capítulo catorce
Si creéis que vais a asustarnos congraciándoos con los madalorianos, Chico Bicho, piénsatelo otra vez.
—Hebanh Del Dalhe, Departamento de Comercio e Industria murkhanano, al embajador de Roche, durante un desacuerdo sobre los derechos de propiedad intelectual
GRANJA BEVIIN-VASUR, KELDABE, MANDALORE
—Demasiadas holonoticias son malas para ti —dijo el hombre de pie en la puerta del edificio exterior.
Fett le había visto venir. Era difícil no hacerlo.
Su armadura era extraordinaria. No había necesidad real de que Fett estuviera vigilante en Mandalore, pero entonces Jaster Mereel también había pensado una vez que estaba perfectamente bien entre su propia gente. Estar a salvo era siempre mejor que sentirlo. Fett continuó limpiando su casco, con los pies encima de una silla.
—Es fascinante —dijo, asintiendo en dirección al monitor que había apoyado en la mesa. Los presentadores de las noticias y los comentaristas habían descendido hasta una competición frenética sobre el golpe de estado sin sangre—. Jacen Solo, el chico que quiere ser Vader cuando crezca. Finalmente lo hizo.
—Probablemente se mira en el espejo cuando se lava los dientes y se dice a sí mismo que es su destino.
—¿Y tú eres?
—Venku.
No tenía un acento propio de Keldabe. Si acaso, sonaba como si hubiera pasado tiempo en Kuat y tal vez también en Muunilinst. Eso no era inusual para los mandalorianos y era más común ahora que tantos estaban volviendo a lo que Beviin llamaba Manda’yaim.
Ese era el nombre tradicional para el planeta, no Mandalore. Fett nunca se había dado cuenta de eso.
Cada día era una educación que le decía lo lejos que estaba de su propio pueblo.
—Siéntate, Venku. —Fett hizo un gesto hacia la última silla que quedaba en la habitación. Intentó pensar en líder y no en caza recompensas—. Sea lo que sea, sácalo de tu pecho.
Venku tenía la armadura más ecléctica que Fett había visto nunca. Era una costumbre llevar secciones de la armadura que perteneciera a un pariente muerto o a un amigo, pero Venku no tenía dos placas iguales. Cada pieza era de un color diferente. La paleta iba del azul, el blanco y el negro al dorado, el crema, el gris y el rojo.
—¿Qué le pasó a tu sentido de la moda? ¿Alguien le disparó?
Venku todavía estaba en pie, ignorando la silla.
Bajó la mirada hasta sus placas como si se diera cuenta de ellas por primera vez.
—La placa del pecho, el buy’ce y las secciones de los hombros vienen de mis tíos. Las placas de los antebrazos son las de mi padre, las placas de los muslos vienen de mi primo y el cinturón es el de mi tía.
Luego está…
—Vale. Una gran familia.
—Aquellos que están tab’echaaj’la y aquellos que todavía viven, sí.
Fett había dejado de pedir traducciones. Pillaba la idea general.
—Casi he terminado de limpiar mi cubo.
—Y dicen que el encanto no era tu punto fuerte.
Vale, vine a decirte que estoy aliviado de que decidieras ser un Mand’alor apropiado. Los mando’ade están volviendo a casa. Probablemente no te das cuenta de mucho más allá de tu propia existencia, pero este es tu propósito.
Fett nunca había pensado en sí mismo como tranquilo, pero normalmente no podía forzarse a que le enfadaran tontos perezosos si no le pagaban por ello. Este hombre no le parecía un tonto, pero había tocado un nervio y Fett no podía descubrir porqué.
—Me alegro de ser más útil que un tope de puerta.
—Que es por lo que también estoy aliviado de darte esto. —Venku abrió un bolsillo en su cinturón de municiones, el cinturón de su tía, había dicho él, así que ella debía haber sido una típica mujer mando, y colocó un pequeño contenedor rectangular azul oscuro sobre la mesa—. Y no confundas esto con adulación o sentimentalismo. Se lo debes a tu pueblo. Habrá alguien dentro de poco para administrártelo.
Venku se volvió hacia la puerta mientras la palabra «administrártelo» atravesaba el cráneo de Fett.
—Guoa.
Venku miró sobre su hombro multicolor.
—No intentes hacerlo tú mismo. Tiene que ser insertado en la médula espinal y eso va a dolerte más de lo que crees. Deja que alguien cualificado lo haga.
