Cuaderno de Bitácora

Agosto y 1990

¡Sorpresa! Esto merece un apartado en el cuaderno, supongamos que lo escribo con letras rojas y en mayúsculas, con luces que se encienden y se apagan, como en el chino de atrás de casa. Música de publicidad y: ¡arreglaron el ascensor! Hoy Elis fue a buscarme a la salida del trabajo y como era día de cobro lo invité a una cerveza. Es como una madre, siempre preocupado por saber si me va bien, si el apartamento no es muy feo y oscuro. Sinceramente, ya le he tomado cariño a este espacio, además, con todas las cosas que me regalaron él y Rey, he logrado armarlo un poco. Cuando regresé al edificio fui como siempre hasta la escalera, y en eso veo a una señora parada muy oronda ante la puerta del ascensor apretando el timbre. Pensé que era una visitante ignorante de nuestras dificultades, hasta que me miró anunciando: ¡funciona! No me lo podía creer. Cierto es que para llegar al tercer piso demoré un siglo, pero al menos descansé las piernas, porque entre el ajetreo en el trabajo y las escaleras, tengo las pantorrillas más duras que con todo el pedal que tuve que dar en La Habana. Oye, ¡qué rico es tener un elevador que funciona! Estamos mejorando, Circe.

Toqué en casa de Santiago, pero no había llegado, así es que le dejé una nota felicitándolo por su ascenso en la escala social y hasta volví a bajar para llamar a Lucía y comunicarle mis buenas nuevas. El sábado saldremos juntas. Una hora después ya estaba Santiago tocando en mi puerta, dijo que esto merecía una fiesta, y teníamos que apurarnos, porque no sabíamos cuánto duraría el milagro. Me invitó a cenar con él.

¡Cuánto me haces reír, Santiago! ¡Qué clase de personaje!

Luego de comer —una receta, según él aprendida en Corea— nos quedamos conversando. Dice que me está grabando un casete con músicas variadas. No le gustan los discos completos, por eso tiene la costumbre de poner una pieza y luego cambiar a otro autor y así, incluso cambiando de ritmos y estilos. En las noches de Santiago uno puede pasar de Schubert a Pixinguinha, de Susana Rinaldi a Ivés Montand, o de la cumbia al piano de Rubinstein. Por fortuna tengo la Walkman que me regaló Elis (para escuchar a Elis) y entonces podré dormir acompañada de diversas melodías que harán mis sueños mutantes e indescifrables.

Hoy Santiago me contó de su estancia en Nueva York donde pasó cerca de ocho años trabajando para un organismo internacional como traductor de diferentes lenguas. Esta es tan sólo una de las ciudades en las que ha vivido, porque también están Seúl y Bogotá, París, Leningrado y San Juan de Puerto Rico, siempre con mujeres de diferentes culturas y usanzas. Le hablé de mi teoría de las ciudades y se mostró interesado, aunque dice que no sabe si existe en el mundo una ciudad que realmente sea la suya. Ha vivido donde le gusta estar (y donde ha podido hacerlo, claramente), no le gustan los gobiernos y adora Nueva York, porque según él es la capital del mundo.

Pienso que las ciudades, tu percepción de la ciudad, quiero decir, tiene mucho que ver con tu estado anímico. Uno llega a un sitio y el color que percibas tendrá siempre que ver con el color que emiten tus ojos, y esto está lógicamente relacionado con lo que llevas dentro. Para Santiago, que desde hace casi nueve años está aquí, São Paulo es un pueblo de campo, dice que entre una cosa y otra se fue quedando y un día descubrió que habían pasado años. De cualquier forma, no se molesta, porque vive en un magnífico apartamento (según él), y tiene montones de discos, un trabajo como traductor (que puede hacer en casa) y tanto tiempo disponible para dedicarlo a sus estudios.

