CAPÍTULO I

EL CHALECO ROJO

LA historia que llevó a los periodistas hasta la pequeña isla de Jinx1, en el sur del Pacífico, no tiene ninguna relación con el hombre del chaleco rojo a no ser, por supuesto, la coincidencia de su llegada en el avión, junto con los reporteros. Doc Savage no le dio ninguna importancia al hombrecillo del chaleco rojo. Doc estaba preocupado por la llegada de los reporteros, pues desde siempre, había intentado evitar cualquier tipo de publicidad. Por tanto, en aquel momento, Doc no se fijó en el hombrecillo.

Era un hombrecillo ansioso el tipo del chaleco rojo. Llegó con los demás para encontrarse con Doc Savage pero se quedó en la parte de atrás. Y aunque iba provisto de lápiz y papel, no le dirigió ninguna pregunta.

El hombrecillo, simplemente metió un dedo pulgar en una de las sisas de su chaleco rojo y se quedó escuchando atentamente. Tenía una cara pequeña, como apretujada, estrambótica muy poco expresiva a no ser por su propia rareza. Ni siquiera tenía el mínimo colorido que tiene una cara, parecía que se la hubieran limpiado con un ácido y se la hubieran dejado como la lejía deja una prenda puesta en remojo. Los demás periodistas hicieron una gran cantidad de preguntas. Sus preguntas caían como un torrente.

Podría sospecharse que el hombrecillo del chaleco rojo, no tenía el menor interés en todo aquello. Las preguntas giraban en torno a una aventura en la que Doc Savage había participado recientemente. Un asunto en el que un trasatlántico, su tripulación y sus pasajeros, habían caído bajo el control de unos caballeros con más codicia y brío que habilidad para acabar lo que habían iniciado.

Doc Savage se vio envuelto en este asunto y su dura mano de bronce había hecho que todo acabara del lado de la justicia y en cierta manera, de forma espectacular2.

El hombre del chaleco rojo, sí mostró interés, sin embargo, por la actitud de los periodistas hacia Doc Savage. Doc era una celebridad, un hombre de grandes habilidades, un hombre envuelto en el misterio. Todo lo cual se reflejaba en la actitud de los periodistas hacia él. Eran sumamente corteses con Savage. Eran inusualmente amables en su trato. Un periodista veterano solo es cortés, cuando se dirige al líder de una organización religiosa o al Presidente de los Estados Unidos.

Al “chaleco rojo” pareció satisfacerle comprobar que Doc era algo fuera de lo usual.

Los periodistas salieron y el hombrecillo, salió con todos ellos.

Volvió solo, más tarde.

—¿Renny Renwick? —preguntó. Lo dijo como si aquel nombre le fuera difícil de pronunciar y como si por ello hubiera dedicado mucho tiempo a repetirlo una y otra vez, hasta conseguir decirlo perfectamente.

El coronel John Renny Renwick era uno de los miembros del equipo de cinco especialistas, que tenía Doc Savage.

—Por allí —dijo Doc Savage, indicándole la dirección. Pero el hombre de bronce, Doc Savage era un gigantesco hombre de bronce, se quedó observando al hombrecillo atentamente.

Renny Renwick tenía dos señas de identidad, una cara de funeral y un par de puños que podrían subdividirse en media docena de pares de puños corrientes.

El hombrecillo del chaleco, miró a Renny, entonces cogió algo de su bolsillo. No pudieron fijarse bien en el objeto, excepto que era de color azul pálido y redondeado.

El hombrecillo siguió mirando a Renny y soltó un grito espantoso. Un chillido como si le hubieran arrancado los pulmones.

Se dio la vuelta y huyó.

Renny Renwick se quedó boquiabierto por la sorpresa. Entonces se empezó a reír. —¡Por la vaca sagrada! ¿Qué tipo de broma es esta? —dijo Renny.

Nada más decir estas palabras, el hombrecillo del chaleco rojo, se desplomó, muerto.

No había ninguna señal en su cuerpo. Fue lo primero que observaron y es por ello que creyeron que no había muerto, que había sido una especie de broma. Una chanza muy particular, pero nada más que eso. Es decir, todos, excepto Doc Savage. Su semblante estaba tan carente de expresión de cualquier tipo, que les extrañó.