Todavía dolerá, pero lo colocarán correctamente.
Así que este era uno de los secuaces de Jaing. Con certeza no tenía el estilo de sastrería de su jefe, aunque tenía unos caros guantes de cuero verde oscuro y Fett no pudo adivinar qué o quién había contribuido para ellos.
—Dile que estamos en paz —dijo Fett—. Y… dale las gracias.
Venku empezó a decir algo y luego se detuvo como si estuviera recibiendo un mensaje por vía de su casco. Fett inclinó su propio casco en su regazo de manera que pudiera ver la pantalla integrada que estaba conectada con la cámara de seguridad externa del Esclavo I. Un hombre se tambaleó más allá de la nave, claramente muy viejo por su modo de andar pero llevando todavía una armadura clara, y se detuvo para mirar a la nave. Entonces se movió fuera del alcance de la cámara en dirección al edificio.
Fett nunca excluiría ni siquiera a un mandaloriano senil como posible amenaza: si el viejo había sobrevivido hasta esa edad, era o inusualmente afortunado o un luchador serio. Pero Fett permaneció con los pies en la silla, limpiando la brilloseda roja que bordeaba su casco con un trapo enjabonado, consumido por la curiosidad pero ocultándolo perfectamente. El anciano apareció en la puerta, pasó apretándose con Venku y miró a Fett.
—Al menos viví para ver el día —dijo—. Su’cuy, Mand’alor, gar shabuir.
No era el saludo más educado que Fett había recibido nunca, pero era con toda certeza el más relevante para un enfermo terminal. Era el único modo posible en que los guerreros y mercenarios podían saludarse los unos a los otros: «Así que todavía estás vivo». También había descubierto qué significaba shabuir, pero eligió tomárselo como cariño obsceno más que como un abuso.
El viejo mando se marchó con artrítica dignidad, se detuvo de nuevo en la puerta para mirar a Fett y continuó por su camino.
—Tú le has alegrado el día —dijo Venku.
—No debería preguntar.
—Entonces no lo hagas. —Venku suspiró y luego puso sus manos en su casco para abrir el sello. El roce de la tela amortiguó su voz mientras él levantaba el buy’ce—. Oh, de acuerdo, entonces.
Boba Fett estaba mirando a la cara de un hombre quizás diez o doce años más joven que él: pelo oscuro con una cantidad liberal de canas, mejillas fuertes y los ojos marrones muy oscuros. Se parecía mucho a él mismo hacía veinte años. La nariz era más afilada y la boca era la de un extraño, pero el resto… era una cara Fett.
Estaba mirando a sus propios ojos marrones y a los ojos de su padre muerto hacía mucho.
—Soy Venku —dijo el mando con la armadura heterogénea—. Pero probablemente me conoces mejor como Kad’ika. Es interesante conocerte al fin… tío Boba.
CAFETERÍA OSARIANA, CORUSCANT
—No podía pensar en nadie más a quien decírselo —dijo Ben—. O quién más me escucharía si lo hacía.
Mara se preguntó si él había estado llorando por Lekauf o por la traición sobrecogedora de Jacen.
Aunque había estado llorando por algo y estaba haciendo un trabajo razonable al disfrazarlo.
—Yo te creo, Ben.
—Tal vez me lo imaginé.
—No te lo imaginaste.
No, con certeza él no podía imaginarse a Lumiya teniendo una charla amistosa con Jacen, analizando su cadena de éxitos y decidiendo cuándo no sería útil ya Niathal.
Y discutiendo sus mentiras. Ninguna hija que vengar… y borrando la memoria de Ben sobre lo que le ocurrió a Nelani.
Ben tenía la habilidad útil de recordar las cosas que había visto u oído con una precisión casi completa. El cuero cabelludo de Mara se había tensado y le había picado mientras oía a su hijo, a su precioso niño, relatar las palabras casi exactas de esa ciborg Sith y su cómplice, como un inocente poseído por un demonio.
Cómplice.
Mara comprendió que había cambiado de posición unos cuantos parsecs. No una víctima fanfarrona, engreída e ingenua de una Sith manipuladora: un cómplice. Jacen no era lo bastante débil mental como para caer tan lejos y tan rápido a menos que quisiera hacerlo.
