11. EN EL CAMINO A LO GLOBAL: SEGUNDA PARTE
P.: Estábamos hablando de las transformaciones internas que tienen lugar «en el camino que conduce a lo global» y de todos los problemas que pueden obstaculizar la emergencia de esta conciencia global.
K. W.: Sí. Y habíamos arribado al punto en que tiene lugar el cambio de paradigma que conduce de la modalidad de conciencia preconvencional a la modalidad convencional (desde el fulcro 3 hasta el fulcro 4), un cambio que resulta especialmente evidente en la capacidad de asumir el rol de los demás. Y, a lo largo de todo este proceso, podemos advertir una continua disminución del egocentrismo, puesto que la evolución global del ser humano —el telos del desarrollo humano— apunta hacia estados cada vez menos egocéntricos.
Pero la batalla evolución versus egocentrismo es también la contienda arquetípica global del universo. El impulso evolutivo a producir más profundidad es sinónimo del impulso a superar el egocentrismo, a descubrir totalidades cada vez más completas y a desplegar unidades cada vez más elevadas. En este sentido, la molécula es menos egocéntrica que el átomo y la célula, a su vez, menos que la molécula. Y en ningún caso resulta más patente este rasgo que en el desarrollo humano.
Evolución versus egocentrismo
P.: De modo que la evolución consiste en una continua disminución del egocentrismo.
K. W.: Así es, un continuo descentramiento. Veamos ahora una cita de Howard Gardner que resume perfectamente la investigación que se ha realizado en este sentido.
Gardner comienza señalando que el desarrollo se caracteriza por «una disminución del egocentrismo». Según él «el niño es completamente egocéntrico, lo cual no quiere decir que sólo piense egoístamente en sí mismo puesto que, de hecho, es incapaz de pensar en sí mismo. El niño egocéntrico es incapaz de diferenciarse del mundo, todavía no se ha separado del mundo, todavía no se ha diferenciado de los demás ni de los objetos. Es por ello que cree que todos participan de su sufrimiento o de su placer, que sus protestas serán inevitablemente comprendidas, que su perspectiva es compartida por todas las personas y que hasta las plantas y los animales participan de su conciencia. Cuando juega al escondite cree que basta con que él no vea a los demás para que éstos no le vean a él porque su egocentrismo le impide reconocer que los demás son conscientes de su ubicación. El proceso de desarrollo humano puede ser considerado como una continua disminución del egocentrismo…».
P.: ¿De modo que el narcisismo, o el egocentrismo, es mayor en el fulcro 1 y, a partir de ese estadio, va disminuyendo gradualmente de manera continua?
K. W.: Exactamente. ¡A menor diferenciación mayor narcisismo! En el momento en que la identidad del niño deja de ser fisiocéntrica y pasa a ser biocéntrica —cuando pasa del fulcro 1 al fulcro 2— el egocentrismo disminuye un poco. A partir de entonces, el niño ya no trata al mundo físico como una prolongación de sí mismo por la sencilla razón de que su identidad física ya se ha diferenciado del mundo físico. Pero el yo emocional y el mundo emocional todavía no se han diferenciado, por ello sigue todavía considerando al mundo emocional como una extensión de sí mismo y el narcisismo emocional se halla en su punto culminante. El yo biocéntrico o ecológico propio del fulcro 2 es todavía profundamente egocéntrico y considera que lo que él siente lo está sintiendo todo el mundo.
Con la emergencia del yo conceptual (fulcro 3) tiene lugar una nueva disminución del narcisismo. El yo es ahora un ego conceptual, pero ese ego rudimentario sigue siendo muy narcisista, preconvencional y egocéntrico y todavía no puede asumir el papel de los demás.
Por este motivo, en ocasiones resumo todo este proceso de disminución del narcisismo como una secuencia que va del fisiocentrismo al biocentrismo y luego al egocentrismo, tres estadios sucesivos en los que el egocentrismo es cada vez menor. Y, en el momento en que aparece la capacidad de asumir el rol de los demás, la perspectiva egocéntrica experimenta otro cambio radical y pasa de ser egocéntrica a ser sociocéntrica.
El fulcro 4 (Continuación): Los guiones de la vida social
P.: En otras palabras, el fulcro 4.
K. W.: Sí. En mi opinión, lo realmente importante, en este estadio, no es tanto cómo me relacione con mis impulsos sino cómo lo haga con mis roles, con mi grupo, con mis compañeros o —en un sentido algo más amplio— con mi región, mi país o mi gente. Ahora puedo asumir el rol de los demás y la forma en que me relacione con ellos resulta crucialmente importante. He experimentado un nuevo descentramiento, me he diferenciado una vez más, he trascendido una vez más y mi ego ha dejado de ser ya el centro del universo.
