12. LOS DOMINIOS SUPRACONSCIENTES: PRIMERA PARTE

P.: Ahora podemos adentrarnos en los estadios transpersonales, en los dominios supraconscientes. Habíamos dejado el proceso de desarrollo en el nivel del centauro, un nivel en el que usted decía que el yo observador tomaba conciencia de la mente y del cuerpo y, en ese mismo sentido, comenzaba a trascenderlos a ambos.

K. W.: Así es. Esto es algo que, como ya hemos señalado, confirman hasta los investigadores ortodoxos, desde Broughton hasta Loevinger. En el estadio del centauro, el yo observador puede, en un sentido amplio, atestiguar o experimentar la mente y el cuerpo, lo cual significa que está comenzando a trascenderlos. Y, en la medida en que prosigue el proceso de evolución de la conciencia, va desplegando cada vez una mayor profundidad —o una mayor altura— ante el yo observador. ¿Qué es el yo observador? ¿Cuán profundamente puede ir o, dicho de otro modo, cuáles son las alturas a las que puede elevarse?

La respuesta que suelen dar los grandes sabios y místicos del mundo a esta pregunta es que el yo observador conduce directamente a Dios, el Espíritu o la Divinidad, que, en las profundidades últimas, nuestra conciencia intersecta con el Infinito.

El yo observador suele ser llamado Yo (con mayúsculas), Testigo, Presencia pura, conciencia pura o conciencia como tal, un rayo directo de lo Divino que, en opinión de los grandes sabios y místicos de todo el mundo, es el Cristo, el Buda o la misma Vacuidad.

Donde la mente queda atrás

P.: ¿De modo que el Testigo es un emergente?

K. W.: No exactamente, porque la conciencia no es un emergente. El Yo, o el Testigo, ha estado presente desde el mismo comienzo como la forma básica de la conciencia en cualquiera de los estadios de desarrollo de los holones —ha estado presente como aprehensión, como sensación, como impulso, como emoción, como símbolo y como razón— pero va haciéndose cada vez más patente a medida que madura el proceso de crecimiento y trascendencia. En otras palabras, el Testigo, o la conciencia como tal, es simplemente la profundidad de todo holón, el interior de todo holón. Como ya hemos visto, la conciencia es profundidad, de modo que, cuanto mayor es la profundidad, mayor es el fulgor con el que resplandece la conciencia.

En el estadio del centauro, el Testigo observador se ha despojado de su identificación con el cuerpo y con la mente —los ha trascendido y los ha incluido. Es por ello que puede atestiguarlos y que «la mente y el cuerpo son experiencias de un yo integrado».

P.: Está comenzando a trascenderlos.

K. W.: Así es. No hay nada oculto ni extraño en todo esto. Ya hemos visto que la identidad transita desde la materia hasta el cuerpo y, desde éste hasta la mente, distintos pasos sucesivos de un proceso de descentramiento y desidentificación con respecto al nivel anterior. Y, en el estadio del centauro, la conciencia simplemente está comenzando a desidentificarse de la mente, motivo por el cual puede contemplarla, verla y experimentarla. La mente ya no es un mero sujeto sino que está comenzando a convertirse en un objeto… un objeto del Yo observador, un objeto del Testigo.

Por ese motivo las tradiciones místicas, contemplativas y yóguicas aparecen en el momento en que la mente nos abandona, en el momento en que el Yo observador comienza a trascender la mente, a ser transmental, supramental o supermental o, como también podríamos decir, transracional, transegoico o transpersonal.

Las tradiciones contemplativas se basan en una serie de experimentos sobre la conciencia. ¿Qué ocurre, por ejemplo, cuando usted trata de tomar conciencia del origen del Testigo? ¿Qué sucede cuando investiga en profundidad el origen de la conciencia? ¿Qué sucede cuando va más allá o detrás de la mente, hasta una dimensión que no se halla confinada al ego ni al yo individual? ¿Qué es lo que descubre en cada uno de estos casos? ¿Qué es lo que ocurre cuando usted reproduce ese experimento en su propia conciencia?

«Existe una esencia sutil que impregna toda realidad», comienza diciendo una de las respuestas más conocidas a esta pregunta, «es la realidad de todo lo que es, el fundamento de todo lo que es. Esa esencia lo es todo. Esa esencia es lo real. Y tú, tú eres eso».

El Yo observador, dicho en otras palabras, termina desplegando su propio origen, que es el mismo Espíritu, la misma Vacuidad. Ése es el motivo por el cual los místicos sostienen que el Yo observador constituye un rayo de ese Sol que es el radiante Abismo, el sustrato último sobre el que se asienta la totalidad del Kosmos manifiesto. En esas profundidades, su Yo se funde con el Yo del Kosmos en una Identidad Suprema que eclipsa la totalidad del mundo manifiesto, una Identidad Suprema que desata el nudo del yo separado y lo eclipsa en su esplendor.

En cada uno de los pasos que conducen desde la materia hasta el cuerpo, la mente y el Espíritu, la conciencia, o el Yo observador, se desidentifica de su identidad exclusiva con una dimensión inferior más superficial y se abre a una dimensión más profunda, más elevada y más amplia, hasta que termina abriéndose a su sustrato último en el Espíritu.

Y los distintos estadios del crecimiento y desarrollo transpersonal son fundamentalmente los estadios que sigue el Yo observador en el camino que conduce hasta su última morada, el Espíritu puro, la Vacuidad pura, sustrato, camino y gozo de todo el proceso de desarrollo.

Los estadios transpersonales

P.: De modo que ¿existen diferentes estadios en el desarrollo transpersonal?

K. W.: Así es. En esos estadios superiores nos encontramos con un puñado de hombres y mujeres que se esforzaron —y siguen esforzándose— por ir más allá de la normalidad promedio impuesta por el sistema y ascender hasta alcanzar las dimensiones superiores de la conciencia, y, en esta búsqueda, se unen a un pequeño grupo, o sangha, de personas afines y desarrollan prácticas, instrucciones o paradigmas que despliegan estos mundos superiores, experimentos interiores, en suma, que permitirán que otros reproduzcan sus descubrimientos y verifiquen (o refuten) sus hallazgos. Ellos son quienes nos han legado los mapas de sus viajes interiores advirtiéndonos, al mismo tiempo, que no basta simplemente con memorizarlo y que ningún paseo sobre un mapa de las Bahamas puede reemplazar a un viaje sobre el territorio real.