—No se lo he dicho a nadie más —susurró Ben—. Ni tampoco a papá. Quiero decir, se lo puedes decir si realmente crees que necesita saberlo, mamá, pero no quiero ver la expresión de su cara cuando descubra lo tonto que he sido.
Pero yo defendí a Jacen. ¿Cuándo me volví estúpida?
—No más tonto que el resto de nosotros, cariño.
—¿Qué vamos a hacer?
—No te pediré que hagas nada. —Mara había dejado que su bebida se enfriara. No podía tragar de todas maneras, incluso si no hubiera sabido como el fluido hidráulico del Halcón Milenario, porque su garganta estaba tensa por la rabia—. Ben, tienes una elección. Le dije a Jacen que Lumiya estaba intentando matarte y él se hizo el inocente.
—Así que sabías lo de Ziost, entonces…
—No, no sé nada sobre Ziost. Pero vas a contármelo.
La cara de Ben se hundió. Ella tenía que reunir todos los datos de inteligencia que pudiera, pero también era bueno para Ben aprender que era demasiado fácil entregar información accidentalmente.
Sólo la palabra «Ziost» hizo que todas las piezas empezaran a caer en su agonizante lugar.
—Jacen me envió a una misión a Almania para recuperar un Amuleto que tenía algún poder del lado oscuro. Terminé en Ziost y una nave me atacó, pero encontré una nave realmente extraña y me escapé.
—Así de simple.
—En realidad no era Lumiya. Era un bothan.
—¿Y cómo encontraste esta nave? —Mara estaba intentando descubrir la estafa. Sabía lo que le había hecho a la nave de Lumiya y que el transpondedor mostraba ahora que estaba estacionada en Coruscant. Si las últimas treinta y seis horas no hubieran sido un caos total, le habría hecho otra visita a estas alturas—. ¿Simplemente aparcada, con la escotilla abierta, con las llaves puestas?
—Ella… mira, no estoy loco, pero me habló.
—Ohhhh… —Mara tenía ahora suficientes piezas del puzle para ver la forma irregular de la imagen que saldría—. Esférica. Naranja. Como un ojo grande.
La cara de Ben perdió completamente el color.
—Sí.
—Háblame de ella.
Él luchó visiblemente con algo. Mara imaginó que había jurado guardar el secreto. Era demasiado tarde para todas aquellas tonterías de la lealtad.
—He visto la nave, Ben. A mí también me habló. Dijo que pensaba que yo era el «otro» como yo y pensé que me había confundido con Lumiya, pero quería decir tú, ¿verdad? De alguna manera vio nuestras similitudes.
Ben tragó aire como si el alivio de ser capaz de compartir la terrible experiencia les estuviera salvando de ahogarse.
—Descubrí cómo pilotarla. Se comunica a través de la Fuerza.
—Y está inmersa en energía del lado oscuro. Lo sé. Continúa.
—No sé cómo funciona, pero si visualizas lo que quieres que haga, lo hace. Hace que le sobresalgan partes y les da forma de cañones y de toda clase de armas.
Perfecto. Perfecto. Mara estaba teniendo una imagen mejor por segundos. Lumiya podía pensar en la nave y esta iría corriendo a cumplir su voluntad. Tal vez incluso formaría un cable, lo envolvería alrededor de Mara y casi la ahogaría.
No era un droide. Fui emboscada por una nave viviente, una nave Sith.
La vieja y fría claridad y la despiadada sensación de propósito inundaron el cuerpo de Mara y en lugar de hacer que las entrañas se le agitaran, como podrían agitarse las de cualquier madre al oír la clase de riesgo a la que su hijo había estado sometido, creó en su interior una calma y un estado racional cercano a la transcendencia. Volvía a ser la Mano, planeando su movimiento.
—Así que, ¿qué le pasó a la nave entre el momento en el que tú la encontraste y cuando yo me la crucé el otro día?
—¿Dónde la viste?
—Hesperidium. Cuando alcancé a Lumiya.
Los hombros de Ben se hundieron. Cruzó los brazos sobre la mesa y bajó la cabeza sobre ellos. Mara esperó, acariciándole el pelo porque asumió que él estaba llorando otra vez.
Él se enderezó, con la cara acongojada pero con los ojos secos.
—La piloté para volver al Anakin Solo y se la entregué a Jacen.