De modo que la actitud sociocéntrica constituye una transformación radical, un cambio fundamental de paradigma, una renuncia a las actitudes egocéntricas propias de los tres primeros fulcros. Pero debe advertir que, si bien la aparición del fulcro 4 supone la expansión de la consideración y el respeto desde mí hasta mi grupo… ¡no va, sin embargo, más allá de él! Y, si usted es miembro de mi grupo —de mi tribu, de mi mitología o de mi ideología—, también será «salvado», pero si pertenece a una cultura diferente, a un grupo diferente, a una mitología diferente o a un dios diferente, será condenado.
Con ello quiero decir que la actitud sociocéntrica o convencional tiende a ser muy etnocéntrica. La consideración y el respeto se han expandido desde mí hasta mi grupo… y eso es todo.
Es por ello que califico a esta postura convencional o socio-céntrica con el término de mítico-pertenencia. La visión del mundo propia del fulcro 4 todavía es mitológica y la atención y el respeto se expanden hasta incluir a quienes participan de la misma mitología, la misma ideología, la misma raza, el mismo credo, la misma cultura… pero no más allá. Si usted comparte mi mito será mi hermano o mi hermana, pero en caso contrario puede irse perfectamente al infierno.
En otras palabras, he experimentado un descentramiento desde mi ego hasta mi grupo pero todavía no puedo descentrarme de mi grupo que sigue siendo entonces el único grupo del universo. Todavía no puedo pasar de una actitud sociocéntrica y etnocéntrica a una actitud auténticamente mundicéntrica o universal, una actitud descentrada, universal y pluralista. ¡Aunque es cierto que hacia ella me dirijo lentamente! Es como si me hallara en camino a lo global y cada una de las distintas etapas de este camino supusiera un profundo descentramiento, una disminución del egocentrismo, una reducción del narcisismo, una trascendencia de lo superficial y un despliegue de lo profundo (palabras diferentes, todas ellas, para expresar la misma cosa, el mismo telos de la evolución).
De hecho, el siguiente paso, el fulcro 5, implica el acceso a la actitud postconvencional, global o mundicéntrica.
P.: Muy bien. Prosigamos, pues, con el fulcro 4, en el que la identidad deja de ser egocéntrica y pasa a ser sociocéntrica.
K. W.: Bien. El yo ha dejado ya de estar exclusivamente atado al cuerpo y a sus impulsos inmediatos pero todavía sigue atado al mundo de las reglas y los roles, todavía debe atenerse a guiones, roles y reglas aprendidas.
Muchos de estos guiones son absolutamente necesarios, son los medios a través de los cuales el sujeto va más allá de sí mismo y penetra en el círculo intersubjetivo de la cultura, en el ámbito de la consideración, el respeto, la relación y la responsabilidad, una dimensión en la que el sujeto empieza a ver en los demás su propio yo expandido y, en consecuencia, su consideración se expande hasta llegar a incluirlos. Es entonces cuando usted puede comenzar a ver el mundo a través de los ojos del otro y descubre una conciencia superior que resplandece más allá de los confines del yo y de lo mío.
Pero algunos de estos guiones pueden estar distorsionados y ser inadecuados, en cuyo caso nos encontramos con una «patología de guiones». En tal caso, la persona dispondrá de máscaras y mitos sociales falsos y dañinos: «soy una mala persona, no soy bueno, nunca puedo hacer nada bien».
Los falsos guiones son, en suma, la forma que asume la mentira en este nivel y esas mentiras sociales son las que alimentan el falso yo. No es sólo que se ha desconectado de sus emociones, sino que también ha perdido el contacto con el yo que podría ser en el mundo cultural, ha perdido el contacto con todos los roles positivos que podría asumir si no estuviera repitiéndose de continuo que no puede hacerlo.
P.: Y ése es, precisamente, el objetivo de la terapia cognitiva.
K. W.: Así es. Y también la terapia familiar, del análisis transaccional y de la nueva escuela de la terapia narrativa, por nombrar sólo a unas pocas. En ellas ya no se trata tanto de volver al pasado y a los primeros fulcros para tratar de desenterrar y descubrir alguna emoción o impulso sepultado (aunque tal cosa también puede ocurrir), sino de hace frente a las reglas, los guiones y los juegos falsos y distorsionados, guiones que no están basados en la evidencia presente, guiones irreales, mitos, en suma, que no resisten la evidencia racional.
Aaron Beck, uno de los pioneros de la terapia cognitiva, por ejemplo, ha descubierto que muchas personas deprimidas responden a una serie de guiones o creencias falsas que no dejan de repetirse como si fueran ciertas. Cuando estamos deprimidos solemos mentirnos a nosotros mismos («el hecho de que no le guste a esta persona significa que no le gusto a nadie», «si fracaso en esto significa que fracasaré en todo», «si no hago bien este trabajo mi vida entera perderá todo su sentido», «si ella no me quiere nadie me querrá», etcétera, etcétera, etcétera).
Tal vez estos falsos guiones comenzaron a establecerse en algún fulcro anterior, quizás el fulcro 3, el 2 o incluso antes. Y la tarea de un terapeuta de orientación psicoanalítica (de un terapeuta que utilizase «técnicas de descubrimiento») sería la de tratar de desenterrar estos tempranos traumas y descubrir por qué la persona está generando esos mitos (o esas creencias mágicas o esos impulsos arcaicos).