Johnny Littlejohn —Johnny era William Harper Littlejohn otro de los cinco ayudantes de Doc Savage, un prestigioso geólogo y arqueólogo— se agachó y le tomó el pulso al hombrecillo. Dejó caer su muñeca. Sorprendido, miró hacia arriba —Doc ¿está...? ¿Cómo es posible?

Doc Savage examinó al hombrecillo. Los demás se quedaron observando. Doc era un hombre con muchas aptitudes y conocimientos, así como también encerraba grandes sorpresas y una de sus sorprendentes facultades consistía en su gran habilidad para la cirugía. Probablemente no había un cirujano importante en el mundo que no estuviera familiarizado con más de una de las técnicas operativas desarrolladas por él.

—¡Muerto! —, dijo Doc.

—Pero si se acaba de caer —jadeó William Harper Littlejohn.— ¡Voy a superamalgamatarme! ¡Esto es algo recontraincomprensible!

Johnny tenía la costumbre de usar palabras largas, poco frecuentes y a veces, inventadas.

El de los puños enormes, Renny Renwick, que era por quien había preguntado el hombrecillo del chaleco rojo, se restregó la mandíbula con sorpresa. Dio un par o tres de pasos hacia atrás, inconscientemente, como si quisiera salirse de aquella situación. Entonces, algo pasó, pues se dirigió hacia el hombrecillo muerto y se inclinó sobre él.

Renny recogió el objeto que se había deslizado de los dedos del hombrecillo —el objeto era redondo y de color azul pálido.

—¿Qué es esto? —le preguntó Johnny.

Renny miró atentamente aquella cosa.

—¿Qué es esto? —volvió a preguntar Johnny.

—Una piedra —le contestó Renny pensativamente.— Una piedra simplemente. Redonda, azulada y de poco peso.

Johnny se adelantó unos pasos —Vamos verla —dijo.

—No es más que una simple piedra. Imagino que la cogió en cualquier sitio.

La voz de Johnny, adquirió un tono de excitación. —No, no es eso lo que hizo— dijo. —No en esta isla. Esta piedra, es muy extraña.

Se interrumpió, pues Renny se quedó mirando la piedra como si de repente ésta le hubiera dado un mordisco. Sus ojos se abrieron como platos —¡Hey!— murmuró excitado —Esta piedra la había yo visto antes. ¡Es la misma que tenía Monk Mayfair en su bolsillo! La ha llevado encima durante varios meses, o por lo menos lo había hecho hasta ahora.

Sus últimas palabras, hasta ahora, fue una corrección que se le ocurrió después de darse cuenta que Monk Mayfair, el cuarto miembro de su grupo, no estaba con ellos en la isla Jinx. Estaba en América del Sur. Monk era químico y estaba en algún lugar de la Patagonia, estaba proporcionando valiosa información a una compañía ballenera, para poder obtener el máximo rendimiento de las mismas.

Johnny, el geólogo, miró enfurruñado la piedra. —¿Dónde consiguió Monk esta piedra? No acabo de reconocer su composición. Aquí,— déjame que la vea —...

Renny se sobresaltó violentamente. Llevó a cabo una extraña maniobra —se puso la piedra junto a su oído— como si hubiera escuchado algo. Su cara cambió, adoptando una mueca que indicaba que estaba escuchando con mucha atención y lentamente fue empalideciendo, hasta quedar sin color.

—¡Es la voz de Monk! —Gruñó— ¡La voz de Monk está en esta piedra! ¡Puede oírse perfectamente!

La cara de William Harper Littlejohn se mudó en una sonrisa de oreja a oreja, que le daba un aspecto algo estúpido. No podía tragarse la historia de la piedra que hablaba. Pero no era una broma ni una mentira, la seriedad de la cara de Renny, se lo dejó ver claramente.

—¿Una voz? —dijo Johnny.

Renny asintió —La voz de Monk.

Johnny mantuvo su expresión socarrona hasta que la inverosimilitud de la historia le hizo exclamar —¡Tú no estás bien de la cabeza!

Renny mostró su disgusto y abrió la boca al máximo. —¡Por la vaca sagrada!— y su exclamación sonó atronadora.

