Cuaderno de Bitácora
Marzo
T
risteza, por
favor, vai embora. Esto es una fotografía: Lucía está bailando en
medio del cuarto, tiene la Walkman y canta para que yo sienta la
música. Eu quero di nuovo cantar, na, na, na. ¡Qué cómica!
Si fuera más afinada estaría mejor, pero hoy es fiesta, así es que
compramos dos Brahma y estamos festejando. En estos días no he
escrito, porque no tenía ganas, pero resulta que Lucy respondió al
anuncio de la pizzería, pedían gente que hablara italiano, y ¡la
aceptaron! Empieza el lunes y ahora dice que de ésta sí que nos
compramos el refrigerador. (Espero que no pretenda convertirse en
la mejor camarera del mundo.) Olha que coisa mais linda, mas cheia
de graça… ja, ja. Yo ya soy desempleada, aunque dice Santiago que
el tipo que conoce en el restaurante le dijo que a lo mejor hay una
posibilidad. Vamos a ver. Pero hoy eso no es importante, porque
hoje é festa. Me voy a bailar.
Día para beberse una cerveza
Hace un año que estoy en esta ciudad.
Abril
Ok. Empiezo la semana que viene como ayudante de cocina en el restaurante de una empresa. Es un alto edificio lleno de oficinas, donde trabajan altos funcionarios llenos de corbatas, que van a almorzar al piso más alto donde está el restaurante lleno de empleados, entre los cuales estaré yo. Con esto y los productos puedo seguir tirando. Lucy tiene los pies hechos trizas por el corre corre en la pizzería y ha abandonado el catálogo. Esta semana apenas nos hemos visto, trabaja en el turno de la noche y cuando llega ya estoy durmiendo, me despierto al amanecer y es ella quien duerme. Vamos a ver qué tal me va en la nueva aventura «nutricional».
Día rojo oscuro
No estoy de acuerdo y ya se lo informé al cocinero principal. Dice Santiago que debo controlar mis impulsos, pero ¿qué hacer si no estoy de acuerdo? Me dan ganas de agarrar la bolsa de plástico y salir corriendo por la ciudad. Es absurdo, ilógico, inhumano, injustificable, insensato, imperdonable, y todos los «in» del mundo que cada día tenga que echar a la basura los restos del almuerzo, y si fueran restos, bueno, pero son platos enteros, con el hambre que hay en esta ciudad. Para nosotras la cosa va bien, todos los días traigo comida a casa y así ahorramos dinero en el mercado, sí, sí, Lucía está muy contenta, pero yo no. A la hora de almuerzo el restaurante está casi vacío, los de las corbatas se van a comer a otro lugar con gente de negocios o con sus amantes, qué sé yo, el asunto es que después de pasarme la mañana llena de harina ayudando al dulcero, me encuentro con que en la tarde nadie probó bocado y hay que botarlo todo. ¡Qué mierda! Luego, claro, los de las corbatas se van, pero a mí me toca pasar por este parque de vuelta a casa y otra vez la escena de los que hurgan en los latones de basura. Curioso, estoy sentada rodeada de palomas que caminan tranquilas, orgullosas, alzando la cabeza y picoteando todo lo que les resulta picoteable. Detrás de mí está el césped y un poco más atrás los tanques de basura, que en este justo instante están siendo inspeccionados minuciosamente. Cada día veo los mismos cuerpos, figuras humanas que se esconden dentro de un montón de ropa vieja, barbas de días y pestes de hace años. Meten la cabeza en el latón y las palomas los miran, ¿quién sabe que pensará una paloma? Con lo fácil que resulta caminar y picotear y caminar y picotear. Hoy me detuve porque una señora empezó a gritar y descubrí a los niños que se alejaban corriendo. Mi instinto llevó mi mano a la cartera y la sostuve fuerte, fortísimo, de esta mano no me la arrancará nadie. ¡Mi cartera es mía! Luego me tuve que sentar, qué pena de mí misma, ¡qué vergüenza, São Paulo, qué vergüenza! Dice Lucía que cuando camina por la calle va mirándose en las paredes de cristal, es menos enfermizo que mi manía de fijar la vista en todo lo desolador, con tantas cosas que hay para mirar, dice, yo me empeño en angustiarme. Sí, a lo mejor tiene razón, la angustia es un impedimento para volverse mono sabio.
