CAPÍTULO XII

EL SITIO DE ARRIBA

SE oyeron dos disparos y un grito que igual podía ser de júbilo que de agonía. Los sonidos venían de algún lugar de la imponente formación de edificios y sonaban bastante debilitados por la distancia.

Long Tom hizo que los demás se detuvieran.

—Vamos directamente al punto en el que tendremos que coger al toro por los cuernos y no creo que sea lo más inteligente —comentó.

—Cogerle por los cuernos... es mi método —dijo con fiereza Monk. A éste le encantaba pelear y en estos momentos estaba lo bastante frío como para necesitar una pelea, intensamente.

—Agarrarle por la cola, —comentó Long Tom— sería mucho mejor.

—¿Eh?

—Podríamos retorcerle la cola mucho más fácilmente que los cuernos. Y mucho más, si resulta que tenemos entre manos un toro enorme.

—¿A qué te refieres?

—Sus dos aviones. ¿Dónde deben estar?

Monk hizo chasquear sus dedos tan fuerte como pudo, que no era mucho, la verdad sea dicha, entumecidos como los tenía por el frío. —Un poco más allá, algo por encima de donde estamos, hay un lugar nivelado y plano. Apuesto lo que sea a que aterrizan allí.

No fueron necesarios más comentarios. Se dirigieron hacia la izquierda. Monk y Ham tenían una idea general de la orientación del territorio. Long Tom y Terrence Wire les prestaron algunas de sus propias prendas de vestir, que compartieron y pudieron así defenderse mejor del intenso frío.

Pasaron junto a varias de las negras cajas, que eran los extraños edificios de la no menos extraña Arriba. La piedra, como pudieron ver, era brillante. Era muy parecida al vidrio. Los edificios, no resultaron ser tan grandes como les había parecido al principio.

Súbitamente, Ham se echó de bruces sobre la nieve, respirando con agitación —¡Allí están! ¡Ambos aparatos! ¡O, si lo preferís, dos aviones sean cuales sean!

—Son los aparatos de El Gorrión —afirmó Long Tom.

Se mantuvieron tumbados e inmóviles sobre la nieve durante un rato, el suficiente como para descubrir que parecía haber dos centinelas armados, junto a los aparatos.

—¿Cómo nos las vamos a arreglar? —La voz de Wire era un murmullo.

Monk lo miró enfurruñado —No nos van a permitir llegar hasta allí, como si fuéramos dando un paseo, podéis jurarlo.— Estaba tiritando. —Un rato más en estas condiciones y me voy a quedar a prueba de balas, es decir, congelado totalmente como un carámbano.

Tara habló con suavidad detrás de él —Dejaros ver.— dijo —Y luego empezad a disparar.

Un gato salvaje que les hubiera saltado a la espalda, clavándoles las garras, no habría conseguido un resultado más extraordinario. Long Tom se lanzó sobre la nieve impulsivamente hundiéndose entre la misma, mientras Terrence Wire y Ham se echaron a reír. Monk, que podría haber recibido un disparo sin mostrar ninguna emoción, se quedó inmóvil sobre la nieve por unos momentos, luego, rodando sobre sí mismo con lentitud, miró a la chica.

Monk hizo el comentario típico en este tipo de situaciones —Por fin nos ha ocurrido algo maravilloso.

Con su inglés, tan escrupulosa y lentamente pronunciado, la muchacha pidió —¡Empiecen a dispararles! ¡Por favor!

Lo dijo con un tono tan imperativo que Monk y los demás se miraron entre sí.

Long Tom refunfuñó —¡De acuerdo! ¡No vamos a preguntar nada!

Apuntó con su revólver con mucho cuidado e hizo fuego. La distancia era demasiado grande para un disparo hecho con un revólver, pero Long Tom hizo un ruido de desagrado al ver que había errado el tiro.

Instantáneamente, los vigilantes de los dos aviones salieron de los dos aparatos, quitándole los seguros a sus rifles, buscando con la vista el origen del disparo.

—El resto de vosotros, está desarmado —les dijo Long Tom— Más vale que os volváis. Poneros a cubierto. No acabo de entender de qué se trata, pero lo haré lo mejor posible con los proyectiles que me quedan.

Tara le insistió —¡Dejaros ver!

—¿Cómo dice? ¿Quiere que disparen sobre nosotros? —se sorprendió Long Tom.

La chica pareció que estaba buscando las palabras adecuadas para explicarle lo que les quería decir.

—¡Cebo! —pudo decir finalmente.

