capítulo dieciséis

El gobierno de Bothawui está preparado para pagar veinte millones de créditos al mes por los servicios exclusivos de una flota de asalto mandaloriana con infantería. También estaríamos grandemente interesados en adquirir un escuadrón de cazas de asalto Bes’uliik y estaríamos dispuestos a pagar un premio para tener los derechos exclusivos para comprar esta nave.

—Oferta formal al gobierno de Mandalore

PASILLO DEL SENADO, CORUSCANT

—Ahí estás —dijo Mara, emboscando a Jacen mientras salía del turboascensor—. Me alegro de alcanzarte.

Él registró una sorpresa genuina y eso le dio a ella más satisfacción de lo que él jamás sabría. No, él no había sentido su presencia cuando importaba.

Gracias, Ben. Bonito truco.

—Hola, tía Mara. ¿Qué puedo hacer por ti? —Jacen intentó hacer ese acto de titubeo en el lugar, el cuidadoso lenguaje corporal calculado que decía que él realmente quería quedarse y hablar, pero el deber le estaba arrastrando lejos. Qué actor. Ella también podía actuar, pero este no era el momento para ello—. Me gustaría que nos pongamos al día con una bebida —dijo él—, pero es tarde y tengo una reunión a primera hora de la mañana. ¿Podemos quedar para cuando esté libre?

¿Digamos en un par de días?

—Esto no llevará mucho, Jacen. Es necesario que sea ahora.

Ahora era el turno de ella de llevar a cabo la coreografía, interponiéndose en su camino de manera que si él quería pasar, tendría que dar un paso lateral deliberado y rechazarla. Y Jacen no sería tan evidente, no con ella. Eso le haría sospechar.

Demasiado tarde. Ya lo has hecho, Jacen. Pero por el bien de Leia, por el bien de Han, tengo que intentar esto.

—Vale —dijo él.

Había algo profundamente inquietante en un usuario de la Fuerza, en cualquiera, en realidad, que no tenía presencia en la Fuerza. Era como estar al lado de alguien que no estaba respirando y no tenía pulso, un poco demasiado cerca de la muerte para el gusto de Mara. También presionaba todos aquellos botones de paranoia y defensivos, como alguien susurrando tras su mano en presencia de otra persona.

Decía culpable, innatural y secreto. Si los yuuzhan vong hubiesen sido los seres más amables y dulces del universo, Mara sabía que ella no habría confiado en ellos de ninguna manera porque ellos no aparecían en la Fuerza como vivos y allí.

Llevó a Jacen a una alcoba. Psicológicamente, podría haberse sentido más vulnerable siendo confrontado con sus actos en medio del vestíbulo, donde todo el mundo pudiera oírles y verles. Por otra parte, la alcoba podía hacerle sentirse preocupado si ella maniobraba para que él se quedase de espaldas a la pared.

De cualquier modo, ella iba a conseguir una reacción por parte de él. Ella no podía superar los poderes de la Fuerza de él, pero los trucos de carne y hueso la ponían en un nivel superior en el campo de juego.

—No me engañas —dijo ella—. Ya no, en cualquier caso.

Él intentó su sonrisa de niño pequeño confundido.

—¿Qué se supone que he hecho?

—¿Recuerdas lo que yo era?

—Me he perdido, tía Mara…

—Esto es sobre Lumiya. Se acaba aquí y ahora.

Te has convertido en algo vil y eres demasiado listo para ser engañado para hacer eso incluso por ella.

Más allá de la oscuridad. ¿Ves?, he estado en ambos lados y lo sé.

—Bueno, no sé qué quieres decir. Realmente no lo sé.

—Respuesta equivocada. Trataré con Lumiya a su debido tiempo, pero sé lo que has estado haciendo y no me trago las excusas que tus pobres padres están haciendo para ti cada kiffrada vez. Así que voy a hacerte una prueba.

—Mara, ¿estás bien? No estás bien, ¿verdad?

—Ni siquiera pienses en intentar eso. Si comprendes las cosas terribles que has hecho y lo que sea que queda del hijo de Leia todavía está funcionando, entonces ven conmigo en este momento al Templo. Reuniremos a todo el Consejo y te desprogramaremos.

