CAPÍTULO IX

LONG TOM CAE

EL avión de pasajeros en que viajaba Long Tom alteró su ruta con el propósito de aterrizar en el otro aeródromo. Pero este cambio no estaba destinado a favorecer a Long Tom, sino que obedecía a una llamada de Scotland Yard, que quería que el prisionero fuese entregado vivo.

En el aeródromo a que llegaban regularmente los aviones de pasajeros hallábanse agentes extranjeros con instrucciones de detener o matar a todo aquel que tuviese alguna relación con Doc Savage. Por lo demás, la misma multitud estaba indignada porque los diarios habían dado cuenta de los distintos crímenes cometidos por el Hombre de Bronce.

Al aterrizar en otro campo de aviación Scotland Yard pudo hacerse cargo del prisionero sin que se produjesen incidentes Pero muy pronto se difundió la noticia de que el avión, conduciendo a uno de los compañeros de Doc Savage, había descendido en otro aeródromo y fueron numerosos los automóviles que se lanzaron en pos del coche de la policía en que viajaba Long Tom, convenientemente escoltado por patrullas de motocicletas.

Entre esos coches que seguían al de la policía, uno era conducido por una hermosa joven, que había sido recientemente bailarina en un café de París. Detrás del volante de la dirección de otro estaba sentado John Marsh, el compañero de bailes de Mary Standish.

El automóvil de Scotland Yard penetró en la capital Inglesa. John Marsh, desde su coche, hizo una señal a la joven y ésta le contestó con un gesto de asentimiento.

En la primera esquina, los dos coches tomaron direcciones distintas, aumentando rápidamente su velocidad de marcha. Pronto volvieron a dar vuelta, tomando ambos por calles paralelas a aquella que recorría el vehículo de los agentes de Scotland Yard Pero ni Mary Standish ni John Marsh se dieron cuenta de que un tercer coche los estaba siguiendo y, cuando se separaron aquel vehículo siguió a Mary Standish.

En el interior del coche de la policía, Long Tom hacía lo posible por guardar silencio frente a las numerosas preguntas que se le formulaban. El mago de la electricidad comprendió que solamente podría perjudicarse si hablaba.

Long Tom pensaba, entretanto, cómo podría lograr su fuga. Ciertamente en aquellos instantes cualquier tentativa parecía tener pocas probabilidades de éxito, por cuanto Long Tom, aunque no estaba atado, en cambio le acompañaban tantos agentes, que no podía siquiera moverse en el asiento.

Un suspiro escapó de los labios de Long Tom. Pensaba en lo desagradable que sería estar detenido en la Torre de Londres —una prisión de la que era imposible escapar— y sin poder ayudar a Doc Savage en la difícil situación en que se encontraba.

—¿Dónde esta Doc Savage? —preguntó uno de los agentes.

Long Tom ni siquiera se tomó el trabajo de responderle.

El automóvil de Scotland Yard marchaba a gran velocidad. De pronto, al llegar a un cruce de calles, desembocó por un lado otro coche, que fué a estrellarse violentamente contra el de la policía. Todos los ocupantes de éste fueron despedidos de sus asientos. Long Tom, que había observado la inminencia del choque, saltó de su asiento y echó a correr. En aquel instante apareció otro automóvil, conducido por una Joven.

—Suba —le dijo— voy a ayudarle. Rápido.

Long Tom no perdió el tiempo en formular preguntas inmediatamente se metió en el coche. Casi al mismo momento y antes de que la joven apretase el pedal del acelerador, otro hombre subió también al vehículo. Long Tom reconoció en él al conductor del automóvil que había embestido al de Scotland Yard.

—Hasta ahora todo ha ido muy bien, Mary —dijo aquel individuo, mientras que la muchacha daba mayor velocidad a su coche.

Long Tom no sabía, claro está, que aquella era la pareja que había secuestrado a Doc Savage en París intentando interrogarlo. Pero aunque lo hubiese sabido, ello no le habría importado mucho, teniendo en cuenta que, ante todo, veía que se alejaba de los agentes de Scotland Yard y eso era lo que más le interesaba en aquellos momentos.

La joven reanudó la marcha a tiempo, porque otro automóvil de la policía apareció en aquellos momentos e inició la persecución.

Una sonrisa dibujóse en los labios de la joven. Parecía que aquella carrera le producía un placer especial. Era una buena conductora y el pequeño automóvil desarrollaba una velocidad extraordinaria. Todos los coches se fueron quedando atrás, con excepción de uno. Pero ése no fué observado por los fugitivos.

