Capítulo 12

 

Devorados por el ardor y la satisfacción plena, el agotamiento acabó adueñándose de ellos y se quedaron dormidos hasta que el sol de finales del invierno empezó a asomar por detrás de la ventana. Clemmie abrió los ojos, se movió un poco con cautela para quitarse de encima el revoltijo de mantas, sonrió con deleite al acordarse de la noche de pasión y miró la cabeza de Karim, que descansaba sobre los almohadones arrugados con un brazo al lado.

Karim, su amante y su amor, el hombre que la había hecho suya por completo. Las cicatrices de su pecho le parecieron en carne viva y se le encogió el corazón al pensar en su dolor y al acordarse de que se las había hecho al intentar rescatar a su hermano, sin conseguirlo. Le pasó la yema de los dedos por las despiadadas señales, oyó que él tomaba aliento entre los dientes y levantó la cabeza para mirarlo a los ojos.

–¿Te he hecho daño? Lo siento...

–No.

Él le agarró la barbilla con firmeza y delicadeza a la vez y acercó la cabeza a la de ella hasta que pudo sentir la calidez de su aliento.

–No – repitió él mirándola fijamente a los ojos– . No me mas hecho daño, pero me sorprende. Soraya no soportaba las cicatrices.

Ella sabía que había habido otras mujeres antes que ella, pero sintió una punzada en el corazón al oír su nombre.

–¿Por qué? Te las hiciste con honor.

La palabra cayó en un pozo de silencio y su mundo se tambaleó un instante, pero enseguida volvió a ese punto donde no tenía sentido del equilibrio. Se había alegrado tanto de verlo reaparecer en su vida que no había podido pensar antes de abalanzarse entre sus brazos. Su contacto había sido como acercar una llama a la mecha de un explosivo, la había devastado al instante y había acabado con cualquier posibilidad de que pensara racionalmente. Se había entregado a él una y otra vez sin protegerse el corazón. Sin embargo, en ese momento sí podía pensar y cayó en la cuenta de que no tenía ni idea de por qué había ido allí, aparte de por el deseo desbordante. Le había dicho que había cruzado medio mundo para eso, pero ¿había viajado hasta tan lejos solo para eso? ¿Era suficiente, independientemente de lo mucho que la hubiese deseado?

Efectivamente, la había deseado. Todo su cuerpo seguía vibrando por la satisfacción tan plena que había vivido, algunas partes de su cuerpo le dolían, tenía los tejidos más íntimos agradablemente irritados como prueba de su iniciación, como prueba del deseo de un hombre, de ese hombre, como prueba del anhelo que su cuerpo había sentido por ella, y del de ella por él.

Sin embargo, él ya lo había sentido antes y no había hecho nada porque ella estaba prometida a otro hombre y su honor se lo impedía. En ese momento, ya no estaba vedada, los dos eran libres... ¿Para qué? Para hacer lo que quisieran. Ella sabía que eso, esa pasión abrasadora que habían compartido, era lo que Karim había querido desde el principio. Él nunca le había ofrecido nada más, pero ella sí había anhelado más. Si él no podía ofrecerle nada más, ella tendría que encontrar la fuerza para conformarse con lo que le había dado.

Inquieta e incómoda, se soltó la barbilla de la mano de Karim, se incorporó tapándose los pechos con una manta y miró las ascuas de la chimenea conteniendo las lágrimas que le escocían lo más profundo de los ojos.

–Clemmie...

Notó que Karim también se movía, que se separaba de ella y que se apoyaba en el brazo del sofá.

–¿Qué pasa?

–Nada.

Lo dijo en voz baja y grave y con muy poco convencimiento. Por eso, no se sorprendió cuando oyó la réplica de Karim.

–¡Mentirosa!

Él lo exclamó en un tono medio burlón, pero la otra mitad del tono se le clavó en el alma. La yema de un dedo le acarició la nuca y bajó por la espalda. Se estremeció por la caricia que le despertó otra vez la reacción física que creía que estaba sofocada. Sin embargo, parecía seguir ahí, debajo de la superficie, esperando el más leve contacto para nublarle la cabeza, pero tenía que pensar.

