones fueron mucho más violentas en la Barcelona muy industriosa y minada de ideas anarquistas. El 26 de julio la huelga general convocada logró el paro casi general en la ciudad. Los incidentes pronto se tornaron en barricadas y disparos contra las fuerzas del orden. Durante tres días, iglesias y conventos fueron incendiados. Las protestas contra la movilización para servir en Marruecos degeneraron en una revolución social. La Semana Trágica costó 28 muertos a la policía y a la Guardia Civil —el ejército no intervino— y 150 detenidos a los revolucionarios, de los que cinco fueron ejecutados.
El 80 por ciento de los reservistas acudió sin protestar, pero como afirmó un general, la campaña de Melilla estaba en manos de unidades carentes de toda instrucción. El 25 de julio se producía la casi total aniquilación del 1º de Cazadores de Madrid en el Barranco del Lobo. Hubo un millar de bajas. Estos muertos dejaron en los españoles una percepción sumamente negativa respecto a la obra colonizadora de España en Marruecos, que se convirtió en una trágica, macabra y popular copla.
A partir de esta fecha las fuerzas españolas se fueron progresivamente incrementando en Marruecos, habiendo a finales de septiembre de 1909 ya 40 000 soldados españoles en la zona de Melilla. Durante las próximas dos décadas la presencia militar española en Marruecos sería enorme, con importantes bajas entre los soldados de reemplazo que iban destinados al norte de África. La guerra colonial que España estaba llevando adelante en el Protectorado de Marruecos sería mucho más costosa en sangre y dinero de lo que nunca se había podido imaginar.
Desde los primeros combates la resistencia de los moros se mostró de una dureza inusitada. El moro no presentaba batalla abierta, se emboscaba, aprovechaba el terreno, disparaba certeramente a distancia sin dejarse ver y con una puntería endemoniada. El rifeño era un hombre-ejército y su forma de hacer la guerra convertía en absolutamente ineficaz la teórica superioridad de las tropas españolas.
El hecho de que la campaña fuese sostenida con soldados extraídos de las clases menos pudientes de la sociedad española, con reclutas, convertía la expansión colonial en Marruecos en algo impopular y difícilmente defendible para los diferentes gobiernos de la monarquía.
España no tenía un ejército profesional, no tenía un ejército colonial y todavía no contaba con tropas nativas para verter su sangre en lugar de los reclutas españoles. El ejemplo británico y francés parecía no ser digno de tener en cuenta por ninguno de los responsables del futuro de España en Marruecos.
El territorio que correspondía a España en Marruecos comprendía 16 700 km. cuadrados, con 750 000 habitantes, el 5 por ciento del total de Marruecos, según quedó establecido en los acuerdos de 30 de marzo de 1912ª Francia le correspondieron 350 000 km2, con más de cinco millones de habitantes. Cuatrocientos años más tarde, los españoles intentaban cumplir el consejo que dejó Isabel la Católica en su testamento.
En noviembre de 1912 se redactó el tratado por el que el Sultán entregaba a España el derecho de «proteger» el territorio septentrional de su reino. El tratado se firmó en Marraquech en mayo de 1913.
Entre tanto, en España, la política, como siempre, traslucía la debilidad del Estado español en casi todas sus esferas de actuación. El 12 de noviembre de 1912 Candelas había sido asesinado en plena Puerta del Sol de Madrid, y fue sustituido por el liberal Romanones, que permaneció en el Gobierno hasta octubre de 1913, para ser brevemente relevado por el también liberal García-Prieto, momento en el que el conservador Dato se hizo cargo de la presidencia del Gobierno.
El Protectorado español en Marruecos no surgió fruto de un sentimiento imperialista en el seno de la sociedad española, similar al existente entre británicos, franceses y alemanes en aquellos años fue, fundamentalmente, una decisión del ministerio Romanones, alentado por el Rey y con el apoyo de militares y financieros. El fantasma de la Semana Trágica y del Barranco del Lobo no iban a impedir que España ocupase el lugar que le correspondía internacionalmente en plena Era del Imperialismo.
Por el nuevo tratado de 1912 la administración del Marruecos español quedaba en manos del Jalifa, representante del Sultán en la zona española, manteniéndose la estructura tradicional de poder basado en las autoridades religiosas, en los jefes de cabila, pachás y caídes. España podía designar al Jalifa e intervenir libremente en su gobierno.
La administración española en el Protectorado se estableció por R. D. de 27 de febrero de 1913. La máxima autoridad de España en Marruecos la constituía el Alto Comisario, con residencia primero en Ceuta, del que dependían la Delegación de Asuntos Indígenas, la Delegación de Desarrollo Económico y Obras Públicas, y la Delegación de Hacienda, y luego en Tetuán.
