CAPÍTULO V

APRISIONADO

EN su despacho. Carloff Traniv el hombre de los anchos hombros, sonreía irónicamente.

—Ese Doc Savage es un hombro inteligente... muy vivo... —admitió—; pero yo, Carloff Traniv soy más inteligente que él. Traniv soltó una llave que había estado sujetando y se quito los auriculares que llevaba colocados en la cabeza.

Frente a él se hallaba sentado otro hombre, que en aquel instante tenía las facciones muy pálidas, observándose en sus labios un cierto temblor.

—¿Fue necesario eso? —preguntó.

Traniv le miró con un gesto despectivo.

—Naturalmente —contestó secamente.

—¿Pero lo mató usted desde aquí? —Inquirió el otro con cierto tono de terror en la voz.

—Ciertamente —replicó el otro.— Ha sido un pequeño secreto mío que he aplicado.

El otro se encogió de hombros. Era un individuo de mediana estatura y se observaba en su cabello muy negro un mechón blanco. Sus facciones eran las de un individuo indolente, pero en sus ojos había un brillo de astucia.

—¿Qué vamos a hacer ahora? —inquirió.

Carloff Traniv se dirigió hacia el teléfono, descolgó el receptor y marcó un número en el disco del aparato. Enseguida preguntó:

—¿Con la policía? Perfectamente. Disculpen ustedes que no revele mi identidad, porque temo hacerlo. Pero puedo informarles que Doc Savage se oculta en una casa de la rue Jacob; vayan enseguida y podrán arrestarle.

Volvió a colocar el receptor en la horquilla.

Las facciones de su compañero habíanse vuelto aún más pálidas.

—¿Pero qué...? Creía...

Traniv volvió a levantar el receptor telefónico. Tan pronto como escuchó la respuesta, dio una orden.

El rostro de su compañero se aclaró.

—Ahora me parece comprender... —dijo.

Carloff Traniv se sentó en su sillón.

—Allbellin —dijo— necesito apoderarme de Doc Savage. Hasta ahora, todos mis agentes han fracasado. Pero esta vez no habrá escapatoria. Yo mismo me encargaré de atraparlo.

La cara de «Pecos» Allbellin volvió a mostrar su expresión de Indolencia.

—¿Entonces sabe usted que escapará de los agentes? —preguntó.

Los párpados de Allbellin se entrecerraron ligeramente. Los que le conocían en París creían que se trataba simplemente de un rico exilado sudamericano. Parecía un individuo ocioso y se mostraba siempre indiferente a todo lo que no fuesen las cosas bonitas de las mujeres. En cuanto a recursos, parecían sobrarle. Pocas personas, en efecto, sabían que detrás de aquella expresión indolente se ocultaba, en realidad, un cerebro astuto.

—¿No cree usted, Carloff, que ha sido un error echarnos encima a ése Doc Savage? —preguntó.

En el rostro del interpelado apareció una sonrisa irónica.

—Pecos —contestó;— usted no ignora que hemos tenido que apartamos temporalmente de nuestro objetivo principal. A ello se debió también la escena que provocamos hoy. Pero ha sido necesario también encontrar a un hombre capaz de cargar con la responsabilidad de nuestras acciones, a fin de asegurar nuestra propia tranquilidad Para ese papel he elegido a Doc Savage considerando que ningún otro hombre en el mundo goza de tanto prestigio como él ni se le conocen tantas invenciones extrañas. Es la única persona a quien podíamos echar la culpa de nuestras acciones y lograr que el mundo le creyese responsable.

Pecos Allbellin asintió.

—Si usted comprendiese todos los dispositivos que he inventado —siguió diciendo Carloff Traniv, y en ese momento se observaba una nota de vanidad en sus palabras,— estaría tan convencido como yo de que no podemos fracasar.

—¡Oh, lo creo! —contestó Allbellin, y en sus labios dibujóse una leve sonrisa.— No dejo de comprender que soy solamente el que financia su empresa y, en consecuencia, no es posible que entienda todos los pormenores de lo que usted ha hecho. ¿Pero tiene usted realmente el propósito de cumplir la amenaza de destruir ese acorazado?

Traniv se frotó las manos. En sus ojos brillaba una expresión fanática.

—A las cuatro en punto, Pecos tendrá usted oportunidad de comprobar la seriedad de mi promesa —exclamó.

Doc Savage no tuvo duda alguna acerca de la seriedad de la promesa. Ya anteriormente había tenido oportunidad de vérselas con individuos fanáticos.

El barrio Latino se encuentra a escasa distancia del edificio que ocupa el Departamento Central de Policía, de París.

Pocos minutos después de haberse recibido el mensaje de Carloff Traniv varios camiones tripulados por agentes de policía llegaron a la casa indicada en el citado mensaje.

Se trataba de agentes acostumbrados a detener а grandes criminales. En consecuencia, conocían perfectamente el arte de rodear una casa en que se refugiase uno de ellos. Sus movimientos eran absolutamente naturales, de modo que cualquier curioso que los hubiese visto actuar los habría confundido con visitantes.

Pero el hombre de Bronce los reconoció inmediatamente. Descendió por la escalera que utilizaran un momento antes Mary Standish y John Marsh en su fuga, Terminaba dicha escalera en un angosto y oscuro túnel, que Doc recorrió en contados segundos.

Cuando los agentes de policía penetraron en la habitación, solamente encontraron a los cuatro hombres desvanecidos, que yacían en el suelo, y a un quinto, que estaba cortado en dos pedazos.

Los empleados policiales recorrieron el escenario de aquella nueva tragedia con una rápida mirada. Ello les bastó para anotar; otro crimen en la cuenta de Doc Savage.

