CAPÍTULO V

LA ANCIANA

EL nativo había abandonado sus llamas. Corría por el sendero como alma que lleva el diablo. ¡Por el amor de las pequeñas bujías! —gritó Long Tom— Estaba ocultándonos alguna cosa.

Doc Savage se cargó a Long Tom y se fue tras el nativo que se había ido a toda velocidad y de forma desesperada a una especie de mansión construida con piedras y adobe, a la que seguramente llamaban casa y era tan suntuosa que bien podría haber estado en Sunset Boulevard, cerca de Hollywood. Bear Cub salió del interior de dicha casa.

—Bien, bien, aquí tenemos a El Gorrión —dijo Bear Cub— con los pelos de punta, alborotado por algo, como de costumbre.

El Gorrión, el nativo, dijo rápidamente —¡Hay dos hombres blancos en el camino del lago!

—¿Y por qué no iba a haberlos? —comentó sin gran preocupación, Bear Cub— según ha dicho alguien, hay novecientos once millones de hombres. Dos de ellos, bien podrían estar en el camino del lago.

—Uno de ellos está herido.

—Es posible que lo haya herido yo mismo —dijo Bear Cub que parecía inclinado a exagerar su humor— He herido a muchos durante mi vida.

El Gorrión respiró profundamente.

—Uno de ellos —comentó— era enorme y bronceado. El otro era muy delgado y pálido, daba la impresión que le hubieran atravesado los labios con agujas o algo parecido.

Bear Cub pegó un brinco que pareció suspenderlo en el aire. Su cara adoptó diversas expresiones, entre las cuales estaba la de un hombre que hubiera sido alcanzado por un proyectil de gran tamaño.

Con gran satisfacción, El Gorrión le dijo —¿Y ahora quién es el que está alborotado y con los pelos de punta?

Bear Cub, golpeó sobre el suelo —¡Estúpido! ¿Es que no te enteras de lo que eso significa?

—Pero lo entiendo bastante, como dicen los de por aquí —dijo El Gorrión— Lo entiendo perfectamente.

Bear Cub lanzó un fuerte gruñido. Balanceó los brazos. Pareció haberse quedado mudo y sin reniegos.

El Gorrión le dijo —Cierra el pico, amigo. Sabía quienes eran desde el primer momento. La gente como tú y como yo conocemos a ese Savage, ¿no es así? Los mandé en dirección a las montañas, buscando una hacienda imaginaria.

—Pero volverán —berreó Bear Cub.

—Sí, volverán. No me cabe ninguna duda.

Bear Cub se agarró un mechón de su propio cabello —¡Lo que me gustaría saber es cómo ese Savage me ha podido seguir hasta aquí!— Extendió sus brazos hacia delante —¿Y ahora qué es lo que vamos a hacer?

—No estoy nada preocupado.

Bear Cub se le quedó mirando, sin decir una palabra y rojo de ira. El Gorrión se dirigió hacia una puerta y llamó. Como respuesta a su llamada, aparecieron cuatro hombres. Tres de ellos, eran claramente extranjeros y el cuarto era Wilfair Wickard.

—Nuestro amigo, el sediento de sangre —empezó El Gorrión, señalando a Bear Cub— ha vuelto con nosotros, trayéndose con él un “zumbido molesto”. Un hombre llamado Doc Savage, está aquí. Imagino que todos habréis oído hablar de él.

Hizo una pausa y les observó. El panorama de las expresiones que vio ante él, no parecieron gustarle mucho —Ahora, no nos pongamos nerviosos— rezongó —Es simple mala suerte, pero es todo. Nos desharemos de él.

—¡No sé cómo vamos a deshacernos de él! —respondió bruscamente Bear Cub.

El Gorrión se volvió hacia él —Deberías servir para algo más que para cortar cuellos, estúpido. Ve a por tu avión. Sube en el aparato y desaparece— Se giró mirando a Wickard —Tú ve con él, medusa temblorosa.

—¿Y adónde iremos? —baló Bear Cub.

—En cualquier dirección, menos en la buena —le respondió irritado El Gorrión— Alejad de aquí a Doc Savage.

Bear Cub se humedeció los labios —Savage volverá hacia aquí. ¿Qué piensas hacer?

—No me verá. Verá a alguno de los otros que le dirá que estuviste aquí en una escala, para preguntar por el mensaje que debería haberte dejado un amigo. Y le diremos cual es ese mensaje —El Gorrión meditó unos instantes— El mensaje será que debías volar inmediatamente hasta Panamá. De paso te diré, que será preferible que vueles en esa dirección.