Doc Savage se aproximó bruscamente y se inclinó junto a la piedra azul, procurando no tocarla ni tomarla de las manos de Renny. Escuchó absorto, con sus ojos entreabiertos.

Finalmente, el hombre de bronce se enderezó con lentitud. Aunque la expresión de su rostro, casi no había variado, sus compañeros sabían que se había conmovido emocionalmente, al oírse un pequeño sonido silbante, una nota musical baja y exótica como el débil trino de un pájaro tropical e igual de errático como el correr del viento sobre el hielo polar. No se podía saber bien de dónde provenía el trino, igual de alguna parte, como de ninguna parte, algo con una característica como de ventrílocuo. Era el trino especial que emitía inconscientemente Doc Savage, cuando estaba preso de una intensa turbación.

—No está mal de la cabeza —musitó el hombre de bronce en voz baja.

Uno de los periodistas que había llegado en el avión se asomó entonces por allí, aparentemente estaba paseando justo por aquel lugar sin una idea preconcebida, cuando vio el cuerpo del hombre del chaleco, tirado en el suelo.

—¿Pasa algo malo aquí? —preguntó. Luego, se volvió y gritó al resto de periodistas.— ¡Hey, gandules! ¡Aquí está pasando algo!

El periodista que había gritado dando el aviso a los demás, era alto y huesudo. Tenía una cara desagradable, insensible, dotada de un par de negras cejas hinchadas.

Los otros periodistas surgieron de todas partes.

Long Tom, también apareció. Long Tom era el miembro restante del grupo de cinco hombres, ayudantes de Doc Savage. No había nada particularmente llamativo en él. Por el contrario, más bien parecía haber sido criado en una profunda cueva de cultivo de champiñón. Sin darse cuenta de lo que estaba ocurriendo, los miró y preguntó —¿Quién es el hombrecillo del chaleco?

Doc Savage le hizo una señal imperceptible con el ojo y un ligero gesto para que se callara, acto seguido le indicó de igual forma un pequeño bote salvavidas tirado en la playa. Long Tom, se dirigió hacia allí.

Doc Savage se dejó caer sobre una rodilla y rápidamente le quitó el chaleco rojo al hombrecillo muerto.

El periodista alto con cejas negras e hinchadas, le miró irritado y le dijo, —Hey, ese chaleco tan raro, ¿de qué género está hecho? ¡Deje que le demos un vistazo!

Doc Savage pareció no haber oído al sujeto. Se puso de pie con el chaleco entre sus manos y se volvió.

—¡Aquí!, —ladró el reportero— ¡Déjeme ver eso ahora mismo!

Doc Savage se fue alejando sin que aparentemente hubiera oído lo que le decía aquel tipo.

Renny, Long Tom y Johnny, estaban de pie junto al bote salvavidas, al lado de Doc Savage. Johnny balbuceó una serie de ruidos que acabaron por reventar en su boca, al decir —¡Estoy superamalgamatado! ¡Veamos esa piedra parlante!

Doc Savage le pasó la redonda piedra azul. Johnny se la apretó rápidamente contra el oído. Sin embargo, no ocurrió nada.

El huesudo arqueólogo y geólogo de vocabulario enrevesado y largas palabras, a veces incomprensibles, los miró diciendo —No puedo oír nada en absoluto. ¿En realidad, habló?

—Habló —dijo Renny.

Johnny estuvo un rato escuchando a la piedra. Luego, la retiró de su oído. Por fin, dijo desaprobadoramente —¡Venga ya, esto es muy extraño! ¡Una piedra que habla! ¡No me vengas con esa historia!

Renny apretó sus labios y se giró lentamente hacia Doc Savage —¿Qué dices tú, Doc?

—La piedra hablaba —insistió el hombre de bronce.

Esta observación de Doc, en lo que a Johnny Littlejohn hacía referencia, dirimió la cuestión sobre la piedra parlante. Si Doc lo decía, la piedra había hablado.

—De acuerdo, —aceptó Johnny— que alguien me explique cómo puede hablar una piedra.

El hombre de bronce no contestó. Estaba examinando el chaleco rojo. El tejido no era corriente En realidad ni siquiera parecía que fuera un tejido sino más bien una substancia semejante a algún tipo de plástico.

