capítulo tres
Mishuk gotal’u meshuroke, pako kyore.
(La presión crea las gemas, la facilidad crea descomposición.)
—Proverbio mandaloriano
ESCLAVO I, EN RUTA HACIA BADOR, SISTEMA KUAT
Mirta Gev se había contentado con que su abuelo la tolerase y aunque ella hacía un esfuerzo para quererle, era difícil. Parte de ella todavía quería hacerle pagar por la vida que su madre, y su abuela, habían soportado. Y parte veía a un hombre que tenía todas las formas de aprecio excepto el amor y sentía pena por él. Por encima de todo, veía a un hombre que levantaba barreras de duracreto y desafiaba a todo el mundo a romperlas. Mientras él sacaba el Firespray de la órbita de Mandalore y lo preparaba para saltar al hiperespacio, la expresión de él estaba fija en un aparente desdén vacío por el mundo diario. Ella decidió que el casco de él presentaba la cara más suave de los dos.
Al menos estaba en el asiento del copiloto. Eso parecía ser lo más cercano que Boba Fett podía llegar para aprobarla como de su propia carne y de su propia sangre.
—Tu clon no es un caza recompensas activo —dijo Fett. Nunca había ningún preámbulo en sus conversaciones, nada de charla superflua, nada de intimidad. Él era todo negocios—. He comprobado todos los caza recompensas y aspirantes de los libros, pero ninguno se llama Skirata. Mucha gente en Mandalore conoció a Kal Skirata y entonces… se fue. Desapareció.
—Pero estaba de caza. Eso lo sé. Me dijo que no me entrometiera en su camino. —¿La creía Fett? Ella le había metido en problemas y había intentado atraerle a su muerte, así que difícilmente podía culparle si se estaba pensando mejor lo del clon. El hombre era real, desde luego—. Así que, ¿vamos a seguir sus pasos?
—Los tuyos.
—¿Cómo vas a hacerte pasar por un cliente que busca contratar a un caza recompensas?
—Yo no. Tú lo harás.
Mirta comprendió de repente porqué él había estado de acuerdo en dejarla venir.
—Vaya, resulto útil, ¿verdad?
—Gánate la mantención. Son las reglas de cualquier relación de compañerismo.
Mirta pensó que sonaba remarcablemente como su madre muerta. Ailyn Vel era más un pedacito del bloque de granito de Fett de lo que ella habría admitido jamás, pero eso era imposible. Había sido un bebé cuando Fett había dejado a su abuela, demasiado joven para adquirir sus modales insensibles.
—¿Cómo lo soportas? —preguntó Mirta.
—¿El qué?
—¿Cómo soportas estar solo?
—¿Vas a parlotear todo el camino hasta Kuat?
—No puedes obligarte a decirme que me calle, ¿a que no?
—Lo soporto porque me gusta de ese modo —dijo Fett.
—Bueno, mamá era todo lo que yo tenía y a mí no me gusta de ese modo.
Fett hizo una pausa y hubo el más débil de los movimientos en sus labios, como si estuviera evitando decir algo que se arrepentiría de haber dicho. Él debía haberlo entendido, pensó ella. Él también había perdido a su padre a manos de un Jedi.
—Sí —dijo él—. ¿Qué hay de tu papá?
—Murió en una brecha del casco de una nave. Ni siquiera en combate.
—¿Por qué se casó Ailyn con un mando? Sintas debió haberle advertido que somos malas noticias.
Mirta descubrió que estaba agarrando el colgante del corazón de fuego con fuerza en su puño. Era sólo la mitad de la piedra original. El otro trozo, roto por un golpe de la culata de la pistola láser de Fett, estaba enterrado con Ailyn Vel en una tumba modesta en las afueras de Keldabe, en un bosque antiguo que los vongese no se las habían arreglado para destruir.
No puedo sentir nada de esta piedra. Debería decirme algo. So kiffar. Parte kiffar, en todo caso.
—Estuvo dando vueltas alrededor de mando’ade para tener una idea mejor de cómo darte caza. Entonces conoció a papá. No duró.
—Romántico.
—Ella le quería.
—Y dejó que él te convirtiera en una mando.
—Pasé dos veranos con papá en Null, después de que mamá y él se separaran. Él me enseñó todo lo que pudo. Y entonces le mataron.
Ella no le dijo a Fett que se callara. Él de todas maneras era un hombre poco hablador, pero hubo una pausa y luego hubo un silencio donde se contenía el aliento. Eso era lo que ella oía ahora.
—Qué lástima —dijo él.
—No intentes ser más huérfano que yo, ba’buir.
Sé cómo es.
Ella luchaba entre el odio que se le había enseñado a sentir por él y la evidencia de sus propios ojos de que él no era un monstruo. Por lo menos no el monstruo pintado por su madre. La misma idea se sentía como una deslealtad a los muertos. Después de casi dos meses, había llegado a un punto donde tenía días en los que su madre no era el primer pensamiento al despertar y no la perseguía en sus sueños. Eso también lo sentía como una traición.
Pero la vida tenía que seguir adelante. Tenía que encontrarle sentido a esto y no dejar que la muerte de Ailyn Vel fuera para nada.
—No hay necesidad de discutirlo, entonces. —Él inhaló. Parecía como si hubiera estado conteniendo el aliento todo ese tiempo—. ¿Estás bien viviendo donde vives?
—Sí.
—Podría comprarte una casa propia. En cualquier lugar.
Mirta nunca sabía cuándo iba él a cambiar a una extraña generosidad. Beviin decía que él tenía sus momentos. Podría, desde luego, haber estado intentando librarse de ella con el cebo de una casa en un planeta lejano.
—Estoy bien donde estoy, gracias. —No, eso sonaba despectivo—. Quiero decir que me gusta vivir con la familia de Vevut.
Fett no dijo nada. Ella sabía qué estaba pensando él ahora.
—Sí, me gusta Orade —dijo ella—. Es un buen hombre.
—Eres una mujer adulta. No es asunto mío.