Así es como hoy en día disponemos de mapas y caminos procedentes de todas las grandes tradiciones contemplativas, orientales y occidentales, tanto del Norte como del Sur, y podemos contrastarlos y compararlos. Y la gran mayoría de estos mapas no sólo son representaciones de la Mano Derecha (aptas, por tanto, para la charla erudita), sino instrucciones de la Mano Izquierda (que nos obligan también a practicarlos). Algunos de estos caminos son más completos que otros, los hay especializados en un determinado nivel y también los hay, por último, que desmenuzan minuciosamente algunos de los niveles en decenas de subniveles.

La comparación intercultural, arraigada en la práctica, de todos estos mapas nos ha permitido elaborar un «modelo» que puede servir de mapa global de los distintos niveles superiores de conciencia de que disponen los hombres y las mujeres, un mapa de las estructuras básicas superiores de la conciencia que se hallan presentes de forma potencial en todos nosotros pero que todavía deben emerger, crecer y desarrollarse.

P.: ¿Son muy complicados estos mapas?

K. W.: Bien. Ciertas tradiciones son tan sofisticadas que describen literalmente cientos de subniveles y componentes del desarrollo de la conciencia. Pero, basándose en el estadio actual de la investigación, podemos afirmar, sin lugar a dudas, que existen, al menos, cuatro estadios principales del desarrollo y de la evolución transpersonal, cuatro niveles a los que yo denomino —como puede ver en la Figura 9.1— psíquico, sutil, causal y no dual, cada uno de los cuales nos proporciona una visión diferente del mundo, a las que llamo, respectivamente, misticismo natural, misticismo teísta, misticismo informe y misticismo no dual (aunque hay que decir también, en este sentido, que lo no dual no es —como pronto veremos— un nivel, sino el trasfondo de todos los niveles, el papel en el que está dibujado el diagrama).

P.: ¿Y se trata realmente de estadios?

K. W.: Las estructuras básicas son niveles discretos e identificables y sus visiones del mundo son muy concretas y difieren claramente entre sí (cada una de ellas posee una estructura, cogniciones, sensación de identidad, actitud moral, necesidades, etcétera, diferentes).

Pero, como siempre ocurre, debemos subrayar que la acción real no tiene lugar en la «escalera» sino en el escalador —en el sistema del yo— y en los distintos fulcros por los que atraviesa en su ascenso. Y el yo, como ya hemos dicho, puede estar en todas partes, puede tener, por ejemplo, una experiencia cumbre de un nivel superior para luego terminar cayendo en su nivel real y presente. También puede ocurrir, por el contrario, que al vislumbrar los niveles superiores el yo experimente tal conmoción que termine regresando a aquellos fulcros inferiores a los cuales esté unido por algún tipo de fijación, represión o asunto inconcluso, como si se tratara de primitivos «puntos de anclaje» que se hicieran patentes cuando fracasara la traslación.

P.: De modo que el desarrollo real del yo en los estadios transpersonales no es estrictamente lineal.

K. W.: No, no lo es. Cuando digo que el desarrollo de las estructuras básicas superiores —y de cualquier otra estructura básica— es escalonado, lo único que quiero decir es que se asemeja a una holoarquía anidada de esferas concéntricas. Pero ello no implica que el proceso de desarrollo sea tan lineal como el hecho de subir una escalera, sino que está salpicado por todo tipo de saltos hacia adelante, de retrocesos y de movimientos espiralados.

No obstante, el centro de gravedad del yo tiende a organizarse en torno a una determinada estructura básica superior predominante, tiende a identificar su centro de gravedad con una determinada estructura que, de ese modo, se convierte en su «base de asentamiento» —su fulcro principal—, alrededor de la cual giran la mayor parte de sus percepciones, de sus respuestas morales, de sus motivaciones, de sus impulsos, etcétera. Y el proceso de desarrollo de este centro de gravedad tiende a desplazarse a través de estas estructuras superiores a lo largo de una secuencia relativamente definida.

P.: Las distintas tradiciones hablan de varios de estos estadios.

K. W.: Sí, esto es algo conocido por las distintas tradiciones espirituales. Ellas tienen sus propios estadios de crecimiento y desarrollo; ellas conocen las características de cada estadio, reconocen el progreso y reconocen también la regresión. Y, como Aurobindo, Plotino y Da Avabhasa han señalado, aunque sea posible acelerar la velocidad de este proceso, no hay modo alguno de soslayar la secuencia de pasos a seguir. Tal vez usted pueda tener una experiencia cumbre y dar un salto hacia adelante, pero el hecho es que luego deberá volver atrás para consolidar e integrar ese estado. De otro modo, su centro de gravedad estará demasiado arriba, por así decirlo, y flotará cada vez más alto, corriendo el peligro de perder toda conexión con las estructuras inferiores (la mente, el cuerpo, la tierra y los sentidos).

El fulcro 7: El nivel psíquico

P.: El primero de los estadios transpersonales es el estadio psíquico.

K. W.: En mi opinión, el nivel psíquico constituye un estadio de transición entre la realidad cotidiana ordinaria —sensoriomotora, racional y existencial— y los dominios propiamente transpersonales. Se trata de un nivel en el que, en ocasiones, aumenta la probabilidad de ocurrencia de los fenómenos paranormales, aunque, en mi opinión, no es ése su rasgo más característico sino el hecho de que su estructura profunda ha dejado ya de estar exclusivamente atada al ego y al centauro individual.

P.: Veamos algunos ejemplos.

K. W.: En el nivel psíquico, una persona puede disolver provisionalmente la sensación de identidad separada (el ego o el centauro) y experimentar entonces lo que denomino misticismo natural, la identificación con el mundo ordinario o sensoriomotor. Tal vez usted mismo haya experimentado esta situación en alguna ocasión en que, paseando por la naturaleza, relajado y abierto, ha reparado súbitamente en que el observador había desaparecido y sólo había montaña, usted se había convertido en la montaña. En tal caso, usted ya no está «aquí» contemplando una montaña que está «ahí» sino que sólo hay montaña, una montaña que parece contemplarse a sí misma o, dicho de otro modo, es como si usted estuviera contemplando la montaña desde dentro, como si la montaña se hallara más próxima a usted que su propia piel.