Todo encajaba en su lugar. Las únicas piezas que faltaban ahora era cómo terminaría ella con esto, pero eso era su especialidad y podía esperar un poco hasta que se asegurara de que Ben estaba a salvo.
—Vale, creo que sabes lo serio que es esto —dijo ella.
Sus cabezas estaban casi tocándose sobre la mesa.
Para los osarianos que utilizaban el restaurante y que hablaban muy poco básico, probablemente parecían como una madre y un hijo teniendo una discusión llena de lágrimas sobre los deberes y las malas notas.
Nunca habrían adivinado que se trataba del destino de la galaxia.
No, no se trata de la galaxia. Ya está bien de la galaxia. La galaxia puede encargarse de sus propios problemas durante un tiempo. Esto se trata de mi hijo, de mi único hijo y de alguna escoria Sith intentando matarle mientras su propio primo, mi propio sobrino que debería estar cuidando de él, la ayuda a hacerlo.
Todo se volvió muy claro y simple desde ese momento en adelante.
—Ben, ¿aceptarás una sugerencia de mi parte?
—Lo que sea, mamá. Lo siento, lo siento tanto…
—Hey, soy yo la que debería sentirlo. —Confié en un monstruo. Hice callar a gritos a mi marido. Ignoré todas y cada una de las señales de que Jacen era un problema—. Pero corres un peligro real y va a ser más de lo que puedes manejar, así que quiero que tengas mucho cuidado. Quiero que te comportes como un cobarde para variar. No corras riesgos. De hecho, me gustaría que informaras de que estás enfermo y te alejes de Jacen tanto como puedas hasta que yo arregle esto.
Ben asintió, sombrío, con unos ojos muy viejos en una cara terriblemente joven. Realmente era sólo un niño incluso si ahora se comportaba como un hombre. Mara estaba instantáneamente tan orgullosa de él y se sentía tan ferozmente protectora al mismo tiempo que la única emoción convincente que podía identificar era el instinto de buscar y matar a quien quiera que lo amenazara.
Eso podía hacerlo. Era su profesión.
—Lo haré cuidadosamente —dijo él—. De manera que Jacen no se dé cuenta de que he descubierto que Lumiya le está haciendo todo esto.
Oh, seguro que ella se lo está haciendo.
—Eso está bien, cariño.
—Te prometo que no me esconderé en la Fuerza de ti, pero… podría tener que hacerlo para esconderme de ella. O incluso de Jacen, si ella le llevó tan bajo su control que ha… derrocado al gobierno.
A veces tenías que oír a otra persona decirlo para creértelo.
—Te diré qué —dijo Mara, sonriendo—, ¿por qué no me enseñas cómo lo haces? Entonces tal vez tenga una mejor sensación de cuándo te estás escondiendo simplemente y cuando preocuparme.
Ben asintió, con los ojos bajos.
Ahora no habría barreras de contención. Mara utilizaría todos los medios y las armas a su disposición y le pondría fin a esto.
Pasaron el resto del día haciendo algo que no habían hecho en mucho tiempo: simplemente pasearse por los Jardines Botánicos Cúpula del Cielo, hablando y divirtiéndose, o divirtiéndose tanto como se podía divertir uno con una guerra civil en progreso y una junta militar dirigiendo la AG. La única evidencia de la gran agitación era que el oficial de la FSC de patrulla por la plaza tenía a un sargento de la Fuerza de Defensa de la Alianza Galáctica haciendo la ronda con él.
Aparte de eso, nadie parecía preocupado. Mara se preguntó si todos los sucesos catastróficos de la historia eran percibidos sólo por un puñado de gente. Como Ben había dicho, proféticamente, en el almuerzo hacía sólo unos días, quizá había sido así también durante el Imperio y las vidas de la mayor parte de la gente eran iguales bajo Palpatine a las que habían tenido bajo la República. No quería pensar que eso era verdad. Luke con toda certeza no lo creía.
—Vamos, mamá —dijo Ben—. Encontremos un lugar bonito en el césped y te enseñaré cómo desvanecerte.
Decían que era una señal de ancianidad inminente cuando tus hijos podían enseñarte cosas. Era algo simple, el ocultarse en la Fuerza, pero también lo era hacer dieta y no mucha gente podía obligarse a eso ni tampoco hacer que funcionara. Ben era un profesor remarcablemente paciente. Después de un par de horas, ella podía arreglárselas para hacerlo durante un minuto o dos sin necesitar agarrarse a algo sólido.