Entonces la entendieron.

Monk, Ham y Wire, brincaron y empezaron a lanzar gritos para llamar la atención de los dos vigilantes y, además, se lanzaron hacia delante. Tuvieron, sin embargo, la precaución de hacerlo amparándose entre los peñascos, que les protegerían de las balas.

Los dos hombres armados, empezaron a disparar. Las rabiosas detonaciones de sus armas, botaron y rebotaron entre los picachos montañosos. El revólver de Long Tom se transformó en sus manos, en una serie de desgarradores estallidos. Por unos minutos, el lugar se convirtió en un pequeño campo de batalla.

Los dos tiradores, parecían muy ansiosos por alejarse de la proximidad de su avión.

—Debe ser porque tienen dinamita o bombas o algún tipo de explosivos en los aparatos —masculló Monk.

—¡Que os puedan ver! —insistió Tara.

Ella misma intentó dar ejemplo, dando unos pasos adelante, temerariamente. Monk la pudo agarrar a tiempo y la tumbó en el suelo. Se mantuvieron a cubierto. Ham no dejaba de vigilar los aviones.

—¡Allí está! —soltó de repente.

—¡Al suelo, idiota! —le regañó Monk,— Quien quiera que sea, no le descubras.

Long Tom, que aprovechaba sus cartuchos al máximo y no disparaba más que después de apuntar cuidadosamente, también vio la silueta de alguien. Estaba tan bien disfrazado, que casi no se podía ver. La silueta, un hombre, iba totalmente de blanco, cubierta de nieve y se dirigía hacia los aparatos.

El hombre de blanco, alcanzó el primero de los mismos y se desvaneció en su interior. No fue más que por un momento, pues pronto reapareció, dirigiéndose hacia el otro aparato.

Long Tom sonrió de forma lobuna. El hombre estaba sustrayendo piezas esenciales de los aviones y abriendo las espitas de combustible de los depósitos, dejándolos inutilizados. Era una hazaña sorprendente, llena de intrepidez, disimulo y ejecución rápida.

Una extraordinaria premonición empezó a embargarle.

Cuando vio que el autor del pillaje, todo él de blanco, dejó los aparatos y salió con éxito echando a correr, zigzagueando entre las rocas antes de desaparecer, su presentimiento era ya una certeza.

—¡Doc Savage! —Tartamudeó incrédulo.

Entonces, todos ellos echaron a correr apresuradamente. Iban tan rápidos como podían, que no era mucho, pues la extremada altitud, todavía ejercía sobre ellos efectos muy negativos. Tan pronto como estuvieron a salvo —los dos vigilantes de los aviones, no parecían dispuestos a ir tras ellos— se detuvieron, se lanzaron al suelo y lucharon afanosamente intentando recuperar el aliento.

Pronto apareció Doc Savage. El hombre de bronce ofrecía el peor aspecto que jamás le habían visto sus compañeros. Estaba un tanto abatido.

Long Tom miró con ojos saltones el blanco atuendo que llevaba puesto Doc, realizado con la tela del paracaídas.

—¡Rayos y centellas! Wire y yo hemos estado haciendo todo tipo de especulaciones estúpidas, pero creo que yo he hecho la peor.

—¿A qué te quieres referir? —quiso saber Doc.

—Allí en aquel precipicio. Wire y yo no supimos ver en que forma te podrías haber escapado y pensamos lo peor. Pero por lo que veo, tú te limitaste a ir hasta el borde con el paracaídas y te lanzaste ¿no es así?

Doc asintió —No tuve que hacer mucho más. No fue necesario ni que saltara. Había una fuerte corriente de aire ascendente, tan fuerte como para mantener abierto el paracaídas y reducir la velocidad de caída, de forma decisiva.

Tara se fue rápidamente junto al hombre de bronce, preguntándole —¿Has inutilizado los aviones?

Doc mostró las pequeñas piezas que había sustraído de los dos aparatos y asintió con la cabeza.

Long Tom y los demás ya empezaban a recuperar el aliento. Volvieron a su escondite.

Tara tomó la dirección que la llevaba hacia el grupo de negros edificios que integraban Arriba.

—No entiendo lo que pasa —dijo Monk.— ¿Qué es lo que ocurre?

Doc Savage le tuvo que explicar la situación. Había trepado por una ladera de la montaña, bordeando el precipicio, arreglándoselas para cortarles el paso a Tara y a la extraordinaria anciana. Le propusieron unir sus fuerzas. No había mucho más que pudiera hacerse de una forma sensata, pues los hombres de El Gorrión, habían iniciado ya su ataque a Arriba.