Jacen se metió las manos en los bolsillos y bajó la mirada hasta el suelo. Todavía tenía esa estúpida sonrisa en su cara, pero se estaba desvaneciendo un poco alrededor de sus ojos.

—Mara —dijo él, con una suavidad exagerada que hizo que ella quisiera darle un puñetazo—. Mara, creo que estás olvidando que ahora soy Jefe de Estado conjunto y no tengo tiempo para esta efusión emocional debida a cualquier cosa que Ben haya estado contándote…

Él estaba hundiéndose más y más en el hoyo. Ella realmente había esperado que él diese un paso atrás y sabía que simplemente era una estúpida por tener esa esperanza como lo había sido por mirar hacia otro lado para no ver la oscuridad en él en primer lugar.

—Esto no tiene nada que ver con Ben, Jacen. —Ella detuvo un dedo a una fracción de clavárselo en el pecho—. Deja a Ben fuera de esto. Si haces algo como respirar cerca de él, te despellejaré vivo y eso no es un eufemismo. Última oportunidad. Deja toda esa basura Sith ahora o afronta lo que viene.

Ahí estaba. Ella lo había dicho. Sith. La sonrisa de Jacen se había desvanecido completamente y él parecía un completo extraño. El Emperador había tenido los ojos amarillos, recordó ella. Decían que una vez él había tenido una cara amable con ojos azules normales, pero si los de Jacen se volvieran amarillos, él posiblemente no podría haberle parecido más extraño a ella de lo que parecía justo entonces. No había nada supernatural en su ambición, su crueldad y su arrogancia.

—Buenas noches, tía Mara —dijo él y se marchó.

Ella no le vio marcharse. No necesitaba hacerlo.

Esto es todo culpa tuya, chica. Deberías haber escuchado a Luke. A él nunca le engañó todo este sofismo y tú evitaste que él tratara con ello porque no podías tratar con un chico adolescente como hace cualquier madre. Lo menos que puedes hacer es limpiar esta cloaca tú misma.

—Vale, amigo —dijo ella, sin preocuparse de si un par de senadores bith la estaban mirando—. Vale.

Había algunas cosas de las que ella no podía alejarse, incluso si ellas hacían pedazos a su familia.

Era mejor hacer pedazos que destruir, porque con el tiempo curarían. Jacen iba a morir.

EDIFICIO DEL APARTAMENTO DE JACEN SOLO, CORUSCANT

Lumiya nunca había tenido ningún problema con esperar su momento, pero Jacen se estaba volviendo demasiado atrapado en el tedio administrativo de su nuevo juguete (la Alianza Galáctica) para su gusto.

Y sus instintos le decían que la Fuerza estaba alborotada por un cambio.

Era tarde, después de medianoche, y él todavía no había vuelto.

Él es carne. Hay algo sobre ser completamente carne y hueso que te distrae de tu tarea y mientras más carne sacrificas, menos heredero de sus límites te vuelves. Pero no yo puedo conseguir lo que puede conseguir él. El equilibrio perfecto: fortaleza impulsada por la pasión pero no confinada por el sentimentalismo.

Lumiya esperaba fuera del edificio del apartamento de Jacen, comprendiendo a la brillante noche y sintiendo la inminencia de la agitación como el aire opresivo antes de una violenta tormenta.

La ascensión de él a Señor Sith tenía que ocurrir muy pronto. El momento de los sucesos y la facilidad con la que encajaban en su lugar, apuntaban al paso para reunirse del cumplimiento de las profecías de las borlas.

Él inmortalizará su amor.

Lumiya ya no pasaba horas frustrantes contemplando el significado. Ocurriría y se volvería claro.

Jacen no apareció como ella había esperado. Él era difícil de localizar, alguien que se ocultaba habitualmente en la Fuerza, de manera que ella subió al apartamento, abrió las cerraduras de seguridad y se sentó para esperarle. Era importante que él se mantuviese concentrado en el lado espiritual de su progresión y dejara los aspectos materiales a Niathal.

Cuando hubiera alcanzado su destino, entonces podría volver a la arena militar con habilidades más allá de las de Niathal y cambiar el curso de la guerra.