Pero todo el mundo sabía ahora que ella era una Fett y eso llevaba consigo algunas cargas. Hacía falta un hombre valiente para arriesgarse a tener a un Mand’alor por abuelo político, especialmente uno con la reputación de Boba Fett. Mirta cerró los ojos e intentó escuchar mensajes susurrados del corazón de fuego.
—¿Por qué no puedes conseguir información de eso? —preguntó de repente Fett.
—Sólo soy parte kiffar. No tengo la habilidad completa de sentir las cosas de los objetos. —Volvió a abrir los ojos. Fett todavía era una estatua implacable de desapego. Ella estudió el perfil de él para ver qué había en ella de él—. Se llama psicometría. Dicen que algunos Jedi también pueden hacerlo.
Mencionar a los Jedi podría no haber sido una buena idea, pero Fett no mostró ninguna reacción.
—La piedra absorbe recuerdos del que la da y del que la recibe —dijo él—. Sintas me lo dijo así.
Ah. Bajo la fachada podía haber habido un hombre que quería o revivir tiempos más felices u ocultar los que prefería olvidar. La piedra tenía un poco del espíritu de Sintas Vel y un poco del de él. Había más fachada ahora en él que núcleo, sospechaba Mirta, pero ella le había visto llorar y nadie más había visto al Boba Fett adulto debilitado, estaba segura de ello.
Quizás él no había llorado ni de niño.
—Lo estoy intentando mucho, ba’buir.
—Lo peor que hiciste fue decirme que sabías qué le pasó a Sintas.
Era una bofetada en la cara. Cuando ella lo había dicho, ni siquiera había sabido si el truco serviría y le llevaría a él hasta la emboscada de su madre. Ahora se arrepentía de hacer daño a un hombre moribundo, incluso si había sido criada para odiarle.
—Descubriremos cómo murió la abuela, te lo prometo.
—Después de que coja a ese clon —dijo Fett, todo gravedad y cálculo—, encontraré a un kiffar pura sangre que lea la piedra.
Mirta se lo tomó como una indicación de que se callara. Jugar a las familias felices no era el modo Fett. Se preguntó cuántas familias tenían el registro de muertes violentas e intentos de asesinato que tenía la de ellos. Espero que lo que hay en mí sea más como papá. Entonces recordó a Leia Solo desviando su disparo láser a Fett y supo que era la sangre de ba’buir la que corría en sus venas después de todo, la de su abuelo.
—Prepárate —dijo Fett.
Él no desplegó completamente los compensadores cuando el Esclavo I saltó. Nunca lo hacía. La aceleración a la velocidad de la luz y más allá era como un puñetazo en el pecho y luego como si un hutt se te sentara encima. Ella hizo bien al morderse discretamente el labio mientras las estrellas se alargaban hasta líneas de fuego blanco azuladas y la aplastante sensación pasó.
A él también tenía que dolerle. Era un hombre enfermo. Mirta rebuscó en su bolsillo, sacó algunas cápsulas de calmantes y se las alargó hacia él. Él las cogió sin una palabra. Sus dedeos estaban fríos.
Fue como una vida larga y silenciosa hasta llegar al espacio kuati. Mirta lo llenó con planes sobre cómo destriparía a Jacen Solo si y cuando tuviera la oportunidad. Ya había una cola formándose para ese privilegio. Ba’buir no diría qué tenía en mente para él. Todo de lo que ella estaba segura de que Boba Fett nunca le volvía la espalda a una venganza.
—Desacelerando en media hora estándar —dijo él.
Ella quería quererle muy desesperadamente, pero no podía. Si hubiera descubierto qué pasó entre él y su abuela, podría haberlo encontrado más fácil, pero sabía que también podía haber confirmado su legado de venganza. Una cosa que había aprendido rápido era que ese era un asunto a evitar. No era que ella tuviera miedo de preguntar. Simplemente no podía llegar más allá de la rutina silenciosa. Él podía hacer que el mundo exterior se desvaneciera si quería.
Bador era un sorprendente contraste con Mandalore. El Esclavo I se deslizó sobre un camino de descenso más allá de los orbitales y sobre las ciudades punteadas con calles rectas y plazas abiertas. Mirta comprobó su cuaderno de datos para orientarse.
—¿Cuál era el nombre de tu papá? —preguntó Fett.
—Makin Marec.
Fett siempre tenía una razón para hacer preguntas.
Quizás se estaba preguntando con quién más podía estar emparentado. Aterrizaron en uno de los grandes puertos públicos en Bunar y Fett llevó a cabo su ritual de conectar todas las alarmas, los sensores de movimiento y las otras trampas letales que saludarían a cualquiera lo bastante estúpido como para intentar colarse en el Esclavo I. Él había traído una pequeña moto deslizadora en la bodega y se subió al asiento mucho más fácilmente que la última vez. Los calmantes eran lo bastante fuertes para anestesiar a un bantha.
—Tú navegarás —dijo él. Rebotó un poco en el sillín de cuero como si pusiera a prueba si podía sentir dolor—. Sube.
Mirta conectó su cuaderno de datos al sistema de su casco.
—Hay que bajar recto por esa línea de deslizadores e ir al sur durante cinco kilómetros.
Ella se estaba acostumbrando a llevar un buy’ce.
Al principio, le había parecido sofocante y desorientador, pero pasar semanas rodeaba por gente que dependía de los suyos le había hecho sentirse una inadaptada sin uno. El fluir de datos en la pantalla integrada ahora llamó su atención sin distraerla. No se había tropezado con nada desde hacía tiempo.
Y… la hacía sentirse mando. Su padre lo habría aprobado, pero intentó no pensar lo que mamá habría dicho. Te echo de menos, mamá. Te echo tanto de menos y ni siquiera te dije nunca adiós. La capa andrajosa de Fett chocó contra su visor en el flujo, sacándola de sus recuerdos y Mirta se preguntó si finalmente se volvería como su abuelo… o como su madre. El resentimiento amargo por que le robaran un padre parecía ser cosa de familia.