Bear Cub aceptó sin discutir —De acuerdo—. Sus ojos se estrecharon —Oye, por cierto ¿no te imaginarás ni por un momento, que me vas a soplar mi participación?

Una extraña expresión apareció en la cara de El Gorrión y un enorme pistolón negro, entre sus manos, todo ello simultáneamente. —Justo en este instante, va a ser un milagro que no desaparezcas rápidamente de esa porquería agusanada a la que tu llamas tu vida— le contestó.

Bear Cub se hizo atrás tan deprisa que tropezó y estuvo a punto de caer —De acuerdo, de acuerdo— sollozó —Vamos, Wickard.— Se dirigió hacia el lago.

Entonces, Bear Cub lanzó un berrido de horror —¡Mi aeroplano!—. Señaló exasperado —¡Está yendo a la deriva por el lago!

La mirada fija de la cara de El Gorrión y también la pistola desaparecieron, con la misma velocidad mágica que habían aparecido.

—Jake, ve a por el bote y recupérales el hidroavión —ordenó El Gorrión— Nuestro hermano Bear Cub, el lágrimas —de— sangre, seguramente se olvidó de anclarlo debidamente.

Jake era un hombre de baja estatura con ojos negros y sendas pistolas en cada cadera. Fue hacia el lago, junto con Bear Cub y Wilfair Wickard.

Doc Savage se apartó diligentemente hasta un lugar tras una piedra a unos diez metros de distancia.

Se fue haciendo hacia atrás cuidadosamente, por una zanja que pasaba al lado y volvió hasta donde se encontraba Long Tom, al que había dejado en la colina que había sobre la casa tan suntuosa.

Long Tom le preguntó —¿Ese individuo, El Gorrión, es norteamericano, verdad?

—Todos ellos parecen serlo.

—Pues no es para que estén orgullosos de serlo —suspiró Long Tom— ¿Averiguaste alguna cosa sobre las piedras parlantes?

—No.

Long Tom, prosiguió con inquietud —Monk y Ham estaban por América del Sur, la última vez que tuvimos noticias suyas. La piedra que habló, estaba en uno de los bolsillos de Monk, según afirmó Renny. No puedo quitarme de encima la sensación que tanto Monk como Ham están en medio de un gran lío.

Doc Savage asintió brevemente, pero sin decir una palabra. Un motor fuera borda petardeó ruidosamente, abajo en el lago y una balsa flotante hecha de cañas surgió para recuperar el avión. Bear Cub, Wickard y Jake iban dentro. Jake era el que manejaba el motor fuera borda.

Long Tom observó cómo Doc se sacaba de entre las ropas media docena de pequeñas granadas de gas y tres explosivas, depositándolas en el suelo. No eran mayores que huevos de pájaro, pero cualquiera de ellas podía provocarle un disgusto al más pintado. Long Tom vio lo que Doc pretendía.

—¡Te vas a ir allí abajo!

—No hace falta que te cuente la clase de sujetos que son, no es que sean precisamente unos pastelitos de crema. Es preferible que no tome ningún riesgo.

Long Tom sopesó una de las granadas —Me gustaría poderte ayudar, pero no soy capaz casi ni de sostenerme solo.

Doc Savage bajó en dirección a la casa. En realidad era bastante más que una simple hacienda, pero la habían construido con más restos de lava, que con buen gusto.

Era un lugar bien extraño y difícil de encontrar, apartado de cualquier lugar transitado. No había indicios de que por los alrededores hubiera otras viviendas, ni había más barcas en el lago, ni se veía ninguna señal de humo que pudiera dar indicio que hubiera otras casas por el entorno. Y las montañas que se levantaban a lo lejos, hacia el norte y hacia el este, eran impresionantes. Estas montañas, según calculó Doc, debían estar a casi doscientos kilómetros de donde se encontraba y sus picachos se perdían entre las nubes. Su altura debía ser impresionante.

Doc se dirigió hacia una edificación que imaginó debía ser el establo. Efectivamente había en su interior burros y llamas, separados en dos sectores diferentes y había bastantes ejemplares. Vio que había una especie de altillo, lleno de restos de heno y un apartado en el que había varios atados de maíz hechos a mano.

Sacó fuera del establo a todos los animales y le prendió fuego al edificio.

