CAPÍTULO II

EN TORNO A LA PIEDRA

DOC Savage llevaba adelante su investigación con un talante que daba la impresión de ser muy lento y poco efectivo. En opinión de Renny y de Johnny, que lo observaban cada vez con mayor irritación, estaba perdiendo el tiempo y haraganeando. Aparentemente el hombre de bronce mordisqueaba aquí y allí, sin tener algo concreto entre los dientes e incluso, en algunos momentos, ni siquiera parecía que estuviera buscando información.

Johnny y Renny, llegaron a disgustarse bastante. Y fue entonces, cuando de repente se sintieron avergonzados de sí mismos. La vergüenza les sobrevino cuando fue evidente que Doc Savage había estado siguiendo perfectamente el rastro. Y repentinamente, la sorpresa que surgió fue la siguiente: ¡Alguien había intentado asesinar a Jones, con anterioridad!

Uno de los reporteros de un periódico, llamado Wilfair Wickard inconscientemente levantó la liebre. Wilfair Wickard era un hombre joven de constitución robusta con un tremendo complejo de inferioridad debido a su extraño nombre. La primera cosa que le decía a la gente, es que le llamaran Spike o Bill o Butch —cualquier cosa que no fuera Wilfair.

—Era un hombrecito bastante raro el tal Jones —decía Wilfair— cuando piensas un poco en ello, no actuaba en realidad como un corresponsal periodístico. Claro, en aquellos momentos no se me ocurrió pensar mucho en ello.

Renny le comentó —Pensaba que Ud. sería capaz de reconocer a cualquiera de su profesión.

Wilfair se encogió de hombros —Ya no es como antes. Hay un montón de gente que son corresponsales y en su vida han estado cerca de una oficina de prensa. Hoy en día la cosa funciona así: Ud. se labra una reputación, entonces, alguien con una cadena de periódicos le contrata como un experto en aquello en lo que se supone que ha destacado y que conoce bien. Ud. no tiene ni que saber escribir. Los pobres diablos de la oficina central lo transforman artesanalmente en algo que tenga una forma legible, por la suma de 25 $ a la semana.— Wickard sonrió débilmente —Por la noche tenía sueños extraños, sí, el pequeño Jones tenía sueños raros.

—¿Sueños? —dijo Doc Savage.

—Pesadillas, le habrían llamado Uds., —explicó Wickard— recuerdo la noche antes de que partiéramos de Tahití en el aeroplano. Jones irrumpió en mi habitación. Serían ya como las tres de la madrugada. Me agradeció el que le hubiera enviado un trago a su habitación.

—¿Un trago?

—Lo más raro —dijo Wilfair—, es que yo no le había hecho enviar ninguna bebida. Era un whisky, se trataba de uno de esos botellines pequeños, ya sabe a lo que me refiero, a los que tienen el tamaño de un servicio individual. Whisky escocés, por cierto.

—¿Jones lo tenía aún?

—Oh, sí —lo llevaba aún en sus manos. Venía a decirme que él no bebía. Me lo entregó, al tiempo que me decía que era una pena que se fuera a desperdiciar. Entonces se me quedó mirando de una forma muy rara y dijo que era veneno, que sí que lo era...

La boca de Wilfair se había quedado abierta. Su pulso y respiración, parecían suspendidos.

—¡Veneno!, —exclamó casi gritando— ¡Cielo Santo! ¿Se imagina Ud....?

—¿Conserva aún el botellín?

Firmemente perturbado, Wickard asintió —¡Claro que sí! Lo guardé. Lo eché dentro de mi maletín, por si me lo quería beber más tarde, por si más tarde me apetecía tomar un trago.

Se volvió, dirigiéndose hacia el cobertizo con techo de cañas que los propios periodistas se habían erigido para su uso personal y al volver, llevaba el botellín consigo.

Doc Savage empleó un cuarto de hora en analizar el contenido de la botella y al final dijo —Quienquiera que fuera que introdujo el veneno en el botellín, era un experto en venenos. Hay lo suficiente para matar a un hombre pero no tanto como para poder ser detectado en condiciones normales.

Wilfair Wickard aflojó sus labios lo suficiente como para poder decir, —¡Alguien trató de asesinar a Jones y me ha querido echar a mí el muerto!

