CAPÍTULO XV

El CLARIVIDENTE

CUANDO El Gorrión vio a Doc Savage tendido sobre el suelo de piedra bajo la luz con tintes diamantinos, que provenía de los techos transparentes, se sintió complacido. Estaba tan satisfecho, que soltó un berrido que le arrancó de cuajo la parte correspondiente a la boca, de la máscara antigás. La recuperó a toda prisa y se la ajustó nuevamente. Temeroso de que no se hubiera desvanecido aún todo el gas, no se atrevió a volver a reír. En realidad, estaba tan asustado, que incluso se le quedó la faz un poco verde. Y es que aún quedaba alguna posibilidad de que hubiera inhalado algo del vapor venenoso.

Pasó más de un minuto completo, antes que El Gorrión, se atreviera ha hablar de nuevo. Fue entonces, cuando se convenció que estaba incólume.

Agitó el brazo ostensiblemente, diciendo —Esparcirse por ahí— ordenó. Aquí tenemos a Savage. A ver si es posible que encontréis a los otros.

Sus hombres se desparramaron por las estancias adyacentes. Bear Cub y otro par regresaron enseguida intentando intercambiar información, moviendo sus brazos atropelladamente y volvieron a salir corriendo de nuevo, hacia las enormes habitaciones.

—Los hemos pescado con el gas, a todos ellos —informó Bear Cub— El Monk y el otro, Ham, están algo más allá. Igual que Long Tom y Wire.

—Esto es algo estupendo —comentó El Gorrión— Entrad por ahí y empezad a buscar entre todos. Es necesario que encontremos la información confidencial que necesitamos sobre las piedras que hablan.

Vio cómo los dos pillos se volvían a meter por la habitación en la que habían encontrado a Monk, Ham y al resto.

Entonces, El Gorrión se dio la vuelta y se arrodilló agarrando a Doc Savage —y en ese preciso momento, fue él quien sintió que era el hombre de bronce, el que le agarraba. La sorpresa pareció entonces que era un terrible monstruo gozoso, que había penetrado en el interior del cuarto. Y en los otros cuartos, a juzgar por los aullidos y los berridos, debía estar ocurriendo lo mismo.

Doc Savage se levantó en cuanto tuvo bien agarrado a El Gorrión. Caminó con él hacia el frente, levantándolo físicamente, y manteniéndolo en vilo. El Gorrión, posiblemente no estaba totalmente indefenso por el agarrón del hombre de bronce, aunque no fuera muy suave precisamente, pero fue más que nada el terrible asombro lo que le tenía paralizado momentáneamente.

Había un par de pillos más en el cuarto y Doc intentó darles un golpe usando el cuerpo de El Gorrión como arma de ataque, consiguiendo tumbar a uno de ellos, que cayó al suelo. El otro intentó ir hacia atrás intentando separarse de la melée a la vez que intentaba empuñar su arma.

Doc soltó a El Gorrión y luego le golpeó con la mano abierta, sobre la máscara de gas. El Gorrión se cayó sentado tontamente, con las piernas cruzadas, graznando y tosiendo, en una mezcolanza de dientes y fragmentos de la pieza de la boca de la máscara antigás.

Monk estaba berreando estrepitosamente por algún lado allí cerca, le encantaba el máximo de ruido cuando se peleaba. No había un patrón para sus aullidos. Sencillamente, voceaba, lanzaba gritos estentóreos y berreaba por la simple satisfacción que le producía armar el escándalo.

Bear Cub salió violentamente de una de las habitaciones, corriendo a tal velocidad que sus pies se deslizaban por el suelo como si llevara patines. Se deslizó por una de las puertas.

Long Tom Roberts le persiguió ansiosamente. Iba con las manos vacías, aunque Bear Cub pareció no darse cuenta de ello. O quizá lo que temía es lo que veía en la expresión vengativa de Long Tom.

Wilfair Wickard estaba dando gritos en algún lugar próximo, sin ningún motivo aparente. No parecía que hubiera nadie haciéndole ningún daño, pero sus gritos no pararon de oírse. Daba la impresión de estar absolutamente aterrorizado.

Doc Savage estaba luchando con los dos hombres que estaban con El Gorrión. El hombre de bronce estaba sufriendo lo que para él era un gran problema. Habitualmente, luchas de tres contra uno, teniendo a su favor el factor sorpresa, no eran nada que le inquietara. Pero debemos recordar que había estado mucho tiempo sin dormir lo suficiente y por si fuera poco, la altitud le estaba trastornando. El Gorrión y su gente habían estado suministrándose tomas de oxígeno, que les habían ido conservando las fuerzas y también sus máscaras antigás iban equipadas con suministro autónomo de oxígeno.

El Gorrión rodó sobre sí mismo en el suelo, intentando con sus manos sobre la cara, sacarse la máscara que tenía medio aplastada.