Pero el quehacer de un terapeuta cognitivo, por su parte, consiste en afrontar directamente esos mitos. En tal caso, le pedirá a la persona que preste atención a su diálogo interno, que descubra esos mitos y que los exponga a la luz de la razón y la evidencia hasta que pueda llegar a la conclusión de que «el hecho de que no haga bien este trabajo no tiene por qué significar que mi vida pierda todo su sentido».
P.: La mayor parte de las terapias parecen trabajar a este nivel.
K. W.: Ciertamente muchas de ellas así lo hacen. Muchas terapias, concretamente las terapias de tipo interpretativo, suelen recurrir a una amalgama de técnicas propias de los fulcros 3 y 4. Gran parte de la terapia consiste simplemente en hablar de sus problemas y el terapeuta deberá permanecer lo suficientemente atento como para advertir cualquier guión distorsionado que afirme que usted es una mala persona, que no es bueno, que es un fracaso, etcétera, hasta descubrir el falso yo, construido sobre el mito y el engaño, que se ha hecho cargo de su vida. Y el terapeuta le ayudará a erradicar estos falsos guiones y a reemplazarlos con interpretaciones más realistas de usted mismo, con interpretaciones más veraces de su interioridad, para que el falso yo pueda terminar dejando paso al yo real.
Tal vez estos terapeutas no utilicen términos como «guiones», «mitos» y «análisis narrativo», pero eso es generalmente lo que implica el fulcro 4, la patología de guión. Los mitos generan síntomas, pero basta con exponer los mitos a la luz de la evidencia para que los síntomas desaparezcan. La idea es que, cuando piense de manera diferente, comenzará a sentir de manera diferente.
Pero cuando la persona se encuentra con sentimientos, emociones o impulsos que no puede reconocer o con los que no puede operar, el terapeuta suele tender a utilizar «técnicas de descubrimiento». ¿Cuáles son sus sentimientos al respecto? ¿Cuál es la sensación que experimenta? Y entonces el terapeuta puede descubrir que hay ciertos sentimientos e impulsos con los que usted no se encuentra a gusto, que usted tiene ciertas «emociones reprimidas» y, en tal caso, la terapia deberá orientarse a desenterrar esas emociones reprimidas.
Así pues, la terapia suele recurrir a una combinación entre el análisis de guiones propio del fulcro 4 y las técnicas de descubrimiento propias del fulcro 3, aunque los distintos terapeutas puedan aportar una amplia variedad de herramientas y técnicas al proceso.
(Las patologías propias del fulcro 1 son tan severas que suelen requerir el concurso de un psiquiatra y la correspondiente prescripción farmacológica. El fulcro 2, por su parte, constituye el dominio de los terapeutas especializados en las técnicas de construcción de estructura, técnicas propuestas por Kernberg, Kohut, Masterson y Blanck and Blanck, en base al descubrimiento crítico realizado por Margaret Mahler que en breve pasaremos a discutir).
El fulcro 5: El ego mundicéntrico o maduro
P.: Con lo cual llegamos al fulcro 5.
K. W.: Entre los 11 y los 15 años aparece, en la cultura occidental, el estadio de las operaciones formales (al que, en la Figura 5.2, denominamos «formop»). Del mismo modo que la estructura operacional concreta podía operar sobre el mundo concreto, la estructura formop permite operar sobre el pensamiento. Ya no se trata sólo de pensar sobre el mundo sino de pensar sobre el pensamiento, algo, por cierto, que no es tan árido y abstracto como puede parecer a simple vista.
Hay un experimento clásico al que Piaget solía echar mano cuando quería ejemplificar esta emergencia, este cambio de paradigma, este extraordinario cambio de visión del mundo. Este experimento consistía, en pocas palabras, en entregar tres vasos de líquido transparente y pedir a los sujetos que los mezclaran hasta conseguir un color amarillento.
Los niños que se hallaban en el estadio de las operaciones concretas mezclaban simplemente los líquidos al azar hasta que conseguían dar con el color adecuado o terminaban aburriéndose y renunciaban al intento. Dicho en otras palabras, estos niños trataban de llevar a cabo operaciones concretas y hacían las cosas de una forma muy concreta.
Pero los adolescentes que se hallaban en el estadio de las operaciones formales, por su parte, comenzaban haciéndose una idea global de lo que ocurría cuando mezclaban A con B, B con C, A con C, etcétera. Y, en el caso de que usted les preguntara qué era lo que estaban haciendo, respondían algo así como «quiero saber qué es lo que ocurre con cada una de las posibles combinaciones», es decir, seguían un determinado esquema mental que les llevaba a intentar todas las combinaciones posibles.
P.: Parece algo muy aburrido y muy abstracto.