Dicho de otro modo, en ese estadio no hay separación entre sujeto y objeto, entre usted y el mundo natural que se halla «fuera de aquí», y dentro y fuera pierden todo significado. Pero no se trata de un estado psicótico de adualismo o de alguna «forma madura» de adualismo psicótico porque usted percibe con toda nitidez dónde termina su cuerpo y dónde empieza el entorno. En este estadio —la fase de fusión del fulcro 7— usted se ha convertido en un «místico de la naturaleza» y su Yo superior puede ser llamado Yo econoético, aunque algunos le llamen Sobrealma o Alma del Mundo.

P.: Parece tratarse de un salto muy brusco, de un salto que lleva del centauro individual a la identificación con toda la naturaleza. No veo en él ninguna progresión evolutiva gradual.

K. W.: Eso es lo que parece a simple vista pero, de hecho, no existe ningún salto. Yo creo que la gente se confunde porque considera que el cambio de la identidad corpomental a la identidad con «la totalidad del mundo» constituye un salto muy abrupto.

Pero el hecho es que ese cambio no es tan brusco como parece. Veamos: en el estadio mundicéntrico del centauro, la conciencia ha pasado ya por la identidad con la dimensión material (fulcro 1), por la identidad con la dimensión biológica (fulcro 2) y por la identidad con el yo mental (fulcro 3), identidades, todas ellas, muy egocéntricas y narcisistas.

En el fulcro 4, sin embargo, la identidad se desplaza de lo egocéntrico (lo centrado en el yo) a lo sociocéntrico (lo centrado en el grupo) y la conciencia trasciende los aspectos meramente individuales. En este nivel, pues, la conciencia —la identidad— ya no es una identidad corporal sino una identidad de rol, una identidad colectiva basada en los roles culturales y en valores compartidos.

De modo que cuando usted dice, por ejemplo, soy un padre, soy una madre, soy un marido, soy una esposa, trabajo en tal cosa o me interesan tales otras, está moviéndose en el campo de las identidades transcorporales, identidades que trascienden las sensaciones individuales de su cuerpo y se hallan insertas en el ámbito de los roles, los valores y los objetivos intersubjetivos. La mayor parte de los ítems que, en ese estadio, definen su identidad ya no son egocéntricos sino culturales y sociocéntricos. De modo que, cuando usted experimenta su «yo», lo que realmente está experimentando es un conjunto de eventos intersubjetivos porque usted ha dejado ya de existir dentro de su piel ha comenzado a hacerlo también en un determinado entorno cultural. Usted se ha descentrado y ha trascendido la identidad estrictamente ligada al cuerpo. ¡Ni siquiera puede llegar a pensar quién es fuera de ese círculo cultural que trasciende las fronteras de su piel!

Con el fulcro 5 y la aparición de la racionalidad, su identidad se descentra o expande una vez más, trascendiendo, en esta ocasión, toda identidad meramente etnocéntrica o sociocéntrica y asumiendo una identidad postconvencional y mundicéntrica. En este estadio, usted ha dejado de existir como ser etnocéntrico, le duele ser exclusivamente etnocéntrico y está identificado con una perspectiva global. En este estadio usted ha experimentado un nuevo descentramiento, una nueva trascendencia y su identidad real se halla inserta en una conciencia global y mundicéntrica que pertenece al ámbito de todos los seres humanos.

Éste es un nuevo paso hacia adelante en el camino que conduce a la experiencia real de su identidad esencial, no sólo con todos los seres humanos sino con todos los seres vivos. La conciencia global o mundicéntrica simplemente constituye un paso más hacia adelante, un paso que trasciende los prejuicios antropocéntricos y tiene en cuenta a todos los seres vivos. Es en este nivel donde usted experimenta el Alma del Mundo.

Y, si usted tiene en cuenta todos los pasos que ya ha dado a lo largo del proceso de expansión de su identidad, el paso que lleva de lo mundicéntrico al Alma del Mundo es más bien modesto, es la prolongación simple y natural del proceso evolutivo de trascendencia e inclusión, de despliegue y repliegue. Cada nueva emergencia constituye un descentramiento, una trascendencia que va descubriendo más aspectos del «mundo externo» como algo realmente «interno» y va integrándolos como una parte de su propio ser.

Es como si las moléculas se despertasen una mañana y descubrieran que los átomos están dentro de ellas, formando parte de su propio ser; como si las células se despertasen una mañana y descubrieran que las moléculas están en su interior y forman parte de su ser. Del mismo modo, usted también puede despertarse una mañana y descubrir que la naturaleza forma parte de usted, que literalmente se halla su interior. No es que usted forme parte de la naturaleza sino que la naturaleza forma parte de usted. Y es por ello que, a partir de ese momento, usted comienza a tratar a la naturaleza del mismo modo que trata a sus pulmones o a sus riñones. Es entonces cuando una ética ambiental espontánea brota de su corazón y le impide seguir mirando un río, una hoja, un ciervo o un petirrojo, con la misma mirada con la que antes lo hacía.

Tal vez esto le parezca muy extraño y muy lejano… hasta que llegue a experimentarlo. Pregunte, si no, a este respecto, a los astronautas del Apolo.

P.: Tal como usted lo plantea parece tratarse de una progresión natural.

K. W.: Así es. Como ya he dicho, el paso del centauro al mundo nos parece muy radical porque tendemos a creer que el centauro constituye una conciencia individual exclusivamente ligada al cuerpo cuando, en realidad, el único estadio en el que la conciencia está atrapada en el cuerpo es el fulcro 2. ¡Cualquier estadio posterior ya ha trascendido la identidad meramente corporal!

Y, si tratamos de definir la conciencia transpersonal como el fruto de una transformación «de un-solo-paso», de una transformación que conduce desde «el ego encapsulado en la piel» hasta el Alma del Mundo, nos encontraremos con muchos problemas. ¡Porque, de hecho, no se trata de un proceso «de un-solo-paso» sino de un proceso, cuanto menos, de siete pasos! En el camino que conduce al Alma del Mundo hay, al menos, siete fulcros, siete grandes cambios de paradigma.

La ecología profunda y el ecofeminismo

P.: Los ecólogos profundos dan mucha importancia al Yo profundo, al Yo eco-noético.

K. W.: Así es y, desde cierto punto de vista, soy un devoto admirador de su obra porque los ecólogos tienen un importante mensaje para el mundo moderno: descubra a ese Yo profundo que engloba la totalidad de la naturaleza y luego trátela con el mismo respeto con el que se trataría a sí mismo.

