Capítulo 11
Qué dices que ha hecho?
Karim no podía creerse lo que acababa de oír. Había entendido las palabras, pero no tenían ni el más mínimo sentido. Mejor dicho, sí tenían sentido, pero no se atrevía a creerse lo que querían decir.
–Nabil ha renunciado a ella, ha rescindido el contrato de matrimonio – repitió su padre mientras le entregaba el papel que había estado leyendo.
Karim lo tomó y lo miró fijamente, pero las palabras le bailaban delante de los ojos.
–Tiene ese derecho – siguió su padre con calma– . Siempre fue parte del tratado.
Tendría ese derecho, pero... ¿por qué? Las palabras se detuvieron y por fin pudo leerlas.
–Ha renunciado a ella... – él repitió las palabras de su padre, pero en un tono más ronco que su padre por lo que implicaba para Clementina, para Rhastaan... y para él– . Pero ¿por qué?
El resto del mensaje aclaraba las cosas en un sentido, pero las embrollaba más en otro. Quizá su padre no lo viera, pero él sabía con certeza quién estaba detrás de eso.
Al parecer, Adnan, el exagente de seguridad que había estado a sueldo de Ankhara, había contado a Nabil, después de un interrogatorio, la noche que Clemmie y él habían pasado en la casa de campo. Una noche que el prometido de Clemmie, y toda su corte, habían interpretado de una forma muy distinta a la verdadera. El informe que había recibido su padre no daba nombres, pero él sabía muy bien quién era el hombre implicado. Le remordió la conciencia, pero las cosas seguían sin tener sentido. Independientemente de las acusaciones, Clemmie debería haberse limitado a decir la verdad; que no había pasado nada. ¿Por qué no había dicho nada ni le había arrojado a Nabil sus acusaciones a la cara?
–Nabil tenía ese derecho... Nabil ha tomado esa decisión – contestó su padre con un aspecto más sano– . Nuestra participación en esto ha terminado. Tú cumpliste con la promesa que le hice al padre del muchacho. El honor ha quedado satisfecho.
Esas palabras, que deberían haber significado tanto para él, le parecían vacías. El honor quizá estuviera satisfecho, pero él no lo estaba. ¿Cómo iba a estarlo si cada día que había pasado en Rhastaan le había parecido sombrío y vacío?
«¡Pero yo te amo!». Ese grito apasionado de Clemmie le retumbaba en la cabeza y hacía que retrocediera a aquel día espantoso en el palacio de Nabil, cuando se sintió como si estuvieran partiéndolo por la mitad mientras se alejaba de ella porque era la prometida de Nabil, la futura reina de Rhastaan, algo que ya no era.
El ruido dentro de su cabeza era tan fuerte que le sorprendió que su padre no lo oyera. Era tan ensordecedor que le tambaleó la cabeza, era el ruido de cadenas que se soltaban y caían al suelo. Las cadenas que los habían encadenado a Clementina y a él, que los habían atado a una situación donde no podían llegar ser ellos mismos, donde no podían ser un hombre y una mujer.
Volvía a estar en el palacio de Nabil y recordaba cómo había mirado a Clemmie con la túnica de seda, el complicado peinado y el maquillaje que la identificaban como la futura reina de Rhastaan, la mujer vedada para él.
Sin embargo, ya no era la princesa Clementina, sino Clemmie Savanevski. Entonces, había deseado que no fuese una princesa, sino nada más que una mujer, lo que era en ese momento.
Además, en esas circunstancias, él no era nada más que un hombre. El hombre al que Clemmie había hechizado desde el momento que la conoció y cuya existencia había quedado ensombrecida y cercenada desde que ella desapareció.
¿Podrían empezar otra vez cuando no eran nada más que un hombre y una mujer?
–¡Feliz cumpleaños! ¡Feliz cumpleaños!
La frase se repetía una y otra vez en la cabeza de Clemmie, aunque el tono jubiloso contrastaba con su estado de ánimo. Ese día cumplía veintitrés años, pero no encontraba ningún motivo de celebración. Su vida era completamente distinta a la que se había imaginado que sería. El camino que había creído que tomaría estaba cerrado para ella y no sabía a dónde iría. Se sentía perdida e insegura. Además, tenía mucho frío. Sintió un escalofrío y se rodeó con los brazos mientras iba de un lado a otro de la habitación para entrar en calor. La chimenea que había encendido parecía no servir para nada, ¿o sentía más frío porque se había acostumbrado a vivir en el calor del desierto aunque había pasado bastante poco tiempo allí? ¿Sería que el frío le llegaba de dentro, del corazón, y no del tiempo invernal?