De cualquier modo, no estoy de acuerdo y queda registrado.
Mayo. Día gris claro
Soy yo, São Paulo, soy yo. Desde la ventana, mirando al chino y observándote, descubriendo+te, hurgando+te, maldiciendo+te, amando+te, preguntando+te, gritando+te.
Lucy salió. Es el cumpleaños de uno de la pizzería y hay fiesta. Me invitó, pero no quise ir y aunque intenté explicar mis razones, ella no me entiende. Dice que me deje de boberías, que pinte mis labios y vayamos a bailar, como si bailar solucionara algo. Yo estoy sintiendo voces y ella no me escucha, no se da cuenta, quiere bailar, pintarse los labios, untarse cremas para las piernas y comprar regalos para Cuba. Pero La Habana está lejos y a mí no me importa, mis problemas tienen que ver con el justo momento y lugar en que me encuentro. Allá afuera hay alguien que me está llamando. ¿Eres tú, São Paulo? El otro día las voces empezaron a seguirme, salí de la empresa con la bolsa de plástico y me hice la desentendida, caminé, atravesé el parque, saludé a las palomas y noté cómo me miraban, distanciadas. Tuve la impresión de que el viejo del latón de basura sonreía «eh, bonita, ¿qué tal te iría entre mis piernas?». Caminé de prisa, llevo dulces y carnes en el saco, ¿dónde están los niños? Soy la mujer del saco que camina con premura. Dejé todo encima de un banco y eché a correr.
Las voces no dejan de martillearme la cabeza, me persiguen, se instalan en un lugar prohibido del cerebro y desde allí proyectan su estrategia. Yo las siento, pero no logro definir con claridad, no sé qué dicen, me angustian. Lucía no sabe que este apartamento está lleno de voces, ella se acuesta a dormir y ronca, mientras todo se va llenando de rumores. Es agobiante. Quisiera saber quién habitó antes este espacio, ¿soy yo o son ellos? São Paulo, ¿me escuchas?, ¿puedes responderme?
Día amarillo oscuro
No han tocado los paquetes con dulces que dejo sobre los bancos del parque, porque quizás teman que sea comida envenenada, pero hoy descubrí que viven debajo del puente, donde hay un montón de cartones, ¡qué tristeza! Mordí unos cuantos dulces y los dejé tirados, así pensarán que son sobras de alguien y entonces comerán.
Cuando le conté a Lucía me miró incrédula. Dice que piense en cómo poder ayudar a mi familia en La Habana, en lugar de estarme haciendo la emisaria de Cáritas. Yo no estoy en La Habana ¡coño! A mi familia no le puedo mandar dulces por correo. Los niños viven debajo del puente y a Lucía parece no importarle nada. Según Santiago, en lugar de angustiarme debería preocuparme por mantener el puesto de trabajo, «salvar el propio culo es condición indispensable para salvar el de los otros», así dijo. Yo no sé, no quiero tirar las monedas, porque sospecho que las aguas están movidas, no alcanzo a descifrar los mensajes y las voces siguen cavando un túnel profundo dentro de mi cabeza. Esta ciudad tiene energías que me confunden. Tengo una casi certeza: São Paulo, tú no eres mi ciudad.
Día azul oscuro
La zorra se va acercando cada día más y más. El más grande aceptó el pan que le di y sonrió mientras masticaba. Yo cerré el círculo entorno a mi figura, concentré mis fuerzas y repetí internamente «soy una amiga, soy una amiga». Creo que logré transmitir buenas energías, porque no escapó como las otras veces, ni gritó como la semana pasada. Es una fiesta.