Fett dirigió la deslizadora a través de barrios crecientemente sórdidos y cañones de altos almacenes y bloques de apartamentos. Los caza recompensas tendían a no emplear su mercancía en las partes mejores de la ciudad. El número de hogares de familias pobres decreció y la dispersión de personajes de mala calaña holgazaneando en las esquinas y en los deslizadores incrementó.
—Entonces, ¿detrás de qué ibas aquí? —preguntó Fett.
—Recuperación de datos robados.
—¿Quieres decir que la gente de por aquí puede leer?
—No. Tengo clientes que pueden. Los locales roban cualquier cosa, incluso si no saben qué es. Yo fui y les persuadí de que los devolvieran.
—Y tu clon con los guantes grises estaba definitivamente aquí.
—Sí.
Después de un par de giros equivocados, la cantina apareció justo en aquel instante. A la luz del día, tenía incluso peor aspecto del que había tenido la última vez que ella la visitó. Una ráfaga de quemaduras láser había dejado ampollas en la pintura de las puertas y la mampostería estaba picada con agujeros de disparos balísticos que no habían estado allí la última vez, hasta donde ella podía decir. Un rastro de gotas de sangre desde la puerta terminaba en un charco más grande y se había secado hasta convertirse en una negrura alquitranada deslucida.
La limpieza de calles no era frecuente aquí.
Un cartel encima de la puerta decía bienvenidos a la cantina paraíso. También decía nada de cascos.
—Me ofende que no respeten la diversidad cultural —murmuró Fett.
—Así es como sé qué aspecto tenía el clon. Se quitó el casco.
—Bien.
Un par de bajavidas machos, un humano y un rodiano, deambularon a diez metros de la deslizadora y la miraron. Entonces parecieron darse cuenta de Fett y luego de su rifle láser y de su mochila con el cohete cargado y de repente parecieron recordar asuntos más importantes en otro lugar. Fett le echó la llave a la deslizadora y colocó el aparato antirrobo con un detonador termal. Los dos machos echaron a correr en direcciones opuestas y se desvanecieron.
—De todos modos, no parecen conocerme aquí.
La fama es efímera.
Mirta se quitó el casco. Fett ignoró la petición sobre las puertas. El bar olía tan mal como había olido siempre, a una mezcla de vómitos, cerveza rancia y aceite que podría haber sido de las máquinas o de comida frita muy vieja. La clientela igualaba el ambiente, posiblemente porque se habían gastado las rentas disponibles en armamento que eran obras de arte. El camarero kuati estaba llenando pequeños platos encima de la barra con conservas en vinagre que tenían la apariencia poco apetecible de unos ojos, así que ellos se quedaron en el bar intentando parecer normales. Normales para el Paraíso, en todo caso.
El camarero vio primero a Mirta. Ella debía haber estado mirando las conservas en vinagre demasiado cuidadosamente.
—Tienes que comprar una bebida —dijo él—. No hay aperitivos sin… —Entonces su mirada giró. El casco atrajo su atención de un modo que el pectoral solo no la atraía—. Ohhh, tienes el atrevimiento de entrar aquí, ¿no es verdad, so escoria mando?
Se agachó bajo el mostrador durante una décima de segundo y eso sólo significaba una cosa. Mirta no estaba segura de si ella tuvo su rifle láser apuntado antes que el de ba’buir, pero cuando el hombre se enderezó de nuevo con un disruptor Tenloss de cañón corto y altamente ilegal que podría haberles reducido a los dos a tierra para nerfs, estaba mirando a las bocas del EE-3 de cañón recortado de Fett y del BlasTech 515 de ella.
Eso sobresaltó al camarero lo suficiente para que Fett aterrizara su puño izquierdo directamente sobre su cara. Él cayó hacia atrás contra los vasos apilados tras él y un par se estrellaron sobre las baldosas. Fett cogió el disruptor mientras rebotaba sobre la barra.
Mirta le cubrió la espalda instintivamente, pero ninguno de los clientes se movió. Ella estaba empezando a sentirse cómoda haciendo esta demostración de los dos. La sensación de camaradería, muy cerca del vínculo familiar, había crecido en ella.
Fett examinó el disruptor y conectó el seguro a la fuerza con una mano.
—Recuerda… nada de desintegraciones.
El camarero se tambaleó al ponerse derecho, colocando una mano bajo su nariz para recoger la sangre que goteaba.
—El último mando que estuvo aquí destrozó este lugar. Todos sois kriffadamente iguales y no te quiero aquí, así que, ¿por qué no…?
Mirta comprendió que debía haberse perdido algo de diversión y juegos después de que dejara al clon gris con su cacería.
—Ese era un pariente perdido hacía mucho —dijo ella—. Le estamos buscando.
—Bueno, cuando tengáis vuestra reunión familiar, quiero que él pague por el daño de la última vez.
El hombre no parecía reconocer al ba’buir, pero Fett no habría aceptado un contrato de un sitio tan abajo en la cadena alimentaria como este. Los senadores, los señores del crimen y los ricos que podían permitírselo conocían su armadura. Los camareros tendían a no conocerla.
—Es hora de que compartamos algunas reminiscencias con mi perverso pariente —dijo Fett, dándole unos golpecitos con el índice impacientemente al protector del gatillo de su rifle láser—. Yo no soy tan cuidadoso como él. Mi nombre es Fett.
La cara del camarero perdió la sangre que le quedaba. Mirta realmente vio cambiar su color hasta un gris pálido. Ella no había visto nunca antes el miedo físico así. Los ojos del hombre escanearon el visor de Fett y la revelación fue casi cómica.
—Fue hace cierto tiempo…
—Un mandaloriano con guantes grises. Llamado Skirata. —Si el camarero estaba esperando algunos créditos dejados de golpe sobre la barra para refrescar su memoria, Fett no estaba participando—. ¿Qué sabes?
—Vale, mató a un tío. Hubo montones de daños. Y también montones de atención de seguridad. —El camarero miró ahora a Mirta y evidentemente estaba encajando las piezas—. Sí, tú estabas con él, ¿no es verdad?
