Cuaderno de Bitácora
Octubre
N
o imaginé que
vender productos fuera tan difícil. La primera semana no me fue
mal, porque vendí algunas cosas en la tienda, pero ya ese
territorio está «quemado». El problema es que parar a la gente en
la calle me cuesta trabajo. ¡Uf! Tendré que aprender.
Lucía lleva quince días aquí y salvo la primera semana que seguía con su tragedia griega hablando mal de Sonia, está de lo mejor. Empezó a trabajar y pasa el día de aquí para allá con la cámara que le dieron (ahora dice que se convertirá en la fotógrafa más famosa del país), le pagan semanalmente y hasta piensa que pronto podremos comprar un refrigerador, porque seguimos usando el de Santiago.
Tengo la sospecha de que a Lucía no le cae bien Santiago. Hace unos días fuimos a comer con él y nos dio un discurso sobre fotografía, habló del poder de la imagen, de la capacidad de retener en un instante toda una sucesión de hechos, dijo que el lente no era más que una extensión del ojo del fotógrafo, pero primero había que trabajar en la mirada, eso me gustó. Lucía no parecía muy interesada en el argumento y luego me dijo que él era gracioso, pero que no le parece bien que un tipo tenga a la vista todo un altar de mujeres desnudas. ¡Ay, Lucy, por Dios! Creo que se molestó cuando él le sacó la foto. Ella estaba junto a la ventana, iluminada por las luces del chino, y Santiago tomó la cámara diciendo: «Quédate así, ¡es preciosa!». A ella no le hizo mucha gracia. Lucía a veces es un poco extraña, dice que la casa de Santiago huele a humedad y que él habla demasiado. ¿A qué piensa que huele nuestro apartamento? En cambio, Elis y Rey le cayeron muy bien. El sábado nos invitaron a cenar. Elis es magnífico, preparó tremenda cena, nos divertimos un montón y Lucía quedó encantada (claro que la casa de ellos no huele a humedad). Me regalaron un paquete de incienso y a Lucía un cuarzo para colgarse al cuello.
Día naranja
Me duelen los pies. Son las cuatro de la mañana y acabo de regresar de casa de Santiago. Estoy sentada encima del inodoro, con los pies metidos en agua. Lucía duerme. Yo me ilumino con velas.
Hoy caminamos cantidad. Como este mes a Lucy le han pagado bien, dijo que merecíamos un regalo y nos fuimos de compras por República, Anhangabau y Sé. A ella le gustan las tiendas. Al final compramos un par de zapatos para cada una y unas blusas que podremos intercambiar. Yo llevé mi catálogo, por si acaso, y ella se prestó a ayudarme, pero dice que no es un trabajo que le interese, aunque le veo buenas condiciones. Se puso a hablar con una tipa en una tienda por República y resulta que me encargó cremas de ésas para bajar de peso. Terminamos el día en una churrasquería y comimos bastante.
Es curioso, estando allí, Lucy me hizo una pregunta muy rara, dijo: «¿Y tú no tienes ningún objetivo en la vida?». La carne se me atragantó en la garganta. Desde que la conozco estoy repitiéndole que debo encontrar mi ciudad, no existe objetivo más grande. Ella me miró haciendo una mueca irónica para agregar que eso no era un objetivo, sino una fijación absurda. Me hizo gracia. De todos los miedos que Lucy parecía tener al inicio, queda muy poco; sigue enamorada de esta ciudad y afirma que este contrato es tan sólo el primero de su larga carrera, porque pretende convertirse en una grandísima fotógrafa, alcanzar la fama, ganar muchos premios, llenarse de dinero, comprar una casa en La Habana y otra en São Paulo, ayudar a la familia, viajar por el mundo y hacer montones de exposiciones, hasta recibir el Premio Gordo por ser una de las cronistas gráficas más renombradas de la época. Cuando terminó de enumerar, brindamos, porque ya hasta me sentía afortunada de compartir la mesa con tan excelso personaje.