El hombre de Bronce salió del túnel a varios cientos de metros de distancia de la casa, que en ese momento allanaba la policía. Al salir a la calle, echó un vistazo alrededor, observando en la esquina próxima a un individuo, al parecer esperando a alguien.

El individuo vestía camisa azul, gorro del mismo color y pantalón a rayas. Aunque aquella vestimenta difería considerablemente del uniforme de los agentes de policía, Doc Savage reconoció en aquel sujeto inmediatamente a uno de los dos agentes que le habían detenido unos momentos antes, cuando se produjo la tragedia durante el desfile. Ello bastó para que decidiese seguirle.

El sujeto penetró en un comercio próximo. Sin pérdida de tiempo, Doc Savage subió al techo del mismo edificio y sacó de su bolsillo un cable ya preparado, que engancho en la red telefónica, pudiendo de esa manera escuchar la conversación que sostenía el sospechoso. El sujeto fue muy breve. Doc Savage oyó que decía:

—Informa el agente BY-2. Ha empozado a seguirme.

Desde el otro extremo de la línea se escuchó una leve carcajada.

—Haga como que ignora que le está siguiendo.

—¿Y qué debo hacer?

—Vuelva a la calle y venga hacia aquí directamente, sin mirar hacia atrás. Ni Doc Savage ni nadie podrá escapar de lo que le tengo preparado.

En los ojos del Hombre de Bronce apareció una expresión de satisfacción.

Eran las tres y treinta minutos.

En aquel momento, dos coches llegaban a un aeródromo próximo a París. De uno de ellos fueron sacados los cuerpos inconscientes de Monk y Ham. Del otro, salió Chemistry, sólidamente atado.

Dos aviones esperaban en el campo, listos pera levantar el vuelo. Uno de ellos era un aparato de transporte de grandes dimensiones. El otro era un avión de reconocimiento, pequeño.

Monk, Ham y Chemistry fueron conducidos al primero de los aparatos.

Mientras tanto, un hombre que vestía camisa y gorra azules y pantalón a rayas llegaba al edificio en que se hallaba instalada la oficina de Carloff Traniv. Buscó al tercer piso y delante de la puerta del despacho se anunció:

—Informa agente BY-2.

Durante un momento no contestó nadie. Después la puerta se abrió silenciosamente. El hombre penetró y dio tres rápidos pasos adelante. La puerta se cerró a sus espaldas. Nuevamente se detuvo, con lo mirada fija y la mano en la frente, en ademán de saludo. Su segunda mano estaba parcialmente oculta detrás de su cuerpo. Contenía un objeto pequeño, de forma extraña.

Estaba de pie en una habitación, aparentemente vacía. Tres pesadas puertas veíanse en ella, pero no tenían ninguna ventana. La estancia parecía estar herméticamente cerrada.

Junto al techo corrían varios tubos delgados, de los cuales algunos poseían bocas de rara forma.

—¿Ha sido usted seguido?

La pregunta pareció salir de la nada. No se veía en parte alguna la menor señal de la presencia del que hablaba, pero el interrogado movió la cabeza, como si estuviese delante de su jefe.

—Creo que no. Por lo menos, no he podido descubrir a nadie que me siguiese.

Un débil zumbido escuchóse en la habitación.

—¿Qué en eso?

La pregunta salió también del aire, pero en ella se descubría un tono de sorpresa.

El hombre de la camisa y gorra azules no contestó. En cambio, corrió de pronto hacia la puerta del centro.

Se sintió una terrible corriente de aire. No era, empero, aire que penetraba en la habitación, sino que, por el contrario, parecía ser extraído de la misma por alguna fuerza misteriosa.

El hombre estaba junto a la puerta del centro y quedó allí, al parecer inmovilizado. Inmediatamente apareció vestido de blanco. Hasta su rostro y sus manos tenían ese color.

Enseguida cayó largo al suelo y quedó inmóvil.

Parecía un pedazo de hielo.

Transcurrió un minuto. Lentamente, el aire volvió a penetrar en la habitación. Después se abrió la puerta del centro. Carloff Traniv entró en la estancia cautelosamente. Le seguía Pecos Allbellin.

Los ojos de Allbellin estaban desmesuradamente abiertos, revelando la sorpresa que le dominaba. La figura que yacía en el suelo parecía estar petrificada.

—¿Pero qué...? —comenzó a preguntar Allbellin.

Traniv respiraba agitadamente.

—Usted tenía razón, Pecos —dijo.— Doc Savage es un enemigo que no debemos menospreciar...

Allbellin dijo:

—Pero ése... no es Doc Savage.

Traniv se aproximó al hombre que estaba tendido en el suelo y lo colocó de forma que pudiese mirar su cara. Grandes ojos de color de oro se encontraron con los suyos.

—Empleó algún dispositivo eléctrico para poner fuera de servicio el aparato de televisión, con el que yo vigilaba —Dijo Traniv.— Si yo no hubiese obrado rápida y resueltamente cuando vi que la imagen de televisión se borraba, nos hubiese sorprendido.

Traniv movió la cabeza y en sus facciones apareció una expresión grave.

—En alguna forma dominó al hombre que habíamos enviado para atraerle hasta aquí y averiguó por él cómo llegar hasta esta habitación. Lo que no acierto a comprender es cómo pudo lograr eso sin que yo lo supiese.

Pecos Allbellin tragó saliva con evidente dificultad.

¿Pero qué le ha pasado a Doc Savage? —preguntó.

Traniv sonrió.

—Ha caído en la trampa que yo le preparé. Lo que hice fué producir un repentino vacío en la habitación, con lo cual provoqué un frío extraordinario. La humedad del ambiente se congeló en el acto, lo mismo que el cuerpo de Doc Savage. Ahora, nuestro enemigo estará, helado hasta que lo necesitemos.

Eran las cuatro menos diez minutos.