capítulo veintitrés
Los abogados del antiguo Jefe de Estado de la Alianza Galáctica Cal Omas han criticado al Departamento de Justicia por el retraso en presentar cargos contra él. Omas, actualmente bajo arresto domiciliario, se dice que está presionando para tener un juicio público. Un portavoz de la GAG dijo hoy que la investigación todavía continúa.
—Boletín de noticias de la HNE
EL OYU’BAAT, KELDABE, MANDALORE
Venku, Kad’ika, se dirigió a Fett y Mirta en el caf e hizo un gesto por encima de su hombro.
—Dice que lo hará —dijo Venku—. No quería deciros que podía leer la piedra allí y en aquel momento, por si acaso no podía. Odia decepcionar a la gente.
El anciano que había venido a ver a Fett con Kad’ika el otro día caminó lentamente a lo largo del caf. Se quitó los guantes y alargó una mano débil moteada por la edad.
—Puedo hacerlo —dijo—. Dejadme sostener la piedra.
Mirta pareció dudar, luego se quitó el colgante para entregárselo a Fett.
—Entonces eres kiffar de origen —dijo Fett. Los mandalorianos venían de un número de especies y planetas diferentes, pero adoptar la cultura no borraba sus perfiles genéticos—. Me ahorra el viaje.
—Yo… conozco el planeta.
—¿Cuál es tu precio?
—Tu paz mental, Mand’alor. Nadie debería buscar en vano el lugar de descanso de sus seres queridos.
Fett no esperaba eso. La mano alargada frente a él estaba sorprendentemente tranquila. Fett sostuvo el corazón de fuego por su cordón de cuero y lo bajó hasta la palma del hombre antes de sentarse e intentar parecer despreocupado.
El anciano cerró los dedos a su alrededor y se quedó mirando a su puño, con su respiración lenta y pesada.
—Ella fue muy infeliz, ¿verdad?
Era una buena suposición. Era inevitable, de hecho. El anciano probablemente se lo decía a todas las almas heridas y solitarias con las que se cruzaba. Los charlatanes y estafadores se basaban en las reacciones de otros. Fett no dijo nada que le ayudase a hacer una suposición afortunada y ninguna expresión le traicionó.
—Y encontró difícil confiar jamás en otro hombre.
Fett todavía estaba sentado en silencio, con una bota en la silla. Sintas nunca había confiado en nadie. Los cazadores de recompensas no eran de los confiados, de manera que era una deducción segura y fácil de enmascarar como revelación.
—Sus peores días fueron cuando tu hija aprendió a hablar y preguntó dónde estaba papá.
Fett estaba empezando a cansarse de esto. Se movió en la silla, ignorando la voz que le susurraba que probablemente era verdad. De todas maneras, ¿cómo podía saberlo? No podía verificarlo. Sintas y él se habían separado ya por aquel entonces y él no volvió a ver a Ailyn.
No hasta que vi su cuerpo muerto.
—Ella pensó que todavía te importaba cuando recuperaste el holograma para ella.
Ahora eso no era una suposición. Era específico.
Y era… verdad. Fett no se atrevía a mirar a Mirta.
El restaurante estaba absolutamente en silencio: los crujidos y los chisporroteos del fuego de leña del caf sonaban como explosiones en el campo de batalla.
—Dijo que eras demasiado joven para saber lo que estabas haciendo y tú dijiste que sólo necesitabas saber que ella era hermosa, que era una tiradora temible y que podías confiar en ella tanto como podías llegar a confiar en una mujer.
El cuero cabelludo de Fett se erizó y se puso de punta. Era exactamente lo que él había dicho y era una frase demasiado estúpida y juvenil para que alguien se la inventara de pronto. No, tiene que tener la información, tiene que estar haciendo una actuación, consiguió la información de alguien… ¿pero cómo?
El hombre tomó aire profundamente y dudó antes de volver a hablar.
—Le dijiste que harías pagar a Lenovar por lo que él le hizo y ella intentó convencerte de lo contrario…
Eso fue demasiado para Fett.
—Ya es suficiente. —Fett alargó la mano, con la palma hacia arriba—. Así que puedes leer la piedra.
Venku bajó la barbilla. Incluso sin ver la cara del hombre, Fett sabía que la expresión tras el visor no mostraba miedo y era de furia protectora.