Cuando pregunté de qué color sería el vestido que usaría para recoger el Premio Gordo a su larga carrera, me miró desconfiada. ¡Ella qué sabía! ¡Qué podía importarle el color de un vestido! Además, primero recibiría otros tantos premios, ¿no? Quizás. Lo único que no logro descifrar es cómo será capaz de hacer tantas cosas si primero no logra concentrarse en una. «Deseo-fuerza», lo leí en algún libro, aunque no me gusta andar repitiendo las cosas que leo y por tanto tiendo a olvidarlas: mastico, trago y digiero. La mente humana está capacitada para realizar muchas más cosas de las que creemos, bastaría comenzar a conocer sus mecanismos y aprender a usarlos. Si uno se concentrara —y hablo de concentración extrema y total—, si uno llegara a visualizar las cosas, a ver eso que desea verdaderamente, entonces no quedaría otra alternativa que la materialización del deseo. Lucía se ríe de mis argumentos y yo quisiera encontrar palabras para poder desarrollarlos más claramente, pero supongo que todo intento de búsqueda de explicaciones no me lleva a otro camino que a la pérdida del concepto inicial. Las palabras pueden envolverte de manera extraordinaria, por eso me aterran los supuestos «eruditos», los «profesores», los publicistas del alma.
Yo no quiero otra cosa que encontrar la ciudad a la que pertenezco, para esto respiro día a día. Aspiro profundamente y espiro lentamente. Cierro los ojos y la veo. No tiene nombre aún, no sé cuál es, pero logro sentirla, su olor entra por mi nariz. Darle un nombre previo significaría engañar a mis sentidos. Pudiera decir por ejemplo: París, o Luanda, Luxemburgo, Singapur, cualquiera de los tantos nombres de ciudades que pueblan este mundo, pero inventármela sería un fraude. Yo mentalizo mi llegada a Casa, veo mis piernas y sonrío. Sólo conducen a Roma los caminos de quien quiere llegar a Roma, el resto son vías disponibles para llegar a cualquier sitio, para encontrar mi ciudad. La mía.
Regresamos tarde. Lucy dijo estar cansada y se acostó, yo me fui adonde Santiago y, retomando la conversación con Lucía, comencé a hablarle de mi teoría de la «visión primaria». En principio resultó simpático el tema, porque descubrí que Santiago es miope y usa lentes. Esta noche andaba con unos espejuelos gordísimos y eso de hablar de visiones con uno medio ciego tiene algo de sarcástico (pero para ver no hacen falta únicamente los ojos). Según mi amigo, su relación con las ciudades es diferente, porque él no las busca. Dice que si funciona como digo yo, entonces, en su caso, sería más bien que las ciudades lo han visualizado a él. Cada vez que llega a un sitio, es como si las calles le estuvieran gritando: «¡Ey, señor! ¡Pero cuánto ha demorado usted en llegar!». ¡Qué loco! Esta noche me miró a los ojos y dijo que le gustaría retratar mis pupilas, esconder la foto y mirarla luego de un año, sería una buena prueba para confirmar mis credos. (Quedamos en que un día de estos haremos un trabajo fotográfico juntos). Luego se levantó, destapó una cerveza y anunció que era un buen momento para hablar con el I-Ching. Es interesante ese libro y nunca había conocido a nadie que lo siguiera tanto. Concentración, concentración. Tiras las monedas: La dificultad inicial. Mutable el 9 en la primera línea, cambio a La solidaridad. El oráculo, que esta noche tenía la voz de Santiago, dijo medias frases, todo interpretable, pero bastante claro para mí. Quedan sonando las palabras: dificultad, perseverancia, nubes, unión, centro. Mi amigo dice que no puede explicar nada, pero se metió en el baño sonriendo mientras canturreaba: «Que hay que fijar la mirada en la propia meta». Seguramente no dirá que mis obsesiones (como le llama Lucía) son razonables, él no puede decir nada, nadie puede decir nada, pero los chinos no pueden haberse equivocado. Dice Santiago que me parezco a Ludwig mientras escribía la V Sinfonía, él lo imagina así, fastidiosamente obsesionado. Sonrío Santiago, sonrío, pero recuerda que Ludwig se quedó sordo, no ciego.