Entonces, de forma brusca, el hombre de bronce enrolló el chaleco haciendo de él un paquetito, se quitó su americana y la usó para envolver lo, una vez hecho lo cual, se la entregó a Renny a la vez que le decía —Vigílalo con mucho cuidado.

Un tanto intrigado, Renny preguntó —¿Te refieres a que no lo debe ver nadie?

—Efectivamente.

Los periodistas se habían ido aproximando —y es precisamente lo que había hecho que Doc actuara tan rápidamente sacando fuera de la vista el chaleco— con un montón de preguntas —¿Qué es lo que había matado a Jones? ¿Qué estaba ocurriendo? ¿Cómo había muerto Jones?

—¿El hombrecillo se llamaba Jones? —preguntó Doc.

—Sí correcto. O por lo menos es lo que él decía.

—¿A qué periódico representaba?

—Trabajaba para La Pluma de Buenos Aires, América del Sur —dijo alguno de ellos.

El tipo huesudo con las cejas ratoniles estaba mirando a Johnny Littlejohn. —¿Con qué finalidad tiene Ud. la piedra apretada ahora contra su oreja?— quiso saber.

Johnny se esforzó por no parecer demasiado tonto y se apartó la piedra de donde la tenía.

La situación en la isla era la siguiente: Había una casa y aparatos suficientes para extraer plancton del mar. Esta instalación había sido erigida por especialistas científicos con una finalidad puramente experimental y era la causa del problema que se explicó en otra narración. También había en la isla un avión, aquél en el que habían llegado los periodistas. Y no había más medios de transporte para entrar o salir de la isla.

Sin embargo, anclado algo apartado de la costa, estaba el pequeño barco de línea City of Tulsa, que había sido encallado durante el transcurso de las últimas aventuras acontecidas y que había sido reflotado y puesto en servicio, por un conjunto de remolcadores, venidos expresamente desde Tahití y otros puertos de los Mares del Sur.

Una vez puesto de nuevo a flote el buque de línea, la mayoría de los remolcadores habían vuelto a sus puertos de origen pero dos de ellos habían permanecido allí, por si surgía alguna dificultad posteriormente. El aparato de radio del City of Tulsa, había quedado fuera de servicio, durante las aventuras anteriores, pero los remolcadores, que eran naves para desarrollar trayectos largos, disponían ambos de equipos de radio completos y muy potentes.

Doc Savage utilizó el equipo de radio de uno de estos, para mandar un radiotelegrama al periódico La Pluma de Buenos Aires, preguntando si tenían empleado a un corresponsal llamado Jones y que se suponía debía estar trabajando en estos momentos, en algún lugar de los Mares del Sur. Para asegurarse que no había ninguna confusión sobre el tal Jones, Doc Savage añadió una descripción detallada del hombrecillo del chaleco rojo. Mencionó también específicamente el chaleco.

Quedó a la espera de la respuesta.

Los periodistas inclinados a relacionar cualquier lance fuera de lo corriente con un hecho espectacular relacionado con las actividades de Doc, no quedaron nada contentos con que el hombrecito del chaleco rojo hubiera fallecido simplemente debido a un fallo cardíaco.

Doc Savage no había dicho que muriera por esta razón. Pero el hombre de bronce había efectuado numerosas preguntas sobre la salud del fallecido —si había hablado en alguna ocasión sobre problemas cardíacos, temor a sufrir del corazón o cualquier padecimiento semejante.

—Si le digo la verdad, —confesó el periodista al que le estaba haciendo las preguntas— no sabíamos prácticamente nada sobre el hombrecito.

—Excepto Bear Cub3, —interrumpió otro de los reporteros.

—¿Bear Cub? —Preguntó Doc Savage.

—Aquel reportero del Advertiser de Melbourne, —explicó el caza noticias— Aquel tipo larguirucho y huesudo, ¿sabes?

—¿Aquél de las cejas?

—Sí. El de las cejas tan negras.

—¿Y qué ocurre con este sujeto?, —preguntó Doc Savage.

—Oh, bien, parecía que le tuviera una gran simpatía al pequeño Jones, —explicó otro de los plumíferos que deambulaban por allí.— Siempre enganchado al otro. Le daba cigarrillos y se sentaban por ahí charlando juntos. En otras palabras, que siempre le iba detrás, siguiéndole.