El mantenimiento del orden correspondía a las fuerzas del Sultán reforzadas por fuerzas de Policía Indígena y de Regulares, mandadas por jefes y oficiales españoles. El Ejército español tenía capacidad para intervenir a favor del Sultán, con tres zonas militares: Ceuta, Melilla y Larache.
Para España, el Protectorado era fundamentalmente un problema militar, y quedó casi siempre bajo responsabilidad de jefes y oficiales del ejército de tierra. El control de España en Marruecos se inspiraba, salvando las distancias, en el modelo que España había tenido en Cuba, Puerto Rico y Filipinas en el pasado siglo y que aún mantenía en Guinea. El primer Alto Comisario de España en Marruecos fue el general Alfau, nombrado el 13 de abril de 1913.
Si hasta aquí está la teoría, la realidad del poder en Marruecos era muy distinta. En la importante región de la Yebala, la autoridad más importante era el cherif Muley Ahmed El Raisuni. Enemigo del Sultán, había logrado por la fuerza que éste le nombrara en 1908 caíd de la Yebala occidental y pachá de la ciudad costera de Arcila. Estaba inicialmente decidido a apoyarse en España para lograr su nombramiento de jalifa, pues pensaba que los españoles eran lo suficientemente fuertes para apoyarle, pero no tanto como para dominarle.
En su primera entrevista con una autoridad española, topó con el coronel de caballería Fernández Silvestre, figura de carácter impetuoso que congenió muy bien con El Raisuni, ya que se parecían en muchas cosas. Como gesto de amistad, El Raisuni permitió el establecimiento de una fuerza de policía indígena en Arcila. A esta unidad se incorporaría Millán Astray en 1913.
En mayo de 1912 Silvestre había propuesto a El Raisuni a Alfau para jalifa de la zona ante la inminente firma del tratado de Protectorado. La amistad inicial entre Silvestre y El Raisuni pronto se truncó en abierto enfrentamiento al intentar paliar el oficial español el poder feudal y tiránico que ejercía el caíd de la Yebala sobre la población del país[15]. El 31 de agosto tropas mandadas por Silvestre se enfrentan en Ulad Bumaisa, sobre el Mejazen, con una mehalla de El Raisuni, que se preparaba a realizar una razia sobre una cabila rebelde.
La crisis se vence y El Raisuni regresa a Arcila donde se vuelve a entrevistar con Silvestre, aunque el problema no tiene solución. Silvestre y El Raisuni son incompatibles y como el propio señor de la Yebala le había dicho al jefe español:
Tú y yo formamos la tempestad; tú eres el viento furibundo; yo, el mar tranquilo; tú llegas y soplas irritado; yo me agito, me revuelvo y estallo en espuma. Ya tienes ahí la borrasca; pero entre tú y yo hay una diferencia: que yo, como el mar, jamás me salgo de mi sitio, y tú, como el viento, jamás estás en el tuyo, en uno solo.
Poco después, a comienzos de 1913, Silvestre ordenó a las fuerzas de guarnición en Arcila que liberasen a 98 prisioneros y rehenes que El Raisuni tenía retenidos. El Raisuni se quejó ante las autoridades españolas de Tánger, al tiempo que atizaba el sentimiento antiespañol entre su pueblo. Silvestre respondió poniendo bajo arresto domiciliario a la familia de El Raisuni y apoderándose de su arsenal en Arcila.
El señor de la Yebala se refugió en su fortaleza montañosa de Tazarut, desde donde predicó a los cuatro vientos la guerra santa contra los españoles, sabiendo que la legalidad estaba de su parte. Silvestre, desautorizado por sus jefes al haber incumplido los acuerdos del tratado, presentó su dimisión, lo que pareció frenar la crisis.
Mientras tanto, en la parte oriental del Protectorado, Alfau cambia la sede de la Alta Comisaría de Ceuta a Tetan, residencia del nuevo jalifa nombrado por el Sultán. El nombramiento recayó en un miembro de la propia familia real. Esto terminó por arrastrar a El Raisuni a la guerra, ya que ambicionaba el puesto para sí mismo.
Los ataques por parte de cabilas seguidoras de El Raisuni aumentan progresivamente. El 7 de julio de 1913 varios cientos de cabileños asaltan frontalmente la plaza de Alcazarquivir. Son rechazados por un escuadrón de caballería compuesto de 73 hombres al mando del teniente coronel Gonzalo Queipo de Llano. Con la idea de no llegar a una guerra abierta, Alfau intentó negociar con las distintas cabilas, actitud que fue interpretada por éstos como debilidad y que sólo sirvió para que aumentaran sus agresiones. En agosto dimitió, y fue sustituido en la Alta Comisaría por el general Marina.
En este escenario bélico pasará la parte más importante de la carrera militar de Millán Astray; años en que su vida se desarrollará fundamentalmente en una continua campaña.