Noviembre y pasado un sábado. Día gris claro
Hay días en que estoy al borde del delirio. El delirio es una línea tenue, que yo veo roja. El delirio me hace quedarme quieta, inconmovible, pienso que si uno se conserva de esta forma e incluso retiene la respiración, es como si no existiera. Como aquellos días en que no tengo ganas de vivir, me pongo la almohada encima de la cabeza y el mundo no existe. El delirio me hace leerle poemas a Lucía, que está durmiendo en la colchoneta en el piso, agarro mi descuartizado libro de Virgilio Piñera, y empiezo a leer en voz baja, cerca de su cabeza, pero Lucía no me escucha, ronca y se gira de la otra parte como si el mundo pudiera prescindir de un poema de Piñera. La emprendo contra el chino, tratando de que mis palabras puedan trasmitirse por el impalpable espacio que nos separa, atraviesen la puerta y lleguen a los que posiblemente aún están limpiando la cocina. Nadie responde. Saco la cabeza y en un grito apagado intento llamar la atención de la plantita que hay en el alféizar de la ventana de Santiago. La plantita se gira, es un cactus, y sólo obtengo la visión, la nítida visión de una espina, bien se sabe que los símbolos hablan mucho más que las propias palabras, me está diciendo «si continúas, te pincho». Pido disculpas y escondo la cabeza. Estoy al borde del delirio: un susto, una bolita transparente llena de pelos que gira alrededor de su eje dentro de mi estómago.
Hoy fue una noche divertida, sí, nos fuimos de fiesta. Los que trabajan con Lucía la invitaron a una fiesta. Bonito apartamento, bonitas caras y vestidos, música, baile, Lucía tiene una capacidad extraordinaria para aprender los ritmos más diversos. Su cuerpo ondula ligero, corta el aire y lo devuelve a tempo. Uno de los muchachos dijo que nos acompañaría a casa, ella abrió la boca sonriendo y me miró. Dio la dirección de Sonia en la Paulista. Cuando nos bajamos del carro y despedimos al chofer, no dije nada. Lucy suspiró secándose el sudor encima de la boca y dijo que no era conveniente que un desconocido supiera dónde vivíamos. Sé que se avergüenza de nuestro viejo edificio, que el barrio apesta, que a ella le gustan las luces (no las del chino), que se siente una desclasada, que las telenovelas le han hecho mucho daño, que sufre síndromes holográficos devastadores, que se ríe del sueño de la pobre secretaria mientras lo padece, que alimenta quimeras sin saber que la palabra trae consigo la imposibilidad de realización, que dice que sueña y en realidad no hace más que enumerar, e-nu-me-rar-e-nu-me-rar, porque los sueños tienen que ver con la visión, porque «vivimos en un mundo donde soñar es como estar ya muertos» (lo dijo Piñera).
Regresamos a pie. Me negué a coger una guagua, porque «no era conveniente que el chofer supiera dónde vivíamos». Lucía dice que es peligroso andar por estas calles tan tarde y tiene razón. Alrededor del centro sólo hay borrachos, tipos que viven en la calle, gente fea, sucia, y con cara de criminales, como el bébado que agarró a Lucía para pedirle un cigarro. Apestaba a aguardiente y Lucy empezó a temblar. Me asusté, me asusté mucho. Estoy todavía asustada. Cuando llegamos, ella se metió en el baño, necesitaba darse una ducha antes de dormir. Yo no logro cerrar los ojos. Estoy asustada. Hay días en que estoy al borde del delirio y el delirio es una línea tenue, que tiende al rojo…
Día rojo
Lucy está brava conmigo. Después de pedirle muchas disculpas, la dejé en casa y salí a dar una vuelta. Tengo tremendo sueño, pero ahora estoy más tranquila, aunque ella no ha querido entenderme. Anoche no podía dormir, me tiré en el diván y cerré los ojos para relajarme, dejarme andar, pero en un momento sentí que algo se movía, algo se estaba moviendo dentro de la habitación. Alcé apenas los párpados y juro que los vi, vi las sombras que se movían en el techo, los cuerpos proyectan una imagen oscura engrandecida. Me levanté de un salto y tuve que despertar a Lucía y encender la luz para comenzar a buscarlos. Ella se puso a protestar, diciendo que eran casi las cinco de la mañana, que tenía sueño, que yo estaba loca, pero al final cedió. En cuanto anuncié que había escorpiones en casa se dispuso a ayudarme. Viramos todo al revés, levantamos la colchoneta, quitamos las sábanas del diván, vaciamos el armario. Alrededor de las siete Lucía puso la cafetera y se sentó a fumar. Dice que son alucinaciones mías, que si no viviéramos juntas juraría que yo me drogaba, cruzó los brazos y se declaró molesta. Cuando la gente cruza los brazos es como si una muralla comenzara a crecer. Ella bebía el café en silencio, pero era fácil escucharla: «Cállate, tú y tus escorpiones se pueden ir al carajo, yo quiero dormir, y no pretendo continuar esta estupidez». Para calmarla le cedí el diván, puse las sábanas para que durmiera y agradecí su ayuda. Ahora en realidad estoy más tranquila. Al menos ellos saben que no ignoro su presencia.