—No durante mucho tiempo —dijo Mirta. Se había apartado rápidamente del camino del clon, hacia una cantina diferente, de hecho—. ¿A quién mató?
—A un jefe de una banda llamado Cherit. Incluso salió en las holonoticias.
Obviamente la mayoría de los tiroteos aquí no garantizaban un titular. Mirta tomó nota mentalmente de comprobar los archivos.
—¿Qué sabes sobre Cherit que no salió en las noticias?
—Nada.
—Comprendo que un golpe en la cara puede afectar a tu memoria. —Fett todavía no había bajado su rifle láser—. Inténtalo otra vez.
—Vale, la organización de Cherit proporcionaba rak, lxetálico y chicas twi’leko a algunos ricos kuati.
Estuvo haciendo sus tratos desde aquí durante un tiempo. Tal vez interfirió en el territorio de tu pariente.
—No suena como nuestra línea de trabajo.
Fett se quedó mirando al hombre durante mucho, mucho tiempo. El camarero parecía como si estuviera buscando algo más que decir para llenar el silencio. Finalmente Fett inclinó si rifle láser contra su hombro, le puso el seguro y pareció apaciguado.
—Si le vuelves a ver, dile que el pequeño Boba quiere verle por un trabajo.
—¿Cómo va a ponerse en contacto contigo?
—En Mandalore. Girando a la derecha en la Vía Hydiana. No tiene pérdida.
—Vale.
—¿Y dónde para la banda de Cherit ahora?
El camarero se volvió hacia las estanterías detrás de él y rebuscó frenéticamente en una pila de hojas de plastifino.
—No le digas a Fraig que yo te di esto. —Era una servilleta con un logo estampado en relieve que decía casino de las cataratas tekshar—. Encontraréis a Fraig allí la mayoría de las tardes en las mesas de sabacc. Ciudad Kuat. Fraig se hizo con la organización después de Cherit.
Fett se guardó la servilleta en el bolsillo y salió a grandes zancadas. Mirta le siguió, retrocediendo a través de las puertas más por costumbre que por miedo a un ataque.
—¿Piensas que Fraig pagó al clon por un cambio de jefe? —dijo ella, subiendo a horcajadas en la deslizadora tras él—. Eso es lo que yo estoy pensando.
—Si lo hizo, él sabrá cómo encontrarle.
La moto deslizadora se lanzó sobre las partes más brutales de Bunar y se dirigió de vuelta hacia el Esclavo I.
—¿Juegas al sabacc? —preguntó Fett.
Mirta supo sin preguntar que su abuelo no era un jugador recreativo.
—No.
—Plan B, entonces.
—¿Cuál es el Plan B?
—Te lo diré cuando se me ocurra.
—¿Cuál era el Plan A?
—Vestirte bien, enviarte a jugar una mano o dos y a que engatusaras a Fraig para sacarle algo.
—Gracias.
—De todas maneras nunca habría funcionado. No eres del tipo que engatusa.
Podría haber sido un insulto o un cumplido, pero ella no tenía manera de saberlo con Fett.
Quiero que él me guste. Él no es de los que gustan, pero tampoco es lo que tú me dijiste que era, mamá. ¿Cómo podías incluso haberlo sabido?
Mirta se encontró discutiendo con una mujer muerta, odiándose a sí misma por ello y descubriendo que nada de lo que pensaba que sabía era sólido ya.
Apartó una mano de la barra de sujeción de la deslizadora y sacó el corazón de fuego de debajo de su pectoral para cogerlo. Quizá le diría algo antes o después.
—Unos calmantes geniales —dijo Fett. Ella pudo ver la sangre seca en los nudillos de su guante izquierdo mientras él flexionaba el puño. A él le preocupaba la mancha—. Gracias.
Había el más débil matiz de calidez en su voz. Era un comienzo.
OFICINA DE JACEN SOLO, CUARTEL GENERAL DE LA GAG, CORUSCANT
Había una voz en la cabeza de Jacen y él nunca sabía de quién era. A veces era claramente la de Vergere, claramente un recuerdo, pero otras no estaba seguro de si eran sus propios pensamientos o las sugerencias de Lumiya subiendo a la superficie desde su subconsciente o algo completamente diferente. Había veces en las que incluso pensaba que era su consciencia.
Ahora era su consciencia, estaba seguro de ello.
Todo lo que podía ver era a su hija.
Así que entonces no estás pensando en Tenel Ka…
Fuera cual fuese el acto que tenía que llevar a cabo para convertirse en un completo Señor Sith, sería extremo. Tenía que ser más duro que matar a una compañera Jedi. Más duro incluso que encarcelar a corellianos en campos de concentración o volverse contra sus propios padres y su hermana o derrocar a la democracia.
Tenía que ser la decisión más dolorosa que había tomado jamás.
Simplemente no puedo matar a mi niña pequeña.
¿Quién dice que tengo que hacerlo? ¿Qué demostraría eso?
Que harías cualquier cosa para conseguir los poderes para traer paz y orden a la galaxia.
Era el futuro de Allana el que le había hecho empezar a descender por este camino. Ahora sería un futuro seguro para los niños de todo el mundo excepto para la suya.
De eso se trata, Jacen. De servicio, de servicio doloroso. Abraza el dolor.
No, no era servicio. Era una locura. No lo haría.
¿Pero era diferente de enviar a tus propios hijos a la guerra, haciendo el mismo sacrificio que millones de otros padres? ¿No era siempre más difícil entregar la vida de un ser querido que la tuya propia?
No. El único sacrificio que vale la pena hacer es tu propia vida.
Pero Lumiya había dicho que él lo sabría. Había dicho que sabría qué tenía que hacer cuando llegara el momento y ella no podía decírselo. Había estado con Tenel Ka y con Allana desde entonces. No había sentido nada, ni un rastro de la Fuerza de que este fuera el paso final, de que estas fueran las personas que tenía que matar.
Quizás esto es negación. Una falsa ilusión.
No es Allana. No es ni siquiera Tenel Ka.
—No son ellas —dijo—. Tiene que ser Ben.