K. W.: Pero en realidad es exactamente todo lo contrario, porque eso significa que la persona está en condiciones de comenzar a imaginar posibles mundos diferentes. Por primera vez puede comprender «qué es lo que ocurriría en el caso de que…» y pensar en analogías del tipo «como si», lo cual abre las puertas al mundo del auténtico soñador. A partir de entonces aparece la posibilidad de un mundo ideal y la conciencia de la persona puede soñar en cosas que no se hallan presentes, imaginar posibles mundos futuros y hacer lo necesario para transformar al mundo en función de esos sueños. ¡Imagine lo que eso debe suponer! Así es la adolescencia, pero no debido a la maduración sexual sino a causa de los posibles mundos que se despliegan ante el ojo de la mente, ya que es «la edad de la razón y de la revolución».
Asimismo, el hecho de pensar sobre el pensamiento posibilita la auténtica introspección. Por vez primera el mundo interno se abre ante el ojo de la mente y el espacio psicológico se convierte en un nuevo y excitante territorio. Las imágenes internas danzan en el interior de la cabeza y esta vez no proceden de la naturaleza externa, del mundo mítico o del mundo convencional sino de una extraña y milagrosa voz interior.
Y esto implica algo muy importante porque el hecho de poder pensar sobre el pensamiento permite enjuiciar los roles y las reglas que, en el estadio anterior, sólo podía asumir de un modo completamente irreflexivo. En ese punto, la actitud moral pasa de ser convencional a ser postconvencional (ver Figura 9.3). A partir de ese momento, usted puede criticar a la sociedad convencional. El hecho de «pensar sobre el pensamiento» le permite «juzgar las normas». Tal vez termine estando de acuerdo con las normas, pero el hecho es que también puede cuestionarlas y llegar a estar en desacuerdo con ellas. Ya no está simplemente identificado con ellas sino que se ha distanciado y, en cierto sentido, las ha trascendido.
Éste, por supuesto, es el proceso trifásico característico del paso del fulcro 4 al fulcro 5. Al comienzo, uno se halla fundido con las reglas y con los roles convencionales, confundido con ellas, identificado con ellas (y, en consecuencia, se encuentra a su merced y es un auténtico conformista). Luego comienza a diferenciarse de ellas y a trascenderlas, logrando así una cierta libertad que le permite pasar al siguiente estadio superior (fulcro 5), en donde todavía deberá integrar estos roles sociales, pudiendo, en tal caso, ser padre, pero sin perderse en ese rol. El hecho es que, hablando en términos generales, usted se habrá separado, se habrá diferenciado de la identificación exclusiva con los roles sociocéntricos y comenzará a cuestionar la adecuación o inadecuación de nuestras visiones sociocéntricas y etnocéntricas, algo que, anteriormente, no sólo no quería —sino que tampoco podía siquiera— cuestionar.
En suma, el paso de lo sociocéntrico a lo mundicéntrico supone otra disminución del narcisismo, otro descentramiento, otra trascendencia. Usted quiere saber qué es lo correcto y qué es lo adecuado, pero no sólo para su pueblo sino para todo el mundo. Entonces es cuando asume una actitud postconvencional, global o mundicéntrica. (Y, lo que es más importante, se aproxima a una actitud auténticamente espiritual o transpersonal).
En esta transformación que va de lo sociocéntrico a lo mundicéntrico el yo experimenta un nuevo descentramiento: mi grupo no es el único, mi tribu no es la única, mi dios no es el único y mi ideología tampoco es la única ideología del universo. Anteriormente pasé de lo egocéntrico a lo etnocéntrico y mi ego se descentró en el grupo; ahora, en cambio, he pasado de lo etnocéntrico a lo mundicéntrico y mi grupo se ha descentrado en el mundo.
Se trata de una transformación realmente difícil pero, cuando tal cosa ocurre —lo cual es muy infrecuente porque a mayor profundidad menor amplitud—, nos encontramos con la primera actitud auténticamente universal, global o mundicéntrica.
Por vez primera en todo el proceso de desarrollo y evolución de la conciencia disponemos de una perspectiva mundicéntrica o global. ¡Un viaje realmente muy largo por una carretera muy pedregosa en el camino que conduce a lo global!
Y, lo que es más importante, esta plataforma mundicéntrica constituye el trampolín para acceder a cualquier desarrollo posterior superior. Se trata de un cambio irreversible, de una transformación que no tiene posible vuelta atrás puesto que, una vez que contempla el mundo desde una perspectiva global, ya no puede dejar de hacerlo.
Por primera vez en el curso de la evolución, el Espíritu contempla a través de sus ojos y ve un mundo global, un mundo descentrado del yo y de lo mío, un mundo que exige atención, respeto, compasión y convicción, un Espíritu que despliega sus propios valores intrínsecos, y que sólo se expresa a través de la voz de quienes tienen el coraje de permanecer en el espacio mundicéntrico y no caer en compromisos inferiores más superficiales.