Martes 13
Nota: vendí dos aftershave al tipo de las frutas, todo bien. Lucía, todo mal, hace una semana terminó el contrato y dijeron que no había nada hasta próximo aviso. Ella llama todos los días al tipo que le consiguió el trabajo, pero sólo ha logrado hablarle una vez. Anda cabizbaja. No me gusta.
Día rojo oscuro y luego azul
Esta noche Santiago y yo nos fuimos al teatro, por fortuna tiene un amigo actor y no tuvimos que pagar la entrada. Era una comedia bastante divertida. Salir con Santiago es tener garantizada la risa y bien que me venía, porque luego de la bronca con Lucy estaba un poco cabrona. ¡Ay, Lucía! Mírala cómo duerme. Cuando llegué me la encontré tirada en su colchoneta y espero que no se habrá puesto más brava todavía cuando vio mi nota, en fin de cuentas fue ella quien se fue por la tarde. Por lo visto, con el mal humor le dio por comprar una botella de 51, y allí está, más abajo de la mitad. Al menos habrá pasado una noche entretenida.
Es que a veces no la entiendo. No te entiendo, Lucy, no te entiendo. Lleva quince días vegetando, dejándole mensajes al tipo en la contestadora. Ayer finalmente logró hablar con él y nada, el hombre dice que la cosa está mala, que no aparecen contratos con otras agencias, al final él tiene otros trabajos, esto era una cosa transitoria, pero Lucy no lo entiende. Ella pensaba que era la protagonista de la novela que de la noche a la mañana, ¡plaf! se hizo millonaria. Se ha pasado estas semanas con tremendo malhumor y ahora le ha dado por bañarse, dice que siempre ha sido así, que es muy aseada, coño, pero cada vez que nos ponemos a hablar del tema me deja con la palabra en la boca porque «necesita darse una ducha». ¡Que el agua se paga, Lucía, cojones! Hoy estalló. Le propuse que viniera conmigo a una reunión de la empresa de productos para, mientras tanto, ir tirando con las ventas, pero me dijo hasta del mal que iba a morir. Dice que ése es un trabajo de muertos de hambre, que ella es una fotógrafa y no sé cuántas boberías más. Lucía está loca. Me preocupa. Ahora que la veo dormida, me dan ganas de acercarme y dar golpecitos con la punta del lápiz en el centro de su cabeza. Toquecitos suaves, hasta lograr abrir un huequito y, entonces, meter el dedo para sacar delicadamente sus pensamientos. Imagino que los pensamientos estén anudados como los pañuelos que saca un mago del sombrero. Lo único que quiero es examinarlos, Lucy, no te preocupes, luego los regreso a su lugar, pero así al menos logro entender por qué te pasas el día lamentándote con la bemba estirada y gastando el poco dinero que tienes en botellas de aguardiente. Y luego dice que yo estoy loca porque la hago hacer limpieza general a las cinco de la mañana. Lucy me preocupa.
Por suerte esta noche pude relajarme. Luego de la función, nos fuimos con el amigo de Santiago y otros actores al bar de la esquina del teatro. Este país tiene colores muy diversos, es una mezcla de alegría y desolación, de eufóricas noches con ritmos acelerados y frías avenidas pobladas de gente hambrienta. Se pusieron a cantar y para honrar mi presencia, uno me dedicó La Guantanamera, a ritmo de bolero y con dudoso acento, pero estaba bien. Claro que no faltó una interpretación de Santi y la emprendió con una de las arias operísticas que le gustan tanto, hasta que lo mandaron a callar con ritmos de palmas encima de las mesas. Lucía se perdió la fiesta y ahora ronca, sé que mañana despertaré con la música que sale de la ducha. Boa noite, Circe.