El viejo mando tomó una aproximación más serena que su guardaespaldas.
—Dime simplemente lo que quieres saber —dijo—. Sé que estas cosas pueden ser dolorosas.
Mirta no le dio a Fett la posibilidad de responder. Eso estuvo más que bien: él no podía obligarse a decirlo. Para los que miraban, él simplemente estaba siendo típicamente silencioso y hosco.
—Quiero saber cómo pasó sus últimas horas —dijo Mirta—. Quiero encontrar su cuerpo.
El anciano puso el corazón de fuego en la mesa mientras se quitaba el casco. Tenía una cara delgada y de huesos finos y una barba fina que era más blanca que su pelo, que todavía mostraba restos de un rubio arenoso. Estaba sudando: recoger los recuerdos y restos del tiempo incrustados en la estructura molecular de la piedra parecía estar dejándole exhausto.
Y no tenía un tatuaje facial kiffar. Pero tampoco lo tenía Mirta, a pesar del hecho de que Ailyn había abrazado completamente la cultura kiffar. En algunos trabajos, una marca de identificación permanente tenía sus inconvenientes.
—No me da los recuerdos en orden —dijo el veterano—. Todo es aleatorio, como en flashbacks. Veo imágenes, oigo sonidos, huelo aromas y así. Encontrarle sentido no es fácil.
Él dejó su casco sobre la mesa y volvió a recoger la piedra, esta vez presionándola entre ambas palmas. Venku puso una mano tranquilizadora sobre su hombro y Fett se sintió inexplicablemente incómodo.
—¿Quieres que… encuentre actos de violencia?
Fett miró a Mirta, no por acuerdo sino porque no pudo evitarlo. El ceño de ella estaba arrugado por un pequeño fruncimiento. Con los ojos secos. Centrada.
No era una chica bonita, pero tenía una estructura ósea buena y fuerte.
—Encontrarás mucho de eso —dijo ella—. Era una caza recompensas.
—Tú no estás aquí, Mirta —dijo el viejo mando con los ojos cerrados con fuerza.
—Ella murió antes de que yo naciera. Quiero saber quién la mató.
Había unas cuantas personas más en el caf ahora de las que había habido. Fett indicó la puerta con un movimiento de su pulgar.
—Fuera. Os lo haré saber cuando podáis terminar vuestras copas.
Yo también quiero saber quién la mató. Fue hace mucho, pero quiero saberlo.
—Llevó esto todo el tiempo. —El anciano parecía casi dolorido y Venku le apretó el hombro—. Estuvo enfadada mucho tiempo. También asustada. Hay tanta gente pasando por aquí… pero sigo volviendo a una carta de Phaeda. Cielos rojos y alguien a quien estaba siguiendo. ¿Resada? ¿Rezoda?
Mirta no parpadeó. Parecía petrificada.
—La abuela no le dijo a nadie adónde iba o a quién estaba cazando.
El hombre abrió los ojos y tomó aire trabajosamente.
—Phaeda. Fuera lo que fuese, ocurrió en Phaeda. —Se echó hacia atrás y miró la piedra—. Y luchó por mantener esto. Luchó duramente.
Fett se las arregló para no tragar. Estaba seguro de que todos lo oirían.
—Ella perdió.
—Quiero saberlo —dijo Mirta.
Venku dio un paso adelante.
—Ya ha tenido bastante. Quizá más tarde. —Recogió el casco e intentó conducir fuera al anciano—. Vamos.
—No conozco el cuándo —dijo el anciano, liberándose de la mano de Venku—, pero sé que es Phaeda. Lo siento. Lo siento de verdad.
Le devolvió la piedra a Mirta, colocándola entre sus palmas con ambas manos como si fuera un pajarillo vivo. Fett nunca se había sentido cómodo cerca de esa clase de cosas místicas. Él simplemente observó.
—Está bien —dijo Mirta—. Me has dicho mucho y estoy agradecida. Deja que te invite a una cerveza.
—Tal vez otro día, ner adi’ka —dijo Venku—. Pero gracias.
Mirta vio cerrarse la puerta. Mientras ella se volvía hacia Fett, la puerta se abrió otra vez y bebedores disgustados volvieron a entrar, dándoles a los dos mucho espacio.