Todo había cambiado mucho desde que, hacía cuarenta y ocho horas, la convocaron en el salón del trono para que conociera a Nabil por fin. Suspiró, separó las cortinas y miró la lluvia gélida que golpeaba contra el cristal. Aquel día el sol había brillado con toda su fuerza en Rhastaan, como seguiría brillando sobre Nabil y su nueva princesa, la chica que siempre había querido como novia, la chica por la que la había repudiado. La mañana había sido como todas desde que llegó al palacio. Le habían llevado la bandeja con el desayuno y le habían preparado la ropa, un vestido largo de seda de color fucsia. Su doncella había sido tan respetuosa como siempre y no había notado nada que pudiera prevenirla de lo que se avecinaba. Aunque la verdad era que se sentía tan abatida por cómo la había abandonado Karim dos noches antes que dejó que la vistieran, peinaran y maquillaran como si fuese una autómata. Tenía que haber una solución para todo aquello, pero no podía encontrarla.
Al final, fue el propio Nabil quien le había dado una salida, y no como ella había previsto.
Oyó unos pasos que bajaban por la escalera y se dio la vuelta con una sonrisa mientras un pequeño torbellino moreno irrumpía en la habitación seguido por su madre.
–¡Clemmie! – Harry se abalanzó sobre ella y la abrazó con todas sus fuerzas– . ¡Feliz cumpleaños!
–¿Crees que se cansará alguna vez de decirlo? – le preguntó ella a Mary por encima de la resplandeciente cabeza morena.
–Lo dudo – su amiga se rio– . Al fin y al cabo, este es el primer año que tiene una hermana mayor a la que desearle feliz cumpleaños.
–Bueno, espero que haya muchos más – replicó ella haciendo un esfuerzo para que no le temblara la voz– . Parece ser que este va a ser mi hogar de ahora en adelante.
–Un sitio diminuto después de lo que habrías podido tener – Mary miró la pequeña habitación destartalada– . Cuando pienso en lo que te han arrebatado...
–¡No! – Clemmie la tranquilizó apresuradamente– . ¿Qué me han arrebatado? Un matrimonio con un hombre al que no amaba y que no me quería. Un reino que nunca habría sido el mío.
En cambio, había ganado la libertad de su tiránico padre y la posibilidad de tener una relación verdadera con su adorado hermano menor.
–Es verdad – Mary recogió el chaquetón de Harry para irse a casa– . Visto de esa manera, no has perdido gran cosa.
Clemmie se reconoció a sí misma que Mary había tenido que decir eso porque no le había contado la historia completa. No sabía nada de la verdadera pérdida que había supuesto todo aquello, del vacío que le desgarraba el corazón, de la pérdida del hombre del que se había enamorado tan profunda y completamente que le parecía como si la vida tuviera un agujero insondable en medio.
–Además, incluso el tratado de paz se mantuvo al final, aunque después de una ardua tarea diplomática.
–Solo porque tú permitiste que Nabil consiguiera todo lo que quería. Pudiste haber luchado un poco más y haberle dicho que se había equivocado completamente.
Clemmie sintió un escalofrío en la espalda al acordarse del último día que pasó en el palacio de Rhastaan y de las acusaciones de Nabil.
–No quise luchar. Además, ¿de qué habría servido?
Lo único que habría podido hacer era decir la verdad y eso habría empeorado las cosas.
–Pero te expulsó y ni tu propio padre te acepta. Me contaste lo que te dijo – replicó Mary sacudiendo la cabeza con una expresión de preocupación por su amiga.
–Estás mancillada, ¿qué hombre va a quererte ahora?
Clemmie repitió la despectiva reacción de su padre.
–Yo.
La voz llegó desde detrás de ella, desde la vieja puerta que se había abierto silenciosamente para que un hombre entrara en la habitación. El hombre. Ese hombre que ella había creído que no volvería a ver. Un hombre que parecía más alto, sombrío y peligroso que nunca. Lo había conocido allí mismo, cuando fue a buscarla. La había devuelto a Rhastaan porque su padre le había encomendado esa tarea y porque su honor le exigía que saldara la deuda que su familia había contraído con Nabil. La había entregado y se había alejado porque, a pesar de que había reconocido que la anhelaba con todas sus fuerzas, su maldito honor le exigía que lo hiciera.
Ella le había dicho que lo amaba y que lo deseaba tanto como él a ella, pero, aun así, él se había marchado.
En ese momento, Karim había vuelto a su vida y ella no sabía ni el motivo ni lo que tenía pensado.
–Karim... – susurró ella con un hilo de voz.
–Clementina.
Él lo dijo con mucha más firmeza, pero con la voz ronca y casi sin mirar alrededor, sin fijarse ni en Mary ni en el niño que lo miraba boquiabierto.