Diciembre
¡Qué dolor, cojones! Dice Santiago que mis trastornos con la Pelirroja se deben a que debo de tener algún conflicto con la maternidad. Me cuenta que la portorriqueña era parecida, pasaba una semana de mal humor, se tendía en la cama con una almohada en el vientre y a veces lo llamaba para que se le sentara encima. Las mujeres «menstruantes», dice, son aveces como los compases de espera: espera a que se le pase y daccapo al fin. ¡Ah! Ganas de que le nazca un ovario caprichoso.
El oráculo esta vez me resultó ambiguo. «La limitación» fue el hexagrama, «el lago tiene límites, pero el agua no, por eso debe ser contenida». Santiago, como de costumbre se resiste a dar explicaciones, dice que ninguna respuesta que venga de los otros será más auténtica que aquella que encontramos dentro de nosotros mismos. El I-Ching responde y nosotros interpretamos. Se echó a reír viéndome preocupada, y agregó que me tomaba las cosas demasiado en serio. Yo no sé, quizás tenga razón. Tal vez me empeñe demasiado en encontrar señales por todas partes, este cerebro mío no hace otra cosa que funcionar obstinadamente, a veces lo escucho retumbar dentro de la cabeza, pruebo a imaginar que está roncando y por el contrario descubro que acaba de madurar alguna idea, entonces me persigue todo el día, martillándome, es a veces fastidioso. Mis órganos tienen la libertad de una vida independiente.
Hoy Santiago dijo que me leería los ojos. Me eché a reír, pero insistió en que cada parte del cuerpo podía ser leída (no sólo es prerrogativa de la mano, agregó). Sé que esta lectura acababa de inventársela, pero él es así, si no encuentra un motivo para reírse, entonces lo inventa. Tomó mi cabeza colocando los dedos del medio en la sien y los pulgares en la barbilla.
«En el fondo de tus ojos está escrito que quieres ser madre, pero debes limitar los impulsos por el momento, la espera sólo es preparación, la limitación se rompe cuando llega el momento justo.»
Santiago oráculo de la fantasmagoría, inventor de la risotada, trasgo que alimenta mis manías cerebrales de organizar el caos. Pero el caos persiste y se acrecienta, es como un órgano más, quizás el último, ¿o será el primero?
Feliz Navidad
La ciudad parpadea y es de color rojo, por todas partes hay bolitas, viejitos con barba y gente cargada de paquetes. Es la primera Navidad de mi vida. Siempre es curiosa la primera vez que una cosa sucede. Hace unos días Elis y Rey me llamaron para felicitarme, porque iban para el nordeste con amigos de Elis. ¡Buen viaje! Nosotras por acá seguimos contando los kilos. A Lucía le queda poco dinero, pero dijo que no era justo pasar nuestras primeras Navidades sin regalos, que no éramos peores que el resto de la gente, así es que ayer fue día de compras. Le regalé una botella de Martini y ella me compró una vela grande de colores, dice que es para que me ilumine cuando me siento en el piso a concentrarme y respirar.
Cenamos con Santiago que me regaló tres casetes con música de todo tipo, incluidas unas grabaciones con su voz, y para Lucía tenía una camarita fotográfica, nada profesional, pero al menos es algo. Estuvimos un rato tirados en el piso con las monedas. Lucy observaba con recelo y en cuanto el oráculo dictó sentencia, se apartó diciendo que no le había respondido nada. Ella no cree en el I-Ching y el I-Ching no responde a quien no cree. Lucy se tiró junto a la grabadora y Santiago cerró el libro anunciando que cambiábamos de juego: «El juego de las asociaciones». Dices una palabra: casa, árbol, olor, y cada cual escribe lo primero que le viene en mente. Luego, entre los tres construimos nuestro personaje (en correspondencia con las respuestas). A Lucía este juego pareció gustarle y ahí estuvimos hasta que nos cansamos. Ella cambió la música y nos invitó a bailar. Terminamos los tres bailando como locos y la pasamos bien.
