CAPÍTULO XI

FANTASIA DE LA MONTAÑA

LONG Tom estuvo intentando librar a Ham durante más de veinte minutos, éste no tenía otro daño que no fuera el de la gran impaciencia y, como astutamente había comentado Monk, de la indignación de tener que vestir con unos trozos viejos de saco. Long Tom no fue capaz de liberar a Ham. Volvió donde se encontraban Monk y Wire.

Monk ya estaba libre, sentado sobre el suelo de roca y frotándose los tobillos, para restablecer su circulación.

—¿Cómo lo ha podido liberar? —preguntó atónito Long Tom.

—¿Recuerda que le dije que era ingeniero? —su voz sonaba como avergonzada.— En mis buenos tiempos, había trabajado con cerraduras. ¿Dónde está Ham?

Se acercaron hasta donde se encontraba Ham y Wire forzó el candado que mantenía al abogado —Ham era el experto legal del grupo de Doc Savage— encadenado al suelo de piedra.

—Había oído hablar de Ud. —le dijo Ham a Wire— No imaginé que sería capaz de volver aquí.

—¿Qué quiere Ud. decir? —preguntó Wire.

Ham le replicó. —Los Arribanos,— insistió —Los Arribanos creen que Ud. está enamorado de Tara. Y créame, no están dando saltos de alegría por ello.

—No veo por qué tienen que meter sus narices en esto. —dijo Wire.

—Pues esos jovencitos —puntualizó Ham— sí creen que hay muchas razones para meter sus narices.

—¡H —m— m —m! Rivalidad—. Luego, Wire se quedó callado.

La oscuridad de la cueva era absoluta. Una débil llama de encendedor, se reflejó sombría contra las paredes negras, señalando la distante boca de la entrada por donde habían accedido a la caverna. A Long Tom le pareció distinguir en el fondo, en la dirección opuesta por la que habían entrado, la señal de una estrecha fisura, pero no estaba muy seguro de ello...

Preguntó —¿Hay otra boca en este agujero?

—Sí —le informó Monk.— Hay un pasaje que atraviesa la montaña. La entrada principal de Arriba.

Ham resopló —La entrada lateral, deberías decir.

—La perrera —le corrigió Monk.

—¿Eh?

—La caseta del perro. Llevamos ahí dentro varias semanas.

Long Tom no salía de su asombro. —¿Te refieres a que están guardando perros aquí?

—No, es una forma de expresarme —le corrigió Monk— Los Arribanos decidieron que éramos un par de incompetentes y nos metieron aquí. Cada vez más sorprendido, Long Tom les preguntó —Encerrados aquí... ¿me estáis diciendo que los Arribanos os mantenían prisioneros?

—No fue mi Tío Abner 9 el que me encerró. —respondió Monk con hastío.

—Pues yo creía que había sido El Gorrión quien os retuvo.

—No —dijo Monk— Un grupo de tipos pasó por aquí un par de veces durante la noche. Hubo un tiroteo más arriba, en el lado del túnel que corresponde a Arriba. Como es natural, Ham y yo procuramos no armar ningún alboroto. Pensamos que El Gorrión había venido equipado adecuadamente para conquistar el lugar, por la fuerza. ¿Fue así?

Terrence Wire asintió amargamente —Acertaron.

Su respiración sonaba fuertemente en la quietud de la caverna. Eso y el chirriante sonido metálico del trozo de cable que Wire estaba usando para forzar la antigua cerradura en un esfuerzo final para abrirla. Se trataba de un candado bastante moderno, como el de los utensilios que había alrededor y que posiblemente no tenían más de treinta o cuarenta años.

Long Tom dijo —Monk.

—¿Sí?

—Había una piedra.

—¿Huh?

—Hablaba con tu voz.

—Naturalmente —respondió Monk— ¿Y qué?

Long Tom se quedó callado tanto rato, que al final, Monk estalló —¿Qué es lo que te pasa, voltios y amperios?

—No me puedo quitar de encima la sensación que alguno de los presentes está totalmente loco —comentó Long Tom ácidamente— Las piedras no hablan.