Pero es precisamente ahí, en mi opinión, donde creo que cometen un error, porque toman su experiencia del Yo eco-noético, del Alma del Mundo, y la reducen al cuadrante inferior derecho, concluyendo entonces que «todos nosotros somos hebras de la gran red», cayendo entonces en un holismo empírico —un holismo de la Mano Derecha— que sólo tiene en cuenta el ajuste funcional y termina destruyendo completamente todo tipo de dimensión interior. Estos teóricos reducen al Kosmos a un mapa monológuico del sistema social —al que suelen denominar Gaia—, un mapa chato que no suele prestar atención a las seis o siete profundas transformaciones que conducen hasta el punto en que es posible concebir siquiera un sistema global.

En consecuencia, su noble y genuina intuición del Yo eco-noético queda reducida a la formulación de que «todos nosotros somos hebras de la gran red». Pero ésa no es exactamente la experiencia del Yo eco-noético, porque, en la experiencia mística natural, usted no es una hebra en la red sino que es la totalidad de la red. Usted está haciendo algo que una mera hebra de la red no podría hacer, escapar de su parcialidad, trascenderla y fundirse con la totalidad. Y el mismo hecho de que pueda ser consciente del sistema global evidencia precisamente que usted no es —como afirma esta postura— simplemente una de sus facetas.

De modo que «explicar» esta experiencia en términos de sistemas o de «redes-de-vida» es una forma muy pobre de interpretarla. Los ecomasculinistas prefieren los abordajes sistémicos mientras que las ecofeministas, por su parte, los desdeñan por considerarlos demasiado masculinos y abstractos y abogan, en su lugar, por el ecosentimentalismo y los abordajes relacionales. Pero lo triste es que unos y otras se hallan asentados en el mundo monócromo de la localización simple.

Si uno sostiene ese tipo de chato reduccionismo termina creyendo que para transformar el mundo basta simplemente con conseguir que todo el mundo acepte su mapa monológuico, olvidándose de los seis o siete estadios interiores que el cartógrafo debe realmente atravesar hasta llegar al punto en el que realmente pueda acceder a esa perspectiva.

P.: Algo parecido a lo que hacen los multiculturalistas.

K. W.: Efectivamente, algo parecido a lo que hacen los multiculturalistas. En tal caso, usted soslaya todos los estadios de trascendencia que le han conducido hasta este noble punto, con lo cual no sólo cierra la puerta a la misma trascendencia (¡el camino real!) sino que colapsa el complejo proceso de transformación a una transformación simplista «de un-solo-paso», en la que se supone que basta con estar de acuerdo con su mapa de Gaia para alcanzar la salvación. Y, como también ocurre con la mayoría de los multiculturalistas, los ecomasculinistas y las ecofeministas son muy intransigentes y muy beligerantes en su afirmación de que todos los estratos de la red son igualmente importantes, pero desdeñan, sin embargo, a quienes están en desacuerdo con ellos.

El hecho es que no sólo debemos tener en cuenta las dimensiones de la Mano Derecha sino que también debemos considerar las dimensiones interiores, las dimensiones de la Mano Izquierda (el sustrato lingüístico y cultural, los métodos de interpretación, los diversos estadios de evolución de la conciencia, los intrincados niveles del desarrollo moral, los sucesivos descentramientos necesarios, los criterios de validación de la verdad, la sinceridad y la justicia, los grados de profundidad holoárquica, la jerarquía de identidad crecientemente expansiva, las técnicas de trascendencia, etcétera). Todas éstas son dimensiones propias de la Mano Izquierda ¡que se hallan completamente ausente, por cierto, de los mapas monológuicos propios de la Mano Derecha de Gaia!

Y es precisamente por esta misma razón que usted no encontrará ninguna discusión interesante sobre estos tópicos en los libros de ecología profunda, ecofeminismo o ecofilosofía, aunque el hecho es que, sin esos factores, difícilmente arribará al Nuevo Mundo porque ni siquiera sabrá cómo reclutar a los tripulantes y cuál deberá ser el rumbo a seguir.

P.: De modo que la experiencia del Yo eco-noético puede ser muy genuina pero terminar siendo interpretada de una manera muy inadecuada.

K. W.: Eso es lo que creo. Y nosotros queremos rescatar la profunda intuición del Yo eco-noético y de la comunidad entre todos los seres dándole una interpretación más adecuada que no reduzca todos los cuadrantes al inferior derecho, a «Gaia», sino que tenga en cuenta a los cuatro cuadrantes a través de los cuales se manifiesta el Espíritu. Creer que el meollo de la auténtica transformación se asienta en un mapa reduccionista del «nuevo paradigma» supone escamotear las dimensiones de la Mano Izquierda en las que realmente tiene lugar la transformación. Es por ello que este tipo de aproximaciones suele boicotear completamente la trascendencia y la transformación real, fomentando la retribalización de su propio nivel de adaptación, sin importar cuán superficial sea ésta. A fin de cuentas, cualquier persona que se halle en un estadio meramente egocéntrico puede vendernos un mapa gaiacéntrico.

P.: De modo que no deberíamos olvidar el camino de la Mano Izquierda.

K. W.: Así es. No queremos quedar atrapados en un chato mapa holístico que, como ya hemos visto, es el paradigma fundamental de la Ilustración. Ése es el reduccionismo sutil que ha colapsado las dimensiones de la Mano Izquierda del Kosmos a las dimensiones de la Mano Derecha y ha terminado reduciendo todo «yo» y todo «nosotros» a «ellos» interrelacionados, toda profundidad interior al mero ajuste funcional y todas las dimensiones translóguicas y dialóguicas a lo exclusivamente monológuico. ¡De modo que la gran red holística de «ellos» interrelacionados que poseen localización simple es algo completa y absolutamente chato!

Por esa razón —y por muchas más cosas— la mayor parte de los ecoteóricos son completamente fieles a la agenda de la Ilustración. Ya sé que ellos afirman sostener un paradigma radicalmente nuevo pero el hecho es que ese paradigma tiene dos o tres siglos de antigüedad y ya ha demostrado palpablemente su ineficacia. En su momento, ese paradigma no posibilitó la transformación y no hay ninguna razón para sospechar que ahora pueda hacerlo. Hace ya tiempo que los «ecoholistas» han prometido la transformación y nunca la han logrado. Ésta, de hecho, ha sido una de las expectativas de transformación más prolongadas de la historia.