31 diciembre 1990-1 enero 1991
¡Respiro, luego existo!
Enero 1991
¡Al carajo! Ahora sí que estamos bien. Hoy compré una botella de aguardiente para Lucía y esperé a que se diera el primer trago para darle la noticia: en marzo termino en la tienda. Ya sabía yo que el tipo me tenía entre ceja y ceja. Hoy dijo que estaba haciendo reformas, por tanto, en dos meses me liquida y al carajo. Me dieron ganas de encender un cigarro y prenderle candela a uno de los nailon con que envuelvo la ropa, el nailon tiene formidables cualidades para la combustión, pero no, no quiero conocer las cárceles brasileñas, gracias.
Raúl me dijo que hablaría con sus amigos a ver qué se encuentra. Ahora sí voy a tener que venderle productos al primero que se me ponga delante. Lucy y yo estuvimos leyendo el periódico pero salvo los «se solicita mujer como acompañante» no encontramos nada. Acompañante el coño de tu madre. Dice Lucy que irá a la agencia donde trabajaba, quizás por su cuenta encuentre algo sin tener que esperar por aquel fulano que quién sabe donde está. Además, anunció que me acompañará el sábado a la reunión de los productos. Dice que no es justo que yo me pase la tarde de pie, mientras ella no trabaja. Parece que está entrando en caja y menos mal, porque los alcoholitos cuestan y a ella le gustan demasiado.
Me comí las uñas y termino aquí, porque mi amiga hace más de media hora que está debajo de la ducha, a ver si me hace caso y cierra.
Sábado
Ok. Lucy va a vender. Salió de la reunión diciendo que se convertirá en la mayor vendedora del país, empieza con el treinta por ciento y luego pasará al cuarenta y en cuestión de un año devendrá mánager y tendrá todo un grupo de gente trabajando para ella. Qué raro, cada vez que empieza algo, quiere convertirse en la mejor del país. Parece que el sistema de estímulos socialistas, los vanguardias nacionales y eso, le han hecho un poco de daño. De todas formas está bien, porque así trabajamos las dos y creo que ella es mejor que yo para vender cosas.
Último domingo de enero. Día gris
Todo el día caminando en la USP: Elis, Rey, Lucía y yo. Ella estaba más animada. Los domingos la gente suele venir a los jardines de esta universidad, hay niños, bicicletas, deportistas y hasta encontramos un grupo muy divertido rodeando a dos que bailaban capoeira. ¡Todo un espectáculo! Bien difícil, imagino.
No sé qué hacer con Lucy, cada día me preocupa más. El viernes cuando llegué me la encontré sentada en el piso. Dijo que había salido al mediodía para sus ventas, pero se arrepintió y al carajo, regresó a casa. Encima del diván estaba el periódico hecho trizas. Ya sé que ahí sólo se encuentran trabajos de mierda, pero es la única posibilidad que tenemos. Lucía me miró con cara de furia, mandándome callar. Su expresión me hizo entender que además del periódico había comprado una botella de aguardiente con el dinero que tenía para las frutas. No dije nada, pero sonrió afirmando que sí, había comprado una botella, porque le daba la gana, las frutas daban ganas de cagar y el alcohol ganas de reír. Estaba borracha. Intenté no hacerle caso, pero se levantó diciendo que estaba harta de esta vida de pordiosera y que no le gusta pedir limosna con la justificación de los productos de belleza, que ni siquiera puede usar. Dice que a mí no me interesa, pero a ella sí, quiere tener sus propias cosas y vivir decentemente, pero no puede. Ahí me miró llena de ira y comenzó a acusarme a gritos. Soy la culpable de que esté aquí, si hubiera regresado a La Habana ahora seguramente estaría mejor, dice que fui yo quien le metió en la cabeza la estúpida idea de quedarse en esta ciudad de mierda. La diatriba fue larga y me resultó bastante injusta. Terminó con la voz entrecortada y lágrimas en los ojos, entonces se encerró en el baño. Yo me recosté a la ventana cuando comencé a sentir que el agua corría. Quince minutos, veinte a los veintiuno y medio fui a tocar a la puerta. Lucía no respondió. Toqué más