–¡No lo hagas!

Se apartó con una brusquedad que no había querido tener. La delicada caricia había sido como el arañazo de una espina en los nervios que tenía tan cerca de la superficie. Supo que había cometido un error cuando notó la tensión del poderoso cuerpo que tenía detrás y la mano se quedó inmóvil.

–¿Qué pasa? – preguntó Karim en un tono algo incómodo– . ¿Te hice daño?

–No, claro que no me hiciste daño.

Al menos, en el sentido al que él se refería. Había sido un amante, delicado y considerado cuando ella había necesitado que lo fuera y entregado cuando lo que menos quería era que fuese delicado.

–Quiero decir, naturalmente, fue un poco... complicado al principio... pero nada más. Te deseaba y deseaba esto.

Se quedó en silencio y supo que él no iba a darse por satisfecho. Esperó lo que llegaría después con un nudo de nervios en las entrañas.

–Entonces, ¿qué es lo que no estás contándome? ¡Mírame!

Fue una orden que ella no se atrevió a desobedecer. Si se daba la vuelta, él podría ver la verdad que tenía que reflejarse en su cara, pero, si no se daba la vuelta, él sabría que pasaba algo y no pararía hasta que descubriera qué era. Hacía cinco días, le había dicho que lo amaba y había tenido que ver que él le daba la espalda y se alejaba de ella. Creía que no podría soportar que eso volviera a pasar.

–Lo siento... – consiguió reunir fuerzas y se dio la vuelta para mirarlo con una sonrisa que esperó que fuese convincente– . Yo solo intentaba... asimilar todo lo que ha pasado.

Si lo miraba a los ojos, no podría seguir, y por eso se obligó a concentrarse en los rizos de su pecho, que subían y bajaban al ritmo de su respiración, una respiración profunda y pausada, al contrario que la de ella.

–Al fin y al cabo, no hace ni quince días yo estaba aquí haciendo el equipaje y sabiendo que solo faltaban unos días para mi cumpleaños y mi boda. Entonces, tú apareciste en mi puerta.

Ella habría jurado que algo había hecho que él reaccionara por un segundo, como si los latidos de su corazón se hubiesen alterado mínimamente.

–Y luego, tú desapareciste por la ventana para ir a ver a ese niño.

Karim se acordó de que, cuando llegó, el niño estaba abrazándola con todas sus fuerzas. Entonces, cuando él apareció, su amiga le puso el chaquetón al niño y se marcharon precipitadamente. Sin embargo, había tenido tiempo para fijarse en su pelo oscuro y en el rostro que era casi idéntico al que tenía delante en ese momento. La expresión de Clemmie le indicó claramente que tenía razón.

–Ella lo llamó Harry – siguió él sin alterarse– . Además, el primer día, cuando intentaste ganar tiempo para ir a ver a alguien, empezaste a decir su nombre y te callaste.

Él no necesitaba que ella dijera nada. El brillo de las lágrimas a la luz de la lumbre lo decía todo.

–¿Es tu hermano?

Ella asintió lentamente con la cabeza.

–Mi madre se escapó de mi padre cuando se dio cuenta de que estaba embarazada – explicó ella con una voz vacilante que fue ganando confianza a medida que contaba la historia– . Le aterraba que vendieran a su hijo para otro matrimonio, como habían hecho conmigo, y estaba decidida a que no le pasara nada parecido. Ella sabía que estaba enferma y lo entregó en adopción. Desgraciadamente, murió poco después de que él naciera.

–Entonces, ¿viniste aquí para buscarlo?

Había ido para encontrar al único miembro de su familia y no, como había dicho su reputación, para ser libre y divertirse antes de casarse.