Iba poco vestido para el tiempo que hacía. Solo llevaba una cazadora de cuero y una camiseta blanca tan mojada que se le transparentaban los rizos oscuros del pecho. Tenía el pelo pegado a la cabeza y las gotas de agua hacían que los pómulos parecieran afilados como cuchillos. Sin embargo, el brillo de sus ojos negros la cautivó y la dejó sin respiración. Esos ojos estaban clavados en ella con tanta intensidad que la dejaban en carne viva. Sus propios ojos lo miraban como hipnotizados y no podía moverse por mucho que su cabeza le dijera a gritos que saliera corriendo. Sin embargo, ¿tenía que correr para alejarse de él o para abalanzarse sobre él? No lo sabía y su cerebro era incapaz de darle una respuesta.
–Clemmie... – Mary intentó llamarle la atención aunque, a juzgar por su tono, sabía que había pocas posibilidades– . Creo que debería marcharme. Harry, vámonos, ponte el chaquetón.
Había algo en el ambiente de la habitación que el niño había captado y no dijo nada, ni siquiera se resistió cuando su madre le puso el chaquetón antes de ponerse el suyo. Además, la conexión entre ellos dos seguía siendo algo casi físico, como una tela de araña imposible de romper.
–Llámame...
Mary estaba sacando a Harry de la habitación, pero se detuvo un instante en la puerta, se dio la vuelta y los miró, aunque de una manera muy distinta.
–Si me necesitas...
–Te necesitará.
Karim podría haberlo dicho al aire. Ni siquiera giró la cabeza lo más mínimo para dirigirse a Mary, que estaba detrás de él. Clemmie solo pudo asentir levemente con la cabeza sin apartar la mirada del hombre que tenía delante. Cuando su amiga y Harry se marcharon y cerraron la puerta, ella parpadeó varias veces, pero él seguía estando allí.
–¿Qué... haces... aquí? – consiguió preguntar ella balbuciendo.
Karim ni siquiera esbozó una sonrisa.
–Sabes por qué estoy aquí – contestó él con cierta aspereza– . He venido a por ti.
Era exactamente lo mismo que le dijo la primera vez que apareció en la puerta de la casa de campo. En aquel momento, tomó su vida, su corazón, entre esas poderosas manos y le dio la vuelta como a un calcetín. Entonces, ¿se había vuelto loca para alegrarse tanto de verlo? No lo sabía y le daba igual. Solo sabía que el corazón le había dado un vuelco al verlo y que se alegraba de tener la oportunidad de pasar unas horas con él. Unas horas para poder mirar la fuerza de su rostro, para oír su voz. Unas horas para darle forma física a esa avidez que la había perseguido por las noches y que había hecho que se despertara empapada por el sudor.
–¿Y cómo lo hacemos?
¿Sentiría él lo mismo que sentía ella? ¿Ese anhelo que sentía ella había hecho que él tuviera la voz tan ronca? ¿Estaban separados por una alfombra raída o se había abierto un abismo entre ellos y ella no sabía cómo cruzarlo?
Entonces, Karim abrió tanto los brazos que la camiseta blanca se tensó sobre su pecho.
–Maldita sea, Clementina, ya podemos hacerlo. Ven a mí antes de que me vuelva loco por desearte tanto.
Ella también lo deseaba. Deseaba que la rodeara con sus brazos, pero, al mismo tiempo, su cabeza le advertía de que no sabía por qué estaba allí. Solo sabía que había ido a por ella.
Dio un paso vacilante y fue como si se hubiese roto el hechizo que la tenía petrificada. Dio otro paso, otro más y empezó a correr, a volar, hacia esos poderosos brazos.
Él también se precipitó hacia ella y, cuando se encontraron, chocaron con tanta fuerza que Clemmie se tambaleó y cayó arrastrando a Karim con ella. Aterrizaron en el sofá, con él encima de ella, y se quedó sin aliento cuando los labios de él se apoderaron de su boca. Su sabor se le subió a la cabeza como el más potente de los destilados y la embriagó en un segundo. Era lo que más deseaba, pero no era suficiente. ¿Cómo iba a ser suficiente si era lo que necesitaba y había anhelado? Solo había pasado unos días alejada de él, pero esos días la habían desesperado. Él levantó levemente el cuerpo y ella creyó que iba a separarse. Lo agarró de los hombros, introdujo las manos entre su pelo y lo estrechó contra sí.
–No... No me dejes...
Fue un lamento suplicante y sintió, más que oyó, la risa que estremeció al cuerpo de él.
–No – dijo él sin separar los labios de los de ella– . Rotundamente, no. He cruzado medio mundo para esto y no pienso abandonar ahora.