Azul
Se llama José y tiene alrededor de ocho años. Cuando pregunté por sus padres hizo una extraña historia, que viven muy lejos, en las afueras, a dos horas de camino. No sé cuánto de verdad haya en sus palabras y ni siquiera puedo saber si él conoce la verdad. Tiene ocho años y la cara sucia, pero sonríe y acepta los dulces que le llevo.
Junio
Estúpido. Te dije que no estaba de acuerdo, que así no andaba bien, que era absurdo, que podía ser diferente, te dije por favor, y tú… Me dijo que era mejor que me fuera. Yo pensaba decírtelo, pensaba informarte que ciertas idioteces no las soporto para darte la oportunidad de repensarlo, antes de decir que me iba. Él dijo que pasara a liquidar el dinero del mes. Te dije que por tipos como tú el mundo está como está, que yo no acepto tu orden, que debes darte cuenta de que tus razones son un gran disparate, un modelo de irracionalidad perfecta. Me dijo que por favor saliera de su oficina. Y yo salí, sí, fui a liquidar el sueldo, me despedí de los ex compañeros de trabajo, agarré unos cuantos dulces y salí a caminar. José no estaba en el parque, me quedé leyendo unas horas y cuando lo vi aparecer le entregué el paquetico. Prometí que pasaría por el puente en estos días, soy su amiga y no lo abandonaré.
Lucía está muy molesta. Esta noche se fue al trabajo luego de descargarme una diatriba. Es que yo así no podía trabajar, pero ella no lo entiende. Prefiero seguir con los productos, mientras me busco otra cosa. La estupidez humana no la soporto, es el peor mal, y todavía peor es la inconsciencia de padecerla.
Día gris
Lucía contó el dinero en el piso. Dice que hasta que yo no encuentre otro trabajo no podemos permitirnos el refrigerador. Estuvo bajo la ducha más de media hora. Lucía estaba triste. Elis vino. Está deprimido porque anoche discutió con Rey. Rey salió y no regresó a dormir. Elis estaba triste. Yo pasé el mediodía caminando. No encontré a José ni en el parque, ni bajo el puente. Sé que a veces se van para otras zonas. Yo estaba triste.
Lucía compró una botella de aguardiente y decidimos irnos a casa de Santiago. Él no estaba triste, no lo está nunca, es una risotada constante y contagiosa. Nos tiró el I-Ching a todos. Lucía: la sutileza juvenil (no le gustó la sentencia). Elis: compañía entre hombres (la sonrisa regresó a sus labios). Yo: el extranjero (el oráculo tiene las palabras, y nosotros, las interpretaciones).
Lo mejor de la noche fue la interpretación de Aguas de margo donde Santiago cantó la parte de Tom Jobim y Elis, por supuesto, Elis Regina, la gran Regina de este Brasil, meu Brasil brasileiro, lleno de contradicciones y de magia, de seducción y demencia, y donde nosotros somos solamente una pequeña parte de la historia.
Día naranja
José es extraordinario. Hoy conversamos mucho. A veces tengo la impresión de estar delante de un adulto, si cierro los ojos sus palabras se convierten en otra cosa, una mezcla inocentemente perversa, o maliciosamente cándida. José cuenta cosas terribles mientras se mete el dedo en la nariz. Hoy hizo otra versión acerca de sus padres, dice que la mamá está enferma y el papá, preso, yo no creo que me interese la verdad. Me gusta verlo masticar y que sonría, sólo eso, y que me deje estar sentada encima de las cajas, cerca de él. Dice que estuvo un tiempo limpiando zapatos, pero no ganaba mucho dinero, porque tenía que darlo todo a uno «grande» que le golpeaba en la cabeza si no conseguía clientes o si equivocaba el color del betún. Por eso fue que escapó y robando le va mucho mejor. A veces me vienen escalofríos escuchándolo.
