Capítulo 41
—¡Dios mío! — La exclamación de Maggy fue tanto un grito de asombro como una plegaria. La expresión de Nick era inescrutable.
—Me hirieron en la casa. No es nada grave.
—¡Déjame ver! — Maggy comenzó a incorporarse.
—¡No! — dijo Nick con fiereza. Los ojos le relucieron en la oscuridad—. Sangro un poco, pero no es una herida mortal. Concentra tus esfuerzos en sacarnos de aquí, si no... — Se interrumpió, y era evidente que no deseaba formular en palabras la conclusión en vista de que David escuchaba.
Maggy completó la oración en su mente. Si no salían de allí, morirían todos. Un súbito estampido un estallido seco en el aire claro de la noche la indujo a fruncir el entrecejo.
—Mira, mamá — dijo David y al señalar parecía asustado—. ¡Allí!
En la cima del risco del cual acababan de descender había dos figuras. Recortadas sobre el trasfondo más claro, no parecían más grandes que un par de dedos. Que formaban parte del grupo de perseguidores era indudable, incluso antes de que la luz de la luna se reflejase en el cañón de una pistola. Pero lo que inquietaba a Maggy era dónde estaban los dos restantes.
—No te preocupes, estamos fuera de su alcance — dijo Nick—. Seguramente están locos si intentan acertar a esta distancia. Pero nos conviene. Cuanto más ruido, mejor. Quizás alguien los oiga y llame a la policía.
Nick hablaba con voz estropajosa y Maggy lo miró preocupada. ¿Sería grave la herida? Aunque así fuera, no se lo diría, al menos entonces.
—Mamá, se han ido — señaló David.
Maggy volvió la mirada hacia el risco y descubrió que, en efecto, las figuras habían desaparecido. Era una noche tranquila y oscura, extrañamente tibia. El gorgoteo de las aguas y el zumbido del motor eran los únicos sonidos. Sobre ellos, el cielo mostraba una extraña belleza: un dosel de estrellas brillantes dispersas sobre un fondo de terciopelo oscuro. Había luna llena y se habría dicho que estuviera destinada a suministrar un halo de romance.
Al frente, las aguas del río corrían serenas. Mientras contemplaba el espectáculo, una fría advertencia recorrió su mente. Trató de que la embarcación llegase cuanto antes a aguas abiertas. Tenían el viento en contra. Soplaba del norte y el curso la llevaba en esa dirección. La Bailarina ronroneó en busca del río y se habría dicho que se desplazara a cámara lenta. La desembocadura era el lugar más vulnerable. El arroyo era al mismo tiempo tanto el camino que los llevaba a la seguridad como el talón de Aquiles. También era posible que alguien los esperara en la orilla a aquella altura...
Avanzaron en esa dirección y trataron de salir a aguas abiertas. Con un suspiro de alivio, Maggy sintió que la marea fluvial se apoderaba de la embarcación y la impulsaba río abajo. Se habían salvado lo más terrible. Como la River Road constituía la orilla de Kentucky, Maggy no se atrevía a detenerse allí. Era posible que Lyle, Ham y sus secuaces hubiesen alcanzado la carretera con la esperanza de que la barca tocara tierra en algún lugar cercano. En ese mismo instante podían estar observando el avance de La Bailarina, pero aunque así fuera, no podían hacer nada.
Por veloz que fuese su desplazamiento, Lyle y sus cómplices no podían alcanzar el puente y llegar a la estación de servicio antes que La Bailarina. Allí había un teléfono. Habían recorrido la mitad del camino cuando Maggy vio la forma oscura de una embarcación que, como La Bailarina, navegaba sin luces surcando las aguas en un curso que debía cruzarse con el que seguían ellos. A esa distancia era imposible identificar el barco, pero Maggy sabía cuál era.
—El Iris — dijo con voz sombría observando el casco oscuro que se acercaba.
Se situaba entre ellos y la orilla de Kentucky. Era imposible retroceder. Abandonando la idea de llegar al teléfono, movió el timón a estribor. Tendrían que desembarcar en Indiana, la orilla más próxima. El Iris necesitaba aguas más profundas que La Bailarina para amarrar. Maggy comprendió que le convenía navegar en aguas poco profundas y hacer encallar la barca. Nick y David no comentaron nada. Maggy no sabía muy bien si entendían la gravedad del peligro que corrían.
El Iris, en carrera en línea recta, podía superar fácilmente a La Bailarina. Otra ola golpeó a La Bailarina y la desplazó hacia el frente. Durante un momento pareció que volaban. Maggy se inclinó hacia delante. Estaba más allá del terror, de todo lo que no fuese la fiera decisión de salvar a su hijo y al hombre a quien amaba.