Yo creo que algunos de ellos tienen una intuición genuina del Yo eco-noético, pero el hecho es que terminan reduciéndola a las dimensiones chatas y monológuicas propias de la Mano Derecha, con lo cual no promueven la transformación global sino que, por el contrario, fomentan la retribalización y la fragmentación regresiva de la conciencia. Es como si este abordaje tuviera un punto ciego que les impidiera tomar conciencia de este hecho y que ésa fuera la causa que suele terminar convirtiéndoles en una aproximación preconvencional que alienta inconscientemente la conciencia egocéntrica.

El eneagrama y el esqueleto básico

P.: Quisiera regresar a este punto cuando hablemos de la religión chata y de la religión de Gaia (Tercera Parte). Pero estábamos hablando del Yo eco-noético y usted decía que era una de las formas del nivel psíquico del desarrollo de la conciencia. ¿Cuáles son las otras?

K. W.: Todos los desarrollos del nivel psíquico comparten el hecho de tener un pie en el reino ordinario y personal y el otro en los dominios transpersonales. Y así, por más diferentes que puedan parecer los distintos fenómenos psíquicos, todos ellos comparten la misma estructura profunda, una estructura que supone haber comenzado a trascender la realidad ordinaria, el cuerpo, la mente y la cultura ordinaria.

Algunos de estos fenómenos trascendentales incluyen estados meditativos preliminares: visiones y viajes chamánicos, el despertar de la energía kundalini (y el despliegue de toda la anatomía psíquica de los canales, energías y esencias sutiles), una sensación abrumadora de lo numinoso, el despertar espiritual espontáneo, la liberación de los traumas profundos del pasado (incluido el trauma del nacimiento), la identificación con determinados aspectos de la naturaleza (plantas y animales) y la identificación con la totalidad de la naturaleza (conciencia cósmica, misticismo natural y Alma del Mundo).

P.: ¿Cómo sabe usted que estos fenómenos realmente existen?

K. W.: En la medida en que el Yo observador comienza a trascender al centauro, aparecen dimensiones más profundas o más elevadas de la conciencia y también emerge una nueva visión y un nuevo espacio del mundo. Y todos los ítems que acabamos de enumerar son objetos que pueden ser directamente percibidos en este nuevo espacio psíquico del mundo. Estoy hablando de cuestiones que son tan reales en el espacio psíquico como las piedras lo son en el espacio sensoriomotor o los conceptos en el espacio mental.

Si su cognición despierta o se desarrolla hasta el nivel psíquico, usted simplemente percibe esos nuevos objetos del mismo modo que percibe las rocas en el mundo sensorial o las imágenes en el mundo mental, meros datos que se presentan a su conciencia y cuya realidad es tan patente que usted no debe perder tiempo determinándola.

Obviamente, si no ha despertado y no ha desarrollado el nivel psíquico, no verá nada de esto, del mismo modo que una roca tampoco verá las imágenes mentales y, en tal caso, es muy probable que se le ocurran cosas muy desagradables sobre las personas que sí las ven.

P.: Así que el nivel psíquico es simplemente un espacio más amplio del mundo en el que pueden presentarse un amplio abanico de nuevos fenómenos.

K. W.: Así es. Y lo mismo podríamos decir con respecto a cualquier otro espacio. Las estructuras básicas de conciencia que estoy subrayando, desde la inferior hasta la superior, no son más que el esqueleto de una realidad mucho más rica y compleja. Y, para encarnar este esqueleto, hay mucho trabajo que hacer, tanto en los dominios inferiores como en los dominios superiores.

Tomemos, por ejemplo, la teoría de las inteligencias múltiples de Martin Gardner, la idea de que el desarrollo no está ligado a un solo tipo de capacidad sino que depende de muchas facultades relativamente independientes (desde el talento musical hasta la capacidad artística, la matemática y la atlética, por ejemplo), una idea con la que estoy completamente de acuerdo. Y nosotros también podemos calibrar la distinta profundidad de estas capacidades evolutivas, capacidades que caen dentro de las estructuras del desarrollo de la conciencia de que hemos hablado pero que constituyen habilidades relativamente independientes y se despliegan siguiendo su propia lógica.

Si echa un vistazo a la Figura 9.1 verá que cada una de las estructuras básicas sigue una línea curva de desarrollo creciente. Pero el hecho de que enumeremos la cognición sensoriomotora, por ejemplo, como el nivel 1, no significa, sin embargo, que su desarrollo concluya con la emergencia del nivel 2, sino que existe, por el contrario, la posibilidad de proseguir evolucionando hasta alcanzar habilidades sensoriomotoras ciertamente superiores. En este sentido, son muchas las personas que hoy en día reconocen la existencia de un «lado psíquico del deporte» (como ha señalado Michael Murphy, muchos grandes atletas y bailarines entran en espacios psíquicos muy profundos en los que alcanzan un rendimiento físico verdaderamente excepcional).

P.: ¿Existe alguna correspondencia entre los diferentes tipos de personalidad y el espectro de conciencia?

K. W.: La mayor parte de las tipologías son configuraciones caracteriales que pueden presentarse —y se presentan— en casi todos los niveles de conciencia (exceptuando ambos polos extremos). La más sencilla y la mejor conocida de todas ellas es probablemente la que diferencia el tipo introvertido del tipo extravertido, una diferencia que no se refiere tanto a niveles de conciencia como a los tipos que se presentan dentro de cada uno de los niveles. De este modo, usted puede hallarse en el nivel 4, por ejemplo, y ser un introvertido o un extravertido.

P.: ¿Y qué puede decir con respecto al eneagrama?

K. W.: Exactamente lo mismo. El eneagrama nos presenta nueve tipos fundamentales de personalidad, que no son tanto niveles de conciencia como tipos de personalidad presentes en cualquiera de los niveles de conciencia. De ese modo, usted dispone de nueve tipos en cada uno de los nueve grandes niveles de conciencia. ¿Se da cuenta del aspecto que podría asumir un modelo espectral global auténticamente multidimensional?

En la medida en que la personalidad comienza a crecer y desarrollarse durante los tres primeros fulcros, tiende a instalarse en uno de los nueve tipos eneagramáticos, dependiendo fundamentalmente de las predisposiciones innatas y del principal mecanismo de defensa. Y estos tipos permanecen y dominan la conciencia hasta el fulcro 7 —en los comienzos de los dominios transpersonales—, en donde empiezan a transformarse en su correspondiente sabiduría o esencia.