—¿Es decir, que ya están dentro del lugar? —quiso saber Monk.— ¿El tiroteo que habíamos oído, significa que encontraron resistencia, como dicen los militares?

Efectivamente, están peleando dentro.

Long Tom se dirigió a Tara para comentarle —Ha significado Ud. una gran ayuda para nosotros.

Ella le contestó —Estaba... convencida... tenía que convencer a otros... llamarte para su ayuda... desde el principio.

Long Tom sonrió con picardía. Le encantaba su forma vacilante, su manera cuidadosa de escoger las palabras, la suave cadencia al pronunciar. De hecho, en aquellos momentos, Long Tom, desde que habían visto que Doc Savage estaba vivo, se encontraba en un estado de animo especial, por el que cualquier cosa le hacía gracia. Pensar que Doc estaba muerto, había sido un gran error de su parte. Y como una persona que ha cometido un error garrafal, el mecanismo mental subsiguiente, consistía en considerar que todo aquello no era más que una gigantesca broma. Un gran chiste de sí mismo. Algo más que un pequeño error terrible.

—¿Y qué piensa la Reina Madre sobre esto? —preguntó Long Tom.

La chica hizo un gesto despectivo —No le he preguntado... nada.

El aire agradablemente balsámico, deliciosamente tónico, además, que había en el interior de los extraños edificios negros en forma de cajas de fósforos, fue una gran sorpresa. Parecía como si se dispusiera de un sistema super —eficiente de aire acondicionado. Pero el aire no estaba en presión ni enriquecido con oxígeno. Era el mismo que había en el exterior, en las cimas de las montañas. Puro y quebradizo, igual de cortante que en las puntas más altas de las montañas.

La curiosidad por ver lo que había a su alrededor, borró durante los siguientes instantes, cualquier sensación de temor o peligro y solo les preocupó ver los extraños pasadizos y habitaciones por las que tuvieron que atravesar. Lo primero de todo, fue el sistema de cierre de la gran puerta de la entrada, de piedra viva. Esta por sí sola, tenía un espesor de un metro y pico. Había dos puertas, una de ellas incrustada casi un palmo dentro de la otra y que evidentemente estaban cerradas al vacío. Los constructores, parece como si hubieran conocido las ventajas aislantes de los cámaras de aire herméticas.

Long Tom se dejó caer de repente sobre una de sus rodillas. Avanzó un pie sobre el suelo del pasillo y lo frotó tenuemente con la suela. Estaba como redondeado, formando una cavidad suave. Desgastado por infinitos pies. Siendo como era aquella piedra, tan dura, debió requerir del paso de muchos pies, para dejar grabados aquellos surcos.

Entonces oyeron una explosión. Les llegó bastante amortiguada.

Tara dijo —Ellos... reventar... puertas.

Pronto descubrieron los componentes del grupo a qué se refería. Los pasillos estaban cerrados a intervalos, con grandes puertas de piedra, ninguna de las cuales tenía un espesor inferior a un metro. Giraban sobre surcos que disponían de un simple, pero efectivo sistema de pesos y contrapesos, adecuadamente equilibrados.

Tara y Doc Savage parecían saber perfectamente hacia donde debían dirigirse.

El entorno era cada vez más impresionante. Las habitaciones más amplias y las columnas de soporte mas frecuentes. Debe ser el palacio definitivo del lugar —comentó Ham.

—Era... originalmente... el aposento... de los jerarcas importantes. —dijo Tara con mucha lentitud.

Ham la miró con una sonrisa complaciente. Tenía una forma cómica de hablar en inglés. Se esforzaba en pronunciar cada palabra, y aunque sin llegar hasta el extremo de silabearlas, parecía arrastrarlas, tanto si eran largas como breves.

Finalmente llegaron hasta donde estaba la Reina Madre y Tara inició una especie de discurso. Su alegato fue dicho en la característica lengua musical y cadenciosa, propia de los Arribanos, con un contenido aparentemente fogoso.

Resultó que la polémica se centraba en los chalecos rojos. El tema de los chalecos, no fue lo primero que se discutió, pues antes fue convocada una docena, por lo menos, de hombres mayores.

Como decimos, todos eran gente mayor y tenían las mismas arrugas cómicas en sus caras, como las de la vieja, la Reina Madre. Y no es que hubiera un parecido familiar entre todos ellos, ni siquiera aproximado. Pero era evidente que todos participaban de un mismo origen y que compartían la misma cultura científica y física.