Diversidad y multiculturalismo
P.: Lo cual está directamente relacionado con la actitud moral. Quiero decir que ése es el motivo por el cual se le denomina estadio postconvencional ¿no es así? La moralidad convencional es sociocéntrica mientras que la moralidad postconvencional es mundicéntrica y está basada en el principio del pluralismo universal.
K. W.: Así es.
P.: ¿Y eso es lo que se llama multiculturalismo?
K. W.: Sí, pero tenemos que ser muy cuidadosos. En realidad, el multiculturalismo subraya la diversidad cultural, pero debe recordar que la actitud propia del fulcro 5 es muy infrecuente, muy elitista y muy difícil de lograr. ¡Dese cuenta de todo el camino que ha debido recorrer para alcanzar la actitud mundicéntrica!
Cuando usted ha evolucionado desde la perspectiva egocéntrica hasta la etnocéntrica y la mundicéntrica, no le resultará difícil comprender que todos los individuos son merecedores de la misma consideración y de las mismas oportunidades, sin importar raza, sexo o credo. La actitud universalmente pluralista es realmente multicultural y postconvencional. El problema es que la mayor parte de los individuos con los que se relaciona todavía son esencialmente egocéntricos o etnocéntricos y, en consecuencia, no comparten su universalismo. De este modo, usted se ve obligado a mostrar una tolerancia universal con individuos que no son igual de tolerantes con usted.
Es así como los multiculturalistas suelen terminar atrapados en varias flagrantes contradicciones. Veamos, para comenzar, su afirmación de que no son elitistas o de que son antielitistas. Según afirma un determinado estudio, sólo el 4% de la población de Estados Unidos ha alcanzado la actitud pluralista postconvencional y mundicéntrica, una actitud, pues, muy infrecuente y muy elitista. Pero los multiculturalistas que afirman no ser elitistas deben mentir sobre su propia identidad, lo cual termina conduciéndoles por caminos muy ambiguos.
P.: ¿Qué es lo que quiere decir?
K. W.: Desde su perspectiva descentrada y mundicéntrica, el multiculturalista aspira al noble objetivo de tratar a todos los individuos por igual —todo el mundo es igual—, pero soslaya el hecho de que alcanzar esa actitud superior constituye un logro muy infrecuente y, en consecuencia, suele ignorar el camino que conduce hasta ese nivel. Es por ello que el multiculturalista se ve atrapado en el extraño vínculo de tratar a quienes todavía no han alcanzado ese estadio con una actitud con la que ellos se limpian simplemente los zapatos.
Es por ello que los multiculturalistas afirman que tenemos que tratar por igual a todos los individuos y a todos los movimientos culturales puesto que ninguna postura es mejor que las demás, pero no pueden explicar por qué debemos huir de los nazis y del Ku Klux Klan. ¿Cómo podríamos, si realmente fuéramos multiculturalistas, rechazar a los nazis? ¿No es acaso todo el mundo igual?
La respuesta, obviamente, es que no todas las actitudes son equiparables. La actitud mundicéntrica es mejor que la etnocéntrica, la cual, a su vez, es mejor que la egocéntrica, porque cada una de ellas es más profunda que la anterior. Los nazis y el Ku Klux Klan son movimientos etnocéntricos que se basan en una mitología que afirma la supremacía de una determinada raza y, desde una perspectiva mundicéntrica, deberíamos juzgarlas como posturas inferiores.
Pero el multiculturalismo al uso no suele permitirse este tipo de juicios porque se niega a reconocer cualquier tipo de diferencias entre las distintas actitudes morales posibles. ¡Al afirmar que todas las actitudes son iguales se niega siquiera la posibilidad de emitir ningún tipo de juicio!
Pero es curiosa, sin embargo, la intolerancia que suelen mostrar con quienes estén en desacuerdo con ellos. Ellos saben que la suya es una actitud noble pero, al no comprender cómo han llegado hasta ahí, tratan simplemente de imponerla a los demás. ¡Todo el mundo es igual! ¡Ninguna actitud moral es mejor que otra! Ese puñado de elitistas terminan tratando de desterrar a cualquier otro elitismo diferente al suyo, mostrándose sumamente intolerantes en nombre de la tolerancia, censurando en nombre de la compasión y justificando su estúpida postura con argumentos políticamente correctos. Si no fuera tan despreciable resultaría grotesco.
P.: ¿Y ésta es la patología propia de este estadio?
K. W.: Eso es lo que yo creo. ¿Quién es usted cuando se adentra en la dimensión mundicéntrica? ¿Quién es usted cuando comienza a cuestionar su cultura, se distancia de los prejuicios sociocéntricos y etnocéntricos y se independiza de ellos? ¿Quién, exactamente, es usted, más allá de todos esos viejos y confortables roles? ¿Cuál es entonces su identidad? ¿Qué es lo que usted quiere de la vida? Ésta, en opinión de Erikson, es una «crisis de identidad», «la insanía» o «la enfermedad» propia de este fulcro.