P.: ¿Qué quiere decir con eso?

K. W.: Esta idea está basada en la noción tántrica de la que nos hablan el sufismo y el budismo, de que, si usted se adentra consciente en un estado inferior —o incluso un estado manchado—, terminará transformando ese estado en su correspondiente sabiduría (si usted entra despierto en la pasión descubrirá la compasión, por ejemplo; si entra despierto en la angustia encontrará la claridad, etcétera). Las tradiciones nos proporcionan distintos ejemplos de estas transformaciones, pero usted puede ver el punto general que creo que es completamente válido. Del mismo modo, con el desarrollo superior, los tipos eneagramáticos posibilitan también el despliegue de la esencia o sabiduría correspondiente.

El eneagrama no cubre muy bien las dimensiones sutiles ni las dimensiones causales. Pero el hecho de que incorpore la sabiduría psíquica transpersonal puede llegar a convertirla, en las manos adecuadas, en una poderosa herramienta de transformación. El eneagrama fue creado fundamentalmente por Oscar Ichazo, Helen Palmer ha trabajado mucho con él y Don Riso ha comenzado recientemente a utilizar los diferentes tipos eneagramáticos en conjunción con el espectro de conciencia, una visión que ciertamente apruebo. El «enfoque del diamante», de Hameed Ali, hunde sus raíces en el eneagrama y el sufismo pero le agrega sus propias, distintivas y útiles herramientas y perspectivas.

Hoy en día, sin embargo, el eneagrama está popularizándose en Estados Unidos y se está convirtiendo en un nuevo juguete psicológico, «¡Elija su número y descubra su verdadero Yo!», lo cual, por cierto, me parece sumamente desacertado.

P.: Pero, en el mejor de los casos, los tipos y los niveles cubren las dimensiones verticales y horizontales, ambas importantes.

K. W.: Sí. En los niveles superiores puedo dar el ejemplo del modelo con el que Roger Walsh analiza al chamanismo. El modelo de Walsh recurre a una rejilla multidimensional, compuesta por los distintos niveles fundamentales del desarrollo transpersonal (psíquico/sutil, causal y no dual) —a modo de escala vertical— a los que entrecruza con una serie de variables (desde el locus de control hasta el arousal, el afecto y la capacidad de concentración) —a modo de escala horizontal—, con la que analiza los estados transpersonales, permitiéndonos así aumentar extraordinariamente nuestro conocimiento a este respecto.

Todos éstos son ejemplos de cómo ir articulando el esqueleto básico que estoy presentando, porque el hecho de que hayamos centrado nuestra atención en la evolución de este esqueleto no significa que otros aspectos no sean igualmente importantes.

Fulcro 8: El nivel sutil

P.: ¿Qué es lo que ocurre cuando la evolución trasciende lo psíquico y se adentra en lo sutil?

K. W.: El nivel «sutil» simplemente se refiere a aquellos procesos que son más sutiles que la conciencia vigílica ordinaria, las iluminaciones y los sonidos interiores, las formas y pautas arquetípicas, las corrientes y las cogniciones extraordinariamente beatíficas (shabd, nada), los estados expandidos del amor y la compasión y también estados patológicos sutiles de lo que podría ser denominado terror kósmico, mal kósmico u horror kósmico, porque, como siempre ocurre, la dialéctica de la evolución implica que el desarrollo en el nivel sutil sea algo más complejo que pasar un día en la playa.

A todo este tipo de misticismo le denominamos misticismo teísta porque implica nuestra propia Forma Arquetípica, la unión con Dios o la Diosa, la unión con saguna Brahman, el estado de nirvikalpa samadhi, etcétera. Esta unión o fusión con la Deidad, esta unión con Dios —llamémosle como le llamemos— constituye el comienzo de la fase de fusión del fulcro 8.

Ya no se trata, por tanto, del misticismo natural, ni de la unión con el mundo grosero o natural —lo que los budistas denominan Nirmanakaya—, sino de una unión más profunda con las dimensiones más sutiles del Sambhogakaya, el cuerpo de beatitud interior, el cuerpo de transformación que trasciende e incluye al dominio ordinario o natural pero que no se halla limitado a él. De este modo, el misticismo natural termina dando lugar al misticismo teísta.

P.: ¿Estos niveles se hallan plenamente presentes en los seres humanos antes de su emergencia? ¿Existen de forma potencial aguardando el momento de su emergencia?

K. W.: Plenamente formados no. Las estructuras profundas de esos niveles superiores se hallan presentes de manera potencial en todos los seres humanos, pero, en la medida en que van comenzando a desplegarse, sus estructuras superficiales reales van siendo moldeadas por los cuatro cuadrantes, es decir por las pautas intencionales, conductuales, culturales y sociales.

Pongamos, a modo de ejemplo típico, a una persona que ha experimentado una intensa iluminación interior, una iluminación propia del nivel sutil (tal vez en una experiencia de aproximación a la muerte). Si esa persona es cristiana podría interpretarla como Cristo, como un ángel o como un santo, mientras que si es budista, por su parte, lo interpretaría como el Sambhogakaya o como el cuerpo de beatitud del Buda o si es junguiana lo haría como una experiencia arquetípica del Yo, etcétera. Como ya hemos dicho, las profundidades deben ser interpretadas y esas interpretaciones no son posibles fuera del contexto que proporciona muchas de las herramientas necesarias para llevar a cabo la interpretación. Es inevitable que el sustrato individual, el sustrato cultural y las instituciones sociales proporcionen el sustrato necesario para interpretar estas experiencias profundas.

Así pues, las estructuras superiores no son como pequeños tesoros enterrados en el psiquismo esperando el momento de aflorar a la superficie. Las estructuras profundas están dadas pero no ocurre lo mismo con las estructuras superficiales, y la experiencia misma tiene un componente interpretativo que no puede funcionar sin la existencia de varios sustratos, ¡sustratos que, por otra parte, simplemente no existen en su psiquismo!

Pero el hecho de rechazar la preexistencia de este tipo de estructuras no significa que tengamos que caer en el error contrario del constructivismo radical. La realidad básica de la experiencia interior de iluminación sutil no es algo que haya sido construido de manera arbitraria por la cultura, porque estas experiencias se presentan en todas las culturas aunque, en algunos casos, el contexto oficial las niegue o las prohíba.