Lucía no me entiende cuando llego a casa y me tiendo a meditar. Trata de saber qué sucede y cuando comunico que estuve con los niños, entonces hace una mueca e inventa cualquier cosa para alejarse comentando que estoy loca. Estoy enferma, agrega, soy masoquista, me gusta sufrir por gusto, tengo ínfulas de Madre Teresa de Calcuta. Yo la dejo hablar y nada le respondo. ¿Para qué?
¿Para qué?
Día gris claro
No, Santiago, no tienes razón, no puedo darte la razón. Ya sé que mis limosnas de dulces y panecillos no resolverán nada. Hoy salí de tu casa molesta, tú tampoco me entiendes. Tú y Lucía piensan que estoy enloqueciendo, que me hago daño, que exagero, y si exagero ¿qué? Siento que un montón de hormigas bravas comienzan a invadir mi cuerpo, se meten dentro de las orejas, en la nariz, aprieto los labios fuertemente, pero ellas me caminan encima, hacen cosquillas y van colándose en todos los agujeros de mi cuerpo. ¿Qué harán José y los otros cuando llegue el frío? Mis dulces no lo salvarán de nada, Santiago, pero quizás yo pueda hacer otra cosa.
Julio: Rojo oscuro, gris, gris claro…
Una ovejita viene corriendo, salta la cerca y se aleja corriendo. La segunda ovejita viene corriendo salta y se aleja igual. Voy por la ovejita ciento cincuenta y todavía no me duermo. Son las tres de la mañana. Lucía está en la colchoneta, debe de estar soñando rabias. Yo mañana no tendré ganas de vivir.
Cállate, tampoco tienes ganas de escribir, estás a oscuras, Circe, garabateas el papel, sigue con la ovejita ciento cincuenta y uno y verás que dentro de poco nos dormimos. No me duermo, no, tú vete al sitio oscuro donde habitas, déjame quieta, vete de mi cabeza, Circe, vete de mi cabeza. Calma, estás andando hacia el ataque histérico, cierra los ojos, y uno, dos, tres, chac, aquí estamos nuevamente. Estoy en calma. Estás en calma. Si me dejaras sola, quizás sería distinto, pero tu presencia hace que se debilite mi sistema. Podemos convivir, habitar este espacio, Circe, ¿estás temblando?, tienes las manos frías. Tengo las manos frías. Tienes los nudillos enrojecidos. Tengo los nudillos enrojecidos. Hay una mujer que duerme y otra, que eres tú, sentada al borde de la ventana, un sahumerio se quema, el chino apagó las luces, tienes frío, Circe, y tienes hambre. Tengo frío, Circe, y tengo hambre, un sahumerio se quema, hay una mujer que duerme, hoy le dije que traería a José a vivir a casa, y aquella mujer (la que duerme) dijo cosas tremendas, me asusté, salí, del otro lado está el hombre de las monedas y dijo que la mujer tenía razón, lo mío era un desatino. ¿Un desatino, Circe? Un desatino, Circe, una locura, un disparate, nadie me dio la razón, tiré las monedas y me fui a la calle, al puente, con frío, con hambre, José no llegó, había viento y los cartones se alzaban para dejarse arrastrar, polvorientos y fétidos, José no fue a dormir, yo tuve miedo, tuve frío y regresé despacio. Regresaste y la mujer dormía, comenzó a arder el sahumerio. Comenzó a arder y yo me voy apagando, ellos tienen razón, mañana diré que tienen la razón. Cuando la mujer despierte. Cuando la mujer despierte no tendré ganas de vivir, pero diré que es cierto, ellos tienen la razón, es un disparate. Un disparate, Circe. Una locura, y mañana no tendré ganas de vivir. Mañana no viviremos.