—¿Y bien? ¿Tenía razón, ba’buir?
Fett se encogió de hombros. Le había estremecido, como todos los recuerdos dolorosos que fluyeron de vuelta sin su permiso.
—Hasta la última coma.
—Bueno, podemos seguir esa pista.
Fett temía qué más había visto el anciano en la piedra. Anciano. Sólo tenía diez o quizás quince años más que Fett.
—No creo que yo haya estado jamás en Phaeda.
El dueño del caf alineó cervezas frescas en la barra.
—Entonces veo que has conocido a Kad’ika, Mand’alor.
—Sí. Fascinante.
—El anciano que está con él… no se le ve mucho por aquí. Gotab, creo. Solía pensar que era el padre de Kad’ika, pero aparentemente no lo es.
El nombre no significaba nada para Fett, pero lo archivó mentalmente con los asuntos para investigar más tarde. Phaeda. Registraría las bases de datos del Esclavo I, quizá se colaría en los archivos de Phaeda.
Mirta estaba examinando la piedra muy de cerca.
—Debió haberte costado cada crédito que tenías, ba’buir.
Le pasó el corazón de fuego a Fett y él le dio vueltas entre sus dedos, tocando la inscripción grabada en el borde. Sólo los tallistas más hábiles podían tallar las piedras que no estaban cortadas sin romperlas, mucho menos grabarlas.
—Es raro encontrar uno con todos los colores.
Normalmente son rojos o naranjas, pero los claros con todo el arco iris… esos cuestan.
—Vi uno azul una vez —dijo Mirta.
—Yo tenía dieciséis años. No podía permitirme uno azul.
Fett podía permitirse uno ahora, cualquier número de ellos, incluso las piedras del más raro azul oscuro real que mostraban su increíble escala de fuego multicolor sólo bajo la brillante luz del sol. Pero ya no tenía una amante a la que regalárselos. Había pasado mucho tiempo.
—Cuéntame algo de Ailyn —dijo él—. ¿Fue feliz alguna vez?
Mirta reflexionó sobre la pregunta.
—No lo creo.
Lo único que Fett sabía sobre su propia hija más allá de la gente a la que había matado y lo que había robado era que nunca había sido feliz, nunca le había llamado papá y que había enseñado a Mirta a odiarle. Todavía no había interrogado a la chica sobre eso. El momento nunca parecía el adecuado.
—¿Fuiste tú feliz alguna vez? —preguntó Mirta.
Fett nunca consideró si alguien se preguntaba si él era feliz o no. Parecía haber una presunción generalizada de que Boba Fett se movía por un estrecho camino de disipación, sin estar nunca enfadado, sin ser nunca feliz o estar jamás triste.
—Fui feliz cuando era niño —dijo al fin—. Dejé de ser feliz en Geonosis y nunca me preocupé de intentar serlo otra vez.
Pero había estado enfadado, desde luego: enfadado, enfermo de pena, aterrorizado, solo y hostil.
Había pasado por todas las emociones negativas a máxima intensidad en aquellos días tras la muerte de su padre, que llenaban los espacios entre los momentos en los que hacía lo que tenía que hacer para sobrevivir, cuando necesitaba utilizar toda la fría lógica. Era un interruptor que había conectado, apagándolo y encendiéndolo, apagándolo y encendiéndolo, hasta que un día ya no se volvió a encender y el dolor desapareció. Como habían desaparecido la alegría y el amor.
Si hacía lo que su papá quería, podría volver. Si hacía un trabajo honorable e intentaba al menos entender a los restos de su propia familia, tenía una posibilidad de recapturar algo de lo que le fue arrebatado en aquel estadio de Geonosis.
—Bebe, ba’buir —dijo Mirta—. Quiero ir y hacer algunas investigaciones exhaustivas sobre Phaeda.
NAVE DE GUERRA DE LA ALIANZA GALÁCTICA OCÉANO. DE GUARDIA JUSTO MÁS ALLÁ DEL ESPACIO CORELLIANO
—Es tan terriblemente considerado de su parte unirse a nosotros —dijo la almirante Niathal. Jacen entró en el puente y saboreó la mezcla de emociones a su alrededor, ordenándolas desde el vago interés hasta el nerviosismo—. Sentí mucho realmente enterarme de su pérdida.