Doc Savage se metió de lleno en el exhaustivo examen del cuerpo de Jones. Lo hizo completamente solo, en la casa de los científicos, que vivían en la Isla Jinx. Tanto los periodistas como sus propios ayudantes, fueron excluidos.

—Me pregunto, qué se habrá hecho de Long Tom. —decía Renny— No lo hemos visto por aquí desde hace ya bastante tiempo.

—Es posible que se haya ido al barco —sugirió Johnny.

Doc Savage acabó el examen del cadáver del hombrecillo fallecido en tan extrañas circunstancias y se reunió con Renny y con Johnny.

—¿Cuál ha sido la causa, Doc? —le preguntó Renny.— El grupo de periodistas y especialmente el listillo de Bear Cub, insisten en que solo el verme es lo que asustó tanto a Jones, que acabó por provocarle la muerte.

—El mal de la estratosfera —dijo Doc concisamente.

—¿Huh?

—En alguna ocasión, se le conoce por otros nombres. Algunos, extremadamente técnicos —prosiguió Doc sosegadamente— Pero enfermedad de la estratosfera, es el que mejor lo describe.

—¿Por qué razón?

El hombrecillo murió por haber estado a demasiada altura, durante mucho, mucho tiempo y en diversas oportunidades —aclaró Doc.

Renny empezó a cavilar sobre esto. —¡Por la vaca sagrada!— Estaba recordando su propia experiencia de vuelo. —¿Por haber estado a demasiada altura, eh? ¿A qué altura, dirías tú?

—Alrededor de veinte mil pies o más.

—¿Por encima de los veinte mil, eh?

Renny reflexionó un poco. —Mira, yo estoy harto de volar. Tu, yo y todos nosotros, los del grupo, nos hemos hartado de volar y no pocas veces, por encima incluso de los veinte mil. Y jamás he padecido nada que se parezca a esa dolencia estratosférica.

Doc le recordó —Pero lo has hecho siempre con equipos de oxígeno y la mayoría de las veces en aparatos con cabinas presurizadas.

Renny asintió, pero así y todo no quedó satisfecho del todo. Se fue errabundo hacia la estancia cubierta de cañas de los periodistas y acorraló al piloto del avión que les había traído. El piloto era un muchacho flaco que estaba bastante aburrido. Renny le dijo —¿Te importaría decirme a que altitud has volado entre Tahití y esta isla?

—Todo el tiempo vinimos volando como la pesca con mosca.

—Lo que significa...

—Por encima de las olas. Hay buen viento de cola siempre. Y si te surge un problema en el motor, mientras vuelas sobre el mar, la altura no te ayuda en absoluto... una ola es casi tan dura como otra.

Renny Renwick estaba sorprendido. —¿Quieres decir que volaste bajo todo el tiempo que el hombrecillo del chaleco rojo estaba contigo?

—Nunca pasamos de los cinco mil pies.

Renny se volvió a reunir con Doc Savage para plantearle esta información. —El hombrecillo no adquirió la enfermedad de la estratosfera en este vuelo, te lo puedo asegurar. ¿Estás completamente seguro que es eso lo que padecía?

—Los chinos tienen un viejo proverbio que dice que sólo los locos, están completamente seguros.

—¡Hum! —Renny se iba frotando la cara, con una de sus manos gigantescas.— Me pregunto si alguien, aparte de mí, está perplejo por ello.

—¿Dónde está Long Tom? —preguntó Johnny quejumbroso.— Me extraña que se haya ido de la forma que lo ha hecho. Acabo de ponerme en contacto con el barco y tampoco está allí.

Doc Savage nunca había buscado la publicidad en sus acciones, así que Renny y Johnny se quedaron sorprendidos cuando llamó a todos los periodistas juntos y les contó la historia de la piedra que había hablado. Esto era sorprendente por dos razones. La primera es que nunca explicaba las noticias a los plumíferos, era lo último que haría Doc Savage. La segunda es que parecía una especie de cuento chino.

Las caras de los periodistas reflejaban una diversa colección de expresiones, cuando Doc acabó. Ninguno de ellos se creía que hubiera una piedra que hablaba y todos ellos fueron demasiado amables para decírselo. Quizás no deberíamos haber dicho, amables. A lo mejor ni siquiera era esa la palabra. Uno no puede poner en duda las afirmaciones de un hombre de la reputación de Doc Savage y decírselo a la cara.

—Detecto un cierto escepticismo. —Dijo Doc— Debería aclararlo un poco más, ¿no les parece?