—¿Era una piedra pequeña —dijo Monk— redondita, y de un color azul pálido?

—Sí.

—Esa hablaba —afirmó Monk— Le dije lo que tenía que decir.

Monk Mayfair, a quién le entusiasmaban las actuaciones dramáticas, disfrutó pícaramente con el desconcierto de Long Tom durante unos segundos. Luego, deliberadamente y para aumentar el efecto de confusión, empezó a hablar, pero no precisamente de la piedra.

—No sé —empezó diciendo— si alguien os ha contado cómo llegamos hasta aquí o de qué manera vinimos a parar a este lugar, donde tan necesitados de ayuda estamos.

Long Tom, con la voz ronca murmuró —Sobre esta piedra... ¿cómo...?

—Los Arribanos, contrataron a El Gorrión para que les arreglara la cuestión de la explotación crematística de la piedra, y poder sacarle un buen provecho —prosiguió Monk— Los Arribanos necesitaban algo de dinero civilizado y pensaban obtenerlo de esta forma. Sólo que El Gorrión no era el ejemplo de honestidad que ellos se creían. Les hizo el doble juego. Lo único que les salvó fue que no le habían entregado todavía el secreto al Gorrión. Este necesitaba apoderarse del mismo y cuando lo intentó, descubrieron sus intenciones.

Monk se tomó un respiro y luego hizo una reflexión —Fue una sorpresa que El Gorrión no se hiciera con el secreto. Les había dicho que necesitaba que le entregaran aquella cosa, pues la necesitaba presentar ante los registradores, para patentarla y hasta ahí, todo les pareció lógico. Creo que fue en el momento en que habían de jugársela y entregarle el secreto, que la Reina Madre, demostró lo lista que era. Se lo quiso sacar de encima. Por lo menos lo intentó. Sacarse de encima a El Gorrión, es más difícil que quitarse las pulgas y es que no hay forma de conseguirlo, a no ser que dispongas de los polvos anti— pulgas adecuados.

Ham, que aún estaba sujeto al suelo de piedra, dejó ir un quejido amargo —Y nosotros éramos el polvo para esas pulgas.

Monk asintió con un gruñido —Nunca adivinaríais de qué manera nos vimos envueltos en este enredo.

Ham protestó indignado —Como te viste envuelto, especie de cabra desagradable.

Monk, que ni se había inmutado por el comentario sarcástico del leguleyo, prosiguió —Veréis, fue esta piedra habladora. La llevé en el bolsillo, durante varias semanas sin saber de qué se trataba. Creía que era una piedrecilla hermosa, simplemente.

—¿Cómo la conseguiste? —quiso saber Long Tom— Me refiero, a la primera vez.

—Fue gracias a mi reputación como científico —se rió entre dientes Monk— Un científico de toda confianza, asociado con Doc Savage.

—No lo entiendo.

—No puedo imaginar que alguien creyera que es un científico. —Intervino Ham— Más bien, que alguien no creyera que lo es.

Monk refunfuñó en broma y luego prosiguió —Me enviaron la piedra, acompañada de una carta. La carta contenía una serie de instrucciones. Querían que desmenuzara la piedra y les presentara un informe con mi opinión científica sobre las cualidades prácticas de la misma y su posible valor para el mundo. La carta con las instrucciones se perdió por el camino. Sólo recibí la piedra.

Hizo una pausa en su relato para preguntarle a Terrence Wire si le podía echar una mano, con el candado de Ham. Wire le dijo que por el momento no era posible, que era cuestión de tiempo y paciencia.

Monk volvió al hilo de su narración —Me enviaron la piedra con las instrucciones y el mensajero perdió las instrucciones. Ahora me doy cuenta, que los hombres de El Gorrión le robaron las instrucciones al mensajero, pero no pudieron conseguir la piedra. Y así, recibí la piedra pensando que era una pieza sin importancia, de una relativa belleza que podía llevar en el bolsillo y que alguien me había regalado. Aunque a decir verdad, si hubiera sabido quién me la había mandado, nunca la habría llevado de la forma descuidada que lo hice.