Jacen asintió educadamente. Ella sonaba como si realmente le diera su condolencia en serio, pero era bastante buena en pulsar la tecla adecuada. Él estaba visitando el Océano en su capacidad de Jefe de Estado para probar un poco los corazones y las mentes en una reunión con varios planetas aliados.
No había nada como una reunión en una nave de guerra convenientemente poderosa para mostrar a la gente lo que estaba en juego. La Confederación estaba planeando ahora un gran ataque contra los planetas del Núcleo, según sugería inteligencia, así que Jacen esperaba que todo el mundo estuviera prestando atención.
La vida seguía muy parecida a como lo era antes. Los días recientes parecían haber sido de mucho trabajo para nada. Si necesitaba más respuestas para preguntas filosóficas Sith, dependía de sí mismo. Lumiya se las había arreglado para cometer suicidio por Skywalker. Jacen podría no haber sido parte del Consejo Jedi, pero en la GAG eran muy eficientes interceptores de mensajes.
El tío Luke lo hizo. Realmente lo hizo. Como mi papá… nunca sabes lo lejos que irán, ¿verdad?
—Así que —dijo Jacen—, Corellia parece haber estado muy tranquila en mi ausencia.
—Estaban esperando su retorno. Ese ataque sobre el Núcleo parece inminente. Odiarían que usted se perdiera algo. —Niathal, enfadada o no por su día extra o así de ausencia, parecía tener una aureola a su alrededor como de alguien que de repente se sentía más cómoda con su nuevo papel, como si se hubiese aprovechado de que él había vuelto la espalda para forjar nuevas alianzas y consolidar su poder. Casi era como una fragancia. El aura que rodeaba el amor al poder era algo que Jacen desde luego conocía muy bien—. El triunvirato todavía está dirigiendo los asuntos del día a día, pero tengo a nuestra gente de Inteligencia y los analistas políticos interpretando las señales sobre quién podría reemplazar al querido y difunto Primer… —Ella se detuvo abruptamente y esta vez estaba genuinamente turbada. Él podía sentirlo—. Lo siento muchísimo. Eso fue groseramente insensible de mi parte bajo estas circunstancias.
—Está bien. —Quizá había un lado amable en Niathal después de todo. Si lo había, él lo explotaría hasta los cimientos—. No podemos caminar sobre huevos y suspender todas las conversaciones normales sobre la muerte. Lo mejor que podemos hacer para honrar la memoria de mi tía es ganar por ella.
—Desde luego.
—Murkhana parece tenso. Hemos pasado la línea de no retorno, ¿sí?
—Seguimos manteniendo una breve vigilancia en eso. Bien podrían ser tácticas psicológicas mandalorianas. Ocho alas-X preparados para mantener la paz es el precio de la armonía de la AG. Por otra parte, si los mandalorianos aparecen para apoyar a sus aliados verpine para detener la producción en disputa a su propia manera inimitable, entonces al menos podríamos echarle un vistazo muy útil a las capacidades de su nuevo caza de asalto.
—Algunos podrían pensar —dijo él tranquilamente— que preferiríamos verles atacar Murkhana a que no lo hicieran.
—Yo nunca rechazo los datos de inteligencia, coronel Solo.
—Eso es muy sabio, almirante Niathal.
Jacen deambuló hasta la holocarta del puente que mostraba todo el teatro de operaciones corelliano.
Todavía tenían muchas naves. Una acción limitada estaba teniendo lugar hacia el lado central de la carta. Siempre sorprendía a Jacen lo sobredesapegado que era mostrar las luchas a vida o muerte en tiempo real como gráficos encantadoramente estéticos y silenciosos.
—¿Está esto actualizado?
—Sí, señor —dijo el oficial de guardia—. Actualizado una vez por minuto.
—Creo que nos estamos perdiendo algo, teniente —dijo Jacen, sumergiendo la punta de su dedo en el laberinto de luces para explicar lo que quería decir—. Mire, lo que tiene aquí es en realidad una flotilla de corbetas, y este destructor de aquí se moverá hasta esta posición, porque realmente está operando como un…
Se detuvo, consciente de las cejas levantadas y las miradas sorprendidas que estaba obteniendo, pero envuelto en la creciente calidez de la revelación.