De la vida en Nueva York contó un pasaje divertido. Allá se enamoró de una puertorriqueña con la que vivió casi dos años, hasta que una mañana de domingo de 1959 ella se levantó y le dijo «estoy cansada de tanto Hayden y Beethoven, me voy a Cuba a cortar caña». Él respondió «adiós y que disfrutes con la caña cubana». Unos años después volvieron a encontrarse en Puerto Rico, ella había quedado satisfecha con lo de la caña, sí, pero un poco desilusionada con los macheteros de la isla vecina, así es que volvieron a inventarse una historia que duró varios meses y terminó como casi todas las historias. El mundo de Santiago continuó girando y en el 71 volvieron a toparse, esta vez en Bogotá y, del tercer encuentro, nació una niña. No imagino a mi vecino como padre, y creo que él tampoco se imaginaba, porque en realidad, luego de romper definitivamente con la madre, estuvo sin ver a la hija por mucho tiempo. Ahora la niña tiene casi veinte años, vive en Bogotá, adora a su padre y todos los años viene a verlo a São Paulo. Una de las fotos que está en la puerta del clóset es ella, no desnuda, sino con un velo que cubre la carne mestiza y una mirada que recuerda a mi vecino.

Cuando pregunté si le faltaba Bogotá, Santiago se echó a reír. Dice que es una de las ciudades más horribles que conoce, y allá no quiere vivir ni aunque le prometan la resurrección de Ludwig Van en su barrio. Lo miré sonriendo y creo que supo entenderme. Seguramente a Santiago no suelen preguntarle por qué abandonó su tierra, aunque esa respuesta no es un problema para él. Se fue de Colombia porque quiso y no regresará, así de simple. Sin embargo, cuando se trata de Cuba la gente no lo ve tan simple. Lucía le dijo a Sonia que yo estudio en la universidad. No quiere que sepa que «me quedé en su país», que no quiero vivir en La Habana, porque sencillamente no es mi ciudad, aunque allí se hayan formado mis raíces. El mundo es grande y lleno de personas. ¿Cuáles son tus raíces, Circe? Una pregunta divertida. Quizás cuando esté bajo tierra y las encuentre, podré contestarte, Circe. ¡Ja! Dice Santiago que le gustaría ir a Cuba, porque del montón de cubanos que ha conocido, todos son gente divertida y con ganas de comunicar. «Pero ustedes son simpáticos e intolerantes», concluyó y me hizo un guiño para poner a Bola de Nieve. Yo prometí prestarle la colección del Benny. Boa noite, Circe.

Domingo

Hoy pasé el día con Lucía en el Ibirapuera. El parque es lindo, me gustó, es una especie de pulmón en medio de esta ciudad llena de jardines de cemento. Nos tiramos a descansar en una parte que se llama la Rúa de la saudade, «saudade de cama» digo yo, porque cuando nos dimos cuenta estábamos rodeadas de parejas de lo más románticas y calentitas. ¡Qué risa!

Lucía está un poco tristona. El próximo mes termina el curso y con esto su estancia en São Paulo. Del entusiasmo que tenía hace unas semanas, sólo le queda una leve sonrisa. Dice que no sabe qué hacer. Sugerí una vez más que se quedara, bromeando con que «de los cobardes nunca se ha escrito nada», pero ella me miró muy seria y comenzó a sudar. Bajó media coca-cola de un tirón y entonces anunció que uno de sus profesores acaba de proponerle trabajo. Él colabora con varias agencias y en los próximos meses necesitarán un fotógrafo, hay buen pago y trabajo asegurado y como al parecer mi amiga es buena… En principio no supe qué decirle, esperé a que se secara el sudor de la cara y terminara de beber. Lucía parece que tiene problemas de presión o algo así, porque estamos en invierno, pero le sudan las manos y el bigote. Cuando levantó la vista estaba muy seria: «¿Tú qué harías en mi caso?». Esa pregunta siempre es muy complicada. Para responderla una no tendría solamente que estar en su caso, sino que tendría que ser ella, y como yo soy yo, entonces ¿qué quieres que te diga, Lucy? Yo, sin estar en tu caso, elegí venir para acá, inventarme la vida, buscar mi ciudad. Si estuviera en tu caso, seguramente decidiría quedarme, sobre todo teniendo garantías de trabajo, pero ésa soy yo. Dijo que estaba nerviosa y lo repitió tres veces, «estoy muy nerviosa, estoy muy nerviosa, estoy muy nerviosa», como si no bastara con verle la cara. Luego empezó a fantasear: con este trabajo puede tener muchos contactos y encontrar nuevos trabajos y así en poco tiempo seguramente podrá alquilar un apartamento como yo y entonces comenzar a reunir dinero todo poco a poco el único problema es que si se queda entonces adiós Cubita de mi vida no la dejarán entrar pero si va a la embajada como quien no quiere la cosa quizás pueda informarse y quién quita que cuando esté estabilizada aquí ya pueda ir a La Habana sí porque ella no tiene problemas políticos ¿no? ¡Uf! Lo dijo todo sin apenas respirar, yo comencé a bandear la lata de coca-cola, «me quedo, no me quedo». No fue a propósito, pero la lata cayó en el «me quedo». Lucía se levantó diciendo que necesitaba beber algo.