Millán Astray, fruto de una larga experiencia en el Protectorado, comprendía a la perfección la naturaleza y forma de actuar en aquel escenario bélico[16]:
[…] que para el desarrollo de toda acción se necesitaba un plan, y todo plan requiere saber: qué es lo que se quiere, qué es lo que se tiene, y en qué forma se ha de actuar, combinando lo que se quiere con lo que se tiene, para llegar al fin. Esto que así dicho parece una perogrullada, por no tenerlo presente, ha sido la causa de grandes fracasos en todos los órdenes de la vida y de nuestra acción en Marruecos, de enormes gastos y cruentas pérdidas de hombres, ya que hoy no sabemos si nuestro Protectorado en Marruecos es un Protectorado puritano de «todo para los protegidos», o es un Protectorado como lo ejercen otras naciones, algunas maestras en esta clase de empresas, en las que, hábilmente, honestamente y patrióticamente se combina la acción protectora y la de legítimo provecho del protector.
De los moros, estaremos separados siempre. Su psicología, su religión y sus costumbres, a las que están aferrados, y de las que se sienten orgullosos, oponen una barrera infranqueable a la captación, y como prueba diré: Que desde el año 1909, en que empezó nuestro avance al interior de Marruecos, han transcurrido muchos años, y en este largo tiempo han estado en contacto con los moros nuestros soldados y los paisanos que siguen a los ejércitos. Y esta raza española, asombro del mundo por su facilidad para mezclarse con toda clase de razas, y ser la que más mestizos ha dado a la Humanidad, en Marruecos no ha dado progenie alguna, hasta el punto de que es absolutamente desconocido el mestizo español. De nuestras costumbres sólo han asimilado: la aceptación de la medicina, principalmente en su aspecto profiláctico de vacunación, y en el uso de los medios rápidos de transporte, en trenes y automóviles.
Millám Astray antes de lograr un destino fuera de la metrópoli e ir a Marruecos, realizará prácticas de logística y fortificación en Guardamur, Lobán, Casas Buenas, Noar, Ajofrín y en el campamento de Alijares. Una vez terminado el curso en Alijares, entre abril y mayo de 1912, fue, por fin, destinado a Melilla en situación de excedente, para prestar servicio en la recién fundada Subinspección de Tropas y Asuntos Indígenas del territorio.
Es destinado el 1 de septiembre, a propuesta de Weyler, a Melilla, a la Sección La de la Oficina Central, en el negociado de Justicia. Durante los días 15 al 30 de septiembre realiza una comisión de servicio que le permite conocer con detalle las jurisdicciones y organización de las diversas mías[17] de la policía indígena, la topografía del país, etc.
Los tres escasos meses que permanece en este destino le supusieron ponerse al día y conocer de primera mano los problemas que afectan al Protectorado[18], incluso recuerda haber conocido al:
[…] que luego habría de ser jefe de los rebeldes, el triste y trágicamente famoso Abd-el-Krim, aunque no llegué a tratarle porque el modesto cargo que el funesto personaje desempeñaba por aquel entonces no tenía la más remota relación conmigo, que no podía sospechar, en manera alguna, que semejante individuo llegase a ser en breve el feroz e implacable enemigo que habría de dejar tras sí la huella de tanto dolor y crueldad[19].
Mas dada la calma que se vivía en la ciudad de Melilla, inmediatamente solicitó ser destinado como jefe de una compañía al regimiento de Infantería Ceuta nº 60, con la clara idea de participar en las operaciones que realizarían las tropas españolas fruto del recién firmado tratado con el Sultán. No tuvo éxito, pero poco después, el 31 de diciembre de 1912, fue destinado al regimiento del Serrallo nº 69, donde se incorporó el 19 de enero de 1913, para salir el 20 hacia la posición de Cudia Federico como jefe de puesto. Permaneció en esta posición con su compañía hasta el 4 de febrero, fecha en que la unidad regresó a Ceuta.
Su batallón, mandado por el teniente coronel Lorenzo Lombarry, embarca el día 18 en el vapor Oporto con destino al Rincón de Medik. Nada más llegar, esa misma noche, se incorporan a la columna del coronel Luis Fernández Bernal, jefe del regimiento Ceuta nº 60, que tiene órdenes de ocupar Tetuán.
La ocupación de Tetuán es consecuencia del nombramiento del Jalifa como responsable nativo de la zona española. Tetuán, en la que funcionaba el teléfono y el telégrafo, iba a ser su capital, en pleno corazón de la Yebala, por ser una ciudad habituada a ver europeos por sus calles sin que esto generase incidentes. Las autoridades españolas trasladarán formalmente la Alta Comisaría desde Ceuta a Tetuán por motivos políticos.