Así pues, el hecho de que estas experiencias tengan un componente interpretativo no significa que sean meras creaciones culturales. Es cierto que cuando usted contempla una puesta de sol también aporta interpretaciones culturales a esa experiencia —románticas, racionales o lo que fuere— y que cada una de ellas agrega un determinado tono a la experiencia, ¡pero eso no significa que el sol dejaría de existir si su cultura desapareciese!

Estamos hablando de acontecimientos ontológicamente reales, de eventos que existen y tienen referentes reales, aunque esos referentes, obviamente, no existen en el espacio sensoriomotor, ni en el espacio racional, ni tampoco en el espacio existencial, ¡así que difícilmente encontrará evidencia de ellos en alguno de esos espacios! Esas experiencias existen en el espacio sutil del mundo, ahí es donde realmente podrá encontrar evidencias palpables de su existencia.

Jung y los arquetipos

P.: Usted ha mencionado a los arquetipos sutiles, pero creo que no los entiende como si se tratara de arquetipos junguianos.

K. W.: Así es. Éste es un tópico muy complejo y no creo que tengamos tiempo de estudiarlo en detalle. La mayor parte de los arquetipos junguianos son imágenes primordiales heredadas colectivamente, formas básicas que existen en las dimensiones mágicas y míticas de la conciencia humana y que no deben, en modo alguno, ser atribuidas a los dominios psíquico y sutil.

P.: ¿Qué es un arquetipo junguiano?

K. W.: Los arquetipos junguianos son imágenes básicas o formas psíquicas primordiales heredadas. Estas imágenes básicas o fundamentales representan las experiencias típicas comunes a las que se han visto expuestos los seres humanos en todo tiempo y en todo lugar, la experiencia del nacimiento, de la madre, del padre, de la sombra, del viejo hombre sabio, del mentiroso, del ego, del anima y del animus (masculina y femenino, respectivamente), etcétera.

Y los millones de millones de encuentros pasados con estas situaciones típicas han terminado sedimentando, por así decirlo, en el psiquismo de la raza humana esas imágenes primordiales, las imágenes comunes a todo ser humano a las que se refieren los grandes mitos de todo el mundo.

Y puesto que las formas rudimentarias de esas imágenes míticas impregnan el psiquismo individual, cuando usted se relaciona, por ejemplo, con su madre, no sólo está relacionándose con ella sino que también está haciéndolo con la Madre del Mundo, con la Gran Madre, una imagen arquetípica que se halla estampada en su psiquismo y puede, en consecuencia, tener un impacto sobre su conciencia completamente desproporcionado con respecto a la relación real que haya sostenido con su madre biológica.

El clásico análisis junguiano no sólo analiza e interpreta el inconsciente individual, los hechos concretos que le hayan sucedido a lo largo de la vida con su padre y con su madre, sino que también se ocupa de analizar e interpretar el estrato colectivo en el que se halla el material arquetípico.

Quizás, por ejemplo, haya usted activado el arquetipo de la Madre Devoradora —un arquetipo que no tenga nada que ver, por cierto, con su amorosa y atenta madre—, y tema verse engullido por el mundo de las relaciones, por la proximidad emocional o por la intimidad personal. Tal vez no se halle usted en las garras de la madre real sino de un arquetipo que se presenta en los sueños bajo la forma, por ejemplo, de una gran araña negra que trata de devorarle.

Así pues, una de las cosas que tal vez deba hacer cuando analice el estrato arquetípico colectivo, es estudiar el nivel en el que se mueven las grandes tradiciones mitológicas del mundo, los encuentros primordiales típicos (y, por consiguiente, arquetípicos) entre los que se encuentra el maternaje. Ese conocimiento, en otras palabras, le proporcionará la comprensión necesaria para aproximarse más auténticamente a esas imágenes primordiales e interpretarlas del modo más adecuado. Entonces será capaz de diferenciarse del conmocionante impacto que provocan en su conciencia y podrá integrarlas más adecuadamente en su vida cotidiana.

P.: ¿De modo que los arquetipos junguianos vienen a ser los depositarios de los encuentros colectivos primordiales típicos de la raza humana, por así decirlo?

K. W.: En su mayor parte. Y yo estoy plenamente de acuerdo con esta visión de los arquetipos junguianos. De hecho, estoy tan de acuerdo con la perspectiva junguiana que, en muchos sentidos, me considero un junguiano.

Pero el hecho es que colectivo no necesariamente significa transpersonal. La mayor parte de los arquetipos junguianos son, como ya he dicho, simples imágenes arcaicas que subyacen en las estructuras mágica y mítica y que, desde los fulcros, 2, 3 y 4, ejercen una presión sobre la conciencia. Y no hay nada especialmente transracional o transpersonal en todo ello. Es importante tener en cuenta a los «arquetipos» para diferenciarlos e integrarlos (trascender e incluir), pero también debemos saber que no tienen nada que ver con la conciencia transpersonal o auténticamente espiritual. De hecho, la mayor parte de ellos son impulsos regresivos de la conciencia, lastres que impiden el desarrollo superior, precisamente lo que debemos superar, no aquello con lo que debemos identificarnos.

Repitámoslo una vez más, el hecho de que algo sea colectivo no significa que sea transpersonal. Existen estructuras colectivas prepersonales (mágica y mítica), estructuras colectivas personales (racional y existencial) y estructuras colectivas transpersonales (psíquica y sutil). Que una estructura sea colectiva significa simplemente que está presente de manera universal, como la sensación, la percepción, el impulso, la emoción, etcétera, y eso no es necesariamente transpersonal, sino simplemente colectivo o común. Todos nosotros heredamos diez dedos de los pies pero a nadie que tenga una experiencia de sus pies se le ocurrirá, por ello, afirmar que ha tenido una experiencia transpersonal.

P.: ¿Qué puede decir de libros tan populares como Las diosas de cada mujer, de Jean Shinoda Bolen? ¿Se trata de libros basados en motivos mitológicos o arquetipos o se trata, acaso, de libros espirituales?