Todavía es agosto y hay frío

Hoy a la hora de almuerzo vino a la tienda una mujer que conoció Elis, él mismo la mandó. Venía con un catálogo de productos de belleza y habló hasta por los codos. En realidad lo que quería era vendernos los productos, pero no compré nada, por supuesto, costaban carísimo. Las otras muchachas encargaron cremas y hasta se apuntaron en una limpieza gratis de cutis que propuso ella. Lo interesante es que nos pusimos a conversar y me invitó a una de las reuniones que hace la compañía para la que trabaja. Dijo que se trataba de vender por cuenta nuestra y se gana un porcentaje de cada producto. No me parece mal, sobre todo porque puedo hacerlo fuera del horario de trabajo. Nunca he vendido nada, pero ¿qué pierdo con probar? Quedamos en mantenernos en contacto.

Septiembre 1990

Ayer pasé el día con Lucía. Agarramos el metro y no paramos hasta Barra Funda, que es donde está el Memorial Latinoamericano (inaugurado hace poco). El lugar es muy bonito. Lucía tiró fotos de todos colores, dice que le gusta respirar el aire de Latinoamérica (a veces dice cada cosa…). Luego me invitó a comer y nos fuimos a una churrasquería a llenarnos la panza de carne, paga su curso y eso me parece bien. Nos cogió la noche. Le dije que si no tenía miedo de los escorpiones podía quedarse a dormir en casa. Ella no entendió muy bien lo de los bichos, pero juré que era un chiste, llamó a Sonia, y vinimos para acá. Antes de llegar compró una botella de pinga, quiero decir, de aguardiente (eso de llamar pinga al aguardiente es muy fuerte para un cubano). Toqué en casa de Santiago para presentárselo, pero abrió de lo más arreglado y perfumado, porque iba a cenar con una amiga. Me prestó la batidora y qué pases buenas noches, Santi. Otro día podrá Lucía conocerlo mejor.

Lucy es increíble, tiene una extraordinaria capacidad para engullir alcohol. Yo preparé para mí unas batidas de pinga con coco, pero ella dice que le gusta al natural, que no hay nada mejor que una buena pinga para combatir el frío. ¡Ja! Estoy en parte de acuerdo (en el doble sentido, quiero decir). Pues tan natural se la bebió que pasada la media noche ya estaba más que contenta, bueno, a decir verdad, estábamos contentas las dos, porque yo estaba medio mareada, sólo que en un momento ella empezó a hablar de lo de quedarse o no y rompió a llorar. Trataba de explicarme, de decirme: que yo no tengo nada en contra de mi país coño pero qué voy a hacer si aquí consigo un buen trabajo a ver por qué no puedo cambiar mi vida, ¿me entiendes?, el problema es que luego qué va a pensar mi familia y los vecinos ahora que la cosa en Cuba está mala yo me quedo claro es la nueva moda pero mi problema no es ése es que yo quiero ser fotógrafa y además para qué mentir este país me gusta chica, ¿a ti no te gusta?, porque a mí este país me encanta coño si hasta me siento brasileña y te bailo una samba aquí ahora mismo porque me gusta coño me gusta. Lucía lloraba y lloraba, volvía a beber y seguía con esa cara de drama mexicano. Intenté calmarla, ¿qué puede importarle lo que piensen sus vecinos? Y ella que sí, que piensan y luego hablan y seguramente iban a mirar con mala cara a su mamá. Cuando logró calmarse un poco, la miré muy seria y la tomé de las manos: «¿Tú qué quieres hacer?». «Quiero quedarme.» «Entonces quédate y ahora baila la samba que prometiste.» Nos echamos a reír y puse música brasileña en la Walkman, se oye muy bajito, pero al menos era algo. Ni sé qué hora era cuando nos quedamos dormidas, pero la botella ya se había terminado.