Durante el avance hacia la nueva capital del Protectorado, entre los días 19 y 23 febrero, su unidad guarnece la posición de Harcha para reunirse desde allí con el resto de la columna en Dark Murcia. El avance se hizo sin un solo disparo. Las fuerzas españolas acamparon en la vega del río Martín, igual que hacía poco más de medio siglo. Al día siguiente, el general Alfau, comandante general de Ceuta, seguido de los oficiales de su columna, entró en la plaza, siendo recibido con aparente cordialidad por los jefes moros.
Concluida la ocupación de Tetuán, Millán Astray sigue prestando servicios de campaña hasta el 20 de marzo, día en que fue destinado al batallón de Cazadores de Figueras nº 6, al que no llegó nunca a incorporarse.
Es reclamado por el entonces coronel Silvestre a Larache para hacerse cargo del mando de una mía de reciente creación de la Policía Indígena del tabor de Arcila nº 3.
Como consecuencia de la campaña del Rif de 1909 y del aumento de la zona de influencia española en Melilla, se hizo necesario aumentar las fuerzas de policía. En noviembre de ese año el general Larrea recibía la orden de iniciar la organización de una fuerza de Policía Indígena, pagada por España y mandada por oficiales españoles con la finalidad de garantizar la paz. Las primeras cuatro mías de Policía Indígena nacen en Melilla, teniendo cada una de ellas al frente a un oficial español y como segundo jefe a un oficial moro de 2ª clase.
Los soldados moros prestaban servicio en las cabilas a las que perteneciesen: el soldado irregular de la Policía Indígena «circula sólo con su fusil, tiene cierto carácter de autoridad, que tanto halaga al que no fue nunca nada, y una sujeción militar muy relativa»[20]. Su creación tenía un objetivo político, policial y también militar. Se empezaba a comprender, lentamente, el fundamental papel que habrían de tener las fuerzas nativas en el dominio de Marruecos y, años después, en la historia de la propia España. En 1912 se creó la Subinspección de Tropas y Asuntos Indígenas de Melilla: se funda a comienzos de año y Millán Astray se incorpora en septiembre.
La única mía de Policía Indígena de Melilla pronto creció hasta llegar a convertirse en nueve las unidades de este tipo existentes, para luego ser creadas dos más en Ceuta, inmediatamente seguidas de otras para prestar servicio en Tetuán y en Condesa, y luego tres más destinadas a Larache, Arcila y Alcazarquivir.
Desde Ceuta viajó Millán Astray a Tánger y de ahí a Arcila a caballo, a donde llega el 1 de mayo de 1913. En Arcila mandó por primera vez tropas moras[21]:
Fue un mando único; no tenía oficiales, ni clases españolas. Estaba yo solo con ochenta moros y el kaid Abderrahmann, que pasados ocho años habría de morir bravamente a nuestro lado. Los soldados moros son los mejores del mundo; bravos, leales, sufridos, disciplinados, arrogantes, afectuosos, de alma infantil, pero feroces y crueles en la pelea, debido a su incultura y al hábito de la venganza, a causa de sus luchas constantes provocadas por la eternas pasiones innatas en el hombre; el dominio de los demás y la posesión de lo ajeno. Al entrar en la batalla canta sus himnos de guerra como reto al enemigo, a lo que éste contesta de igual forma. El acto tiene una belleza y una emoción intensa; es la guerra medieval, caballeresca, es el saludo con las espadas de los duelistas, antes de entrar en la liza, es la nobleza que empenacha a las indomables huestes guerreras.
Cuando se incorpora a este destino la zona estaba en relativa paz, la calma que precedía a la tormenta, pues El Raisuni, desde su fortaleza de Tazarut, se preparaba para la guerra santa como consecuencia de no haber obtenido el nombramiento de jalifa. La guerra se inicia por el asesinato de una sección de ingenieros en Tzenin, unas semanas después de la llegada de Millán Astray a Arcila.
El Alto Comisario Alfau se vio obligado, ya que había fracasado en sus intentos de conservar la paz, a iniciar operaciones de policía el 11 de junio de 1913 ocupando Laucién, como consecuencia de los ataques de los Beni Gorfet a la posición de Cudia Fraikatz, en el camino de Larache a Arcila, posición guarnecida por una unidad de ingenieros. A esta escaramuza le siguen ataques sobre el campamento del Tenin de Sidi Yamani e incluso tiroteos sobre las murallas de la propia Arcila. El 7 de julio, Queipo había desbaratado el ataque sobre Alcazarquivir. Toda la Yebala estalló en armas.
Todo esto provocó que Alfau presentase su dimisión como Alto Comisario de España en Marruecos y que el gobierno nombrase para sustituirle al general Marina.
Marina tomó medidas para aumentar la calidad y efectividad de las tropas, estableciendo una serie de puestos que protegían las comunicaciones en Ceuta y el Rincón del Medik, Tetuán y Río Martín.
En la zona de Larache, Silvestre continuó las operaciones ocupando la línea Seguelda, Cuesta Colorada, Bufas, enlazando con el Tenin de Sidi Yamani. Estas acciones se prolongaron durante el año 1914.