–Sí. Descubrí su existencia cuando me enteré de que mi madre había venido aquí, a la casa de campo de mi abuela, antes de que muriera. Me dejó una nota que me decía quién había adoptado a Harry y que tenía que verlo al menos una vez, pero que no podía decírselo a nadie.

Clemmie se estremeció y a él le pareció un reproche sin palabras. Se había concentrado tanto en cumplir con su deber, se había guiado tanto por su código de honor que no había reparado en el efecto que había tenido en ella, en que iban a arrebatarle la vida. Los matrimonios concertados eran muy habituales en su mundo y no se había parado a pensar en ello hasta que se había encontrado con ese.

–Si mi padre se hubiese enterado, no habría vacilado en recuperarlo y en utilizarlo para sus propios fines.

–No seré yo quien se lo diga – Karim le tomó las manos temblorosas y la miró a los ojos– . Ahora estás bajo mi protección y tu padre no volverá a tocarte.

Ella dejó escapar una risotada temblorosa y amarga.

–Estará encantado si no vuelve a saber nada de mí. Nabil me ha repudiado y, para mi padre, mi reputación está por los suelos. Arrastro conmigo la sombra del escándalo.

Una rabia gélida lo atravesó como una daga de hielo y la abrazó con fuerza. Sintió un arrebato de deseo en cuanto las pieles se tocaron, pero tenía que sofocarlo antes de que le impidiera pensar. En ese momento, tenía que pensar, tenía que saber.

–Si yo hubiese sabido que el esbirro de Ankhara se había enterado de la noche que pasamos juntos...

La cabeza morena que se apoyaba sobre su corazón tembló ligeramente y él notó la tensión de ese cuerpo esbelto que abrazaba.

–No la pasamos... juntos.

Aunque ella lo hubiese intentado. En ese momento, cuando podía oler su piel, cuando la sentía bajo sus manos, no podía entender cómo se contuvo, cómo pudo negarse ese placer y esa satisfacción, pero ¿podría haber alguna vez algo más que eso?

–¿Por qué no le dijiste a Nabil que todavía eras... inocente y que no había pasado nada?

–¿Se lo habría creído?

Clemmie se dio cuenta de que no se había equivocado. Los latidos que notaba debajo de la mejilla se habían alterado. Estaban tan juntos que era imposible que le pasase desapercibido que él estaba excitado y dispuesto como si no hubiesen hecho el amor en toda la noche. Además, saberlo estaba consiguiendo que ella también reaccionara, que se le humedecieran los pliegues entre las piernas, que el pulso se le alterara al ritmo del corazón de Karim. Solo tendría que levantar la cabeza, que besarlo, que acariciarle los costados y la turgente erección debajo de las mantas. Podría incitarlo a hacer el amor y se ahorraría esa conversación incómoda y complicada. No se arriesgaría a oírlo decir que había hecho todo eso para nada, que ella se había jugado el porvenir y la reputación para librarse del contrato que la ataba a Nabil a cambio de unas noches de pasión abrasadora, de una aventura sexual que no iba a ninguna parte.

–¿Cómo iba a decirle eso cuando habría sido mentira? Cuando le habría bastado mirarme a los ojos para saberlo.

Sí había pasado algo. Algo que le había cambiado la vida y que la había cambiado a ella completamente. Después de aquella noche con Karim, nunca podría volver a ser la misma mujer. No había cambiado por el sexo, aunque podría haberlo hecho. Si él le hubiese hecho el amor entonces, no la habría cambiado más que limitándose a ser él mismo, siendo el hombre del que se había enamorado.

Se había engañado a sí misma para creer que podría sobrellevar el matrimonio que le habían concertado. Se había dirigido sonámbula hacia un destino que no conocía de verdad. Nunca había sabido de verdad lo que podía sentir el corazón de una mujer, lo que era posible entre un hombre y una mujer, lo que significaba de verdad estar enamorada y lo poderoso que podía ser ese sentimiento.

–Sí había pasado algo y no podía fingir lo contrario.