—No sé cómo agradecerle... —empezó Long Tom.

—No trate de hacerlo —dijo John Marsh secamente— ya le enseñaremos nosotros cómo debe hacerlo...

Long Tom comprendió que había escapado de uno, para ser secuestrado por otro enemigo mayor. Al mismo tiempo, John Marsh le hundió una pistola automática entre las costillas. Entonces comprendió Long Tom que la colisión había sido preparada ex profeso con el único propósito de secuestrarlo. En cuanto a las razones que pudiesen tener los secuestradores, no acertaba a comprenderlas todavía. El tiempo se encargaría de revelárselas.

En la primera plana de los diarios volvieron a aparecer grandes titulares:

«NUEVO GOLPE DE DOC SAVAGE: HUNDIÓSE UN DESTRÓYER JAPONÉS Las potencias más grandes del mundo se reúnen para hacer frente al enemigo común, que no ha podido ser encontrado todavía.»

Al parar un momento delante de un puesto de venta de periódicos. Long Tom alcanzó a leer esos titulares y éstos le tranquilizaron considerablemente. Bien sabía que Doc Savage no era el culpable de todos los delitos que se le imputaban: pero, en cambio, le tranquilizaba el conocimiento de que aún estaba en libertad y que, en consecuencia, podría luchar contra el enemigo que trataba de hundirle. Sin embargo, hasta el mismo Long Tom, que de ordinario sabía conservar la sangre fría, tuvo que admitir para sus adentros que aquél era uno de los momentos más difíciles por los que había pasado Doc Savage en su vida.

Ninguno de los tres ocupantes del coche hablaba. Long Tom estaba ocupado con sus pensamientos. En cuanto a la pareja, parecía estar esperando que llegaran a un lugar predeterminado.

El vehículo corría a velocidad normal, confiando su conductora en que ya nadie le seguía. Llegaron al Hyde Park y penetraron en él, deteniéndose a corta distancia del Palacio de Buckingham.

—Ahora vamos a hablar —dijo la joven.

El lugar en que se habían detenido estaba muy bien elegido, porque a cierta distancia se veían otros vehículos. De esa forma, su coche no llamaba la atención y ninguno de los otros automóviles estaba lo suficientemente cerca como para que su conversación pudiese ser escuchada.

—Queremos saber dónde se encuentra ese infernal laboratorio de Doc Savage desde el cual dirige toda esa obra de destrucción que ha volcado sobre el mundo —empezó diciendo John Marsh.

Long Tom le miró con serenidad.

—Doc Savage no tiene ninguna participación en todo eso —dijo.

—No nos venga con eso —intercedió la muchacha.— Hemos estado en París y hemos podido observar cómo dirigía Doc Savage todo aquello.

—Llévenos usted al lugar donde él se encuentra y no se arrepentirá —exclamó John Marsh.

—¿Para qué quieren ir allá?

—Vaya una pregunta —declaró la muchacha.— Estamos seguros de que Doc Savage persigue un objetivo valioso. A nosotros, lo que nos interesa es una participación en el negocio.

Long Tom permaneció un momento pensativo. A distancia se oían los acordes de una banda. Estaban relevando la guardia en aquel instante en el palacio de Buckingham.

Era ésta una ceremonia que siempre atraía a numerosos curiosos por lo brillante; pero en aquel momento no interesaba en absoluto a Long Tom. Tampoco se sorprendió éste al comprobar que una hermosa joven era una delincuente. Sólo pensó que aquella pareja, aun cuando tuviese un concepto equivocado de Doc Savage, debía saber algo acerca de él.

—¿Qué papel desempeñan ustedes en todo este asunto? —preguntó Long Tom.

La muchacha tomó la palabra, hablando con entero desenfado:

—La actividad de espía ya no es tan lucrativa como antes. Por eso nos hemos decidido a participar en este asunto. Conocimos a Doc Savage en París y logramos secuestrarle. Pero vinieron los gendarmes y tuvimos que escapar. Por eso hemos tendido nuestras redes para capturarlo a usted.

—Bien...

Iba a proseguir, pero la mano de John Marsh apretó su brazo, indicándole que debía guardar silencio.

Los soldados de la Guardia de Granaderos, que acababan de ser relevados, se acercaban, dirigiéndose a su cuartel. Iban rodeados por numerosos curiosos, Long Tom les miró con cierta admiración. De pronto, alteróse la expresión de sus ojos y su boca se abrió ligeramente, como si fuese a hablar. Pero prefirió guardar silencio.