Lo primero es lo primero.

Casi esperaba ver a Ben Skywalker entrar por las puertas. Algunas de sus ropas y posesiones todavía estaban en el apartamento, pero él se había ido. Era demasiado blando para mantenerse en ese curso, justo como ella siempre había dicho. Si él necesitaba tiempo libre para llorar y recuperarse cada vez que llevaba a cabo una tarea necesaria y desagradable, había demostrado que era digno para ser el sacrificio que Jacen haría y peligrosamente demasiado débil para ser su aprendiz. Un Señor Sith sólo podía funcionar con un aprendiz fuerte. Como un buen gobierno, un Sith necesitaba una oposición fuerte para mantenerle avispado.

Finalmente las puertas se abrieron y Jacen se quedó en el vestíbulo, pareciendo como si no hubiera querido encontrarla allí. Tenía un paquete envuelto en papel bajo un brazo y alguna perturbación pegada a él como si hubiera tenido una pelea o un accidente.

—¿Ha ocurrido algo? —preguntó ella.

—Oh, un desacuerdo con Mara sobre… Ben. Líbrame de las madres sobreprotectoras.

—Bueno, ella podría tener razón. El momento se acerca.

—Sigues diciendo eso. —Jacen caminó más allá de ella y fue hasta su dormitorio. Ella le oyó abrir puertas y cajones como si tuviera prisa—. Estoy anticipando sucesos como un loco y buscando señales en todas partes. Y nada ocurre, a menos que cuentes lo de librarme de Gejjen y Omas. Creo que eso es bastante culminante para una semana, ¿no?

—Política mundana.

—Tal vez. Mira, he cubierto mucho terreno estas últimas semanas y he aprovechado cada oportunidad que he tenido para forzar a las cosas a que den fruto. —Los golpes y los roces de los armarios dejaron paso al murmullo de la tela y cuando Jacen salió llevaba una pequeña bolsa de viaje—. Necesito algo de soledad para pensar. Échale un ojo a Niathal mientas estoy fuera.

Jacen no necesitaba soledad. Era bastante capaz de acallar el mundo en el momento en que lo deseara.

El hombre podía meditar en medio de un huracán. No estaba huyendo de algo. Iba en persecución de algo.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó Lumiya, lista inmediatamente para calcular la distancia máxima a la que él podía viajar en el tiempo disponible.

—Veinticuatro horas, posiblemente cuarenta y ocho. Si me quedo más tiempo, no creo que Niathal se comporte mal, pero creo que el senador G’Sil podría tener ideas. Ese tercer elemento donde sólo dos pueden existir, ¿sabes?

—Lo comprendo —dijo ella.

Jacen había hecho esto antes. Se desvanecía durante cortos periodos, no confiaba en nadie y volvía con una sensación de melancolía en él y con un poco de su energía oscura desvanecida. Lumiya lo había achacado a la aprensión natural del tamaño de la tarea que tenía ante él y lo había tolerado, pero él no podía permitirse marcharse de nuevo en este momento crítico.

Y si Jacen tenía problemas, nunca pediría ayuda.

Esto era por su propio bien, al igual que por el de la galaxia. Esta vez, era importante que ella descubriera qué le estaba empujando lejos justo cuando estaba al borde de hacer que todo ocurriera. Ella le seguiría. Tenía que mantener ahora claro el camino de él y eliminar todas las distracciones.

—¿Tendrás acceso a la HNE a dónde vas o quieres que te informe a tu regreso?

—No quiero que contacten conmigo —dijo él—. Si algo grande ocurre, lo sabré. Sólo cuida del chiringuito.

Las puertas se cerraron tras él. Lumiya se paseó hasta el dormitorio para ver si él se había dejado el paquete que había estado sujetando bajo el brazo.

No había nada en la cama y cuando hizo una pausa para sentir las pequeñas perturbaciones que le mostraban donde se podían haber escondido los objetos, no había rastro más allá de las cosas que se habían cogido: sólo una muda de ropa y las pequeñas necesidades que necesitaban los hombres. Jacen parecía como una simple sopa antiséptica, un descubrimiento que ella encontró conmovedor y divertido. Jacen se estaba acercando más que nunca a la abnegación.