Y los multiculturalistas padecen una crisis de identidad global. Su postura oficial es que cualquier tipo de elitismo es malo pero su yo real es, de hecho, un yo elitista y, en consecuencia, se ven abocados a disfrazarlo y a distorsionarlo, a mentir, en suma.
De este modo pasan de afirmar que todo debe ser juzgado de manera equitativa y no egocéntrica, a decir que nada debe ser juzgado y que todas las posturas morales son equiparables… exceptuando su propia postura, claro está, que es superior a todas las demás, en un mundo en el que supuestamente no existe nada mejor que otra cosa. De ese modo es como terminan sosteniendo una postura elitista que niega su propio elitismo, una postura que miente sobre su propia identidad real. Y ésa es la forma que asume el falso sistema del yo propio de este estadio y la crisis de identidad correspondiente.
Ésta es la patología típica del fulcro 5, una patología de la mente adolescente que todavía sigue atrapada en una variante de la disociación del fulcro 5, del desastre de la modernidad, una postura que afirma haber superado ya a la modernidad pero que, no obstante, sigue completamente atrapada en ella y se ve obligada, por tanto, a mentirse a sí misma.
P.: Parece algo espantoso, como el newspeak[*] de Orwell o la policía del pensamiento, que parece estar en todas partes y ha terminado secuestrando a todas las universidades de este país.
K. W.: Así es. Las universidades norteamericanas parecen haberse especializado en este tipo de multiculturalismo que está contribuyendo a la retribalización de Estados Unidos, alentando la fragmentación egocéntrica y etnocéntrica y la política de la injusticia, la política del narcisismo. Afirmar que todas las posturas son iguales supone afirmar la superficialidad preconvencional y etnocéntrica. Este país está atravesando su propia crisis de identidad, podríamos decir… pero ése es otro tema.
El fulcro 6: La integración corpomental del centauro
P.: Con lo cual llegamos al último gran estadio «ortodoxo», el estadio más elevado reconocido por los investigadores convencionales.
K. W.: Así es, el fulcro 6. Como muestran varias de las figuras que hay entre la 5. 2 y la 10. 1, la estructura básica de este estadio es visión-lógica, o lógico-global, una estructura de conciencia muy global e integradora. Es cierto que la conciencia operacional formal también es, en muchos sentidos, global e integradora, pero tiende a moverse con una lógica aristotélica muy dicotómica, del tipo esto o aquello.
La estructura visión-lógica, por su parte, unifica a las partes separadas y ve redes de interacciones. Y cuando se ocupa de la objetivación propia de la Mano Derecha produce, en general, teorías de sistemas objetivos. Pero cuando se asienta en una auténtica transformación interior —¡una transformación sumamente infrecuente y ajena a la teoría de sistemas!— sirve de soporte a una personalidad integrada. En el momento en que el centro de gravedad del yo se identifica con la estructura visión-lógica, en el momento en que la persona vive desde ese nivel, su personalidad se integra y su yo puede comenzar realmente a asumir una perspectiva global y no simplemente hablar de ella.
De modo que la capacidad integradora de la estructura visión-lógica sirve de soporte a un yo integral. Ése es el motivo por el cual denomino centauro al yo propio de este estadio, un estadio en el que tiene lugar una integración entre la mente y el cuerpo, entre la noosfera y la biosfera, que configura un yo relativamente autónomo, un yo que ha superado el aislamiento, el atomismo y el egocentrismo, un yo integrado en redes de responsabilidad y servicio.
P.: En este sentido, usted recurre con frecuencia a la investigación —poco conocida, por cierto— realizada por John Broughton.
K. W.: Son muchos los investigadores que se han ocupado de estudiar detenidamente este estadio, como Loevinger, Selman, Habermas, Erikson y Masterson, por ejemplo. Pero siempre me ha gustado el resumen de la investigación realizada por Broughton: «La mente y el cuerpo como experiencias de un yo integrado».
Esta frase resume perfectamente este estadio. Hay que decir, en primer lugar, que el yo de este estadio es consciente tanto de la mente como del cuerpo como experiencias. Es decir, el yo observador está comenzando a trascender la mente y el cuerpo y, en consecuencia, puede ser consciente de ambos como objetos de conciencia, como experiencias. No es que la mente contemple el mundo sino que el yo observador contempla, al mismo tiempo, la mente y el mundo. Éste es un paso muy importante que, como pronto veremos, prosigue durante los estadios superiores.
Y, en segundo lugar, el hecho de que el yo observador esté comenzando a trascender la mente y el cuerpo, le permite, por ese mismo motivo, comenzar a integrar la mente y el cuerpo. Por ello le denomino «centauro».
En este fulcro, también nos encontramos con el mismo proceso trifásico que hemos visto en todos los otros fulcros, es decir, con la fusión inicial, la diferenciación posterior y la integración final. En este caso, la identificación inicial tiene que ver con la mente formal (fulcro 5); luego el yo observador comienza a diferenciarse de la mente y a verla como un objeto, y el hecho de haber dejado de estar exclusivamente identificado con la mente le permite integrarla con el resto de los componentes de la conciencia, con el cuerpo y con los impulsos. De ahí centauro, un estadio en el que la mente y el cuerpo constituyen experiencias de un yo integrado.