K. W.: Depende de lo que usted entienda por «espiritual». Si con ello quiere decir «transpersonal» no lo creo. Yo no creo que esos libros sean especialmente transpersonales. He de decir también que me gustan ese tipo de libros pero que no creo que haya en ellos mucho de genuinamente transpersonal o espiritual. En el libro del que usted ha hablado hay una excelente presentación de los dioses y diosas «arquetípicas» que heredamos colectivamente los hombres y las mujeres, desde la estabilidad y paciencia de Hestia hasta la sexualidad y sensualidad de Afrodita y la fortaleza e independencia de Artemisa. Pero esos dioses y diosas no son modalidades transpersonales o místicas de la conciencia, sino imágenes y roles típicos y cotidianos de que disponen los hombres y las mujeres, meros conceptos (fulcro 3) y roles (fulcro 4) que representan potenciales comunes y típicamente disponibles de todo ser humano.

Yo no niego la utilidad de esos roles míticos. Tal vez, como mujer, usted no sea consciente de su propia fortaleza e independencia y necesite estar más en contacto con la Artemisa que hay en usted. En tal caso, la lectura de los mitos e historias de Artemisa puede facilitarle el acceso a este estrato arquetípico de su propio psiquismo y despertar ese potencial en su propia vida.

Pero esto, que ciertamente es extraordinario, no tiene nada de transpersonal. Éste es un rol propio del estadio mítico-pertenencia, una persona, un tipo de relación del ego que no tiene, en consecuencia, nada que ver con lo transegoico, porque lo colectivo no es especialmente transpersonal. Una parte de la penuria espiritual de este país consiste en calificar de espiritual a algo tan prosaico como el hecho de establecer contacto con el fuerte ego de Artemisa, lo cual resulta ciertamente lamentable.

P.: ¿Existen arquetipos junguianos que sean realmente transpersonales o transracionales?

K. W.: La mayor parte de los arquetipos junguianos, los arquetipos míticos, son prepersonales o, al menos, prerracionales (mágico y mítico), otros son personales (ego, persona) y unos pocos son difusamente transpersonales (el viejo hombre sabio, el Yo, el mandala). Pero esos arquetipos «transpersonales» resultan muy «anémicos» si los comparamos con los dominios transpersonales.

Ninguno de los mitos clásicos del mundo, por ejemplo, se refiere a los dieciocho estadios del desarrollo transpersonal de los que nos habla la tradición Mahamudra del budismo tibetano, ni tampoco encontrará nada que se asemeje a sus minuciosas descripciones de los estadios superiores en las historias de Zeus, Héctor o Caperucita Roja.

Porque el hecho es que esos dieciocho estadios del desarrollo contemplativo no tienen nada que ver con experiencias típicas, comunes y cotidianas, sino con estadios muy poco frecuentados del desarrollo transpersonal en los dominios psíquico, sutil y causal y, en consecuencia, son completamente ignorados por cualquiera de las mitologías clásicas del mundo. Hera, Demeter, Ricitos de Oro, Artemisa, Perséfone y Hansel y Gretel jamás alcanzaron esos estadios, por ello nunca encontrará referencias de esos estadios superiores en Robert Bly, James Hillman, Edward Edinger, Marie-Louise von Franz, Walter Odajnyk o cualquiera otro neojunguiano.

P.: Esto ha confundido mucho los estudios religiosos porque, durante mucho tiempo, si usted estaba interesado en la psicología y en la espiritualidad, necesariamente tenía que ser junguiano.

K. W.: Así es. Como ya he dicho, los arquetipos míticos junguianos son muy reales y muy importantes. Pero al no diferenciar claramente entre los componentes prepersonales, personales y transpersonales de los arquetipos, Jung terminó abriendo la puerta a la confusión entre lo colectivo (y «arquetípico») y lo transpersonal, lo espiritual y lo místico.

Por ello, hoy en día, Jung tiende a representar un movimiento psicológicamente muy regresivo según el cual la conciencia se divide en dos grandes dominios, lo personal y lo colectivo, a lo que suele calificarse erróneamente como espiritual, místico y transpersonal.

Son muchos los teóricos cansados del perspectivismo racional postconvencional y mundicéntrico que abogan por una vuelta regresiva a lo egocéntrico, lo vital-impulsivo, lo polimorfo o el revival emocional-fantásmico y que confunden al yo propio del fulcro 2 con el «alma». Pero si les hiciéramos caso terminaríamos buscando al Espíritu en aproximaciones que no sólo no están más acá del ego sino que, de hecho, simplemente impiden su emergencia.

P.: ¿Qué son, pues, los arquetipos «reales»?

K. W.: Desde las tradiciones neoplatónicas occidentales hasta el vedanta, el mahayana y el trikaya orientales, los arquetipos reales son las semillas-forma sutiles de las que depende toda manifestación. En los estados profundos de la conciencia contemplativa, uno empieza a comprender que el Kosmos emana directamente de la Vacuidad, de la Pureza primordial, de Nirguna Brahman, de Dharmakaya, y las primeras Formas que emergen de esta Vacuidad son las Formas básicas de las que depende toda forma inferior.

Los arquetipos reales —un término que significa «pauta original» o «molde primordial»— son una Luz comparada con la cual todas las luces inferiores son meras sombras, una Beatitud comparada con la cual todas las alegrías inferiores son meros remedos, una Conciencia comparada con la cual toda cognición es un mero reflejo, un Sonido primordial comparado con el cual todo sonido inferior es un simple eco.

Cuando encuentre este tipo de afirmaciones en Plotino, Asanga, Garab Dorje, Abhinavigupta o Shankara, tenga por cierto que no se trata de meras corazonadas teóricas o de simples postulados metafísicos, sino de revelaciones experienciales reales que aparecen directamente en la dimensión sutil de la realidad y que luego son interpretadas en función del sustrato de esos individuos. Dicho de otro modo, el espacio sutil es el trasfondo del que emana esta realidad ontológica profunda.

Y si usted quiere saber de qué están realmente hablando esos hombres y esas mujeres deberá comprometerse con una práctica, una enseñanza o un determinado paradigma contemplativo y llevar a cabo el experimento por sí mismo. Los arquetipos, los auténticos arquetipos, son una experiencia meditativa imposible de comprender hasta que realice la experiencia. No se trata de imágenes que se muevan en el espacio mítico ni de conceptos filosóficos que existan en el espacio racional, sino de experiencias meditativas que aparecen en el espacio sutil.

De modo que la experiencia meditativa puede proporcionarle los datos arquetípicos que luego deberá interpretar. Y la interpretación más comúnmente aceptada es que usted está contemplando las formas básicas y los fundamentos del mundo manifiesto, contemplando directamente el Rostro de lo Divino. Como decía Emerson, que los intrusos se quiten los zapatos porque nos adentramos ahora en los dominios del Dios interior.