La isla de las Seis Millas surgió al frente. La tentación de desembarcar allí la sedujo un momento, pero inmediatamente una vocecita interior le advirtió que no siguiese ese camino. Si lo hacía, quedarían atrapados como ratas. Ahora bien, podían utilizarla como pantalla, ocultarse con ella mientras buscaban un lugar apropiado en la orilla. Movió el timón y consiguió que la pequeña embarcación avanzara hacia el extremo de la isla. El denso follaje impedía que El Iris fuese visible.
—¡Mamá, ahora no pueden atraparnos! — exclamó excitado David. Después, miró hacia atrás y agregó: — ¡Ahí están!
El Iris había visto la maniobra y los seguía a toda velocidad. Maggy no tuvo valor para responder a las palabras de David. Con expresiones sombrías, Nick y David contemplaron la veloz embarcación mientras se les acercaba. Maggy concentró todas las fibras de su ser en el intento de lograr que La Bailarina desarrollase la mayor velocidad. Explorando con los ojos la orilla pedregosa de Indiana, buscó un lugar para desembarcar. Detrás se oía la pulsación del poderoso motor del Iris.
Estaban llegando a la orilla...Pero no lo conseguirían. La enorme masa del Iris apareció a un lado. El terror la indujo a rechinar los dientes; le sudaban las palmas de las manos. David miró también al Iris, con la cara muy blanca, gimiendo. Nick había palidecido y endurecía el mentón, los ojos sombríos, pero herido y esposado no podía hacer nada. El Iris se adelantó cortándoles el acceso a la orilla. Maggy maldijo y movió el timón. Se desplazarían en dirección contraria, repetirían la maniobra durante toda la noche si era necesario. Una luz poderosa cayó de pronto sobre La Bailarina paralizándolos a todos.
—¡Parad el motor! ¡Parad el motor o disparamos al muchacho! — dijo una voz a través de un megáfono.
Maggy quedó paralizada. La Bailarina desarrollaba su máxima velocidad, pero el Iris la alcanzaba fácilmente y los obligaba a permanecer iluminados por la luz del reflector. Por el sonido del motor, comprendió que Lyle había reducido la potencia; la velocidad del Iris ya no era necesaria ahora que el juego de la persecución había terminado. Maggy miro desesperada alrededor y vio que no había salida. El Iris le impedía el acceso a la orilla. ¿Llevarían a cabo su amenaza? Maggy no lo creía, pero también pensó, a juzgar por lo que Nick había dicho, que si Lyle no era el hombre que ejercía el mando, Ham mataría al pequeño si le convenía, eso no lo dudaba. La Bailarina se balanceaba en aguas agitadas buscando la seguridad perdida.
—Ésta es tu última oportunidad de detener el motor antes de que empecemos a disparar. Si me obligas, Maggy, matare al muchacho. Lo digo en serio.
Aunque la voz estaba deformada por el megáfono, Maggy la identificó: era Ham.
—Detén el motor — dijo Nick.
Maggy lo miró y finalmente obedeció.
—Muy bien.
La voz provenía otra vez del megáfono. La luz intensa los iluminaba implacable. Protegiéndose los ojos, ella miró la masa amenazadora del Iris, detenida ahora a pocos metros de la barca. Sonó un disparo en la noche silenciosa. Maggy se sobresaltó y se cubrió la cabeza mientras Nick protegía con su cuerpo a David. Miró temerosa a las figuras agazapadas de los dos varones y sintió que el estómago se le retorcía de miedo. Santo Dios, ¿les habrían alcanzado?
Antes de que pudiese comprobarlo, Ham habló de nuevo por el megáfono con un acento macabro y alegre.
—Hemos alcanzado el motor. No tengo tiempo para jugar al gato y al ratón toda la noche. ¡Subid a bordo! Primero el muchacho, luego Maggy y después King.
Maggy miró de nuevo la cubierta oscura que aparecía a cierta altura sobre su cabeza y pudo ver las figuras oscuras a pesar de que la luz la cegaba: Ham con el megáfono, Lyle a su lado y con ellos otro hombre, pero más robusto que aquellos que los acompañaban en la casa. David se debatía para sentarse al fondo del bote. De sus ojos brotaban las lágrimas. Movía los labios. Nick yacía cubriendo con su cuerpo el de su hijo; tenía los ojos cerrados. Maggy pasó sobre ellos en el momento en que descendió una escala y aquel sujeto bajó para hacerse cargo de La Bailarina. Mientras el peso del hombre imprimía cierto balanceo a la barca, Maggy abrazó a su hijo y murmuró frenéticamente a su oído:
—Ve con papá y quédate con él. Él se ocupará de ti.