No tenía que entregarse a esa desagradable costumbre Jedi. Tendría que ayudarle a ser más amable consigo mismo cuando hiciera su transición.

El apartamento era más austero que unos cuantos meses antes. Cada vez que ella venía aquí, había una comodidad menos y menos toques personales que la última vez. Ahora no había holoimágenes a la vista de la familia y los amigos. Él ni siquiera las había guardado en un armario para evitar sus miradas acusadoras que preguntaban qué le había pasado al bueno y viejo Jacen.

Pero no era para nada una mala señal. Quizás él se estaba desprendiendo del viejo Jacen y se estaba preparando para aquel en el que se convertiría. Así que si necesitaba hacer eso llevando ropa de saco y lavándose los dientes con sal, no pasaba nada. Ella apagó las luces, comprobó que el apartamento estuviera seguro y se abrió camino fuera del edificio del apartamento hacia las pasarelas de Coruscant.

Se deslizó a través de un callejón trasero y hacia el almacén desusado donde había ocultado la esfera de meditación Sith. Ben Skywalker tenía sus utilidades. Incluso los insectos tenían un papel vital en la ecología. La nave alcanzaría la suya propia ahora.

Lumiya podría no haber sido capaz de encontrar a Jacen cuando él se desvanecía en la Fuerza, pero la antigua esfera roja de alguna manera podía. Ella podía sentir su curiosidad e incluso un poco de excitación. Quería volver a ser útil, servir. Formó una rampa de entrada sin que ni siquiera se lo pidiera.

Sigue a Jacen Solo, pensó ella y se lo imaginó en su mente de manera que la esfera no se distrajera con Ben. Parecía estar fascinada con el chico. Sigue al futuro Señor Sith.

Él iba a tener éxito.

GRANJA BEVIIN-VASUR, MANDALORE

El duro suelo rojo estaba endurecido como la arcilla de cerámica cocida y se rompió ante el primer golpe de su vibropala. Fett miró a los lúgubres restos blancos de huesos de debajo, acentuados por el áspero sol.

—¿Por qué me dejaste aquí, hijo? —preguntó Jango Fett. ¿Dónde estaba? No había cara, nada de nada. Pero la voz estaba justo allí—. Te he estado esperando.

—¿Dónde estás, papá? No puedo encontrarte.

—Esperé…

—¿Dónde estás? —Fett estaba gritando a su padre, pero su voz era la de un niño y las manos que podía ver sosteniendo la pala eran las de un anciano, llenas de venas y de manchas. El pánico y la desesperación casi le ahogaban—. Papá, no puedo verte. —Empezó a apartar el polvo duro y las partículas arenosas se le metían dolorosamente bajo las uñas. Siguió cavando, sollozando—. ¿Dónde estás?

Fett despertó sobresaltado. Su corazón estaba martilleando. El sudor humedecía su espalda. Entonces la pesadilla se desvaneció y él se encontró mirando al crono en la pared más alejada. En las semanas que habían pasado desde que trajo los restos de su padre de vuelta a Mandalore, había tenido esa pesadilla demasiado a menudo. Pasó las piernas por encima del borde de la cama y probó su peso sobre ellas, esperando que el dolor empezara a carcomerle las articulaciones.

No era tan malo. De hecho, sólo sintió un poco de agarrotamiento en la parte inferior de la espalda, como si hubiera estado cavando. Tal vez había estado moviéndose de la misma manera que durante su pesadilla.

Rebotó sobre los talones unas cuantas veces para ver qué pasaba. No había dolor. Ni siquiera sentía aquellas nauseas que había sido tan rutinarias que había olvidado cómo era despertarse sin ellas.

Aparte de tener fiebre, se sentía mejor de lo que se había sentido en días. En meses, de hecho. Estaba vivo. No creería que estaba limpio hasta que la doctora de nerfs volviera con los resultados de las pruebas, pero sabía que algo fundamental había cambiado.

Así que no me envenenaste, Jaing.