Día rojo oscuro

Hoy llegó la Pelirroja y me sorprendió como siempre. Llegó en el tren de la mañana. Estaba planchando y ¡zas! La Pelirroja. ¡Qué rabia! Su visita me pone de un humor terrible. Dejé mis cosas con Raúl y salí diez minutos a la farmacia, diez minutos nada más. Cuando regresé, Raúl dijo que el jefe había pasado y preguntó por mí. Como una hora antes del almuerzo ya tenía un dolor que me moría, pero ahí estaba el bulto de ropa esperando a ser estirado, ¡odiosa ropa de mierda! No podía más, así es que me senté a apretarme el vientre. Raúl, pobrecito, quería ayudarme, ¿pero qué iba a hacer? Comencé a insultar a mi ovario derecho (era el derecho, lo sé perfectamente) y en eso volvió a entrar el jefe. Cuando me vio sentada por poco le da un infarto, empezó a pelear, que si la ropa, que los envíos de hoy, que me pusiera a trabajar. Levanté la vista y vi su boca moviéndose, las cejas arqueadas, las manos nerviosas, entonces empecé a pensar qué ocurriría si aumentara la intensidad de mi mirada de forma tal que el dolor de mi ovario derecho fuera bajando y bajando hasta salir de mi cuerpo y así, concentrando todas mis energías, lograra introducirlo por la boca del jefe, él no tiene ovarios, entonces el dolor tendría que comenzar un recorrido lento por todos los órganos, deteniéndose en cada uno hasta encontrar aquel que le fuera más cómodo, donde pudiera doler más, quiero decir. Luego de esto, como de seguro él no podría soportarlo, comenzaría a inclinarse, a arrugarse como una de las ropas del montón, y yo, soberbia trabajadora que soy, no tendría otra alternativa que plancharlo, estirarle obstinadamente todas las puntitas, las esquinitas, el cuello sobre todo (es muy importante) y luego lo doblaría, poniendo atención a las marcas del tejido, lo metería en un nailon, chac, chac, presillas y el jefe quedaría como nuevo. Seguramente así lograría callarlo. Pero él seguía, así es que entre dientes murmuré «me duelen los ovarios, cojones». Él no entiende el español, pero algo le dijo mi mirada. Raúl intercedió explicando mi malestar y él, dedicándome una mirada de desprecio, dijo que no salía a almorzar hasta que no estuviera todo terminado. Tuve ganas de tirarle la plancha por la cabeza, pero no estaba conectada, además mi compañero me lo impediría. Bueno, por esta vez el jefe se salvó. Luego Raúl se quedó todo el tiempo ayudándome, aunque los dos sabemos que a partir de este momento el jefe va a comenzar a interesarse por mí. ¡Coño! Y todavía no se me pasa el dolor.

Por suerte el ascensor del edificio aún funciona. Hoy es un día rojo oscuro, muy oscuro. Santiago me invitó a comer, pero le dije que me estaba muriendo, me trajo comida y ahí está, encima de la mesa, no pienso tocarla. No tengo ganas de tocarla.

Me compré una botella de Brahma y no me bajaré de la ventana hasta que no la termine. Me tomé una aspirina y aquí estoy mirando la ciudad desde la ventana con una cerveza en las manos. ¡Ey, São Paulo! ¿Cómo te sientes esta noche? Yo, como una mierda, ¿y tú?

Semana anaranjada

El otro día estaba furiosa. Agarré la Walkman y me puse a hacerle una entrevista a la ciudad. Parece que la cerveza con el estómago vacío me hizo efecto y alcé el tono. Fue cómico. Cuando más furiosa estaba porque São Paulo se negaba a responderme, sentí su voz. Me di tremendo susto, ¡qué boba! Era Santiago con la cabeza asomada a su ventana. Me acompañó con una cerveza, brindamos en el aire y estuvimos gran parte de la noche hablando, cada uno desde su posición. Aquí transcribo algunas partes que quedaron registradas en la cinta:

«… es que hay algo que no me funciona, algo que está en el aire ¿cómo explicarte? Me va bien, tengo un trabajo, una casa y un buen amigo que eres tú, pero ésta no es mi ciudad, es apenas un comienzo…», «hay que tener paciencia, niña mía, yo todas las ciudades donde he vivido las siento como mías, nunca me he sentido extranjero, para mí las ciudades son como las mujeres, cada una es un mundo que hay que descubrir, son todas terriblemente delicadas y dulcemente horrendas, ¡ah!, lástima que me haya crecido tanto la barriga…», «¿y eso son las mujeres para ti?, eres tremendo, Santiago, pero no, te estoy hablando de otra cosa, te digo un secreto: yo nunca antes había estado aquí, la ciudad que yo busco… y de esto estoy completamente convencida, no tiene nada que ver la cerveza de esta noche, ¿ok?, es una ciudad donde ya he vivido, y sé que en cuanto llegue la reconoceré, es mi lugar, es como andar perdida y reencontrar el origen ¿me entiendes?», «no te inclines tanto que me asustas… te entiendo perfectamente, me recuerdas a alguien que conocí en Seúl, hace muchos años, una mujer grandiosa, ¿quién sabe si logró encontrar lo que buscaba?… ¿brindamos?».

Esta semana con los disturbios de la Pelirroja no he podido escribir. La mujer de los productos volvió a la tienda y quedamos en que ayer sábado me llevaría a la reunión de la compañía. Fui. Al principio me resultó un poco, ¿cómo decir?, poco creíble, pero bueno ya estaba allí. Nos reunieron en una sala, y entonces comenzaron a aparecer señores y señoras, muy bien vestidos, y todos demasiado sonrientes, cada uno contaba su experiencia y terminaban con la frase: «¡Gente, vamos a ganhar dinheiro!». Ellos son directores de qué sé yo, pero dicen que comenzaron vendiendo por la calle, de puerta en puerta, agarrando a la gente en los mercados y hablando hasta por los codos como la tipa que me llevó a mí (se llama María). Explicaron todo su sistema piramidal de ventas con niveles y porcentajes que yo no entendí muy bien, pero la cosa es que empiezo. Me dieron un catálogo y con esto y mis buenas intenciones tengo que lograr que la gente me compre para ganar el treinta por ciento de cada cosa (por fortuna son caros los productos).

Fui a almorzar con María, que está loquísima. No paró de hablar ni un minuto, me leyó la mano y dijo cosas tremendas. Esta mujer despide energías raras, en un momento se me quedó mirando fijamente, no me soltaba la mano y eso no me gustó. Dijo que necesitaba tirarme las cartas. Sonreí agregando que aceptaba sólo si me dejaba tirarle los caracoles (en realidad quisiera tirárselos por la cabeza, porque de otra forma no sé hacerlo). Aceptó, pero lo haremos otro día, claro.

Cuando llegué a casa encontré a Lucía esperándome sentada junto a la puerta del apartamento con una cara que daba miedo. Entramos y fue a sentarse sobre el diván apoyando las manos en los codos. Preguntó si tenía algo de beber, pero sólo tengo agua de la pila, así es que volvió a acomodarse. «Estoy destruida», fue lo que dijo. Supuse que era mejor conseguirle algo de beber, la dejé un momento y fui adonde Santiago. Él me regaló una cerveza y dijo que podíamos inventarnos una cena alegre si mi amiga estaba mal (¡eres un amor!). Después que Lucy bebió un trago y encendió un cigarro comenzó a hablar. Dentro de diez días tiene el pasaje de regreso a La Habana. Ayer, por fin, determinó hablar el asunto con Sonia, pero parece que a su amiga no la entusiasmó la noticia del futuro trabajo. Dijo que ella no la había invitado para que se quedara, sino para contribuir en su formación. Lucía volvió a beber y agregó que Sonia se puso muy molesta, empezó a hablar de la mala situación en Brasil, de que ella era afortunada por ser de un país como Cuba, que debería sentirse orgullosa, que no se dejara llevar por la publicidad y las vidrieras, terminó su discurso diciendo que Lucía la había decepcionado, nunca pensó que por su cabeza fuera a pasar una cosa similar, al final era igual que todos los cubanos. Aquí a Lucía se le aguaron los ojos y se echó a reír. Volvió a beber y entonces rompió a llorar. Dijo que no le quedará más remedio que volver y sabe que los últimos días donde Sonia no serán agradables, porque ella la cree una «vendepatria». Nunca he entendido muy bien esa palabra, ahora me convertiré en una «vendeproductosdebelleza», pero patrias nunca he vendido, quizás Sonia, sí, habrá que preguntarle. El caso es que Lucía está preocupada porque Sonia es realmente su único apoyo, y si le da la espalda, malinterpretando además sus intenciones, entonces está jodida. Cuando terminó de sonarse todos los mocos que produjo con su llanto, me agaché a sus pies. «Puedes venir a vivir aquí, si quieres, el espacio no es mucho, pero da para dos.» La cara de Lucía cambió repentinamente.