Tenían el mismo tipo de piel, muy clara y ninguno de ellos era gordo. Todos tenían el mismo porte en líneas generales, lo que indicaba que hacían los mismos ejercicios físicos y de igual manera. Diríase que eran ejercicios físicos con un atisbo de instrucción militar entremezclado. Aunque sus pieles eran claras, gozaban de un matiz dorado, que según la luz, podía llegar incluso a tomar tonalidades casi metálicas. Muchos de ellos, tenían una complexión física casi igual que la de Doc Savage. En conjunto, parecían gozar de una inteligencia notable.

Sus facciones no eran precisamente Anglosajonas si bien tampoco eran nativas. Por lo menos, no eran las típicas de los Incas. Diríamos más propiamente que eran una mezcla de razas, como si un cuidadoso sistema de cruces raciales hubiera tenido lugar durante varios siglos. Esto, luego lo supieron, es lo que en realidad había ocurrido y explicaba la particularidad de esas gentes. De tarde en tarde, con grandes intervalos, sangre ajena se había mezclado con los habitantes originales de la colonia. Arriba no estaba totalmente aislada del mundo exterior. Su gente estaba al corriente de lo que ocurría fuera aunque por su parte, habían realizado extraordinarios esfuerzos para mantener la existencia de Arriba en secreto.

En la actualidad, podían encontrarse en el lugar aparatos de radio —sólo receptores— por poner un ejemplo. Un moderno equipamiento médico o una importante biblioteca, con literatura de todo tipo, incluida la más reciente.

Los alimentos no estaban limitados por entero a los productos que crecían en sus gigantescos —y espectacularmente avanzados científicamente— invernaderos. También disponían de artículos de sibaritas, que conseguían del mundo exterior. Precisamente, para disponer de dinero para obtener estos lujos, es por lo que habían pensado en darle un uso comercial al secreto de la piedra habladora. Y fue a lo largo del tiempo, que habían llegado hasta esta situación actual.

Lo primero que sucedió fue que les entregaron unos chalecos rojos a Doc y a los otros. La primera intención de Ham fue la de echarse a reír, pero las expresiones serias de las caras de Tara, la Reina Madre y el resto de los ancianos —que en apariencia formaban parte de un consejo superior— hizo que se contuviera y optara por preguntar —¿Cuál es su intención?

Tara se le quedó mirando extrañada —¿Es que Ud... desconoce... el significado... de los chalecos rojos?

Long Tom movió su cabeza —Ahora sí que me han pescado fuera de juego. El pequeño Jones llevaba uno puesto. Y Ud. y los otros— al decirlo, miraba a los ancianos, que también llevaban un chaleco rojo —que están aquí, parece que también. Pero eso no tiene ningún significado para mí, puedo jurarlo.

—Son un distintivo de Arriba —le comentó Tara.

—¿Ah sí? —Long Tom no pareció impresionarse gran cosa ante esta información.

—Durante generaciones... ningún habitante de Arriba... ha ido sin él... mientras ha estado despierto... no al dormir... —añadió Tara.

—¿Ah sí? —repitió Long Tom, cada vez menos impresionado.

Pensaba que todo ello tenía el regusto de bárbaras costumbres relacionadas con falsos dioses. Y esta idea le molestaba pues Tara y los otros Arribanos le habían impresionado al principio, como individuos de gran inteligencia.

Tara, algo irritada por la actitud de Long Tom, habló ahora en un inglés muy claro y sin las vacilaciones habituales.

—Estos chalecos, son a prueba de balas.

¿Huh? —Long Tom se quedó asombrado y miró con respeto la vestimenta roja de la chica. No se habría imaginado nunca, que aquellas prendas tuvieran estas características.

Y también —prosiguió Tara— este material... es un excelente antiséptico... y germicida... Basta con la aplicación del tejido... a una herida... es el mejor tratamiento... que se puede aplicar.

Long Tom se quedó boquiabierto.

Pero, fundamentalmente, —finalizó Tara— necesitarán los chalecos... para llegar arriba... hasta Arriba... con total seguridad... Los chalecos los identificarán... serán personas aceptadas en Arriba.

Un hombre, un Arribano, llegó y sin ninguna formalidad dijo algo, con la voz entrecortada por la falta de respiración. Estaba preso de una gran excitación.

Tara se volvió hacia Doc y los otros. —El Gorrión,— dijo —quiere mantener una conferencia... quiere ofrecernos sus condiciones.