Fue del baño a la ducha, si un torrente de agua fría de una cisterna sobrecalentada se podía llamar así y se afeitó con una antigua hoja fija que le cortó la barbilla. Donde el ácido del sarlacc no había dejado tejido cicatrizado suave y terso, todavía había barba incipiente que afrontar y estos días la mayor parte era blanca pura y difícil de ver. Se afeitaba dos veces al día de todas maneras. Estos eran momentos desprevenidos y desnudos en los que se permitía pensar en Aylin y en otras cosas dolorosas, porque tenía que mirarse a sí mismo a los ojos y no era un mentiroso. Mentir no sólo estaba mal. Era una estupidez.

Mentirte a ti mismo era lo más estúpido de todo.

Y ahora que no estaba tan preocupado con su propia muerte, podía pensar en las muertes de otros. Había muchos asuntos sin terminar. Empezaría con Ailyn.

Era una extraña cuando abrí aquella bolsa para cadáveres. Una mujer de mediana edad. No era adorable como su madre. Envejecida antes de tiempo, exhausta, muerta. Y todavía era mi bebé, mi niña pequeña. No me importa si intentaste matarme. De verdad que no me importa.

Matar era su negocio. No lo disfrutaba y no lo temía. La única persona cuya muerte sabía que le haría sentir mejor y no sólo competente era Jacen Solo.

Mejor que te pudras a que mueras. Puedo esperar.

Gracias por motivarme a sobrevivir.

He vuelto.

Fett comprobó su cara en el espejo en busca de barba que se le hubiera escapado y volvió a comprobarlo con los dedos, entonces se bajó el casco sobre la cabeza. El mundo se volvía bien definido y completamente comprensible de nuevo con todos los sentidos extra construidos en su armadura. En una época en la que otros hombres tenían una vista que les fallaba y un oído poco fiable, Fett podía ver a través de paredes sólidas y oír a kilómetros de distancia. Había mucho que decir de la tecnología inteligente. Flexionó sus dedos en los guanteletes, sintiéndose finalmente completo y equipado contra el mundo.

Sí, realmente he vuelto.

Fue en la moto deslizadora hasta Keldabe y aporreó las puertas de la consulta de la veterinaria. Ella tenía su nombre en una placa de duracero: HAYCA MEKKET.

Un hombre se inclinó hacia fuera por la ventana superior abierta, con ojos legañosos y mirando a Fett. Volvió a desaparecer.

—Cielo —rugió—. Es tu paciente especial.

La veterinaria apareció en la ventana.

—Supongo que tengo que abrir antes, especialmente para ti.

—¿No tienes letras después de tu nombre?

—Los nerfs no pueden leer. ¿Por qué preocuparme?

—¿Tienes mis resultados?

—Sí.

—¿Y?

—La degeneración celular se detuvo. Pero el técnico de laboratorio de Dawn dijo que no deberíamos alimentarnos de ti. —De alguna manera era más fácil tratar con ella que con Beluine—. ¿Sabes que aquella aguja era para banthas?

—Me siento como uno.

—Eres un hombre duro, Fett. Me alegro de que no estés muerto.

—¿Cuánto te debo?

—Una colcha. Una bonita y roja.

Fett volvió al Esclavo I y se puso al día con las noticias. Murkhana y Roche se dirigían hacia una confrontación: era una buena oportunidad de mostrar qué podía hacer un único Bes’uliik, si los verpines querían invocar el tratado.

Fierfek, lo hice otra vez. Voy a vivir.

Si nada más iba mal, tendría otros treinta años, quizás más. La mayoría de la gente habría estado muy contenta con el indulto. Pero Fett descubrió que realmente se alegraba de haber estado tan cerca de la muerte otra vez, porque eso tenía una manera de mejorarle y hacerle pensar más. Le gustaba el riesgo.

Le gustaba vencer a las posibilidades.

Supongo que debo decírselo a Mirta.

Ahora sentía que podía preguntarle qué le había enseñado Ailyn a lo largo de los años para hacerle odiarlo tanto. Lo que realmente quería saber, sin embargo, era dónde había aprendido Ailyn a odiar. La mayoría de los hijos de divorciados no perseguían una disputa homicida por media galaxia.

Pero eso podía esperar una hora o así mientras tenía un desayuno decente.

Hoy lo disfrutaría. Iba a vivir.