Doc alcanzó al hombre que intentaba empuñar un arma y le agarró por el brazo. Hizo servir un truco que no requería mucha fuerza, pues acto seguido le puso su pierna tras la rodilla, dio medio giro y lo hizo saltar por el aire, derribándolo de espaldas y luego le dio un golpe seco en la sien. El granuja se quedó tieso en el suelo, como un perro dormido.

El hombre que aún estaba en condición de hacer daño, se incorporó a medias sobre sus pies, entonces giró la cabeza por encima de su hombro, para ver dónde estaba Doc y empezó a correr desesperadamente. ¡Se fue corriendo, precisamente casi echándose sobre Tara, sin haberse dado cuenta de lo que hacía! Pero no llegó a arrojarse sobre ella, porque ésta lo tumbó de un golpe seco en el cráneo, con una de las bolas del artefacto estilo boleadora, que sabía usar a la perfección.

Tara no le golpeó con la suficiente fuerza, pues el pillastre se arrastró, se pudo levantar e intentó iniciar la escapatoria. Tara, le lanzó su arma arrojadiza y dio con él en el suelo.

Monk entró corriendo en el cuarto que era una especie de salón central... iba abriendo y cerrando las puertas mirando dentro. Parecía muy enfadado.

—¡Se acabó la guerra, maldita sea! —se quejó.

Se acercó hasta El Gorrión que estaba aún quejándose, con los trozos de dientes y boquilla de la máscara rota.

—¿Te encuentras bien, huh? —le preguntó con falso cariño, Monk.

El Gorrión se limitó a emitir una especie de gargarismo.

—¿Estupendamente, eh? —dijo Monk.— ¿Estás dispuesto entonces a pelear un poco más?

El Gorrión, no abrió el pico.

—¿Sabes lo que ha ocurrido? —le siguió preguntando Monk.

El Gorrión, obviamente no lo sabía.

Monk se lo explicó —Doc pensó que podrías hacer el truco del gas perfumado con aroma de las rosas, por lo que hizo que Tara y los otros Arribanos, cerraran los conductos del sistema de ventilación, en este sector. Luego, todos fingimos haber sido gaseados.

Toda esta conversación, no parecía interesarle gran cosa a El Gorrión.

—¿Conseguimos que te tragaras el anzuelo, verdad? —insistió Monk.

De repente, El Gorrión se puso derecho e intentó escapar corriendo. Su propósito era alcanzar un revólver en el suelo, que alguien debía haber perdido en el tumulto de la pelea. Monk le atizó con ganas, se tomó su tiempo, incluso llegó a soplarse los nudillos antes. El puñetazo fue lo suficientemente fuerte como para mandar a El Gorrión por los aires, en una increíble voltereta.

¿Vaya, parece que tenemos a un acróbata entre nosotros, no? —resaltó cariñosamente Monk.

Monk no obtuvo plena complacencia con la batalla final, pero encontró gran satisfacción con otros acontecimientos que sucedieron al finalizar la aventura.

Lo primero, es que encontró a Habeas Corpus. Habeas era el cerdito mascota de Monk. Y, además, lo encontró gordo y satisfecho. Los Arribanos se cuidaron más del puerco de Monk, de lo que lo hicieron con él mismo. Los Arribanos no dejaron de pedirle excusas por ello, pero Monk estaba muy contento. No había dejado de estar muy preocupado por su cerdito enano y lo que le pudiera haber ocurrido. Química estaba con el cerdito, lo que no agradó demasiado a Monk y habría que haberle oído quejarse por ello, pero resultó de lo más grato para Ham. En realidad, ambos habían estado muy preocupados por lo que le podía estarles ocurriendo a sus cachorros.

Lo segundo fue el tratamiento que Doc decidió aplicar a El Gorrión y su pandilla y también para asegurar que la existencia de Arriba se continuara manteniendo en secreto.

Doc lo consiguió mediante la anestesia, aplicada a El Gorrión y a sus compinches, para poderlos trasladar vía aérea hasta la parte norte del estado de Nueva York, que era un viaje muy largo, pero que valdría la pena que se hiciera. En la parte alta del Estado de Nueva York, Doc mantenía una institución única para la cura de los criminales y que llevaba trabajando desde hacía varios años, si bien jamás había sido dada a conocer al público, pues sus métodos, podían rozar la línea de la ortodoxia.

Los pacientes ingresados en dicha institución, eran invariablemente, criminales. Les eran aplicadas operaciones cerebrales que les eliminaban los recuerdos de su pasado. Tras lo cual, eran sometidos a diversas enseñanzas y se les enseñaban oficios y posteriormente se les dejaba en libertad. Este tratamiento tenía un porcentaje de éxito, próximo al cien por cien.

Terrence Wire anunció su intención de quedarse en Arriba. Quería convertirse en un Arribano más, lo que contaba con el beneplácito de Tara pero con el consiguiente disgusto por parte de Monk y Ham, lo que ocurría habitualmente cuando otro individuo conseguía para sí alguna muchacha bonita.