En este estado de cosas Millán Astray quedó prestando servicio de campaña y de convoy hasta el 12 de junio con su tabor, formando parte de la columna mandada por el comandante general Silvestre. Tomó parte en el combate de Zoco del Tzenin, donde quedó con su mía para establecer una oficina indígena.
El 18 de junio se volvió a unir a la columna mandada por Silvestre participando en el combate del Zoco del Arbaa. El 26 de julio de 1913, recibió un telegrama del comandante general, coronel Silvestre, en el que se decía:
Comandante General a Registro de Distinguidos comunica para su constancia que capitán José Millán Astray, del tabor de Arcila nº 3, se distinguió notablemente al frente de sus tropas en combate 12 y. 18 del mes presente.
Continuó al frente de la oficina indígena de Tsenin, eufemismo para llamar al puesto desde donde opera la unidad, haciendo numerosas salidas para hostigar a las harkas rebeldes que intentaban recoger las cosechas en la zona de Engara y Zoko el Arbaa, actuaciones que continuaron hasta el 15 de agosto en que regresó con su mía a la base de Arcila, tras más de dos meses de operaciones, habiendo pacificado la zona que le había sido asignada, lo que le granjeó la fama de ser el mejor oficial de entre los destinados en Marruecos. Probablemente, esta parte de su vida es la que sirvió para inspirar la figura del capitán Alcázar, protagonista de la película Harka.[22]
El 15 agosto es llamado por Silvestre a su cuartel general de Arcila para encargarle de la ocupación de la posición de Cuesta Colorada y establecer allí una oficina indígena. Se producen combates a lo largo de varias horas y con abundantes bajas. Funda la oficina con su mía de guarnición y 40 jinetes indígenas. En aquellos mismos días procede a la ocupación de las posiciones de Seguedla y Mediiar para así lograr la pacificación de su distrito. Las operaciones están salpicadas de numerosos combates. Por estas acciones en campaña Silvestre ordena[23]:
En virtud de las atribuciones que me son conferidas como comandante general de Melilla dispongo que se forme juicio de votación al capitán don José Millán Astray por sus relevantes servicios al frente de la oficina indígena del Tzenin, por su distinguido comportamiento en cuantas operaciones ha tomado parte al frente de la mía que está a su mando, y, de un modo señaladísimo, por la ocupación de Cuesta Colorada y por la defensa de la posición de Meyabad en la noche del 16 de agosto del presente año de 1913.
Por esta acción se le concedió la cruz de 1ª del mérito militar, con distintivo rojo, pensionada, el 16 de agosto por R.O. de 7 de octubre.
El 24 de octubre las fuerzas de policía de Xarquía son atacadas y Millán Astray acude en su socorro. El 5 de noviembre, con la caballería de su tabor y una sección del grupo de escuadrones, participó en la ocupación de Dxar Bufás, para inmediatamente volver a Cuesta Colorada. El 14 de noviembre, después de tres meses de campaña salpicada de incidentes, recibe orden de regresar a Arcila, donde por haber marchado su jefe, el comandante Federico Berenguer, se hizo cargo del mando del tabor en comisión de servicio, hasta el 8 de diciembre que regresó al mando de su mía.
Al inicio de 1914 Millán Astray sigue formando parte de la columna del teniente coronel del batallón de Cazadores de las Navas nº 10, don Fernando Berenguer, con la que combate para ocupar la posición de Muley Buselham. En esta acción gana una nueva cruz de 1ª clase de María Cristina, con antigüedad de agosto de 1913 y por R.O. de 20 de julio de 1913 se le promueve al empleo de comandante de Infantería «como mejora de recompensa en vez de la cruz de primera clase de María Cristina»[24], lo que motiva su paso en excedencia a la 4ª Región Militar hasta finales de octubre en que es destinado al regimiento de infantería Vergara nº 57 de guarnición en Barcelona, donde desempeña el cargo de comandante juez instructor, ascenso que, a su propio juicio, le fue concedido con mucho retraso, «circunstancia ésta que ya no habrá de abandonarme en toda mi carrera militar, y que llegará a constituir una característica especial en mi vida de lucha».
Millán Astray quiere regresar a África a cualquier precio. Le aburren las tertulias de café, donde sólo se habla de lo que acontece en los frentes europeos, de si hay que intervenir a favor de Alemania o de la Triple Entente. Su destino burocrático sólo contribuye a aumentar su desasosiego. Su matrimonio con Elvira es, en la práctica, el de dos entrañables amigos que viven juntos. No tienen hijos. Nada en su casa le hace preferir la tranquila vida de familia en una guarnición a la emocionante y pletórica actividad en campaña.