Puedo ver todo esto.
—¿Podemos comprobar eso? —dijo el oficial de guardia a un colega—. El coronel Solo raramente se equivoca.
El coronel Solo, pensó Jacen, acababa de tener la epifanía de su vida.
Es verdad. Lumiya tenía razón. Oh, esto es exquisito. Antes estaba ciego. ¿Cómo pensé jamás que podría tener éxito como comandante sin esto?
Lumiya le había prometido una consciencia y un juicio del campo de batalla que hacía que la meditación de batalla ordinaria pareciera como pintar con los dedos, para sentirlo y coordinarlo sólo con el poder de su mente y su voluntad, un poder que sólo llegaba para el disfrute del Maestro de los Sith.
Soy yo. Soy realmente yo. Fue el sacrificio de Mara después de todo. Ahora acepto eso.
Pero todavía no entiendo la profecía. Y no me gusta lo que no puedo entender.
Él era un Señor Sith. Ahora su trabajo podría empezar realmente.
Había ocurrido.
Y era bello.
LANZADERA DEL CONSEJO JEDI, CÚMULO DE HAPES
Luke estaba agradecido por algo que aún no podía entender. Hizo una pausa antes de atravesar las puertas del compartimento, tomando aire profundamente unas cuantas veces. Cilghal levantó la vista mientras él entraba y se movió como para irse.
Mara, no, el cuerpo de Mara, estaba tendido, envuelto del cuello para abajo en una sábana blanca lisa, en una mesa de reconocimiento. Luke se había preparado a sí mismo para algo terrible, imaginándola horriblemente desfigurada o con sus facciones contraídas. Pero ella simplemente parecía como si estuviera dormida boca arriba, pálida y apacible, con su pelo rojo suavemente peinado de un modo que nunca lo estaba cuando él la miraba mientras dormía.
—No pasa nada, Cilghal —dijo él—. No necesito estar a solas con ella.
—Oh, sí, lo necesitas, Luke —dijo ella suavemente—. Y yo puedo volver más tarde.
—No lo entiendo —dijo él—. Pero tengo que abrazarla una última vez y me preguntaba si lo haría jamás. No puedo decirte lo agradecido que estoy.
Ahora no podía ver la cara de Cilghal. Sus ojos estaban calientes y llenos de lágrimas. Ella le dio unas palmaditas en el brazo.
—Pensaste que se volvería incorpórea —dijo ella.
—Hablamos sobre ello una o dos veces. Pensé que ella podía escoger eso cuando llegara el momento. Me alegro de que cambiara de idea.
—Ella se aseguró de que tuviéramos pruebas. —Cilghal hizo una pausa durante un segundo, inhaló rápidamente y comenzó de nuevo—. Era veneno, uno que no he visto antes. Pero no dudo que también quería que pudieras despedirte.
Cilghal se volvió y se marchó deprisa.
Luke no pudo hablar o incluso apartar la mirada de Mara, y pasó mucho tiempo mirándola a la cara. Si sus ojos se hubiesen abierto y ella hubiese preguntado cuanto tiempo había estado durmiendo, él no se habría sorprendido. Levantó la sábana para tomar la mano izquierda de ella y sólo el frío fue lo que le hizo encogerse. Después de un tiempo la piel de ella se había calentado con el calor de su propio cuerpo.
Cilghal necesitaba pruebas forenses para el informe. Pero Lumiya había matado a Mara y Lumiya había pagado el precio. No había investigación que seguir.
Sin embargo eso significaba que no había necesidad de que Mara permaneciera aquí ahora y Luke se debatía entre no querer nunca apartar sus ojos de ella y recordar cómo Yoda se había convertido en uno con la Fuerza: entonces él podría verla de nuevo realmente. Pero entendía tan poco de esos elementos de misticismo. Justo en ese momento, estaba agradecido por contentarse con mirarla.
—Realmente querías verme, ¿verdad? —susurró, mientras se inclinaba para besarla.