—Tu narración se va de un extremo al otro demasiado rápidamente, parece la cola de un perro —comentó Ham— ¿Podrías centrarte un poco?

—Por supuesto —tuvo que reconocer Monk— Nos llamaron porque nos habían mandado la piedra. Y fue porque tenían un alto concepto de mis talentos.

—Opinión —añadió sardónico Ham— que en la actualidad ha variado y es tan baja que necesitaría unos zancos para poder andar a la altura de un gusano.

Terrence Wire respiró profundamente con alivio. Se oyó un ruido metálico en el interior del candado, como el de un resorte que hubiera girado en el cierre.— Ya está. Lo conseguí —comentó Wire.

Entonces Long Tom les contó que Doc Savage había muerto. Había estado reteniendo esta información, pues pensó que una vez Monk y Ham estuvieran liberados de sus cadenas, estarían en mejores condiciones para resistir el impacto de la noticia.

Le escucharon en medio de un gran silencio, horrorizados y después, ya no supieron qué decir, pues en realidad, ya estaba todo dicho. Es como si la Parca les rondara y les parecía que era tan real como si la tuvieran junto a ellos, con su calavera y su guadaña, allí, en medio de la oscuridad. A su lado.

Tras un largo silencio, Terrence Wire, en voz baja, llena de ansiedad, preguntó —¿Bueno, cuál es la diferencia? Me refiero a que Doc Savage vino hasta aquí para rescatarles y ahora ya están libres. Quiero decir que, bien en cierta manera, Uds. han conseguido su objetivo. ¿No es así? ¿O acaso, no?

Monk Mayfair le respondió casi en el acto, hablando por él y por los demás.

—Eso no lo vamos a ver hasta el final —comentó— El Gorrión ha matado a Doc Savage. ¿En serio Ud. se cree que nos vamos a volver mansamente y dejar que se largue sin que pague por ello?

Wire, con toda sinceridad, le contestó —No, tiene Ud. razón, no lo puedo creer.

Tendieron a Ham sobre el duro suelo de piedra de la caverna y empezaron a trabajárselo, amasándole sus músculos y estirándole sus articulaciones, como estudiantes de osteopatía que estuvieran haciendo prácticas sobre un paciente de la caridad pública. Ham gimió y se lamentó, además de llamarlos por todos los nombres desagradables que le pasaron por la cabeza, pero para cuando hubieron acabado con él, estaba flexible y ya era capaz, no sólo de caminar, sino incluso correr.

—Por el tiroteo que escuchamos ayer noche —dijo Monk— deduzco que El Gorrión estaba atacando Arriba. Será mejor que nos concentremos en nosotros mismos.

Terrence Wire tuvo que hacer un comentario y lo hizo en forma desconsolada. —Necesitaríamos una gran cantidad de equipo para enfrentarnos a estos pajarracos. Han venido muy pertrechados, pueden Uds. creerme. Se estaban preparando desde hacía varios meses.

La luz del sol, en el exterior, era muy brillante. Se quedaron esperando en la boca de la cueva, en la media oscuridad de las proximidades de la entrada. Estaban acostumbrando su vista a la luz natural. Long Tom y Terrence Wire esperaban impacientes, pues estaban ansiosos por conocer cómo era aquél misterioso lugar llamado Arriba y todos ellos empezaron a poder ver, a través de la entrada de la cueva, una montaña con un cielo tan azul como una hoja de afeitar10 y, sin duda, con un frío más cortante que el filo de la misma.

Empezaron a caminar hacia delante.

—De acuerdo, camaradas —dijo Monk— Preparados para el espectáculo.

No era lo que se esperaban. En algunos aspectos, Arriba era mucho más de lo esperado. Era algo diferente. Todos ellos habían estado esperando encontrar, influidos por su subconsciente, algo así como el cráter de un volcán, calentado por corrientes subterráneas, algo que fuera tan extraño que pudiera justificar que los Arribanos pudieran incluso conseguir alimentos a tal altura. Pero allí, no había nada parecido ante ellos. En su lugar había una inmensa obra pétrea, una ingente obra sobre las rocas, una fortaleza de piedra, construida para defenderse de los elementos, del amargo frío y de las ululantes tempestades.