—Creo que estaría muy bien que se explicara mejor —Dijo Bear Cub— Y luego podría hacer lo mismo con el chaleco rojo.

Doc Savage hizo caso omiso de esta observación, referida a la prenda —La piedra— informó —debería encontrarse en el lugar que la escondí, junto a un matorral cercano.

El matorral resultó ser uno lleno de espinas, que era un lugar idóneo para esconder algo. Parecía impenetrable para cualquiera que no fuera preparado para no lastimarse o que tuviera la piel de un rinoceronte. Renny, Johnny y los periodistas al ver las espinas, se echaron hacia atrás y se quedaron esperando. Era ya de noche, una oscura noche de los trópicos en esta estación del año. Sin embargo, Doc se introdujo en el matorral.

Inesperadamente se oyó un fuerte quejido, saliendo del centro del matorral espinoso. El quejido era una mezcla de grito, resoplido y riña. El grito provenía de la garganta de Doc y no era nada tranquilizador.

Luego, silencio absoluto.

—¡Doc! —berreó Renny.

El silencio continuaba reinando.

—¿Doc, qué te ha ocurrido? —rugió Renny.

La voz de Renny, ya era extraordinariamente fuerte en circunstancias normales. Ahora fue lo suficientemente fuerte como para que se oyera en el barco y obligara a que se encendieran varias luces en el vapor.

Por fin encontraron a Doc Savage caído e inmóvil en medio del matorral. Lo retiraron de allí aún a riesgo de haber sufrido diversos pinchazos. Renny se puso sobre él y le hizo diversos masajes hasta que por fin, Doc, abrió los ojos.

—La piedra —dijo Doc débilmente— Un hombre...

Renny habló con tono de voz grave —¿Alguien cogió la piedra?

—Sí, alguien debió atacarme con una porra —dijo Doc— y luego huyó.

Cuando Renny reflexionó sobre ello, se dio cuenta que era la primera vez que alguien había pillado a Doc por sorpresa y con la suficiente antelación como para poder atizarle un porrazo en la cabeza. Y no es que Doc Savage fuera tan eficiente que nadie le pudiera tomar por sorpresa, pero es que si el hombre de bronce sufría una emboscada, ya esto por sí solo constituía un hecho extraordinario. Y aún era más raro que le hubieran podido pegar un simple cachiporrazo. Pero de la manera que lo explicó Doc, pareció la cosa más natural del mundo.

Renny descubrió la verdad cuando Johnny y él, ayudaban a Doc Savage a través de la oscuridad, a llegar a la casa de los científicos.

Tan pronto como estuvieron separados del resto de la gente, Doc Savage dejó de aparentar estar aturdido. —Dejadme ya— les dijo en voz baja —Y empecemos a actuar. Tenemos que vigilar a esos periodistas.

—¿Eh? —dijo Renny— No entiendo a qué te refieres.

Doc Savage no le contestó por el momento. Esperó hasta que estuvieron cerca de la fogata que habían encendido los periodistas junto a su cobertizo, aquel que habían levantado antes de la aparición de Doc con su historia de la piedra que hablaba. Doc contó las personas que estaban junto al fuego. Todos los periodistas estaban allí, sin que faltara ni uno de ellos.

—No le veo la razón a todo esto —insistió Renny.

—Imagina que tienes un perro —le dijo Doc.

—No lo tengo, pero me lo puedo imaginar.

—El perro está intentando morder a alguien. Podrías ser tu. ¿Qué es lo que harías?

—Dispararle al perro, si fuera posible.

—Quizás no fuera lo más adecuado.

—En este caso, posiblemente cerraría al bicho en algún sitio.

—Supón que ya lo habías encerrado y entonces oyes a un perro ladrando —continuó Doc Savage— ¿Qué es lo que harías?

—Irme corriendo a ver si se me había escapado el perro.

Doc Savage asintió gravemente.

—La comedia que representé en el matorral de los espinos, es el perro que está ladrando —acabó Doc.

Renny observó a los periodistas. —Creo que ahora ya lo entiendo. No tenemos más que esperar a que uno de los pluma— envenenadas de los periodistas se tome un descanso y se levante para ir a vigilar al perro que había encerrado.

—Algo muy parecido a lo que dices —admitió Doc.

—¿Y quién es el perro, en este caso?

—Pudiera ser Long Tom Roberts —anunció Doc.