fuerte tratando de alzar la voz para que me oyera detrás del ruido del agua. No respondió. Di patadas, y un golpe que me dejó la mano adolorida, hasta que sentí el «¡vetepa'casadelcarajo, cojones, déjameenpaz!». Casi una hora después abrió la puerta tropezando, semidormida y se tiró en el diván. Entonces cerré la pila del agua que permaneció abierta todo el tiempo. Me senté a sus pies y pasé mis manos a diez centímetros de su cuerpo, quería calmar sus vibraciones, aplacar la ira. Creo que lo que logré fue una especie de transferencia, porque ayer me la pasé sin ganas de vivir. Dormí poco y cuando Lucía se levantó, permanecí en la colchoneta debajo de la sábana, pienso que si no me muevo no notará mi existencia. Ella se dio una ducha, preparó el café y lo bebió frente a mí. Luego escribió una nota y salió. Aproveché su ausencia para cambiar de posición, sin abandonar la sábana protectora. Cuando regresó traía una jabita con frutas (ganas de reírme). Comió algo y se puso a limpiar el baño. No sé ni qué hora era cuando se sentó en el diván y comenzó a llamarme. Sabía perfectamente que yo estaba despierta. Dijo que quería hablar conmigo, que la perdonara, que no se acordaba bien de lo que había dicho, pero seguramente eran boberías. No saqué la cabeza en ningún momento, la interrumpí para informar que siguiendo su consejo me había ido justamente al carajo, y no tenía ganas de vivir este día, simplemente así. Permanecí todo el tiempo mirando el techo a través del tejido hasta que se hizo de noche y no pude ver más. Lucía no se cansó de dar vueltas tratando de llamar mi atención, pero no le hice caso.
Hoy la desperté, porque habíamos quedado con Elis y Rey en vernos, intentó recomenzar con las disculpas, pero cambié la conversación. Es un lindo domingo y bien vale la pena vivirlo. En toda la tarde sólo bebió coca-cola y parecía más animada. Cuando llegamos a casa pidió que la perdonara, no lo haría nunca más. ¿La perdonamos, Circe? La perdonamos, Circe.
Febrero
Cálmatecálmatecálmatecálmatecálmatecálmate
Son las doce de la noche y Lucía no ha regresado. Estoy preocupada. No sé qué tiene en la cabeza, qué ideas se le ocurren. Padre nuestro que estás en los cielos, santificados sean tu nombre y el mío… Han pasado cosas esta semana. El martes me la encontré sentada en el diván envuelta en una toalla y con los pies metidos en agua. Al principio no quiso hablar, luego contó que en días anteriores se había puesto de acuerdo con un tipo en una tienda para llevarle el catálogo, él dijo que pasara a la hora del cierre y así tendría tiempo de ver los productos. Ella fue el martes y el tipo la dejó pasar, cerró las rejas, abrió una cerveza y la invitó a refrescarse. Lucía se puso nerviosa, y más todavía cuando él puso música y se le acercó sonriendo. Dice que no sabe de dónde sacó fuerzas, pero que le dio un empujón y lo amenazó con que si no abría las rejas se pondría a gritar. El hombre la dejó ir, claro, y ella regresó a casa corriendo. Esto sirvió para confirmar que la venta de productos es un trabajo de mierda y para pasarse dos días en casa sin querer salir. Por fortuna se repuso y volvió a la carga el jueves.
Hoy no sé qué pasó, ella es extraña. Desde hace tiempo Santiago y yo teníamos planificado hacer un trabajo fotográfico. Yo estaba allá y de repente llegó Lucía, Santi le abrió la puerta y apenas asomó la nariz se quedó estática. Qué extraña es Lucía. Dio media vuelta y se fue. Cuando volví a casa me la encontré frente a la ventana con un vaso en la mano. Pregunté, pero se giró histérica diciendo que no quería saber nada, dice que no le interesan mis explicaciones, que debería avergonzarme, y que lo mejor que hacía era largarse para no molestar, tanto gesticuló mientras hablaba que el vaso cayó al piso y se rompió. Traté de acercarme, pero volvió a gritar histérica y se fue dando un portazo. Que extraña es, a veces no la entiendo. Son las doce de la noche y Lucía no ha regresado. Estoy preocupada.