Doc abandonó el establo con rapidez, mientras las llamaradas aun no eran demasiado grandes y siguió su plan, que consistía en dar la vuelta, para entrar por la parte trasera del edificio principal y quedar a la espera. El fuego fue haciéndose cada vez mayor, tal y como había previsto.

Finalmente, un hombre que se había acercado a la puerta y estaba mirando como Wickard, Bear y Jake, estaban intentando recuperar el avión en el lago, se dio cuenta del fuego.

—¡Hey! —gritó el hombre.— ¡Fuego! ¡Los establos se están incendiando! ¡Los malditos burros se van a freír!

Alguien dijo —Deja que se quemen. No me importaría no tener que volver a montar en burro.

A pesar de lo cual, todo el grupo bajó hasta el establo, para intentar dominar el fuego. Todo el grupo, excepto El Gorrión, que no dio señales de vida.

Doc Savage descubrió una ventana, protegida por completo con unas barras de acero, suficientes para tener encerrado a un elefante. No se entretuvo mucho con las barras. Intentó encontrar alguna puerta lateral. La encontró aunque estaba bien cerrada con un candado, pero no había ninguna otra puerta a la vista, por lo que empezó a manipularlo con un pequeño artilugio que llevaba siempre encima y como era un experto en cerraduras y candados y como, además, aquél no ofrecía demasiadas dificultades, no le tomó más de medio minuto resolver el problema. Se introdujo por una especie de corredor empedrado con gruesas losas, talladas a mano y colocadas allí, más para darle solidez al conjunto que belleza.

El pasillo estaba muy oscuro. Extremadamente sombrío, teniendo en cuenta que en el exterior, lucía un día claro y radiante. Doc se movió cuidadosa y silenciosamente, tanteando con su mano izquierda y sujetando el resto de las bombas de gas lacrimógeno, cuya reserva era mínima.

Cuando una voz se oyó a través de la puerta, se paró y escuchó que alguien comentaba —Nunca me preocuparon mucho Monk Mayfair y Ham Brooks, pero no dejan de ser cachorros del Doc Savage de marras y ese sí que es un perro viejo. Y tiene un color como el del fuego del infierno, por decir algo desagradable.

Hubo una pausa. El Gorrión debía estar mirando el fuego del establo a través de la ventana, pues prosiguió —Me pregunto cómo debió prenderse fuego el establo. Y ahora que pienso, será mejor que les diga a los muchachos que no le cuenten a Doc Savage que Bear Cub, Wickard y yo somos compinches. No se me había ocurrido antes. Debo estar volviéndome estúpido.

De nuevo se hizo el silencio y duró tanto que Doc decidió intentar pasar por aquella puerta. No estaba cerrada y la fue abriendo con lentitud y cuidadosamente. La habitación estaba a oscuras.

¡Ps —s— t, El Gorrión! —susurró Doc Savage en voz baja.

No llegó ninguna respuesta.

Convencido que El Gorrión había salido del cuarto, Doc Savage se introdujo en el mismo, rápidamente, ¡cuando alguien lo agarró por el cuello!

Primero fue por el cuello, luego por los pelos y, además, intentaba meterle los dedos en los ojos, haciendo verdaderos esfuerzos por arrancárselos. Y dándole también patadas en las espinillas de forma que Doc se dio cuenta que no era un hombre el que le estaba atacando, pues no era una forma de luchar masculina. Sabedor de que no se enfrentaba a un hombre, intentó reaccionar con menos fuerza, para evitar causar el menor daño posible a su oponente. Pero no pareció hallar la forma, pues acabaron rodando por el suelo al tropezar con algo y cayeron.

Doc Savage creyó que habían tropezado con un cuerpo humano, posiblemente inconsciente, pues no se movía. La lucha, ahora se dio cuenta, se había desarrollado en absoluto silencio, lo cual no dejó de extrañarle.

Cuando por fin, el hombre de bronce tuvo a su contrincante abatida en el suelo y finalizada la pelea, de alguna manera estaba preparado para descubrir que la fláccida forma que había tumbada en el suelo, correspondía a El Gorrión.

La persona con la que había estado luchando, era una mujer, de acuerdo, pero una mujer que, a juzgar por su aspecto, debía tener por lo menos, doscientos años. Unos gozosos doscientos años, sin embargo. Había alguna cosa absolutamente alegre en su vieja cara, con unas arrugas tan grandes en las que cabrían lápices de escribir. Una sorprendente anciana.

¡Tan sorprendente como su chaleco rojo!