—Siento lo de Lekauf —dijo ella, poniendo su brazo sobre los hombros de él mientras caminaban—. Siento no haber sido amable con él. Parece que fue uno de los mejores.
—Lo hizo para asegurarse de que yo escapaba.
¿Cómo vivo con esa clase de sacrifico, mamá?
—Haciendo que tu vida cuente, creo, de manera que la suya no fuera un desperdicio.
Era lo más cerca que se había sentido de Ben jamás y probablemente la primera vez que realmente se relacionaban como adultos. Eso la dejó sintiéndose profundamente feliz. No se le escapaba la ironía de que era en mitad de algunos de los peores sucesos y las mayores amenazas a los que se habían enfrentado jamás. Momentos como este te hacían dolorosamente consciente de lo que realmente importaba.
—Ben, probablemente pronto vas a ver una parte de mí que no es la buena y vieja mamá. —Él olía maravillosamente a esa manera beniana interminable que ella tanto había disfrutado cuando él era pequeño y que todavía estaba allí bajo el olor del jabón militar y el lubricante de armas—. Pero quiero que sepas que sea lo que sea que haga yo, lo extraña que pienses que me he vuelto, te quiero y eres mi corazón, cada fibra de él. Nada me importa más que tú.
Ella se paró para abrazarlo y él le devolvió el abrazo más que simplemente someterse a la indignidad como hacía normalmente. Duró un rato.
—¿Sabes por qué te creo, mamá? Porque no me dijiste que confiara en ti. Todos los demás me dicen que confíe en ellos y eso normalmente es la pista de que no debería hacerlo.
Mara vio otro destello del hombre que sería su hijo y la madre que ella había sido hasta ahora. No había resultado tan mal después de todo.
Sólo sabía demasiado bien qué había ahora en juego y lo que tenía que hacer.
APARTAMENTO DE JACEN SOLO, CORUSCANT
—¿Ben? —Jacen miró por el apartamento, pero no había ni rastro de su joven primo.
Probablemente había vuelto para ver a sus padres. Todavía necesitaba que le tranquilizaran sobre la oscura necesidad en la vida, pasando a través de ese estado entre no ser consciente de las consecuencias con la crueldad descuidada de un niño y la aceptación más sensible pero más responsable de que la vida trataba áspera e inevitablemente las manos de muchos. En aquel momento, Ben sentía demasiado y tenía demasiada poca experiencia en la vida para manejar el dolor.
Jacen miró los contenidos del frigorífico y decidió en su lugar pedir una entrega a un restaurante.
Ahora había un diseño, comprendió, y se estaba volviendo menos de su creación. Él había puesto las piezas en su lugar, la Fuerza había respondido y ahora era su turno para hacer elecciones cuando ella se las ofreciera. Era un dialogo.
Lekauf también era parte del diseño. Pero Jacen todavía estaba intentando concluir porqué no había sido Ben quien había muerto. Casi había estado seguro de que ese era el modo en el que terminaría.
Así que pensé que mi destino me libraría de la situación difícil con él. No lo hará.
Jacen llamó para pedir un banquete bajo en grasas toydariano de tres platos y llenó una bañera de agua caliente con espuma en el baño. El vapor se condensó en la pared de espejo y él se encontró escribiendo en el vaho con un dedo.
ÉL INMORTALIZARÁ SU AMOR.
Todavía no tenía sentido. Si eso significaba matar a la persona que él más quería, como Lumiya decía, entonces no había dudas: habría dado su vida por Allana. Pero a cada giro del camino durante los últimos meses, había terminado protegiéndola. Lo sabrás cuando ocurra. Lumiya estaba segura de eso y Jacen también lo creía.
Inmortalizar. Hacer inmortal. Escribir en la historia. Hacerlo permanente. ¿Por qué no sólo matar ?
Quizás traduje mal la borla.
La gente leía holozines en la bañera para relajarse, pero Jacen se encontró comportándose como un soltero ordinario y comiendo su banquete para llevar. Estaba exhausto. Tenía la sensación que se acercaba a la cresta de una ola, luchando con el gradiente, y que cuando llegara la cresta, aquel obstáculo final para su destino Sith, las cosas serían más fáciles y tendrían sentido.
Jacen dejó su tenedor en el borde de la bañera y sobreescribió de nuevo la profecía en la condensación.