Solo se había movido para colocarla debajo de él y que el calor y el peso de su cuerpo la aplastaran contra los raídos almohadones del sofá. No podía casi respirar, pero era lo que había soñado todas las noches y anhelado todos los días. La besaba, su lengua buscaba la de ella, la tentaba, la provocaba. Ella se dejó llevar encantada, la cabeza le daba vueltas de felicidad, la intensidad sensual de sus besos la enloquecía. Él tenía la camiseta mojada, pero a ella le daba igual, le confirmaba que no era una fantasía, que era real, que él estaba allí con ella.
Tenía un sabor maravilloso, su olor era maravilloso, su contacto era maravilloso. Era virilidad en estado puro y hacía que se sintiera plenamente femenina. La acariciaba por todo el cuerpo, la incitaba, la exigía. Cuando le tomó los pechos por encima de la lana del jersey, arqueó la espalda porque necesitaba más.
Ella le quitó la cazadora de cuero y la tiró al suelo. La camiseta fue detrás, junto al jersey de ella, que le había quitado él para poder acariciarle los pechos cubiertos por el sujetador de seda rosa. Un instante después, el sujetador se añadió al montón de ropa que estaba en el suelo y ella suspiró cuando el contacto de las pieles la abrasó; creyó que iba a desmayarse de placer.
Su boca bajó a un pecho y se lo succionó con delicadeza al principio, pero enseguida le tomó el pezón entre los dientes hasta que ella dejó escapar un gemido incontrolado.
–Más... Más...
Clemmie jadeó, se contoneó, sabía lo que quería, pero todavía no se atrevía a creer que estaba a su alcance, que podía llegar a saber lo que era ser poseída por ese hombre.
–Habrá más, te lo prometo – replicó Karim con la voz ronca– . He esperado... He anhelado... He venido para recibir mi recompensa y a darte todo lo que necesitas. Como esto...
Le tomó el otro pecho con la boca y se lo succionó y lamió hasta que le abrasó de placer tanto como el anterior.
–Y esto...
Fue bajando la boca a lo largo de toda su piel hasta que llegó a la cinturilla de los vaqueros. Ella contuvo la respiración inmóvil, anhelante. Él se detuvo un instante, hasta que le desabrochó la hebilla del cinturón, le bajó la cremallera y le besó la piel mientras le quitaba los pantalones.
–Sí... ¡Sí!
Introdujo las manos entre su pelo para que siguiera mientras el rincón más intimo de su ser palpitaba con avidez. Necesitaba más y lo necesitaba en ese instante, aunque tampoco quería perderse un segundo de esa sensación tan maravillosa que estaba provocándole. Con un atrevimiento que no se había podido imaginar, le desabrochó los vaqueros e intentó bajárselos. Karim levantó las caderas, el pantalón bajó por las piernas y él terminó de quitárselo con los pies antes de colocarse, poderoso, ardiente y turgente, entre sus muslos separados. Estaba entregada, desnuda y deseosa. No sintió ese miedo que creyó que podría hacerle vacilar. Sin embargo, Karim sí se detuvo, tomó una bocanada de aire y la miró a los ojos.
–Es tu primera vez... – el tono ronco de su voz le indicó lo mucho que estaba costándole dominarse para hacerle la pregunta– . ¿Estás...?
–Sí.
Lo besó ardiente y apasionadamente para silenciar la pregunta que iba a hacer. Él no tenía que preguntarlo, pero ella sí tenía que impedir que dudara por un segundo que eso era lo que quería.
–No puedo estar más segura. ¡He esperado demasiado... tiempo!
La última palabra fue un grito de asombro y placer cuando Karim liberó la voracidad que lo dominaba y entró con una facilidad asombrosa en la cálida humedad que lo esperaba.
–¿Bien...? – susurró él con la respiración entrecortada.
Ella solo pudo asentir con la cabeza una y otra vez mientras se abría a él para sentirlo más dentro.
–Sí... – consiguió decir Clemmie cuando él cambió un poco de posición para empujar con más fuerza.
Sintió un dolor que la dejó sin respiración y le clavó las uñas en los hombros con los ojos muy abiertos, pero enseguida se relajó y contoneó las caderas lentamente al principio y más deprisa cuando él aumentó el ritmo de las embestidas.
¡Era suyo! Se lo repitió una y otra vez mientras se dejaba llevar por la oleada de sensaciones que se adueñaba de su cuerpo y que la elevaba hacia algo tan maravilloso que no se atrevía ni a imaginárselo. Era suyo y ella era de él, de él, de él...
Entonces, ya no pudo articular palabras y solo pudo sentir. Fuera lo que fuese lo que había sido inalcanzable, estaba arrasándola y arrastrándola fuera de ese mundo. Se entregó, se dejó llevar a un mundo deslumbrante donde solo estaban Karim, ella y todas las sensaciones que habían creado entre los dos.