Algo tan devastador como la erupción de un volcán que arrojaba lava a la atmósfera. La había cambiado para siempre y había sabido que no podría disimularlo.

–Le dije que ya no era la mujer que él creía que era, que no podría ser la esposa que él quería – intentó reírse con ironía, pero la risa se le quebró– . Resultó que, en cualquier caso, no era la esposa que él quería. Me lo agradeció muchísimo porque había estado buscando una excusa para no seguir adelante con nuestro matrimonio y casarse con Shamila. Al parecer, ella ya está embarazada de él.

Karim suspiró y ella levantó la cabeza, pero volvió a bajarla. Sabía que la única forma de saber lo que estaba pensando era mirarlo a los ojos e intentar interpretar lo que viera, pero todavía no tenía valor para hacerlo.

–Podrías haber sido una reina – replicó él con la voz ronca– . Rechazaste un reino... ¿A cambio de qué?

No se atrevió a decir que a cambio de amor.

–No lo quería. Creo que no estoy hecha para ser reina.

–A mí me enorgullecería que fueses mi reina.

Clemmie creyó que le iba a explotar la cabeza. ¿De verdad había dicho...? Sin embargo, Karim estaba levantándola y tenía que mirarlo a los ojos.

–¿Por qué no acudiste a mí?

Lo pensó, pero no fue capaz. Si Karim y ella iban a tener un porvenir, él tendría que acudir voluntariamente a ella. El corazón se le subió a la garganta al pensar que había hecho precisamente eso. Sin embargo, ¿había aparecido allí por algo más que el deseo?

–Porque, al saber que mi reputación estaba arruinada, tu sentido del honor te habría obligado a casarte conmigo.

Karim asintió con la cabeza sin decir nada.

–¿Era eso lo que querías? – siguió ella– . ¿Querías que acudiera corriendo a ti?

–Me dijiste que me amabas. ¿Acaso no era verdad?

Clemmie se apartó de él y se envolvió más con la manta. La necesitaba como una especie de armadura que la sujetara cuando creía que podía empezar a desmoronarse por dentro. Levantó la barbilla con un gesto desafiante y apretó los dientes.

–Te dije que te amaba, pero tú no dijiste nada, solo te aferraste a tu honor. ¿Debía aceptar lo poco que podías ofrecerme? ¿Tenía que aceptar esto?

Ella hizo un gesto para señalar el revoltijo de mantas y los almohadones aplastados donde todavía permanecía el olor de sus cuerpos. Ese gesto hizo que la manta que la cubría estuviese a punto de caerse, pero se dio cuenta de que le daba igual.

–Y no pedir nada más porque te amaba – añadió ella.

–¿Me amabas?

Ella no supo qué contestar ni qué le había preguntado. ¿Era posible que él creyera que su amor no había sido tan fuerte como ella había dicho que era?

–¿Tu amor no duró ni una semana, Clemmie?

Pareció casi como si estuviese provocándola, pero el tono fue algo áspero y la miró con los ojos entrecerrados.

–Es más de lo que tú me diste, más de lo que tenías para mí...

Él cerró los ojos y sacudió la cabeza. Cuando volvió a abrirlos y la miró, fue como si le hubiese lanzado un dardo al corazón.

–No, Clemmie. No fue así. No sabía qué estaba pasándome. Esa noche, la primera noche que pasamos aquí, me cautivaste y no he podido librarme de ti. Esa noche estuve a punto de volverme loco, como no me había pasado jamás, y no he vuelto tener el control de nada desde entonces. Había hecho una promesa a mi país, a mi padre, y tenía que cumplirla. Tuve que marcharme. Al hacerlo, mantuve el honor, pero te perdí a ti. Entonces, me enteré de que habías desafiado a Nabil, de que le había dicho que había alguien más. Recé para que fuese yo. Tuve que venir para saber si seguías sintiendo lo mismo que entonces.

Había dicho que había cruzado medio mundo para eso y que no pensaba abandonar en ese momento, pero no había dicho qué era eso.