Se preguntó si ella se desvanecería al instante siguiente. No se atrevía a apartar la vista y sabía que eso sólo estaba impidiendo que aceptase que ella se había ido. Incluso cuando sintió a Ben caminando hacia el compartimento y lo oyó andar suavemente sobre la cubierta, no se volvió. Alargó su mano izquierda para que Ben caminase hasta él y aceptó el abrazo mientras miraba a Mara.
—Hey, cariño —le dijo a ella—. Es Ben.
—Siento que no pudieras encontrarme, papá —dijo—. Sólo tenía que ir hasta ella y estar allí.
Era la primera vez que Luke había hablado con Ben desde que Mara se había ido: de hecho, se sentía como si fuera la primera vez en años. Luke intentó pensar en lo que debía haber sido para Ben estar de guardia junto al cuerpo de su madre, solo y asustado, pero aún estaba demasiado atrapado en su propia pena y sorpresa.
—Papá… sé que nos está diciendo algo. He estado pensando en ello todo el camino de vuelta.
Pobre niño. Luke no entendía completamente lo que quería decir, pero podían hablarlo más tarde. Estaba orgulloso de la fortaleza y dignidad de su hijo.
Ben también podía aceptar las otras noticias. Ahora hacía el trabajo de un hombre.
—De todos modos, cogí a Lumiya.
—¿Sí? —Ben sonaba sorprendido—. ¿Qué quieres decir con cogí?
—La maté. No lo disfrazaré. Le debía a Mara hacerle justicia.
Ben estaba totalmente silencioso. Luke sintió una pequeña perturbación a su alrededor y su músculos se agarrotaron.
—Papá…
—Lo sé, el proceso legal y todo eso, pero el proceso legal… Lumiya dijo que ella tenía que… bueno, una vida por otra. Eso es todo.
—Papá… papá, no fue Lumiya.
—Fue ella. Dijo…
¿Qué había dicho exactamente Lumiya?
—No, no, no puede ser, porque yo estaba justo al lado de ella en el momento en que mamá murió, lejos de la escena. Aterrizamos en Kavan, los dos. Ella aún estaba en la esfera Sith.
Luke oyó la voz de Ben desde muy lejos y todo estaba de nuevo patas arriba.
No fue ella. No fue Lumiya.
—Papá, tómatelo con calma, ¿vale? Encontraremos a quién lo hizo. —Ben le cogió por los hombros—. Papá, eso es por lo que mamá se quedó. Se quedó para que pudiéramos encontrar pruebas. No sabemos todavía quién lo hizo. Olvida a Lumiya. Tú simplemente la cogiste primero… yo iba tras ella antes de que mamá muriera. Le hiciste a la galaxia un servicio necesario.
No, no lo había hecho. Luke no sentía que lo hubiera hecho para nada. Había matado a Lumiya, tan malvada como era, por algo que no había hecho. Eso no era justicia.
Luke descubrió que estaba de rodillas.
—Maté a quién no era, maté a la…
—Sith.
—Maté a la persona que no era. Pero ella dijo…
Ben puso sus manos a los lados de la cara de su padre, repentinamente años mayor que Luke.
—Mírame, papá. No está bien hacer esto aquí.
Hablemos en otro lugar.
—Ben…
—¿Qué pasa con toda la otra gente que mató y había matado? Ella no merece tu angustia, papá.
Ahórrate las lágrimas para mamá, porque yo lo haré.
Luke se las arregló para aguantar unos cuantos minutos más. Cuando no pudo soportarlo más, se fue dando zancadas hasta su camarote, cerró la puerta y sollozó y se enfureció en privado hasta que se calmó.
Había pensado que lo estaba llevando bien, conteniendo todas esas lágrimas, y entonces algo como lo de Lumiya añadió una pajita a la báscula y las compuertas se abrieron. Él la odió por eso. Quería llorar por Mara, con su pena sin mancillar por nada malvado que hubiese llevado a la muerte de ella. No quería que Lumiya se entrometiera en este momento, y sin embargo ella lo había hecho.
Quien quiera que hubiese matado a Mara aún estaba ahí fuera. Podía concentrarse en llevarlos ante la justicia, y eso significaba que tenía algo más a lo que agarrarse mientras luchaba con su pena.
Pero Lumiya lo había hecho otra vez.
Le había engañado una última vez, le había manipulado una última vez, le había frustrado una última vez y eso rompió algo en lo más profundo de su interior.