Día aburrido
Leo anuncios del periódico y me rasco la barriga. São Paulo me hace guiños por la ventana y el restaurante chino continúa lleno de clientes. Lucía anda con los zapatos puestos de sombrero, parece alegre y eso me contenta. Primero se apareció con la historia del italiano, me despertó para contarme que le compraría un montón de productos, y empezó a sudarle el bigote, luego, claro, tuvo que darse una ducha. Como si no la conociera, que el tipo le gustó es evidente. Dice que tiene un negocio de ropas y que es muy simpático. Y de repente, ¡plaf! El tal italiano le propuso un trabajo como traductora. Anoche se molestó porque dice que no le doy consejos. Yo estaba recortando unas flores de una revista (a esta habitación le hace falta un jardín) y Lucy se puso a pelear porque dice que sus cosas no me interesan. Se equivoca. Si la pizzería es dura y el italiano le va a pagar bien, para mí todo concuerda, el único problema es que le suda el bigote cuando habla del tipo. ¡Ja! Me llamó estúpida, porque digo que los italianos no me gustan. ¡Bah! Ojalá le naciera una gran historia, en tanto, yo debo terminar el jardín que colocaré debajo de la ventana.
Días melancólicamente azules
¿Será el invierno? Y yo qué sé. Bebo té sin limón. «La retirada», el oráculo acaba de anunciarme retirada. Vago por las tardes contemplando la ciudad con la sensación de no pertenecer. Sólo José y Santiago con sus innumerables artificios me hacen reír. Yo respiro, toco, escucho las voces que llegan con el viento y confirmo lo ilegible que resultan sus vocablos. São Paulo se ha quedado muda en el intento de chillar. Alguna vez pensé que si encontraba mi rostro en una persona cualquiera, un transeúnte que pasa, una mujer que espera el metro, si reconocía mi imagen en su anatomía, entonces sí que me podía considerar dichosa: yo ya estaba aquí. Pero no sucede. Ni siquiera logro distinguirme en las paredes de cristal, mi cuerpo se pierde en la imagen distorsionada que el espejo devuelve. ¡Circe! ¿Me estás oyendo? Hoy el oráculo anunció retirada. Santiago cerró el libro y abrió una cerveza diciendo que no siempre conviene hacerle caso, cualquiera se equivoca ¿no? No. Tú lo sabes, Circe. Sabes que no se equivoca, São Paulo no es tu ciudad. ¿Y entonces que hago, Circe, qué hago? El oráculo anunció retirada, Santiago bebió una cerveza, yo me largué a escribir en el diario.
Agosto
Lucía está enamorada. Ahora duerme y yo siento su respiración que hace jim-jom. Me acerco un poco más y es casi evidente el aura que la circunda, de un rojo crema un poco empalagoso. Desde que trabaja con el italiano las cosas han mejorado, por eso esta noche bebimos vino. Ahora duerme y yo la observo. Lleva días que sólo habla de él y, para variar, dice que se convertirá en una gran empresaria. Tiene tres vestidos nuevos y un montón de oficinas recorridas, y se queja porque dice que mi jardín de papel es la cosa más kitsch que podía inventarme (es incapaz de imaginar que el olor está en la mente, lo demás son vagas representaciones). A veces me hace reír, quiere que yo conozca al tipo, pero cuando propuse que lo invitara a casa, se fue a «dar una ducha». Lucía, qué tonta. De todas formas y esto no se lo diré nunca, ya lo vi. Ella es como una hermana y siento que debo protegerla, por eso el otro día la seguí hasta la oficina. Sólo con ver la cara de la gente puedo estar tranquila. El tipo me parece confiable, no es nocivo, y, además, le hace bien a Lucía. Para ser más exacta su manera de moverse me dio confianza. Ahora estoy tranquila. Lucy está en buenas manos.
Sábado azul oscuro
Lucy se fue con el italiano a Santos. Aunque hay frío, verá el agua en su representación libre y salada (estas letras van en verde oscuro). Yo pasé un rato con José (feliz con los chocolates italianos). Luego cené con Santiago, pero no quise tirar las monedas, no hace falta. Sé perfectamente que São Paulo no es mi ciudad. Ahora acabo de hacer una lista de amigos a quienes escribiré, Andrés en México, Rafael en Argentina y otros más. Mi próximo destino dependerá de quién pueda darme una mano, aunque no quiero irme de aquí y dejar sola a Lucía. Ya veré qué hacer.