El 1914, paralelamente al inicio en agosto de la Gran Guerra, el Ejército español continúa muy ocupado en Marruecos, por lo que se verá libre de la fiebre belicista que podía haber arrastrado a España a intervenir en la guerra. El Ejército era básicamente pro alemán, antifrancés, pero los problemas en el Rif y en la Yebala le vacunaron de toda veleidad de intervenir en el conflicto, ya que la guerra en el Protectorado continuaba con suerte cambiante, fruto de la división entre los partidarios de llegar a acuerdo políticos, como el general Marina, enfrentados a los partidarios de la mano dura liderados por Silvestre.
El 22 de febrero de 1915 Millán Astray logra ser destinado nuevamente al Protectorado. Además no va a un destino cualquiera, se incorpora a una unidad de choque de elite, a las Fuerzas Regulares Indígenas de Larache.
Las Fuerzas Regulares Indígenas, los Regulares, nacían en 1911 en Melilla en forma de un batallón con cuatro compañías y un escuadrón de caballería. Cada compañía tendría un capitán y dos oficiales subalternos españoles. El resto de la oficialidad y de la tropa eran moros. Su primer jefe y organizador será el teniente coronel Berenguer.
Los recién nacidos Regulares recibieron su bautismo de fuego en 1912, en Monte Arruit. Su eficacia permitió que pronto crecieran, pasando a tener el batallón seis compañías de fusiles y dos escuadrones de jinetes, pues, a pesar de las abundantes deserciones en sus filas, los Regulares resultan de gran eficacia en el combate.
A mediados de 1913 los Regulares de Melilla son trasladados primero a Ceuta y luego a Tetuán para luchar contra las harkas de El Raisuni. El 1 de febrero de 1914, en la acción de Beni Salem, ganan los Regulares sus tres primeras laureadas: la del comandante José Sanjurjo, el capitán Ladislao Ayuso y la del 2º teniente Eduardo Aizpurúa.
En el verano de 1914 el Gobierno español decide incrementar los efectivos que componen las fuerzas Regulares. Quedarán formadas por cuatro grupos, de dos tabores de infantería de tres compañías cada uno, y un tabor de caballería. En los años siguientes se aumentarán a tres los tabores y se les dotará de una compañía de ametralladoras con cuatro máquinas. Los grupos eran el de Melilla nº 1 y de Melilla nº 2, el de Tetuán nº 3 y el de Larache nº 4.
El inicio de la Gran Guerra hizo que las operaciones en el Protectorado se ralentizasen. En palabras del propio Millán Astray[25]:
La guerra, que surgió al poco tiempo de mi llegada, con intermitencias y pausas de paz, era blanda y fácil, porque el moro del llano es pacífico si se le compara con el de las montañas; es menor su pobreza, y el llano le pone en tal inferioridad de medios, en relación con nuestras potentes armas, y sobre todo con la artillería y la aviación, que apenas puede resistir, y si lo hace es por la bravura de su raza que les obliga a dejar bien puesto el honor y a evitar la vergüenza de rendirse, sin haber combatido por lo menos durante un día. ¡Un día de barud, por lo menos!
Desde abril de 1915 Millán Astray está al mando del 2º tabor del grupo de Larache nº 4 con base en Kudia Rindo. Al poco de llegar se le concede una cruz al mérito militar de 2ª clase con distintivo rojo. Presta servicio en puestos como Senak el Vivan, Arcila, el campamento de Seida Ruida y en la posición de Cuesta Colorada donde se vuelve a agrupar con toda su unidad que está mandada por su viejo amigo el teniente coronel Federico Berenguer. Tienen la misión de ocupar diversos poblados moros para rectificar las líneas y así dar consistencia y tranquilidad a la zona.
El 14 de septiembre recibe orden secreta de ocupar Megaret, dentro del plan de pacificación. Toma la posición sin problemas y queda allí de guarnición con dos mías.
En la primavera de 1916 Millán Astray vuelve a Cuesta Colorada, ya que está una vez más de operaciones con la columna de Berenguer, ahora para ocupar las posiciones de Acib Hax y Armen-san en la zona de la cabila de Wad-Ras.
Su grupo de Regulares, durante todo el año de 1916, combatirá con la cabila de Wad-Ras y participará en muchos combates en toda la zona de Larache, regresando a Arcila ya entrado el verano de 1916.
La guerra en la zona consiste en estar uno o dos meses de guarnición, patrullando y aguantando el paqueo para luego, en dos o tres días, ocupar varias posiciones claves, mantenerlas y volver a empezar. Los combates son cortos pero muy duros y sangrientos. El enemigo se pega al terreno, y resulta muchas veces casi invisible, lo que mantiene la tensión todos los días. En esta campaña tomará Sidi-Talha, Ain-Guenen, Melusa y Tafalga, esta última el 29 de junio de 1916, a la bayoneta.