–¿Has venido por alguien que ha perdido la reputación? – preguntó ella en un tono peligrosamente vacilante– . ¿Qué será de ese honor tan importante para ti?

Karim sacudió la cabeza con vehemencia para rechazar su hiriente pregunta.

–Me da igual mi honor cuando estoy contigo.

–¿Esperas que te crea?

Esos ojos negros volvieron a mirar el revoltijo del sofá y luego la miraron a ella con la calidez de una caricia.

–¿Qué fue eso...? ¿Qué fue toda la noche?

–Eso fue... solo sexo.

–¿Solo sexo? – preguntó Karim tomándole una mano– . Para mí, eso nunca será solo nada. Al menos, contigo. En la ceremonia del matrimonio se habla de «mi cuerpo que venero». ¿Qué es venerar sino honrar? Quiero honrarte, venerarte con mi cuerpo el resto de mi vida si me lo permites.

Se llevó la mano de ella a la boca y le dio la vuelta para besarle la palma. Fue un gesto tan delicado que le desgarró el corazón y ella supo que eso era lo que también quería para el resto de su vida.

–Clemmie... – Karim la miró a los ojos por encima de la mano– . ¿Me lo permitirás? ¿Te casarás conmigo?

Ella no quería hacer la pregunta, pero era ineludible. Si él no la contestaba como ella necesitaba que la contestara, ¿cómo iba a casarse con él por mucho que lo amara? Acababa de escaparse de un matrimonio sin amor, ¿cómo iba a atarse a otro?

–¿Por... por una cuestión de honor?

Ella había esperado, había rezado para que lo negara, pero él asintió lentamente con la cabeza.

–Sí, por una cuestión de honor, pero no como tú lo interpretas.

–¿Qué otra manera hay? Tu honor te exige que te cases y...

Y ella no aceptaría porque necesitaba mucho más. Sin embargo, había una sombra en su corazón, una debilidad, que la apremiaba para que aceptara.

–No se trata de mi honor – contestó Karim en un tono grave y profundo– . Mi honor ya no importa nada en todo esto. Lo que importa es el honor que me harías si aceptaras ser mi esposa. No puedo imaginarme a otra mujer a la que desearía tanto, a otra mujer a la que amaría tanto.

Amor... ¿Había hablado de amor? ¿Podía creérselo?

–¿Amor...? – preguntó ella con incredulidad.

–Sí, amor. Te amo y te he amado casi desde que te conocí. Lo supe cuando te escapaste por la ventana y fuiste con Harry... y cuando yo, a pesar de todo lo que me había enseñado mi adiestramiento, esperé. Esperé a que volvieras como habías prometido que harías. Supe que volverías, deseaba que lo hicieras. Te deseaba a ti – Karim lo dijo en un susurro que transmitía sinceridad en cada palabra que decía– . Te deseaba más que a ninguna otra mujer que haya conocido, pero era algo más que eso. Deseaba que fueses libre para ser la mujer que realmente eras. Estábamos atrapados en una situación que no podíamos dominar. La maquinación de tu padre, los tratados políticos y la deuda de honor de mi familia nos tenían atrapados. Yo no podía liberarnos, tú fuiste la única que pudo hacerlo cuando le dijiste la verdad a Nabil – le tomó la mejilla con la palma de la mano para que ella notara el temblor de los dedos, lo que le indicó lo sincero que era– . Clementina, eres mi amor, mi honor. Eres todo lo que quiero en la vida, todo lo que necesito, pero no soy nada sin ti. Te amo y quiero amarte hasta el final de mis días. Por favor, dime que tu amor sigue ahí, dime que te casarás conmigo y que harás que el resto de mi vida sea plena.

Solo podía contestar de una manera a eso. Inclinó la cabeza hacia un lado para juntar más su mejilla a la mano y lo miró a los ojos con una sonrisa.

–Lo haré, mi amor. Será un honor ser tu esposa.