—Mamá.
David rodeó con los brazos la cintura de su madre, aferrándose y llorando sin recato. El sujeto se inclinó sobre ellos.
—Te quiero — murmuró Maggy.
No pudo evitar que las lágrimas comenzaran a rodar por sus mejillas. Un verdadero sentimiento de terror la dominó cuando comprendió que quizás era la última vez que abrazaba a su hijo.
—Vamos, muchacho.
El delincuente apartó a David de Maggy y lo acercó a la escala. David comenzó a ascender lentamente y al llegar a cierta altura lo aferraron desde arriba y lo dejaron sobre la cubierta. Maggy cerró los ojos y elevó una breve plegaria pidiendo por su seguridad. San Judas, San Judas...Los ojos de David estaban ensombrecidos por el terror cuando se encontraron con los de su madre. El cómplice pareció ridículamente respetuoso cuando se estaban mirando, se inclinó, la aferró del brazo y la obligó a incorporarse. Ella contempló una cara picada de viruelas, de rasgos chatos. Los ojos del hombre eran de un azul más intenso que el de Lyle y no parecían demasiado crueles. Su pistola tocó el costado de Maggy.
—Señora Forrest.
Maggy miró a Nick. Éste permanecía inmóvil al fondo de todo de la barca con el cuerpo acurrucado y los ojos cerrados.
—Suba.
—Está herido de bala — dijo al hombre enjugándose con las dos manos las lágrimas que brotaban de sus ojos—. No puede subir.
—Mierda. — Se inclinó sobre Nick, después se puso en cuclillas y le buscó el pulso detrás de la oreja—. No está muerto — se acercó para golpear el pecho de Nick con el pie.
Se enderezó de nuevo con los pies separados para mantener el equilibrio en la barca que se balanceaba y apuntó con la pistola a Maggy.
—King está inconsciente — gritó el cómplice a Ham, mientras unas manos se apoderaban de Maggy y la obligaban a subir.
Tras subir al Iris Maggy cerró la mano sobre la baranda de metal para apoyarse. Lyle se inclinó sobre la borda y obligó a Maggy a coronar su ascenso.
—Súbelo.
—Mierda — fue la respuesta, y el hombre se dispuso a ello. Ham la apuntaba con su pistola.
Casi a los pies de Maggy, el cómplice se inclinaba sobre Nick. El hombre descendió la escala para cumplir la orden de Ham y Lyle, arrastrando de la mano a Maggy la acercó a su lado.
David que estaba del otro lado el Lyle, miró a su madre y luego a su padre.
—Por favor no mates a mamá — rogó con voz temblorosa.
Maggy sintió que se le partía el corazón. El terror ya la había paralizado y el patético ruego de su hijo terminó por destrozarla. Se le llenaron de nuevo los ojos de lágrimas y miró a David y después a Lyle.
—No lo haré — dijo Lyle, insinuando su sonrisa de cocodrilo y apretando los hombros del niño en un intento de tranquilizarlo—. David, baja al camarote. Iré enseguida.
—Mamá... — los ojos de David estaban oscuros de terror cuando miró a su madre.
Sin duda él no estaba más convencido que Maggy por la promesa de Lyle, pero él no podía salvarla. El interrogante era: ¿podría ella salvarlo?
—Ve — dijo severamente Maggy indicando el camarote.
Arrastrando los pies, David obedeció. Ella se mordió el labio mientras lo veía alejarse. Era mejor que David se apartara de la escena, que saliera de la línea de fuego.
—Hundid la barca.
Nick estaba acostado sobre la cubierta del Iris y permanecía inmóvil. El delincuente reapareció y se acercó caminando sobre la cubierta. Ham lo miró y el hombre asintió. Después, Ham se volvió hacia Lyle.
—Ojalá recobre el sentido a tiempo para saber quién le vuela la tapa de los sesos.
—Sácanos de aquí.
—Muy bien — dijo Lyle, sonriendo.
Lyle soltó la mano de Maggy y se acercó a los controles. Unos segundos después el Iris navegaba de nuevo.
—¿Dónde está el niño? — preguntó Ham frunciendo el ceño.
—Lo envié al camarote — dijo Lyle por encima del hombro.
Estaba en su elemento, el viento agitándole los cabellos, expresión tranquila. A Lyle nada le agradaba más que ir al timón de su embarcación y era evidente que se sentía complacido.
—¡Trae al pequeño!
La orden de Ham reverberó como un disparo. Maggy pareció transfigurada cuando el hombre se dirigió obediente al camarote en busca de David.