Septiembre
Los días pasan volando, pasan corriendo, pasan deprisa. Hace unas semanas empecé con lo de los boletines de publicidad. Una mierda. Tratar de colocar en las manos de la gente papeles de colores, si no me hacen caso pruebo a enseñarles el catálogo, y si todavía no me hacen caso, entonces les doy la razón, hacen bien, ¡qué carajo!
Hace un año que Lucy y yo vivimos juntas. Desde que se empató con el italiano está cambiada y eso me gusta (perdón, Lucy, ya sé que se llama Bruno). Ya no hace ruidos extraños cuando duerme (aunque en realidad duerme poco en casa), ya no compra alcoholes baratos, ni llora, y São Paulo volvió a ser la ciudad de sus sueños. El otro día salimos a comer para celebrar nuestro cumpleaños. Ella quería invitarme a cenar con el italiano, pero me negué, insistió, y entonces me paré de cabeza encima de la cama diciendo que no iba a ninguna parte. Al final accedió y salimos solas, en fin de cuentas la fiesta era nuestra, ¿no? Lucía me parece otra persona, donde clava la mirada todo se tiñe de rosado, cuando habla, los ojos se le van dirigiendo lentamente hacia arriba, las pestañas comienzan a estirarse, y la voz se torna melosa, hasta tengo la impresión de que en algún momento comienzan a sonar violines. Dice que Bruno es el hombre de su vida. Estoy contenta, Lucy, muy contenta, saber que has encontrado algo me hace feliz. Yo, en cambio tendré que seguir mi búsqueda. Ella dice que todo cambiará cuando encuentre un buen trabajo, que sí, que ya veré yo cómo todo cambia, y cómo abandonaré mis obsesiones (siempre le llama obsesiones) y extravagancias, como aquélla con José. Lo que no sabe es que José no es un niño cualquiera, es mi niño, mi amiguito, el que me hace reír debajo del puente. En fin, hoy Lucy me hizo reír bastante contando de los socios de Bruno y de la cara que pusieron cuando él presentó a su «traductora oficial». Dice que es una pena que los otros estén casados, porque quien sabe si por ahí hasta aparecía un novio para mí, pero a mí no me gustan los italianos, Lucy, coño, te lo he dicho mil veces.
Día gris claro y azul oscuro. Domingo
Volvieron los escorpiones. Me desperté tiritando y estuve sentada en el diván hasta las seis y media de la mañana, cuando decidí ir a despertar a Santiago. Él ni siquiera se molestó, preparó un té y hablamos hasta que la mañana se compuso. Hoy no tenía deseos de estar sola, así es que acepté su invitación a acompañarlo en las diligencias del día. Tenía un raro presentimiento, una sensación indefinida, como si algo terrible fuera a ocurrir. ¿Qué sucede, Circe? No sé, Circe, no sé. Es como tener una bola de pelos en el centro del estómago, que va girando y girando en torno a sí. Los rostros en la calle me resultaron chocantes todos, como si cada uno supiera algo de mí, pero se esmerara en ocultármelo. Santiago notó mi nerviosismo y propuso que fuéramos al cine, pero no quise. El cine está lleno de imágenes y es oscuro. Volvimos a su apartamento y él me recetó Bach y cerveza Brahma. Brahma y Bach, Brach y Bama. ¡Bah!
Sólo regresé a casa en la noche, cuando escuché a Lucía abrir la puerta. Trajo pizzas y dijo que quería hablarme. ¡Qué tonta eres, Circe! Resulta que el italiano le pidió que fuera a vivir con él y a ella le daba pena decírmelo. En cuanto la escuché me dejé caer en el diván a reír como una loca. Ella se sorprendió, pero no pude hablar hasta que no terminé de reír. ¡Qué tonta soy! He pasado el día con el presentimiento de algo terrible y al final era esto. Mi amiga está enamorada, simplemente así. Lucy sonrió después de escucharme y aunque no entendió muy bien lo de la bola de pelos, echó un profundo suspiro que dejó media pared teñida de rosado. Dice que desde principios de mes está por hablarme, pero temía herirme. Boba, no sabes la alegría que me das. Antes de acostarme fui adonde Santiago para contarle. Puedes estar tranquilo, amigo mío, que mañana no volveré a despertarte.