Y entonces estaba de vuelta en su oficina, horriblemente consciente, levantando la vista hacia un confuso cabo Lekauf. Había una taza de caf en el escritorio frente a él y no había visto a nadie ponerla allí.
Nunca antes había estado tan distraído. Eso le asustaba. No podía permitirse otro lapsus como ese.
—El teniente Skywalker no se ha presentado todavía, señor. —Lekauf, nieto del oficial que había servido fielmente a Lord Vader, tenía un buen humor limpio y pecoso que evitaba que pareciera amenazador incluso con la armadura negra de la GAG y un rifle láser BT25—. ¿Puedo ayudarle?
Jacen sintió que su cara ardía.
—Mis disculpas, cabo. Estaba pensando en voz alta.
—No pasa nada, señor. Pensé que estaba haciendo algo de esa cosa Jedi. Comunicándose.
Jacen tuvo que pensar durante un momento.
—¿Agruparme?
—Eso es.
—Creo que necesito más caf antes de intentar eso hoy. Gracias.
—¿Recibió el mensaje de la almirante Niathal sobre el equipo, señor?
—¿Cuál es?
Jacen comprobó su cuaderno de datos y el surtido de comunicadores. La burocracia no se le daba bien. Se aseguraría de que tenía los mejores administradores cuando él…
¿Cuando yo qué?
Cuando gobierne como un Señor Sith.
La idea era un 90 por ciento serena, un 9 por ciento inapropiadamente excitante y un 1 por ciento repelente. Si pudiera haber identificado la fuente de la revulsión (un disgusto por el poder, un viejo tabú Jedi, simple ignorancia) la habría escuchado. Pero la voz no era lo bastante alta. Eran sus pequeños miedos, su reticencia a aceptar la responsabilidad y eso era algo que tenía que ignorar.
—Dice que algunas de las unidades de primera línea están teniendo problemas en recibir los equipos que necesitan —dijo Lekauf—. Cosas molestas. Especialistas de artillería, piezas de comunicadores, pero también cosas seriamente no negociables como suministros médicos. También se están quejando de que los paquetes del mantenimiento de los cañones no alcanzan los estándares y que han tenido algún mal funcionamiento. —Lekauf levantó las cejas—. También estamos encontrando problemas para adquirir lo que necesitamos, señor.
Eso atrajo la atención de Jacen.
—Este es el planeta más rico y más técnicamente avanzado de la galaxia, ¿y no podemos mantener a nuestras fuerzas suministradas adecuadamente en una guerra?
Lekauf le dirigió a Jacen un asentimiento significativo que le dirigió a su holopantalla.
—Creo que la almirante lo expresó un poco más enfáticamente, pero esa fue también su reacción general.
—¿Hay alguna razón para esto?
—Adquisiciones y Suministros parecen estar arrastrando los pies, señor.
—Es hora de que yo se los des arrastre —dijo Jacen. Pulsó la tecla del comunicador y abrió una línea con Adquisiciones—. Estoy seguro de que se puede arreglar.
—Si quiere que hable yo con ellos, señor…
—Creo que necesitan a todo un coronel para que les motive, Lekauf, pero le agradezco la oferta. —Jacen de repente sintió que esto era la tarea más importante de su lista. Niathal y él esperaban mucho de las fuerzas armadas y no era esperar demasiado que la burocracia militar les respaldara—. Yo pondré las cosas en movimiento. Encuentre al capitán Shevu por mí, ¿quiere?
—Está fuera en vigilancia, señor. Interceptó alguna artillería fea, así que está fuera con el sargento Wirut vigilando el punto de entrega.
Shevu estaba en activo. No parecía estar tan entusiasmado con el papel de la GAG como lo había estado unas cuantas semanas antes, pero hacía su trabajo y lideraba en primera línea. No había nada más que Jacen pudiera pedirle a un oficial.
—De acuerdo, le alcanzaré cuando sea relevado.
Adquisiciones frustró a Jacen desde el principio.
Cuando consiguió una respuesta por el comunicador, su estatus como comandante de la GAG no pareció abrir tantas puertas como hacía en el resto de la Alianza. Para cuando conectó con una funcionaria civil superior de Suministros de la Flota, una mujer llamada Gellus, él no estaba impresionado y su caf estaba frío.
—No podemos pasar por encima del sistema de suministros, señor —dijo Gellus—. Todas las peticiones se tratan por turno.
—¿No deberían tratarse por urgencia, como en primera línea?
—No tengo poder para hacer eso bajo las regulaciones de adquisiciones, señor.
—¿Con quién hablo sobre la calidad de los suministros?
—¿Qué suministros? Verá, tenemos cuatro departamentos…
—Paquetes de mantenimiento de cañones. Estamos teniendo quejas sobre piezas de repuesto de mala calidad.
—Eso sería Apoyo de Ingeniería. Tienen su propio sistema. Tendrá que…
Jacen había aprendido paciencia y una docena de maneras de calmar su mente en una crisis de muchas escuelas esotéricas de usuarios de la Fuerza. No quería utilizar ninguna de ellas. Quería perder los nervios. Quería acción.
—Hay una guerra en marcha —dijo él tranquilamente—. Todo lo que quiero es que el equipo adecuado llegue a la gente que está luchando. ¿Cuál es el modo más rápido de hacerlo?
—Usted no es de la Flota, ¿verdad, señor? La GAG es doméstica.
—¿Lo que significa?
—Esta no es su cadena de mando. Necesitamos autorización de un oficial superior de la Flota para darle curso a esta petición. Son las regulaciones, señor.
Pero yo soy el comandante de la Guardia de la Alianza Galáctica. Ni siquiera tengo tantos problemas para ver al Jefe Omas. El alcance aparentemente limitado de su autoridad le corroyó. Él podía llamar a destructores estelares y a ejércitos enteros, pero era imposible pasar más allá de una burócrata.
—¿Servirá la orden de la Comandante Suprema?
Gellus tragó audiblemente.
—Sí, señor.
—Entonces volveré con eso.