El 31 de diciembre se le concede la cruz roja de 2ª clase del Mérito Militar pensionada por la operaciones realizadas en la zona de Larache entre el 1 de mayo de 1915 y 30 de junio de 1916. El 17 de enero de 1917 es destinado en situación de excedente a la 1ª Región Militar, pasando el 13 de abril a prestar servicio en el regimiento de Infantería Saboya nº 6, en el 3º batallón. A mediados de julio va a Tarancón para estudiar el terreno sobre el que en octubre el regimiento va a realizar maniobras. El 30 de junio de 1917 obtiene la Medalla Militar de Marruecos, con pasador de Larache. En este destino le cogen las jornadas revolucionarias de 1917.
La revolución rusa triunfante tenía conmocionada a las clases conservadoras de toda Europa, al tiempo que alentaba a seguir sus pasos a los grupos socialistas y anarquistas de todo el mundo.
España, que se veía libre de la guerra, sin embargo resultaba especialmente sensible a lo que los bolcheviques estaban provocando en Rusia. El 16 de marzo de 1917 el mundo se conmovió ante la noticia de la abdicación del zar Nicolás II en el gran duque Miguel como resultado de la revolución de febrero y las consecuencias que el proceso, que ahora se iniciaba, podía tener.
El 20 de abril de 1917 Romanones es sustituido al frente del Gobierno por el marqués de Alhucemas, García Prieto. La España tranquila, que se enriquecía viendo la guerra desde la barrera, va a ser convulsionada por una revolución que crearía una fractura total e irreversible en la sociedad española y en el ya ajado sistema de la Restauración, revolución que, además, iba a coincidir con el nacimiento de las ilegales y antimilitares Juntas Militares de Defensa.
El 1 de julio cae el débil gobierno de García Prieto dando paso a otro conservador con pretensiones progresistas liderado por Dato. Si en junio habían entrado en reacción sectores junteros del ejército, en agosto lo harán los parlamentarios que a sí mismos se llamaban de la «renovación». Senadores y diputados de centroderecha, de izquierda liberal, republicanos, regionalistas y socialistas aspiraban a convertir las Cortes españolas en la Convención. Entre sus líderes están Cambó, Lerroux, Melquíades Álvarez y Pablo Iglesias, que fracasarán en sus proyectos al no lograr coordinarse con los militares de las Juntas de Defensa y con el movimiento popular genuinamente revolucionario que se estaba fraguando entre sectores importantes de la población.
Desde 1916 la UGT y la CNT venían multiplicando sus contactos. En el verano de 1917 todo parece estar preparado para realizar un movimiento revolucionario a gran escala, como si fuese un ensayo general de lo que luego habría de ser la Revolución de Octubre de 1934. La convocatoria oficial de huelga general se hizo para el 13 de agosto, por la UGT, formando el comité de huelga Besteiro, Largo Caballero, Daniel Anguiano y Andrés Saborit. La CNT se adhiere inmediatamente a la convocatoria de huelga general.
Los obreros fueron a la huelga hipnotizados por el ejemplo ruso, por la crisis del sistema, pero, sobre todo, por miedo al futuro. Un futuro en el que, tras años de relativa abundancia, fruto de las ventas a los contendientes en la Guerra Europea, se ve el final de un túnel en un ciclo económico de crecimiento en el que los industriales y los financieros han aprovechado sus beneficios para gastarlos en bienes suntuarios y en inversiones improductivas y no en la renovación de la industria española.
Los sucesos revolucionarios más graves se produjeron en Barcelona, donde se llegó a declarar el estado de guerra, aunque las cosas no fueron a más gracias a la decidida intervención del regimiento del coronel Benito Márquez. Se produjeron incidentes en Yecla, en Bilbao y también en Madrid. En la capital, el gobierno Dato, muy bien informado, detuvo, gracias a la delación de Daniel Anguiano —futuro fundador del comunismo en España—, al Comité Revolucionario, escondido en una buhardilla de la madrileña calle del Desengaño. La huelga fracasó en sus objetivos, aunque con un balance de 93 muertos.
En estos momentos Millán Astray prestaba servicio en el regimiento Saboya. En la tarde del 14, le correspondió a su regimiento hacer labor de policía en el sector de Cuatro Caminos, viéndose obligadas las tropas del Saboya a hacer uso de la fuerza, disparando contra las masas.
Sobre estos sucesos escribe Ricardo de la Cierva: «[…] en Madrid, donde la glorieta de Cuatro Caminos inicia en estas tardes de agosto su tradición revolucionaria, entre cargas de caballería y ráfagas de ametralladora contra los rebeldes.»