Octubre
São Paulo llueve y anoche soñé con el mar. El trabajo del día fue una mierda, por la lluvia, pero anoche soñé con el mar y hoy en la tarde telefoneé a La Habana. Todos bien. «¿Y tú? ¿Cómo estás?» «Ahí, creo que esta ciudad se acaba.» «¿Qué cosa? No te oigo bien.» «Que estoy perfectamente, que todo funciona y el sol sale cada mañana y ya me he acostumbrado a la polución.» «¿La población?, ¿qué dices, mi'ja?, no te oigo bien, ¿sabes que Marticase casó?» «Mándale felicidades.» «Te extrañamos tanto, mi'ja, abrígate bien.» «Ya el invierno se acaba.» «Sí, pero ten cuidado por la calle, mira que dicen que en los carnavales muere mucha gente.» «En los de Río, sí, pero son en febrero.» «Sí, pero ¿cuándo piensas venir de vacaciones? Te extrañamos tanto.» «Yo también, pero…» «Dice Clarita que a ver si te empatas con un brasileño como los de la telenovela, ¡ah! Y que te tires una foto en el Cristo y se la mandes.» «Sí, pero el Cristo es en Río…» «Pero ¿tú estás bien?, no sabes cuánto te extrañamos…» «Yo también, pero tengo que encontrar…» Tono. Se me acabó el saldo para la llamada. Anoche soñé con el mar y hoy en São Paulo llueve.
Día azul claro
Hoy Lucía vino a comer conmigo. Trajo un montón de regalos, comida, vestidos, vaya que ni Papá Noel… Dijo que era un gran día y estaba emocionadísima, suspiró y de paso le dio una mano de rosado a las puertas del clóset. Descorchó una botella de esas que hacen ¡puaf! y se derraman, sirvió dos copas, se puso de pie y: ¡sorpresa! Volvió a suspirar: «Bruno me propuso matrimonio». Bebió de un solo trago y continuó: «Sí porque como él ya está cansado de la empresa quiere regresar a Italia pensaba que antes de fin de año podría irse pero entonces me conoció a mí y las cosas cambiaron y yo mira… sírveme otra vez que estoy emocionada porque yo lo amo Circe lo amo estoy enamorada y entonces lo que podemos hacer es casarnos así me puedo ir con él Circe no te parece una cosa emocionante a mí nadie me había propuesto matrimonio antes vuélveme a servir que el corazón se me sale, ¡uf! qué calor Circe dime algo por favor que estoy loca por saber qué te parece Bruno es el hombre de mi vida estoy emocionada amiga mía dime algo por favor…». Me levanté para abrazarla y desearle toda la felicidad del mundo, porque hasta yo me sentí la más dichosa y tuve ganas de comprar un tonel de pintura rosada y caerle a brochazos al edificio y a la ciudad, ¿por qué no?, un poco de rosado a São Paulo no le vendría mal. São Paulo que se acaba, se está acabando. Lucía se casa, todavía no sabe cuándo, pero se casa y yo seré la testigo de su boda y tiraremos arroz por las calles y descorcharemos botellas de champán para darnos una ducha y nos reiremos de lo bien que la pasamos juntas y nos tiraremos el I-Ching por última vez y cuando todo haya terminado y ya sólo quede la resaca, entonces, sólo entonces, podré hacer mis maletas y largarme.