Jacen cerró la comunicación, furioso. Reglas. No estaba acostumbrado a estos límites arbitrarios. Si no podía hacer que lo de un simple suministro se arreglase, entonces su futuro como Señor Sith parecía limitado.
Su mente racional le dijo que esto era una molestia que se podría resolver con un mensaje a Niathal y una pequeña delegación a un oficial inferior, pero otra sensación le dijo enteramente que tenía que seguir adelante con esto.
Es bueno para la moral, pensó.
No, era algo diferente. No podía señalarlo.
Reglas y regulaciones. Repasó los códigos de comunicador de los departamentos de defensa de la Alianza y encontró el de Legal y Legislativo. Introdujo la secuencia y una voz humana le respondió.
—¿Puedo tomar prestado un droide analista legal? —le preguntó al asistente.
Jacen prefería el consejo legal de las fuentes más desapasionadas y menos imaginativamente honesta.
Un droide podría hacer polvo la letra pequeña de los decretos para él.
—En seguida, señor.
Eso estaba mejor. El humor de Jacen mejoró.
Mientras tanto, todavía necesitaba esa simple autorización de la almirante Niathal para poner en movimiento el equipo.
Buena oficial. Buena táctica. Actitudes conservadoras.
Pero él la necesitaba a ella tanto como ella le necesitaba a él.
Lekauf volvió con nuevo caf. Debería haber acabado el turno, según la parrilla.
—Usted está demasiado ocupado para hacer administración de rutina, señor —dijo—. ¿Está seguro de que no puedo quitárselo de las manos?
—Estoy seguro —dijo Jacen—. Adquisiciones y yo tenemos que arreglar unas cuantas cosas entre nosotros.
Lekauf sonrió.
—Enséñeles, señor.
Algo le dijo a Jacen que era más importante «enseñarles» de lo que él pudo imaginar jamás.
Y esa voz… la escuchó.
APARTAMENTO DE LOS SKYWALKER, CORUSCANT
Luke miró sus manos, primero la derecha y luego la izquierda. Una era protésica y la otra era de carne y había sido tocada por alguien en quien él estaba empezando a pensar como su némesis.
Lumiya.
En mitad de la batalla, había tenido la oportunidad de matarla y habían terminado dándose la mano en un gesto que entre la gente normal se podía haber considerado una reconciliación.
Dije que no quería matarla.
Luke Skywalker nunca había querido matar a nadie. Sin embargo, a veces ocurría. Se puso en pie y cogió el shoto de su cinturón, el sable láser que sentía que necesitaba para tratar con Lumiya y su látigo láser.
¿Qué está pasando? ¿Qué quiere?
Ella nunca había sido de las que juegan a juegos mentales como Vergere. Era una soldado: una piloto, una agente de inteligencia, una luchadora. Él todavía tenía que encajar las piezas, pero ella estaba conectada de algún modo con el desliz de Jacen hacia la oscuridad.
Hizo unos cuantos pases perezosos de práctica con el shoto e intentó visualizar lo que podía pasar si se cruzaba con Lumiya otra vez. Entonces se preguntó lo que habría hecho a los diecinueve y supo que no habría pensado mucho en ello. Quería que las cosas fueran así de claras otra vez.
Las puertas del apartamento se abrieron y oyó a Mara y Ben hablando. El alivio le inundó. Dejó el shoto en la mesa y cada línea de advertencia y desaprobación ensayada se desvaneció, reemplazada por una simple necesidad de coger a su hijo y aplastarle en un abrazo.
Ben se quedó de pie en el sitio y se rindió al abrazo.
Mara le dirigió a Luke una advertencia con una ceja levantada, pero él no estaba planeando regañar a Ben.
—Me alegro de que estés a salvo —dijo Luke—. Pero si algo de lo que hice hizo que te fueras así, necesitamos hablar de ello.
Ben miró a Mara como si buscara una pista para explicarlo.
—Estaba trabajando. Estaba en una misión, eso es todo.
Jacen, so mentiroso. Dijiste que estaba resentido por el hecho de que evité que fuera tu aprendiz.
Sólo Jacen le enviaría, sólo él podría haberle enviado, a una misión.
Luke consideró preguntar casualmente a Ben quién le había enviado, pero lo sabía de todos modos y no quería caer tan bajo como para engañar a su propio hijo para que le diera información o para ponerle en una situación difícil respecto a Jacen. No necesitaba ninguna prueba más de que su sobrino no iba a volver a la luz sin una ayuda sustancial. Era una ayuda que Han y Leia no podrían darle. También estaba más allá del Consejo Jedi.
Este era un problema de familia. Él lo resolvería, con Mara o sin ella.
—¿Silencio de comunicaciones? —preguntó.
—Sí, papá. Lo siento. —Ben podía haber estado sorprendido por el abrazo, pero tampoco había retrocedido—. No puedo discutirlo. Lo entiendes, ¿verdad?
—Desde luego que sí, hijo. —Y apuesto a que sé quién te dijo que no lo hicieras—. Realmente esperaba que no te quedaras con la GAG.
—Soy bueno en esa clase de trabajo.
—Lo sé.
—Ahora no puedo ser incluso un pequeño buen Jedi académico, papá. Tengo que ver todo esto. Hemos tenido esta discusión antes, ¿verdad? —El tono de Ben era apesadumbrado, no la protesta llorona de un adolescente acerca de lo injustos que eran sus padres. Era aleccionador verle crecer tan deprisa. ¿Crecer? No, envejecer—. Hay una guerra en marcha y una vez que has servido, sabes que no puedes alejarte de ella y sentarte mientras tus… mientras tus amigos arriesgan sus vidas.
—Luke… —El tono de Mara era un reproche, con ese ligero matiz nasal que decía que quería que Luke parase—. ¿Es realmente el momento para todo esto?
Él la ignoró.
—Lo entiendo, Ben. Lo entiendo. Pero la GAG no es el lugar donde deberías estar.
—¿No lo es?
—No es el modo en el que el gobierno debería tratar con los disidentes.