El otro caza noticias, le corrigió, —Quiere decir que era él quien hablaba con Jones, el pequeño Jones no hablaba mucho que digamos. Bear Cub era quien siempre charlaba.

—Pues ahora que lo dices, creo que tienes toda la razón, —dijo el otro componente de la prensa.

—Jones no parecía hablar muy bien el inglés, —insinuó Doc.

—Sí, hablaba un inglés un tanto cómico, —reconoció el periodista.— Pero, muy cuidadoso. Sin ningún tipo de acento que Ud. pudiera identificar. Ni tan siquiera acento hispano. Sencillamente pronunciaba las palabras con mucho cuidado. Eso es lo que hacía Jones.

Doc Savage se quedó silencioso durante unos momentos. —Ud. no lo conocía muy bien, pero parece que Bear Cub, sí.

—Eso es.

Doc Savage encontró al hombre llamado Bear Cub. El sujeto le saludó lacónico, sin mucha cortesía. Sus ojos, bajo las espectaculares cejas, eran pequeños y oscuros. Era una persona con apariencia desagradable, parecía ser consciente de ello y no le importaba.

—Mire, Ud. no puede sonsacarme sobre el hombrecillo, —le dijo irritado— pues nunca pude saber nada sobre él. Sí es cierto que rondaba mucho a su alrededor, pero es porque creía que era una especie de chalado con algún interés.

—¿No puede Ud. contarnos nada sobre él?

—No.

—¿Dónde se unió él, al grupo?

—En Tahití.

—¿Dónde se unió Ud. al grupo?

—En Tahití.

—¿Con anterioridad, lo había visto Ud. alguna vez?

Bear Cub lanzó un resoplido e ignoró la pregunta. —Por qué no me deja dar un vistazo al chaleco rojo— gruñó.

—¿Por qué está Ud. tan interesado en el chaleco? —le preguntó Doc Savage.

—¿Por qué no me lo deja ver?, —replicó Bear Cub.— ¿Es que teme que pueda encontrar alguna cosa?

Doc Savage no hizo caso del desagradable tono de voz del hombre. Renny Renwick había ya empezado a abrir y cerrar sus gigantescos puños en varias ocasiones, con la intención de pegarle un buen golpe a Bear Cub.

Bear Cub se les enfrentó a todos con su mirada y dejando ir un resoplido violento les soltó —No me asustas, tú, puños grandes,— le dijo a Renny, —Y no intentes empujarme fuera de aquí o te voy a lastimar dejándote sin sentido y tumbado por un rato.

Renny le dijo —Ahora sí que estás hablando el lenguaje que estaba esperando de ti. Más vale que no te acerques mucho al final del entarimado, mi querido amigo de las cejas espesas o puede que te quedes remojado como una galleta.

Bear Cub dijo algo en voz baja —algo desagradable— y se fue dando zancadas. No les temía, eso era evidente y, además, sentía una gran animadversión contra ellos.

Johnny Littlejohn sentenció —Una personalidad protervitiva.

Posteriormente, Renny tuvo que buscar el significado y vio que era algo tan sencillo como individuo pendenciero. Que era una forma de decirlo pero con una palabra mucho más larga y poco conocida.

En aquel momento les alcanzó Long Tom, casi sin respiración.

—Ha llegado la respuesta del periódico de América el Sur, —pudo balbucir.

—¿Sí?

—No tienen ningún corresponsal que se llame Jones ni a nadie que responda a la descripción del hombrecillo del chaleco, —les dijo Long Tom.

Long Tom Roberts y Johnny Littlejohn estaban manteniendo aquella noche una conversación entre los dos. Sentados en la playa, con enormes olas blancas bullendo junto a ellos, para acabar reventando en la arena junto a sus pies, mientras los peces saltaban en la pequeña bahía y las luces del barco lanzaban dorados chisporroteos sobre la superficie del mar.

Long Tom dejaba escurrir arena entre sus dedos —Hay algo misterioso detrás de este suceso,— estaba diciendo —puedo asegurártelo por la forma en que Doc se está comportando. No es difícil adivinar cuando Doc ha husmeado algo importante y posiblemente fantástico.