Creo que es una buena idea, así podremos compartir el alquiler y quizás sea más divertido. Estuve tentada a hablarle de los escorpiones, pero no creo que sea el momento y ¿quién sabe si ella los sentirá? (Si los siente es una señal divina.) Recuerdo que cuando me la encontré en el avión supe que su encuentro era el principio de algo. Ella no me considera mucho cuando digo cosas así, pero ¿ya ves que no era casual? No, la identificación con las personas no es obra de la casualidad, uno busca un reflejo, los lados oscuros de nuestro propio ser. Lucía me parece simpática, soñadora y frágil, trasmite energías limpias. Ahora que comenzaremos a vivir juntas tendremos tiempo de conocernos mejor. Anoche se terminó la cerveza ya riendo, pero no quiso ir donde Santiago porque estaba cansada. Acordamos no decirle nada a Sonia hasta el último momento. Bienvenida Lucía al reino de este mundo. Boa noite, Circe.

Domingo, 16 septiembre

Lucía duerme. Esto ha sido tremendo. En teoría a esta hora debería estar acomodada en su asiento de avión de regreso a Cuba. Sin embargo, como la teoría a veces dista mucho de la práctica, aquí está, durmiendo como una marmota (a propósito, ¿cómo dormirán las marmotas?). Tiene un estado de ánimo que ni ella misma logra definir. Resulta que Sonia no sabía nada de su decisión (habíamos acordado no decírselo) y el viernes organizó una fiesta de despedida en casa con los compañeros de la solidaridad. Yo había sugerido dejar las cosas como estaban, que fuera a su fiesta, y que el domingo (o sea hoy) fuera al aeropuerto, normal, como si no pasara nada, así Sonia no se sentiría «traicionada». Luego, en cuanto Sonia diera la espalda, Lucía volvía a sentarse con su maleta y esperaba por mí en el aeropuerto. ¡Ah! Pero para ella eso estaba mal, no era justo con Sonia, no debía mentirle, Sonia era muy buena y entendería sus razones. Entonces se empeñó en que el viernes, antes de la fiesta, le hablaría y el sábado se mudaría para acá. El viernes me fui a casa de Santiago, comimos y nos quedamos conversando. Casi a las nueve de la noche oímos un ruido y salimos. Lucía estaba dando patadas en mi puerta, todo sudada, llorando y con un tufito sospechoso. Dijo que se iba, que regresaba a Cuba, que no podía más, que esa mujer la había ofendido, que pinga, cojones, me cago en Dios y en Marx y en Lenin y hasta en la samba brasileña. Santiago me miró y enseguida comprendimos que las cosas no habían salido como ella pensaba, para colmo, cuando llegó al edificio se encontró conque el ascensor volvió a romperse y tuvo que subir a pie. Regresamos a casa de Santiago y después de encender un cigarro y sonarse los mocos, Lucía dijo que no se iba para ninguna parte, que se jodiera Sonia, que esa mujer no era ninguna amiga, que era una descarada. Resulta que a Sonia la asociación le pagaba todos los viajes a Cuba, pero quedándose Lucía se le terminará la fiesta. Esto, claro, sólo se lo dijo el viernes, cuando Lucy intentó explicarle sus motivos. Terminaron la conversación a gritos, cuando ya llegaban los primeros invitados a la fiesta y Sonia la botó de su casa.

Estuvimos un rato con Santiago, hasta que ella se relajó, dijo que necesitaba darse una ducha y vinimos a casa. Ayer fuimos a buscar la maleta. Lucía me esperó abajo, yo subí, saludé a Sonia que apenas me dirigió la palabra, recogí los tarecos y me fui. Pero las tragedias no terminaron, en la tarde fuimos a llamar a La Habana para dar la noticia. Ya ella había hablado con los padres de la posibilidad de quedarse trabajando, y ayer cuando lo confirmó, llantos y más llantos (de aquí y de allá).

Hoy ha pasado el día como la divina marmota. Esta semana empieza a trabajar, así es que espero que se le pase la tristeza, porque yo con los escorpiones ya tengo bastante.