El estilo era Inca o quizá incluso, pre —incaico. Por lo menos en ninguna parte se había usado el tipo de arco de piedra que utiliza una piedra angular. Todas las aberturas estaban sostenidas por grandes losas planas de piedra obsidiana, obtenidas de la propia montaña. En líneas generales, Arriba era como un grupo formado por una gran cantidad de cajas de fósforos, de color absolutamente negro, pero de tamaño gigantesco y puestas en el jardín de piedra de un cuento de hadas. Un lugar maravilloso de montañas de piedra con grotescas formas, en ocasiones bellamente liadas y retorcidas. Y todo ello cubierto por el hielo y la blanca nieve, en la que no se veía ninguna señal de haber sido hollada por el hombre.

—Mirad allí —señaló Long Tom— Invernaderos.

—Algo muy parecido —admitió Monk— Tienen un sistema ultrasónico para calentar el agua con lentes solares. Se podría pensar que no es práctico, en un principio. Pero el sol siempre luce aquí y el individuo que ideó el sistema, era un brujo al mezclar el sonido y el calor. Calienta toda la colonia y, además, proporciona calor a sus invernaderos.

Long Tom dirigió una mirada hacia abajo, pues estaban un poco por sobre de Arriba y era posible observar los techos de las casas. Se podía comprobar que, mientras las paredes de las casas eran de piedra, las techumbres eran de un material transparente, parecido al vidrio. Señalando hacia allí, Long Tom preguntó —¿Vidrio? ¿Tienen vidrio aquí?

Monk asintió —Un producto de cuarzo. Parecido al cristal doméstico que permite tanto el paso de los rayos visibles como el de los invisibles.— El peludo químico miró al experto eléctrico, de forma extraña —Este vidrio ha sido fabricado hace unos mil o mil quinientos años.

Long Tom estaba pensativo cuando le dijo —Sigues hablando en término de cientos de años. ¿Insinúas que estamos ante una raza perdida o algo por el estilo?

—Eremitas, es a lo que más se parecen.

—¿Eh?

—Este lugar —afirmó Monk— fue seguramente una de las ciudades altas de los Incas, en sus orígenes. No te puedo decir cual de las tribus Incas pudo construirla, pero posiblemente tenía una finalidad religiosa. Eran adoradores del sol. El sol lo hace todo aquí. Puedes comprobar cómo las casas están abiertas por el tejado y tan sólo protegidas por esta delgada techumbre. El sol calienta todo, como te decía y hace casi todo lo demás.

Tomaron el camino que parecía ofrecer menos posibilidades para que les descubrieran y empezaron a descender por él.

Monk añadió —Estos Arribanos no son Incas de pura cepa.

—¿Y porqué es así?

—Una expedición de exploradores de otro pueblo, llegó a este lugar, hará cosa de doscientos o más años. Imagino que el tipo que dirigía la expedición era una especie de pensador avanzado a su tiempo. Debió determinar quedarse aquí y aprovechar la cultura Inca, le añadió la suya propia, evitando, además, inmiscuirse en guerras, peleas, políticas y todas las otras funestas invenciones del cerebro humano y consiguió algo extraordinario desde el punto de vista de la economía humana. Me atrevería a decir que tuvo un éxito clamoroso, sí señor.

Reinaba un frío rabioso. No un frío de cero grados o algo así, sino por lo menos de veinte bajo cero. Monk y Ham que apenas llevaban vestimenta suficiente para mantenerse vivos en la cueva, empezaron a ponerse morados de frío.

—Tengo una idea —dijo Terrence Wire.

—¿Ah, sí?

—Tenemos una amiga a medias aquí. —Terrence Wire siguió— Tara. Sugiero que la busquemos y a ser posible la encontremos y a partir de ahí, empecemos a actuar.

Monk quedó muy interesado —Tara, ¿su amiga, no? Créame, no me importaría tener unas cuantas amistades como ella.