—Entonces ese es el porqué debería quedarme —dijo Ben tranquilamente—. Si es una mala organización, entonces necesita que la buena gente se quede y la cambie desde dentro, y no abandonarla a los tíos malos. Y si es una buena organización, entonces todo por lo que realmente tienes miedo es por mi seguridad, y puedo manejar eso mejor de lo que crees.
Querías que fuera un Jedi. Estoy siendo Jedi.
La lógica y el razonamiento moral de Ben eran impecables.
—Tienes razón.
—¿Entonces soy una buena persona, papá? ¿O crees que me he vuelto malo como crees que se ha vuelto la GAG?
Era una pregunta que Luke nunca había querido considerar. ¿Qué era una mala persona? La mayoría de la gente que hacía cosas malvadas no era ni buena ni mala, simplemente falibles mortales. La única persona realmente irredimible que él había conocido jamás era Palpatine. Y presumiblemente incluso Palpatine había sido una vez un niño pequeño, sin soñar nunca que sería responsable de las muertes de billones y sin saborear su poder.
Luke se dio cuenta de que no estaba seguro de que supiera lo que era una buena persona cuando veía una, o en qué punto se volvían malos. Era dolorosamente consciente de la mirada de Mara taladrándole, verde y helada como un río congelado en la corriente.
—Eres una buena persona, Ben. —¿Está haciendo algo que yo no hice?—. Piensas en lo que haces.
—Gracias. Y no voy a dejar la GAG, papá. Tendrás que obligarme, o físicamente o en los juzgados, y ninguno de nosotros quiere eso. Déjame dónde pueda hacer algún bien.
Las peleas se podían tener sin levantar la voz o sin palabras enfadadas. Ben había peleado y dado a sus padres un ultimátum. Luke sabía que tendría que afrontar esto de otro modo.
Y maldita sea, Ben realmente tenía razón. La GAG no se podía abandonar a los chicos agresivos.
—Sólo ten cuidado con Lumiya —dijo Luke—. ¿Se lo dijiste, Mara?
—Se lo dije.
—¿Entonces vas a quedarte para comer algo, hijo? —preguntó sintiendo la mirada de Mara descongelándose un poco.
—Me gustaría —dijo Ben, con los catorce convirtiéndose en cuarenta.
Era difícil tener una conversación de familia durante la comida sin mencionar la guerra. Ben quería saber cómo lo estaban llevando Han y Leia. Mara movió las verduras de su plato como si intentara meterlas bajo la alfombra.
—Las cosas no están demasiado bien entre Jacen y tus tíos en este momento, cariño —dijo ella—. Pero sea lo que sea lo que él te diga, ellos todavía se preocupan por él y quieren que esté bien.
—No es personal —dijo Ben—. Hey, yo intenté arrestar al tío Han porque era mi trabajo. No le deseaba ningún mal.
Luke pensó en las prisas de Jacen por abandonar a sus padres durante el ataque al satélite de vacaciones. No podía ver a Ben haciendo lo mismo. Y si podía, no quería verlo.
—Papá, ¿era el Imperio realmente un reino del terror?
—Sólo un poco…
—Sé que tú y el tío Han y la tía Leia lo pasasteis mal durante esa época, pero, ¿qué hay de la gente ordinaria?
Mara masticó con deliberada lentitud, con la mirada ligeramente desenfocada en un punto a media distancia.
—Podrías querer preguntárselo a Alderaan. No, espera… fue destruido, ¿verdad? Ups. Eso es lo que le ocurría a la gente ordinaria, y lo sé mejor que la mayoría.
Porque tú hiciste algo de eso. Luke se enfrentó al hecho de que no podía esperar que Ben creyera una palabra de lo que ninguno de ellos le dijera. Los dos habían hecho cosas que le estaban diciendo que él no podía hacer ahora.
—Pero la mayoría de la gente realmente no se dio cuenta, ¿verdad? —Ben parecía estar fijo en su curso—. Sus vidas continuaron como antes. Tal vez unas cuantas personas que eran políticos tuvieron una visita a medianoche de unos cuantos soldados de asalto, pero la mayoría de la gente continuó con sus vidas, ¿verdad?
—Verdad —concedió Mara—. Pero vivir con miedo no es vivir.
—Es mejor que estar muerto.
—¿Crees que el Imperio estaba bien, Ben? —preguntó Luke.
—No lo sé. Simplemente parece que un puñado de gente puede pensar que tienen el deber, el derecho, de cambiar las cosas para todos los demás. Es una gran decisión, la rebelión, ¿verdad? Pero la mayoría de las decisiones que afectan a trillones de seres las toman unas pocas personas.
Luke y Mara se miraron el uno al otro discretamente y luego a Ben. Él había adquirido una curiosidad política a lo largo del camino. Fuera cual fuera la misión a la que Jacen le había enviado, y él le había enviado, Luke estaba seguro, había hecho pensar al chico.
O tal vez Luke estaba perdiendo contacto con el hecho de que su hijo era ahora un joven y estaba cambiando rápidamente. Cuando se fue, sin embargo, Mara todavía le ayudó con la chaqueta. Luke casi esperaba que ella le preguntara si se cepillaba los dientes todos los días. Pero, siendo Mara, demostró su preocupación maternal de un modo más pragmático y presionó un objeto gris mate contra la mano de Ben.
—Dame este gusto —dijo ella y le besó en la frente—. Lleva esto. Uno nunca sabe.
Ben miró a su palma.
—Guau.
—Esa —dijo ella— era la mejor vibrodaga que el Imperio podía comprar. Me salvó más de una vez.
Un sable láser es genial, pero un sable láser y una vibrodaga es incluso mejor.
—Más una pistola láser —dijo Ben. Sonrió—. Eso es aún mejor. La triple maldición.
—Ese es mi niño.
Después de que Ben se fuera, Mara quitó los platos.
—¿Cuándo produjimos un analista político de mente comunal?
—Demasiados amigos Gorog, quizás.
—¿Te parece un chico fuera de control y mal de la cabeza?
—No —dijo Luke—, pero no es la influencia de Jacen lo que le está convirtiendo en un hombre, incluso si él es el único que puede manejar a Ben.