El 15, a las 5 de la madrugada, Millán Astray tuvo que relevar aquella fuerza con la de su batallón. Cuenta cómo se desarrollaron allí los sucesos con paz tras lograr, gracias al sentido común de las mujeres, que numerosos grupos de obreros no se manifestasen al caer la noche ni hicieran uso de la violencia. Logró que desde el Ayuntamiento enviasen varios camiones de pan, que inmediatamente fueron despachados. En unos tiempos en que los obreros cobraban el jornal diario y en los que no trabajar un día suponía para algunos no comer ni él ni sus familias, Millán Astray obtuvo que un centenar lograsen trabajar en las obras del metro, así como que dos columnas de un centenar de obreros, protegidos por soldados con armas al hombro, fuesen a trabajar al Retiro, donde el Ayuntamiento les ofreció ocupación.
Durante los días que estuvo con la tropa en Cuatro Caminos reinó la paz, llegando a ganarse la voluntad de los vecinos que, como cuenta en sus memorias, le convirtieron durante unos días en juez de sus pleitos familiares. Recordaba cómo, durante mucho tiempo, el barrio fue su lugar preferido de Madrid para sus paseos vespertinos. Allí era saludado con cariño por los vecinos que habían estado circunstancialmente bajo su mando.
Las relevantes y atinadas medidas adoptadas por Millán Astray quedan así recogidas en su Hoja de Servicio: «Entre el 12 y 22 de agosto, prestó servicios extraordinarios en esta Corte con motivo de la huelga general de carácter revolucionario acaecida en esta capital en los días expresados.[26]»
El 2 de octubre viajará en tren a Perales con su regimiento al completo para realizar maniobras, que luego se continuarán en Villarejo de Salvanés, Fuentidueña, Belinchón, Saelices, Almendras y Tarancón.
El 16 de noviembre de ese mismo año de 1917 se le concede la Cruz de la Real y Militar Orden de San Hermenegildo.
A comienzos del año 1918 sigue destinado en Madrid donde desempeñó la comisión de Jefe Encargado de la Dirección e Inspección de las Academias Regimentales, para ser nombrado el 27 de marzo 2º jefe del 1º batallón del Saboya, jefe de la Instrucción de Tiro de Pistola para oficiales en la Escuela Central de Tiro, y fue declarado apto para el ascenso a teniente coronel por R.O. de 15 de junio.
La Dirección de las Academias Regimentales era un puesto destacado en la vida militar interior del regimiento y solía encargarse a un oficial con experiencia en combate. Así, Franco, cuando se incorporó en 1917 al regimiento de Infantería del Príncipe, en Oviedo, fue también nombrado Inspector de las Academias Regimentales y jefe del 3º batallón.
En agosto Millán Astray pasa a desempeñar el cargo de Vocal Agregado a la Comisión de Táctica. Durante la primera quincena de octubre permanece en Valdemoro y participa en los ejercicios y trabajos de la Escuela Central de Tiro. Aquí conocerá a Franco. Millán Astray tiene ya 40 años, Franco sólo 27, aunque son de la misma graduación. Son dos militares africanistas veteranos. Ambos son elegidos entre los interventores del curso para redactar la memoria. El trabajo encomendado hace que surja una buena amistad entre ambos. Les separan más de doce años de edad, pero ambos están formados en la dura escuela de la vida en campaña del Protectorado, hablan el mismo idioma. En aquellos días van a pasar muchas horas juntos, iniciando una amistad que cambiará de forma determinante la vida de ambos.
Vuelve el 17 de octubre a la Dirección e Inspección de las Academias Regimentales. En aquellos momentos se hace cargo del mando del Saboya el coronel Federico Berenguer, que sustituye a Eduardo Castell Ortuño, con el que participa Millán Astray en las maniobras que dirige el general de división Miguel Primo de Rivera por las que es felicitado por Alfonso XIII. Los dos viejos amigos de Marruecos, de Regulares, vuelven a estar juntos y sus conversaciones se centran en el Protectorado, su futuro, sus necesidades, las grandes oportunidades que se encuentran para los soldados profesionales allí.
En 1919 Millán Astray sigue destinado en Madrid como miembro de Comisión Táctica e Inspector de Academias Regimentales del Cuerpo. Publica el folleto Notas para el tiro de aplicación del combate y especialistas de la Compañía.
Los combates en el Protectorado son extraordinariamente duros. Los rifeños no presentan batalla abierta, tipo de guerra en el que la superioridad numérica y técnica de los españoles podían suponerles alguna ventaja. Los moros hacen su guerra, llevan casi siempre la iniciativa y, a pesar de que poco a poco van perdiendo terreno, las bajas que sufren los reclutas españoles son numerosas y excesivas para el precio que está dispuesta a pagar una parte importante de la España metropolitana por el trozo de tierra de escaso valor que les ha correspondido en Marruecos.
En la Península se alzan numerosas voces contra la presencia española en Marruecos.
En este ambiente surge en Millán Astray la idea de fundar la Legión. En 1919 comienza a tomar forma. El 1 de septiembre, por orden manuscrita del ministro de la Guerra, Millán Astray es designado para visitar la Legión Extranjera francesa en Argelia y en otros puntos de África.