Lo que más les sorprendió, fue la decisión de Doc de permanecer algún tiempo más en Arriba, para estudiar. Los Arribanos habían desarrollado muchas cosas en las que Doc estaba muy interesado. La más interesante de todas ellas, según explicó el propio hombre de bronce, era su actitud mental, la filosofía de la vida, que les había llevado a moldear durante tantos años de vida aislada su forma de ser.

Monk, Ham y Long Tom se encargaron pues de conducir a los prisioneros al norte del estado de Nueva York para dejarlos en la institución de cura de criminales.

También se encargaron de llevar con ellos “la piedra que hablaba” y hacerla llegar al Departamento de la Guerra, para ser estudiada y por si pudiera ser de utilidad.

—El artilugio —comentó Doc, avisándoles— no es el invento del siglo que El Gorrión se creyó que era.

—¿Huh? —se sorprendió Monk.

—Sí, por ejemplo, a duras penas funciona, y, aún así, irregularmente, al nivel del mar —dijo Doc.

Monk ya sabía que el hombre de bronce había estado haciendo algunas pruebas con las piedras habladoras. Murmuró en voz baja —Eso las convierte en una especie de fracaso, ¿no es así?

—Detectores aéreos —explicó Doc—.

—¿Huh?

—Estos ingenios —le explicó Doc— pueden ser instalados en globos cautivos y dejarlos a una altura de siete mil metros, donde podrían servir perfectamente como detectores de aviones.

Monk asintió —En este caso, el ingenio aún resultará ser útil, después de todo..

Más tarde, introdujeron a todos los prisioneros en los aeroplanos.

Long Tom no fue muy amable con Bear Cub, al que había cogido y le había pegado una paliza que le había dejado hecho polvo. Long Tom miró a su alrededor para ver si Doc estaba por allí cerca.

—¿Sabéis? Tengo medio pensado pegarle una patada a este demonio cuando volemos sobre los picachos de las montañas y tirarlo por la borda, cuando estemos bien altos —murmuró.

Monk se frotó la barbilla —Si por casualidad resultara salir ileso, sería una cosa muy, pero que muy mala.

—¿Salir a salvo? —resopló Long Tom— ¿No creerás que caería hacia arriba, verdad?

Monk inspeccionó a Bear Cub, cuidadosamente. —No veo que tenga alas— admitió —Venga, de acuerdo. Le pegaremos una patada y lo echaremos por la escotilla. Bear Cub, parecía desconocer, a la vista de su expresión totalmente rígida, la política de no causar jamás la pérdida de una vida humana, deliberadamente.

La manifestación de Long Tom, con respecto a la imposibilidad de que el hombre no caería hacia arriba, tendría un completo significado en un futuro muy cercano, y es como si Long Tom hubiera sido un clarividente con la más eficaz bola de cristal.

Como un ejemplo de ello, relataremos ahora una conversación que tuvo lugar unas semanas más tarde, entre Monk y Ham. Los hechos ocurrían en la ciudad de Nueva York.

Patricia Savage, la prima de Doc, se reunió con ellos en su cuartel general. Pat se había sentado en el salón recibidor y se estaba poniendo un poquito de cinta adhesiva en uno de sus magníficamente bien torneados tobillos.

—Me alegra muchísimo veros —les dijo— ¿Qué es esa cosa verde, que hay por aquí?

—Niebla —cuchicheó Monk.

—No me hagas reír. La niebla es de color gris.

—De acuerdo, puedes hacer lo mismo que estoy haciendo yo y ver de adivinar qué diablos es eso —le replicó Monk.

Patricia Savage, gozaba de muchas de las características de su primo, Doc. Tenía sus mismos ojos dorados y su destacado pelo de color cobrizo, así como también algo del mismo tono bronceado de su piel.

—¿Qué es lo que le ocurre a Ham? —se le quedó mirando— Me da la impresión de que le pasa alguna cosa.

Monk se rió entre dientes, como si se tratara de una broma horrible. —Está muy nervioso. Acaba de ver a un hombre cayéndose hacia arriba y esto le ha enfermado.

—¿Arriba? —Pat puso una cara de asombro— ¿Quieres decir hacia arriba?

Ham se volvió hacia Monk y pegó un grito terrible. —¡No debías haberle dicho nada, especie de memo estúpido! ¡No ves que nadie nos va a creer!

Pat se quedó lívida. —¿Creéis que alguien en su sano juicio puede haber visto caer a un hombre hacia arriba?12.

—No es un cuento, es un hecho —dijo Monk lúgubremente.

—¿Y hasta dónde se cayó?

—Se perdió de vista y no nos preguntes a qué altura llegó —le suplicó Monk.

Pat se los quedó mirando por un momento —Alguien— dijo —ha perdido completamente la cabeza.

FIN