ÉL INMORTALIZARÁ SU AMOR.
Matar lo que amabas era el último acto de obediencia y sumisión a un deber mayor. Había visto un programa en los holocanales sobre una tribu, no podía recordar cuál, dónde o cuándo, que entrenaba a sus tropas de élite dándoles un cachorro de nusito cuando entraban en el programa de cadetes. Se les animaba a formar un vínculo con el cachorro, a hacer que corrieran contra los nusitos de otros cadetes y que generalmente aprendieran a quererlos. Entonces, antes de que el cadete pudiera graduarse, se le ordenaba estrangular a su cachorro. Si no podía, o no lo hacía, era expulsado. Tenía que ser capaz de poner su deber por delante de su emoción.
Ese soy yo. Eso es lo que tengo que hacer.
Demasiado lleno de ácidofrito toydariano, cansado y calmado por el agua caliente, Jacen dejó que su mente vagara y se abrió en la Fuerza para tocar a Allana y a Tenel Ka. Se arriesgaba a esto ahora con una frecuencia decreciente. El último intento contra sus vidas había sido una afilada advertencia de lo precaria que era la situación de su familia. Nunca había oído a Allana llamarle «papá» . Probablemente nunca la oiría.
Mi familia. Sí, ellas son mi familia. No Jaina, ni mamá, ni papá. Mi niña pequeña y su madre. Confía en mí para que me enamore de una mujer cuyas costumbres evitan que nombre jamás al padre de su hija.
Podría haber jurado que Allana se había abierto a él. Él estaba tan emocionado que abrió los ojos y entonces comprendió que esa era una oportunidad más de que alguien la encontrara y le hiciera daño.
Lumiya no estaba por encima de eso. Era el camino de los Sith. Hacer a alguien sufrir y odiar sólo fortalecía sus poderes Sith.
Visitaría a Tenel Ka tan pronto como estuviera seguro de que Niathal y él habían consolidado el derrocamiento y que la guerra se lucharía con más lógica y con menos miramientos por mantener contentos a planetas insignificantes.
Tengo que tratar con los bothans a continuación.
Lumiya puede ganarse su mantenimiento de nuevo.
Pero no podía mantener los ojos abiertos. No estaba adormilado, pero las visiones de la Fuerza no le dejaban tranquilo. Era como si la Fuerza le estuviera zarandeando por los hombros y diciéndole que le prestara atención y siguiera adelante, porque el tiempo se estaba acabando. Cada vez que cerraba sus ojos, veía la confianza que Ben colocaba en él y las mentiras que le había contado al chico y el peligro en el que le había puesto. Y Ben seguía volviendo a por más. Estaba desesperado por hacer lo correcto.
Ahora Jacen le veía claramente, con la cabeza en sus manos, sollozando: «Es un precio demasiado alto» .
¿Qué lo era? ¿Lekauf? No. Había muchos, muchos Lekauf. Las guerras estaban llenas de ellos. Era una razón por la que Jacen tenía que terminar con la lucha, de cualquier modo que pudiera.
Quizás… no era Ben, sino sobre él.
¿Por qué he pensado en esto tantas veces? ¿Por qué me está obsesionando? Porque lo estoy negando.
Porque no puedo aceptar que sea él. Porque tiene que ser él.
Sería fácil matar a Ben, porque Ben confiaba en él. Jacen sabía lo mal que eso le haría sentirse. Era estrangular a un cachorro de nusito.
No quieres ver lo inevitable. ¿Verdad?
Jacen se secó y pasó el resto de la noche reuniendo su arsenal personal. Examinó su sable láser y su pistola láser y supo que esos no iban a ser suficientes cuando Luke y Mara vinieran a por él para cobrarse la venganza por Ben. Sacó la caja de venenos y patógenos surtidos que podían ser entregados por dardo o proyectil y otras armas de alcance que podrían superar las defensas de sus enemigos más persistentes.
Tenía toda clase de bases cubiertas: químicas, biológicas y mecánicas.
Sólo quería que todo terminara.
Y cuando Ben estuviera muerto, ¿quién sería entonces su aprendiz? Justo antes de quedarse dormido, se le pasó por la mente que la almirante Cha Niathal había demostrado una comprensión extraordinaria de la regla de dos.
Era justo igual de bueno que no fuera una usuaria de la Fuerza.