Día amarillo
Hoy recibí la respuesta de Andrés (México DF). Dice que si me gusta el picante, puedo aparecer por allá cuando quiera. Hace como cinco años que no lo veo, el picante no me gusta, pero es bueno saber que puedo contar con un viejo amigo. De todas formas no hay apuros, todavía Elis me está resolviendo lo de los papeles y Lucía se casará en diciembre. Este fin de semana fue a Río y prometí que antes de la boda iré a cenar con ellos. Anoche me quedé en casa de Elis y Rey que se pusieron de lo más contentos con la noticia de Lucy. Por la mañana pasé donde José para llevarle los chocolates italianos de Papá Noel, pero no estaba, hoy tampoco estaba. Volveré esta semana. Este José a cada rato se me pierde.
Día aburrido
Estoy incómoda. Comí con Santiago, pero lo dejé después de darle una pastilla y las buenas noches, porque se sentía mal. Estoy en la ventana, pero me siento incómoda. Hoy me pagaron la porquería de los volantes de publicidad. Si no fuera por las ayudas de Lucía ya ni sé cómo podría pagar el alquiler. ¿Qué te pasa, Circe? Te sientes incómoda. Me siento incómoda, sí, otra vez la bola de pelos en el estómago. ¿Dónde está José? Tres días de esta semana he pasado por allá y no hay nadie, ni él, ni los otros. Por favor, José, no me asustes, anda. Y ya, no quiero escribir más, estoy incómoda.
Día negro
Rojo oscuro, negro, rojo que se transforma en bola de pelos negros, negros tentáculos filosos que me acarician dejando líneas de color rojo oscuro. El viejo es un mentiroso, Circe, esta ciudad está llena de viejos mentirosos que barren los parques con escobas viejas. Pero me duele la barriga, Circe, he vomitado hasta el cerebro, vómito verde, vómito negro, cállate, viejo mentiroso, cállate, sigue barriendo el parque y cállate, Europa es un continente, es un vértigo, un vómito espantado. Caminé, y me dieron ganas de vomitar, vomité el parque del viejo mentiroso, caminé otra vez y São Paulo empezó a dar vueltas, la gente caminaba y reía, se detenía para vomitar una bola de pelos negros y seguir riendo. Marqué mi territorio con vómitos de todos los colores. El puente está vacío, Circe, pegué la nariz al pavimento, apoyé los dedos y sentí el calor, las meadas, el aliento a sobras de chocolate. El viejo es un mentiroso, lo sabes, Circe, lo estás escuchando, escuchas cómo se ríe, escuchas un montón de risas, hay risas en todos los rincones. José está debajo del diván, yo lo sé, Circe, me lo están diciendo las voces, voces de todos los colores. Vomita otra vez, porque el viejo es un mentiroso, vomita, Circe, vomita. Cállense, cállense, cállense…
Noviembre
Escribir sólo para no olvidar. Lo inolvidable, inútil escribirlo. Hoy le dije a Lucía que me iba, me miró perpleja, pero sí. Me voy. Ya tengo los papeles para viajar. Mañana entrego las llaves del apartamento. Adiós restaurante chino. Después de las fiebres de la semana pasada, Elis propuso que me mudara a su casa y allá me voy, al espacio que habité cuando llegué a la ciudad. Adiós Elis y Rey. Ya hablé con Andrés por teléfono y me espera. Santiago me pagará el pasaje. Adiós Santiago. Lucía se ha quedado triste, pero yo me voy, São Paulo no es mi ciudad y esto lo sé desde hace mucho tiempo. Adiós Lucía. Cargo con mi pequeño equipaje, ropas, libros, música y relojes, poca cosa. Debo andar ligera para encontrar mi ciudad, que no eres tú São Paulo, a pesar de tus colores, tu gente y tu sabor y de Elis Regina y Caetano Veloso y de todo lo que se respira en ti de este Brasil, meu Brasil brasileiro, tan lleno de contrastes y de magia. Adiós São Paulo. Bye, bye, Brasil, no me gustan las canciones de despedida. Mandaré postales para todos y una especial para Lucy (ya nos tiraremos el arroz un día de estos).
Adeus, São Paulo, adeus.