Johnny gruñó —Jones no tenía en su equipaje nada de lo que hubiera llevado un periodista. En apariencia, ni tan siquiera lo era.

Johnny estaba empleando palabras cortas. No lo hacía muy a menudo, a no ser que estuviera muy preocupado o presa de gran excitación; y no ocurría con mucha frecuencia que se impresionase tanto como para no poder emplear sus palabrejas desmesuradamente largas.

Long Tom iba diciendo —El chaleco rojo es lo que no puedo ver qué pinta en este asunto. ¿Qué te parece a ti?

—Una tela poco corriente.

—No era la prenda. Mira, pude curiosearlo cuando Doc lo sacó del atado que había hecho con su americana para ocultarlo a la vista de los demás, e incluso llegué a ponerme el chaleco.

—¿Sentiste algo extraño al ponértelo?

—No, por supuesto que no. Pero pude observar varias cosas. La primera, sin lugar a dudas, es que está hecho de algún tipo de género parecido al cristal plástico, aunque probablemente no lo es. El colorido no parece muy resistente. Te destiñe algo al ponértelo encima, no mucho, pero sí lo suficiente para poderlo apreciar.

—¿Renny tiene la piedra, todavía?

—No, es decir, no la tiene ahora. Vi que Doc le preguntaba por ella antes de la comida.

—¿Crees que la piedra realmente dijo alguna cosa?

—Bien, Doc dijo que hablaba, ¿no es así?

Quedaron en silencio. La luna era una mancha de plata en el horizonte. Más atrás, en los matorrales, dos pájaros tropicales se enzarzaron en una lucha que sonaba como si dos brujas se estuvieran peleando.

—Jones preguntó por Renny, —recordó finalmente Long Tom— y ni Renny ni nadie más han dicho qué es lo que le dijo la piedra y, además, el sujeto ese, Bear Cub creo que le llaman, se está comportando de una forma sospechosa. —Inesperadamente Long Tom se puso de pie,— ¿Sabes una cosa?

—¿Qué?

—Voy a buscar al Bear Cub ese y a mantener un pequeño intercambio de ideas con él —Long Tom, que era mucho más fuerte de lo que aparentaba, se amarró el cinturón.— Té apuesto lo que quieras a que le saco algo al tipo.

—¿Necesitas alguna ayuda?

—No, gracias.

Long Tom dejó a Johnny Littlejohn en la playa y se fue paseando en dirección a la selva. El experto en electrónica estaba excitado con la idea de enzarzarse con Bear Cub. Long Tom estaba convencido —y este convencimiento era generalmente compartido por los otros componentes del grupo del hombre de bronce— que los puños de Doc Savage no eran suficientemente duros cuando trataba con sujetos como Bear Cub. A Long Tom le encantaba la acción. Había planeado, hablando con franqueza, trabajarse con sus puños a Bear Cub y ver qué podía sonsacarle así al individuo.

Enfrascado en sus pensamientos, Long Tom iba caminando hasta que se encontró ante el cañón de una pistola, frente a sus narices.

—¿Me estaba buscando? —preguntó una voz tras el arma.

Long Tom exhaló un breve suspiro de sorpresa —¡Ud.! —dijo.

La voz, que no era precisamente agradable, demandó —¿Metiendo sus narices donde no le llaman, eh?

—¿A qué se refiere?

—Al hombrecillo del chaleco rojo, a la piedra que hablaba y a todo eso.

Sobresaltado, Long Tom dijo bruscamente —¿Ud. sabía algo sobre esa piedra y qué es lo que hacía que hablara?

El otro le contestó bajando la voz —Esto es lo que hacía que hablara. Mire aquí—. Y le mostró una mano.

Era uno de los trucos más viejos que pueda uno imaginarse. Hacer mirar al contrario hacia un lado, mientras le atizas un golpe. Long Tom cayó de lleno en la trampa. Tuvo la vaga impresión de que alguna cosa —quizás un trozo de raíz de algún árbol, en forma de cachiporra— se le venía encima y acabó en su cabeza. También y por un momento, se dio cuenta de que el mundo se había vuelto de color negro. ¡Y bien negro era lo que se le había venido encima a él!