La locura aperspectivista
P.: Usted también denomina al centauro nivel existencial.
K. W.: Así es. En este punto de la evolución usted se encuentra, por así decirlo, a solas consigo mismo. Ha dejado atrás la fe ciega en los roles y las reglas convencionales de la sociedad, ha superado ya la actitud etnocéntrica y sociocéntrica y se ha adentrado en un espacio mundicéntrico en el que…
P.: ¿Este estadio es también mundicéntrico?
K. W.: A partir del estadio operacional formal (fulcro 5), todos los estadios son ya mundicéntricos o globales y en ellos puede asentarse el perspectivismo postconvencional y universal, un mundicentrismo que es cada vez mayor en la medida en que el sujeto va adentrándose en los dominios más profundos y genuinamente espirituales.
Pero no avancemos las cosas. En el nivel del centauro, en el nivel existencial, usted ha dejado ya de ser un yo egocéntrico y etnocéntrico, usted se ha adentrado en un espacio mundicéntrico en el que, como demuestran los multiculturalistas, puede resbalar y malograr la libertad recién adquirida.
P.: ¿A la que usted denomina libertad «aperspectivista»?
K. W.: Sí, ése es un término acuñado por Jean Gebser. La visión-lógica es aperspectivista en el sentido de que dispone de una multiplicidad de puntos de vista y no privilegia automáticamente ninguno de ellos sobre los demás. Pero cuando uno empieza a tener en cuenta todas las posibles perspectivas, todo comienza a moverse vertiginosamente.
La conciencia aperspectivista que proporciona la visión lógica puede llegar a ser muy desconcertante porque todos los puntos de vista empiezan a parecer relativos e interdependientes, no hay nada absolutamente fundacional, ningún lugar en el que apoyar la cabeza y decir ¡he llegado!
Pero el hecho de que todas las perspectivas sean relativas no significa que no haya puntos de vista más adecuados. ¡El hecho de que todas las perspectivas sean relativas no significa que unas no sean relativamente mejores que otras! La visión mundicéntrica es mejor que la etnocéntrica, la cual, a su vez, es mejor que la egocéntrica, porque cada una de ellas es más profunda que sus superficiales predecesoras.
Si olvidamos esto y sólo tenemos en cuenta la relatividad de las distintas perspectivas correremos el peligro de caer en una locura aperspectivista que termine paralizando la voluntad y el juicio. La afirmación de que «todo es relativo y de que no hay nada mejor ni peor que otra cosa» soslaya el hecho de que esta misma actitud es mejor que las actitudes alternativas, cayendo entonces en la llamada contradicción performativa. Y los multiculturalistas que ocasionalmente alcanzan el nivel visión-lógico suelen caer en la locura aperspectivista.
La dimensión aperspectivista a la que nos permite acceder la estructura visión-lógica no supone que el Espíritu se haya quedado ciego a lo largo del proceso, sino que está contemplando el mundo a través de infinitos y milagrosos puntos de vista, un nuevo descentramiento, una trascendencia más, una nueva espiral en el proceso evolutivo que trasciende al egocentrismo.
La antesala de lo transpersonal
P.: Éstas son algunas de las virtudes del estadio existencial o centáurico.
K. W.: Sí. Uno de los rasgos característicos del yo real de este estadio (el centauro) es precisamente que ya no se contenta con las distracciones convencionales y que, como dijo Kierkegaard, el yo ya no se consuela con lo trivial. La tarea fundamental del fulcro 6 es la emergencia del yo auténtico, del yo existencial.
Pero para ello, como decía Heidegger, el yo finito debe morir y la magia, los dioses míticos y la ciencia racional no pueden salvarlo. El descubrimiento del auténtico ser-en-el-mundo búsqueda (de la auténtica individualidad-en-la-comunión) exige la asunción de la propia mortalidad y finitud.
Los existencialistas han llevado a cabo un análisis muy interesante del yo auténtico, del yo centáurico real —sus características, sus modalidades de existencia, su actitud en el mundo— y, más importante todavía, han investigado también las mentiras y la mala fe que impiden el logro de esa autenticidad. Mentimos sobre nuestra mortalidad y finitud creando símbolos de inmortalidad, vanos intentos de vencer al tiempo y existir eternamente en algún cielo mítico, en algún proyecto racional, en alguna gran obra de arte a través de los cuales expresamos nuestra incapacidad de afrontar la muerte. Mentimos sobre la responsabilidad de nuestras propias decisiones, prefiriendo considerarnos víctimas pasivas de alguna fuerza externa; mentimos sobre la riqueza del presente, proyectándonos hacia el pasado en la culpa y hacia el futuro en la ansiedad; mentimos sobre nuestra responsabilidad ocultándonos en la mentalidad del rebaño, perdiéndonos en el Otro, en el falso yo, elaborando engañosos proyectos para ocultarnos de la conmocionante verdad de la existencia.