Por el lado exterior de la fila de curiosos que acompañaban a los soldados avanzaba un hombre en bicicleta. Esto no tenía nada de extraordinario, porque eran muchos los ciclistas que había en el Hyde Park. Pero lo que llamó la atención de Long Tom era la conducta de ese hombre.

Era éste un sujeto delgado y de reducida estatura. Sus facciones eran vulgares, bajo del brazo llevaba una botella de gran tamaño, envuelta en un papel.

El hombre miraba furtivamente de un lado a otro, como si temiese ser vigilado.

Un temor se apoderó de la mente de Long Tom. Toda su atención se concentró en ese sujeto.

A ello se debió que no reparase en los cuatro hombres que se acercaban al coche por detrás. Eran los mismos que siguieron a Mary Standish y John Marsh en un automóvil, antes de que se produjese la colisión, que fué aprovechada por Long Tom para emprender la fuga. Aquellos hombres no habían abandonado la persecución un solo momento.

Ahora se encontraban a corta distancia y se acercaban lenta, pero resueltamente. Cuando solamente les separaban unos pocos metros del coche, se separaron para colocarse dos de ellos a cada lado del mismo.

La muchacha los vio por el espejo de retrovisión y quiso hablar; pero un grito de asombro de Long Tom la detuvo.

El sujeto que iba en la bicicleta parecía haber encontrado, por fin, lo que esta buscando: un claro entre los curiosos que le permitiese aproximarse a la fila de soldados. Aprovechó ese claro para acercarse a los granaderos.

Pero, de repente lanzó un grito. Pareció haber perdido el dominio de su máquina. La rueda delantera de ésta se torció, la bicicleta cayó y, con ella, el hombre que iba montado en ella. La botella que llevaba debajo del brazo se rompió en mil pedazos.

Algunas personas que se encontraban a corta distancia se volvieron a mirar cuando cayó el ciclista, pero olvidaron inmediatamente el incidente, porque en ese momento se escuchó un prolongado quejido proferido por los soldados, mientras que los curiosos lanzaban exclamaciones de angustia y terror.

Y, en realidad, el espectáculo lo justificaba.

Las filas de soldados parecían derretirse, los granaderos iban cayendo al suelo, con sus piernas quemadas hasta la rodilla. La tragedia de París volvió a repetirse esta vez, el orgullo de Inglaterra, el regimiento de la guardia de Granaderos, había sido alcanzado por el misterioso enemigo, que se hacía pasar por Doc Savage. Long Tom empezó a gritar desesperadamente, perdiendo completamente su sangre fría y sin recordar siquiera que su compañero de asiento le aplicaba una pistola automática entre las costillas. Se levantó y quiso lanzarse del coche para ver lo que ocurría.

En ese momento los cuatro hombres rodearon el coche. En el ambiente se difundió el olor característico de un anestésico, inconscientemente, Long Tom cerró la boca y contuvo la respiración. Enseguida giró sobre sus talones y se lanzó sobre el más próximo de sus cuatro enemigos.

Un bastón cayó con violencia sobre su cabeza. De las personas que estaban cerca, ninguna reparó en el incidente. No era extraño, teniendo en cuenta que la atención de todos estaba monopolizada por el cuadro de horror que se ofrecía a su vista. Los gallardos granaderos estaban convertidos en inválidos y se retorcían en el suelo, lanzando gritos agónicos y de dolor. Cuando Long Tom vió que le pegaban un bastonazo en la cabeza, quiso esquivar el golpe y, ello no hubiera sido muy difícil para un hombre como él, habituado a correr toda clase de peligros al lado de Doc Savage, pero en ese instante sintió que sus músculos se negaban a obedecerle. Su cerebro estaba dominado por el anestésico, a pesar de haber solamente aspirado una ínfima dosis del mismo. El golpe le acabó de derribar privado del conocimiento.

El mago de la electricidad no supo que era colocado en otro automóvil y que éste se alejaba sigilosamente de aquel lugar. Cuando recobró el conocimiento, se encontró a bordo de un gran avión. La muchacha y John Marsh estaban con él. Fué Mary Standish quien tomó la palabra. —Nos dijeron que usted, en realidad, no sabía los planes de Doc Savage— manifestó —y que, por eso, su jefe le mandaba a buscar. Como nosotros estábamos con usted, nos llevaron también, cosa que no nos desagrada, porque ello nos permitirá llegar al lugar donde se encuentra el Hombre de Bronce. Quizá estemos todavía a tiempo para intervenir en la partida.

Long Tom tuvo que admitir que, por lo menos, una parte de esa declaración era cierta, porque, en verdad, él no conocía los planes de Doc Savage...