—No quiero que mi hijo presencie la escena — objetó Lyle frunciendo el entrecejo.
—Eres el tipo más estúpido que he conocido... — Ham habló entre dientes.
—¡Esta basura andaba con la radio! — El cómplice reapareció en el umbral del camarote arrastrando a David del cuello.
El niño parecía terriblemente asustado, pero también exhibía un extraño gesto de triunfo. Maggy sintió que se le helaba la sangre.
—¡Mierda! — estalló Ham descargando el pie sobre la madera de la cubierta, con la cara congestionada hacia Lyle—. ¡Estúpido hijo de perra! ¿Enviaste al niño a un camarote con radio?
—Es un aparato complicado. Es imposible que... — Lyle miró a David de un modo que no presagiaba nada bueno — ¿Usaste el aparato, hijo?
La pregunta era engañosamente amable. David meneó la cabeza.
—¿Ves? No hay problema — dijo Lyle a Ham relajando de nuevo el cuerpo.
—¿No hay problema? — Ham estaba lívido. — ¿Que no hay problema? Estás obsesionado, grandísimo idiota. ¡Obsesionado con un pequeño cretino que ni siquiera es tu hijo y nos arrastras a todos! Bien, pues a mí, no. ¿Me oyes, estúpido hijo de perra? ¡A mí, no!
Ham se había acercado a Lyle y le gritaba a la cara. Sin previo aviso, alzó el brazo y se oyó un estampido ensordecedor. Maggy vio atónita cómo Lyle se elevaba en el aire y caía al suelo como alcanzado por una mano gigantesca. Golpeó la cubierta con un ruido sordo y quedó tendido de espaldas, inmóvil, con la cara blanca bajo la luz de la luna, los ojos fijos y grandes, y un minúsculo agujero negro en la frente. Bajo la cabeza comenzó a formarse un charco de líquido oscuro. David se desprendió del cómplice de Lyle y corrió hacia su madre.
—¡Mamá!
—No mires, David — dijo ella apretándolo contra su cuerpo y hundiendo la cara del niño en su regazo.
Contuvo la respiración horrorizada mientras Ham los apuntaba con su pistola. Nick lanzó un tremendo rugido, consiguió incorporarse sobre la cubierta y se arrojó contra Ham. La mera fuerza de su cuerpo derribó al hombre. La pistola de Ham se desprendió de su mano y aterrizó a los pies de Maggy. Mientras el secuaz corría en auxilio de Ham, Maggy se apartó de David y alcanzó la pistola. Saltó hacia delante, apuntó con el cañón la nuca del delincuente y oprimió el percutor. El arma pegó un salto en su mano. El estampido la ensordeció. La sangre le empapó los dedos y manchó a los que estaban cerca como una sandía que reventara. El delincuente cayó al suelo. Maggy saltó sobre el cuerpo y observó la posición de los demás sobre cubierta. Ham apretaba la garganta de Nick. Éste, con la cara púrpura por la falta de oxígeno, trataba de desprenderse de su agresor con violentas convulsiones. Maggy apuntó a Ham.
—Si no lo sueltas, te mato.
Ham se detuvo. Sus manos liberaron el cuello de Nick.
—Maggy — comenzó a decir, mirándola por encima del hombro.
—Apártate de él, Magdalena — dijo Nick jadeando—, pero continúa apuntándole. Si observas algo raro, dispara.
Maggy retrocedió sujetando la pistola con ambas manos. Separaba los pies para mantener el equilibrio mientras la embarcación continuaba avanzando sin nadie al timón. Ham se incorporó lentamente y miró a Maggy. La cubierta estaba llena de sangre. Si oprimía el percutor, la de Ham la cubriría también. Al mirarlo recordó la noche en que la había violentado. Ham se mojó los labios con la lengua. Lo único que ella tenía que hacer era...Una luz intensa la iluminó.
—¡Guardia costera! — Llegó una voz dura—. ¡Arriba las manos todo el mundo!
Maggy se giró y vio una gran embarcación blanca. La luz la iluminó directamente en la cara.
—¡Magdalena! — Otra voz llegó por el altavoz—. Os veo a ti y al niño, pero ¿dónde está Nicky?
Era Eslabón.
—¡La caballería al rescate! — dijo secamente Nick, tratando de incorporarse.
—¡Hermanito! — dijo Eslabón saludando a Nick.
Un guardacostas uniformado saltó a la cubierta del Iris. Ham, que al parecer comprendía que el juego había terminado, ofrecía un aspecto lamentable. Maggy bajó la pistola y miró alrededor buscando a David. Éste se abrazó a la cintura de su madre. Estaban salvados.