—Luke, todavía tenemos algo que hacer.
—Oh, ¿ahora tenemos que hacer algo? ¿Qué ha pasado con «Déjale con Jacen, es bueno para el chico…»? —Luke casi tuvo que morderse el labio para evitar decir que él se lo había dicho, lo que siempre había considerado que era la señal de que alguien no estaba buscando la solución al problema, sino simplemente marcándose un tanto—. Además, no parece que se esté corrompiendo por lo que está pasando.
Tal vez él es un buen hombre en su interior. Tal vez tenías razones para hacerme que dejase que nuestro hijo se uniese a la policía secreta…
—Quería decir con Lumiya. —Mara tenía una manera de poner sus brazos alrededor de sus hombros que decía que había cometido un gran error pero él no tenía que restregárselo en la cara—. Vale, he cambiado de idea. Jacen se ha vuelto malo. Es culpa mía que hayamos malgastado unos cuantos meses calmando a Ben. ¿Satisfecho? ¿Qué hay de la raíz de la causa de todo esto?
—No hemos vuelto a encontrar su rastro otra vez.
—¿Y qué pasará cuando lo hagamos? —Mara dio un golpe tan fuerte al soltar los platos en el mostrador de la cocina que los platos traquetearon—. ¿Qué vas a hacer, sostenerle la mano otra vez? —Él nunca debió haberle dicho que Lumiya le había ofrecido su mano cuando estaban luchando. Eso la estaba carcomiendo—. ¿Porque la pobre y vieja chica no quiere hacerte ningún daño? ¿Lumiya? ¿La reina de los malditos Sith?
—En realidad no había ninguna mala intención en ella.
Mara puso los ojos en blanco.
—Desde luego que no la había. No quiere matarte a ti. Quiere matar a nuestro hijo. —Ella tomó la cara de Luke en sus manos y le obligó a mirarla a los ojos—. Luke, podrías haberla matado. Cortarla en dos. Terminar el trabajo. Pero no lo hiciste.
Luke se sintió inexplicablemente avergonzado.
—No pude.
—Lo sé. Venimos de diferentes escuelas de justicia, ¿verdad?
—Cariño…
—Ella no es tu padre, Luke. No queda nada bueno que redimir en ella. Es una amenaza que necesita ser eliminada y eso es lo que yo estoy entrenada para hacer y tú no. Olvida toda esta basura acerca de cógela viva si puedes. De la única manera que alguien va a cogerla es muerta.
Luke había tenido la sensación de que Mara podría decir eso. Él sabía cuándo estaba planeando algo. Ella podría haber pensado que le ocultaba cosas, pero él la conocía lo suficientemente bien para ver los engranajes encajando y el plan formándose.
Él había perdido su oportunidad con Lumiya. Y no tendría otra.
—Me estás diciendo que vas a ir tras ella.
—Podrías seguirme de cerca si se pudiera confiar en que no te ablandes con ella. —Mara le soltó y pareció avergonzada. Sus mejillas estaban sonrojadas—. Puedes coger a Alema. También necesita un serio reajuste de actitud con un sable láser. No es que no tengamos suficientes candidatas para el puesto de asesina loca tras las que ir.
No importaba lo que ocurriera, Luke sabía que no tenía la habilidad de un asesino para matar a alguien que no estaba intentando matarle a él en aquel lugar y en aquel momento. Si la tuviera…
Así que Ben no era el único navegando por un laberinto emocional. Luke había estado haciéndolo durante décadas, pero el laberinto sólo se estaba volviendo más retorcido y con más giros cada año.
—Veamos cuánto mejor se vuelve Jacen cuando Lumiya desaparezca —dijo él. Espera, ¿acabo de bendecir un asesinato?—. Y con Alema fuera del camino, entonces Leia y Han pueden volver al redil, y podremos afrontar esta guerra como una familia otra vez.
Mara le dio unas palmaditas en la mejilla con una sonrisa arrepentida y colocó a un droide para que lavara los platos. Ella pasó el resto de la tarde reuniendo y comprobando una colección de armas que definitivamente no venían de una época civilizada.
—Nunca supe que tenías una de esas —dijo él, apuntando a una pistola láser que tenía la boca del cañón de un lanzador de granadas—. ¿Cómo planeas utilizarla?
—Con una flecha explosiva. Veamos como intenta utilizar su látigo láser contra eso.
—¿Quieres coger mi shoto?
—¿Me lo estás ofreciendo?
—Como símbolo de «buena suerte», tal vez.
—Como símbolo de «bajo la caja torácica», mejor. A menos que eso sea también todo duracero.
Esa era su mujer. A veces él veía un destello de la mujer que había sido una vez y era una completa extraña durante un segundo o dos.
—¿Cómo vas a seguirla? Se esconde muy bien.
—Puedo cazar muy bien. —Mara tomó la empuñadura del shoto y lo giró como una espada—. Un pequeño cebo, una pequeña investigación y una pequeña ayuda de la Fuerza. —Ella encendió el rayo de energía—. Además, si Alema la está siguiendo, como parece ser el caso, entonces una de ellas va a dar un paso en falso y dejarse ver.
—Lumiya no da pasos en falso.
—Bueno, no está dirigiendo la galaxia justo ahora, así que creo que a veces los da… —Mara lanzó el shoto al aire y lo cogió por la empuñadura mientras caía—. Y sigue apareciendo últimamente, así que estaré preparada.
—Sólo mantenme informado de dónde estás, ¿vale?
—Lo sabrás. —Mara le dirigió su mejor sonrisa de «sé lo que estoy haciendo»—. ¿Y quién mejor para ir tras una antigua Mano del Emperador que otra?
—Hiciste esto antes…
—Y eso fue antes de que tuviera un hijo del que preocuparme. —La sonrisa se desvaneció—. Soy mucho más peligrosa ahora que tengo un cachorro al que proteger.
A Luke no le cupo ninguna duda de eso. Pero era la primera vez en su vida que se arrepentía de no haber matado a alguien cuando tuvo la oportunidad.