Estoy completamente de acuerdo con este análisis porque, desde mi punto de vista, la autenticidad existencial no sólo es importante en sí misma, sino que también constituye un prerrequisito imprescindible para entrar en el ámbito de lo transpersonal sin el lastre de los mitos, las expectativas mágicas o los arrebatos egocéntricos o etnocéntricos.
P.: Por eso el clima de los existencialistas es tan taciturno…
K. W.: Sí. Este nivel constituye clásicamente la morada de la angustia existencial, de la desesperación, de la ansiedad, del miedo, del sobresalto y de la enfermedad mortal ¡precisamente porque ha perdido todos esos confortables consuelos!
Y, dado que los existencialistas no reconocen ninguna esfera de conciencia superior a ésa, quedan atrapados en la visión existencial del mundo que restringe sus percepciones exclusivamente a lo que queda dentro de su horizonte.
De modo que para ellos constituye un verdadero honor abrazar las pesadillas existenciales con aterradora seriedad. Y si usted afirma la existencia de modalidades de conciencia que trascienden la angustia existencial, ellos responden que usted debe haber caído en algún tipo de negación de la muerte, de proyecto de inmortalidad, de falta de autenticidad o de mala fe. Cualquier afirmación de la existencia de una dimensión superior será recibida con una fría mirada y la vergonzosa acusación de «inautenticidad» caerá sobre su cabeza. Para ellos, hasta la misma sonrisa constituye una evidencia de falta de autenticidad porque rompe el círculo sagrado de la seriedad existencial.
P.: Así pues, la fase de fusión del fulcro 6 se halla atrapada en el centauro y en la visión existencial del mundo.
K. W.: Eso es lo que pienso. Y esa inmersión existencial se convierte en el único punto de referencia de toda realidad. Desde ese punto de vista, la angustia constituye el único referente de la autenticidad. Tal vez también sirva clavarse un clavo en la frente a modo de recordatorio, pero en ningún caso se le ocurra sonreír porque eso revelaría su inautenticidad.
En el nivel existencial, usted ya no se halla completamente anclado en el dominio de lo personal, lo personal ha comenzado a perder su sentido y a revelarse absurdo, pero tampoco se ha adentrado todavía en las dimensiones transpersonales de la existencia. ¿Qué motivos hay, a fin de cuentas, para sonreír? ¿Qué sentido tiene lo personal si uno está abocado a la muerte? ¿Para qué, pues, vivir en esas circunstancias?
Esta preocupación por el sentido y por la falta de sentido tal vez sea el rasgo central característico de las patologías propias del fulcro 6 y de la terapia correspondiente, la terapia existencial.
Pero el hecho es que, como muestra la Figura 9.3, el centauro constituye un yo integrado y autónomo y, en consecuencia, debería ser un estado feliz, pleno y gozoso y el sujeto debería estar continuamente sonriendo. Pero no es eso lo que ocurre sino que constituye un yo profundamente desdichado. Es integrado y autónomo… pero también miserable.
Ha probado ya todo lo que el dominio de lo personal puede ofrecerle y no le resulta satisfactorio. El mundo ha comenzado a devenir insubstancial y ninguna experiencia merece ya la pena. No se trata, por tanto, de que uno no haya conseguido alcanzar esas gratificaciones sino que, al contrario, las ha logrado todas, las ha experimentado todas y todas las ha descubierto igualmente decepcionantes.
Por ese motivo esta alma ha dejado de sonreír, porque es un alma a la que cualquier posible consuelo le sabe amargo. El mundo ha perdido su sentido en el mismo momento en que el yo alcanzaba sus mayores triunfos. Ha llegado el momento del banquete y el sujeto ha descubierto en él el sonriente y silencioso semblante de la calavera. En su momento de mayor esplendor la fiesta se ha revelado efímera. Las cosas que antiguamente proporcionaban tanto sentido, los deseos y las esperanzas más apasionantes se han desvanecido en el aire, se han evaporado en algún momento de la larga y solitaria noche. ¿A quién podré cantar canciones de alegría y exaltación? ¿Quién escuchará mis llamadas de auxilio en el silencio aterrador de la oscura noche? ¿Dónde encontraré la fortaleza para soportar los dardos y las flechas que a diario atraviesan mi costado? Y, sobre todo, ¿para qué intentarlo si todo termina convirtiéndose en polvo? ¿Dónde estaré entonces? ¿Qué importa, en esas condiciones, luchar o abandonar la lucha si mis objetivos vitales se desangran lentamente hasta la desesperación?
Para el alma existencial, todos los deseos han perdido su sentido porque, a fuerza de mirar cara a cara la existencia, ha terminado enfermando, el alma existencial es un alma para la que lo personal se ha convertido en algo completamente insubstancial, un alma, en otras palabras, que se halla en la antesala misma de la dimensión transpersonal.